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Tema 42 – La épica medieval.

NOTA PREVIA

Los últimos estudios proponen que la historia de nuestra literatura comienza por la poesía lírica: el descubrimiento de las jarchas a mediados de este siglo trastornó la antigua creencia de considerar la poesía épica como la más antigua. De estos modos, es incuestionable que la poesía épica se sitúa en loso umbrales de nuestra literatura.

Se hace necesaria una distinción previa entre poesía épica erudita, destinada a un limitado círculo de lectores cultos (por ejemplo La Eneida y los poemas épicos renacentistas) y la poesía épica que procede de una tradición oral más popular y que conserva las huellas de su carácter escénico (Homero y la épica medieval vernácula). Obviamente nos referiremos a este segundo tipo al hablar de los cantares de gesta.

1. INTRODUCCIÓN

El término épica deriva del vocablo griego epos, cuyo significado es ‘narrar, contar’. Estamos, pues, ante un tipo de composición narrativa, hecho que condiciona su propia versificación, siempre extensa. Este tipo de poesía es en todas las culturas una de las primeras manifestaciones literarias del sentir de un pueblo. Así, en la literatura occidental tenemos el caso de Homero, que con la Ilíada y la Odisea funda la tradición épica europea dentro de la literatura escrita. También los romanos tuvieron sus poemas épicos, siendo el más célebre la Eneida de Virgilio. Por último, en la edad Media se cultiva la épica en toda Europa, aunque con unos fines determinados, como la propaganda política o el ensalzamiento de un héroe paradigma de los sentimientos nacionalistas de un pueblo, pues no hay que olvidar que la literatura cultivada durante todo este período se mueve por razones extraliterarias, bien políticas, didácticas o religiosas.

Este tema se centra en el texto fundacional de la literatura española, para comprender de qué manera los pueblos ante sus grandes hazañas no sólo sienten la necesidad de historiar a través de la crónica, sino también surgen los cauces que da la fantasía para poder explicar los acontecimientos en curso. El Cantar de Mio Cid es uno de esos cantares de frontera con que los juglares amenizaban a la población con las hazañas de los hombres-héroes, paradigmas del espíritu de su pueblo. Con unos ingredientes reales más lo que la fantasía popular fue añadiendo se fragua la composición que, aunque verista, fabula en pro de la imagen del héroe castellano. Las técnicas narrativas y dramáticas del texto, el argumento, la estructura e, incluso, la ideología subyacente están al servicio de ese deseo de aproximación de la historia a las coordenadas de su público.

2. ELEMENTOS DE LA ÉPICA

Existe una serie de rasgos que definen la épica y de los que podemos destacar los siguientes:

– La estructuración de la trama se establece en torno a la figura de un héroe, que persigue unos objetivos para cuyo logro debe superar toda una serie de obstáculos.

– El héroe épico suele ser un individuo en contacto con Dios, por lo que se le añade a la narración de sus trabajos un matiz de causa sobrenatural.

– Los poemas épicos transcurren en escenarios bélicos, en los que se lucha contra enemigos históricos para restituir la paz quebrada por éstos.

– El tono de la narración épica es elevado, estableciendo una relación directa con la actitud sobria y moralizante del poeta.

– El mundo épico es varonil. Se rige por un código militar que no da lugar a delicadezas cortesanas.

– El pueblo representado en los poemas épicos entra en comunión con el héroe, sus ideales y su causa.

– Aunque el héroe aparece en el inicio de la narración en una situación injusta, al final triunfa la justicia.

– Se trata de poemas de esperanza, que aparecen, por lo general, cuando un pueblo es activo, progresista, confiado y seguro de su misión histórica.

3. LA ÉPICA MEDIEVAL CASTELLANA

Hemos visto que las tradiciones épicas son comunes a la cultura occidental. Después de los poemas grecolatinos el género épico queda instaurado en Europa con La Chanson de Roland (1100) poema épico francés que inicia el género y fija las normas. Sin embargo la épica hispánica pronto mostró su propia originalidad.

La épica medieval española se distingue de las otras tradiciones épicas románicas de cuatro modos importantísimos:

1) La mayor parte de los poemas españoles se han perdido, en el resto de las tradiciones épicas europeas el número de textos épicos conservado es mucho mayor.

2) Su extraordinaria pervivencia a través de las crónicas, los romances y el teatro del siglo XII hasta la actualidad, en los que se recogen palabras textuales de poemas perdidos.

3) Su acusado realismo manifestado en la sobriedad y la mesura de un héroe diferente, del resto de héroes fabulados de la literatura europea.

4) La importancia concedida a los elementos domésticos y paternales del la vida del héroe, que es dotado de una gran ternura familiar.

5) El papel destacado de la mujer, que cobra una participación activa en muchos poemas.

6) Carácter eminentemente realista, su aire histórico.

7) No desarrollar un tono demasiado elevado y sí más humano.

8) Concesión de importancia a elementos domésticos y paternales de la vida del héroe, lo que lo dota de una dimensión de ternura y delicadeza.

9) No presenta un final melodramático ni retórica alguna.

10) Su pertenencia al ámbito de lo popular.

4. LOS CANTARES DE GESTA

La palabra gesta se ha convertido en sinónimo de hecho hazañoso, pero en verdad gesta deriva del lat. gero, “hacer”. Alude a “cosas hechas o sucedidas”, en contraposición a la lírica, que se nutre de cosas imaginadas o sentidas. Se denomina cantar por ser obra que se interpretaba mediante el canto o la recitación, es decir, que tenía una difusión oral.

Los cantares de gesta eran recitados en lengua romance, tenían un tono heroico y estaban dispuestos en versos rimados de curso narrativo. Se trataba pues de “narraciones cantadas” que satisfacían las necesidades de un pueblo, a saber: la curiosidad admirativa ante un suceso notable que provoca un cierto interés novelesco y el afán de conocer los hechos que afectan al destino de la comunidad. Iban dirigidas a todo el pueblo, sin discriminación social. Cantar de gesta es el nombre de un género literario histórico, inserto dentro del género natural de la épica.

§ La figura del juglar: La poesía épica primitiva española (cantada o recitada) no puede entenderse sin la figura del artífice de su difusión: el juglar.

El juglar recorría pueblos y castillos recitados relatos de varia índole, que acompañaba con instrumentos musicales. El juglar era a la vez la información y el espectáculo. El juglar, que se gana la vida con el público, tiene que complacerlo. La tensión que resulta de su relación profesional con sus oyentes sensibiliza su gusto, al tono de éstos, determinando que se ha de quitar, añadir o cambiar. Hay que tener en cuenta, pues, al juglar individual, que, a pesar de su actitud impersonal, es un artista consciente de su arte.

Los moralistas eclesiásticos, aunque aborrecían a los juglares en general, exceptuaban de la excomunión a los juglares de gesta, reconociendo en ellos una misión de enseñanza histórica.

Alfonso X distingue en sus Partidas entre los juglares que recitaban cantares de grandes hechos de armas y los que ejercían actividades menos nobles; aquellos gozaron de toda su estimación.

El oficio de los juglares se conoce con el nombre de “mester” (ministerio, oficio) “de juglaría”.

§ La formación de los cantares de gesta: La principal dificultad a la hora de hacer un estudio de la escasez de textos conservados. Aunque debió de existir una gran abundancia de cantares de gesta, eran pocos los que tenían el privilegio de pasar al pergamino. Sólo tenemos cuatro supervivientes no híbridos de la épica castellana:

Cantar de Mio Cid, conservado en un único manuscrito prácticamente completo.

Mocedades de Rodrigo, que se conserva también completo, pero es muy tardío (s. XIV). Representa la degeneración de este modo épico (por ejemplo, los elementos fantásticos lo inundan).

Cantar de Roncesvalles, se conserva poco texto y debió ser traducción del francés.

Los Siete Infantes de Lara, se conservan varios centenares de versos de un poema exhumado por Pidal.

El resto de los cantares de gesta que han llegado a nuestros días lo han hecho a través de las crónicas. Éstas, aunque eran documentos históricos introducían en sus páginas los cantares de gesta por su indudable valor testimonial. El cronista prosifica el primitivo cantar, pero respetaba su línea argumental, por lo que ha sido posible su reconstrucción los principales cantares exhumados de las crónicas son: La condesa traidora, Sancho II y el cerco de Zamora, La Mora Zaida, Bernardo del Carpio, etc.

§ Teorías sobre la formación de los cantares: Otro aspecto controvertido en cuanto a

la idiosincrasia de los cantares es el que hace referencia a su formación. Hay tres teorías principales sobre este tema:

5. EL ORIGEN DE LA ÉPICA HISPANA

Aún por esclarecer, existen dos teorías que informan sobre la posible filiación de nuestra épica:

– El origen germánico: teoría defendida por Menéndez Pidal, aduce que los germanos versificaban las hazañas de su pueblo y las recitaban con acompañamiento musical, semejanza con la épica castellana a la que acompañan otras como la resolución de los pleitos mediante el combate, la costumbre de bautizar las espadas o la fidelidad con la que el vasallo sigue a su señor.

– El origen francés: Para Gaston Paris la épica castellana nace en el siglo XI por imitación de la francesa, que, a través del Camino de Santiago, hace su incursión en nuestro país con numerosos cantares que fueron traducidos y refundidos por los poetas castellanos. Sin embargo, son notables las diferencias que existen entre la épica francesa y la castellana, como el verismo de nuestra épica frente a la gran dosis de fabulación de la gala, o la rima asonante hispana frente a la consonante francesa.

– Origen arábigo-andaluz (Juan Rivera): Aunque no hay testimonios de la existencia de una poesía épica árabe, hay algunos historiadores que se afanan en afirmar la existencia de la misma aunque no haya dejado huella. Por la poca aportación de pruebas documentales esta teoría no tiene hoy casi ninguna aceptación.

6. CRONOLOGÍA DE LA ÉPICA HISPANA: Podemos distinguir cuatro períodos clave:

Etapa de formación, datada entre el siglo VIII y el año 1140 ó 1207, según fechemos el Poema de Mío Cid: Tenemos aquí cantares breves de unos 500 a 600 versos con temas como la leyenda de Fernán González o la del Infante García.

Etapa de florecimiento, entre los años 1140/1207 y 1236: Se caracteriza por el perfeccionamiento formal y la mayor extensión de los poemas, como el Poema de Mío Cid con 4000 versos.

Etapa de la prosificación, datada entre 1236 y 1350: Sus temas proceden de las Crónicas de Alfonso X el Sabio.

Etapa de decadencia, entre 1350 y 1480: En ella la épica cede su virtud verista en pro de los elementos fantásticos. Destacan Las mocedades de Rodrigo de finales del siglo XIV.

7. EL POEMA DE MÍO CID

A. RELATOS MEDIEVALES DEL CID

El primer relato histórico, al parecer escrito por algún testigo presencial de varios de los acontecimientos, es la Historia Roderici (h. 1110). No obstante, antes de su muerte, Rodrigo había figurado como tema de un panegírico latino conocido con el título de Carmen Campidoctoris (1093). Los demás relatos históricos sólo se encuentran en las historias árabes de Ibn Alcama (1116) e Ibn Bassam (1109), las cuales tenían un tono anticidiano.

El siguiente relato existente de los hechos cidianos se encuentra en el Poema de Mío Cid, que, como cabía esperar de una relación hecha más de cien años después de los acontecimientos narrados, manifiesta cierta vaguedad en algunos puntos y contiene material ficticio; sin embargo, al contrario de la mayoría de las epopeyas medievales, incorpora muchos hechos históricos y algunas alusiones a personajes verdaderos que sorprenden por su veracidad.

B. AUTOR, FECHA Y LUGAR DE COMPOSICIÓN.

El autor y la fecha son dos aspectos fundamentales del Poema de mio Cid, pero poco claros aún y muy discutidos por la crítica.

La argumentación sobre la que se sustenta la teoría de los dos autores no es particularmente convincente, y parece claro que la idea original de Menéndez Pidal está en este sentido mejor fundada. También ha provocado discusiones la personalidad del autor, tanto entre los partidarios de la tesis popular y los de la culta (debate relacionado con el de la composición oral o escrita), como entre quienes aceptan que el autor sea el Per Abbar y quienes lo consideran un simple copista.

La opinión más plausible parece ser la de Colin Smith, que afirma que es inútil todo intento encaminado a dilucidar el nombre del autor del poema, debido a que en la Edad Media el individuo rara vez pensada en reafirmar su personalidad. Colin Smith dice que el autor n pudo haber sido otro que un jurista, o al menos una persona que había estudiado leyes y que tenía un considerable conocimiento técnico de ellas. Los críticos han reconocido que el Poema de mio Cid da cuenta exacta de muchos aspectos sociales y legales de su época.

Si el poeta era un experto legal, queda resuelto por sí mismo un problema importante. Que la épica fue precedida de una larga tradición oral parece probable; que una tradición oral pudiera transmitir, durante un siglo, tanto detalle histórico exacto sobre personas, lugares y conquistas como encontramos en el Poema de mio Cid parece improbable. Un poeta familiarizado con la ley y con acceso a los archivos pudo haber ido a ellos en busca de la información que necesitaba. Lo habría hecho no como historiador que quiere escribir una crónica versificada, sino como un artista que busca estos detalles para conferir a su obra una aureola de verdad, un aire de verosimilitud.

Podemos ver en las escenas que inician el poema, y a lo largo de él en la persona de Martín Antolinez, que el poeta tenía presente en su obra al público de Burgos. Burgos, con sus alrededores, es el lugar donde lógicamente se debió componer el gran poema épico de Castilla, tan fuerte en patriotismo local.

Aunque el Poema de mio Cid es el primer texto épico que se ha conservado y el poema extenso más antiguo escrito en español, no es fácil que fuera en realidad el primero de esta clase. La prueba de ello está en que bajo algunos conceptos el poema es tan perfecto que sólo puede explicarse dentro de una tradición establecida. Esta tradición establecida no pudo ser la francesa, pues de haber sido así la dependencia del francés hubiera sido mayor. La única solución posible es abogar por una tradición oral de verso épico que precedió a la aparición de la épica como forma escrita de arte en Francia, en España y en otros países.

Lo que podemos suponer para el caso de España y Francia en la Edad Media es una tradición épica oral, en la cual se interesaron, en un momento determinado, individuos más cultos y artísticos que estaban acostumbrados a expresarse por escrito. Este momento debió tener lugar en Francia a finales del siglo XI, y en España a principios del XIII (o algo antes, si se acepta la opinión de Pidal, que da como fecha de la redacción definitiva del cantar el año 1140).

No podemos estar seguros de si el Poema de mio Cid, tal como nos ha llegado, estaba destinado a la representación oral o si fue representado alguna vez; todo lo que podemos decir es que el poema deriva su carácter general, algunos de sus materiales y gran parte de su estilo de antecedentes orales y que en su forma actual se acomoda muy bien para la representación oral.

En cuanto a la fecha de composición, el manuscrito conservado es de mediados del siglo XIV. Se trata de una copia, hecha directamente o a través de una serie de copias, de otro manuscrito que Per Abbat escribió en 1207, tal como se dice en el poema. Los intentos para fechar el Poema de mio Cid no tienen más valor que el de una razonable conjetura basada en referencias internas. No existe una prueba única, sino más bien un amplio conjunto de opiniones informadas y el peso de posibilidades, para concluir que el poema, tal como lo conocemos, fue compuesto en los primeros años del siglo XIII.

C. FORMA Y METRO. LENGUAJE Y ESTILO

El poema, en su estado actual, consta de 3730 versos. Se sabe que faltan uno o dos folios al principio del manuscrito, y uno o dos en el interior, por lo que podemos suponer que cuando estaba completo tenía poco menos de 4000 versos. El texto del poema en el manuscrito es continuo y no hay pausa o espacio entre las diferentes tiradas. Como le falta la primera hoja, no sabemos si el poeta le dio título ni si había una introducción, pero probablemente lo llamó cantar de gesta, expresión que usaron los cronistas para referirse a los poemas épicos.

Los editores tuvieron razón al dividir el texto en tres partes principales, a la vista de las pausas señaladas después de los versos 1084 y 2277. A las tres partes las llamó Menéndez Pidal “Cantar del destierro”, “Cantar de las bodas de las hijas del Cid” y “Cantar de la afrenta de Corpes”.

La estructura métrica del poema es muy sencilla y, en algún sentido, totalmente misteriosa. Los versos están agrupados en párrafos que encierran una misma idea, a los que se denominan con el término francés laisse o con los españoles serie o tirada. Dentro de cada tirada la asonancia es más o menos continua.

La longitud del verso plantea uno de los problemas fundamentales del Poema de mio Cid. En épocas anteriores los críticos estaban ofuscados por sus prejuicios neoclásicos de que el verso debía ser regular y el siglo XIX presenció numerosos casos de intentos de restaurar en el poema la regularidad del verso que, según se creía, había destruido un copista descuidado. Pero ahora podemos ver que esa regularidad no es parte necesaria de la poesía. Además, el hallazgo de otros fragmentos de poemas españoles ha mostrado que era normal una gran irregularidad en el cómputo de las sílabas. Pidal estableció la irregularidad básica de estos versos épicos y descartó todo intento de enmendar el manuscrito del Poema solo por razones métricas.

El verso tiene una cesura bien marcada, que sirve con frecuencia para equilibrar o contrastar los dos hemistiquios aunque estos tienen realmente una misma longitud.

La épica francesa tuvo un verso de diez sílabas absolutamente regular. El hecho de que a ningún poeta español se le ocurriera imitar esto confirma la opinión de que todo el sistema español fue independiente del francés.

El poema tiene un nivel lingüístico correspondiente al de la lengua oral de su tiempo, pero además muestra elementos eruditos. El poeta selecciona sus frases del acervo cultural y de otros niveles lingüísticos a fin de encajarlas y remodelarlas según su modo de pensar. Su vocabulario técnico es amplio en aspectos como los usos feudales, prácticas legales, arte de la guerra y ropaje; abundan las palabras de origen árabe, así como las derivadas de latín pero con huella semántica del árabe. La menos contribución del francés y provenzal debe ser tenida en cuenta para una historia cultural.

El primer aspecto digno de ser tenido en cuenta es la claridad, la simplicidad y economía de estilo que el poeta confiere a la narración. El poeta prosigue su historia con el “mínimo de ruido”.

En el Poema de mio Cid el elemento teatral es tan fuerte como, por ejemplo en La Celestina, o quizás más, porque en el Poema tenemos además la tensión que proporciona el verso. El impacto del poema quedaría reforzado por la técnica oral, que además nos recuerda que no se trata de historia o de una crónica versificada, sino de una creación literaria.

Es importante considerar las fórmulas que el poeta adoptó de la tradición oral (ingenio vivo y una gran reserva de episodios, elementos consagrados por el uso y frases repetidas, aunque variables). La clase de fórmula más evidente en el Poema de mio Cid es el epíteto épico. Existen en él dos categorías de epítetos épicos:

  1. Formada por los tradicionales y convencionales, que le poeta utiliza de forma automática.
  2. Formada por las frases que creó el propio autor para uso exclusivo de su obra.

Estas fórmulas de un número de sílabas fijo eran muy adecuadas para rellenar posibles vacíos de memoria del poeta en su recitación. Aunque es posible presentar toda una teoría sobre le valor literario de estos epítetos, y sobre el uso dramático que hace el poeta de ellos, con frecuencia parecen tener solo la función de llenar un verso o proporcionar una rima fácil. No obstante, el sistema de fórmulas es mucho más amplio. Las fórmulas no existen aisladas, sino que se utilizan para expresar lo que los oralistas llaman un “motivo”, es decir, una unidad descriptiva de pequeñas dimensiones; estos motivos, a su vez, forman un “tema”. Los ejemplos de temas recurrentes son las batallas y los viajes, los encuentros, las descripciones de vestiduras, las plegarias breves, etc. Una de las razones más fuertes para defender la unidad de autor en el poema es la manera constante, y constantemente variada, con que aparecen los motivos y las fórmulas en el texto.

D. EL CID COMO HÉROE POÉTICO

El propósito esencial del Poema es presentar al Cid como un héroe, es decir, un hombre que en la acción se manifiesta superior a sus prójimos. Esta superioridad no sólo se evidencia en cualidades físicas y combativas, sino que comprende, según leemos, excelentes dotes de mando militar, devoción religiosa, preocupación por sus deberes familiares, vasallaje, conocimiento y observancia de los procedimientos jurídicos, generosidad, cortesía, astucia y discreción. Éstas son las prendas que el Cid demuestra poseer en sumo grado, y que se combinan en él para hacerlo valer más. Esta superioridad interna se representa externamente por su honra. El destierro y, más tarde, la afrenta de Corpes, hacen mella en su honra, la cual debe vindicar. Rodrigo Díaz también representa e idealiza el inquieto y fuerte espíritu de Castilla en una época expansionista, en que había tierras que conquistar y fortunas que ganar. Importa aquí el efecto que el Poema produce en el público de principios del siglo XIII: una vez más, se trataba de un momento propicio para la gente de espíritu aventurero. Así se puede considerar el Poema como la primera producción de lo que Deyermond ha llamado “la literatura de la expansión del siglo XIII”. Quizá no sea demasiado atrevido pensar que un poema que exalta en la figura del Cid al hombre que logra los objetivos por su propio esfuerzo en tierras de moros, pudo haber sido empleado para alistar reclutas durante el período de transición que precedió al nuevo e irrefrenable avance cristiano iniciado en 1212.

El Cid del Poema es poco común entre los héroes de la epopeya medieval a causa de su motivación práctica y su humanidad realista. Mucho más insólita por su edad. El poeta decidió relatar solamente los últimos diez años de su vida, y le presentó poseedor de una augusta gravedad. No obstante, nos ofrece vislumbres de hechos descabellados de sus mocedades, como el golpe que dio al sobrino del conde de Barcelona en la corte de éste. Es curioso que el carácter poético del Cid resulte ser como una amalgama de la temeridad juvenil del Roldán poético y la cautela del viejo Carlomagno.

E. PERSONAJES

Los personajes que pueblan las páginas del Poema de mio Cid son una de las mejores bazas para explicar la singularidad pervivencia del tema cidiano. Aunque no sean personajes redondos, tienen mayor profundidad psicológica de los esquemáticos personajes de otras épicas.

El poeta prodiga su mayor atención en la caracterización del Cid. Como héroe convencional es valiente en la batalla, hábil en la resolución de conflictos, de gran fortaleza física, considerado tierno en su ámbito familiar (faceta novedosa dentro de las caracterizaciones canónicas de los héroes).

Para dotar de mayor profundidad a sus personajes, el poeta le otorga la voz.

Las verdaderas sutilezas del Cid están en su comportamiento de los infantes. Aunque desde el principio se observan presagios desfavorables a la celebración del matrimonio, el héroe no se deja guiar por el prejuicio.

La cualidad personal que el poeta ensalza del Cid es precisamente una cualidad que no es épica: la mesura. Se trata de una actitud más cívica que militar.

De los otros personajes, ofrece interés el relato de los infantes. Se los ve casi siempre juntos, el poeta los considera una sola personalidad. El poeta intenta hacer un contraste dramático entre éstos y el Cid. Los infantes son cobardes, carecen de madurez y dependen el uno del otro de forma siniestra.

La presentación que el poeta hace de los personajes es sutil y compleja. El autor se interesa por personajes reconocible, no en tipos sociales. El uso de los apellidos y la mención de los feudos ayudan al proceso de individualización. El secreto de la caracterización de los personajes tanto principales como secundarios está en que el poeta adelanta lo que siglos más tarde descubrirá la novela y el teatro: que los personajes adquieren vida a través de las propias palabras.

De Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, no se cuenta ni su infancia ni su adolescencia, como era habitual en la épica. Se retrata como un personaje muy humano: se recalca su condición de padre y esposo. Es un infanzón y, por tanto, está por debajo de la alta nobleza y llega a emparentarse con los reyes por propio, no por su sangre. Además tiene una serie de características que lo marcan como héroe: es mesurado, no pasional; tiene sapientia, que no es sinónimo de cultura, sino de saber obra con sentido común y según se espera de él; posee fortuito y es, después de vencedor, ponderado con el enemigo. Literariamente se marca con el epíteto épico, el Cid, “mi señor”, y con los signos externos propios del héroe: las barbas, las espadas Colada y Tizona y su caballo Babieca, también con epíteto épico, corredor.

Su familia juega un papel secundario y es pertinente para resaltar al buen padre y al buen esposo. Doña Jimena, Doña Elvira y Doña Sol cumplen el tópico medieval de mujeres sumisas, al servicio del héroe y sin personalidad (las dos hermanas son de hecho geminadas). Como dice Luckács, puesto que en la épica lo que importa es la comunidad, ningún personaje aparece con personalidad propia.

Mª Eugenia Lacarra divide a sus vasallos así: la mayoría son de criazón, es decir, criados para él. Los de soldada, es decir, pagados, se dividen a su vez en peones, que iban a pie; villanos, que no son caballeros, pero tienen caballos y espada, y otros caballeros que no son de criazón y que forman una minoría. Lo que sí es cierto es que todos son dignos de su señor porque la bondad del señorío, según el tópico medieval, es comunicable. Álvar Fáñez, Minaya, no acompañó realmente al Cid: su presencia la explica Sáinz Moreno: el autor del poema es un personaje que se autorretrató, Don Jerónimo Visqué de Perigord, quien dio importancia a Álvar Fáñez porque la diócesis de Valencia se debe a su familia. Martín Antolinez tiene cierto espíritu burgués y se encarga del dinero; Nuño Gustioz y Félix Muñoz son familiares del Cid.

En cuanto los cristianos-religiosos, Don Sancho, acoge a su familia y Don Jerónimo Visqué en Perigord aparece como un cluniacense que impulsa al cristianismo en Valencia. Los cristianos-enemigos, García Ordóñez y los Infantes de Carrión, son de la alta nobleza de los Benigómez, leoneses e invierten todas las cualidades del Cid: de hecho los propios Infantes son geminados. AlfonsoVI está por encima de todos: nunca es criticado y representa la Ira Regia.

Los moros aparecen como dignos enemigos, además se les presenta con cotidianidad: él es admirado por los musulmanes, conoce el árabe e incluso sus hijas son acogidas por Abén Galvón tras la afrenta de Corpes.

F. TEMA Y ESTRUCTURA

El poeta construye su narración apoyándose en una serie de ápices mayores y menores colocados serialmente en una progresión natural, que nos asegura la unidad compositiva. Los ápices son:

Las progresiones están diseñadas en el crecimiento que experimenta el bando guerrero del Cid hasta convertirse en un gran ejército, en el crecimiento del botín, que le permite aumentar la cuantía de sus ofrendas al rey y, por ende, en la disminución de la hostilidad real. La lógica de estas progresiones permite al poeta prescindir de las referencias al tiempo, en meses y años, sobre todo al ir apartándose cada vez más de las consideraciones históricas a medida que se desarrolla el drama.

Hay cuatro temas principales en el poema, alrededor de los cuales se estructura la narración:

  1. El tema del poder tiene diversas ramificaciones. Todos los episodios centrados en la ira regis son cruciales, puesto que en el mundo feudal el rey es representante directo de Dios. Por este motivo el destierro es considerado la expulsión de la pirámide feudal. El dinero también se interrelaciona con esta temática. Se aprecia en el poema, así mismo, un cierto sentimiento de lucha entre los infanzones que acompañan al Cid y los nobles de mayor alcurnia. El poeta quiere demostrar que aunque el Cid le falta categoría social, posee el vigor y las cualidades morales, mientras que la alta nobleza puede tener clase pero es estúpida.
  2. El honor tiene varios planos, por un lado el honor personal, el individual, pero otro el de la colectividad, la mesnada. Sin embargo se trata de un concepto de honor menos específico que el que aparece en el código calderoniano. La recuperación del honor perdido a causa de la ira regis está estrechamente vinculada a la consecución de otros fines de carácter diverso como el económico, el feudal y el social. Se presenta el tema del honor con más humanismo que en el Siglo de oro.
  3. El tema del buen soldado es el tercer tema que vemos aparecer en la obra. El poeta sabe que el deber del Cid así como el de la clase social que éste representa es la guerra. Por este motivo exhibe un buen conocimiento de la temática bélica. El poeta es capaz de sentir y expresar toda la emoción de la batalla y la vida militar. Entre los mejores parlamentos del Cid están las arengas prebatalla. En el poema se da por presupuesta la existencia de un código militar.
  4. La integridad es el cuarto tema capital del poema. El Cid se merece el poder, el honor, la justicia y las victorias militares, porque es íntegro en un sentido cristiano, feudal y social. El tratamiento de los personajes femeninos son, así mismo, un buen acicate para demostrar las cualidades morales de nuestro héroe.

8. CONCLUSIÓN

Es prácticamente imposible abordar un tema de la naturaleza de éste sin que se queden en el tintero datos, teorías y exégesis que son de constatada solidez. Al leer estas páginas se echarán de menos las palabras de este o aquel crítico que en determinado momento vino a arrojar nueva luz sobre la cuestión cidiana. Sin embargo, debido a la idiosincrasia de un estudio como el nuestro, más didáctico que erudito, hemos optado por incluir las teorías más asentadas sobre el tema, por supuesto no puede faltar el nombre de Ramón Menéndez Pidal, al tiempo que hemos intentado no centrarnos en una sola cuestión, sino pasar por todos los niveles de análisis aunque haya sido someramente. Hemos iniciado nuestro tema con un esbozo de la épica hispana y ha sido el texto cidiano el que ha centrado nuestro interés mayor.

No queremos terminar sin volver a recordar la importancia de un tema como este en una historia de la literatura, no sólo por su carácter fundacional, sino por el hecho de haber sido un texto maestro de nuestras letras. Menéndez Pidal afirmó en su día que el tema del Cid es la presencia más reiterada en la literatura española.

En una sociedad mayoritariamente analfabeta y en la que la historia se consigna en largas crónicas latinas, inaccesibles para el pueblo, la épica cantada o recitada se erigía como historiografía vernácula, intrahistoria de los pueblos, no sólo para tener un conocimiento de los hechos pasados, sino también para que éstos iluminarán el presente. Por tanto, el recitado épico formaba parte de los ritos que ayudaban a la cohesión social, a la implantación del sentimiento de colectividad, tan importante para el desarrollo de las sociedades.

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