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Tema 15 – El modelado de las zonas áridas. El problema de la desertización. Medidas de prevención y corrección.

1. INTRODUCCIÓN

En Las zonas clasificadas como áridas existen condiciones climáticas extremas que implican una actuación de Los agentes geológicos externos, agua y viento, muy peculiares. Esto da origen a unas formas del modelado muy características y que son clasificadas como zonales en términos geomorfológicos.

Pero el proceso más importante que se debe tratar es el de la erosión y, pos­teriormente, la desertización a la que da lugar. De esta forma, una región que no tiene unas condiciones extremas de aridez, pero existen unas condiciones erosivas, bien naturales o antrópicas, puede verse abocada a convertirse en un desierto. Esto está ocurriendo en muchos lugares en el mundo y, concretamente, en nuestro país: Monegros, Bárdenas, Tabernas, etc.

Existen unas variables naturales in-terrelacionadas que unidas a La acción del hombre aceleran notablemente el proceso.

Debido al grave deterioro que en muchos lugares está sufriendo el suelo, incluso su pérdida, en España y, en ge­neral, en toda Europa se están llevando a cabo medidas de prevención y corrección que traten de paliar e incluso evitar el problema de La desertización.

2. EL MODELADO DE LAS ZONAS ÁRIDAS

El término de región árida no es exac­tamente sinónimo de desierto, al cual se le considera como una región en la que las precipitaciones son escasas y donde la cobertura vegetal, aunque no falte com­pletamente, se reduce a plantas aisladas entre las que aflora el suelo desnudo.

Existen desiertos fríos, como la región occidental del Ártico canadiense, desier­tos templados, como algunas zonas del mar de Aral, y desiertos cálidos como el del Sahara. Por tanto, el término árido no puede aplicarse a los desiertos fríos, porque, aunque la vegetación es escasa, los suelos no se encuentran secos, por no existir prácticamente evaporación.

Aquí nos referiremos exclusivamente a las zonas áridas que están sometidas climas áridos (zona morfoclimática árida). Corres­ponden a cinturones anticlonales de lati­tud próxima a los trópicos. Esta situación acarrea una ausencia de precipitaciones y unas drásticas variaciones de temperatura durante el día debido a la claridad de la atmósfera, al no existir nubosidad y no tener lugar el “efecto invernadero”.

Si a esto unimos condiciones de con-tinentalidad, es lógico que en estas zonas existan los desiertos más importantes del mundo (Sahara, Arabia, Irán, Paquistán, Sonora, norte de Méjico, Kalahari y Aus­tralia, con latitudes entre los 15 y 35° N yS).

Las escasas lluvias, son normalmen­te de tipo tormentoso debido al calor, y provocan gran erosión al estar el suelo desprovisto de vegetación. En general, la precipitación anual media, en todos estos desiertos es inferior a 40 mm., teniendo el aire una alta capacidad para admitir la evaporación, ya que la humedad relativa del aire, raramente es superior al 25%. Las temperaturas medias son extremada­mente altas (próximas a los 380 en julio en el hemisferio norte), y en estos climas, como se ha dicho anteriormente, se dan las más bruscas oscilaciones dianas de la temperatura (hasta 38° C día en el desierto de Libia).

Se puede matizar más y decir que los desiertos pueden clasificarse desde el punto de vista climático en:

– Regiones hiperáridas. Representan aproximadamente un 5% de la super­ficie de los continentes. Las lluvias son escasas, la media es de unos 50 mm. anuales.

– Regiones áridas. Representan un 14% de los continentes y las precipitacio­nes se hallan comprendidas entre 50 y 126 mm. anuales. Las lluvias son irregulares, pero agrupadas preferen­temente en una estación del año. Estas regiones rodean las zonas hiperáridas o constituyen el centro de los desiertos menos absolutos.

– Regiones semiáridas. Representan el 14% de la superficie de los conti­nentes, con una pluviosidad de 350-400 mm. anuales, repartida en seis meses al año.

Debido a estas condiciones atmosféricas es lógico pensar que existan modelados zonales típicos producidos fundamen­talmente por la meteorización mecánica, deflación y corrosión del viento y por la escorrentía ocasional de las aguas.

2.1.Agentes y formas

El aspecto adquirido por las zonas ári­das se debea una serie de fenómenos que son explicados a continuación.

Meteorización

La acción mecánica de la atmósfera (meteorización física o mecánica), es uno de los principales agentes modeladores en las zonas áridas.

Concretamente es la meteorización térmica la que actúa. Las fuertes oscila­ciones diarias de temperatura producen una descamación superficial en las rocas de superficie. En los climas áridos condicio­nados por los anticiclones subtropicales, son frecuentes oscilaciones de 35° a 40° en un sólo día. Si la roca está compuesta por minerales leucocratos (de colores claros) y melanocratos (de colores oscuros), la cantidad de calor absorbida por cada uno de ellos será diferente y por lo tanto, la variación de volumen experimentada por cada uno de ellos, con lo que se facilita la disgregación de la roca por un fenómeno llamado fatiga térmica.

Erosión eólica (aereolar)

En cuanto a la erosión, el principal agente es el viento. Este actúa en dos etapas. Una primera arrancando y poniendo en transporte los fragmentos suscepti­bles de ser arrastrados, rodados o incluso puestos en volandas, es la denominada deflación.

Las partículas más gruesas son des­plazadas por reptación o deslizamiento sobre la superficie, los granos de arena son capaces ya de viajar por saltación, elevándose hasta alturas de 2 y 3 m. en algunos casos, y las partículas arcillosas pueden desplazarse para velocidades del viento relativamente bajas, subiendo con las corrientes de aire ascendentes, tan frecuentes en las regiones cálidas, y dis­tribuyéndose por toda la Tierra a través de las capas altas de la atmósfera.

Sin llegar a las capas altas de la atmós­fera, las partículas arcillosas en suspensión llegan a ocultar el Sol y a producir un ambiente sofocante durante las tormentas de polvo que tienen lugar en los grandes desiertos, como el Sahara y cuyos efectos se extienden hasta zonas colindantes no desérticas, como, por ejemplo, las islas Canarias.

El viento, al cargarse de partículas, produce la ya mencionada deflación del suelo, proceso consistente en la pérdida por el suelo de sus componentes más fi­nos, quedando los fragmentos rocosos y formándose un desierto de piedras. Estas superficies pedregosas reciben el nombre de reg.

Una vez cargado de partículas, el vien­to ejerce su segunda fase de erosión, la corrasión, consistente en un desgaste de todos los obstáculos que encuentra a su paso, fundamentalmente por medio de los granos de arena, los cuales se redondean progresivamente, mientras que su superfi­cie se torna mate debido a los golpes.

Esta acción se deja sentir en los cantos más grandes que al ser arrastrados presen­tan una superficie plana inferior y dos o tres con la misma característica pero más brillantes, separadas por aristas afiladas en su parte superior: son los denominados eikanter y draikanter, cantos angulosos formados por la deflación y corrasión del viento conjuntamente.

La corrasión actúa preferentemente so­bre materiales blandos, como es lógico, y por ello, es capaz de crear corredores y vaguadas en terrenos arcillosos y pro­fundizar en los planos de debilidad de las rocas (diaclasas, esquistosidad, planos de estratificación, etc.).

Es muy frecuente ver en las rocas afec­tadas por la corrasión los denominados alveolos de erosión, suelen formar nidos a poca altura del suelo, se explican por la corrasión de rocas homogéneas, como las endógenas (en las rocas sedimentarias, la corrasión subrayaría, además, los planos de estratificación).

Peor comprendidos están los taffoni y los arcos naturales. Los taffoni se presen­tan en granitos, y son cavidades hemies-féricas de algunos decímetros a algunos metros de diámetro, quizás formados por meteorización salina e incluso por hidrólisis limitada a favor de la humedad retenida en zonas de sombra. Los arcos naturales, que son puentes de roca, se suelen justificar como un estado avanzado de la corrasión, pero no es fácil, explicar porqué ésta ha respetado los pilares late­rales. Una hipótesis sería que se trata de una antigua divisoria entre dos cursos de agua encajados, que la han horadado por erosión remontante.

Sedimentación eólica Las dunas son las acumulaciones eólicas más características y conocidas por todos, pero no son la única forma sedimentaria ni tampoco la más importante.

Los granos de arena arrancados a los desiertos de piedras o a las costas arenosas se acumulan en otros lugares, dando lugar a llanuras arenosas y a diversas asociaciones de dunas, cuyas superficies aparecen casi siempre onduladas, con rizaduras (ripples) análogas a las que se forman bajo el agua, pero con crestas algo más agudas. Se ha comprobado como estas crestas aumentan su longitud de onda con la velocidad del viento, pero sólo hasta un cierto límite, a partir del cual desaparecen y la superficie se aplana totalmente.

Es necesario para la formación de las dunas, que no exista vegetación, ya que esta se opone al avance de los granos de arena; por ello en las regiones semiáridas, con arbustos dispersos, no llegan a formarse dunas y en su lugar aparecen acumulaciones informes de arena.

Cuando están desarrolladas las dunas, presentan una pendiente suave del lado de barlovento y otra más abrupta a sotavento, Los granos ascienden por la pendiente que mira al viento, formando ripples sobre su superficie, Al llegar a la cresta, caen por la pendiente opuesta, formando un talud cuya inclinación es precisamente la pendiente de equilibrio para este material y granulometría. De esta forma, la duna avanza lentamente en la dirección del viento.

Cuando la dirección del viento es cons­tante, se generan dunas con formas senci­llas, en media luna (barjanes), o como un cordón continuo perpendicular al viento. Si, por el contrario, dicha dirección varía, se llegan a formar dunas piramidales en crestas de gallo etc.

La asociación de dunas da lugar a campos de dunas o ergs, formando, en ocasiones, cordones de muchos kilómetros de longitud, entre los que quedan pasillos o corredores hundidos y paralelos, en los que el viento ha llegado a excavar en ocasiones hasta el substrato rocoso. Estos pasadizos constituyen los únicos lugares transitables en un erg.

La migración de dunas y la superpo­sición de unas sobre otras da lugar a un sedimento con un sinfín de laminaciones cruzadas que corresponden, precisamente, al lado de sotavento de la duna. Como esta avanza en el sentido del viento, puede decirse que toda la duna tendrá una estruc­tura interna con láminas inclinadas en el mismo sentido, las cuales son erosionadas en el lado de barlovento. Los sedimentos antiguos que podamos encontrar análogos a los de la figura 1 c, serán fácilmente identificables como dunas de origen cólicos, ya que ningún otro medio sedimentario da lugar a laminaciones paralelas tan grandes (varios metros de longitud) y con tanta inclinación.

En las regiones en las que el viento so­pla en dos direcciones predominantes, un barján perdería su simetría, desarrollándose uno de los brazos más que el otro y termi­nando por formar una cadena subparalela a la dirección del viento principal. Estas cadenas que pueden alcanzar longitudes de decenas de kilómetros, se denominan sif o seif o dunas longitudinales, y su forma ya no es en absoluto función de la gravedad, sino de un proceso de acreción.

Erosión debida a la escorrentía Se ha visto anteriormente como el vien­to modela erosionando, transportando y sedimentando. Su acción, sin embargo, es mucho menor que la debida a la escorren­tía, la cual presenta ciertas peculiaridades. Pese a la sequedad del clima, existen algu­nos cauces amplios denominados uadi, con su fondo cubierto de aluviones, de forma parecida a las llanuras aluviales de los climas templados y húmedos. En algunos casos los uadi presentan también terra­zas, lo cual sugiere períodos de erosión y sedimentación alternantes bajo un clima anterior más húmedo que el actual.

En el sur y en el este de nuestra penín­sula existen regiones, que sin alcanzar las condiciones de sequedad extrema de los desiertos, presentan muchos cauces que reciben el nombre de ramblas y en las que la escorrentía reviste los mismos caracteres de las regiones desérticas. Tanto en estas como en las zonas subdesérticas similares al sureste español, las precipitaciones son esporádicas, pero muy violentas. Al no existir ni suelos ni vegetación, el agua no puede ser retenida sobre la superficie y corre rápidamente dando lugar a inunda­ciones repentinas.

En los desiertos, esta escorrentía oca­sional transporta gran cantidad de detri­tus desde las zonas montañosas hasta las llanuras, donde se extiende a la salida de los torrentes y fluye en forma de lámina de agua, distribuyendo ampliamente los acarreos y dando lugar a los abanicos aluviales (su nombre hace referencia a su geometría, con un vértice apuntando hacia el monte isla, que es su área madre), o a un glacis o pedimento que, en definitiva, es una llanura con suave pendiente.

Salvo en los casos en que existan uadi o cauces heredados de un clima anterior más húmedo, los desiertos presentan áreas endorreicas en las cuales no existe una red de drenaje definida y las aguas forman lagunas temporales que poste­riormente desaparecen por evaporación o por filtración en el subsuelo, dejando una superficie cubierta de sales y fango que pronto se agrieta por desecación. Estas zonas endorreicas se denominan sebjas.

Entre los sedimentos y macizos mon­tañosos suele existir un límite neto o una ruptura de pendiente denominada knick, la cual se explica por el hecho de que las laderas montañosas no tienen una cubierta de meteorización, cuyo movimiento lade­ra abajo llegaría a enmascararlo. Dichas laderas se descaman por meteorización mecánica y retroceden paralelamente a sí mismas y los fragmentos rocosos resul­tantes son transportados por la escorrentía hasta el pedimento. (Figura 2).

El resultado de esta evolución es la for­mación de extensas llanuras sobre las que sobresalen los restos de antiguos macizos montañosos denominados montes-isla o inselbergs, que normalmente coinciden con capas duras del terreno.

Los pedimentos y los glacis también son grandes formas erosivas del modelado del desierto.

Los inselberg son relieves aislados. al parecer residuales, de morfología y estructura diversa (Figura 3). Algunas veces corresponden a un relieve estruc­tural, como por ejemplo, un nivel tabular resistente a la erosión, pero en general, son totalmente homogéneos con la llanura que les rodea. La inmensa mayoría están tallados en rocas endógenas, granitos especialmente, y entonces adquieren formas redondeadas.

La ruptura de pendiente o knick entre el inselberg y glacis circundante puede ser notable (figura 3a) o quedar suavizada por los fenómenos de ladera más activos en la actualidad que en los períodos an­teriores más áridos, en los que se generó esta llanura (figura 3b).

Los pedimentos son rampas inclina­das talladas en roca dura que rodean a los montes-isla. Muchos geomorfólogos llaman pedillanuras a la yuxtaposición de pedimentos. La pendiente general de una penillanura es mínima y sólo destacan del paisaje los montes isla con sus rampas.

Cuando la superficie de erosión está esculpida sobre roca blanda se denomina glacis; en este caso, en general, el monteisla es un relieve diferencial de origen ¡itológico. No todos los glacis están re­lacionados con montes-isla, muchos se sitúan en la base de un sistema monta­ñoso y entonces se denominan glacis de piedemonte que no hay que confundir con pedimento.

El papel del factor climático en la gé­nesis de glacis, pedimentos y montes isla debe de ser delimitado cuidadosamente. Los geomorfólogos climáticos sostienen que el ambiente natural de formación de estos accidentes es un medio de aridez extrema, tal como el desértico actual. Su principal argumento es que los montes-isla situados en clima templado están pro­fundamente cortados por la actual red de drenaje; es decir que son formas relictas, en desequilibrio con el medio, mientras que la asociación inselber-pedimento se da prácticamente en todas las regiones desérticas del mundo. De ser esto cierto, estas formas residuales se convierten en un indicador paleoclimático geomorfológico.

El mecanismo de erosión que da lugar a los montes-isla y pedimentos puede ser por tanto la erosión diferencial, siempre que sean de origen litológico (figura 4), pero si la litología es homogénea, el problema es algo más complejo. La hipótesis más extendida es que se trata de compartimen­tos menos fracturados y, por tanto, más resistentes a la erosión. El propio agente erosivo ha sido puesto en duda, inclinán­dose algunos autores por una escorrentía en capa, y otros, una arroyada difusa o en surcos, en este caso con red de drenaje provisional y sin apenas encajar. Es posible que ambos mecanismos coexistan (además de la deflación aerolar para los tamaños finos), actuando sobre los productos de la meteorización mecánica.

Finalmente una forma típica del mode­lado desértico que también se forma por erosión diferencial son las setas, estas se pueden formar bien por corrasión dife­rencial o por escorrentía.

En el primer caso su formación se ori­gina por la diferencia de tamaño de las partículas que transporta el viento; en las partes más altas las más finas que causarán una corrasión más débil sobre el obstáculo, que las que causen las más gruesas y pe­sadas que por razones obvias transportará el viento en las zonas más bajas.

En el segundo caso puede deberse más probablemente a la diferente naturaleza de las rocas que componen la roca obstáculo y si la parte superior es más resistente que la inferior, el resultado puede ser una forma como la que se puede apreciar en la figura 5. En el caso de estas figuras se puede hablar también de formas relictas al igual que para los montes-isla en los climas templados húmedos. (Ciudad En­cantada de Cuenca).

3. EROSIÓN Y DESERTIZACIÓN

Comenzaremos por explicar y describir cuales son los procesos que conducen a la desertización de un lugar y que sin duda siempre van precedidos de una intensa erosión.

3.1.Proceso de biorrexistasia

Es un proceso en el que se tratan de relacionar la meteorización, el transporte y la sedimentación. Está dividido en dos etapas la biostasia y la rexistasia que se describen a continuación.

Biostasia.

Cuando en una región reina un clima favorable, se desarrolla una vegetación exuberante y profusa que, como es sabi­do, con sus raíces impide la erosión de los terrenos; así buena parte de los ma­teriales meteorizados permanece in situ, y las aguas sólo arrastran los productos más solubles: carbonates, sulfates, cloruros de elementos alcalinos y alcalinoterreos y algo de óxidos e hidróxidos, en particular, sílice soluble.

Lógicamente, durante este período se depositarán en las zonas de sedimentación los materiales que han sido movilizados por las aguas: calizas, dolomías e incluso, si las condiciones lo permiten, sulfates y cloruros. Al mismo tiempo en las regiones emergidas se formarán rocas residuales (suelos) constituidas por materiales no meteorizables, minerales de las arcillas y óxidos e hidróxidos de hierro y aluminio.

Rexistasia.

Si en la región anterior aumenta la eficacia del proceso erosivo, las rocas residuales son transportadas, y entonces se depositan en las zonas sedimentarias materiales de tipo areniscas, arcillas y rocas ferruginosas.

Las plantas crecen tomando del suelo los elementos minerales biógenos que pre­cisa su nutrición. Dichos elementos son sustraídos con las cosechas, y exportados. Si no hay una compensación mediante abonado, los suelos cultivados se agotan, principalmente en N, P, K, y Ca; fenómeno que viene acompañado como es lógico, de un descenso en la producción.

En los climas húmedos principalmente, los suelos sufren lixiviación, y los ele­mentos biógenos son arrastrados hacia las capas acuíferas; una lixiviación acusada puede degradar el complejo coloidal ar­cilloso y conducir a la podsolización en clima templado y a una laterización en clima tropical, la cual puede acarrear la formación superficial de costras ferralíticas estériles.

Las causas del aumento de la erosión son variadas: por ejemplo, un cambio cli­mático puede destruir el manto vegetal, con lo que los agentes erosivos pueden actuar libremente, pasándose así del período de biostasia al de rexistasia. Una elevación de los continentes tiene efectos parecidos, pues al descender el nivel de base, aumenta la energía de las aguas circulantes, que ejercen una activa erosión.

El hombre también puede contribuir a la erosión y desertización con el sobre-pastoreo y la deforestación de bosques y en general de la maleza, eliminando finalmente el manto vegetal.

3.2.La erosión del suelo

En los ecosistemas naturales el suelo se halla protegido por el manto de ve­getación, que actúa como una esponja retentora del agua de lluvia, a la que da tiempo de filtrarse hacia los depósitos subterráneos, donde se escapa lentamente hacia los ríos. Cuando se ha eliminado esta cobertura vegetal, después de una lluvia copiosa, el agua chorrea (arroyada) por las pendientes en lugar de quedar retenida y filtrarse hacia el suelo; con ella arrastra el propio suelo, colmando los ríos con un agua fangosa y facilitando el desbor­damiento de los mismos, con el riesgo consiguiente de causar daños y provocar inundaciones.

Según la forma de realizarse el arrastre del suelo distinguimos:

– La erosión en capa: eliminación de la capa superior del suelo, rica en humus.

– La erosión en surcos: formación de una red de pequeñas ranuras anastomosadas.

– El abarrancamiento: formación de surcos y valles diminutos, que a veces llegan hasta la roca madre y permiten su deterioro.

Si la destrucción del tapiz vegetal protector ocurre en zonas semiáridas o durante períodos de sequía, el viento, soplando sobre la superficie desecada, levanta las partículas menores en forma de huracán de polvo dando lugar a la erosión cólica.

La superficie del suelo con su humus, su zooédafon y su fitoédafon, es un elemento esencial del que hay que mantener o au­mentar su fertilidad; cuando esta superficie se pierde por erosión, han de transcurrir siglos antes que vuelva a constituirse, a partir de la roca madre, otra similar.

El fenómeno de erosión del suelo no es siempre perjudicial; en las regiones tro­picales la eliminación de un suelo muy usado y poco productivo puede poner al descubierto una roca madre podrida, es decir, tierna y fértil en la que la vegetación tiene un buen comienzo, como ha ocurrido en el bajo Zaire.

4. VARIABLES QUE INCIDEN EN LA DESERTIZACIÓN EN EL MUNDO

Los factores que, en última instancia, determinan el sistema de erosión y por tanto, la desertización, son climáticos y geológicos. De ellos derivan otros como la vegetación, la litología, las pendien­tes, los suelos, la organización y tipo del sistema erosivo, etc. Estos se presentan interrelacionados, de forma que no son variables independientes a lo largo del tiempo, aunque se les pueda considerar como tales para un instante determinado o un período de tiempo muy corto.

La interdependencia real de los factores de control de erosión, junto con el amplio orden de magnitud de las escalas temporal y espacial en que se manifiesta el proceso y, por último, la variación del peso relativo de cada uno de los factores en cuanto a los diferentes rangos de escalas de tiempo y espacio que se consideren, configuran la gran complejidad y variedad de los estu­dios de erosión que se pueden ampliar a los de desertización.

4.1.El clima como principal variable

Del clima dependen los mecanismos físicos y químicos que actúan sobre la superficie del planeta; por otro lado, de­termina el agente erosivo viento, hielo, agua líquida (predominante en cada una de las grandes zonas climáticas). De esta forma, el clima se constituye en el factor de diferenciación más importante, a es­cala regional, de los procesos de erosión y desertización.

El clima fluctúa o varía a lo largo del tiempo. Estas variaciones ocurren a corto, medio y largo plazo. Recordemos que en el último millón de años, los geólogos han detectado del orden de diez episodios gla­ciales que afectaron a amplias extensiones continentales. El último gran retroceso de los glaciares ocurrió hace solo unos 11.000 años y, al fundirse una gran cantidad de hielo, se produjo una elevación generali­zada del mar, de hasta ciento cincuenta metros con respecto a 18.000 años atrás, en plena era glaciar.

Ello significó un cambio climático y del régimen de precipitaciones de am­plias zonas y un reajuste de los sistemas fluviales, con las consecuentes modifi­caciones en los procesos de erosión y sedimentación.

En estos últimos 10.000 años se co­nocen diferentes fluctuaciones climáticas y, en el último siglo, se sabe, gracias al aluvión de datos meteorológicos acumu­lados durante este período, de la enor­me variabilidad y contrastes climáticos existentes.

Otro tipo de variaciones climáticas de carácter cíclico, son las derivadas de los efectos estacionales, que influyen en la eficacia de los procesos de ero­sión, por los cambios que producen en las características de la vegetación, del suelo, de la frecuencia e intensidad de las precipitaciones y, en definitiva, en el ciclo hidrológico general. Existen otros tipos de variaciones climáticas, unas de carácter cíclico o, periódico, como las debidas a los cambios de actividad solar con períodos de once años a las que se establecen entre la sucesión día-noche, y otras de carácter no cíclico, como las que provienen de modificaciones en la transparencia de la atmósfera por aporte de partículas, cuyo origen no antrópico más importante son las explosiones vol­cánicas.

Se ha llegado a la conclusión de que la erosión, también llamada degradación específica, era función fundamental del clima y, más concretamente del régimen de lluvias. Este régimen de lluvias esta caracterizado por la relación p2 /P, don­de p simboliza la precipitación del mes más lluvioso expresada en milímetros, y P representa la precipitación anual, expresada también en milímetros. En esta relación, la erosión depende de la distribución y abundancia de precipita­ciones, de la altura media de la cuenca y de la pendiente media de dicha cuenca. Acorde con esa relación, las áreas con fuertes contrastes estacionales en el ré­gimen de precipitaciones y con lluvias muy irregularmente repartidas a lo largo del año serían altamente susceptibles a la desertización, como se comprueba en las áreas que bordean el Mediterráneo y, en general, en regiones semiáridas.

Mecanismo de erosión a partir de la precipitación

La caída de las gotas de lluvia dispersa separa las partículas del suelo, con los que se indica la pérdida del mismo. La eficacia de la lluvia en esa disgregación depende directamente de su energía cinética, es decir, de la masa de cada una de las go­tas y de su velocidad. Una gota de lluvia alcanza una velocidad límite, llamada ve­locidad terminal, que no puede sobrepasar y que, lo mismo que la masa, es función del diámetro de la gota. Ante la dificul­tad de evaluar directamente este diámetro, se recurre al registro de la intensidad de lluvia, que es la cantidad que cae en cada instante, dato que se puede obtener con el empleo de un pluviógrafo de registro continuo. Como existe una relación entre la intensidad de la lluvia y la distribución de las gotas que la componen por tamaños, quedan así relacionadas la intensidad de lluvia y la energía cinética.

Una de las relaciones más conocidas entre la precipitación y la pérdida de suelo viene dada por el producto entre la energía cinética de la lluvia y su máxima intensidad en 30 minutos. Este índice, que suele denominarse índice de erosividad por lluvia, o bien simplemente, E.I.30, se utiliza ampliamente, aunque no siempre ni por todos.

Una vez que el agua llega al suelo no sólo se produce erosión por el impacto de las gotas de lluvia. Cuando la intensidad de la lluvia supera la capacidad de infil­tración del terreno se forma la arroyada superficial. Si la pendiente o naturaleza del suelo es favorable, se irá producien­do una remoción más o menos uniforme del nivel u horizonte superficial, dando lugar a una erosión de tipo laminar. Si la arroyada se concentra, se abren pequeñas incisiones, que producen una erosión en regueros o surcos de tamaño centimétrico o decimétrico. Si estas incisiones progresan en profundidad pueden llegar al orden mé­trico o decamétrico; se crea de ese modo la erosión en cárcavas y barrancos, con lo que el problema se acentúa al verse atacada la misma roca madre sobre la que se asienta la formación superficial o el suelo.

4.2.La estructura del suelo variable incidente en la desertización

Los sedimentos no compactados ni cementados que requieren menor energía para su movilización y, por tanto, de más fácil erosión, son los limos y arenas finas. Los limos son sedimentos compuestos por partículas con tamaño de grano entre 4 y 62,5 mieras. Las arenas más erosionables corresponderían a las de tamaño de gra­no entre 62,5 mieras y 0,75 milímetros aproximadamente. Las partículas mayores requieren una fuerza también mayor para ponerlas en movimiento. Los sedimentos con tamaños de partícula inferiores a las cuatro mieras están compuestos mayori-tariamente por minerales arcillosos, con lo que ya no se comportan como siste­mas dispersos; presentan propiedades cohesivas debido a sus cargas eléctricas. De esta forma, los suelos con altos con­tenidos en partículas de tamaño de limo son bastante erosionables frente a otros tipos de suelos.

No existe, sin embargo, un criterio único de susceptibilidad a la erosión del suelo en función del tamaño indivi­dual de sus componentes. Para algunos autores, los suelos con un contenido en limo entre 40 y 60 por ciento son los más erosionables. Otros prefieren examinar la susceptibilidad a la erosión en función del contenido de arcilla; los suelos con una reducida fracción arcillosa, entre el 9 y el 30 por ciento, serían los más vulnerables a la erosión; ya que las partículas de arcilla, al combinarse con la materia orgánica, forman agregados estables debido a los fuertes lazos que existen entre sus coloi­des. La estabilidad de estos agregados determinaría la resistencia del suelo. En general, dicha estabilidad depende del tipo de mineral arcilloso presente. Las ilutas y esmectitas desarrollan agregados con facilidad, pero su estructura abierta hace que cuando se humedecen y secan se produzcan procesos de hinchamiento y retracción, lo que da lugar a grietas que facilitan la incisión por el agua. Otros minerales arcillosos, como la caolinita, de estructura más cerrada, oponen mayor resistencia a la erosión.

4.3.Las características geológicas como variable incidente en la desertización

El conjunto de ios aspectos geológicos que intervienen en la intensidad y hete­rogeneidad de la erosión y desertización de un territorio son fundamentalmente, dentro de una perspectiva amplia, la litolo-gía, la tectónica y el modelo morfológico (resultado este de la interrelación de los dos primeros con el clima) constituyen los aspectos prioritarios.

Litologia

De la lítología depende directamente la resistencia de los distintos materiales, así como su capacidad de infiltración, que condiciona la generación de escorrentía. En las zonas calcáreas, constituidas ma-yoritariamente por calizas y dolomías, la erosión, que da lugar al modelado kárstico, se produce por disolución; se registra en ellas altas tasas de infiltración y escaso desarrollo de la red de drenaje subaérea. En rocas graníticas y conjuntos metamórfi-cos poco meteorizados, la erosionabilidad intrínseca de los materiales puede ser baja, aunque la red de drenaje se ramifica y ahonda, a veces.

Pero las mayores condiciones de ero­sionabilidad convergen en formaciones limo-arcillosas y en margas; se dan tam­bién condiciones propicias para la erosión en conglomerados arenosos con matrices arcillosas, en areniscas débilmente cemen­tadas, en formaciones arenosas derivadas de la destrucción de granitos, en materia­les piroclásticos, así como, en general, en rocas disgregables o meteorizadas, especialmente en aquellas en las que en el proceso de desintegración de la roca se libera un alto porcentaje de arcillas.

En la mayoría de estos tipos litológicos erosionables pueden aparecer áreas carac­terísticas denominadas malas tierras o badland, laderas naturales intensamente abarrancadas, con vegetación muy dispersa o inexistente y no apta para la agricultura. Se las ha supuesto originadas por procesos fluviales y definidas por una densa red de drenaje que da vallecitos en uve, interflu-vios estrechos y laderas abruptas, que a menudo terminan en superficies planares de suave pendiente. A estas áreas se las venían atribuyendo unas altas tasas de erosión, aunque actualmente se ha com­probado que pueden presentar tasas de erosión muy variables, incluso notable­mente bajas. Pero el término badland se ha generalizado hasta incluir otras áreas en las que los procesos de sufusión (for­mación de conductos o túneles naturales en el suelo o en depósitos poco o nada consolidados por lavado y erosión sub-superficial. al desarrollarse importantes gradientes hidráulicos) y movimientos en masa se combinarían con procesos fluviales para engendrar una topografía rugosa y accidentada.

Aunque el papel de la sufusión es geomorfológico e hidrológico no es co­nocido en las áreas de badlands, y allí puede convertirse en el proceso denuda-cional más importante.

Tectónica

La evolución tectónica determina la distribución de las grandes unidades mor­fológicas, condicionando la distribución de los relieves y la energía de los mismos. Podemos considerar tanto más energético un relieve cuanto mayor sea su diferencia de altura o desnivel con respecto a la zona donde se acumula el sedimento originado por la destrucción de ese relieve, temporal o definitivamente. Entre las zonas con más altas tasas de erosión figuran las regiones montañosas de los Andes, Himalaya, Karakorum y Rocosas, de las que se estiman tasas medias de rebajamiento por erosión de hasta casi 100 cm. por cada mil años, mientras que la atribuida al resto de las tierras bajas continentales no alcanzaría ni 10 cm. de media cada mil años.

Además, la actividad tectónica reciente, o neotectónica, promueve rejuvenecimien­to en el relieve que aumentan bastante la erosión y la creación, consecuentemente, de nuevos depósitos. Se presenta así un factor añadido que provoca aceleraciones en la erosión en regiones donde, por su fuerte energía de relieve, poseían ya una alta proclividad a la erosión. Las acumu­laciones generadas por la destrucción de estos relieves, inestables a menudo y con escasa o nula compactación, se erosionan con facilidad.

La tectónica condiciona la situación y características de las principales cuencas de drenaje. Las características de los distintos sistemas fluviales son reflejo de una seria de variables interrelacionadas e interdependientes entre sí: clima, geolo­gía, morfología y tamaño de las cuencas de drenaje, tipos de suelos, vegetación y usos de territorio. Todas estas variables configuran el régimen hidrológico y por lo tanto la cantidad y tipo de material erosionado.

4.4.Variables introducidas por el hombre.

La expresión erosión acelerada sinte­tiza los efectos de la erosión antrópica. La erosión acelerada del suelo ocurre cuando se adopta un tipo inapropiado de uso del territorio o se modifican algunos de los factores de control de la erosión en el sen­tido de aumentar la misma. Estas modifi­caciones pueden ser directas e inmediatas, como cuando se arranca la cubierta vegetal en suelos altamente erosionables, se hará a favor de la pendiente, o se construyen carreteras y autopistas, que disminuyen la capacidad de infiltración de la zona y se constituyen en vías alternativas de drenaje, obliterando los sistemas naturales de drenaje.

Otras veces, la actividad humana incide en los procesos erosivos de forma menos clara y a más largo plazo, como ocurre en sus complejas interacciones con el clima.

En este sentido, avanzamos hacia un ensanchamiento de las zonas áridas sub­tropicales por el efecto de calentamiento atmosférico. Si la agricultura y el pastoreo se extienden hacia zonas marginales, con baja pluviosidad o suelos pobres, se agra­va el problema, aumentando la erosión y acelerando la desertización.

Como se ha indicado anteriormente una de las causas que inciden más directamen­te en la desertización es el sobrepastoreo, que provoca la escasez progresiva de la vegetación. El aumento del pastoreo se debe al aumento de los rebaños gracias a los progresos de la veterinaria, a la progresión demográfica y a la disminu­ción, en beneficio de los cultivos, de las superficies tradicionalmente destinadas al pastoreo.

La disminución de los pastos en bene­ficio de los cultivos se acrecenta debido a los bajos rendimientos obtenidos por estos últimos, lo que obliga a extenderlos sobre superficies cada vez mayores.

El laboreo de secano (dry farming), es otra de las causas que inciden notablemente en la desertización. Abundantes cosechas se pueden conseguir con este método que permite conservar y economizar el agua del suelo al mantener éste muy ligero en la superficie, de manera que se impide la ascensión del agua por capilaridad, y con ello su evaporación; cuando llega un período seco, el suelo, arado en su super­ficie o pisado por el ganado, se transforma en polvo y es arrastrado por el viento, causando un verdadero desastre y trans­formando regiones fértiles en paisajes desérticos con dunas.La utilización excesiva de la madera como combustible y materia prima para la fabricación del papel, son las razones más importantes de la desaparición de las especies leñosas, que desempeñan una función especial en la conservación del ecosistema y como forraje.

El anhídrido sulfuroso (120 millones de toneladas quedan libres cada año en la atmósfera mundial, y de ellas cuatro mi­llones proceden de Alemania occidental, y un millón de Bélgica) produce la clorosis y necrosis de las hojas de las plantas; se disuelve en la lluvia en forma de ácido sul­fúrico, de modo que dicha agua se acidifica (pH hasta 4) y se hace corrosiva (lluvia acida) para las construcciones humanas y para los suelos, que se podsolizan (empo­breciéndose); la producción forestal puede verse profundamente afectada, siendo ésta una de las variables que más inciden en la desertización.

La acción del FH y SO, sobre la vege­tación se ejerce sobre territorios a menudo muy extensos, aunque a veces los síntomas no son visibles de inmediato (pérdida de producción). Los pinos silvestres, las piceas y los abetos son particularmente sensibles (empardecimiento y pérdida de las acículas), afectándose miles de hectá­reas en Europa central. Otra causa es la disminución de las disponibilidades de agua subterránea, a consecuencia de un descenso de la capa freática o de una disminución de su caudal, los vegetales pasan dificultades.

Desde hace algunas décadas se constata. de un modo general en diversos puntos del globo, que los recursos hídricos del suelo y el subsuelo disminuyen, descendiendo o agotándose las capas freáticas, y disminu­yendo el caudal de fuentes y manantiales. Se trata de una consecuencia de la progresiva desaparición de la cobertura vegetal y de la consiguiente erosión del suelo; la arroyada aumenta cada vez más y el agua va directamente a los ríos, sin alimentar las capas subterráneas.

La urbanización cubre el suelo de las ciudades, las carreteras, las vías férreas, las instalaciones industriales, los aeró­dromos, etc., con un revestimiento más o menos impermeable que a menudo permite recoger la totalidad de las precipitaciones recibidas en cloacas que desembocan di­rectamente en ríos o en el mar; se puede estimar en 1.000.000 de km2 la superficie mundial que de este modo queda impedi­da de recibir la infiltración del agua de lluvia.

Otra causa es la enorme utilización de agua con fines domésticos e industriales; los suministros de agua, cada vez más soli­citados por quienes toman un baño o lavan su automóvil cada día, agotan las capas en las que se realizan las tomas.

La irrigación exagerada y mal conduci­da provoca la salinización. La sal abunda en las zonas áridas, y a menudo el agua que se acumula en las depresiones es muy salada. Se desarrollan costras de yeso. En el estudio biológico de los desiertos, se añade, al problema clave de la resistencia a la sequía, el de la resistencia a dosis tóxi­cas de sal, tan sólo algo menos importante. De 200 millones de hectáreas irrigadas en el mundo, alrededor de un 0,1% se pierde anualmente por exceso de salinidad.

Los climas manifiestan periodicidades rítmicas; los períodos húmedos vienen seguidos por períodos secos. Ante la disminución del rendimiento de muchos ecosistemas o el pastoreao con especies resistentes (cabras, etc.), el hombre los ha apurado más, provocando su desertización mediante el fuego por esta causa. De este modo, el desierto ha aumentado 2.400 km, de norte a sur, en cuatro mil años. Finalmente haremos alusión a un tipo de desertización curiosa “la liquénica”. Se produce por los aerosoles procedentes de la combustión del carbono que poco a poco, enriquecen la biosfera de metales pesados tóxicos (pb, Hg) y del petróleo, del tostado de minerales y de la fusión de metales (Pb, Zn, Cu, Cd). Su acumu­lación en las zonas contaminadas puede ir seguida por la progresiva desaparición de los liqúenes epífitos que colonizan troncos y ramas de árboles. Este proceso es tan común que de hecho se usan como bioindicadores.

5. ZONAS EN ESPAÑA MÁS AFECTADAS POR LA DESERTIZACIÓN

Si se ve el mapa de erosión en el mundo referido a los sedimentos en suspensión evacuados por los ríos, y que es un buen índice de desertización, nuestro país se encuentra en cotas alarmantes entre las 50 y 250 toneladas por Km2.

España es el país en Europa más claramente afectado por el proceso de desertización junto con Dinamarca. La degradación se debe especialmente a fenómenos de erosión hídrica. Aunque los datos disponibles discrepan, algunas estimaciones consideran que de un vein­ticinco a más de un treinta por ciento de la superficie de España sufre fenómenos de erosión graves o fuertes; y una erosión moderada o apreciable afectaría a otra im­portante extensión, entre un treinta y más de un cuarenta por ciento. Climáticamente la Península Ibérica pertenece al dominio de zona templada, recibiendo la influencia de las masas de aire subtropical marítimo, mediterráneo, continental y, sólo de forma marginal, las borrascas atlánticas de la circulación general atmosférica asociadas al frente polar. Pero la orografía incide de manera decisiva, al desviar y modificar los flujos de aire húmedo del norte y no­roeste, creando zonas pluviométricamente muy secas, como las grandes cuencas del Ebro, Tajo y Duero (Figura 6). Además, la situación de las cordilleras periféricas favorece la torrencialidad de las cuencas hidrográficas limitadas entre ellas y el mar. Con esta configuración, se estable­ce una gran irregularidad en el régimen de precipitaciones, tanto espacial como temporalmente, con máximos pluviomé-tricos en cuencas de vertiente atlántica y mínimos en las grandes cuencas y en la región mediterránea sureste. Sin embar­go, los máximos de precipitación diaria se localizan en la vertiente mediterránea, encontrándose importantes valores en los índices medios anuales de p2 /P y E.I.30. Las condiciones semiáridas, e inclu­so áridas, de extensas zonas de grandes cuencas y de parte de otras cuencas medi­terráneas proporciona un equilibrio frágil para el desarrollo de la vegetación, que además ha desaparecido en gran medida a lo largo de los siglos por la intensa ocu­pación humana.

Las avenidas e inundaciones se suceden, con especial importancia, en todo el este y sureste, y con ellas una gran movilización de material. La pérdida del suelo agrava las inundaciones. Las avenidas incrementan la pérdida del suelo. España presenta una problemática de particular envergadura en lo referente a las avenidas, principalmente en el litoral cantábrico y todo el margen mediterráneo. Las avenidas, al ponerse una gran cantidad de agua en movimien­to, aceleran la erosión y las pérdidas de suelo cultivable. A su vez, los importantes caudales sólidos incorporados como con­secuencia de la erosión del suelo, agravan los efectos destructivos de las avenidas, en un proceso de feed-back difícil de frenar. Un suelo, desprovisto de vegetación, de-forestado, disminuye en su capacidad de infiltración de agua, al mismo tiempo que se incrementa la velocidad de circulación del agua de escorrentía,

La tectónica, generadora de relieves, ha dado lugar a una disposición preferente­mente periférica de los mismos, impide la penetración de aire húmedo al interior con lo que se llega a situaciones climáticas (de tipo continental), hidrológicas (sequedad pluviométrica) y de energía de relieve, en extensas áreas, altamente favorables a la erosión, acentuándose en algunos casos, como ocurre de forma especial en las Cor­dilleras Béticas con la actividad neotectó-nica. La propia evolución geomorfológica a lo largo del Cuaternario, dio lugar en los sectores más secos, a la formación de depósitos (abanicos, glacis,…) fácilmente erosionables y a vertientes prácticamente desnudas de suelos.

Por otra parte la importante extensión que ocupan los materiales arcillosos, principalmente en las grandes cuencas, así como distintas formaciones superficiales poco o nada consolidadas, favorecen los procesos de abarrancamiento por arroyada y el desarrollo de áreas de badlands, zonas en las que la desertización es grave y difí­cil de detener. Los materiales arcillosos y limosos, fácilmente erosionables, ocupan una gran parte de las cuencas terciarias.

Comunidad

Autónoma

Grado de erosión grave

Murcia

47,7 % (de su extensión)

Andalucía

40,7 % (de su extensión)

Madrid

37,7 % (de su extensión)

Castilla-La Mancha

30,4 % (de su extensión)

Aragón

28,8 % (de su extensión)

Valencia

28,6 % (de su extensión)

Extremadura

27,4 % (de su extensión)

Canarias

26,8 % (de su extensión)

En nuestro país existen grandes zonas en las que la vegetación ha sido elimi­nada o profundamente modificada por la actividad humana, propiciando con ello la extensión e intensificación de los procesos erosivos. En muchos lugares la erosión a lo largo de la historia ha sido tan intensa que la situación actual es irreversible, de modo que ya no podría volver a instalarse la vegetación que en su día hubo en dicho lugar.

Por comunidades autónomas los grados de erosión y desertización se reparten se­gún se indica en la tabla 1.

El resto de las comunidades están por debajo de estos valores, por lo que se pue­de afirmar que son estas regiones las más amenazadas por la erosión y desertización en España.

En la Comunidad Autónoma de An­dalucía destaca de una forma especial el Desierto de Tabernas en la provincia de Almería con sus 11.625 hectáreas situado entre las sierras de Filabres y Alhamilla, de escasa pluviosidad, 130 mm. anuales. El sustrado se compone de margas y areniscas del mioceno, causantes de la aridez. La falta o escasez de cobertura vegetal se debe, además, a la particular climatología imperante con una precipi­tación anual media de tan sólo 250 mm., y fuertes variaciones interanuales e inter­mensuales. La media de la época estival se sitúa en 43’C y la del invierno en 4°C. Buen reducto de fauna esteparia como la graja, el alcaraván.

En la región sudoriental de Navarra existe una comarca de poco más de 400 km de extensión, entre los márgenes de los ríos Ebro y Aragón, denominada Las Bárdenas. No se trata de una región uni­forme, pues está constituida por diferentes materiales: las margas, arcillas o yesos forman la Bárdena tabular mientras que en la Bárdena plegada dominan los bancos calcáreos. Las precipitaciones, escasas y de tipo torrencial desecan la región. La vegetación natural es pobre y es claro signo de la aridez ambiental.

En la depresión central de Aragón existe una comarca de 95.000 hectáreas, limitada por los ríos Ebro, Gallego y Cinca llama­da Los Monegros. Es un territorio árido y sernidesértico, formado por una gran llanura de arcillas yesíferas miocénicas, profundamente abarrancadas por las aguas torrenciales. El centro de la comarca se halla accidentado por el abombamiento de la Sierra de Alcubierre, donde unas calizas equivalentes a las de los paramos de la meseta recubren las arcillas.

El régimen hídrico es espasmódico y endorreico, formándose frecuentes lagunas saladas temporales, en algunas de las cuales se llega a explotar la sal común, en verano, y la mirabilita, en invierno.

Existen comunidades de animales este­parios muy interesantes y a la vegetación típicamente subdesértica, hay que añadir la propia de las zonas húmedas, como las espaldañas, los juncos y los carrizos.

Otras zonas afectadas por la erosión y desertización en nuestro suelo, como en La Mancha, Extremadura y Levante, tienen más o menos las mismas características que las reseñadas anteriormente, pero su extensión es mucho menor.

6. MEDIDAS DE PREVENCIÓN Y CORRECCIÓN

Son muchas las medidas de prevención y corrección para evitar la desertización, sobre todo, si descendemos a pequeño detalle. Resaltaremos las más importan­tes que se llevan a cabo en las comarcas antes citadas.

En el desierto alménense (Tabernas), la gran medida de prevención ha sido de­clararlo en el año 1989 Parque Nacional con todos los proteccionismos y planes de rehabilitación que esto conlleva. Además se ha establecido un plan de regadío que permite ya en algunas zonas la cosecha de cereales y olivos, también el esparto en secano, de cualquier forma, las duras condiciones y la extensión hace muy difícil establecer en esta zona un plan que consiga recuperar la totalidad del terreno.

En la Bardena tabular, en vías de trans­formación, se ha aplicado un plan de rie­gos, basado en el embalse de Yesa, sobre el Aragón, y en el canal de las bárdenas que llega hasta las proximidades de Ejea de los Caballeros, en las Cinco Villas, teniendo en cuenta que la base económica de esta comarca es eminentemente cerealista y ganadera.

El plan de riegos del alto Aragón se planteó corno una obra conjunta con el plan de regadío de Las Bárdenas, de tal manera que dicho plan llegara hasta Los Monegros, con una red de aprovechamien­tos hidráulicos con base en los embalses de Yesa, Mediano y El Grado, sobre el Cinca y otros apoyos intermedios como los embalses de Ardisa y de Sotonera, en el gallego, que alimentan los canales de Monegros y Monegrillos. En la actualidad se ha puesto en regadío toda la parte norte de los Monegros y se está trabajando en la parte sur.

En líneas generales en nuestro país se llevan a cabo medidas de prevención y corrección contra la desertización en tres líneas:

– Conservación de suelos en la agricul­tura.

– Recuperación de zonas erosionadas.

– Control de la erosión originada por obras lineales.

6.1.Conservación de suelos en la agricultura

El uso correcto de la tierra es el mejor medio de control de erosión.

El control de la erosión en las tierras cultivadas suele hacerse simultáneamente con el cultivo de las mismas, por lo que el mejor medio de controlar la erosión es procurar a cada tipo de tierra un uso com­patible con sus características, para que de este modo pueda lograrse una producción alta y mantenida en el tiempo. Para poder realizarlo, lo primero que hay que conocer son las limitaciones que presenta cada tipo de tierra para los distintos usos, lo que nos indicará cual es la gama de usos posibles para un tipo de tierra dado y los problemas que pueden presentarse. En la actualidad existen varios sistemas de clasificación de tierras para su evaluación.

Esto significa que cuando se aplica uno de estos sistemas de clasificación a una zona actualmente en cultivo o con un aprovechamiento agropecuario o, forestal dado, el resultado puede ser la necesidad de adoptar sistemas de conservación de suelos en muchos casos y en otros mu­chos la necesidad de cambiar los usos o los aprovechamientos actuales para poder mantener la capacidad productiva del suelo dentro de sus posibilidades.

Una de las primeras cosas a realizar será “evaluar el suelo”, uno de los sistemas es el de “Clases de Capacidad del Suelo”.

Además se pueden abordar otras acti­vidades como: la siembra directa, sistema actualmente en ensayo y con muy buenas perspectivas de cara a la conservación del suelo (se está empleando en Navarra). La implantación del nuevo cultivo se suele hacer con restos de la anterior cosecha en superficie, por lo que la superficie del suelo queda protegida a la erosión. Tam­bién el cultivo de viñas en terrazas como el realizado en Mendexa (Vizcaya). Dado el arado superficial que se recomienda en zonas de Castilla y León junto con vol­ver a usar el barbecho y la rotación (La Rioja).

6.2.Recuperación de zonas erosionadas

Hemos de tener en cuenta que la recu­peración es siempre rentable a medio y largo plazo.

En zonas con problemas de erosión más o menos graves, se trata de frenar o detener los procesos erosivos que están teniendo lugar y poner los medios para que se regenere el suelo de las zonas ero­sionadas. Muchas veces la regeneración de un suelo erosionado es lentísima y lo que se busca es aumentar la infiltración y frenar la circulación y la velocidad del agua de escorrentía, y así reducir la carga de sedimentos de la misma.

Estos planes de recuperación de zonas erosionadas son especialmente importan­tes en áreas con problemas de avenidas así como en las cuencas de recepción de embalses, para poder retardar la circula­ción y reducir el volumen de las aguas de escorrentía, con lo que al mismo tiempo el volumen de sedimentos arrastrados es también menor.

Así mismo, es fundamental el control de la erosión en zonas donde el problema está muy localizado, para evitar su extensión y profundización.

6.3.Control de la erosión originada por obras lineales

En la construcción de obras lineales deben de preveerse los problemas de ero­sión a los que pueden dar origen.

En numerosas ocasiones la realización de obras civiles, especialmente las obra lineales, son origen de procesos erosivos que se extienden a partir de las mismas. Esto es debido a que los cortes en las la­deras muchas veces son origen de regue­ros o cárcavas, o de deslizamientos, si los materiales son sensibles a estos tipos de erosión o las pendientes generadas presen­tan más de 15% de inclinación. También la acumulación de aguas de escorrentía por dichas obras y su posterior evacuación concentrada en algunos puntos suele ser origen de problemas.

Las obras lineales que generalmente originan problemas de este tipo son los caminos rurales, pistas y vías de saca de madera, que por razones de economía suelen presentar frecuentemente los si­guientes tipos de deficiencias: pendientes excesivas, falta de cunetas y aliviaderos de agua insuficientes, taludes inestables, etc. En este sentido se economizará más realizando obras bien hechas y estables aunque el costo de la construcción sea mayor, que obras baratas con problemas de estabilidad, mantenimiento caro y que sean origen de procesos erosivos.

6.4.Medidas generales de prevención en Europa

La fuerza destructora de las aguas sal­vajes puede ser reducida mediante presas, y transformada en electricidad: la electri­cidad puede alimentar mejores técnicas agrícolas, y el agua ser racionalmente utilizada para el regadío. El agua puede ser almacenada en embalses y utilizada luego mediante técnicas de irrigación.

Estas obras de ingeniería se combinan con progresos en las técnicas agrícolas, la base de los cuales, de todas formas, se remonta a los tiempos más antiguos, a saber:

– Repoblación de las cimas de las coli­nas denudadas, o conservación de los bosques que todavía pueden existir de este modo se regulariza la circu­lación del agua en las pendientes, lo que permite retener el suelo e impedir las avalanchas de tierra o sus desli­zamientos.

– Plantación de setos o vallas de árbo­les para actuar de parapetos contra el viento.

– Cultivos en terrazas, frecuentemente sostenidos por muros de piedra o por setos.

– Labor racional mediante trazado de los surcos siguiendo las curvas de nivel.

– Fijación de los suelos arenosos movi­bles, y a veces móviles, mediante plan­tas de raíces abundantes y profundas (pinos, robinias, gramíneas arenícolas, etc.).

– Protección de la superficie del suelo mediante materiales muertos (productos químicos, broza, estiércol) o vivos (planta recubridora, preferentemente alimenticia para no perder nada), cultivada entre las hileras o pies de la planta principal.

– Elección de las plantas que se culti­van.

– Control estricto de ciertos métodos agrícolas, particularmente el laboreo de secano.

Este aprovechamiento de las tierras salvajes o incultas debe estar precedido por una prospección fitosociológica y eda-fológica. Hay que realizar mapas, mapas de suelo, de vegetación real, de vegetación potencial, de territorios ecológicos, de uti­lización agrícola y forestal del territorio, de zonas dignas de protección, etc.

En conclusión: los mejores suelos y las zonas fácilmente irrigables se culti­van totalmente en la actualidad. Utilizando suelos menos ricos en los que sea posi­ble la irrigación, se puede esperar, como máximo una duplicación de las superficies cultivadas.

Carta Europea del Suelo

Con el fin de preservar de la erosión y desertización aquellas zonas que puedan ser afectadas, se ha establecido la de­nominada Carta Europea del Suelo que comprende doce puntos a saber:

– El suelo es uno de los más preciados activos de la humanidad. Permite a las plantas, a los animales y al hombre vivir en la superficie de la Tierra.

– El suelo es un recurso limitado, fácil­mente destruible.

– La sociedad industrial utiliza la tierra para la agricultura, así como para la industria y para otros fines. La política de ordenación del territorio debe con­cebirse en función de las propiedades del suelo y de las necesidades de hoy y mañana.

– Agricultores y silvicultores deben apli­car métodos que preserven la calidad del suelo.

– El suelo debe de ser protegido contra la erosión.

– El suelo debe de ser protegido contra la contaminación.

– El desarrollo urbano debe ser planifi­cado de manera que se cause el menor daño posible a las áreas limítrofes.

– En los proyectos de ingeniería civil, deben ser evaluados los efectos sobre las tierras limítrofes, de manera que se puedan tener en cuenta en los costes las medidas de protección adecua­das.

– Es indispensable un inventario de los recursos del suelo.

– Se requieren nuevas investigaciones y colaboración interdisciplinar para asegurar el correcto uso y la conser­vación del suelo.

– La conservación debe ser enseñada a todos los niveles y ser mantenida en sumo grado en la mente del público.

– Los gobiernos y todas aquellas per­sonas con autoridad deben impulsar medidas específicas para planificar y administrar los recursos del suelo.

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