Tema 16 – El modelado fluvial, costero y glacial. Las aguas subterráneas. Los impactos en las costas.

Tema 16 – El modelado fluvial, costero y glacial. Las aguas subterráneas. Los impactos en las costas.

1. INTRODUCCIÓN

El ciclo geológico externo se caracteriza preferentemente por la destrucción del relieve por los agentes atmosféricos, implicando una transformación de material. Así los agentes geológicos externos desarrollan acciones cuyo resultado es opuesto al que producen los agentes geológicos internos. Por tanto, el relieve es el resultado de la pugna entre ambos tipos de procesos geológicos, cuyas acciones tienden a equilibrarse.

La atmosfera, el viento, el agua y el hielo son los principales agentes modeladores del relieve, dependiendo su actuación directamente del clima dominante en la región. En este tema se desarrollará la acción geológica del agua.

En la segunda parte del tema se analizara como ciertas actividades humanas, alteran las condiciones del agua provocando su contaminación, la carga de vertidos urbanos, agrícolas, industriales a las aguas ha aumentado tanto que se convierte en la actualidad en un problema de gran importancia.

2. EL MODELADO FLUVIAL, COSTERO Y GLACIAL

2.1. El modelado fluvial: sus mecanismo y sus formas

Balance energético de una corriente

Una corriente fluvial es una masa de agua que se desplaza, debido, a su energía potencial, desde puntos de mayor energía (mayor cota topográfica) a los de menor, llamándose nivel de base aquel punto en que esta energía se anula (el mar, otro río confluente, un lago, …).

Tenemos por lo tanto una energía potencial (EP = mgh) que faculta para trasladar a las aguas, movidas por la gravedad y, por otro lado, debido al mo­vimiento, se dispone de otra energía libre o cinética (EC – 1/2 mv2), que depende de la velocidad y por tanto del desnivel topográfico.

La sumatoria de toda la energía de una corriente fluvial en un punto dado la denominaremos Potencia Bruta (PB).

Con esta potencia bruta el río tiende a desplazarse cauce abajo, teniendo que salvar para poder hacerlo una serie de fricciones, para lo cual dedica parte de su energía (potencia utilizada para salvar las fricciones o PF).

En segundo lugar el río tenderá a trans­portar todos los materiales que descien­den por las vertientes o le suministran sus afluentes. Llamaremos PT (potencia de transporte) a la potencia que debe dedicar a tal fin. Así en condiciones ideales de equilibrio, tendríamos:

PB – PF + PT

Puede suceder que haya energía so­brante, es decir:

PB > PF + PT entonces la energía restante PN (potencia neta) la utiliza el río para erosionar:

PB = PF + PT + PN.

Puede ser que el río sea incapaz de transportar todo el material que llega a su cauce; es decir:

PB < PF + PT entonces hay sedimentación.

Vamos pues a ir analizando cada uno de estos factores.

Las fricciones externas e internas

Si un río se desplaza es porque la lámina de agua vence unos rozamientos externos e internos:

– Las fricciones externas dependen en buena medida del rozamiento de la lámina de agua con el lecho del río, que varía de acuerdo con la carga de fondo por él transportada y con la rugosidad de este mismo fondo. También dependen de la configuración transversal del lecho, de tal forma que a mayor radio hidráulico (Rh – A/Pm) existe menor resistencia con el lecho (fig. 1). La particular forma que tenga el lecho hará que varíe extraordinariamente el radio hidráulico en las crecidas. Suponiendo un lecho tendido (fig. 2) muy abierto, con un río en la posición 1, que al crecer desborda hasta la posición 2, aumenta extraordina­riamente el perímetro mojado, mientras que el área de la sección sufre un aumento relativamente menor, por lo que disminuye el radio hidráulico, es decir, se ofrece gran resistencia. Esta es la causa de que cuando un río se desborda, normalmente en vez de producir erosión (hecho que intuitivamente cabría esperar) se produce una importante sedimentación. La rugosidad del lecho del río es otro factor importante. Los tramos de los ríos con los cauces todavía no bien delimitados. con caída de grandes bloques son obstá­culos que debe vencer la lámina de agua, a base de utilizar una parte importante de su energía. En los tramos bajos la rugosidad que ofrece el cauce es menor y las aguas trans­curren sin encontrar grandes resistencias.

– Las fricciones internas suponen una utilización de la potencia bruta mucho mayor que la dedicada por el río a resolver las fricciones externas, y en general toda la potencia empleada para una y otra (PF) es del orden de 10 veces superior a la empleada en el transporte (PT). El desplazamiento de unas láminas de agua sobre otras consume gran energía. En régimen turbulento, las fricciones son todavía mayores. La carga (materiales transportados des­de el punto de erosión) que transporta el río aumenta la viscosidad, del agua, y por lo tanto las fricciones internas.

Erosión fluvial

Como veíamos anteriormente, hay erosión cuando:

PB > PF + PT

Esta toma tres modalidades: erosión vertical, erosión recesiva o remontante y erosión lateral. En conjunto las tres forman la erosión lineal, porque fundamentalmente es un hundimiento de los valles que se van encajando cada vez más, en contraposi­ción a la erosión areolar ejercida sobre las vertientes o laderas y que afectan por tanto a los interfluvios.

– Erosión vertical. La erosión vertical es el resultado de un conjunto sumatorio de procesos que son:

o Abrasión, ejercida por la carga de fondo transportada por el río. Así el movimiento giratorio helicoidal que puede tomar la corriente en algún pun­to debido a la rugosidad del lecho, hace girar a los cantos que transporta. El resultado es la formación de profundas cubetas con forma circular en el fondo del cauce, que reciben el nombre de marmitas de gigante o pilancones.

– Acción hidráulica, debido a la velo­cidad de la corriente que ahonda cada vez más en el cauce.

– Por último, disolución en materiales solubles (yesos, sales, calizas, etc.). que puede producir una intensa erosión química.

Erosión recesiva o remontante.

Los ríos y arroyos tienden cada vez a ampliar sus respectivas cuencas hidrográ­ficas por la continua erosión remontante de sus aguas. Las líneas divisorias hidro­gráficas no son pues estáticas sino que tienden a trasladarse aguas arriba.

Esta erosión remontante es una de las causas del fenómeno de las capturas fluviales efectuada por los arroyos de cabecera de un río, que tiende a ampliar más y más la superficie de la cuenca de recepción, llevando la línea divisoria de aguas cada vez más lejos. Durante esta operación puede captar arroyos o ríos de cuencas adyacentes y que ahora verterán sus aguas en la corriente de conquista. Este fenómeno es relativamente frecuente, sobre todo en redes fluviales poco jerar­quizadas.

Erosión lateral (meandros).

El río también tiende a ensanchar su valle para lo cual ejerce una erosión late­ral. La prueba más clara de la existencia de esta erosión la constituye la formación y evolución de los meandros. los meandros son originados como consecuencia de un equilibrio entre una pendiente topográfica determinada, una velocidad, carga, caudal, etc., concretos.Los meandros no son estáticos sino que evolucionan a lo largo del tiempo en tres sentidos:

– Acentuación de la curva

– Estrangulamiento.

– Migración aguas abajo.

La acentuación de la curva es debida a que en la orilla cóncava hay una activa erosión en tanto que en la convexa hay sedimentación, dando lugar a pequeñas playas fluviales.

Según muestra la figura 3, el flujo de agua al entrar en la curva, choca contra la orilla cóncava, erosionándola.

La existencia de las corrientes (fig. 4) transportan los materiales desde la orilla cóncava a la convexa.

Como este fenómeno ocurre tanto en la entrada como en la salida de la curva (ver figura 3 puntos C y D) el meandro tiende a estrangularse, abandonando el cauce fluvial.

El tramo abandonado puede, en épocas de crecidas, quedar inundado formando lagos en forma de herradura o yugos de buey (ox-bow).

Debido a los cambios en la pendiente longitudinal del valle y a la extrangulación de algunos meandros se produce la emi­gración de otros aguas abajo (figura 5).

Existen dos tipos principales de mean­dros:

– Meandros divagantes de llanura aluvial. Son los meandros libres instalados en extensas llanuras aluviales. No tienen posición fija y sufren los tres procesos descritos en su evolución.

– Meandros encajados son de posición fija y reciben su nombre por estar profundamente encajados en el fondo de un valle de paredes abruptas. Las curvas que describe el río coinciden con las curvas que va describiendo el propio valle.

Transporte fluvial

En condiciones ideales de equilibrio, todos los aportes laterales que recibe el río (por arroyos, arroyada o transporte en masa de los materiales) son evacuados, de tal forma que se cumple:

PB =PF + PT

El transporte lo realiza el río de diversas formas: disolución, suspensión, saltación y rodamiento

El transporte fluvial supone un gran desgaste de los clastos que muestran superficies pulidas cuando ha actuado suficiente tiempo.

En general, la carga que puede trans­portar un río es proporcional al caudal.

CARGA = A • Q3 donde A = factor de proporcionalidad. Q = caudal de agua.

Así la carga de una corriente es el volumen de materiales que pone en mo­vimiento o evacúa.

Se han hecho experiencias de laborato­rio encaminadas a estudiar las relaciones entre la erosión, transporte y sedimenta­ción., bajo diversos supuestos de velocidad y diámetro (o peso) de los clastos. El re­sultado se refleja en las conocidas curvas de Hjultróm (fig. 7).

Llama la atención que las partículas a partir de un diámetro igual a 0,25 mm. y en sentido decreciente, necesiten mayor velocidad para ser arrancadas, esto es, a menor diámetro mayor velocidad.

Esta paradoja se explica por las fuer­zas de adhesión, capilaridad y absorción, es decir, para arrancar materiales finos es preciso una velocidad muy superior a la necesaria para su transporte, en tanto que para incorporar materiales gruesos se requieren velocidades similares a las empleadas en su transporte. Como es ló­gico, las partículas gruesas requieren altas velocidades para no ser sedimentadas.

Depósitos fluviales

Cuando la potencia del río disminuye, puede ser insuficiente para transportar toda la carga, entonces parte de ella es depo­sitada. Será el caso en que PB < PF + PT. Las manifestaciones de estas deposiciones constituyen fundamentalmente las llanuras aluviales actuales y las terrazas.

– Llanuras aluviales.

También se las conoce como llanuras de inundación o de acrección. La llanura aluvial comprende el cauce o canal por donde discurre el agua en épocas de es­tiaje y los depósitos, de superficie plana y uniforme, acumulados y sedimentados durante las crecidas, tanto actuales como pasadas.

La llanura de inundación termina, lateralmente, con cambios más o menos bruscos de pendiente, o sea, con el paso de una superficie plana a otra de pendien­te abrupta. Estas pendientes abruptas son el inicio de las respectivas vertientes que limitan el valle fluvial (fig. 8).

En la propia llanura de inundación se pueden distinguir los meandros estrangu­lados formando lagos pantanosos (yugos de buey u ox-bows); los scrolls o ciénagas situadas en la orilla convexa de los mean­dros depositadas en épocas de crecida en la llanura de inundación. Los derrames o splays que son acumulaciones arenosas depositadas por las aguas de crecida cerca del cauce.

 

En el propio cauce se depositan barras de materiales detríticos que en épocas de estiaje dividen el cauce en múltiples brazos (cauces anastomosados). Los sedimentos arenosos dispuestos en capas en las curvas convexas de los meandros se denominan barras semilunares o point-bars (figs. 4 y 8).

– Terrazas fluviales.

Si un cauce se encaja sobre la llanura aluvial dejando retazos de rellano adosa­dos a las laderas del valle, se forman las terrazas, que son, por tanto, acumulacio­nes aluviales antiguas, abandonadas por la incisión del río, quedando por tanto a mayor cota topográfica que el cauce actual, y fuera del alcance de las crecidas.

Hay dos tipos fundamentales de te­rrazas: las escalonadas o colgadas y las encajadas o solapadas. En las colgadas la incisión del cauce ha sido superior al espesor de la llanura aluvial abandona­da, por lo que en el escarpe añorarán los materiales que constituyen el sustrato: es decir, los materiales del fondo y paredes del valle fluvial. Figura 9.

En el caso de las encajadas o solapadas. la incisión o encajamiento no ha llegado a sobrepasar el espesor de la llanura de inun­dación, por lo que en el escarpe afloran los acarreos fluviales, que la constituían (fig- 10).

La distinción entre un tipo u otro de terrazas tiene importancia en explota­ción de áridos y en hidrogeología. Las terrazas encajadas tienen mayor espesor y normalmente están alimentadas por el caudal del río.

Desde antiguo se han propuesto diver­sas causas para explicar el origen de las terrazas, veamos ordenadamente cada una de ellas:

Estadios evolutivos

Acabamos de repasar los distintos mecanismos de erosión, transporte y sedimentación fluvial. La realidad es mucho más compleja, y no podemos aislar cada proceso en un punto o tramo del río, sino que es mejor estudiar los distintos tramos del río y ver que pasa en cada uno o en cada edad del río.

Antes debemos conocer el concepto de perfil de equilibrio.

– Perfil de equilibrio.

Los cauces fluviales tienden a adquirir un perfil longitudinal que suponga el mí­nimo gasto de energía posible, es decir, el menor desgaste de la potencia bruta.

Así la corriente pretende establecer una pendiente tal, denominada pendiente o perfil de equilibrio, que sea justamente la necesaria para el transporte de la carga. Es decir, en cada punto teóricamente cabría esperar que PB = PF + PT. Naturalmente dicho perfil es totalmente teórico, e inal­canzable, pero no obstante los ríos tienden a aproximarse a él.

En resumen, el río modifica su perfil, sobre todo cuando discurre por una llanura aluvial, ya que sus materiales, altamente movilizables, permiten un fácil y rápido ajuste a las condiciones del flujo, bien por erosión o por sedimentación.

El análisis diacrónico de la evolución de los ríos nos lleva a distinguir unas eta­pas o grados de evolución, son las fases o estadios de juventud, madurez y senectud. (Fig. 13).

– Estadio de juventud.

Ríos de carácter torrencial, lejos de su perfil de equilibrio, por lo cual producen una intensa erosión vertical, profundizando sus valles que adoptan un perfil en uve. La red fluvial está mal definida y poco desarrollada, desencadenándose en todo el sistema arterial de ríos y al fuentes una intensa erosión remontante. Esta fase ju­venil acaba según W. M. Davis, cuando los ríos adquieren su teórico perfil de equilibrio o al menos están próximos a lograrlo. En definitiva las características más acusadas de esta fase juvenil son: perfiles transversales en uve e intensa erosión vertical y recesiva.

– Estadio de madurez.

En él predomina la acción erosiva lateral formación de meandros y ensanchamiento de los valles fluviales formando amplias vegas. La erosión areolar se suaviza. La red fluvial se adapta paulatinamente, a las características litológicas y estructurales de la cuenca hidrográfica. En suma, esta fase se caracteriza por la erosión lateral y rebajamiento del relieve entre divisorias.

– Estadio de senectud.

En su etapa de senectud, no sólo el río, sino el relieve han alcanzado un estado de equilibrio muy avanzado. El perfil de los ríos se ha regularizado en grado sumo, las laderas presentan su perfil de equili­brio, las diferencias de cota en el terreno se han reducido extraordinariamente, de tal forma que el relieve se aproxima a lo que W. Davis definió como penillanura. El relieve queda reducido a ondulaciones sumamente suaves, casi imperceptibles, que separarían vastas vegas fluviales. Los ríos que circuían por tales vegas, tienen equilibrados los procesos de erosión, transporte y sedimentación.

Esta apacible configuración del paisaje es en realidad teórica, pues se necesitan enormes períodos de tiempo de calma tectónica, orogénica, climática, etc., para conseguirlo. Tales circunstancias no se han dado nunca, si bien existen regiones en un estado avanzado de evolución.

Como consecuencia del descenso deí ni­vel de base de los ríos o por levantamiento epirogénico de una cuenca hidrográfica en avanzado estado de evolución, se produce un proceso general de encajamiento de la red fluvial estableciéndose un nuevo ciclo de erosión o «rejuvenecimiento».

En definitiva el perfil longitudinal real que presenta un río al compararlo con el teórico de equilibrio, nos puede servir de indicación para saber el grado de evolución en el que se encuentra el río, es decir, su estadio evolutivo.

2.2. El modelado costero: su dinámica y formas de erosión

Indudablemente, el lugar donde se ma­nifiesta con mayor evidencia la dinámica propia de las aguas oceánicas es, precisa­mente, a lo largo de la línea de encuentro de la superficie continental y superficie oceánica,

Entendemos por litoral la compleja zona de encuentro entre las áreas conti­nentales y oceánicas, cuya superficie se dispone a uno y otro lado del límite tierra-agua y en la que todos los procesos que tienen lugar dependen esencialmente de la interacción litosfera-o ce ano -atmósfera; la ribera u orilla es la línea de separación entre la tierra y el agua. Aunque tal zona de interacción existe también en el caso de lagos y lagunas, el término litoral se aplica en la práctica tan sólo para describir la zona de borde de los océanos.

La razón más evidente para considerar el litoral como una franja y no solamente como una línea, se basa en que el límite tierra-agua varía periódicamente con los movimientos de marea; la banda interna real ocupa una superficie, a escala global, de unos 150.000 Km2. A esta superficie habría que añadir, como se comentará más adelante, la de las zonas inmediatamente inferior y superior afectadas por los pro­cesos litorales.

Los procesos que configuran este en­torno natural gozan de una propiedad casi única entre los procesos geodinámicos ex­ternos, como es su notable azonalidad, es decir, que la mayor parte de los procesos litorales son análogos, independientes del clima que afecte a la costa.

El litoral puede ser dividido en un cierto número de zonas bastante bien diferenciadas por lo general (ver fig. 14); avanzando desde el continente hacia el océano se pueden distinguir las zonas siguientes:

– Costa: es la zona que, desde el acanti­lado o playa, se extiende tierra adentro hasta donde empiezan a aparecer for­ mas de modelado debidas exclusiva­mente subaéreos.

– Zona litoral: es la zona que abarca desde el acantilado hasta la línea que marca la máxima bajamar; se distin­guen en ella, a su vez, dos subzonas: la subzona supralitoral (desde el acantilado hasta la línea del litoral, o sea, la línea que marca la marea alta), y la subzona mesolitoral (entre las líneas que indican la máxima pleamar y máxima bajamar), también denomi­ nada zona intertidal.

– Zona infralitoral: es la porción de la plataforma continental que se extiende desde el límite de la máxima bajamar hasta una profundidad no superior a 11 metros (6 brazas). El resto de la pla­taforma continental recibe el nombre de zona sublitoral.

La zona litoral es una de las áreas más dinámicas de la superficie terrestre por lo que se refiere a procesos de erosión y deposición; el modelado de las áreas litorales es el resultado de la intervención de una serie de agentes y factores que se describen a continuación.

Agentes del modelado del rnar

El roquedo y los sedimentos de las áreas litorales están continuamente expuestos a la incesante actividad erosiva del oleaje, las mareas y las corrientes litorales, los tres principales agentes de las modificaciones costeras. La intensidad puede variar con la estación del año pero el ataque nunca se detiene.

– Oleaje:

el oleaje es el principal agente de la modificación del litoral, a loq eu sin duda contribuye de manera importante el continuo y periódico cambio del nivel del mar por efecto de las mareas, al ampliar éstas el ámbito vertical de actuación de aquel a la vez que generar corrientes que pueden poner en movimiento los sedimentos costeros. Las olas son ondas que se desplazan a lo largo de la superficie del océano, asumiendo muy diferentes formas dependientes de la profundidad de la lámina de agua donde se desarro­llan; están originadas por tres grupos de causas naturales: viento (la causa más frecuente), sismos (y ocasionalmente deslizamientos y erupciones volcánicas submarinas) y fuerzas de marea. Una ola puede caracterizarse por cuatro propie­dades fundamentales: altura, longitud de onda, velocidad y período.

La relación de las olas con el viento y la mecánica de su movimiento son ma­terias complejas y difíciles: la fricción existente entre el aire en movimiento y el agua transmite el movimiento del aire a la superficie de éste; a una velocidad muy baja del viento corresponde un flujo laminar de aire, permaneciendo inalterable la superficie del agua. Conforme aumenta la velocidad del viento el flujo tiende a ha­cerse turbulento, produciéndose pequeñas alteraciones sobre la superficie del agua; una vez que la superficie del agua se ha vuelto irregular aumenta la fricción entre el viento y el agua, y si aquél continúa, las olas tienden a hacerse mayores. Las olas sísmicas o tsunami son tre­nes de ondas que se desplazan sobre la superficie del océano y que se originan por movimientos sísmicos acontecidos en el sustrato de la cuenca oceánica. Estas olas sísmicas son de una gran longitud de onda (de 100 a 200 Km) adoptando alturas que oscilan entre 0,3 y 0,6 m., en las áreas de gran profundidad; su mayor longitud de onda que altura, hace que pa­sen inadvertidas en alta mar. Su período está comprendido entre 10 y 30 minutos, desplazándose a una velocidad que varía entre 500 y 800 Km/h.

Cuando estas olas alcanzan las zonas poco profundas cercanas a la costa pro­ducen un levantamiento muy pronuncia­do del nivel del océano; la altura del tal levantamiento es usualmente de unos 15 metros, habiendo llegado incluso a más de 30 metros en algunos casos. La superpo­sición del oleaje ordinario a las tsunami hace aún más temibles a éstas.

– Mareas.

El rítmico ascenso y descenso vertical del nivel del mar en la costa son las ma­reas, consideradas por los oceanógrafos como la oscilación de mayor longitud de onda de la superficie de los océanos, con un período de 12 horas y 25 minutos. La corriente de marea es el flujo horizontal de agua causado por el ascenso o descenso de su nivel.

Las mareas fueron explicadas por primera vez de forma satisfactoria por Isaac Newton, el cual las relacionó con la ley de la gravitación universal por él descubierta: todos los cuerpos celestes afectan a las aguas del océano en alguna medida, pero solamente la Luna y el Sol ejercen una afección importante debido a la proximidad de la primera y a la enorme masa del segundo; la influencia de la Luna es un poco más de dos veces mayor que la del Sol. En todo caso, la rotación del sistema Tierra-Luna es también importan­te, generando una fuerza centrífuga que contribuye a la fuerza neta productora de mareas sobre nuestro planeta.

Las mareas ideales siguen un ciclo (dos máximos y dos mínimos por día), siendo las oscilaciones un 2% más acusadas en la vertical (mareas vivas) cuando la Luna y el Sol están en sizigia (oposición o con­junción, (ver fig. 15) dado que las fuerzas productoras de mareas de origen solar y lunar se suman, lo cual ocurre en las fases de la luna nueva y luna llena; las mareas vivas tienen lugar, pues, dos veces al mes, exactamente cada 14 3/4 días.

Por el contrario, cuando el Sol y la Luna están en cuadratura (ver fig. 34), lo que ocurre en las fases de cuarto menguante y cuarto creciente, las fuerzas generadoras de mareas de origen solar tienden a con­trarrestar las de origen lunar, resultando mareas cuya oscilación en la vertical es un 20% menos acusada que la de la marea media, denominándose por ello mareas muertas.

– Corrientes litorales.

Cuando los frentes de las olas inciden sobre la línea de costa con cierta oblicui­dad {fig. 20) los sedimentos litorales son empujados por aquellas en tal sentido; sin embargo, cuando el agua retrocede, su mo­vimiento está controlado por la gravedad, obligándoles a seguir la dirección de la máxima pendiente; en este movimiento de retroceso las partículas son arrastradas directamente hacia el mar. yendo a parar a una posición lateral respecto a la que ocupaban con anterioridad al relatado epi­sodio. En estas condiciones, cada una de las partículas que componen los sedimen­tos litorales pueden llegar a desplazarse distancias considerables a lo largo de la línea de costa, se conoce con el nombre de deriva de playa.

Cuando las olas se aproximan a las costas bajo el efecto de fuertes vientos, el nivel del agua tiende a elevarse ligera­mente en las inmediaciones de éstas, existe así un exceso de agua que tiende a escapar por efecto de la gravedad, generándose la deriva litoral; si además el oleaje incide sobre la costa oblicuamente, las condicio­nes serán extremadamente favorables para que se generen tales corrientes de deriva litorales (fig. 21), siguiendo la dirección del viento. Deriva de playa y deriva litoral se complementan en el litoral.

Las corrientes de marea contribuyen igualmente al transporte de los sedimen­tos litorales de unas zonas a otras; tales corrientes se generan, simplemente, como consecuencia del ascenso o descenso del nivel del agua al subir o bajar la marea y son especialmente notables en los estuarios de los ríos y en la bahías, sin embargo, cuando la costa es rectilínea su interés es casi nulo.

En aquellas áreas donde el viento sopla paralelo a la costa, tiende a generar una corriente de agua superficial desviada aproximadamente 45° respecto a la di­rección del flujo original, en función de la aceleración de Coriolis; esta corriente superficial tiende a apartar agua superficial de la costa, efecto que es inmediatamente compensado con una corriente vertical as­cendente de agua profunda (ver fig. 22). Este fenómeno es un importante agente de fertilización biológica de algunas costas por intervenir aguas profundas.

Factores del modelado del mar

– Factor activo.

Implica factores dinámicos, son las variaciones del nivel del mar.

El cambio más importante del nivel del mar que ha afectado la evolución de las líneas litorales modernas, es el ascenso postglacial, sobre todo el relacionado con la última deglaciación.

Las dataciones con carbono-14 efectua­das sobre conchas de moluscos marinos y sobre muestras de vegetación submarina de habitat conocido y preciso, ponen de manifiesto que el nivel del mar se elevó con relativa rapidez hasta hace unos 6.000 años; desde entonces la velocidad de ele­vación ha sido mucho más lenta.

Sin embargo, parece que actualmente gran parte de las líneas de costa tienden a desplazarse hacia el continente, como si tal elevación postglacial del nivel del mar volviera a acelerarse.

– Factores pasivos

Son aquellos provocados por causas estáticas son:

o Inclinación de la plataforma continental en las zonas infralitoral y sublitoral. Si la inclinación de la plataforma con­tinental en la zona sublitoral y, sobre todo, infralitoral es acusada, a poca distancia de la costa el agua es profunda, por lo que la rotura de las olas no se producirá hasta que estén muy próximas a aquélla. El resultado es que la energía del oleaje se concentrará en una zona de área limi­tada, lo cual tiende a favorecer la erosión del litoral. Por el contrario, si la pendiente es suave el oleaje tenderá a romper antes de llegar incluso a la zona sublitoral. El impacto de las olas tenderá en cual­quier caso a arrancar materiales, pero a medida que las olas rompientes se mueven sobre un fondo que se eleva suavemente, se disipa su energía, tendiendo a producirse sedimentación.

o Topografía de las áreas emergidas inmediatas. Un factor pasivo importante que deter­mina el carácter local de la mayor parte de los litorales es la topografía de las áreas emergidas inmediatas a la costa; y ello porque el contorno de los litorales actua­les es, en buena medida, el resultado del ascenso del nivel del mar sobre la zona infralitoral durante la última deglaciación. Así, un ascenso del nivel del mar sobre una llanura costera bien desarrollada dará lugar a una línea de costa recta, mientras que si tal ascenso se produce sobre un área de colinas, el resultado será una línea litoral irregular.

o Naturaleza del sustrato de la zona litoral. Si el sustrato del litoral está constituido por rocas resistentes, la erosión es lenta, siendo necesario el transcurso de un largo período de tiempo para observar cambios visibles; es el caso de las rocas plutónicas y metamorneas en general.

Los roquedos blandos son fácilmente socavados. Cuando el mar ataca un roque­do heterogéneo (como la creta) constituido por fragmentos duros engastados en una masa blanda y desmenuzable, tienden a formarse acantilados verticales.

Otro aspecto importante a considerar en relación con la naturaleza del roquedo de la zona litoral es la posibilidad de producirse acciones disolventes, que no deben cons­treñirse a las calizas y rocas evaporíticas en general; el agua del mar es capaz de alterar y disolver rocas y minerales que el agua dulce, a las temperaturas ordinarias, deja prácticamente intactos, como es el caso del basalto y la microlina.

Ambientes costeros

– Acantilados marinos.

Son característicos de aquellas áreas donde el continente penetra en el agua con acusada pendiente, lo que suele ocurrir cuando se producen procesos de hundi­miento (por causas tectónicas) en zonas costeras y, en menor medida, cuando se ha producido un ascenso del nivel del mar y sus aguas llegan hasta algún lugar donde existían abruptas pendientes.

En la figura 23 se ilustra el desarrollo de un acantilado marino desde un estadio inicial (A), hasta un estadio de madurez (C), pasando por un estadio intermedio (B), en el que a medida que el acantilado va retrocediendo se van originando soca-vaduras en la base (S), arcos (AR), agujas (A), grietas (G) y cuevas (C) y, sobre todo, la plataforma de abrasión (P) al pie del acantilado, limitada frecuentemente en su parte más externa por sedimentos de marcado carácter detrítico que, procedentes del ataque de aquél, constituye una terraza marina (T). A menudo se observan en el frente del acantilado valles colgados de pequeños ríos que no han podido profun­dizar en valles con la misma rapidez que el retroceso del acantilado (fig. 24).

– Playas, flechas litorales y barras arenosas.

Donde la continua abrasión de un acan­tilado marino ha dado lugar a una impor­tante cantidad de material detrítico fino o medio (arena), o, sobre todo, donde un río más o menos caudaloso aporta continua­mente esa materia, pueden desarrollarse playas, barras arenosas y flechas litorales, formas de modelado litoral profundamente relacionados con los procesos de deriva de playa y deriva litoral ya descritos.

– Estuarios, marismas y deltas.

Un estuario es la porción del cauce bajo de un río afectado por la marea y que se caracteriza por una inmensa deposición, consecuencia de la rápida reducción de velocidad que experimenta la corriente al encontrarse con la masa oceánica.

Los sedimentos aportados por el curso fluvial o por las mareas tienden a colmatar el estuario, dando lugar a las llanuras de fango que son grandes extensiones de li­mos y arcillas que quedan al descubierto en la bajamar y cubiertos en la pleamar. Estas llanuras de fango son colonizadas con relativa facilidad por vegetación higro-halófila.

Los deltas son el resultado de la acumulación de sedimentos junto a una desembocadura fluvial cuando el ritmo de deposición supera a la capacidad de redistribución de los agentes del mode­lado litoral. La ausencia o debilidad de la marea son, evidentemente, condiciones favorables para el crecimiento de un delta. Del enorme volumen de material sólido aportado por el curso fluvial resulta una división de éste en brazos, adoptando con cierta frecuencia el depósito, una dispo­sición arqueada que recuerda a la letra griega delta mayúscula (como ocurre en la desembocadura del Nilo) de donde se ha adoptado el vocablo.

No obstante existen deltas que nada tienen que ver con la forma descrita, como en el caso de los deltas digitados, deltas en cúspides o triangulares y deltas- estuarios.

Sin embargo, entre estos tres términos no existe un límite netamente definido.

– Arrecifes coralinos.

Al definir el litoral en un epígrafe pa­sado, se hacía mención a la importancia de las interacciones litosfera-océano-atmósfera. Llegado este punto, se hace necesario recordar la importancia que la actividad de determinados seres vivos tienen en los procesos litorales. Los litorales coralinos se caracterizan por el hecho de que su existencia se debe a la acción de dos tipos de organismos: corales y algas.

Son característicos de los océanos tro­picales, entre latitudes de 30°N a 25°S? porque para su rápido desarrollo necesi­tan una temperatura del agua superior a 20°C. Son extremadamente llanos por su parte superior, que permanece cubierta durante el pleamar pero descubierta en la bajamar.

– Manglares.

Las zonas litorales de las regiones tropicales y ecuatoriales donde la abun­dancia de sedimentos finos en suspensión inhibe el desarrollo de arrecifes de coral y donde la profundidad del agua es es­casa, sirven de asiento a los manglares. Se trata de una vegetación exuberante de pluvisilva enormemente especializada, constituida por árboles de largas raíces que sirven para atrapar los sedimentos transportados por las corrientes de ma­rea, extendiéndose de este modo la tierra mar adentro.

Los manglares pueden, por tanto, con­cebirse como el equivalente a las marismas de las latitudes medias.

2.3. El modelado glacial: su dinámica y formas

El sistema morfoclimático glaciar ocupa el dominio propio de los lugares en los que la nieve permanece y se acumula a lo largo del año y de un año al siguiente.

Se caracteriza este dominio por la existencia de grandes masas de hielo, que recubren, de forma más o menos continua, las rocas de la superficie terrestre y que pueden ñuir lentamente, desplazándose a distancias considerables del lugar donde se acumularon.

Acumulaciones glaciares

Se calcula que, en la actualidad, la su­perficie ocupada por las acumulaciones de hielo es del orden de 17 millones de Km2, es decir, aproximadamente un 10% de la superficie de los continentes. Sin embar­go, en el pasado, los hielos han cubierto superficies mucho más extensas.

Antes de nada, conviene definir el concepto de aparato glaciar: se entiende por glaciar toda masa de hielo y nieve en movimiento, formada por la acumulación de las precipitaciones sólidas que el calor estival no es capaz de fundir. La existencia de glaciares en una determinada región está condicionada por dos factores, que pueden darse o no simultáneamente:

– Alimentación nival importante.

– Escasa ablación (fusión y evaporación de la nieve en el verano).

Es fundamental, pues, para la estabili­dad y desarrollo de los glaciares, que la nieve acumulada durante el invierno sea capaz de perdurar de un año para otro. Estas condiciones se dan casi exclu­sivamente en regiones de elevada latitud y/o altitud, por encima del denominado límite de las nieves perpetuas.

La transformación de la nieve en hielo es un largo y complejo proceso, que im­plica la actuación de varios mecanismos diferentes:

– Compactación, debido a su propio peso.

– Sublimación, es decir, paso del hielo a vapor de agua.

– Fusión.

– Rehielo del agua de fusión, en forma de recristalizaciones intersticiales.

En general, la nieve recién caída es un agregado esponjoso de cristales laminares y esqueléticos, con gran cantidad de aire. Su densidad es muy baja: 0,1 a 0,2 g/cm3.

Debido, sobre todo, a la presión, estos cris­tales se modifican y se forman granos equi-dimensionales. Si esta nieve vieja sobrevive una estación de verano se denomina neviza. Su densidad es de 0,4 a 0,6 g/cm3.

A medida que se acumulan capas anuales sucesivas, la neviza profunda se compacta y la mayor parte del aire es ex­pulsado. La neviza se convierte en hielo glaciar, que es una masa policristalina alotriomorfa, con una densidad que os­cila entre 0,8 y 0,9 g/cm3 y una elevada plasticidad.

Una vez formado, el hielo glaciar em­pieza a fluir por su propio peso, bajo la acción de la gravedad, a favor de las pen­dientes, convirtiéndose así en un glaciar activo.

En la mayoría de los glaciares puede distinguirse una zona de acumulación y una zona de ablación

En la zona de acumulación, el aporte de nieve y, por tanto y a la larga, de hielo, predomina sobre la ablación en el curso del año.

En la zona de ablación, la fusión supera la cantidad de nieve precipitada. El flujo del hielo, desde la zona de acumulación a la de ablación, permite mantener una cierta estabilidad en el glaciar, de manera que el exceso de hielo en la primera, compensa el déficit de la segunda.

Tipos de glaciares

Desde el punto de vista morfológico, se distinguen cuatro tipos principales de glaciares.

– Los inlandsis o glaciares de casquete polar están constituidos por enormes acumulaciones de hielo a muy baja temperatura, como es el caso de la Antártida y Groenlandia, en la actualidad (figura 29), o de la mitad septentrional de Europa y Norteamérica, durante el Pleistoceno (figura 27). En ocasiones sobresalen algunos relieves rocosos elevados y abruptos, que reciben el nombre de nunataks.

– Los glaciares de piedemonte o alaskianos son complejos aparatos, ins­talados en regiones montañosas, a lo largo de numerosos valles, que vienen a confluir al pie de los relieves, consti­tuyendo una única e inmensa lengua de hielo. El glaciar más característico de este tipo es el de Malaspina, en Alaska o el Perito Moreno de Argentina.

– Los glaciares de valle o alpinos predominan en Europa y América del Norte. Están perfectamente adapta­dos a la topografía, ocupando valles formados con anterioridad, por lo que presentan una forma característica lar­ga y estrecha. Constan de un sector de cabecera, constituido por uno o varios circos, y lengua, que fluye valle aba­jo. Un ejemplo sería el glaciar Paznau en Alemania (figura 28). Cuando la temperatura se hace más suave por un cambio climático, degeneran hacia los glaciares rocosos, en los que la len­gua de hielo queda sepultada bajo los acarreos detríticos.

– Los glaciares de circo o pirenaicos son de pequeñas dimensiones. Se loca­lizan en zonas de cabecera en regiones montañosas. Un ejemplo sería el gla­cial de Kilimanjaro o el del Aneto.

La dinámica glaciar

El movimiento descendente de la masa glaciar tiene lugar debido a la pendiente topográfica de la superficie cubierta por el hielo y al propio peso de la masa glaciar; esto conduce a que exista el necesario equilibrio entre las “ganancias” de hielo, por parte de la zona de acumulación, y las “pérdidas”, en la zona de ablación.

El fenómeno de la fluencia glaciar es muy complejo y todavía no se conoce en todos sus detalles. Se cree que el hielo de un glaciar tiene un comportamiento semiplástico y que los mecanismos de deslizamiento son muchos; entre éstos cabe destacar:

– Deslizamiento simple de los cristales individuales de hielo, respecto a los que les rodean.

– Desplazamiento de unos granos de hielo con respecto a otros, merced a una delgada película de agua líquida intersticial.

– Fenómenos locales de fusión y rehielo, debidos a la presión de carga, que hace que la temperatura de fusión aumente localmente.

Esta fluencia no es uniforme en toda la masa de hielo, sino que, en la parte superior central de la lengua glaciar (en el caso de glaciares alpinos), se desarrollan los máximos valores

Desde un punto de vista global, el flujo glaciar se realiza con una cierta compo­nente giratoria, tanto en los inlandsis (figura 30 A), como en los glaciares de valle (figura 30 B).

Se pueden distinguir dos sectores bien definidos, en la masa de hielo

– Una zona plástica, localizada en el fondo, que es donde se producen todos
los mecanismos antes descritos.

– Una zona rígida, superficial, en donde el hielo no tiene un comportamiento semiplástico.

Es, precisamente, en esta zona su­perficial de la masa de hielo donde se localizan las grietas y fracturas que presentan todos los glaciares. Los prin­cipales tipos son:

– Rimayas. Son grietas que separan el hielo de la roca, en la zona de cabece­ra, debido al diferente comportamien­to térmico de unos y otros materiales

– Crevasses. Son grietas debidas a ensan­ches o adelgazamientos locales, de la lengua glaciar, por variaciones del lecho rocoso. Cuando se da una red de crevasses, éstas separan e individualizan bloques de hielo, que se denominan seracs

El modelado glaciar

La principal acción erosiva que produce un glaciar es la que realizan los fragmen­tos rocosos que transporta. Esta acción se localiza preferentemente sobre su lecho y se denomina abrasión. Supone un micromodelado característico, produciendo en las rocas afecta­das una pulimentación, además de estrías y acanaladuras, como consecuencia de las incisiones causadas por clastos angulosos, en las rocas que forman el le­cho. Todas estas microformas se generan en la cara de los afloramientos rocosos que mira en la dirección de donde procede el flujo glaciar, produciendo las denominadas rocas aborregadas, que son resaltes pulimentados del lecho glaciar. Por el contrarío, en la cara que mira hacia abajo, las aguas de fusión resultantes de la presión, generada en la cara opuesta, se recongelan en ésta, introduciéndose el hielo por grie­tas y fisuras, provocándose una extracción de las rocas merced al flujo glaciar. Se produce, por tanto, una cara rota y fisurada, que contrasta con la opuesta, pulimentada

Las macroformas típicas del modelado glaciar son los circos y los valles glacia­res. Los circos constituyen depresiones semicirculares, normalmente limitadas por paredes abruptas a modo de anfiteatros (figura 38 B). Su fondo muestra claros signos de abrasión. Evolucionan a formas mayores por retroceso de las paredes, que conservan o acrecientan su verticalidad. La evolución de circos próximos da lugar, de esta manera, a las típicas cresterías de alta montaña y los horns, que son picos agudos localizados en la confluencia de varias crestas (figura 34).

Los valles glaciares presentan un típico perfil transversal en U (figura 39), o en artesa, debido a la ampliación del valle fluvial preexistente. Su perfil longitudinal se caracteriza por la presencia de escalo­nes que limitan cubetas, denominadas de sobre excavación glaciar (figuras 32 y 35). Frecuentemente están ocupadas por lagos cuando el glaciar ha desaparecido.

Las laderas de los valles glaciares son muy abruptas y truncan “interfluvios” de valles afluentes, que constituyen los llamados espolones y valles colgados (figuras 3 8 B y C).

Generalmente, los depósitos glaciares se denominan till, cuando se hace referen­cia, principalmente, a sus características sedimentológicas y morrena, cuando, además se incluye un significado morfo­lógico. Desde este punto de vista, y depen­diendo, en algún caso, de la localización del depósito en la masa glaciar (o en el valle glaciar, una vez desaparecido éste), se pueden distinguir los siguientes tipos de morrenas (figura 36):

– Morrena de fondo. Es un depósito de pequeño espesor que tapiza el le­cho del valle glaciar. Sobre él puede presentarse la denominada morrena de ablación, constituida, fundamen­talmente, por bloques anteriormente inmersos en la masa de hielo, y que al fundirse éste se acumulan encima de la morrena de fondo. Ciertas acumula­ciones locales, incluidas en la morrena de fondo, constituyen los drumlins, que son depósitos alargados de planta oval, pudiendo presentar cierta estra­tificación.

– Morrena lateral. Está constituida por depósitos que se sitúan en las márgenes del glaciar y que, por tanto, marcan su límite una vez desaparecido éste. Pueden existir varias morrenas laterales parale­ las fia interna y la externa), que indican las distintas fluctuaciones del glaciar. A partir de la confluencia de dos lenguas glaciares, las morrenas laterales pasan a formar la morrena central.

– Morrena frontal, aparece en la zona final del glaciar donde este se funde marcándose los posibles avances y re­trocesos de aquél, en el caso de existir varias (figura 37).

Evolución del modelado glaciar

Una región afectada por la erosión glaciar experimenta un cambio en su modelado:

– En las zonas altas, las cuencas to­rrenciales quedarían transformadas en verdaderos circos de paredes abruptas, por retroceso de éstas, evolucionando los anteriores interfluvios, de perfiles más o menos convexos (figura 38 A), a crestas agudas y verticales, con abun­dantes horns (figuras 38 B y C).

– Los valles experimentarán un cambio profundo en su morfología, pasando de un perfil transversal en forma de V, típico del dominio torrencial, a uno de diseño en U o en artesa (figuras 39 A y B). Igualmente, su perfil longitu­dinal quedará marcado por frecuentes inflexiones, en forma de cubetas y umbrales (figura 35).

3. LAS AGUAS SUBTERRÁNEAS

3.1. Comportamiento del medio, frente al agua subterránea

En función de la capacidad de los materiales del medio para almacenar y/o transmitir el agua subterránea, se distin­guen los siguientes tipos:

Acuífero: formación geológica que contiene agua y que permite su libre circulación a través de los poros bajo la acción de la gravedad.

– Acuífugo: formación geológica que ni contiene agua en cantidades apreciables ni permite su circulación.

– Acuicludo: formación geológica capaz de almacenar agua, pero no de trans­mitirla en cantidades significativas.

– Acuitardo: formación geológica que contiene agua, si bien el movimiento de la misma a su través es sumamente lento.

3.1. Zonas hidrológicas del subsuelo

En el transcurso del movimiento des­cendente del agua que se infiltra en el terreno se pueden distinguir básicamente dos zonas en la vertical, denominadas zona de aireación y zona de saturación, respec­tivamente separadas por el denominado nivel freático (Fig. 42).

Zona de aireación o vadosa

La zona de aireación, llamada también zona no saturada, está localizada entre la superficie del terreno y el nivel freático. Se distinguen en ella tres regiones o sub-zonas (Figura 42):

– Subzona edáfica: es la más externa, comprendida entre la superficie del te­rreno y los extremos de las raíces de la vegetación en él asentada; es la franja del suelo sometida a evapotranspira­ción. Su espesor puede variar de unos pocos centímetros a 3 ó 4 metros.

– Subzona intermedia: situada inme­diatamente debajo de la subzona edá­fica, presenta características similares a ésta. No está afectada por las raíces de las plantas. En ambientes muy húmedos puede no existir, mientras que en regiones áridas llega a alcanzar espesores superiores a 300 m.

– Subzona capilar: es la franja de tran­sición a la zona saturada, propiamente dicha; el límite inferior lo constituye la superficie freática. El límite superior con la subzona intermedia puede estar netamente definido (caso de sedimen­tos detríticos de grano grueso) o, por el contrario, ser apenas perceptible (caso de limos y arcillas). El espesor de esta franja depende de las fuerzas capilares que hacen ascender el agua.

Nivel freático

La superficie freática, también llamada hidrostática, que supone el límite inferior de la zona de aireación y el superior de la zona de saturación, es una superficie teó­rica definida corno el lugar geométrico de puntos de agua en el subsuelo que soportan una presión igual a la atmosférica, y viene determinada de forma muy aproximada por el nivel de la superficie del agua en el interior de los pozos que penetran en la zona de saturación. (Fig.42).

Zona de saturación

La zona de saturación, o zona de agua freática, es la parte del subsuelo situada por debajo del nivel freático en la que el agua llena completamente todos los huecos de que disponen los materiales allí existentes.

El límite inferior lo constituye la zona del subsuelo donde el terreno presenta ya muy pocos poros, no conectados entre sí, con lo que el agua no puede circular.

La profundidad de este sustrato imper­meable varía notablemente con la litología y las condiciones de presión y temperaturas allí reinantes.

3.2. Tipos de acuíferos

En relación con la presión a que está sometida el agua contenida en los medios porosos y permeables, se distingue entre acuíferos libres, confinados y semicon-fi nados.

Acuífero Libre

Se denomina acuífero libre o freático a toda formación geológica porosa y permea­ble en que el límite superior de saturación está sometido a la presión atmosférica, al encontrarse el agua allí localizada en contacto directo con el exterior, a través de los poros vacíos del terreno (Fig. 43).

Un caso particular de acuífero libre lo constituyen los denominados acuíferos colgados, los cuales son formaciones generalmente poco importantes separadas de los acuíferos «regionales», cuya super­ficie freática está situada por encima de la superficie de saturación general (Fig. 43). Constituyen frecuentes acuíferos colgados las terrazas aluviales escalonadas, sobre sustratos poco permeables, o los lentejones arenosos en medios arcillosos.

Acuífero confinado

Se denomina acuífero confinado o cautivo a toda formación geológica po­rosa y permeable en la que el agua está en cualquier punto de la misma a mayor presión que la atmosférica, razón por la cual al efectuar una perforación el agua asciende hasta un nivel superior al del techo del acuífero. A este nivel ideal determinado por todos los puntos de equilibrio de la presión hidráulica con la presión atmosférica se le denomina superficie piezométrica.

Los pozos perforados en un acuífero confinado reciben el nombre de artesia­nos; en ellos el agua asciende de forma espontánea hasta alcanzar el nivel de equi­librio definido por la superficie piezomé­trica en ese punto. Si ésta se encuentra por encima de la superficie del terreno, el agua saldrá a modo de surtidor hasta alcanzar, en el instante inicial, el nivel de equilibrio con la presión atmosférica; en este caso se dice que el pozo correspon­diente es, además de artesiano, surgente. (Fig. 43).

Los acuíferos cautivos se caracterizan por estar separados de la atmósfera por materiales impermeables, es decir, por acuícludos o por acuífugos.

Acuífero semiconfinado

Se denomina acuífero semiconfinado o semicautivo a toda formación geológica porosa y permeable en que el agua que contiene está en cualquier punto, a mayor presión que la atmosférica, pero pudiendo recibir o perder parte del agua a través del techo y/o la base. Los acuíferos semiconfinados están separados de otros acuíferos por medio de acuitardos, o sea, formaciones semiper­meables o semiconfinantes (Figura 43).

La superficie piezométrica de este tipo de acuíferos suele estar situada ligeramente por encima de su techo.

3.3. La descarga del agua subterránea

El agua subterránea deja de considerar­se como tal cuando, por una u otra razón. abandona el subsuelo para emerger en la superficie del terreno. En estos casos se está produciendo una descarga (natural o artificial) de los acuíferos.

Descarga natural: los manantiales

Cualquier descarga natural de agua en la superficie del terreno, en cantidad apreciable, procedente de un acuífero, puede ser denominada manantial.

La descarga natural de los acuíferos no se realiza exclusivamente a través de los manantiales, ya que, a veces, la zona de saturación del subsuelo, al interceptar la superficie del terreno, no da lugar a un flujo concentrado, sino a una zona de rezume, o de flujo diseminado, en que resulta difícil la estimación del caudal de descarga. En ocasiones ni siquiera existe una zona de rezume efectuándose la descarga mediante la evapotranspiración directa de las plantas cuyas raíces alcanzan la zona saturada (Fig. 44).

La causa más frecuente de la aparición de los manantiales estriba en la variación local de la permeabilidad del terreno, que a su vez puede ser debida a fenómenos relacionados con la formación de las ro­cas acuíferas o a fenómenos de carácter tectónico.

Son especialmente frecuentes en áreas de montaña los denominados manantiales de ladera, en que la superficie del terreno intercepta la superficie freática, produ­ciéndose en ese punto el alumbramiento del agua (Fig. 44).

Descarga artificial: los pozos

Una parte cada día más importante de la descarga de los acuíferos se produce mediante los pozos y demás captaciones construidas por el hombre a fin de satisfa­cer sus crecientes necesidades de agua para usos domésticos, industriales y agrícolas especialmente.

El efecto más notable del bombeo de los pozos es la depresión provocada en el nivel del agua en su interior, consecuencia del descenso generalizado de la superficie piezométrica del acuífero en el entorno de la captación. Cuando un pozo empieza a bombear agua subterránea, se produce un cono de depresión alrededor del mis­mo, tanto más acusado en profundidad y extensión cuanto mayor sea el caudal de explotación y menor sea la permeabilidad del acuífero. En ocasiones, la descarga artificial originada por el bombeo de los pozos puede llegar a tales proporciones que supere los volúmenes de recarga de los acuíferos afectados, con lo cual se producirá el progresivo agotamiento de los mismos.

En otros casos, la presencia cercana del mar favorece la entrada de agua salina en el acuífero (intrusión marina) y, consecuen­temente, en los pozos de explotación.

3.4. Acción geológica de las aguas subterráneas

Bajo el punto de vista de la moviliza­ción de materiales rocosos en el proceso de formación de galerías y cuevas, las aguas subterráneas se comportan como un agente erosivo.

También las aguas subterráneas actúan como agentes de transporte, ya que la ma­teria disuelta es transportada en solución por el agua infiltrada en el subsuelo. Asimismo, bajo ciertas condiciones, ese material transportado en disolución puede ser redepositado. De esta manera, las aguas subterráneas se comportan también como agente de deposición. Así, pues, erosión (por disolución de la roca), transporte y sedimentación (formación de estalactitas, estalagmitas, etc…) constituyen el triple papel desempeñado por las aguas subte­rráneas como agente geológico.

La manifestación más espectacular de esta acción química de las aguas subte­rráneas la presenta el modelado kárstico, desarrollado singularmente en las rocas carbonatadas, en que el agua, al incorpo­rar dióxido de carbono en disolución en el curso de su infiltración en el suelo, es capaz de atacarlas, pasando el carbonato (prácticamente insoluble en agua pura) a bicarbonato (perfectamente soluble), y produciendo consecuentemente su pro­gresiva corrosión, según se expresa en las reacciones siguientes:

Evidentemente, y dado que las reac­ciones son reversibles, el proceso puede darse a la inversa, produciéndose la re­precipitación del bicarbonato, siempre que las condiciones fisiocoquímicas lo permitan.

4. IMPACTOS EN LAS COSTAS

La contaminación de las aguas continentales y oceánicas es un problema que atañe. especialmente, a la mayoría de los países industrializados, y constituye uno de los casos más graves de degradación medioambiental.

Hay que diferenciar varios tipos de efectos contaminantes, cuyo poder de dispersión, disolución, y toxicidad, depende de su propia naturaleza. Pueden ser sólidos, líquidos y gaseosos y actúan preferentemente en forma de agentes biológicos. Este es el caso de materias orgánicas, microorganismos, etc. Otros son químicos o físicos, como los compuestos de azufre, los metales tóxicos, o la misma radiactividad.

Es muy importante al realizar cualquier estudio hacer un análisis del impacto que tiene sobre el agua pues, el agua es un recurso imprescindible al estar íntimamente relacionado con el resto de elementos del medio, tanto porque aquellos determinan su existencia (el clima, la cobertura vegetal, el uso del suelo) o porque el agua incide en su desarrollo y existencia (suelo, flora, fauna, actividades humanas, etc.). En general, el agua condiciona la calidad, capacidad y tipo de usos del territorio, y en esencia la existencia de la vida.

El análisis del impacto sobre el agua tiene como objetivo determinar los posibles efectos negativos o positivos sobre la calidad y cantidad del recurso, así como la potencialidad de amenazas naturales que las características hidrológicas del área tendrían sobre el acto que origine el impacto que se analiza. En definitiva, la interdependencia del recurso agua en cualquier ecosistema o ambiente, reviste gran importancia, por lo que su análisis no puede ser obviado en el estudio ambiental de cualquier proyecto. Su análisis debe procurar mantener y mejorar las características de calidad y cantidad del recurso, y asegurar su permanencia para, por una parte, garantizar sus funciones fundamentales en los sistemas naturales, y por otra, suplir su demanda social en condiciones de sustentabilidad ambiental.

4.1. Impactos en los ríos

Los vertidos de sustancias contaminantes a los medios acuáticos son los más impactantes ya que deterioran la calidad del agua y hacen imposible la vida en ella. Vamos a estudiar algunas causas que alteran la naturaleza de las aguas en los ríos.

Contaminación

El agua es un recurso renovable en peligro por culpa de la actividad humana. Toda el agua pura procedente de las lluvias, antes de llegar al suelo recibe su primera carga contaminante, cuando disuelve sustancias como anhídrido carbónico, óxido de azufre y de nitrógeno que la convierten en lluvia acida. En el suelo, el agua discurre por la superficie o se filtra hacia capas subterráneas. Al atravesar los campos, el agua del río se carga de pesticidas y cuando pasa por ciudades arrastra productos como naftas, aceites de auto, metales pesados, etc. Los ríos muestran una cierta capacidad de deshacerse de los contaminantes, pero para eso necesitan tener de un tramo muy largo en los cuales las bacterias puedan realizar su trabajo depurador. En un río contaminado por materia orgánica se distinguen tres zonas a partir del punto de contaminación:

– Zona polisaprobia: muy contaminada, con elevada población de bacterias.

– Zona mesosaprobia: presenta contaminación media, las bacterias ya han eliminado gran parte de la contaminación orgánica.

– Zona oligosaprobia: el agua está en condiciones similares a las que tenía antes
de que se hubiera producido la contaminación.

Introducción de especies

La introducción de especies exóticas se considera actualmente como el segundo problema de conservación tras la destrucción del habitat. En el caso de los ríos, el fenómeno es mucho más dramático. No sólo entre los peces tenemos ejemplos de introducciones de especies exóticas con efectos catastróficos, también entre los crustáceos y entre los moluscos. Los impactos de la introducción de especies se producen mediante los siguientes mecanismos:

– Competencia por el espacio.

– Competencia por el alimento.

– Depredación.

– Hibridación o introgresión genética.

– Introducción de parásitos y enfermedades.

– Alteración de los procesos y equilibrios ecológicos.

Con respecto a la fauna también existe un efecto nocivo por exceso de pesca, uso de cebo vivo y furtivismo.

Canalizaciones y alteraciones del cauce

Las canalizaciones son alteraciones radicales de los cauces, realizadas con métodos contundentes y destinadas a contener las lindes y a conducir el curso. Son características de zonas urbanas o periurbanas y suelen modificar además el trazado y la anchura del cauce. El caso extremo consiste en la eliminación de meandros mediante reconducciones más rectas. Reduciendo el recorrido se aumenta la pendiente y, por tanto, la capacidad hidráulica, pero el aumento de velocidad pondrá en riesgo erosivo todo el tramo afectado.

Los aprovechamientos hidráulicos como presas y embalses alteran la calidad del agua y afectan a los biosistemas del río impidiendo su natural oxigenación. Además, decantan los sedimentos que transporta el agua, y el flujo de caudal limpio adquiere una capacidad erosiva muy alta en la fracción granuloméírica depositada, debilitando los márgenes, que serán más sensibles en las crecidas. Los canales de derivación y obras de paso, también alteran el régimen fluvial natural. No tienen efectos tan agresivos como los anteriores pero reclaman atención desde el punto de vista medioambiental.

Explotación minera

Los impactos de las actividades mineras son muy variados dependiendo del tipo de explotación. En nuestra región destacan por su impacto las siguientes:

– La minería a cielo abierto del caolín expone a la erosión inmensos taludes que aportan gran cantidad de elementos finos a los regueros de lluvia. Si no se dispone de balsas de decantación, o son pequeñas o no se mantienen en condiciones, las lluvias arrastran una gran cantidad de sedimentos que ciegan los espacios que existen entre las gravas y gravillas del río, imprescindibles para los peces, los invertebrados y las plantas fluviales.

– La explotación de áridos (graveras), frecuentemente con maquinaria pesada dentro del cauce, extrae sin remedio los materiales más gruesos, como cantos o bloques, necesarios como refugio, y sobre todo para la reproducción de muchas especies fluviales. También aumenta la turbidez aguas abajo, y suele afectar al nivel freático.

Otros Impactos

Sobreexploíación de los acuíferos: se puede definir como la extracción del agua del mismo en una cantidad superior a la correspondiente a su alimentación, todo ello referido a un periodo de tiempo suficientemente largo como para diferenciar las consecuencias similares que tendrían períodos anómalamente secos. En consecuencia, el efecto más inmediato de ía sobreexplotación sería el descenso continuado de los niveles de agua.

Eliminación de residuos: el problema de eliminación de residuos en los ríos es grave. En las riberas se acumulan escombros, vertidos industriales y basuras domésticas que el río difícilmente podrá eliminar. Se da la circunstancia de que muchas industrias aprovechan las avenidas para verter al río de forma ilegal, aprovechando la difícil persecución de este delito. Las principales repercusiones sobre los ríos son: incremento de materia orgánica, disminuyendo el oxígeno disuelto en las aguas, intoxicación por metales pesados y productos tóxicos, variación del pH del agua, aumento de la turbidez del agua, aumento de la mineralización de las aguas, aumento de la temperatura del agua por centrales energéticas…

La agricultura: los aprovechamientos agrícolas, al ocupar riberas y cauces alteran el ecosistema natural, apoderándose de las llanuras de inundación y talando árboles de ribera.

Desforestación: produce un aumento de la erosión en los márgenes, disminución de los aportes de restos vegetales al cauce, una posible desaparición del microclima ribereño y una importante destrucción de refugios y zonas de nidificación.

El cambio climático que provoca el calentamiento global puede llevar a la desaparición de glaciares y cubiertas de nieve en los sistemas montañosos del mundo, esta reducción o desaparición de los glaciares y de las cubiertas de nieve, tanto en su duración a lo largo del año, como en su espesor, puede causar una mayor variabilidad de los caudales de los ríos. También puede obligar a cambiar los patrones de gestión del agua en los embalses y a construir nuevas presas, aparte de originar inestabilidad en la producción de energía hidroeléctrica.

4.2. Impactos en las costas

Alrededor del 70%-75% de la contaminación marina global es producto de las actividades humanas que tienen lugar en la superficie terrestre. La contaminación marina procede en un 90% de los contaminantes transportados por los ríos al mar y por otro lado de los desechos de las zonas urbanas ubicadas en las costas (entre un 70% y 80% de la población mundial, aproximadamente 3.6 billones de personas, se ubica en las costas o cerca de ellas).

Como consecuencia, muchos ecosistemas críticos, algunos únicos en el mundo, tales como bosques de manglar, arrecifes coralinos, lagunas costeras y otros lugares de interfase entre la tierra y el mar, han sido alterados más allá de su capacidad de recuperación.

– La modificación del cauce de los ríos que drenan al mar y la alteración del flujo del agua que llevan dichos ríos, a causa de la construcción de represas, extracción de áridos o encauzamientos, también han afectado los ecosistemas marinos y ambientes asociados. Esto se debe a la reducción y/o al incremento de nutrientes, sedimentos y contaminantes, y a sus efectos en los patrones de movimiento y circulación de las aguas. Estas alteraciones afectan principalmente los estuarios, golfos y otros cuerpos acuosos que tienen limitado movimiento y renovación.

– Gran parte de los residuos que genera el hombre terminan en los mares y en los océanos. Estos vertidos están produciendo efectos muy perjudiciales para las aguas marinas y para los seres vivos que habitan en este medio. También es frecuente encontrar en las aguas marinas basuras flotantes y plásticos de las embarcaciones turísticas y deportivas.

– Contaminantes de origen agrícola: los ríos transportan al mar muchos de los contaminantes agrícolas que recogen a lo largo de su recorrido, pesticidas e insecticidas, así como restos de vegetales y animales. La actividad forestal intensiva, sobre todo de plantaciones, también es una fuente difusa de contaminantes y produce, al igual que la actividad agrícola, cargas de nutrientes, pesticidas y sedimentos. El agua contaminadas llegan por los ríos a desembocar a los mares. En principio, éstos tienen la capacidad de diluir y dispersar las sustancias contaminantes que reciban, pero en la actualidad la cantidad de vertidos ha aumentado tanto, que el mar ya no es capaz de asumirlos. Poco a poco comienzan a notarse algunos efectos negativos de esta contaminación, especialmente patente en mares cerrados o casi cerraos, como el Mediterráneo.

Las fuentes terrestres de contaminación de las franjas costeras y el mar deberían ocupar hoy una posición tan destacada en la temática ambiental como la tiene la preocupación por el cambio climático. Sin embargo, en la práctica esto aún no ocurre.

La alteración y destrucción del habitat, los efectos en la salud humana, la eutroficación, la disminución de las poblaciones de peces y otros recursos vivos, cambios en el flujo de sedimentos, son aspectos vinculados a las fuentes de contaminación producida por actividades que tienen lugar en tierra y que por el efecto de captación de agua que tienen las cuencas hidrográficas, generan efectos concentrados en las desembocaduras de los ríos en el mar y las zonas costeras aledañas.

Mareas negras

Una de las fuentes más alarmantes de contaminación en el mar son las mareas negras, Se llama marea negra al vertido accidental de petróleo debido al naufragio de un barco petrolero o una plataforma petrolífera.

Todos conocemos los efectos de las mareas negras. La liberación de petróleo en el mar tiene casi siempre consecuencias catastróficas. En muchas ocasiones los resultados de este vertido son aún peores, pues se extienden a la costa y a las playas destruyendo a muchos seres vivos o alterando gravemente estos ecosistemas. En ambos casos, la única solución es la limpieza que ha de ser casi manualmente de las aguas o de las costas afectadas.

A lo largo de las costas navegan numerosas embarcaciones, algunas de ellas con mercancías muy peligrosas y que en caso de accidente pueden causar importantes catástrofes ecológicas. Por eso a nivel gubernamental se deben impedir estos accidentes con medidas que incrementen la seguridad y la calidad en el transporte.

Por otra parte, las embarcaciones que limpian sus tanques en alta mar también provocan una fuerte contaminación marina y aunque el porcentaje de accidentes que puedan ocurrir sea mínimo, la cantidad de barcos en los océanos es muy grande.

Zona litoral

En las áreas a lo largo de la costa se experimenta un crecimiento rápido de población. Cerca de la mitad de la población mundial está localizada a menos de 60 kilómetros de la costa. En las zonas cercanas a las costas hay un activo crecimiento industrial. Las franjas costeras, donde desembocan ríos o aflora agua subterránea son, en general, un mosaico complejo e interactivo de ecosistemas compuestos por humedales, lagunas costeras, marismas, manglares, tierras húmedas, hábitats de aguas dulces, estuarios y zonas ribereñas interconectados por canales y además son receptoras de material, agua dulce, sólidos disueltos, partículas y recursos vivos provenientes de los continentes.

Actualmente se estima que el flujo de contaminantes y material producido por actividades humanas han afectado más de la mitad de las franjas costeras mundiales, en un grado de riesgo entre moderado y alto En los ríos que desembocan en el mar se origina cerca del 80% de los contaminantes que afectan las franjas costeras. Los ríos tienen la particularidad de concentrar los contaminantes que captan en las cuencas algunos puntos clave en la costa marina, donde precisamente existen ecosistemas altamente sensibles para la reproducción de especies tanto de agua dulce como salada.

Básicamente se produce alteración de las funciones ecológicas, reducción de la diversidad biológica, daño a los hábitats acuáticos y contaminación de los cauces bajos y en los ecosistemas marinos y efectos en la salud humana. La pérdida de especies (por estos efectos) es muy marcada, A nivel global, un número muy importante de especies de flora y fauna están amenazadas especialmente a causa de la contaminación y por la pérdida del habitat en zonas costeras. Se reporta que el 37%, de las especies de peces de agua dulce están en riesgo, al igual que el 67% de las especies de moluscos, así como el 52% de las especies de crustáceos y el 40% de los anfibios, y un número importante de especies de aves y vegetales.

El turismo

Con el turismo, el desarrollo de centros recreativos y las instalaciones deportivas, las ciudades costeras se ha convertido en núcleos de grandes aglomeraciones. Se están urbanizando zonas de playas para edificar viviendas y, diariamente., estas ciudades producen enormes cantidades de aguas residuales urbanas que terminan en el mar. Por tanto, es necesario que se gestionen adecuadamente los desechos y cualquier tipo de contaminación que puedan producirse en estos espacios. Por ejemplo si las aguas se depuran, el efecto de su vertido sobre el mar se reduce.

El turismo debería ser sostenible a largo plazo. Es decir, que se desarrolle sin alterar los espacios naturales y urbanos. Por otra parte esta actividad tiene efectos positivos, porque supone la creación de empleo y el incremento de ingresos económicos, lo que permite la mejor del nivel económico y sociocultural de la población local,

España es la cuarta potencia turística mundial por ingresos en divisas y la segunda por número de visitantes Para el 2020 la OMT, organización mundial del turismo, ha estimado que España recibirá 71 millones de turistas. El gran incremento de la urbanización de las zonas costeras así como la masiva cantidad de bañistas que cada año llenan las playas tiene consecuencias ambientales muy negativas para estas áreas.

4.3. Impactos en los glaciares

Cuando hablamos de los impactos en los glaciares nos referimos a los efectos esperados del cambio climático en las capas de hielo de la tierra, principalmente, a la pérdida de hielo y de nieve. Entre los riesgos de la progresiva elevación de la temperatura se incluyen:

El aumento del flujo de agua fría procedente del deshielo del Ártico, lo cual podría influir en la circulación termohalina del Atlántico Norte (Comente del Golfo).

El aumento de los flujos de humedad en la atmósfera del Ártico y el norte de Europa, que podría tener como resultado un aumento de las lluvias e implicaciones severas en el clima de esa región. Se perdería el habitat de la fauna del Ártico como osos polares, focas y otros grandes depredadores.

La retirada de los glaciares desde 1850 está bien documentada y se ha convertido en un importante asunto climático. Desde el fin de la Pequeña Edad de Hielo, período entre aproximadamente 1550 y 1850 durante el cual el mundo experimentó temperaturas relativamente frescas en comparación con la actualidad, los glaciares alrededor del mundo han visto decrecer su volumen. Este fenómeno conocido como retroceso de los glaciares es atribuido principalmente al cambio climático global. Las cordilleras de latitudes medias, tales como el Himalaya, Alpes, Montañas Rocosas y los Andes del Sur, así como cumbres tropicales aisladas como el Monte Kilimanjaro en África, están mostrando algunas de las más importantes pérdidas.

En lugares como los Andes de Suramérica y el Himalaya en Asia, el retroceso de los glaciares tendrá un fuerte impacto en el suministro de agua. El sustancial retroceso de los últimos años y la aceleración del índice de retroceso desde 1995 de un número clave de glaciares de salida del casquete polar groenlandés y el del la capa de hielo del oeste de la Antártida puede hacer aumentar el nivel del mar teniendo un potencial efecto en las regiones costeras del mundo entero.

Sobre la evolución de los glaciares, resulta difícil hacer predicciones futuras. Los cambios en los parámetros orbitales de la Tierra conducen a un enfriamiento gradual que alcanzará el máximo dentro de unos 100.000 años. Pero a esta tendencia natural se deben superponer los efectos antropogénicos. Así, en la actualidad se observa un retroceso de los frentes en la mayor parte de la Tierra, lo que indica un calentamiento para el planeta que, de seguir como hasta ahora, podría tener consecuencias catastróficas. La fusión completa de los casquetes de Groenlandia y de la Antártida provocaría un ascenso en el nivel del mar de unos 70 m y la desaparición de muchas ciudades costeras. Otro aspecto a tener en cuenta es la importancia de las corrientes proglaciares en el abastecimiento de algunas áreas, como por ejemplo los Andes tropicales. La fusión de los glaciares haría que estas corrientes dependieran únicamente de las precipitaciones anuales, con la consiguiente pérdida de volumen de agua y regulación de los caudales.

Pero cada glaciar da una respuesta particular a los cambios climáticos. Según algunos autores, aún con un calentamiento global generalizado, los glaciares de zonas próximas a los polos en medios áridos podrían avanzar debido a un aumento de las precipitaciones totales en un escenario más cálido. También algunos glaciares del Himalaya, situados en zonas de influencia del monzón, avanzarían al hacerse su balance de masas más positivo por aumento de las precipitaciones. De momento, lo que sabemos con seguridad es que nos encontramos en un periodo interglaciar en el que los glaciares aún no han llegado a retroceder tanto como lo hicieron en interglaciares anteriores.

4.4. Impactos en las aguas subterráneas

Como ya se ha estudiado las aguas subterráneas son una de las principales fuentes de suministro para uso doméstico y para el riego en muchas partes del mundo. En España alrededor de la tercera parte del agua que se usa en las ciudades y la industria y la cuarta parte de la que se usa en agricultura son aguas subterráneas. En muchos lugares en los que las precipitaciones son escasas e irregulares pero el clima es muy apto para la agricultura son un recurso vital y una gran fuente de riqueza, ya que permiten cultivar, productos muy apreciados en los mercados internacionales.

Las aguas subterráneas suele ser más difíciles de contaminar que las superficiales, pero cuando esta contaminación se produce, es más difícil de eliminar. Sucede esto porque las aguas del subsuelo tienen un ritmo de renovación muy lento. Se calcula que mientras el tiempo de permanencia medio del agua en los ríos es de días, en un acuífero es de cientos de años, lo que hace muy difícil su purificación.

Controlar la calidad de las aguas subterráneas es más caro y difícil que hacerlo con las superficiales. En España existen más de 11.000 puntos de análisis y en 6.000 de ellos hay controles periódicos de la calidad.

La explotación incorrecta de las aguas subterráneas origina varios problemas. En muchas ocasiones la situación se agrava por el reconocimiento tardío de que se está deteriorando el acuífero, porque como el agua subterránea no se ve, el problema puede tardar en hacerse evidente. Los principales problemas son:

– Por agotamiento del acuífero

Un buen uso de las aguas subterráneas exige tener en cuenta que, en los lugares en que las precipitaciones son escasas, los acuíferos se van cargando de agua muy lentamente y si se consumen a un ritmo excesivamente rápido, se agotan. Cuando se produce explotación intensiva, sequía u otras causas que van disminuyendo el nivel del agua contenida en el acuífero se derivan problemas ecológicos como, por ejemplo, en las Tablas de Daimieí, Parque Nacional situado en La Mancha formado por zonas húmedas muy ricas en aves. La explotación creciente para usos agrícolas del acuífero que nutre de agua al Parque ha hecho que en los años de pocas lluvias grandes áreas de las Tablas se queden sin agua.

Cuando estos acuíferos se encuentran en la costa, al ir vaciándose de agua dulce, van siendo invadidos por agua salada (intrusión) y queda inutilizados para el uso humano. En la costa mediterránea española prácticamente todos los acuíferos están afectados por este problema y necesitan una mejora urgente de su explotación o de sus sistemas de control y, en muchos casos, es imprescindible permitir que se recarguen de agua antes de seguir explotándolos.

– Por contaminación de las aguas subterráneas

Se suelen distinguir dos tipos de procesos contaminantes de las aguas subterráneas: los “puntuales” que afectan a zonas muy localizadas, y los “difusos” que provocan contaminación dispersa en zonas amplias, en las que no es fácil identificar un foco principal.

Actividades que provocan contaminación puntual son:

– Lixiviados de vertederos de residuos urbanos y fugas de aguas residuales que se infiltran en el terreno.

– Lixiviados de vertederos industriales, derrubios de minas, depósitos de residuos radiactivos o tóxicos mal aislados, gasolineras con fugas en sus depósitos de combustible, etc.

– Pozos sépticos y acumulaciones de purines procedentes de las granjas.

Este tipo de contaminación sueles ser más intensa junto al lugar de origen y se va diluyendo al alejarnos. La dirección que sigue el ñujo del agua del subsuelo inñuye de forma muy importante en determinar en que lugares los pozos tendrán agua contaminada y en cuales no. Puede suceder que un lugar relativamente cercano al foco contaminante tenga agua limpia, porque la corriente subterránea aleja el contaminante de ese lugar, y al revés.

Actividades que provocan contaminación difusa son:

– Uso excesivo de fertilizantes y pesticidas en la agricultura o en las prácticas forestales.

– Explotación excesiva de los acuíferos que facilita el que las aguas salinas invadan la zona de aguas dulces, por desplazamiento de la interfase entre los dos tipos de aguas.

– Este tipo de contaminación puede provocar situaciones especialmente preocupantes con el paso del tiempo, al ir cargándose de contaminación, lenta pero continuamente, zonas muy extensas.

Los principales problemas de los acuíferos son de contaminación difusa, sobretodo por contaminación con nitratos y por invasión de agua salada. Las contaminaciones puntuales no son un grave problema, exceptuando algunas zonas muy concretas en núcleos industriales o junto a grandes poblaciones.

Los acuíferos tienen una cierta capacidad de autodepuración, mayor o menor según el tipo de roca y otras características. Las sustancias contaminantes, al ir el agua avanzando entre las partículas del subsuelo se filtran y dispersan y también son neutralizadas, oxidadas, reducidas o sufren otros procesos químicos o biológicos que las degradan. De esta manera el agua va limpiándose.

Cuando la estructura geológica del terreno facilita una zona amplia de aireación, los procesos de depuración son más eficaces. También es muy favorable la abundancia de arcillas y de materia orgánica. En cambio en los depósitos aluviales o las zonas kársticas la purificación del agua es mucho más difícil y este tipo de acuíferos son mucho más sensibles a la contaminación.

Es muy importante, de todas formas, tener en cuenta que las posibilidades de depuración en el acuífero son limitadas y que el mejor método de protección es, por tanto, la prevención. No contaminar, controlar los focos de contaminación para conocer bien sus efectos y evitar que las sustancias contaminantes lleguen al acuífero son los mejores métodos para poder seguir disfrutando de ellos sin problemas.

Cuando un acuífero está contaminado y hay que limpiarlo el proceso es muy difícil y muy caro. Se han usado procedimientos que extraen el agua, la depuran y la vuelven a inyectar en el terreno, pero no siempre son eficaces y consumen una gran cantidad de energía y dinero.