Tema 19 – La historia geológica de la tierra. Fauna y flora fósiles

Tema 19 – La historia geológica de la tierra. Fauna y flora fósiles

1. INTRODUCCIÓN

EL pasado de nuestro planeta es com­plejo por el Largo tiempo, a escala de tiempo geológico transcurrido, 4,600 millones de años, de los cuales los primeros 3.500 m.a. no se sabe nada o casi nada debido fundamentalmente a La deformación metamórfica que sufren las rocas con esa antigüedad y a la escasez de restos.

Esta es la causa de que se teorice mu­cho sobre la Tierra primitiva y existan serios problemas para la reconstrucción del pasado en este período de tiempo.

De los últimos mil millones de años se sabe algo más, fundamentalmente por la abundancia de seres vivos que van poblando la Tierra y el buen estado de muchos sedimentos, todo esto, nos habla de como fueron Los climas en el pasado en las distintas latitudes, y por lo tanto, nos informa de la posición de los continentes respecto a los polos y entre sí. De ahí que se ha podido saber que por lo menos en dos ocasiones (quizá tres o más) las masas continentales estuvieron juntas formando los Pangeas y que luego se han separado, en la última ocasión para distribuirse tal como lo conocernos en la actualidad.

Durante estas movilidades continen­tales han existido fuerzas orogénicas que han formado las principales cade­nas montañosas que existen sobre la superficie terrestre. La actuación de estas fuerzas se realiza durante unos períodos de tiempo de forma intensa quedando luego intervalos en donde su actuación queda bastante mitigada, esto es lo que se conoce como ciclos orogénicos o simplemente orogenias. Las dos últimas acaecieron; una hace unos 400 millones de años, orogenia Hercínica y la otra más reciente hace unos 60 millones de años, la orogenia Alpina, que afectó profundamente a la Península Ibérica y es la formadora de nuestras principales cadenas de montañas.

2. LOS PROBLEMAS DE LA RECONSTRUCCIÓN DEL PASADO

Los comienzos de la historia de la Tierra tienen lugar en el momento en que se ha podido fijar, aproximada o exactamente, el origen, disposición y situación en el tiempo, de las rocas que forman su corteza, por medio de los instrumentos de que hoy dispone el hombre. Estos son: el estudio de las rocas antiguas consolidadas en su posición actual, de los procesos que tienen lugar a nuestra vista (actualismo), de los fósiles de animales y plantas que se han conservado y de la radiactividad.

El primer gran problema con el que se tropieza en la reconstrucción del pasado, es la falta de registro fósil en los estratos más antiguos. En base a este hecho, en una primera división, se separan dos grandes épocas, la Arcaica, Azoica o Criptozica, sin fósiles, y la Fanerozoica que comprende el resto con abundantes fósiles.

La primera es poco conocida aún, y sólo gracias a los análisis de las rocas, auxilián­dose de la radiactividad de sus minerales, se ha podido fijar la edad aproximada de varios de los fenómenos que en ella han ocurrido y, por tanto, de las rocas con ellos relacionadas. Hay que tener en cuenta que las rocas de los primeros 3.500 millones de años se encuentran sometidas a un me­tamorfismo, tanto más intenso, cuanto más antiguas son, y que por lo tanto muchos de los signos a observar quedan comple­tamente borrados no pudiéndose realizar deducciones como las que se hacen en las rocas pertenecientes a los últimos 1.000 millones de años.

Dentro del Fanerozoico, aunque la abundancia de fósiles y el estado de los sedimentos nos permiten en la mayoría de los casos la reconstrucción del pasado en cuanto a paleoclimatología, paleogeografía, etc., existen también problemas como son los derivados de la falta de sedimentación (lagunas estratigráficas) en muchos lugares o simplemente la carencia de fósiles que hace imposible sacar conclusiones sobre un determinado lugar.

La Geología Histórica es la parte de la Geología que trata de reconstruir como ha ido evolucionando la fisonomía de nuestro planeta desde las épocas remotas de su formación hasta la actualidad, tanto en el aspecto geográfico como en el climático, o desde el punto de vista de la distribución de los distintos organismo, y averiguar cómo ha ido evolucionando a través de los tiempos hasta llegar a la actualidad. Para lograr saberlo se apoya en los datos suministrados por:

– La Paleogeografía: que trata de cómo era la fisonomía de la Tierra en otras épocas, es decir, de la distribución de los continentes y océanos, de la forma de las cuencas oceánicas, etc.

– La Paleobiogeografía: que estudia la distribución de los seres vivos en otras épocas geológicas.

– La Paleoclimatología: que se encarga de descifrar los distintos climas que imperaron en cada época geológica.

Todos estos estudios se basan en los da­tos obtenidos de la observación de las rocas, su composición, los fósiles contenidos en ellas, los yacimientos minerales, etc.

2.1. Paleogeografía

Para efectuar una reconstrucción paleogeográfica, es lógico estudiar las zonas ocupadas por los mares, en donde se efec­tuaron los procesos sedimentarios.

Los fósiles de animales marinos que en la actualidad se encuentran incluidos en los estratos, son, por lo general, los mejores indicadores de una antigua sedi­mentación marina, salvo el caso de que hayan sido transportados por diversos agentes de un medio a otro o se tratase de seres cimbalillos (resisten bien los cambios de salinidad).

También existen fósiles que vivieron exclusivamente en medios lacustres, como les ocurrió a gran cantidad de especies de Gasterópodos en el Pontiense.

Además de indicar la existencia de un medio lacustre o marino, se puede conocer otra gran cantidad de datos. En el caso de encontrar restos fósiles de animales, cuyas características actuales revelan que habitan en fondos profundos (peces telescópicos), los fósiles que presentan estos mismos rasgos, indicarán también grandes profundidades.

La presencia de algas calcáreas, aparte de señalar un medio marino, demuestran que no se formaron a grandes profundida­des, pues de lo contrario no habrían tenido luz para realizar la función clorofílica.

La mayoría de los seres son sensibles a los cambios de salinidad, por lo que al encontrar un yacimiento con gran canti­dad de especies, es señal de que el grado de salinidad era normal, mientras que un aumento en ésta hace que muchas especies hayan desaparecido.

Es muy frecuente encontrar en la ac­tualidad marcas fosilizadas que fueron producidas en la superficie de los sedi­mentos por las olas o corrientes marinas, así como estratificación cruzada. Su estu­dio nos indica la dirección de la corriente y, desde un punto de vista más general, de qué direcciones procedían las aporta­ciones de los sedimentos que rellenaron la cuenca.

La localización de una discordancia erosiva, o de un proceso erosivo, en ge­neral, puede ser señal de que esas rocas han permanecido un tiempo determinado formando parte de un área continental.

Al igual que los sedimentos marinos, los continentales también se pueden reconocer por la presencia de fósiles que se sabe vivieron en aguas continentales. Tal es el caso de la presencia de plantas superiores fósiles o Gasterópodos dulceacuícolas.

Otro dato de gran valor para recono­cer un medio continental son las terrazas fluviales, los paleocauces, los depósitos glaciares y los procesos erosivos que desarrollan, al igual que los sedimentos arcillosos (varvas) producidos por ellos. Sedimentos morrénicos pertenecientes al Algónquico demuestran la existencia de áreas continentales de esta época.

El estudio de las lavas volcánicas tam­bién arroja datos de gran valor.

2.2. Paleobiogeografía

Se basa en la distribución de las distin­tas especies fósiles y del habitat requeri­do para su desarrollo. La presencia de un corto número de especies fósiles en una zona bien delimitada indica el aislamiento que sufrieron estos seres en épocas pa­sadas, debido a barreras geográficas que impidieron su difusión. De igual modo, la difusión de las mismas especies por diversos continentes da como seguro’la existencia de un puente por el que pudie­ron pasar de unos a otros. Un ejemplo lo tenemos en los Marsupiales euroamerica-nos y australianos. El mayor aislamiento de estos últimos tuvo como consecuencia un mejor proceso evolutivo por la falta de competidores.

2.3. Paleoclimatobiologia

Aporta el mayor número de pruebas para llegar a conocer qué condiciones reinaron en las distintas épocas. Se ha podido comprobar que las condiciones climáticas han cambiado varias veces en las distintas áreas de la superficie terrestre. Entre las causas que han podido intervenir para que se produzcan, se pueden resaltar las siguientes:

– Variaciones en la distribución de la energía solar en la superficie de la Tierra, debidas a la deriva de los po­los; traslaciones de los continentes; alteraciones en el período de rotación o traslación de la Tierra; mayor o me­nor contenido de oxígeno y anhídrido carbónico en la atmósfera.

– Variaciones en el Sol que han oca­sionado una alteración de la energía que llega hasta la Tierra, debido a la formación de grandes manchas solares, o bien a modificaciones habidas en el espacio interestelar.

El clima influye de una manera direc­ta en la meteorización de las rocas, en la formación de suelos, las condiciones ambientales de crecimiento tan especiales de los corales cuya alteración impide su desarrollo, igualmente de algunas plantas en el continente, por ejemplo, las palmeras que se desarrollan en el Terciario indican un clima cálido y húmedo.

El estudio de la composición química de los sedimentos, como por ejemplo la precipitación del carbonato calcico, que aumenta con la temperatura del agua y disminuye en los climas cálidos; la in­tensa evaporación de los climas áridos que producen depósitos de sales y la formación de costras debidas a los fenó­menos de capilaridad, etc,; todas indican variaciones climáticas o informan sobre el tipo de clima.

3. HISTORIA DE LA TIERRA

Se ha fijado en unos 525 millones de años la antigüedad desde el mencionado Arcaico a nuestros días y en unos 1.100 millones de años hasta el principio del Arcaico superior o Proterozoico, siendo desconocido el límite inferior, que va­rios geólogos calculan aproximadamente en algo más de 2.000 millones de años, y para la formación de la primera costra terrestre, unos 3.200 millones de años. Es pues un largo período de tiempo para estudiar. A continuación pasamos a enu­merarlo repartido en períodos breves para favorecer su comprensión.

3.1. La Tierra Primitiva

La Tierra era en su origen materia so­lar indeferenciada e incandescente. En el transcurso del tiempo y obedeciendo a la ley de la gravedad, se fueron separando los componentes de aquella materia por orden de densidades, al propio tiempo que se verificaban los fenómenos fisicoquímicos que eran propios de las condiciones ambientales en cada momento, tales como presión, temperatura, materiales presen­tes, su estado, radiactividad y actividad solar.

La abundancia de oxígeno es una de las causas principales de cuanto va a suceder. La avidez por él, de la mayoría de los demás elementos, da origen a numerosísi­mas reacciones químicas, entre las que la formación del agua, de sílice y de dióxido de carbono, son decisivas a partir de una atmósfera totalmente reductora a base de nitrógeno, amoníaco y metano.

Después de efectuarse aquellas reaccio­nes, aún quedó un exceso de oxígeno en su estado de gas, el cual mezclado con el otro gas permanente, el nitrógeno, formó la atmósfera, que como más ligera, constituyó la capa exterior de la Tierra. En cambio, a medida que se enfriaba ésta al no tener más fuente de calor que la radiación solar y la proporcionalmente muy pequeña ra­diactividad de algunos elementos, la cual aportaba una temperatura relativamente mucho menor que la que poseía ella, se iban condensando todos los demás gases, excepto el agua y el CO2 purificándose así dicha atmósfera. Quedó, constituida por nitrógeno, oxígeno vapor de agua y meno­res proporciones de CO, y de Argón.

– Formación de silicatos: Por otro lado el silicio se convirtió rápidamente en sílice (cuarzo), y así como ésta es una materia inerte a bajas temperaturas, a las entonces remantes actuó como un ácido orgánico, atacando a los elementos bá­sicos arriba citados como componentes de la litosfera, formó los silicatos que, como más ligeros, constituyeron la capa exterior del globo en fusión y, por tanto, fueron los primeros que se solidificaron
formando la costra externa en contacto con la atmósfera. Debajo una masa fundida más fluida cuanto más profunda, aunque de propiedades desconocidas al aumentar la presión en dicha profundidad, constituyó un magma que sustentaba dicha costra. Estos silicatos son a su vez de dos tipos principales; unos ligeros y ácidos con alto contenido en sílice y alúmina combinados, que formó la capa más externa (sial) y otros más densos y oscuros con mayor proporción de magnesio y hierro (sima). Los primeros son ácidos (< 60% Si O2) y los segundos básicos.

– Primeras precipitaciones de agua y sus efectos: Al continuar el enfriamiento, la atmósfera quedó sobresaturada de vapor de agua, lo que dio lugar a las primeras condensaciones, las cuales no llegaron a la Tierra hasta que la temperatura no descen­dió por debajo del punto crítico (presión- temperatura), ni tampoco permanecieron en ella hasta que la costra alcanzó también dicha temperatura crítica. Desde este momento las lluvias debie­ron ser violentísimas, debido al exceso de vapor de agua, y acompañadas por grandes huracanes y tormentas, ocasionados por las diferencias de presión en distintos lugares de la Tierra.

– Erosión y sedimentación: El trabajo mecánico y químico sobre la costra irregu­lar, agrietada y fisurada fue grande. Actua­ron las aguas desintegrando y disolviendo las rocas y arrastrando los detritos de todo tipo por laderas y barrancos, hasta las hon­donadas y depresiones, donde al detenerse y acumularse, los depositaba (sedimenta­ción); proceso que ya no se detendrá nunca mientras exista el planeta. Los grandes cantos se depositaron en las costas de los mares y lagos; los más pe­queños más al interior y así sucesivamente las arenas y las tierras finas, quedando en suspensión los lodos, mientras las aguas son agitadas por los vientos. A su vez el fuerte oleaje atacaría violentamente los acantilados, demoliéndolos, así como a los gruesos cantos costeros y arrastraría hacia el interior de los mares los materiales desmenuzados, los cuales se depositarían en el mismo orden antes citado.

– Estratificación: Llegó un momento en que, por dejar de estar saturada de agua la atmósfera y por haber disminuido las diferencias de presión, se espaciarían las tempestades y se aquietarían las aguas; entonces se precipitarían los lodos en suspensión. Pero con las lluvias intermi­tentes que seguirían, volvería a repetirse el proceso descrito con diversa intensidad. El resultado es una serie de depósitos acu­mulados periódicamente unos sobre otros en disposición horizontal en la inmensa mayoría de los fondos oceánicos y con una inclinación adaptada a dicho fondo en las orillas. Constituyen pues capas superpuestas de materiales, que si bien al depositarse están sueltos y empapados de agua, debido al peso propio y al de los que gravitan sobre ellos, se van apretando sus granos unos contra otros expulsando el agua; es decir se vuelven compactos; pero además las aguas que circulan por sus poros contienen en disolución otras sustancias (sílice, cal, etc.) que se precipi­tan, cementando aquellos y consolidando así dichas capas, procesos ambos que dan origen a las rocas estratificadas o estratos, los cuales tienen muchísima más extensión que grosor, con planos de junta, de techo (el superior) y de muro (el inferior). Las lluvias continuaron por tiempo muy largo y, por tanto, aquellos procesos, inun­dándose cada vez mayores extensiones de la superficie terrestre, mientras que iba desapareciendo el relieve. Se ha supuesto que podría haberse así inundado toda o casi toda la superficie del planeta, y que se formase el mar universal (Pantalasia), cesando entonces casi la prosecución de la erosión, etc.

– Vulcanismo: Tales procesos de erosión, sedimentación y estratificación, seguirían alimentándose de nuevas aportaciones de materiales ígneos, que surgirían por las
grietas y fisuras que se producían por las erupciones debidas a la presión de los gases bajo la costra consolidada (Vulcanismo). Asimismo, otras masas ígneas o magmas se solidificaban antes de llegar a la superficie (pintones) y sólo eran atacadas cuando la costra que las recubría era erosionada.

– Movimientos orogénicos: Pero se produjo un nuevo fenómeno, sin poder saber si antes o después llegarán a este extremo; la orogénesis o movimientos de plegamiento y alzamiento de los estratos antes descritos. El relieve de la corteza terrestre no debió de ser caprichoso ni constituir una anárqui­ca rugosidad. Al conjunto de cimas y de depresiones debieron seguir alineaciones orientadas en determinadas direcciones sobre bloques más o menos elevados y hundidos. La rotación de la Tierra y los movimientos de magma fluido, agitado por otras fuerzas, determinarían aquella orien­tación. Así, adosándose a zonas elevadas (geoanticlinales) habría depresiones en continuo y lento hundimiento (geosincli-nales, fosas) a causa de aquellas corrientes magmáticas. Estas depresiones recibirían los materiales erosionados de las elevacio­nes, contribuyendo más a su hundimiento, hasta que la depresión fue tan grande que los bloques laterales, faltos de apoyo, pre­sionaron sobre la potente serie de estratos, y como cuando se dobla un montón de hojas de papel, comenzaron a plegarse dichos estratos, ya que estos pueden deslizarse unos sobre otros por los planos de junta (no así los bloques rígidos de los magmas consolidados, que carecen de tales juntas). El magma, o comprimido por el peso de los estratos tiende a elevarse, o bien, por reacción al cesar o cambiar en su movi­miento, empuja hacia arriba y origina así también el plegamiento y elevación de los estratos. Ambas hipótesis han estado y están mantenidas y es posible que concurran. Pos­teriormente a una orogénesis tienen lugar fenómenos de vulcanismo y plutonismo que crean zonas de máxima debilidad en los estratos plegados. La elevación de los estratos plegados es consecuencia de la menor extensión de la nueva superficie que ocupan y de posteriores reajustes isostáticos, quedando así emergi­dos hasta muy considerables alturas.

– Formación de continentes: El resul­tado del proceso anterior es que se forman cordilleras alineadas y adosadas a lo largo de las masas rígidas (cratones), con los estratos dirigidos (en sentido amplio), hacia un rumbo igual al de la cordillera. Por descompresión en la superficie y por compensación en el magma, que sigue mo­viéndose, se inicia una nueva depresión en la parte externa de la cordillera y, en esta, desde que empieza a elevarse, se reanuda la erosión, repitiéndose el proceso una y otra vez. Añadir finalmente, que en esta prime­ra etapa de formación se forman también abundantes calizas por la presencia de CO2 en la atmósfera que, al ser disuelto en las aguas de lluvia, comunicaba a éstas una débil acidez, lo suficiente para atacar los silicatos y arrebatarles algo de su calcio, formando así minerales calizos, carbo­nates, caolines, etc.. Así las formaciones primitivas contenían poca cal, la cual fue aumentando, aunque más rápidamente por otros procesos. Se formaron rocas metamórficas por la transformación de las rocas ígneas y sedimentarias ante el calor y la presión.

3.2. Precámbrico

Comprende todo el período anterior al Cámbrico. Esto implica que representa el 87% de todo el tiempo geológico. Los principales tipos de rocas son los grani­tos, los gneis y los esquistos, los fósiles son muy escasos y muy raras las rocas sedimentarias. Se encuentran en todos los continentes áreas estables y de relieve poco acusado que se iniciaron en esta época. Reciben el nombre de escudos.

Las orogenias que se sucedieron en esta época, las fases erosivas seguidas de discordancia y la datación de las rocas por métodos radiométricos han permitido subdividir el precámbrico en varias eras: Arcaica, Proterozoica inferior, media y superior.

Un corte en las rocas del Gran Cañón del Colorado nos dice que a un depósito de grauvacas, pizarras y rocas volcánicas máficas siguió un intenso plegamiento y metamorfismo que originó la formación de los gneis, anfibolitas y esquistos, así como la formación de plutones graníti­cos. Finalmente ocurrió una elevación y erosión.

Posteriormente otra vez, plegamiento y metamorfismo con intrusiones plutónicas con posterior elevación y erosión.

Finalmente parece que decrece la ac­tividad volcánica, pero inmediatamente, surge de nuevo plegamiento esta vez, con la inclusión de fallas, sufriendo un metamorfismo suave, teniendo lugar una elevación y erosión.

La paleogeografía del precámbrico según los datos suministrados por estu­dios paleomagnéticos, radiométricos y estructurales, consistía en la existencia de cinco continentes; antigua Europa, antigua Siberia, antigua Norteamérica, Gondwana y antigua China.

La antigua Europa comprendía lo que hoy es la zona norte y central de Europa, la antigua Siberia estaba formada por casi toda la actual Siberia, parte de China sep­tentrional y parte de Mongolia; la anti­gua Norteamérica comprendía a la actual (menos el sur de los EE.UU. y Méjico), las Islas Británicas, Noruega y parte de Siberia; la antigua China incluía a China. Corea, Japón, sureste asiático, parte de Siberia, India y Pakistán; el continente de Gondwana estaba formado por África. Suramérica, Antártida, Australia, India Occidental, parte del occidente europeo, sur de los EE.UU. y Méjico.

Era Arcaica

Con una antigüedad próxima a los 2.500 millones de años, está representada por materiales muy antiguos, generalmente muy metamorfizados. La composición química de los gneises, esquistos, cuar­citas y anfibolitas indica que las rocas de las que proceden son pizarras areniscas, grauvacas y rocas volcánicas, siendo esta secuencia propia de un eugeosinclinal. El Corycium es el fósil más antiguo cono­cido, se interpreta como un alga de talo cilindrico alargado, data de entre 3.000 y 2.000 millones de años. No hay restos de animales.

Era Proterozoica inferior

La antigüedad va de los 2.500 a los 1.700 millones de años. Formada princi­palmente por cuarcitas, producto de metamorfismo de areniscas. La localización de cantos estriados y depósitos de tillitas indica un período glacial. El espesor de los sedimentos, encontrados en la zona del lago Hurón, que llegan a alcanzar 5,000 metros, hace pensar en la existencia de un ancho sinclinal y una estrecha plataforma. En Europa se han localizado depósitos tí­picos de miogeosinclinaí, formados por cuarcitas, mármoles dolomíticos, depó­sitos de hierro y micaesquistos, también se han localizados depósitos típicos de eugeosinclinal.

La presencia de tilíitas indica la exis­tencia de una etapa fría hace unos 2.300 millones de años, menos en Australia, África, India, América e India que las dolomías, calizas y hierros indican un clima templado.

Era Proterozoica medía

Va desde los 1.700 millones de años a los 1.000 millones de años. Los materiales están en clara discordancia con los del Proterozoico inferior como muestran en Escandinavia, las cuarcitas, conglomerados y rocas felsíticas. Los procesos metamór-ficos ocurrieron en el Báltico hace 1.300 millones de años, mientras que en el norte de Noruega ocurrieron hace 1.000 millones de años. Estos procesos pueden haber sido provocados por la orogenia que produjo la cadena montañosa de la antigua Europa, hacia finales del Proterozoico medio.

La presencia de calizas y mármoles sugieren un clima templado, así como la localización de yesos y sal requieren un clima seco. De finales de esta era se han encontrado restos fósiles de medusas, gusano y esponjas, hallados en depósitos de Canadá y Australia.

Era Proterozoica superior

Comienza hace 1.000 millones de años y termina hace 570. Las rocas encontradas en el sur de los Apalaches indican extenso metamorfismo en varios grados. También se localizan depósitos semejantes a las tillitas. Secuencias sedimentarias con dos intercalaciones de tillitas con extensio­nes de hasta 1.500 Km. se localizan en Escandinavia, lo que puede indicar que existieron dos glaciaciones. Parece que existieron arcos insulares que bordeaban la antigua Europa. Como fauna se han encontrado por todo el mundo yacimientos de la llamada “fauna de Ediacara” en la que aparecen representates primitivos de los filos ac­tuales y organismos que se extinguieron sin dejar descendencia al futuro.

3.3. Era Primaria o Paleozoico

El contacto con el Precámbrico es por hiato sedimentario o por discordancia. La división se hace basándose en la fauna fósil del Trilobites, así como en la subdi­visión en zonas. Comienza hace unos 570 millones de años.

Comprende unos 270 millones de años, distribuidos en seis períodos: Cámbrico, Ordovícico, Silúrico, Devónico, Carboní­fero y Pérmico. Los tres primeros períodos constituyen el Paleozoico Inferior y son afectados por la Orogenia Caledoniana, mientras que los tres últimos forman el Paleozoico Superior y fueron afectados por el Ciclo Orogénico Hercínico.

Los sedimentos de facies marinas son muy abundantes y están extendidos en todos los continentes, presentando un cierto grado de metamorfismo como consecuencia de los ciclos orogénicos sucesivos a que han sido sometidos. Las facies continentales van adquiriendo importancia desde el Devónico y, sobre todo, en el Carbonífero, dando lugar a los depósitos de hulla.

Las rocas sedimentarias paleozoicas son muy variadas, en general de colores oscuros, contrastando con los más claros de las rocas mesozoicas y terciarias. Pre­dominan las pizarras metamórficas, clon-ticas y micáceas no fosilíferas, de colores opacos, grises, que alternan en muchas ocasiones con calizas fuertemente tectonizadas. Igualmente predominan las cuarcitas y calizas transformadas en mármol.

En esta Era se produjeron dos grandes plegamientos: Plegamiento Caledoniano, que actúa fundamentalmente en los Períodos Cámbrico y Devónico y se en­cuentra caracterizado principalmente en Escocia, Inglaterra, Escandinavia, Europa Central, Siberia, Groenlandia e incluso Norteamérica (Montañas Verdes). El Plegamiento Herciniano, a finales del Carbonífero, que afectó a toda Europa. (Figura 2).

La reconstrucción de los continentes es bastante compleja, pero, en general, se considera que existían tres grandes zóca­los continentales: Nort-Atlántico (Amé­rica del Norte, Groenlandia y Europa), el Chino-Siberiano, en el hemisferio boreal, y, en el austral, el continente Gondwana (Sudamérica, África, Australia, India y Antártida). (Figura 3).

En los océanos, la vida cobra gran diversidad y extensión, formándose gran variedad de tipos. La mayoría de los fósiles característicos de esta Era pertenecen a especies que se han extinguido, algunas de ellas antes de que se terminara la Era. Los principales son:

– Trilobites: Son los fósiles más ca­racterísticos del Paleozoico, por ser exclusivos de esta Era. Eran Artrópo­dos marinos con un par de antenas. Presentan el cuerpo dividido en tres partes: escudo cefálico, tórax y pigidio. Alcanzan su máximo desarrollo duran­te el Cámbrico Superior y Ordovícico.

– Braquiópodos: Muy abundantes en el Paleozoico, poseen una con­cha formada por dos valvas. Vivían fijos en el fondo del mar. Existen desde el Cámbrico y llegan hasta la actualidad, constituyendo una fauna residual.

– Moluscos: Ya desde el Cámbrico se encuentran algunos Gasterópodos primitivos y Lamelibranquios, pero no adquieren verdadera importancia hasta el Silúrico, donde ya son fósiles característicos, y desde el Devónico empiezan a desarrollarse los grupos modernos. Los más representativos de esta Era son los Cefalópodos: Nautiloideos y Goniatites.

– Equinodermos: Se encuentran ya desde el Cámbrico y comprenden va­rios grupos excluidos del Paleozoico. Son fósiles característicos: Cistideos, Blastoideos, Carpoideos, Crinoideos, Equínidos.

– Arqueociátidos: Eran organismos análogos a las esponjas, en forma de copa o de cilindros, estaban huecos interiormente y abiertos por la parte superior. Vivieron en el Cámbrico y formaban arrecifes costeros.

– Coralarios: Los corales paleozoicos se llaman Tetracoralarios (Silúrico-Pérmico) y formaban masas de arre­cifes a mayor profundidad que los actuales.

– Graptolitos: Fueron organismos sin equivalentes entre la fauna actual, que formaban colonias flotantes que iban a la deriva por los mares paleozoicos, especialmente en el Ordovícico-Silú­rico.

– Artrópodos terrestres: A partir del Silúrico Superior se encuentran los pri­meros adaptados a la vida continental: escorpiones e insectos.

– Fusulinas: Foraminíferos fósiles, que aparecieron en el Cámbrico, pero no tienen importancia como fósiles carac­terísticos hasta el Carbonífero. Por la acumulación de sus caparazones, lle­garon a formar calizas de fusulinas.

– Vertebrados: Los primeros vertebra­dos fósiles que se han encontrado, pertenecen al Período Ordovícico, y son los peces acorazados, llamados así por tener el cuerpo recubierto de placas óseas. Estos peces acorazados se dividen en: Ostracodermos y Placo-dermos. Después de los Placodermos y durante el Devónico aparecen los primeros Seláceos, de aspecto muy semejante a los tiburones actuales. Los peces óseos aparecen desde el Devónico y se dividen en: Actinop-terigios y Crosopterigios.

A partir de los Crosopterigios, se puede seguir ya sin interrupción la evolución de los vertebrados hasta los mamíferos por una serie de etapas sucesivas, mediante grupos que se van relevando unos a otros en el tiempo. La primera de estas etapas corresponde a la aparición de la respiración pulmonar y de la tetrapodia, condiciones indispensables para la conquista del medio aéreo, se inicia en el Devónico Superior con la aparición de los primeros anfibios (Estegocéfalos).

Los reptiles constituyen la etapa que sigue a los anfibios en la evolución de los vertebrados. Este paso evolutivo se inició en el Carbonífero Superior con la aparición de los primeros reptiles.

En relación a la flora paleozoica, los fósiles más característicos son: algas, psi-lofitales, licopodiales, equisetales, helé­chos, y gimnospermas y angiospermas, que no aparecen hasta el Cretácico.

3.4. Era Secundaria o Mesozoico

La Era Secundaria presenta una dura­ción de unos 65 millones de años. Com­prende tres períodos, que son: Triásico, Jurásico y Cretácico.

Las rocas de la Era Secundaria fue­ron afectadas por la Orogenia Alpina, que, en general, no alcanzó la fuerza de las pasadas orogenias, razón por la cual conservan sus rocas ese carácter sedi­mentario del que, generalmente, carecen las rocas paleozoicas, pues estas últimas sufrieron en gran escala los efectos del metamorfismo regional. Sin embargo, en casos en que la tectónica alpina se ha manifestado en toda su intensidad, pro­vocando la formación de amplios mantos de corrimiento, los materiales mesozoicos pueden haberse metamorfizado profun­damente, como ha ocurrido en zonas de los Alpes, Cárpatos o en las Cordilleras Béticas Españolas.

Abundan los sedimentos marinos, como las calizas, areniscas y calizas dolomíticas. En cuanto a los sedimentos continentales, están representados los conglomerados, areniscas y arcillas asociadas a depósitos yesíferos y salinos y una gran parte de los yacimientos de petróleo.

En el principio de la Era Secundaria existía un gran continente: Pangea 2, que ya desde el Triásico empieza a fragmentarse. Se desarrolla la Orogenia Uraliana, que afecta a los Urales y Norteamérica. Durante el Jurásico se produce la escisión masiva del Pangea 2 en los supercontinentes de Laurasia y Gondwana, que evolucionarán ya desde el Jurásico, de manera indepen­diente. Hacia el final de Jurásico se aprecia la separación de América del Sur y África, así como la rápida migración de la India, que se separa del continente Gondwana. Durante el Cretácico se fragmenta total­mente Laurasia (Eurasia y Norteamérica) y Gondwana (Sudamérica, Antártida, Australia, África, India y Arabia) y se desarrolla el Océano Atlántico Sur, que desde ese momento formará una barrera geográfica, infranqueable para la migración de faunas entre África y Sudamérica. Al final de este período se establece el puente intercontinental de Behring, que permitirá las migraciones entre Eurasia y Norteamé­rica por un camino distinto al anterior, ya que la apertura del Atlántico Norte formará una barrera infranqueable entre Europa y Norteamérica. (Figuras 5 y 6).

En esta Era continúa la diversificación de los Invertebrados, tanto terrestres como acuáticos. En los mares cálidos abundaban las colonias de Madréporas y Corales, que formaron grandes depósitos de calizas, así como Equinodermos. Un grupo que adquiere un gran desarrollo son los Cefa­lópodos, sobre todo un grupo, los Belemnites. Descendientes de los Goniatites, los Anmonites con una concha enrollada en espiral y con unas costillas que se utilizan para poder clasificarlos.

En el caso de los Vertebrados, se ob­serva que los océanos estaban dominados por los peces óseos. Han desaparecido los grandes anfibios, que ya son de menor tamaño, pero lo más característico es la explosión evolutiva de los Reptiles, que se adaptaron a todos los habitáis, tanto terrestres como acuáticos o aéreos. Estos Reptiles se caracterizaban por su gran tamaño. Los Dinosaurios aparecieron al final del Triásico y fueron los Tetrápodos dominantes del Jurásico y Cretácico.

En el reino vegetal destacan los restos fósiles de las Bennettitales y Cicadales, que aún existen en la actualidad. Las Co­niferas presentaron gran desarrollo y se encuentran muy extendidas en la actuali­dad. Sin embargo, hacia el final del Cre­tácico, las Coniferas fueron sobrepasadas en cantidad por las Angiospermas, primero fueron las dicotiledóneas y posteriormente las monocotiledóneas, que se extienden con gran rapidez gracias a la existencia de semillas protegidas por el fruto.

3.5. Era Terciaria o Cenozoico

Engloba dos períodos: el Terciario y el Cuaternario. El Período Terciario se subdivide en dos subsistemas: Paleógeno y Neógeno. El Paleógeno se divide en tres series: Paleoceno, Eoceno y Oligoceno, y el Neógeno se divide en dos series: Mio­ceno y Plioceno.

Período Terciario

El Período Terciario comenzó hace 65 millones de años y duró aproximadamente hasta hace 1,8 millones de años, época en que se sitúa el comienzo del Sistema Cuaternario.

En general, los terrenos terciarios tienen una gran uniformidad biológica. Las rocas más características en las facies neríticas del Paleógeno son las calizas numulíti-cas y las calizas de alveolinas, de color blanco. En los geosinclinales predominan las facies flysch, con sus típicas huellas y pistas. En las facies continentales pre­dominan las formaciones deltaicas, con conglomerados, areniscas, margas yesíferas y salinas, y los lignitos, que pueden dar lugar a yacimientos explotables.

En cuanto al Neógeno, en las regiones de sedimentación nerítica abundan las molasas, areniscas, arcillas y margas con Moluscos fósiles, pero, en las facies más profundas, estas rocas suelen estar aso­ciadas a Microforaminíferos plactónicos. En las facies continentales encontramos conglomerados y areniscas en la base de la formación, más hacia arriba pasan a mar­gas y arcillas con calizas intercaladas.

Durante el Paleógeno se produce pro­gresivamente la separación de los conti­nentes Europeo y Norteamericano, abrién­dose definitivamente el Atlántico Norte. Durante la mayor parte del Terciario Norte y Sur de América han estado separados, ya que el Istmo de Panamá no se formó hasta el Pleistoceno. En el Hemisferio Sur, el Atlántico separa ya ampliamente África de América del Sur; el Indostán y Madagascar forman dos islas y Australia ocupa una posición más occidental de la que tiene actualmente. (Figura 7).

El paso del Mesozoico al Cenozoico es muy marcado en el registro fósil por los grandes cambios que se producen en la flora y fauna, coincidiendo, al igual que en el tránsito Paleozoico-Mesozoico, con las modificaciones producidas por la Oro­genia Alpina. Desaparecen muchos grupos de Reptiles, que van a ser sustituidos por los Mamíferos Placentarios. En este período también se desarrollan las aves actuales, que debieron de ser muy abundantes, aunque sus fósiles sean escasos, debido a que se trata de unos animales que tienen malas condiciones para fosilizar. También se desarrollan los Peces Teleósteos, que alcanzan una neta predominancia sobre todos los demás. Por su parte, los Anfibios y Reptiles quedan reducidos a su condición actual. Respecto a los Invertebrados, se tienen como fósiles característicos a los Nummulites5 Pelecí-podos, Gasterópodos y Coralarios.

En el Período Terciario predominan las Fanerógamas, aunque coexisten con los bosques de coniferas. De todas estas plantas lo único que se suele conservar fósil son las hojas y los frutos, en general fáciles de identificar por tratarse de los mismos géneros que viven en la actuali­dad.

Período Cuaternario

Constituye una etapa especial en el re­gistro histórico de la Tierra por múltiples razones, entre las que destaca el notable desarrollo de los Homínidos. El Período Cuaternario está dividido en dos series: el Pleistoceno y el Holoceno.

A pesar de ser más importante la se­dimentación oceánica que la continental en el Cuaternario, disponemos de escasa información de series estratigráficas ma­rinas, ya que las áreas sumergidas en este período lo siguen estando actualmente en su práctica totalidad.

En la sedimentación continental des­tacan los depósitos fluviales, en forma de terrazas constituidas por aluviones, que denotan la existencia de frecuentes oscilaciones climáticas.

Las morrenas, depósitos dejados por el hielo, permiten establecer una cierta cronología de los estadios glaciales e interglaciales.

Los depósitos de turba, característicos de lagos periglaciares, en los que se acu­mulan gran cantidad de restos vegetales, presentan un gran interés por la posibilidad de sacar conclusiones paleoclimáticas e incluso cronológicas a partir de los análisis palinológicos.

A lo largo de este período ha continua­do el ensanchamiento del Atlántico Norte a una velocidad aproximada de 2,5 cm. por año. El Atlántico Sur en este período ha ensanchado unos 80 Km. y el Océano índico unos 120 Km.

En la actualidad, los glaciares cubren aproximadamente el 10% de la superficie de los continentes; la mayor parte de tal porcentaje está localizada en la Antártida, Groenlandia, Islandia y en algunas zonas de elevada altitud (Glaciarismo de altitud). Basándonos en la extensión que ocupan los depósitos glaciares, se cree que la máxima superficie continental cubierta por el hielo durante el Pleistoceno llegó a ser del orden de tres veces la actual, es decir, unos 44 millones de kilómetros cuadrados.

Se han encontrado diversas evidencias de glaciaciones múltiples en Europa, Asia y América del Norte y del Sur. La más convincente es la presencia de tills sepa­rados por paleosuelos, tills meteorizados o sedimentos marinos. En los Alpes se han identificado al menos doce episodios de glaciación, al encontrar otros tantos depósitos glaciares separados por sendos paleosuelos. En el noroeste de Europa se han reconocido ocho episodios glaciares y más del doble en Europa Central. Los episodios interglaciales están representados por paleosuelos, discontinuidades estratigráficas o intercalaciones de depósitos marinos y continentales. Lo mismo ocurre en el sector central de América del Norte, donde se han detectado al menos trece episodios glaciales.

En áreas distantes a los glaciares tu­vieron lugar notables fluctuaciones en el clima durante el Pleistoceno. Muchas regiones que hoy día tienen climas secos y fríos o secos y cálidos experimentaron un cambio a climas pluviales más fríos, siendo los episodios interpluviales de gran aridez.

A partir de sedimentos marinos se han determinado asimismo importan­tes fluctuaciones climáticas, en base al estudio de Foraminíferos y Radiolarios fósiles contenidos en ellos (como ya se ha indicado anteriormente) y a medidas de relaciones isotópicas del oxigeno. Los testigos de sondeos han sido datados por métodos radiométricos, paleomagnéticos y paleontológicos. Sin embargo, es muy difícil relacionar en un testigo fluctuacio­nes climáticas con pulsaciones glaciales específicas en el continente.

Una época glacial es un período de tiempo en el cual se han registrado varios avances o pulsaciones glaciares importan­tes, con un clima mucho más frío que el actual. Una época interglacial es un pe­ríodo en el cual el clima ha sido tan cálido o más que el actual. Un estadio glacial es una secuencia de materiales depositados durante una época glacial. Del estudio de los tills en Norteamérica se ha podido interpretar que, durante cada una de las cuatro épocas glaciales clásicas, han tenido lugar entre dos y cinco pulsaciones glacia­les independientes. Incluso parece probable que haya ocurrido alguna pulsación durante las épocas interglaciales, conforme a los datos obtenidos de los testigos de sondeos en sedimentos oceánicos. Los estudios pa­leontológicos de Europa Central indican que al menos se han dado 18 pulsaciones en este lapso de tiempo. Por lo tanto, la historia de las glaciaciones a lo largo del Pleistoceno es bastante más compleja de lo que inicialmente se pensó.

La interpretación de los hechos ante­riores a la última época glacial es espe­cialmente dificultosa debido a la erosión y sedimentación llevadas a cabo por las masas de hielo existentes en ésta y porque los depósitos glaciales anteriores a ella quedan fuera del alcance de la datación radiocarbónica.

La correlación intra e intercontinental y entre continentes y cuencas oceánicas de los acontecimientos ocurridos en el Pleis­toceno se ve dificultada por la escasez de fósiles y de materiales apropiados para la datación radiométrica.

Los estratígrafos están comenzando a utilizar, por lo tanto, otras técnicas, como las paleomagnéticas, que han dado buenos resultados en la correlación del Pleisto­ceno Inferior.

Las glaciaciones registradas en el He­misferio Norte reciben diversos nombres según la región en que se estudian, sin que exista una correspondencia absoluta entre ellas. Las zonas en que mejor se han analizado los depósitos morrénicos y de otro tipo, que permiten establecer una secuencia bastante completa de épocas gla­ciales e interglaciales en el Pleistoceno, son los Alpes y Escandinavia, en Europa, y la región central de América del Norte. En la Europa Alpina se reconocen sin dificultad cinco períodos glaciales, que reciben las denominaciones de Donau (Danubio), Günz, Mindel, Riss y Würm, de más antigua a más moderna, si bien una glaciación anterior, la de Biber, probable­mente está a caballo entre el Plioceno y el Pleistoceno Inferior (véase Apéndice). En el noroeste de Europa se proponen las épocas glaciales de Elster, Saale y Weichsel (Vístula), que se corresponden con las tres últimas de los Alpes, separadas por las épocas interglaciales Holsteiniense y Eemsiense, respectivamente. Menos evidentes resultan los períodos glaciales e interglaciales Eburoniense, Waaliense, Menapiense y Cromeriense. En América del Norte se han reconocido cuatro gla­ciaciones, que se corresponden “groso modo” con algunas de las europeas; son las de Nebraska, Kansas, Illinois y Wis-consin, de más antigua a más moderna, separadas, respectivamente, por los interglaciales de Afton, Yarmouth y Sangamon (Apéndice).

Por lo que se refiere a la última época glacial (Würm, Weichsel o Wisconsin), el máximo avance del hielo en Escandi­navia ocurrió en la pulsación de -20.000 a -17.000 años. En esos momentos, el margen meridional de la masa de hielo se extendía hasta el noroeste de Siberia a través de Europa Central. (Figura 9).

Hace unos 13.000 años, el hielo toda­vía cubría la mayor parte de la Península Escandinava. En el curso del retroceso de los hielos en esta región, se desarrolló en el frente meridional del casquete un lago proglacial, denominado Lago Bálti­co. Hace unos 9.000 años, el nivel del mar había ascendido por fusión del hielo lo suficiente como para formar el mar interior de Yoldia. El levantamiento postglacial aisló la Cuenca Báltica del resto del mar, y se formó el Lago de Ancylus, el cual per­sistió gracias a los últimos remanentes de la masa de hielo de Escandinavia.

Alrededor de 6.000 años atrás, el mar ocupó de nuevo la cuenca. El Mar de Littorinas disminuyó de tamaño a medi­da que el Escudo Báltico continuaba su levantamiento (figura 10 D). Este ascenso de la superficie continental es el ajuste posterior a la depresión causada en la corteza terrestre por el peso de la masa de hielo acumulada durante la mayor parte del Pleistoceno en esa región. Se calcula que el hundimiento de la corteza durante las glaciaciones pleistocénicas, debido al lento flujo del manto infrayacente, de­bió ser de 1 m. por cada 3,6 m. de hielo. Cuando éste se fundió, la corteza se fue recuperando lentamente a medida que el material del manto retornaba bajo la corteza situada en las áreas desheladas. Este levantamiento continúa todavía en la parte más septentrional de América del Norte, de Escandinavia y de Asia, en que el grado de ascenso puede ser superior a 30 cm. por siglo.

A pesar de estas emersiones localizadas, el nivel del mar ha ascendido 33 m. por término medio en el curso de los 10.000 últimos años, que es la duración generalmente aceptada para la época postglacial o Holoceno. Como consecuencia de ello, gran aparte de las plataformas continen­tales han sido inundadas, acumulándose en algunas zonas sedimentos en gran can­tidad, a pesar del corto espacio de tiempo transcurrido.

Diversos estudios palinológicos efectua­dos en estos sedimentos han indicado que entre 7.000 y 5.000 años atrás los climas fueron más cálidos, por lo general, de lo que son hoy día. Este intervalo se ha in­terpretado como un óptimo climático. En el oeste de Australia existen evidencias de un descenso de 1,2 a 2,5 m. del nivel del mar hace unos 4.000 a 5.000 años, lo que sugiere que los glaciares se han expandido durante ese tiempo. Presumiblemente, el ambiente se ha ido enfriando progresiva­mente a lo largo de ese período. Dentro de los 5.000 últimos años, sin duda, han teni­do lugar diversos episodios de enfriamiento generalizado y una consecuente expansión de los glaciares: merced al estudio de los anillos de crecimiento de ciertos pinos en el suroeste de los Estados Unidos, se ha podido determinar que el punto medio de los períodos fríos ha sido 3.000 años (a.C.), 800 (a.C.), 1.025 (d.C.) y 1.600 años (d.C.). Algunos geólogos y climatólogos sostienen que ya se ha alcanzado el punto medio en la época interestadial (o interglacial) postglacial y que el Hemisfe­rio Norte se encuentra actualmente en vías de enfriamiento, evolucionando hacia una nueva época glacial. Sin embargo, parece existir una tendencia al calentamiento en el Hemisferio Sur.

Se han elaborado numerosas hipótesis para explicar la causa de las glaciaciones. Se pueden agrupar en dos conjuntos: las hipótesis astronómicas o solares y las hipótesis terrestres.

– Las hipótesis solares proponen que, por determinadas razones, el Sol envía menos calor del habitual a la Tierra du­rante ciertos períodos, dando lugar a un enfriamiento generalizado del Globo. De entre las muchas hipótesis que parten de esta premisa, la más conocida es la “Teo­ría de la lentitud de la difusión gaseosa”, propuesta por Karl Opik, según la cual el hidrógeno que se quema en el núcleo del Sol se agota periódicamente, por lo que se hace necesaria una reposición de este elemento desde la periferia solar; esto requeriría un notable gasto de energía, que se traduciría en una menor aportación de calor por parte del Sol a los planetas, con lo que la hidrosfera de éstos llegaría a helarse en parte.

– Las hipótesis terrestres parten del supuesto de que, en determinados períodos de la historia de la Tierra, ésta, por unas u otras razones, admite menos calor del Sol que el habitual. La más generalmen­te aceptada es la denominada “Teoría de las alteraciones orbitales” o “Teoría de los ciclos orbitales” de Milankovitch en 1941. Según esta hipótesis, la sucesión de períodos glaciales e interglaciaíes en la glaciación neógeno-cuaternaria se debe a la forma variable de la órbita terrestre alrededor del Sol. Otra hipótesis terres­tre de cierta aceptación es la que propone una relación entre orogenias y glaciacio­nes, basándose en que la disminución del calor recibido por la superficie del Globo se debe a la abundancia de polvo volcánico, incorporado masivamente a la atmósfera por las intensas erupciones que tienen lugar en un período orogénico, a la elevación de la altitud media de los continentes (que implica un aumento re­lativo de las precipitaciones en forma de nieve) y a la posible interrupción de las corrientes oceánicas por los efectos de la propia orogenia. Esta hipótesis está ava­lada por la aparente simultaneidad de las cuatro últimas glaciaciones (Eocámbrica, Silúrico-Ordovícica, Pernio-Carbonífera y Neo geno-Cuaternaria) y las fases de apo­geo de las cuatro últimas orogenias (Asín-tica, Caledoniana, Hercínica y Alpídica). Existen otras teorías relacionadas con alteraciones climáticas más sutiles como la parada de las corrientes oceánicas y el aumento del efecto invernadero. La aparición del hombre moderno ocurrió en el Cuaternario, aunque nuestra evolución ha sido un proceso largo. Por lo que se sabe hasta ahora, la evolución no se realiza en línea recta; no se puede establecer una sucesión directa entre el Homo habilis, Homo erectus, Homo sapiens (Neanderthal) y Homo sapiens (Cromagnon). Para tratar de abordar la evolución humana es conveniente situarnos como especie. Siguiendo las taxonomías científicas, pertenecemos a la Familia Hominidae, Subfamilia Homínida, que cuenta con cinco géneros: Ardipithecus, Australopitecus., Kenyanthropus, Paranthropus y Homo. Estos géneros se dividen en especies (como el sapiens) y subespecies (neanderthal). Los recientes estudios paleoantropológicos demuestran que la antigüedad del hombre se remonta hasta unos 6 a 4 millo­nes de años, con una evolución en la que aparecen diferentes ramas de homínidos, a continuación vamos a enumerar algunos que según las teorías actuales podrían es­tar emparentados con la evolución hasta Horno sapiens sapiens (nuestra especie) dejando de lado aquellos restos que se consideran de nuestra misma familia pero aparecen como divergencias en nuestro árbol evolutivo.

– Los primeros homínidos que pueden situarse en nuestro propia línea evolutiva son los Australopitecus, aparecidos en varios lugares de África del Sur (Etiopía y también Kenya) y en Olduwai, la mayor parte de los fósiles con 3-4 millones de años de antigüedad son fragmentos, y su trascendencia sería difícil de interpretar a no ser por el descubrimiento de un esque­leto casi completo de un individuo, llama­do Lucy, descubierto en Hadar, la región de los Afar en Etiopía. Este esqueleto se remonta a 3,4 millones de años a.C. y per­tenece a un adulto hembra de complexión baja y robusta, claramente adaptado a la locomoción erecta, y sus dientes muestran algunas características humanas, aunque conserva muchos rasgos similares a los de simios. Los Australopithecus existieron en África hace entre 4,2 y 1,8 millones de años, y en la actualidad se reconocen varias especies (cinco en concreto). Lucy pertenece a los Australopithecus afaren-sis, que vivió hace entre 4 y 3,2 millones de años; siendo una de las especies más antiguas conocidas, junto al Australopi­thecus anamensis a quien actualmente se considera en antecesor del género Homo con 4*2 millones años. Su esqueleto de constitución ligera y su cerebro pequeño se parecen a los del Australopithecus afri­canas (alrededor de 3 y 2 millones de años B.P.), hallado en los yacimientos de cuevas sudafricanas, una comparación detallada de las especies muestra que existe una clara conexión entre ellas, y es posible que el Australopithecus afarensis sea un antepa­sado común del Australopithecus africanus y del Australopitecus anamensis.

– En algún momento hace más de 2 millones de años se produjo el salto hasta el genero Homo, los fósiles más antiguos que se conocen y reciben el nombre de «Homo» se remontan a unos 1,8 millones de años a.C. Los primeros fueron hallados en el yacimiento de Olduwai en Tanzania y recibieron el nombre de Homo habilis; este, se distinguía por su cerebro más grande, un cráneo redondeado y una cara perfectamente humana junto a la aparición de industria lítica. En los esqueletos del Homo, la estructura de la articulación de la pelvis y de la cadera son muy parecidas a las del hombre moderno. Aunque aparecen como una tendencia a lo largo de un periodo de tiempo, esto hace que aparezcan vanantes que han permitido determinar al menos dos especies: el Homo habilis y el Homo rudolfensis.

Los primeros homínidos evolucionaron en África, y no se produjo su expansión hacia fuera de África hasta que apareció el Homo erectus (que aparece en yaci­mientos en el exterior africano) hace 1,7 millones de años, con el los homínidos se extendieron hasta Oriente Medio, Asia y Europa, adaptándose a condiciones climá­ticas, recursos alimentarios y una geogra­fía muy distintos, lo que quizá conlleva a ciertos cambios físicos. Pero… ¿Cuál es su conexión con África?… En 1984 el ha­llazgo del lago Turkana (Etiopía), permitió localizar restos de una nueva especie el Homo ergaster, probable responsable de la industria lítica Achelense (bifacial). Su parentesco con el erectus es más que evidente.

Los primeros habitantes de Europa estaban muy relacionados con el Homo erectus y es posible que fueran miembros de este grupo, Se le ha denominado Homo antecessor (Atapuerca, Burgos). La fecha exacta en que Europa fue poblada por pri­mera vez todavía se desconoce; los nuevos hallazgos de Atapuerca elevan mucho más la antigüedad de este hecho elevándola a los 800.000 años (hasta ahora se estable­cía una antigüedad de 700.000 a 400.000 años). Los expertos no se ponen de acuerdo sobre si estos individuos deberían consi­derarse como miembros del grupo Homo erectus, aunque en Atapuerca parece que se apunta a una especie diferente, una for­ma primitiva del Homo sapiens llamada como ya hemos dicho Homo antecessor.

La importancia de Atapuerca no sólo está en el hecho de que haya retrasado la época de colonización de Europa, sino en la presencia en este yacimiento de toda una serie de individuos fósiles, con rasgos algo más primitivos que los neandertales, que están incluidos en una nueva especie el Homo heidelbergensis cuyos restos se fechan en torno a los 500.000 a 200.000 años.

Tras esta especie encontramos que en Europa aparecen los restos del Homo sapiens neanderthalensis que apareció por primera vez hace unos 200.000 años y que vivieron en Eurasia occidental has­ta hace unos 30.000 años. Se distinguen del hombre completamente moderno por un esqueleto pesado y fuerte, una cara prominente con una nariz ancha y unos dientes grandes. La forma de sus cerebros muestra muy pocas diferencias respecto a la del hombre moderno y su tamaño era igual de grande. Los neanderthales son el primer tipo de humanos de los que existen pruebas de que enterraban a sus muertos y que mostraban distintos comportamien­tos rituales. Actualmente se descarta a los neanderthales de la línea directa del an­tepasado del hombre moderno y se le ve más como una rama lateral que presenta un antepasado común con nuestra especie.

Fue en África donde estaban ocurriendo grandes cambios climático donde ocurrió la aparición de los primeros humanos ana­tómicamente modernos, el Homo sapiens sapiens, al sur del continente hace unos 100.000 años. Estos seres que aparecen con más frecuencia en las zonas meridio­nales (sus yacimientos son más frecuen­tes) fueron los que colonizaron el resto del planeta de tal manera que entre hace 35.000 y 12.000 años se inicia un periodo que se conoce con el nombre de Paleolítico Superior y se asocia con la aparición en Europa de los humanos anatómicamente modernos y que en Europa sustituyeron al neanderthal. A partir del Paleolítico Supe­rior se empiezan a reconocer estructuras

Sociales complejas en el registro arqueológico y que están ya dentro del campo del estudio de la paleontología y la prehistoria ya que encontramos desde el paleolítico superior un gran énfasis en la identidad de cada grupo, caracterizada por sus ritos y simbolos, señala la aparición del comportamiento humano completamente moderno.