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Tema 48A – La lírica renacentista en Fray Luis de León, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús

1. PANORAMA GENERAL.

En esta etapa se produce la plena aclimatación de las formas y los versos italianos, aunque esto no supone el abandono del octosílabo, que conocerá una etapa de esplendor.

En la poesía culta que utiliza versos endecasílabos y heptasílabos surgen dos corrientes: una de inspiración propiamente italiana, petrarquista, y otra de inspiración clásica, horaciana, La primera, más florida, sonora, brillante y sensual, dedicada al cultivo de la poesía erótica, sigue los derroteros señalados por Garcilaso en sus sonetos y en las cuatro primeras canciones. Generalmente, se inscriben en esta tendencia las églogas, poemas amorosos de abolengo clásico, virgiliano. El género había sido adoptado por los poetas del Renacimiento italiano. La corriente horaciana, de mayor sobriedad, prefiere la concisión de la lira y los temas morales y religiosos tratados en el formato de la oda.

Estas dos tendencias se han identificado, respectivamente, con la escuela sevillana de Fernando de Herrera y la salmantina de Fray Luis de León. Sin embargo, no parece propio hablar de escuelas enfrentadas. Son los poetas sevillanos, probablemente, los primeros que escriben con regularidad y perfección odas horacianas. Por otra parte, en la Salamanca de la segunda mitad del siglo XVI, Petrarca cuenta con excelentes imitadores, entre ellos el fray Luis de los sonetos y canciones. Tampoco está justificado identificar los rasgos de Herrera o fray Luis con los de los poetas sevillanos o salmantinos.

Persiste la poesía culta en versos octosílabos: redondillas, quintillas, coplas reales… La tradición de las canciones populares tiene un nuevo resurgir en esta etapa. Encontramos buen número de cancioneros: Vergel de amores (1551), Cancionero de Upsala (1556), Flor de enamorados (1562)… Los autores cultos siguen glosando e imitando estos poemas. La generación que nace en torno a 1560 (Lope, Góngora) llevará el género a una fase de esplendor en el siglo barroco.

Paralelamente se va desarrollando también un romancero nuevo. En 1550 empieza la reproducción de un mismo volumen de romances anónimos tradicionales y de autor individual, aunque por lo común se desconozca su nombre. Hay colecciones notables como los Romances nuevamente sacados de historias (1551) de LORENZO DE SEPÚLVEDA o el Romancero historiado (1584) de LUCAS RODRÍGUEZ. También las sucesivas Silvas que van apareciendo, en especial la de Barcelona de 1561, acogen romances nuevos. La primera colección en que estos predominan sobre los tradicionales la forman las cuatro “rosas” de JUAN DE TIMONEDA: Rosa de amores, Española, Gentil y Real (1573). A partir de 1580, aparece una generación poética que aporta nueva savia a este viejo género.

Se completa el panorama con la poesía religiosa, presidida por las figuras señeras de fray Luis de León y san Juan de la Cruz. Siguen imprimiéndose cancioneros a lo divino, que mezclan la lírica tradicional, la poesía cortesana octosilábica y los metros italianos. Texto clave dentro de esta tendencia es Obras de Boscán y Garcilaso trasladadas en materias cristianas y religiosas (1575) de SEBASTIÁN DE CÓRDOBA; tuvo tanto éxito que salió una nueva edición en 1577.

Siguiendo una corriente medieval, florece el conceptismo sacro, que se manifiesta sobre todo en las justas poéticas en honor de los santos e instituciones religiosas. Particularmente interesante es un “manuscrito sevillano de justas en honor a santos (de 1584 a 1600)” que ha estudiado Dámaso Alonso.

2. FRAY LUIS DE LEÓN.

2.1. Vida y personalidad.

Nace en Belmonte de la Mancha (Cuenca) en 1527, en el seno de una familia de intelectuales. Desde los 14 años reside en Salamanca y, cuando tiene 17, profesa en los agustinos. Su biografía está marcada por las luchas que mantiene su orden con la de los dominicos por el dominio de la universidad. Cuando en 1561 obtiene la cátedra de teología, se intensifican los enfrentamientos. Su mucho saber en materia bíblica le granjea considerable prestigio, pero es aprovechado por sus adversarios para causarle problemas; a ello se suma su temperamento inquieto y batallador.

Se le acusa ante la Inquisición de preferir el texto hebreo de la Biblia frente a la Vulgata, la traducción latina de san Jerónimo (siglo V) que ha adoptado el concilio de Trento. Otro cargo es el de haber vertido al castellano el Cantar de los cantares, cuando está prohibido trasladar los libros sagrados a las lenguas vulgares. Hay que tener en cuenta que esa traducción es para uso privado y que la preferencia por el texto hebreo obedece a razones meramente filológicas. Aun así, permanece en la cárcel inquisitorial de Valladolid desde marzo de 1572 a finales de 1576. Sus detractores hacen hincapié en los antecedentes judaicos de su familia.

Al ser absuelto, vuelve a la universidad, donde sigue dedicado a sus estudios bíblicos y teológicos. Muere en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) en 1591, poco después de ser nombrado provincial de su orden en Castilla.

2.2. La poesía: el texto.

Hay que subrayar que fray Luis, volcado en tares escriturarias, no es un profesional de la poesía. Sin embargo, no hay que tomarse muy en serio el desdén que manifiesta hacia estas “obrecillas” hechas a ratos perdidos en su mocedad, caídas “como de entre las manos”, ya que les dedica una atención muy considerable. Significan mucho en su vida; son la expresión más directa de sus contradicciones y conflictos. Escribe, como él mismo dice, para olvidar “otros trabajos”; pero esas penas están siempre presentes. Esta autenticidad dota de indudable fuerza a los versos de fray Luis. Aunque en ellos hay determinadas “imperfecciones” formales (asonancias, rimas fáciles, prosaísmos, pleonasmos retóricos), quedan compensadas por la sinceridad, por los singulares aciertos expresivos y por una originalísima concepción de la poesía.

No conservamos ningún autógrafo. Los manuscritos que han llegado a nosotros presentan alteraciones y variantes propias de ese sistema de transmisión.

La obra en verso de fray Luis acostumbra a dividirse en tres apartados:

– Poesías originales.

– Traducciones profanas.

– Traducciones sacras.

A lo largo de los años, se le han atribuido numerosos poemas que recuerdan vagamente su estilo. En la actualidad no se consideran como auténticas más que 23 poesías originales, 10 ó 15 imitaciones de poetas italianos y un crecido número de traducciones de autores clásicos y textos sagrados. Naturalmente, nuestro interés se centra en las primeras.

2.3. Forma métrica. El modelo horaciano.

La mayor parte de los poemas originales de fray Luis son odas horacianas. Este género lírico se caracteriza por las preocupaciones morales y por una peculiar estructura que tiende a situar el núcleo temático en el centro del poema, de modo que el remate sea un anticlímax, un descenso del tono que reduce o anula cualquier tentación de grandilocuencia. La estrofa más empleada es la lira. Esa predilección no se debe a capricho o azar; obedece al propósito de romper con el amplio periodo petrarquesco, en busca de una mayor concisión y agilidad expresiva. Con su mezcla de endecasílabos y heptasílabos, es la forma que más conviene a una poesía apretada, con rápidos quiebros, que renuncia a la sonoridad y al tono discursivo. Además de invitar al recogimiento, la lira permite que cada estrofa tenga autonomía. Así el pensamiento del poeta va de una a otra como a saltos. Es la mente del lector la encargada de enlazar una estrofa con la que sigue y un pensamiento con otro.

De Horacio toma muchos recursos formales y también temas y actitudes, como la exaltación de la aurea mediocritas y el epicureísmo. Pero entre ambos media una considerable distancia. Fray Luis no se atiene al espíritu del poeta latino. Su apasionamiento y sinceridad están en las antípodas del redomado cinismo horaciano. Buen ejemplo de ello es la Oda a la vida retirada, que sigue al Beatus ille. En este último, el poeta nos hace creer que es él mismo quien canta las excelencias del campo, pero en los dos últimos versos se da un giro sarcástico y resulta que todo lo dicho está puesto en boca de un usurero, de modo que el contenido muda por completo. Fray Luis suprime ese detalle y transforma la ironía horaciana en un arrebatado anhelo de paz y tranquilidad.

2.4. Temas dominantes.

Los más celebres versos del agustino cantan la soledad del campo, el abandono de la lucha, la tranquilidad y la paz. Algunos críticos creyeron que la vida del poeta fue eso: un silencioso discurrir por la apartada senda de los sabios. Hoy sabemos que fue justamente lo contrario. Quizá la autenticidad y la fuerza de sus versos se deba precisamente a que expresan una aspiración nunca conseguida. Este tema aparece en la oda que ocupa el primer lugar en todos los códices e impresos (“¡Qué descansada vida…!”), la más conocida de cuantas escribió. En ella hallamos, magníficamente expresado, el violento contraste entre la felicidad de la vida en solitario y las calamidades a que lleva la ambición humana.

Fray Luis, profesional del estudio, expresa en varios poemas la emoción del saber. En la Oda al licenciado Juan de Grial se unen tres motivos muy frecuentes en él: la belleza de la naturaleza, la invitación al estudio y la angustia por la injusta prisión que sufrió. La bienaventuranza del sabio vuelve a surgir en una célebre oda dedicada a su amigo Felipe Ruiz. “¿Cuándo será que pueda, / libre de esta prisión, volar al cielo?…”. Aspira a alcanzar en la esfera celeste la visión de la perfecta maquinaria del mundo.

El símbolo más perfecto de esa armonía total que anhela el poeta es la música. A su amigo Francisco Salinas dedica la oda “El aire se serena…”, en la que los efectos de la armoniosa melodía sobre el oyente, su capacidad para transportarnos a otra realidad o para profundizar en nosotros mismos están pintados con imágenes certeras, ceñidísimas, sorprendentes. La música es el símbolo de la perfección del universo, cuya contemplación produce versos que rozan el misticismo. Asoma, sin embargo, la angustia existencial: “¡Oh, desmayo dichoso! /¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!…”.

Son varios los poemas en que alude directamente al encarcelamiento y la tardía liberación: En una esperanza que salió vana, A Nuestra Señora, Triunfo de la inocencia, Descanso después de la libertad, Al salir de la cárcel. En los primeros predominan las notas de desesperación y angustia; en los últimos hallamos el contento por la liberación y el canto a la verdad que vence a la injusticia.

Todos los poemas de fray Luis tienen una intención moral, pero en algunos este ingrediente adquiere mayor importancia. En las odas a Felipe Ruiz que empiezan “En vano el mar fatiga…” y “¿Qué vale cuanto ve…?” contrapone la paz del alma a los bienes del mundo. El mismo tema aparece en la oda “Aunque en ricos montones…”, titulada Contra un juez avaro. En otros textos el asunto predominante es el rechazo de los placeres. “Elisa, ya el preciado cabello…” trata sobre el paso del tiempo y la renuncia al amor. El mismo tono de prudencia antivital hallamos en “No te engañe el dorado / vaso…”.

Se ha planteado la cuestión de si fray Luis debe asociarse o no al misticismo. Ciertamente, presenta puntos de contacto con esta tendencia; pero en sus versos prevalece la reflexión intelectual sobre el arrebato místico. Esta es la opinión de Dámaso Alonso y Federico Onís entre otros. En cambio para Allison Peers sí es un místico y sitúa al autor en el mismo grupo que san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús.

2.5. Rasgos de estilo:

En la poesía de fray Luis se reiteran obsesivamente un conjunto de símbolos que reflejan sus más íntimas vivencias y anhelos: el mar, la noche, la luz, el cielo, el aire, la música… Estas imágenes no siempre tienen un valor único y claro. Sin embargo, algunas se tiñen de un cierto carácter positivo o negativo. El mar suele representar el tráfago mundano, las locas ambiciones del hombre. Hay una excepción en la Oda a Salinas, donde se habla del “mar de dulzura” en que nos sumerge la música. La noche es símbolo, junto a la cárcel y la tierra, de la angustia y el desamparo de la criatura humana, perdida en este mundo, deseosa de alcanzar la armonía encarnada por los astros y su perfecto orden. El aire, a veces huracanado, se remansa en otras ocasiones y es imagen de la felicidad y de la belleza. La música se une a él para reforzar esa simbología.

Lo peculiar de las imágenes usadas por Fray Luis es que tienen un valor doble. Hay que interpretarlas a la vez en sentido recto y figurado. Así, por ejemplo, cuando habla de la “escondida senda”, estamos ante una metáfora que alude a una forma de conducta, pero también se refiere a un sendero real, en el que proyecta sus íntimos deseos de paz. Los motivos líricos acostumbran a ser en estos versos símbolo y realidad al mismo tiempo.

2.6. Obra en prosa.

Junto a su abundante producción latina nuestro autor escribe una serie de obras en prosa castellana que se centran en las Sagradas Escrituras. No atañen a la intimidad sino a su faceta de teólogo y escriturario. En ellas se refleja un conocimiento exhaustivo no solo del texto bíblico sino también de otras obras religiosas. Aparece como un escritor erudito que domina la técnica filológica. Fray Luis luchó sin descanso para que la Biblia pudiera ser traducida a las lenguas vulgares; sólo así estaría al alcance de todos los fieles. El tiempo ha venido a darle la razón.

Su primera obra en prosa fue la excelente traducción del Cantar de los cantares, que tantos disgustos le ocasionaría. Fray Luis se mantiene fiel al original hebreo, traduce palabra por palabra y comenta cada capítulo para evitar cualquier oscuridad.

Más tarde, lleva a cabo La exposición del “Libro de Job”, obra larga de difícil gestación, en la que ocupa prácticamente toda su vida de escritor, desde 1571 a 1591. Su redacción se ve interrumpida varias veces. También aquí le mueve un prurito de fidelidad. Tras la versión literal, hay un comentario en prosa y una paráfrasis en verso. Es fácil advertir cómo se identifica con esa figura bíblica que tantas tribulaciones sufrió. Además de ser la culminación de su trabajo como escriturario, es un texto bellísimo, en el que las galas del estilo se unen a la profundidad del pensamiento.

La perfecta casada (1583), escrita para su sobrina con motivo de su boda, es la más difundida de sus obras en prosa. Como anuncia el título, ofrece una serie de consejos que debe seguir la esposa cristiana. Algunas páginas están inspiradas en otros libros, entre ellos la Biblia, pero dominan sus observaciones e intuiciones personales sobre la vida doméstica. Por su estilo, es uno de sus textos más valiosos. Destaca la viveza de las descripciones y el lenguaje directo y expresivo.

De los nombres de Cristo viene a ser síntesis de los temas que aborda en sus trabajos, que aquí se estructuran de forma sistemática. Sigue la técnica renacentista del diálogo. Los interlocutores son tres frailes agustinos que, retirados en una espléndida finca de la orden, conversan sobre los distintos nombres que dan a Cristo en las Sagradas Escrituras. Está impregnado de aroma renacentista. Junto a las ideas teológicas y escriturarias florece la cultura profana. Hace una apasionada defensa de la lengua vulgar. El estilo, de ritmo solemne y majestuoso, se halla próximo a la oratoria sagrada. Es un librito erudito, pero de gran belleza literaria.

3. LITERATURA ASCÉTICA Y MÍSTICA.

3.1. Panorama general.

Ascética y mística son dos estadios en el camino de perfección espiritual que dejan profunda huella en nuestra literatura, tanto en prosa como en verso. Suponen un grado distinto de acercamiento a la divinidad.

La ascética busca a la elevación moral por medio de oraciones, penitencias, meditaciones… Depende de la propia voluntad, del esfuerzo individual. La mística parte de la ascética, pero supone un nivel superior, reservado a algunas almas escogidas a las que Dios concede gracias especiales.

En el camino que debe seguir el alma hacia la unión con Dios se distinguen 3 fases:

– Vía purgativa, de purificación inicial.

– Vía iluminativa, de perfeccionamiento.

– Vía unitiva, de plenitud.

Las dos primeras corresponden a la ascética; la última, al éxtasis místico. Desde el punto de vista literario, la mística ofrece una mayor riqueza y complejidad. El místico quiere trasmitirnos sus experiencias, pero no encuentra las palabras adecuadas porque pertenecen al terreno de lo inefable. Recurre entonces a un lenguaje repleto de símbolos, metáforas y toda clase de imágenes que quedan fuera de lo estrictamente racional. Ese el único medio de comunicar sensaciones que no pueden ser reducidas al lenguaje humano.

En España, la literatura ascética y mística se desarrollan tardíamente, en la segunda mitad del siglo XVI. Tienen su punto de partida en la reforma religiosa que se opera bajo la dirección del cardenal Cisneros.

Las cumbres de la mística española son santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, pertenecientes a la escuela carmelitana. Hay otros muchos escritores religiosos. Destacan dentro de la orden dominicana las figuras de SAN JUAN DE ÁVILA y FRAY LUIS DE GRANADA. Entre los franciscanos se cuentan FRAY ALONSO DE MADRID, FRANCISCODE OSUNA, BERNARDINO DE LAREDO… Entre los agustinos son notables ALONSO DE OROZCO, PEDRO MALÓN DE CHAIDE, SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA… Los jesuitas están encabezados por su fundador, SAN IGNACIO DE LOYOLA, cuyos Ejercicios espirituales han tenido un notable influjo sobre todo el orbe católico. Le siguieron SAN ALFONSO RODRÍGUEZ, SAN FRANCISCO DE BORJA…

Al margen de estas escuelas, hay que destacar a ALEJO VENEGAS, autor de Agonía del tránsito de la muerte, de filiación erasmista.

3.2. Santa Teresa de Jesús.

Teresa de Cepeda y Ahumada nace en Ávila en 1515. En 1535 entre en el convento carmelita de la Encarnación, en el que profesa dos años más tarde. A pesar de su mala salud, agravada por los rigurosos ejercicios ascéticos a que se somete, desarrolla una actividad incansable en el intento de reformar la orden carmelitana para devolverla al rigor de los primeros tiempos. Esta tarea le acarrea un sinfín de sinsabores y la enfrenta a las autoridades religiosas. En 1562 funda el convento reformado de San José de Ávila, al que siguen otros muchos en Castilla y Andalucía. Muere en Alba de Tormes (Salamanca) en 1582. Su proceso de canonización culmina en 1622.

Santa Teresa carece de pretensiones artísticas. Escribe tan solo para orientar a sus monjas en el camino de la perfección espiritual, pero su prosa alcanza gran valor literario. Su lenguaje, con los rasgos propios del habla coloquial castellana, es el más acabado ejemplo de la norma de sencillez y naturalidad que impera en el siglo XVI. Puede decirse que la suya es una “sintaxis emocional”, que se sale de los cauces gramaticales al uso, en busca de una expresividad más directa. La mueve una finalidad de comunicación práctica; de ahí que siempre quiera hacerse entender. Las tonalidades afectivas se dejan sentir sobre todo en el uso del diminutivo.

De extraordinario interés es el Libro de la vida, indispensable para el conocimiento de la trayectoria humana y espiritual de la autora; su redacción definitiva data de 1564-1565. En sucesivos capítulos, habla de su infancia y juventud, de los primeros años de su vida religiosa, de sus progresos en la oración mental, de las mercedes que recibe de la divinidad antes de fundar el convento de San José y de su periodo de plenitud tras esta primera empresa. En este punto se interrumpe la autobiografía, como si ya se hubiera culminado una parte esencial de ella. En medio del relato se intercalan consideraciones de carácter didáctico-espiritual. Para el lector lo más interesante son los pasajes dedicados a la vida externa de la santa y aquellos otros en que intenta hacer comprensibles las más altas experiencias místicas de una forma sencilla e inmediata.

Llibro de las fundaciones, cuya redacción se inicia en 1573 y llega hasta las vísperas de la muerte, parte del punto en que se interrumpe la obra anterior para dar cuenta de los avatares relativos a la fundación de los conventos.

Complemento de estos textos son las Cartas que escribió a impulsos de la actividad reformadora. Se conservan unas cuatrocientas. Van dirigidas sobre todo a personajes religiosos con los que mantuvo relación. Destacan por su espontaneidad.

De índole distinta es Castillo interior o las moradas, escrita en 1577, donde hace un análisis más complejo del fenómeno místico. Compara la vida espiritual del hombre con un castillo de diamante y cristal en el que hay siete aposentos. Se penetra en él a través de la oración y la meditación y luego hay que ir perfeccionándose para atravesar las seis moradas que conducen a aquella en que se verifica la unión con Dios. No se trata de una obra sistemática porque, al intentar contar experiencias tan intensas, la autora se aparta a menudo de la línea recta; pero es un prodigio de introspección y de capacidad de análisis de las propias vivencias espirituales.

También compuso algunos poemas: glosas, canciones y villancicos en metros tradicionales. Los más célebres son “Vivo sin vivir en mí…” y “Véante mis ojos…”, ambos de dudosa atribución.

3.3. San Juan de la Cruz.

3.3.1. Vida y personalidad: Juan de Yepes y Álvarez, que es su nombre de seglar, nació en Fontiveros (Ávila) en 1542, en el seno de una familia humilde. Desde la infancia se vio obligado a desempeñar diversos oficios. Pese a ello, sacó adelante sus estudios. A los 21 años ingresó en la orden del Carmelo.

En su trayectoria vital fue decisivo su encuentro con santa Teresa de Jesús, en cuya empresa reformadora colaboró activamente. Sufrió toda clase de persecuciones por parte de los carmelitas “calzados”, que se oponían a los “descalzos” o reformados.

Desde 1568 fundó varios conventos en Castilla y Andalucía, siempre en medio de graves conflictos. Estas tensiones llegaron a su punto culminante cuando en 1577 los “descalzos” lo raptaron y encerraron en Toledo en una estrechísima celda de la que logró escapar nueve meses más tarde. Desempeñó cargos de importancia. No tuvo ni un momento de paz, ni siquiera a la hora de su muerte, que acaeció en el convento de La Peñuela, en Jaén, en 1591, rodeado de una fría hostilidad.

Llama poderosamente la atención el hecho de que san Juan pudiera compaginar su ajetreada vida con el recogimiento espiritual que requerían sus experiencias místicas. En medio de constantes idas y venidas, fundaciones y tareas encomendadas por su orden, logró alcanzar el sosiego necesario para acceder a las más altas cimas de la unión con Dios.

3.3.2. Obra poética: Aunque la producción de san Juan es muy escasa, le ha bastado para que se le considere uno de los mayores poetas de la lengua castellana. Sus versos hay que entenderlos como un canto espontáneo y auténtico que no se somete al rigor lógico de los discursos habituales. Habla de sus propias vivencias, pero no llega a explicarlas. Sus poemas son una pura exclamación. Como es propio de la literatura mística, domina lo irracional y subconsciente, lo intuitivo. No puede extrañarnos, por tanto, la presencia de anacolutos, enumeraciones caóticas… o el paso súbito de un tema a otro. Todo ello es fruto del arrebato místico. La palabra se carga de valores emotivos.

Siguiendo una larga tradición emplea una simbología erótica para expresar la relación íntima del alma con Dios.

Sus tres poemas mayores místicos (Noche oscura del alma, Cántico espiritual, Llama de amor viva) son variaciones sobre un mismo asunto, con predominio de lo dramático en el Cántico, de lo narrativo en Noche… y de lo lírico en Llama… Noche oscura del alma muestra cómo esta se une con el Amado. Aparece representada bajo la figura de una mujer que abandona su casa a altas horas para acudir a una cita amorosa. Consta sólo de 8 liras, que desarrollan el tránsito a la unión con Dios siguiendo las tres etapas de la vida espiritual purgativa (estr.1-2), iluminativa (3-5) y unitiva (6-8). El símbolo central del poema, la “noche oscura”, alude a la privación de todos los apetitos sensuales.

Cántico espiritual, el más extenso (40 liras) e interesante, es una versión del Cantar de los cantares atribuido a Salomón. El influjo bíblico se advierte en el bello exotismo del léxico. La Esposa busca al Esposo y va preguntando por él a las criaturas y a la naturaleza. Por fin lo encuentra, sostienen un amoroso diálogo y se produce la unión. La expresión poética es sumamente compleja y difícil de desentrañar.

Llama de amor viva es un breve canto de júbilo por el goce de la unión (4 estrofas abCabC). Para designar los efectos del amor, el poeta recurre a imágenes sadomasoquistas y a los juegos de contrarios: “¡Oh cauterio suave! / ¡Oh regalada llama!”.

Además de las peculiaridades estilísticas del lenguaje místico, a las que ya hemos aludido, caracteriza a estos versos la tendencia a la condensación, que se logra con el uso predominante del sustantivo, a expensas del verbo y el adjetivo. Se da así mayor densidad a la expresión prescindiendo de todo lo ornamental y superfluo. El léxico recurre tanto a voces populares y rústicas (majadas, otero, ejido…) como cultas (vulnerado, bálsamo…). Es relativamente frecuente el uso afectivo del diminutivo (palomica, tortolica…).

Compuso, además, algunos otros versos de corte tradicional. Muy bellas son la Canción del pastorcico y “Tras un amoroso lance…”, que desarrolla el tópico motivo de la caza cetrera de amor; ambas en endecasílabos. Los temas propios del amor profano son trasladados a lo divino. Es célebre su glosa de la conocida copla “Vivo sin vivir en mí…”.

3.3.3. Comentarios en prosa: San Juan desentraña el significado simbólico de sus grandes poemas en sendos comentarios en prosa que redacta años más tarde con mismo título; a Noche oscura del alma le dedica, además, un segundo texto: Subida al monte Carmelo. Constituyen un auténtico tratado de mística.

La relación entre los versos y sus comentarios ha sido objeto de debate. Todo parece indicar que si los primeros nacieron de modo espontáneo, los segundos obedecerían a la presión del círculo espiritual en que se movía el poeta, debido quizá a la necesidad que se sentía de justificar unas composiciones de exacerbado erotismo. Unos y otros pertenecen a universos estéticos y afectivos totalmente distintos. Media gran distancia entre el impacto emocional que nos producen las imágenes poéticas y la frialdad de las prosas.

Por otra parte, el simbolismo está muy recargado; rara es la palabra que pueda tomarse en sentido recto. Las aclaraciones resultan, paradójicamente, muy complicadas. En general, el lector prefiere los poemas desnudos, sin comentarios.

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