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Tema 38 – Revolución industrial e industrialización.

1. INTRODUCCIÓN

2. CONCEPTO DE REVOLUCIÓN INDUSTRIAL E INDUSTRIALIZACIÓN

3. FACTORES DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

3.1. CONDICIONANTES ECONÓMICOS

3.1.1 EL PAPEL DE LA AGRICULTURA.

3.1.2 MEJORAS EN LAS INDUSTRIAS Y AUGE DEL MERCADO

3.2. CONDICIONANTES SOCIODEMOGRÁFICOS.

3.3. CONDICIONANTES IDEOLÓGICOS

4. LAS BASES DE LA INDUSTRIALIZACIÓN

5 SURGIMIENTO DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN INGLATERRA

6. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN EL RESTO DE LOS PAÍSES EUROPEOS.

7. LA ERA DEL GRAN CAPITALISMO

8. LA SOCIEDAD INDUSTRIAL

9. BIBLIOGRAFÍA.

INTRODUCCIÓN

En la segunda mitad del siglo XVIII se inicia en Inglaterra, y se difunde después a otras naciones europeas, una transformación profunda —la más radical desde el período neolítico— de los sistemas de trabajo y de la estructura de la sociedad. Se pasa del viejo mundo rural al de las ciudades tentaculares, del trabajo manual a la máquina, del taller a la fábrica. Los campesinos abandonan los campos y se trasladan a trabajar a las ciudades, el artesanado desaparece casi por completo; surge una clase de profesio­nales, promotores, ingenieros; en las concentraciones industriales aparece un proletariado, masa de, braceros que trabajan con máquinas que no son suyas. Todo se transforma: trabajo, mentalidades, grupos sociales. No es un proceso súbito, como el de una revolución política, sino un proceso duradero; tampoco es, simplemente, un proceso de industrialización, ya que se producen cambios paralelos en la agricultura y en la sociedad. Se trata de un conjunto complejo de fenómenos. Esta revolución es la base del mundo contemporáneo; cualquier acontecimiento importante ocurrido en el mundo desde mediados del siglo XVIII guarda una relación, más o menos directa, con esta transformación.

Algunos de los rasgos que se han considerado definitorios de la revolución industrial se encuentran también en períodos anteriores, así ocurre con el montaje de factorías o el uso de fuerza motriz en la fabricación. Desde la revolución industrial se produce un cambio cuantitativo: del taller con varios operarios se pasa a la gran fábrica con centenares de obreros, del villorrio de varias docenas de vecinos a la metrópoli de centenares de miles de habitantes. Pero los cambios definidores parecen ser cualitativos. La esencia de la sociedad industrial es que evoluciona de modo continuo; cada cambio suscita la necesidad de otro, es un proceso dinámico.

Habitualmente se habla en plural de industrializaciones: la primera, la del carbón y la máquina de vapor se inició en la segunda mitad del XVIII y en los inicios del XIX. La segunda, la del petróleo, electricidad y motor de explosión, se produjo en la segunda mitad del XIX. En el siglo XX asistimos a la tercera, con el auge de la energía atómica. El desarrollo reciente de la informática y de las nuevas tecnologías alumbra una nueva fase para algunos investigadores.

Abordaremos primero el concepto de Revolución Industrial y de Industrialización. Analizaremos las causas y áreas de surgimiento. Aludiremos a los factores y zonas de difusión. Nos centraremos en sus consecuencias y evolución en el periodo contemporáneo y concluiremos con unas referencias bibliográficas.

2 CONCEPTO DE REVOLUCIÓN INDUSTRIAL E INDUSTRIALIZACIÓN

El concepto de revolución industrial lo utiliza Engels en 1845, en su Situación de la clase trabajadora en Inglaterra. En 1848 Stuart Mili lo describe en sus Principios de Economía Política. En el libro I de El Capital (1867) Marx lo describe de manera más amplia. Arnold Toynbee populariza la denominación en sus Conferencias sobre la revolución industrial en Inglaterra (1884). Los historiadores del siglo XIX hablan de un proceso fundamentalmente técnico: producción, crisis, progreso. Los del siglo XX comienzan a prestar atención prioritaria a los efectos sociales. La obra de Mantoux, La revolución industrial en el siglo XVIII (1905) analiza horarios y salarios de los obreros. Un estudio clásico, el del inglés Ashton, señala la importancia de las técnicas, pero plantea la necesidad de un enfoque más amplio. Se empieza a estudiar la acumulación de capitales, la mano de obra, la dimensión de las empresas, la formación del mercado interior y exterior, la revolución agrícola. Se habla de crecimiento continuo.

Un tercer enfoque, el punto de partida (take-off), despegue o impulso inicial, lo encontramos en el norteamericano Rostow: al llegar a cierto nivel de desarrollo comienza una etapa de crecimiento constante. Las teorías del economista Rostow han sido discutidas por historiadores, como Fierre Vilar, que aseguran que el crecimiento no es un modelo único, es obra de los hombres, cada país presenta peculiaridades.

La revolución industrial viene a ser un proceso de cambio constante y crecimiento continuo, en el que intervienen técnicas (máquinas), descubrimientos teóricos (ciencia), capitales y transformaciones sociales, acompañado por una renovación de la agricultura, que permite el desplazamiento de una parte de las masas campesinas a las ciudades. Es el resultado del paso de una sociedad con base económica agraria, a una de tipo industrial. Se vincula estrechamente con la innovación científica y el avance técnico que tuvo lugar a finales del XVII, y que se extendieron por Europa en el siglo siguiente. Trajo consigo la irrupción de un sistema económico capitalista, tanto en el orden económico como financiero.

Algunos historiadores pretenden distinguir entre Revolución Industrial e Industrialización; con lo primero, pretenden referirse únicamente al periodo de expansión de la Industria en Gran Bretaña. Con Industrialización, hacen referencia a la expansión de ésta, que afecta al resto de los países. Sin embargo, desde mi punto de vista, no se debería hacer tal distinción, pues es un proceso, que aunque tardío en algunos países tuvo las mismas consecuencia, o al menos muy similares.

En cuanto a la periodización, en Inglaterra, se suele fechar entre 1770 y 1850, cuando tienen lugar una serie de procesos de modernización y de desarrollo económico, que hemos llamado Revolución industrial. En el caso francés, podemos decir que se comienza el proceso de industrialización a partir del último decenio del siglo XVIII, y en el resto de Europa, hablaremos de una tardía, pero no por ello menos importante revolución industrial que se dará ya entrando el siglo XIX.

3 FACTORES DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

3.1 CONDICIONANTES ECONÓMICOS

3.1.1 EL PAPEL DE LA AGRICULTURA

Algunos autores consideran que para la revolución industrial fue imprescindible una revolución previa en la agricultura. El defensor más destacado de esta teoría, Bairoch, calcula que el 80 % de la población activa se dedicaba a la agricultura y que al incrementarse la productividad en el campo se produjeron dos resultados inmediatos; un aumento en la producción de alimentos, lo cual posibilitó la revolución demográfica, y la transferencia de una parte de los campesinos, parados por el uso de las máquinas en el laboreo de la tierra, a la industria. Además, algunos empresarios, en las primeras fases de la industrialización, son los antiguos agricultores, que han reunido capitales y proporcionan los fondos imprescindibles para la instalación de las fábricas. El campo sería, en la explicación de Bairoch, el proveedor de alimentos, de mano de obra y de parte de los capitales. Posteriormente el mismo historiador ha considerado que el campesino necesitaba, para la modernización de las labores, utillaje de hierro, que es­timuló, como mercado, la industria siderúrgica. La importancia otorgada a la agricultura en los comienzos de la industrialización ha sido discutida por otros historiadores. Por ejemplo, Crouzet cree que este esquema no se puede aplicar en Dinamarca y Holanda y que, incluso en Inglaterra, la agricultura no ha podido suministrar ni los hombres ni los capitales necesarios. Tema de debate en el Congreso de historiadores de la economía del año 1969, parece reducirse actualmente este papel clave, pero sin llegarse a negar que la modernización de la agricultura fue un factor importante en la industrialización.

La revolución agrícola se manifiesta por un incremento de los rendimientos; aumenta el volumen de las cosechas. Hacia 1780 aparecen nuevos tipos de arados y trilladoras, en los que se utiliza el hierro en vez de la madera; años después se introducen en el laboreo de las tierras rastrillos y rodillos de hierro.

Al mismo tiempo la Sociedad de las Artes, en Inglaterra, ofrecía premios a los nuevos inventos y descubrimientos: rotación de cultivos, sustitución de la cebada y la avena por el trigo, y del buey por el caballo como elemento de tiro. Pronto se produjo la especialización comarcal; las regiones del este y sur de Inglaterra dieron preferencia al cultivo de gramíneas, las centrales al ganado vacuno y caballar. Una dieta mejor, a base de trigo, patatas y carne, fue la repercusión inmediata de una agricultura tecnificada.

En Inglaterra contribuyeron a la modernización del campo los cerramientos (Enclosures). Se puso valla a las parcelas; esto obligó a concentrarlas, porque no se podía introducir la herramienta moderna en las excesivamente pequeñas. Muchos pequeños propietarios se arruinaron, mientras los grandes ensanchaban sus propiedades, tecnificaban el trabajo y conseguían aumentar los rendimientos.

3.1.2 MEJORAS EN LAS INDUSTRIAS Y AUGE DEL MERCADO

Las mejoras en la producción fabril son decisivas. La aparición del nuevo sistema industrial, que vendría a sustituir el desfasado Domestyc System, con el Factory System, se organiza el trabajo y a los trabajadores, con una mayor supervisión y especialización. Se mejora la cantidad y la calidad de la producción. La demanda sufre un incremento considerable, que a su vez favorece la producción. Se obtienen mejores materias primas que mejoran la calidad general de la producción. El mercado ve todos los beneficios de las mejoras anteriormente comentadas, desde el mayor movimiento de dinero, a la supresión de algunas barreras aduaneras; consecuentemente, y fuertemente unido, se da una mejora en las infraestructuras de comunicaciones. Los ríos se hacen más fácilmente navegables, y se crean importantes centros industriales y de comercio. Crecerá tanto el comercio interior como el exterior. En el interior, la nueva clase económica, o al menos con solvencia, comienza a consumir los productos de fabrica, y también la producción agrícola y alimenticia. El comercio exterior se triplica en Inglaterra. La industrial textil, los tejidos de algodón de calidad, y la enorme producción inglesa en este sentido, supuso la necesidad de importación de las colonias, abriendo paso a todo un nuevo mercado. Al mejorar la producción, creció la demanda, creció la oferta de materias primas, se crearon competidores, etc., que fomentaron en general el comercio.

3.2. CONDICIONANTES SOCIODEMOGRÁFICOS

El incremento demográfico responde a causas múltiples. El factor clave del crecimiento de la población europea parece ser el descenso muy acusado de la mortalidad. Los progresos en la medicina y en la higiene son las causas fundamentales, aunque no únicas, de este descenso. Los jalones claves en la medicina científica se señalan en la invención de la vacuna contra la viruela por el inglés Jenner (1796), que inicia la era de la medicina preventiva y la lucha final contra una enfermedad epidémica temible, el conocimiento de los agentes provocadores de las enfermedades, con el nacimiento de la microbiología (Pasteur, Koch), y la introducción en la cirugía de la anestesia parcial (1846) y la antisepsia (1867). La higiene experimenta una renovación no menor, con el abastecimiento de agua potable a las ciudades, los servicios de limpieza en las calles y la generalización del aseo personal (ropa interior, jabón, etc.).

Pero subsisten como frenos obstáculos ancestrales, sin los cuales el crecimiento numérico de los europeos hubiera sido mucho más rápido. ¿Cuáles son estos frenos?

La mortalidad infantil sigue siendo muy elevada, aunque comienza a descender en el último cuarto de siglo. Quizás contribuyó la falta de higiene alimentaria; el único medio que se conocía era prolongar la lactancia materna.

Las últimas oleadas de hambre. Fue terrible la de 1846-1848, que provocó emigraciones en masa hacia los Estados Unidos. La de la India en 1900-1901 hizo desaparecer 1/5 de la población. Un año de escasez de cereales, o una plaga de la patata, podían provocar todavía un cataclismo.

Epidemias. Son menos temibles que en siglos anteriores, pero se ha afirmado equivocadamente su desaparición en la Edad contemporánea. El cólera llegó a Europa con gran fuerza en el siglo XIX. La revolución en el transporte contribuyó a hacer más rápida la difusión del vibrión colérico, que en cuatro ocasiones arrasó al continente europeo. En 1832, en la primera epidemia de cólera, murieron de su embate sólo en París 18.000 personas. Sus últimos coletazos, en Rusia en los últimos años del siglo, provocaron decenas de miles de víctimas.

Guerras. Al mismo tiempo que los progresos médicos permiten salvar un mayor número de heridos, los progresos bélicos provocan un mayor número de víctimas. En ocasiones guerra y epidemia se alian y suman sus víctimas; es lo que ocurrió en Francia en 1870.

Para los sectores obreros fue un factor adicional, que mantuvo alta la mortalidad, la mala calidad de vida, las condiciones difíciles de trabajo y la alimentación insuficiente. De ahí que se haya hablado de «desigualdad ante la muerte»; existe una mortalidad diferencial, de cada clase social.

Si todos estos obstáculos impiden que la mortalidad baje más acusadamente, el descenso de la natalidad es otro freno en la carrera demográfica. Factores culturales y psicológicos inciden en este proceso. La reducción de la natalidad se hace más acusada en los últimos años del siglo y evita un aumento todavía más espectacular de la población mundial.

El siglo XIX protagoniza intensos desplazamientos de la población, en relación con dos procesos: la revolución industrial, que provoca el trasvase del campo a las ciudades en primer lugar y que permite, por la innovación de los transportes, los traslados intra e intercontinentales, y el colonialismo, que estimula la ocupación de nuevas tierras en otros continentes menos poblados y menos desarrollados.

Nos encontramos en primer lugar con una disminución de la población rural. Refleja el paso de una economía predominantemente agrícola a una economía predominantemente industrial. La industria, concentrada en las ciudades, reclama una mano de obra abundante; el artesano rural no puede resistir la competencia de las fábricas; los artesanos se constituyen en los primeros emigrantes. Más tarde, la revolución agrícola permite, al introducir máquinas en el trabajo de la tierra, reducir el número de los campesinos, cuyos excedentes pasan a engrosar las masas de obreros industriales urbanos. En el ritmo de abandono de los campos influyen factores geográficos, jurídicos y políticos. Las montañas, más pobres, se vacían antes que las llanuras; las regiones de pequeños propietarios retienen con más fuerza a los campesinos que las de grandes propietarios, en las que el campesino es simplemente un bracero que desea buscar una nueva vida; en ocasiones, una decisión política retiene o incluso atrae a los campesinos, es el caso de la colonización de las Laudas francesas. El ritmo es irregular, una crisis agraria lo acelera, como ocurrió en el hambre irlandesa de los años 40.

Los ferrocarriles ejercieron una fuerte influencia en estos desplazamientos. Por una parte facilitaban los retornos estacionales, por otra suscitaron un impacto psicológico, una fiebre de viajes, que debilitó las tradiciones de apego a la tierra. Y multiplicaron los puntos de destino. Sin ferrocarriles los campos hubieran podido retener más eficazmente a sus habitantes.

3.3. CONDICIONANTES IDEOLÓGICOS.

Durante la primera fase de la revolución industrial el liberalismo político define un modelo de estado; una teoría similar trata de definir un modelo de economía. Se considera a Adam Smith, con su obra La riqueza de las naciones (1776), como el fundador del liberalismo económico y el iniciador del período de los llamados economistas clásicos. El propósito de Smith, como el de los fisiócratas y los mercantilistas, era descubrir el procedimiento de enriquecer al Estado, como demuestra su título, pero llega al convencimiento de que es condición previa el enriquecimiento de los individuos, y éste es el centro de su obra: «Cuando uno trabaja para sí mismo sirve a la sociedad con más eficacia que si trabaja para el interés social», es su axioma de la armonía entre el interés particular y el general.

Adam Smith es el gran panegirista de la libertad económica; para él es inútil la intervención del Estado, que habían predicado los mercantilistas; el orden se establece por sí mismo, por el juego de la oferta y la demanda. Si un producto es solicitado sube el precio y se favorece su elaboración, con lo que todo vendedor es retribuido según la importancia de los servicios que presta; la actividad concurrente garantiza el orden, la justicia y el progreso de la sociedad.

El gran problema de los economistas de esa época era aclarar la teoría del valor; ¿procede el valor del trabajo? Adam Smith, como los autores de su tiempo, distingue «valor de uso» y «valor de cambio».

A partir de La riqueza de las naciones se habla del progreso económico, que su autor centra en la acumulación de fondos o riquezas. El ahorro se convierte en la base del crecimiento; lo que se ahorra, o, lo que es lo mismo, no se consume, se invierte, es decir, deja de utilizarse en uso improductivo para emplearse en un trabajo productivo. Los economistas del siglo XX han criticado este pensamiento del escritor escocés, pero su influjo fue constante.

En la escuela inglesa destaca la figura de David Ricardo, con su obra Principios de economía política (1817), que se separa en bastantes puntos de la de Adam Smith. Influencia grande en otros pensadores, incluso en Marx, tuvo su doctrina del salario, que —en opinión de Ricardo— se mantendría siempre con un mínimo de subsistencia, y, de subir el salario nominal, no lo haría el real, por la elevación del precio de los artículos. Por el contrario pronostica con el tiempo una tendencia descendente, debida al aumento del número de obreros y a la competencia entre ellos. Describe, así, en términos de estructura económica, la situación trágica del obrerismo en su época.

En la escuela clásica francesa destacaba Jean-Baptiste Say, que publica en 1803 su Tratado de economía política. La reacción contra la escuela clásica se inicia en Sismondi, con Nuevos principios de economía política (1819), obra que critica las doctrinas de Ricardo. Puede ocurrir, dice Sismondi, que no coincidan la riqueza individual y colectiva, que la riqueza esté mal distribuida; sobre el régimen de libertad postulado por Smith replica que la libertad de derecho no implica la libertad de hecho, puesto que al concertarse un trabajo las dos partes no están en la misma situación.

La llamada «doctrina del laissez-faire» llena una etapa del pensamiento y de la actividad económica. En su base se esconde una glorificación de la libertad: el mercado se regula por libre concurrencia, el trabajador elige libremente su trabajo, la mano de obra se desplaza libremente, el contrato de trabajo es un acuerdo libre entre patronos y obreros. El papel del Estado se reduce a defender la libertad de una actividad económica autónoma de cualquier regulación política. Los críticos de la escuela clásica distinguieron, como Sismondi, entre la libertad teórica y la real, que suponía igualdad.

Las leyes del mercado, basadas en el juego de la oferta y la demanda, son la mano invisible que rige el mundo económico y a la larga equilibran la producción y el consumo de los diversos artículos. Toda barrera artificial, incluso entre las naciones, que dificulte las leyes de mercado, debe ser abolida; se postula el incremento del comercio internacional, principio que casa perfectamente con las necesidades de las potencias industriales.

Se considera factor imprescindible del desarrollo la acumulación de capital, al que se exalta como rector y benefactor de la sociedad. Adam Smith escribe: «La industriosidad de la sociedad sólo puede aumentar en proporción al aumento de su capital.» De esta forma la doctrina del beneficio ilimitado queda canonizada. El pensamiento liberal centra su preocupación en la trilogía ganancia, ahorro, capital. El interés individual y el social coinciden siempre, asegura Adam Smith; más lejos llega Malthus cuando condena la asistencia a los desvalidos por ser perjudicial para la sociedad; la felicidad general no sería posible «si el principio motor de la conducta fuera la benevolencia».

La ideología del liberalismo económico favoreció el proceso de industrialización, la creación de mercados mundiales, la acumulación de capitales, el surgimiento de empresas gigantescas, dimensiones todas que se reflejan en la segunda fase de la revolución industrial; pero separó la ética de la economía y se despreocupó de los problemas sociales de la industrialización.

4 LAS BASES DE LA INDUSTRIALIZACIÓN

La lana constituyó durante muchos siglos la materia prima de los tejidos ingleses; con la revolución industrial queda desplazada por la importancia creciente del algodón. En las primeras fases de la industrialización es el sector-palanca. el que provoca el crecimiento. ¿Por qué posee el algodón esta importancia básica?

En primer lugar por su abundancia; la producción americana y la de Egipto y la India llegó a ser enorme y, a lo largo del siglo XIX, algunas comarcas europeas iniciaron su cultivo. Es una materia prima barata y que puede satisfacer las exigencias de una demanda en auge. Además se trata de un sector tecnificado precozmente. La revolución industrial se basa en la mecanización del trabajo, y, precisamente, en la industria textil se aplicaron las primeras innovaciones técnicas. Era imprescindible, para atender una demanda alta, trabajarlo con rapidez. A mediados del siglo XVIII, un carpintero-tejedor, Hargreaves, inventó un torno movido a mano, que permitía la hilatura de ocho hilos a un tiempo. Arkwright sustituyó el torno por una máquina giratoria, movida por el agua, y constituida por dos rodillos. Pero el hilo se rompía con frecuencia y el proceso de fabricación se detenía. Se necesitaba un hilo más fuerte; fue la aportación de un tejedor llamado Crompton.

Por tratarse de una materia prima que había de importarse, en Inglaterra, se produjo una cierta concentración geográfica en la Baja Escocia y el Lancashire, para abaratar el transporte. Manchester, donde protestantes franceses y holandeses constituían una mano de obra experta, se convirtió pronto en la capital de la nueva industria. Durante el siglo XVIII Londres fue el puerto de exportación. Luego el primer lugar fue ocupado por Liverpool, donde se instalaron grandes compañías de comercio transoceánico. En el algodón se resumen todos los rasgos de la primera revolución industrial: Materia prima abundante y barata; Concentración de la producción en una región reducida; Renovación continua de las técnicas: el vapor como fuente de energía, y procedimientos standard de fabricación en cadena, desde 1830; Importancia del comercio y del mercado como estímulos para la industrialización (Inglaterra comienza a comprar trigo y a vender tejidos de algodón); Necesidad de capitales, las compañías de Liverpool transportaban a América esclavos (en el siglo XVIII) y tejidos y volvían con algodón. Los beneficios permitieron invertir grandes sumas en aumentar el volumen de las industrias. Por último, el crecimiento continuo y progresivo, que hemos señalado como rasgo característico de la revolución industrial, es evidente en la industria algodonera. Uno de los grandes especialistas, Deane, calcula que el valor de las exportaciones en 1780 era de tres a cuatro veces el de 1760, y que en 1810 los índices de 1780 se habían multiplicado, otra vez, por diez. Alrededor del año 1800 la industria algodonera daba trabajo a 100.000 personas en las fábricas de hilados y a 250.000 en las de tejidos, y su valor alcanzaba el 40 O/o del total de las exportaciones inglesas.

A partir de 1830, cuando el ferrocarril señala una nueva fase en la revolución industrial, el crecimiento se mitiga, pero no se detiene; la industria algodonera británica, que estaba duplicando su volumen cada decenio, se multiplica por cuatro entre 1830 y 1870, es decir, su ritmo de aumento se reduce a la mitad.

El segundo gran sector de crecimiento lo constituyen la hulla y el hierro. Desde los primeros años del siglo XVIII comienza a escasear la madera, hasta entonces el combustible casi exclusivo. Cuando Darby consigue producir acero utilizando carbón como combustible y Cort inventa un nuevo procedimiento de forja, batiendo el hierro fundido con varillas para eliminar las escorias, una nueva fuente de energía se convierte en otra palanca de la revolución industrial. El carbón se impone, es más barato, más abundante, posee una mayor potencia calorífica; los centros industriales empiezan a establecerse en las cercanías de las minas. Por otra parte, los aperos de labranza, las máquinas de todos los tipos, los raíles de las vías férreas, se construyen de hierro. Nace la industria siderúrgica. El hierro se convierte en un elemento imprescindible, en el «pan de la industria», cómo se llegó a llamar. La producción de las fundiciones inglesas, en un siglo (de 1750 a 1850), se multiplica por 100. La siderurgia releva al algodón como motor del crecimiento.

Igual que en el algodonero se señalan en el sector siderúrgico constantes innovaciones técnicas. En 1856 Bessemer fabrica un convertidor, aparato que insufla en el hierro fundido aire para obtener un acero más flexible. Los índices de producción de hierro fundido y acero señalan la jerarquía de las potencias industriales: la supremacía de Inglaterra, la industrialización de Alemania, el crecimiento rápido de los Estados Unidos y el más lento de Francia. Las naciones que retrasan el inicio de su industriali­zación, como Italia, Japón y Rusia, mantienen unos índices de producción de hierro y acero muy bajos, hasta que acometen su modernización. Un consumo de hierro pequeño equivale a una red de ferrocarriles pequeña y a un transporte y comercialización arcaicas. Los índices siderúrgicos constituyen por lo tanto un termómetro del nivel de industrialización de un país.

Finalmente, en la industrialización de Inglaterra nos encontramos con nuevas materias primas: algodón, hierro; también con nuevas fuentes de energía: la hulla, y, más importante, el vapor. Debemos a James Watt la construcción de las primeras máquinas de vapor, invento que transformará el trabajo y la vida de los hombres. El vapor se aplicó primero a la industria textil. Sin embargo, sus innovaciones más trascendentes se consiguen en el transporte. En el mar los barcos de vapor terminan desplazando a los veleros. Pero la hegemonía de los vapores en el transporte oceánico tardó en producirse y su repercusión en otros sectores industriales fue menos intensa que la de los ferrocarriles. En la expansión de los ferrocarriles podemos estudiar tres vertientes: técnica, financiera e industrial.

Técnica. La construcción de la primera locomotora significa una gran conquista de la ingeniería. En 1813 Hedley efectúa algunos experimentos para transmitir la fuerza del vapor, mediante una máquina, al arrastre de mercancías por raíles, y consigue trasladar cargas a 8 km de distancia. Stephenson dedicó 10 años a aumentar la potencia de este tipo de máquinas, ayudado, a partir de 1823, por su hijo Robert, quien hizo el diseño definitivo de las primeras locomotoras. En 1825 circuló entre Stockton y Darlington (13 km) el primer tren minero, y en 1830 el primero de pasajeros entre Manchester y Liverpool. La «Fusée», primera locomotora, significaba entonces un prodigio por la estructura de su caldera y sus procedimientos para avivar la combustión. Inglaterra se lanza ya desde los años 30 a la construcción de su red ferroviaria; Bélgica, Francia, Alemania, España, la inician en los años 40. En los años 50 los tramos cortos se convierten en líneas que atraviesan las naciones.

Financiera. Los grandes beneficios obtenidos en la industria inglesa del algodón y en la agricultura corrían el riesgo de no poder ser invertidos totalmente. Hacia 1830 unos sesenta millones de libras esterlinas (cálculo de Jens), aproximadamente los beneficios de un año, presionaban en el mercado en busca de inversiones. Las posibilidades de invertir en la industria textil y en la del hierro parecían colmadas. Los experimentos de Stephenson canalizaron este dinero hacia la construcción de vías férreas. En veinte años los capitalistas ingleses consiguieron construir una red completa de comunicaciones y obtener beneficios e incrementar sus capitales. Además el ferrocarril permitió obtener mayores ganancias en la agricultura porque permitió la especialización de las regiones (una región podía dedicarse a un solo producto y consagrarse a su venta). Sin embargo, en otros países la construcción excesivamente rápida de la red ferroviaria resultó ruinosa, porque al no haberse alcanzado un nivel de industrialización suficiente la explotación de los ferrocarriles no fue rentable; los gastos superaban a los ingresos.

Industrial. La industria siderúrgica encontró en este campo su posibilidad de expansión. Hacia 1830, al iniciarse la red inglesa, el consumo de hierro y acero aumentó. Hacia 1850 la siderurgia inglesa tenía una potencia que desbordaba la capacidad de consumo nacional. Una parte de su producción se destinó a los Estados Unidos, la India y algunos países europeos. Raíles, locomotoras, vagones, vigas para las estaciones, las necesidades eran casi inagotables. La expresión «era del raíl» no es exagerada.

5 SURGIMIENTO DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN INGLATERRA

La Inglaterra de ese momento, tenía la renta per cápita más alta del continente. Europa, es cierto, que había superado los niveles básicos de la subsistencia. El siglo XVII inglés había sido un periodo fructífero, donde incluso políticamente se dieron enormes pasos hacia el futuro de desarrollo; la situación política inglesa había delimitado los poderes de la corona, y dado una enorme importancia a su parlamento; los propietarios habían encontrado protección jurídica en los nuevos gobernantes, a diferencia del resto de la Europa continental, en la que las relaciones agrarias, el poder de la nobleza y la economía no capitalista, aún seguían primando.

Inglaterra es el país que inicia esta transformación radical, y en el que las sucesivas etapas y aspectos pueden percibirse con mayor relieve. Desde el siglo XVI comienza la era del desarrollo económico, basado en el comercio internacional. El crecimiento de Londres y la industria lanera estimulan a la agricultura; la industria naval es otro sector de crecimiento. Se alcanza una cierta prosperidad, pero, sin un cambio más profundo, el progreso no podía ir demasiado lejos. Desde mediados del siglo XVIII varios fenómenos convergen simultánea o sucesivamente para iniciar una transformación más honda de la vieja Inglaterra rural.

Crecimiento de la población. Se ha discutido mucho la relación entre población e industria. ¿Fue el aumento demográfico el que suscitó la industrialización? Irlanda y la India conocieron este aumento de población sin un paralelo proceso de industrialización; en otros países europeos la industrialización se efectuó con un escaso incremento del número de habitantes. Parecen ser procesos diferentes, pero entre ellos, al menos en el caso inglés, existe una relación.

Revolución agrícola. Hemos indicado que el papel de estímulo de la agricultura se ha rebajado, pero no anulado. Las excelentes cosechas entre 1740 y 1780 suscitaron un ambiente de optimismo y expansión y unos excedentes de dinero; algunos propietarios agrícolas comienzan a invertir su dinero en nuevos negocios y contagian a otros propietarios. La revolución industrial exige, imprescindible­mente, unas tasas de inversión innecesarias en la sociedad preindustrial.

Lo producción en gran escala reclama nuevas materias primas: algodón, hierro. Y nuevas fuentes de energía, para mover las máquinas: carbón, vapor. Las industrias textil y siderúrgica son, por este orden cronológico, las dos palancas de la industrialización inglesa.

Innovaciones técnicas constantes. Las universidades escocesas de Edimburgo y Glasgow se convierten en pioneras de las aplicaciones prácticas de la ciencia. Por la lista de las patentes puede seguirse la asombrosa creación de instrumentos. La máquina de vapor, de Watt, constituye uno de los inventos que más ha influido en la vida del hombre.

Impacto de los ferrocarriles. La construcción de la red es el mayor campo de inversión de capitales, suscita la expansión de la industria siderúrgica, permite la especialización agrícola de las distintas comarcas, fomenta el comercio. La era de los trenes señala, por sí sola, un capítulo de la primera revolución industrial.

Estos cambios en la producción están acompañados por cambios en las finanzas (movimientos de capitales) y en la sociedad.

Hacia 1850 empiezan a perder fuerza los ritmos expansivos de estos procesos. En ese momento la supremacía inglesa era aplastante. Su producción de carbón había llegado a los 56 millones de Tm, la de hierro a 2.2, su renta nacional se aproximaba a los 600 millones de libras esterlinas, más del doble que en 1800. Poseía la red más densa de ferrocarriles, la primera marina del mundo, las técnicas más avanzadas en todos los campos.

6 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN EL RESTO DE LOS PAÍSES EUROPEOS

En general, al hablar de Revolución Industrial, se habla del modelo inglés, aunque la industrialización también afectó al resto de Europa, a veces siguiendo diferentes patrones o modelos. Sin embargo, todos tienen que ver con un desarrollo y una importante mejora en las técnicas, que afectan directamente a la industria a la producción y al consumo.

Bastantes naciones del continente europeo ensayan la forma de civilización basada en máquinas, innovaciones tecnológicas y producción en gran escala; con excepción de Portugal, España, Italia, Dinamarca y el este de Europa, el modelo industrial se convierte en meta inmediata. Diversos factores inciden en el inicio de la industrialización:

Factor geográfico: proximidad a Inglaterra. Explica la recepción inmediata en Francia y Bélgica, y en seguida en los Países Bajos y el norte de Alemania. Antes de la revolución del transporte, la cercanía a la Isla propicia la transferencia de máquinas o los viajes de ingenieros y fabricantes ingleses al continente. Los Estados Unidos constituyen una excepción, ya que a pesar de su lejanía inician la industriali­zación en época temprana, pero en este caso se compensa la distancia por la relación estrecha de la metrópoli y las ex-colonias.

Extensión del mercado, a la que Rostow clasifica como precondición de despegue. Los países débilmente articulados y de comunicaciones escasas, por ejemplo España y Rusia, carecen de la fuerza de succión de la demanda que impulsa la producción en gran volumen.

Agricultura modernizada; en las naciones de agricultura arcaica o tradicional, casos español, meridional, italiano o ruso, y en cierta medida francés, son mayores los obstáculos.

En Francia la industrialización ha de vencer diversos inconvenientes. En primer lugar de índole política; las convulsiones de la revolución y las guerras napoleónicas la retrasan hasta 1815. La debilidad demográfica, con tasas de natalidad que descienden rápidamente y provocan el envejecimiento de la población, señala otra coordenada negativa; tan sólo en un 42 % crece la población francesa en contraste con la multiplicación por 2,6 en Gran Bretaña y el 2,4 en Alemania. La escasez de recursos naturales, de hierro hasta que pueden explotarse los yacimientos de la Lorena, y carbón, constituye otro diferencial con respecto a Inglaterra. No obstante Francia se convierte en una de las potencias de la nueva era. El impulso parte de los tejidos, continúa con la siderurgia, y encuentra en los ferrocarriles, a mediados del siglo XIX, el elemento principal de despegue. En cuanto a sectores, Francia repite el modelo industrial británico; su originalidad estriba en que se basa en su propio mercado rural, los industriales venden a sus agricultores.

El caso alemán resulta más complejo. La unificación política es tardía, no se consuma hasta 1871, de ahí que la diversidad de modelos políticos, situaciones sociales y posibilidades económicas se reflejen en modelos diferentes de industrialización. El Ruhr sigue el tipo británico, con minas y siderurgia como sectores vertebrales, capitales franceses y belgas y patentes y técnicos ingleses. Las comarcas orientales adoptan las pautas de lo que se ha denominado modelo prusiano, en el que la industria no devora a la agricultura; por ejemplo Sajonia permanece como estado productor de bienes de consumo al tiempo que crea áreas fabriles. Para todos los estados germanos la demografía galopante constituye un estímulo. Y en una nación sin unidad política, cuyos inconvenientes se mitigan con la formación de la unión aduanera llamada Zollverein (1834), el ferrocarril juega el papel motor, porque expansiona la producción de carbón, hierro y acero, pero además porque suscita intereses comunes y refuerza las ansias unitarias. En 1850 los estados del Norte disponían de 6.000 km de vía férrea frente a los 3.300 de Francia. Los cuatro estados del Sur (Baviera, Würtemberg, Badén y Hesse-Darmstadt), orientados comercialmente hacia las cuencas fluviales del Rin y Danubio, reciben el influjo inglés de forma más débil. Esta circunstancia y su estructura agraria de pequeños propietarios contribuyen a retrasar notablemente el inicio de la industrialización, hasta la segunda mitad del siglo XIX, pero de manera similar a los japoneses esta demora propicia la aparición de gigantes de la industria, como la fábrica de maquinaria Cramer-KIett en Nuremberg y la BASF en Ludwigshafen.

El modelo prusiano de combinar regiones industriales y agrícolas se repite en el Imperio austrohúngaro; la región de Bohemia-Moravia-Silesia, rica en carbón, se convierte en el centro industrial proveedor del gran mercado de Viena, mientras Hungría se mantiene como estado agrícola y proveedor de materias primas, lo que se convirtió en otro motivo de denuncia de los nacionalistas húngaros.

Bélgica inicia la industrialización muy pronto, pero su estudio ha presentado bastantes problemas, ya que no parece detectarse hasta 1830 un desarrollo sostenido de la producción ni algunos otros fenómenos ligados a la revolución industrial; esta constatación nos permite subrayar la importancia del factor político, al producirse una clara aceleración a partir de la separación de Holanda. De 1831 a 1846 la población aumenta en un 15 %, en 1835 se crea el primer ferrocarril, en 1847 se instala la primera línea telegráfica, entre Bruselas y Amberes. El impulso estatal juega un papel clave.

Estados Unidos se encuentra, según Niveau, con tres obstáculos: dominio económico de la antigua metrópoli, escasez de mano de obra y ausencia de vías de comunicación. No carece de inventores con talento; en 1789 Slater fabrica la primera máquina de hilar algodón, Fulton los primeros barcos de vapor. El impulso decisivo procede de la inmigración, que posibilita la industrialización sin éxodo rural; es el único caso de revolución industrial con distribución armoniosa de mano de obra y escasas tensiones capital-trabajo. Por tratarse de un territorio inmenso la industrialización se inicia en el Este, pero es muy tardía en el Oeste. Eos ferrocarriles juegan un papel decisivo.

Cuando se cierra el período de la primera revolución industrial, hacia 1860, Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos han forjado su predominio en el mundo.

En España, podemos hablar de que el siglo XIX fue un momento variado y conflictivo en lo que a política se refiere. En economía nacional siguió adoleciendo de falta de capitales que invertir, a pesar de la repatriación de capitales indianos que tuvo lugar a partir de la Restauración. También carecíamos de fuentes de energía. No obstante, se consiguió relanzar, aunque tardíamente la construcción de ferrocarriles. El transporte naval incorporó los avances tecnológicos del vapor y se fundaron compañías como la Trasatlántica. Ea minería pasa casi toda a manos del capital extranjero, aunque se impulsa la industria textil, la química y la eléctrica. En general, podemos decir, que aunque tardía, el impulso resultó fructífero, con un auge económico generalizado, en los que se asentaron las bases de una industria moderna. El País Vasco y la zona costero catalanas, fueron las zonas de mayor empuje, incluso bien entrado el siglo posterior.

7 LA ERA DEL GRAN CAPITALISMO

En el último tercio del siglo XIX la industria mecanizada europea se ha convertido en una fuerza capaz de conquistar el mundo. Los productos de las grandes potencias industriales llegan a todas partes, apoyados en la revolución de los transportes y elaborados en un proceso en el que se integran grandes empresas, nuevos procedimientos de fabricación y revolucionarias innovaciones tecnológicas. Es la era del mercado mundial.

El aumento de la producción de la industria mundial entre 1870 y 1900 se señala en todas las ramas. La producción de hierro se triplica, pasa de los 12 millones de Tm a 37; la de carbón se multiplica por tres veces y media, de 220 a cerca de los 800 millones de Tm; el número de husos de algodón se duplica en el conjunto europeo y excede este índice en Estados Unidos, Alemania, Italia y Rusia. Al mismo tiempo aumentan las inversiones de capitales fuera de los países en los que se ha acumulado; el caso inglés es el más perceptible. Inglaterra había invertido en el exterior, en 1855, unos 200 millones de libras; en 1875 esta cifra se había elevado a 1.050 millones, en 1885 a más de 1.500 y en 1900 a 2.400 millones. Se forma un mercado mundial, en el que ciertas potencias suministran productos industriales y otros países, como Australia y Argentina, colocan sus productos agrícolas. De esta manera se llega a una situación de precios mundiales; un país no puede calcular con medidas nacionales los precios de coste porque podría no encontrar mercado fuera, e incluso dentro, de sus fronteras, por lo cual las naciones que no se encuentran a la cabeza en el desarrollo de sus industrias han de volver al proteccionismo y abandonar el librecambismo, filosofía económica de la primera revolución industrial.

Esta fase de crecimiento se apoya en la abundancia de metales preciosos; Schnerb afirma que si el siglo XIX es el del carbón y el hierro, con no menor motivo puede ser llamado el siglo del oro y de la plata. El comercio mundial necesita instrumentos de cambio y las monedas se apoyan fundamentalmente en el oro; el aumento de sus reservas permitió la fluidez del intercambio internacional. Entre 1800 y 1860 el stock de oro se multiplica por 22 y en 1914 por 63, con respecto a principios del siglo XIX. El aumento de la plata es similar. En 1848 se descubre oro en California. Miles de hombres llegan en avalancha al nuevo El dorado; surge una sociedad de buscadores que vive en pueblos de madera, se estimula la construcción de barcos, se hace urgente la construcción del ferrocarril. Luego es Australia, continente casi vacío, donde en Nueva Gales del Sur, en Bathurst, en 1849, un pastor descubre el preciado metal. Más tarde, Alaska y África del Sur aportan una nueva riada amarilla.

No sólo aumenta la circulación de moneda sino también la de los nuevos instrumentos financieros de la revolución industrial; créditos bancarios, acciones de sociedades anónimas, seguros. En la Bolsa de París se negocian valores en 1830 por un monto de 4.850 millones de francos, en 1900 se alcanzan los 87.000 millones.

En esta nueva era económica ya no pilotan la economía las empresas de dimensión local o nacional; la empresa capitalista experimenta un crecimiento gigantesco. La expansión fabril y comercial de etapas anteriores había sido impulsada por pequeñas sociedades. Desde 1840 se había demostrado la necesidad de las sociedades por acciones en el impulso de servicios públicos, como ferrocarriles, puertos, suministros de agua y gas; los socios de estas empresas tenían una responsabilidad limitada, es decir, no habrían de cubrir con su riqueza personal una eventual ruina, simplemente perdían todo valor sus acciones. Las empresas tienen cada vez mayor nú­mero de accionistas y necesitan disponer de un capital más elevado. En los últimos años del siglo surgen asociaciones de empresas, en cuyo seno se toman acuerdos sobre precios y producción, con lo que se camina en algunos sectores hacia un sistema de monopolio, bien diferente de la libre concurrencia que había postulado el liberalismo. En 1882 Rockefeller funda la Standard OH, que monopoliza el petróleo; al año siguiente las compañías de acero de Inglaterra, Alemania y Bélgica llegan a un convenio sobre el lanzamiento de acciones al mercado; los fabricantes de armamento, los Armstrong, Krupp, etc., acuerdan repartirse el mercado internacional: en 1886 Nobel establece el primer trust internacional, el Dynamite Trust Lid, Estas asociaciones de empresas son de dos tipos: los Kartell suponen un acuerdo sobre los precios entre las fábricas de un mismo producto; los Konzern significan una integración mayor, una fusión de varias sociedades por acciones con la finalidad de desembocar en el monopolio de un sector. En una primera fase se produce la denominada integración horizontal, acuerdo o fusión de empresas del mismo sector económico; luego aparecen ejemplos de integración vertical, en la que una misma empresa crea sus filiales para controlar todas las fases de una actividad; por ejemplo, Rockefeller no se limita a monopolizar el petróleo sino que funda empresas de autobuses, de transportes, circuitos de venta. La potencia de estos trusts llegó a ser mayor que la de algunos gobiernos y la legislación de las potencias industriales, especialmente la de Estados Unidos, se orientó hacia su prohibición.

Esta sociedad tiene un arquetipo, el hombre de empresa, a veces un advenedizo de la fortuna, que, desde una posición humilde, con la audacia y la intuición como armas, se convierte en el fundador y motor de los monopolios. Rockefeller es el gigante del petróleo, Carnegie del acero, Morgan de la Banca, tres hombres y tres sectores básicos de la industrialización norteamericana. Otros nombres se han convertido en clásicos de las diversas actividades económicas: Ritz en la hostelería, Hearst en el periodismo, Poulenc en los productos farmacéuticos, Astor en las inversiones inmobiliarias, Cointreau y Pernod en los licores. Las dimensiones universales que adquiere la producción industrial provocan que a las antiguas ferias como lugares de intercambio sustituyan las exposiciones internacionales y la actividad en las ciudades que gobiernan mundialmente un producto: los precios y producción del algodón se regulan en Liverpool, la seda en Milán, los cereales en Amberes y Chicago, Londres y Nueva York son centros neurálgicos de toda clase de inversiones. Un gran trust que tuviese su casa matriz en Londres, Nueva York, París o Berlín estaba en condiciones de decidir acontecimientos en otros continentes y burlar la legislación de los países afectados; había nacido una nueva forma de poder, casi desconocida para el hombre de la calle, preocupante para políticos y juristas.

8 LA SOCIEDAD INDUSTRIAL

Con la industrialización aparecen nuevos grupos sociales; empresarios y banqueros como elementos innovadores, obreros industriales como mano de obra. Es una sociedad más compleja. Pero sobre todo es una sociedad de estructura nueva, más dinámica.

La sociedad preindustrial está constituida por estamentos, grupos cerrados, determinados en gran medida por el nacimiento. Dos de estos grupos, la nobleza y el clero, poseen derechos superiores a los otros estamentos: exención de impuestos, monopolio de ciertas funciones —gobierno, administración de justicia—, disfrutan de su propio estatuto jurídico, no se les pueden aplicar las leyes generales. Se concibe a la sociedad como un organismo en el que cada miembro o cada estamento tiene una función reservada: gobernar o trabajar. Las clases elevadas se reservan funciones no manuales, mientras los oficios artesanos son ejercidos por clases bajas; el trabajo manual es considerado como un signo de pertenecer a los grupos sociales inferiores; la honra social se cifra no en el trabajo sino en el ocio.

La sociedad industrial es la denominada de clases. La forman grupos abiertos, determinados fundamentalmente por la fortuna. El dinero es fuente de poder, la consecución de fortuna supone el ascenso de clase. La ley es igual para todos, según la formulación de Jean-Jacques Rousseau. Ninguna función es monopolio de grupo; el hombre con capacidad puede acceder a cualquier cargo o responsabilidad. En el gobierno colaboran los hombres salidos de las universidades; los negocios son administrados por empresarios audaces e imaginativos; el trabajo es ensalzado; es la hora de las clases medias, que apelan no a su cuna sino a su fortuna o a su capacidad.

La igualdad de los hombres se redujo al ámbito de los principios teóricos, a la igualdad ante la ley. De hecho subsistieron grandes diferencias de fortuna y cultura entre las clases medias —en las que se integran hombres de empresa, títulos universitarios y altos funcionarios del Estado —y las clases bajas: campesinado y obreros. El artesanado, frente a la competencia de las fábricas, casi desaparece. Aunque estas diferencias son evidentes, el nacimiento, en teoría al menos, no ata al individuo, que tiene la posibilidad de elevarse de puesto en la sociedad.

Algunos autores han considerado que era inevitable una fase de miseria de las masas en los primeros momentos de la industrialización. Hay un período de construcción de fábricas y de máquinas, que requiere acumulación de capital, y ésta no es posible sin una reducción drástica del consumo. La capacidad de ahorro se orientaría no hacia el consumo, sino hacia la inversión. Otros investigadores niegan que inevitablemente la industrialización deba apoyarse sobre la pobreza popular. El caso de los Estados Unidos, en donde escaseaba la mano de obra, es un ejemplo de industrialización con salarios altos.

Entre las empresas industriales se suscitó la competencia por los mercados; para conquistarlos era necesario abaratar la producción, renovar la maquinaria, ampliar el volumen de las fábricas. La acumulación de capital es imprescindible para conseguir estos objetivos. En tal circunstancia suponía ventaja para una empresa pagar salarios bajos, lo que no le resultaba difícil porque las máquinas habían provocado paro y sobraba la mano de obra. Edén, discípulo de Adam Smith, escribía a finales del siglo XVIII: «El hombre que no puede ofrecer más que su trabajo… está condenado por la naturaleza a encontrarse casi completamente a merced del que lo emplea.» En esta situación los abusos fueron múltiples. En las fábricas de hilados de Manchester se multaba el ir sucio, el silbar durante el trabajo; el obrero enfermo que no podía encontrar sustituto debía pagar seis chelines al día por «pérdida de energía mecánica».

Los salarios no sólo eran insuficientes, sino que, por añadidura, no eran fijos, se podían elevar o reducir.

Problema más agobiante que el de los salarios bajos fue el de los horarios excesivos. En teoría el trabajo con máquinas resultaba más cómodo. Pero las jornadas de 16 y 17 horas de pie eran extenuantes. En la industria sedera francesa las jóvenes trabajaban de 5 de la mañana a 10 u 11 de la noche, con breves interrupciones para comer. «Dos años de este régimen de trabajo bastaban para destrozar la salud y la belleza de la joven», dice un informe médico.

La búsqueda de mano de obra barata provocó el trabajo de mujeres y niños, que percibían salarios más bajos. En los hospicios y parroquias se alquilaba a los niños para poder atender gastos. La falta de horas de sueño, los trabajos inapropiados —niños y mujeres en las minas—, la falta de condiciones higiénicas de los pabellones fabriles hicieron estragos, y los gobiernos, ante la presión de las asociaciones obreras, hubieron de legislar para proteger a mujeres y niños y reducir los horarios.

9 BIBLIOGRAFÍA

La bibliografía sobre la revolución industrial, por la multiplicidad de enfoques y los estudios nacionales, es extensísima. El tema de los orígenes exige el cotejo de varias interpretaciones, la que considera como espoleta la revolución agrícola, así los varios libros que bairoch ha consagrado al tema, las que se centran en la revolución demográfica y técnica, como el estudio clásico de ASHTON: La revolución industrial. México, F.C.E., 1950, o las que efectúan un ensamblaje de diversos procesos, como hobsbawn: En torno a los orígenes de la revolución industrial. Buenos Aires, Siglo XXI, 1973. Sin desbordar los límites de los orígenes, pero con mayor atención a la vertiente social, disponemos del estudio elaborado a principios de este siglo por P. MANTOUX: La revolución industrial en el siglo XVIII. Madrid, Aguilar, 1962. Un estudio más técnico: M. W. flinn: Orígenes de la Revolución Industrial. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1970. El concepto de dinámica en allan thompson: La dinámica de la revolución industrial. Barcelona, Oikos-Tau, 1976. Textos y bibliografía en Valerio castronovo: La revolución industrial. Barcelona, Nova Terra, 1975.

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Otra página sobre la Revolución Industrial, también en catalán: http://www.buxaweb.com/historia/temes/contemp/revolucioindustrial.htm

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