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Tema 41 – Nacionalismo y liberalismo en la Europa del siglo XIX.

I. Introducción.

Con el sistema político de la Restauración, que parecía sólidamente montado, Europa comenzó a andar en 1815 camino de la reconstrucción tras las guerras. El sistema pareció, en un primer momento, funcionar con eficacia: había paz, las grandes potencias se reunían periódicamente en Congresos… sin embargo, aunque si es cierto que hubo paz entre los Estados, eso no quiere decir que fueran años de tranquilidad porque todos los países sufrieron disturbios y agitaciones más o menos frecuentes motivados por una oposición a la que se pretendía aplastar o ignorar.

La oposición actuaba siempre en la clandestinidad, organizándose en sociedades secretas, como la de los carbonarios. Eran miembros de estas sociedades oficiales, estudiantes, burgueses, minorías cultas herederas del pensamiento ilustrado que se consideraban a sí mismas como salvadoras de sus contemporáneos frente a la opresión. Ellos eran quienes redactaban y difundían los folletos y panfletos, quienes movían a los elementos populares.

Esta oposición manejaba como argumentos de oposición dos grandes ideas o sentimientos supervivientes de la época revolucionaria y ahora oprimidos por el sistema de la Restauración: El liberalismo y el nacionalismo.

II. El liberalismo.

II.1. Antecedentes ideológicos.

Es un conjunto de ideas que expresan un modelo político, económico y un concepto del mundo y de la sociedad.

El liberalismo tiene como antecedentes teóricos al filósofo Locke (1632-1704) que se opone absolutismo, defendiendo formas de gobierno basadas en la voluntad de la mayoría, la igualdad ante la ley y el derecho natural racionalista que defiende las libertades individuales.

Montesquieu (1689-1755) propone una monarquía constitucional, como forma de gobierno, en la que se garanticen las libertades personales a través de la separación de poderes.

También influirá en la formación de la ideología liberal J.J. Rousseau (1717-1778) que se manifiesta a favor de una sociedad democrática, donde los gobernantes tienen que ser servidores del pueblo ya que el Estado había sido creado para defender la libertad de los hombres y al pueblo le correspondía, por tanto, ejercer el poder. Los gobernantes no eran más que los delegados de la voluntad general del pueblo, en busca del bien común de la justicia.

II.2. Objetivos del liberalismo.

En líneas generales buscaban una participación en la marcha del Estado a través del sufragio y de la representación parlamentaria y la salvaguarda de las libertades públicas e individuales garantizadas en una Constitución.

La libertad – decía Constant, uno de los teóricos del liberalismo,- es el derecho que cada uno tiene a estar sometido sólo a las leyes. Es el derecho que tienen todos a expresar su opinión, a seguir sus inclinaciones, a trasladarse de un lugar a otro, a asociarse. En estas palabras se recoge el amplio catálogo de reivindicaciones en las que coincidía todo el pensamiento liberal.

El liberalismo intentará conseguir su aspiración de libertad, concretándola en los siguientes puntos:

· Libertades personales, que en aquella época se concretan sobre todo en la libertad de conciencia, de religión e imprenta, además de considerar dentro de estas libertades la igualdad jurídica.

· División de poderes según los principios de Montesquieu.

· Derecho de los ciudadanos a participar en la actividad política, directamente o a través de representantes elegidos.

· Libertad económica. Sin control del Estado.

Sin embargo no podemos decir que haya una homogeneidad total en el pensamiento liberal sino que se presenta una amplia gradación del más al menos, de los que se conforman con poco a los que exigen mayor libertad.

Aunque todo el pensamiento liberal coincidía en su oposición al absolutismo y en su exigencia de una Constitución, y de una representación parlamentaria, no había sin embargo, acuerdo a la hora de establecer el grado de participación deseable en la vida política.

Para unos, los más radicales, la participación debía ser total a través de unas elecciones democráticas, es decir, por sufragio universal. Intentan llevar hasta sus últimas consecuencias los principios igualitarios y de soberanía popular.

El movimiento democrático, propio de la pequeña burguesía (artesanos, pequeños comerciantes, ciertas profesiones liberales) irá paulatinamente ganando fuerza. En España se imponen en la Constitución de 1869 y definitivamente en 1885, con el gobierno de Sagasta a la muerte de Alfonso XII.

Aunque consiguió hacer triunfar algunos de sus principios a partir de 1848, el movimiento democrático fue duramente reprimido durante la etapa de la Restauración.

Para otros la participación popular debía ser muy limitada y siempre moderada por el Rey quien se consideraba que compartía la Soberanía con el pueblo y a quien se reservaban poderes extraordinarios como el de disolver el Parlamento. Estos eran los hombres del llamado liberalismo doctrinario. Para ellos, la libertad era un bien exigible para unos pocos, elementos selectos de la sociedad, los que tenían una propiedad que defender. Tratan de armonizar los principios liberales con los poderes tradicionales.

El doctrinalismo refleja la ideología de la alta burguesía , está presente durante el reinado de Luis Felipe de Orleans en Francia y aparece también en la Constitución moderada de 1845 en la España de Isabel II.

Entre unos y otros había una amplia gradación entre los que se conformaban con un sufragio censatario de base más o menos amplia.

Durante el período de la Restauración, el liberalismo más moderado tuvo una existencia reconocida constituyendo una oposición tolerada.

El liberalismo es también una doctrina económica según la cual el Estado debe organizarse de tal modo que garantice las libertades individuales y la propiedad privada pero no debe intervenir en la marcha de la economía que se rige a sí misma por leyes propias, el libre juego de la ley de la oferta y la demanda.

III. El nacionalismo.

III.1. Orígenes

Los orígenes del pensamiento nacionalista habría que situarlos entre las consecuencias de la revolución francesa y de la expansión napoleónica por Europa.

Durante el antiguo régimen la identificación nacional se hacía a través de los monarcas. Se luchaba y se moría en nombre de un rey, pro variados que fuesen sus reinos. Con la revolución francesa entra en crisis la legitimidad monárquica, y se sustituye la fidelidad al rey por la fidelidad a la nación. Con esto, crece el interés por encontrar una identidad territorial, lingüística y humana en la ordenación de los territorios.

El imperio napoleónico, al reorganizar los países de Europa, rompiendo los vínculos tradicionales, pone en contacto entre sí a diferentes poblaciones que destacan su diferenciación como un rechazo al intento de asimilación imperial.

En la Europa de la Restauración el nacionalismo es un movimiento crítico con la división de Europa artificial.

Históricamente, el intento de construir un Estado en cada nacionalidad suele estar dirigido por la burguesía, que intenta reservarse su propio mercado interior.

3.2. La ideología nacionalista.

El nacionalismo se basa en el concepto de soberanía nacional y en el uso del derecho a la autodeterminación de los pueblos, es decir, que la legitimidad de un gobierno viene dada por la voluntad general de una población con intereses comunes. Los principios de libertad difundidos por la revolución francesa se empiezan a aplicar también a los pueblos, concretándolos en el derecho que tienen a elegir a sus propios gobernantes y la forma de gobierno.

Pueden ser elementos de diferenciación de las nacionalidades: el espacio geográfico, la lengua, la religión, las costumbres y la historia común, la etnia, etc.

Entre los pensadores que aportaron una base teórica al nacionalismo se pueden señalar a Herder (iniciador de la idea de nacion-pueblo, grupo histórico frente al Estado artificial), Rousseau o Ficte, pero por su influencia, sin duda, los más importantes fueron Hegel y Mazzini.

III.2.1. El nacionalismo democrático.

Tanto Herder como Ficte podrían ser considerados como predecesores de Mazzini y del movimiento nacionalista liberal y democrático.

Mazzini (1805-1872) reconcilia el nacionalismo con el liberalismo revolucionario más democrático. Mazzini creía que la construcción del nuevo Estado había de salir de la voluntad popular. Para él la idea nacional lleva implícita la libertad de los pueblos y la soberanía nacional

Michelet, al igual que Mazzini asocia estrechamente la nación con la libertad defendiendo, como medio lícito de conseguirla, la revolución.

III.2.2. El nacionalismo conservador

El nacionalismo conservador defiende la fijación de fronteras nacionales trazadas en la existencia de comunidades ligadas por la etnia y la lengua y basadas en el mantenimiento de las tradiciones y el orden social vigente.

Hegel (1770-1831). Concibe la comunidad nacional como un todo unitario, en el que los individuos carecían de derechos, a no ser a través del Estado. Mantiene que las naciones tienen una misión histórica que cumplir en el sentido de la lucha y la oposición a las demás naciones.

III.3. El nacionalismo tras el congreso de Viena.

Del Congreso de Viena habían surgido:

1. Dos nacionalidades divididas: Alemania (en 39 Estados independientes) e Italia (en siete).

2. Dos Estados plurinacionales: El imperio austríaco (en el que convivían alemanes, checos, eslavos, polacos, eslovenos, croatas, serbios, húngaros, rumanos e italianos) y el Imperio Otomano (turcos, búlgaros, griegos, serbios, albaneses y rumanos).

3. Nueve nacionalidades directamente sometidas a otras: Irlanda a Gran Bretaña, Noruega a Suecia, Los ducados alemanes de Schleswig y Holstein a Dinamarca, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia a Rusia (aparte de las dos porciones de Polonia repartidas a Prusia y Austria).

Sin embargo, aunque los movimientos nacionalistas estallaron frecuentemente y con violencia en la primera mitad del siglo, no comenzaron a tener éxito hasta después de 1850.

IV. Las revoluciones de 1820

El Espíritu de Viena se puso a prueba, por primera vez, con la oleada de agitaciones producidas en 1820. Estas agitaciones adoptaron la fórmula del pronunciamiento, es decir, que un jefe militar, apoyado por un número mayor o menor de oficiales impregnados de ideas liberales se pronunciaba a favor de la Constitución y en contra del poder absoluto. Sus tropas, acostumbradas a la obediencia directa a sus oficiales les seguían. Los jefes de estas conspiraciones solían planear sus pronunciamientos de acuerdo con las sociedades secretas a las que muchas veces pertenecían.

IV.1. Las revoluciones fracasadas.

En enero de 1820 el comandante Riego se pronunciaba en Cádiz a favor de la Constitución de 1812. Le apoyaban parte de las tropas concentradas en espera de ser embarcadas para la reconquista de las colonias españolas de América.

En julio, el ejemplo español inspiraba otra sublevación en el Reino de las Dos Sicilias donde Fernando Y era también obligado a jurar una Constitución inspirada en el modelo español. Más tarde, la insurrección pasó al Piamonte.

Austria, particularmente sensible a cuanto sucediese en Italia por los grandes intereses que allí tenía convocó un congreso para decidir la intervención.

Inglaterra y Francia, que se gobernaban a sí mismas por sistemas constitucionales, no veían ningún peligro en que en los países mediterráneos tuviesen también una Constitución. Sin embargo, cedieron ante la determinación austríaca.

Las tropas austríacas invadieron Italia y las francesas (los cien mil hijos de San Luis) repusieron a Fernando VII como monarca absoluto.

IV.2. Las revoluciones triunfantes.

Las potencias que tan resueltas se habían mostrado a la hora de reprimir las sublevaciones liberales del área mediterránea occidental no movieron sin embargo, un dedo para evitar que Fernando VII perdiese las posesiones españolas en América; que Portugal perdiera Brasil o que los griegos se independizasen del imperio turco.

La explicación estaba en que los grandes resultaban muy favorecidos con estas emancipaciones. Pero ya no podían mantener que el intervencionismo estuviera justificado en defensa de los soberanos legítimos por lo que permitiendo o, incluso, favoreciendo estos movimientos emancipadores, empezaron ellos mismos a destruir el sistema que, teóricamente, parecían interesados en sostener.

IV.2.1. La emancipación de la América española.

Los grandes trataron en varias ocasiones la situación americana pero nunca con excesiva atención. Austria y Prusia defendieron la intervención a favor de España pero lo hacían sólo por defender unos principios porque, en realidad, el foco del problema estaba lejos de su área de interés.

Francia que volvía a estar unida a España por los Pactos de Familia estaba obligada a intervenir. Sin embargo, fue en Alejandro I, que pensaba así atraerse a España, en quien Fernando VII encontró a su mejor aliado.

Pero Inglaterra estaba firmemente dispuesta a impedir toda intervención en un área en la que había multiplicado sus ventas de forma espectacular y ante su postura decidida las demás naciones retrocedieron.

IV.2.2. La independencia de Grecia.

La causa de la independencia de Grecia dividirá a las potencias europeas, provocando la disolución del sistema político nacido en el Congreso de Viena.

La rebelión griega, de inspiración liberal-nacionalista, organizada contra el Imperio turco, también estuvo preparada por sociedades secretas (hetairías) creadas por emigrantes. Contará con la colaboración de la Iglesia ortodoxa, y con el apoyo de la mayor parte de los países europeos. El movimiento independentista griego desencadenó una enorme oleada de simpatía entre los europeos. El espíritu del romanticismo recreaba la imagen de la Grecia clásica, de la Atenas de la democracia, incluso la lucha religiosa contra el Islam. Los rusos, por razones estratégicas, porque intentan debilitar al imperio otomano. Únicamente el Imperio austríaco se opuso al movimiento de liberación helénico.

En 1829 los turcos reconocían la independencia de Grecia por el Tratado de Adrianópolis por el que Rusia también salía beneficiada ya que obtenía la libre circulación de sus navíos comerciales por los estrechos.

La independencia de Grecia suponía el fin del espíritu de Viena al anteponer las potencias europeas sus intereses nacionales a los principios ideológicos que la habían inspirado.

V. Las revoluciones de 1830

La principal causa de la debilidad que presentaba la Restauración la constituía la propia divergencia de intereses entre las Grandes Potencias. Pero, también en el interior de los propios estados, las corrientes de opinión, se agitaban por la evidencia cada vez mayor de que el sistema no presentaba soluciones válidas a los problemas de tipo económico y social cada vez más acuciantes.

En primer lugar la mala situación económica, las malas cosechas sumían en la miseria a las clases populares y enormes pérdidas a comerciantes e industriales de la burguesía en ascenso.

Por otra parte, el desajuste social. La clase dirigente seguía siendo aquella aristocracia ligada al antiguo régimen, lo que no correspondía a la situación real en la cual era la alta burguesía la que controlaba la vida económica, a pesar de lo cual se la excluía de las grandes decisiones políticas.

V.1. La revolución en Francia.

El hundimiento del sistema de la Restauración comenzó en la Francia de 1830 donde Carlos X había sucedido a Luis XVIII. El nuevo rey, absolutista convencido, comienza su reinado con el único apoyo de la Iglesia y de los ultraconservadores, disolvió la Asamblea, suprimió la libertad de prensa, modificó el derecho electoral, restringiendo aún más el sufragio. Estas medidas provocaron la sublevación del pueblo de París, que fue apoyada por las sociedades secretas republicanas, los intelectuales e incluso por los grandes financieros y monárquicos moderados. Carlos X, falto de respaldo militar, tuvo que huir. Las fuerzas moderadas, apoyadas por la banca, consiguen hacerse con el control político y entronizan a Luis Felipe de Orleans como muevo rey.

Luis Felipe, el rey burgués, realiza algunas reformas, como la de restablecer la bandera tricolor, restaurar la guardia nacional, para mantener el orden público, o modificar la Constitución, dándole una orientación más liberal, aunque dentro de los principios moderados del liberalismo doctrinario.

Con este monarca se inicia la edad de oro de la alta burguesía francesa, que realizará grandes inversiones especulativas, mientras que las sociedades republicanas, que se sienten profundamente defraudadas, son duramente reprimidas.

V.2. La independencia de Bélgica.

El reino de los Países Bajos (Bélgica y Holanda), gobernado por Guillermo II, era uno de los ejemplos más claros de anacronismo creado por el Tratado de Viena. Poco tenían en común holandeses y belgas pero lo importante en 1814 era crear un Estado fuerte que impidiera la expansión francesa.

Las causas que dieron lugar al estallido revolucionario fueron:

a) Desde el punto de vista religioso el enfrentamiento entre una Bélgica católica y una Holanda calvinista.

b) Diferencias lingüísticas notables: el flamenco y el francés frente al holandés.

c) Políticamente los holandeses eran más favorecidos (4/5 de los cargos eran reservados a los holandeses).

d) Finalmente, existían diferencias económicas notables: una burguesía industrial belga ansiosa de poder participar en la política frente a una burguesía comercial holandesa.

Estallada la guerra civil que obligó a los holandeses a replegarse hacia el norte tuvo lugar la reunión de un Congreso nacional belga que establecía la Constitución y elegía rey a Leopoldo I

El triunfo de la revolución fue posible gracias al apoyo de Luis Felipe de Orleans que obligó a la no injerencia interna. Guillermo II había acudido a los monarcas de la Restauración, pero Prusia temió la guerra contra Francia, Rusia tenía un grave problema en Polonia y Austria tenía que intervenir en la Italia sublevada. Inglaterra por su parte veía bien una independencia de los belgas de su rival comercial: Holanda.

V.3. Los fracasos de la revolución

V.3.1. Polonia.

Polonia, que en Viena había pasado al zar de Rusia, había recibido del monarca absolutista una Carta otorgada de las más avanzadas de Europa con amplias garantías de libertades individuales, de prensa y de religión.

Fue, sin embargo, en Polonia, tantas veces fragmentada, donde el sentimiento nacionalista impulsó las primeras insurrecciones de 1830 con la confianza de una ayuda francesa o la distracción de Rusia en Bélgica, hechos que no sucedieron. Las tropas elegidas del zar aplastaron fácilmente la rebelión y Polonia sufrió una dura represión y la supresión de la Carta de 1815.

V.3.2.Alemania

Contrariamente a lo que ocurría en Polonia, en los Estados alemanes no existía hacia 1830 un sentimiento nacional ni un programa revolucionario. En torno a 1830 solamente en algunos Estados se produjeron tumultos de carácter liberal que fueron fácilmente dominados.

V.3.3. Italia

Tampoco tuvieron, en su origen, carácter nacionalista las insurrecciones de los Estados italianos. Fueron dirigidas contra el absolutismo de los gobernantes. Su única esperanza de triunfar se apoyaba en la posible ayuda francés, que no se produjo. Austria redujo los levantamientos aunque su intromisión avivó el sentimiento nacionalista.

V.3.4. España.

La oleada revolucionaria de 1830 tuvo también sus repercusiones en España. El general Torrijos, figura destacada del trienio liberal, exiliado en Gran Bretaña desde el regreso de Fernando VII, intentó en 1830 sublevar a las ciudades del sur de España buscando el apoyo de sus florecientes burguesías al igual que lo había intentado en 1820 Riego. Torrijos, consciente de que era la periferia del país la única que contaba con una sociedad burguesa de tipo europeo, confiaba en que el levantamiento se propagaría por la costa obligando al gobierno de Madrid a un cambio de régimen. La expedición terminó en el fracaso y Torrijos y sus compañeros fueron fusilados en Málaga en 1831 sin que hubiera mediado juicio.

VI. La revolución de 1848

VI.1. Factores de las revoluciones.

A diferencia de las revoluciones de 1830, éstas, según Marx, son las primeras de carácter moderno: las anteriores presentaban la unión de la burguesía, el campesinado e incluso otros grupos intermedios contra los grupos privilegiados, sin embargo, las del 48 suponen ya el choque claro entre los intereses de los burgueses y el proletariado de la revolución industrial.

Parece claro que en muchos casos son continuación del movimiento de los años treinta, ya que con las excepción belga los problemas continuaban sin resolver: en Francia la gran burguesía aliada a la monarquía orleanista había traicionado a los demás grupos sociales, en el área italiana y alemana quedaban sin solucionar las ideas nacionalistas y la modernización de los Estados. Los ideales democráticos se enfrentan al liberalismo doctrinario que había dirigido la lucha en Europa dieciocho años antes: entonces se pedía el sufragio que acabó siendo censatario, en las del 48 se pedía el sufragio universal partiendo de la base de la igualdad social y la supresión del monopolio de poder de la burguesía. En los años treinta las Constituciones reflejan la soberanía nacional (caso francés o belga); ahora se habla y se pide la soberanía popular diferenciando el pueblo que son todos los ciudadanos de la nación que favorece a unos pocos. Frente a la libertad de prensa ahora se habla de prensa independiente: no es suficiente con que no haya censura, interesa que la alta burguesía no la controle, que sea libre de verdad. En el proceso revolucionario anterior se impuso la igualdad de justicia; ahora se pide justicia social, concepto muy diferente al anterior. En resumen que las diferencias son mayores que las analogías y se tienen que analizar las causas con profundidad.

La crisis europea occidental de 1847, agrícola (malas cosechas de patatas y cereales) e industrial (crisis del crédito con quiebras continuas), es uno de los factores importantes a tener en cuenta, ya que provocó una crisis generalizada, y un enorme paro. Se creó un clima de inseguridad económica, de desconfianza en el gobierno. Por eso, el movimiento de 1848 es la conjunción de la crisis económica y del descontento político.

VI.2. Desarrollo de las revoluciones.

VI.2.1. Francia.

La fuerte industrialización francesa, a partir de 1830, había enriquecido a la burguesía a costa de una sobreexplotación del proletariado. No es de extrañar que en estas condiciones no apareciera en Francia, entre los trabajadores, un movimiento reformista partidario de la violencia revolucionaria tratando de conquistar una vida más digna.

La crisis económica y la situación de miseria de las clases populares serán los factores que aglutinados con las reivindicaciones constitucionales de la pequeña burguesía desencadenarán diversos motines en febrero de 1848. El rey huye a Inglaterra, sin tratar de oponer resistencia a la revolución. Esta vez los republicanos no se dejan escamotear el poder, como había ocurrido en 1830; se forma un gobierno que reúne en extraña alianza a moderados liberales, como Lamartine, y socialistas, como Louis Blanc. Además del hecho sorprendente de que un obrero participase en el gobierno, destaca la creación de los Talleres Nacionales, para intentar paliar el paro en la zona de París. Se limita la jornada laboral, se instaura el sufragio universal, la libertad absoluta de prensa y asociación, la abolición de la pena de muerte por delitos políticos, la supresión de la esclavitud en las colonias y el encarcelamiento por deudas.

Estas perspectivas, sin embargo, duraron poco tiempo: la trágica realidad social y financiera las disipó. La revolución incrementó la crisis económica. Los miembros del Gobierno provisional eran incompetentes en materia financiera. Los ricos retiraron su dinero de los bancos, muchas empresas se hundieron.

Los nuevos gastos, sobre todo los Talleres Naciones, ponen al Estado al borde de la quiebra.

La victoria de los moderados en abril da lugar a una Asamblea nacional que al anunciar la disolución de los Talleres Nacionales provoca el levantamiento. Contra los insurrectos, la Guardia Nacional combate con tanto ardor como el ejército contra los “perpetuos revoltosos que se niegan a inclinarse ante el sufragio universal”. La represión es muy dura.

Después de los sucesos de junio, vencida la “república social” la Asamblea hace una Constitución, que teniendo en cuenta los acontecimientos pasados, crea un poder ejecutivo fuerte, no permanente, encomendado al Presidente de la república, elegido por sufragio universal, independiente de la Asamblea pero no reelegible. Se mantiene los logros políticos de febrero: el poder legislativo residía en una Asamblea elegida por sufragio universal.

Aprobada la Constitución se eligió como Presidente a Luis Napoleón Bonaparte que consigue el apoyo de los campesinos, temerosos de perder sus propiedades, y los grandes financieros e industriales. Se instaura así una república conservadora que acabará, con el apoyo del ejército, en el golpe de estado de 1851. Napoleón coronado emperador inaugura un período de poder personal hasta 1870.

VI.2.2. La agitación revolucionaria en Europa.

En donde mayor repercusión tendrá la oleada revolucionaria de 1848 será en el imperio austríaco, en Italia y en Alemania.

En el imperio austríaco coinciden en la revolución, por una parte, las reivindicaciones democrático-liberales que se alzan contra el absolutismo, y, por otra parte, las luchas nacionalistas contra el centralismo del imperio de checos, italianos y húngaros. La coincidencia en la revolución será únicamente en el tiempo, y no en los objetivos. Los demócratas vieneses triunfan, en parte, porque las tropas imperiales estás dispersas intentando sofocar las diferentes insurrecciones nacionales, pero ellos se opondrán también a la autonomía política de los pueblos del Imperio; por su parte, los húngaros luchan por su libertad nacional, pero se oponen a su vez, a conceder la libertad a las minorías que les estaban sometidas a ellos, como, por ejemplo, los croatas. El ejército austríaco con la ayuda de Rusia irá recuperando poco a poco el control de todos los territorios y restablecerá el absolutismo. La única conquista revolucionaria que no será anulada es la liberación del campesinado de la servidumbre feudal.

En Italia las revueltas de 1848 se realizan por la unidad nacional y las libertades constitucionales. En Lombardía y Véneto, que eran territorios ocupados por los austríacos, estalla la revolución aprovechando la insurrección que se había producido en marzo en Viena. El resto de los Estados italianos, en un primer momento acuden en ayuda de estos territorios, pero al extenderse la agitación liberal en sus propios dominios, los soberanos se ven obligados a retirar sus tropas., recuperando nuevamente los austríacos el control del norte.

También serán derrotados los nacionalistas radicales que habían proclamado Venecia, Toscana y Roma como repúblicas independientes. Los austríacos consiguen además que se anulen todas las Constituciones en los territorios de Italia, resistiéndose únicamente el reino del Piamonte, que al mantener su monarquía constitucional liberal, se convertirá en el polo de atracción de todos los nacionalistas y liberales italianos.

En Alemania fue también el sentimiento nacional el motor de los brotes revolucionarios de 1848. Las aspiraciones a crear un estado nacional unido pasaba, también aquí, por derrotar al absolutismo, y por esta aspiración común, lucharán unidos, desde los burgueses de la industria y las finanzas hasta los obreros, pasando por los profesionales y los artesanos.

En el mes de marzo de 1848 ya se había conseguido que se proclamaran Constituciones en los 39 Estados alemanes; a continuación se convocó una Asamblea Nacional constituyente, formada casi exclusivamente por miembros de la burguesía. A pesar del innegable entusiasmo popular, el Parlamento, recién creado, no tiene ni armas, ni recursos, ni funcionarios propios; por tanto, su eficacia se verá muy reducida en la práctica, debilitándose paulatinamente, víctima de sus propias contradicciones internas.

VI.3. Balance de las revoluciones.

En 1850 había terminado la agitación revolucionaria en Europa. Su impacto es mayor que en las anteriores oleadas de 1820 y 1830; por primera vez se produce una agitación de masas, con predominio de participación de trabajadores industriales. El desarrollo industrial había provocado cambios en la sociedad europea, desarrollándose un proletariado cada vez más numeroso que comienza a organizarse en partidos propios, diferentes de los de la burguesía, movilizándose por reivindicaciones propias.

Las clases burguesas, una vez que consigan la extensión del constitucionalismo por Europa occidental, tras la oleada revolucionaria de 1848, se retraerán a posiciones más moderadas, temiendo verse desbordadas por un movimiento obrero, todavía poco maduro e inexperto, pero muy radicalizado. Se produce por tanto, un cambio en las fuerzas que protagonizarán los futuros levantamientos revolucionarios: la burguesía asentada en el poder se hace conservadora; el proletariado en plena expansión será el motor de las nuevas luchas.

La lucha por la unidad nacional de Italia y Alemania no llega a consumarse en este momento, pero se destacan ya los dos reinos que, con un sistema constitucional, van a ser los catalizadores de la unidad: Prusia y el Piamonte.

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