Tema 23. La evolución y sus implicaciones filosóficas.

Tema 23. La evolución y sus implicaciones filosóficas.

1. El término “evolución”

El término “evolución” no aparece (o casi no aparece y sólo lo hace de manera no significativa) en Lamarck (que habla de “transformismo”), ni en Darwin, que utiliza la fórmula “descendencia con modificaciones”. Y es que el significado tradicional de la palabra no convenía en absoluto a las nuevas ideas.

En efecto, tradicionalmente “evolución” designaba un proceso de desarrollo programado y finalizado: el conjunto de etapas por las que un ser debe pasar para alcanzar su forma adulta y perfecta. La evolución es el paso progresivo de una forma potencial (pre-forma), en germen, a una forma plenamente extendida y actual. Las diferentes fases del desarrollo de un embrión ejemplifican esta manera de entender la evolución.

Fue Spencer quien introdujo el término “evolución” y lo convertirá en una palabra dominante de su gran sistema filosófico y destinada a formar parte de la biología moderna. Pero el uso de Spencer es ambiguo y poco darwiniano. Spencer no rompe con el finalismo: su evolucionismo es un progresismo cuya ley cree él conocer.

Hoy muchos autores siguen asociando la evolución a uno u otro finalismo y el pensamiento religioso no parece poder asimilar de otra manera la evolución darwiniana, que a veces se extiende a toda la cosmogénesis. El hombre se presenta así como el fin de un proyecto biocósmico que se extiende a miles de millones de años. Sin embargo, en la medida en que el evolucionismo sirve como marco teórico de investigación para las ciencias biológicas contemporáneas, este finalismo no tiene cabida. Para poder ser correctamente aplicada al pensamiento darwiniano y al neodarwinismo contemporáneo, la idea de evolución debe ser despojada de toda referencia a la finalidad o a un proyecto prefigurado de alguna manera en la naturaleza de las cosas. En sentido darwiniano, la evolución está bajo el signo de lo aleatorio, lo imprevisible y el mecanicismo.    

2. El origen de los seres vivos según las religiones

La mayoría de las religiones, de manera más o menos explícita, afirman que el Universo entero procede de Dios (o de los dioses). Por ejemplo, el hinduismo asegura que todo lo que existe surgió gracias al dios Brahma. Éste creó el espíritu, la energía, el tiempo y sus divisiones, las constelaciones y los seres vivos y, por supuesto, al hombre y a la mujer. Según la religión babilónica el dios Marduk creó el Sol, la vegetación y la humanidad; los indios hopi de Arizona defendían que una diosa creó un gran número de aves y animales, y los envió a poblar el mundo; luego, tomando barro de la tierra, hizo la primera mujer y después el hombre. Concepciones análogas podemos encontrar en otras muchas religiones.

Si nos centramos en la tradición judeo-cristiana, en el Génesis se nos narra la creación del mundo, las plantas, los animales y el hombre por Dios. Según el Génesis Dios creó todas las cosas de la “nada” y, luego, a su imagen y semejanza, a nuestros primeros padres, Adán y Eva, y de esta primera pareja desciende toda la humanidad.

Estas concepciones consideran, por una parte, que todas las especies de seres vivos fueron creadas de una vez para siempre y, en consecuencia, que son inmutables y, por otra, que entre el ser humano y el resto de los seres vivos existe una separación profunda y tajante; los humanos son seres absolutamente distintos.

3. Las teorías naturalistas del universo

Al lado de los mitos, las leyendas y el pensamiento religioso, por toda la cuenca del Mediterráneo aparecen una serie de explicaciones racionales o precientíficas del origen del Mundo y de los seres vivos. En el punto de partida del pensamiento filosófico se encuentra el asombro; el asombro del hombre frente al Ser, ante el cambio y el movimiento. El hombre busca una explicación.

En Grecia, desde el siglo VI a.C., los primeros cosmólogos buscan un principio universal capaz de explicarlo todo. ¿El agua, el fuego, el aire, los números? Lo que asombra no es propiamente el origen del hombre, sino la vida, el Ser, en su estatismo y en su cambio. El sabio cree poseer una visión coherente de todo el Universo.

La Escuela de Mileto es la expresión misma del genio jonio. Los pensadores milesios se esforzaron en determinar “la única materia de la que salieron todas las cosas”. El materialismo milesio está animado por la idea de una evolución lógica.

3.1 La Grecia antigua

Tales expresa su asombro ante el cambio, la multiplicidad de los individuos y las experiencias que parecen contradecir la inmutabilidad y la unicidad de las ideas. Para él, el origen de todas las cosas está en el agua. El agua del mar es el límite de la tierra. Más allá de nuestro mundo se extiende el océano infinito. Si se excava en el suelo se encuentra agua; el agua cae del cielo y hace crecer las plantas que, a su vez, constituyen el alimento de los animales.

Para Anaximandro, el principio común de todas las cosas no es el agua, sino una sustancia indeterminada, invisible, amorfa, de la que procede el agua y todos lo elemento de la naturaleza. Este principio indeterminado es el caos. El mundo ordenado –cosmos– proviene del caos. En lo que concierne al hombre y a su origen, este filósofo tenía un punto de vista extremadamente moderno. Habiendo observado que al ser humano, desde su infancia, le hace falta un largo período de cuidados y protección, concluyó que si el hombre hubiese sido siempre como él lo veía no habría podido sobrevivir. Era necesario, pues, que en otros tiempos hubiese sido diferente; tuvo que evolucionar a partir de un animal que, más rápidamente que el hombre, hiciera su camino solo.

El principio común de la aparente multiplicidad y variabilidad de las cosas era para Anaxímenes el aire, medio vital que envuelve a la tierra, fuente de vida y origen de todas las cosas. Pitágoras, por su parte, creyó descubrir en los números el principio de todas las cosas. Sólo en las matemáticas puede encontrarse la exactitud completa y la evidencia absoluta.

Heráclito “el oscuro” tuvo una percepción de la variabilidad y la fugacidad de todo lo que existe, de la diversidad y del perpetuo cambio. “Todo cambia, nada es permanente, hay un movimiento perpetuo; nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”. Heráclito vio en el fuego el principio de todas las cosas.

Empédocles más tarde dijo que el hombre y los restantes seres vivos nacieron de la tierra, habiéndose originado de miembros y órganos unidos al azar, con lo que habrían surgido muchas combinaciones poco aptas, que fueron eliminadas, persistiendo sólo las combinaciones más armónicas.

De una inteligencia enciclopédica, Aristóteles vio en la filosofía la totalidad ordenada del saber humano. Sus experiencias y observaciones sobre las especies animales más variadas le permitieron esbozar su clasificación. Para darse cuenta de su estructura y funcionamiento llegó a distinguir en todo ser una materia y una forma, que es un principio inmanente de organización de la materia. Su concepción de la naturaleza es finalista. El azar sólo sabría crear lo indefinido, lo indeterminado o lo desordenado. Cada ser está organizado y tiende a su perfección. Los seres vivos no son en absoluto el resultado de unos esbozos monstruosos. La monstruosidad no precede al establecimiento de la regla, no es más que su desviación. Hay un orden jerárquico en las especies animales hasta el hombre, ser dotado de razón.

Aristóteles empezó la clasificación sistemática de los seres vivos según su estructura. Distinguía entre “animales con sangre” y “animales sin sangre”. Los animales con sangre se dividían en: mamíferos, aves, reptiles y peces. Los animales sin sangre en: animales de cuerpo blando, animales con escamas (crustáceos), animales de concha e insectos.

De esta clasificación de los animales obtuvo su concepto de “escala de la ant” o de los seres. Aristóteles observa que la naturaleza progresa desde los seres más sencillos hasta los más complejos. No hay que entender esta afirmación en sentido evolutivo, sino en la acepción puramente formal en que se basa la idea de la gran cadena de seres u ordenación lineal de los distintos grupos de organismos. Cuanto más compleja es la estructura de una criatura, tanto más alto es su lugar en la escala de los seres.

Aristóteles estaba firmemente convencido de que todos los seres naturales tienen a alcanzar la perfección que les es propia. Esta convicción fundamental de que los seres naturales tienden a alcanzar su propio estado de perfección surgió bajo la influencia de sus estudios biológicos.

3.2 China

En China nunca creyeron en la inmutabilidad de las especies. Esto era consecuencia del hecho de que nunca concibieron una creación especial, y ello a su vez ocurría porque no imaginaban una creación ex nihilo por una deidad suprema. Por tanto, no había razón para creer que diferentes géneros de seres vivos no pudieran transformarse fácilmente, si se les daba tiempo suficiente.

Wang Chhung (en Lun Hêng [Discursos pesados en la balanza]) insiste en que el hombre es un animal como los otros, si bien es el más noble de ellos, rechaza las historias mitológicas sobre su nacimiento, pero no la generación espontánea. Además, mantiene que todas las transformaciones, por extrañas que sean, son fundamentalmente naturales, y habla de “mutaciones”, herencia genética, migraciones animales y tropismos.

El naturalismo evolucionista ocupó plenamente el centro del pensamiento de la escuela neo-confuciana. Todos los neo-confucianos aceptaron la idea de que el Universo atravesaba ciclos alternativos de construcción y disolución.

3.3 Roma

Lucrecio, autor de un poema filosófico De Rerum Natura, expone la teoría de la concepción atomista y mecanicista del Universo. Lucrecio centra su obra en una inmensa compasión hacia la humanidad angustiada, a la que quiere librar de las preocupaciones de ultratumba. Del desarrollo del mecanismo ciego de la naturaleza deriva para el alma una posible tranquilidad, una forma íntima y nueva de libertad.

Lucrecio da la tierra como matriz común a todo lo que vive. Lo mismo que la pluma, el pelo o las sedas cubren los miembros de los cuadrúpedos y el cuerpo de las aves, así la naciente tierra empezó por parir las hierbas y los arbustos; a continuación, mediante mil procedimiento, dio a luz la numerosa cohorte de los seres vivos. La organización de los cuerpos animales procede del azar que agrupó los átomos de una forma o de otra. Además de la eliminación de monstruos no aptos para la vida, hubo en la historia de la naturaleza destrucción de razas viables pero insuficientemente armadas o protegidas, ya que todos los seres vivos luchan entre sí. Lucrecio hizo algunas observaciones interesantes: la pluralidad de los mundos, el origen relativamente reciente de nuestro universo, la aparición tardía del hombre entre los seres vivos constituyen otras tantas teorías que lo acercan a nosotros.

Una raza de hombres vivió entonces, una raza de los más fuertes y digna de la dura tierra que la había creado. Unos huesos más grandes y más fuertes formaban la constitución de estos primeros hombres, su cuerpo tenía una armadura de fuertes músculos, resistían fácilmente el frío y el calor, los cambios de alimentos y los ataques de la enfermedad. Cuántas vueltas dio el sol a través del cielo mientras ellos llevaban su vida errante de bestias salvajes (De Rerum Natura, libro 907-947)

3.4 La Edad Media, el Renacimiento y el Barroco

Durante la Edad Media se difundió una interpretación literal del relato bíblico de la Creación, interpretación que conformaba una cierta creencia en el fijismo, la cual perdurará durante varios siglos en el cristianismo. Tal concepción, negadora de la evolución de las especies, se consideraba tan evidente, que no se sentía ni la necesidad ni la utilidad de designarla con un nombre particular.

No obstante, algunos Padres de la Iglesia, entre los que destaca Agustín de Hipona, sostuvieron opiniones favorables a una cierta evolución cósmica antes de la creación del hombre (hipótesis de la creación en potencia). Todas las obras de Dios, según San Agustín, proceden de la unidad de la sustancia divina y son, por lo tanto, comunes a las tres Personas divinas, el mundo fue creado de la nada y tiene como fin la manifestación de la liberalidad y de la gloria de la Trinidad. Sin embargo, la creación no concierne a la constitución de los entes singulares: Dios crea directamente la materia prima, que contiene en sí “las razones seminales”, es decir, las esencias de todas las cosas en estado germinal, que se desarrollarán en el curso de las generaciones.

Durante el Renacimiento hubo una serie de innovaciones que transformaron la visión estática que de la naturaleza se había mantenido en la época medieval. El descubrimiento de América fue uno de los acontecimientos que más contribuyó a este cambio de mentalidad. Su exploración no sólo aportó una enorme cantidad de datos nuevos, sino que también hizo considerar los hechos ya conocidos desde nuevos puntos de vista. El conocimiento de animales y plantas aumentó de modo muy considerable y quedó de manifiesto con toda claridad la existencia de diferentes faunas y floras en los distintos continentes.

Durante el siglo XVII estuvo muy difundida la idea aristotélica de que todos los organismos forman una gran cadena o escala, que se extiende desde las formas más sencillas hasta las más complejas. El aforismo «la naturaleza no da saltos» alcanzó su máxima expresión filosófica en la obra de Leibniz. Esa continuidad de los seres vivos en el espacio propia de la escala no implicaba, sin embargo, una continuidad en el tiempo.

En el campo de la Embriología alcanzó una gran resonancia la teoría de la preformación, según la cual, el organismo adulto ya estaría contenido en el germen con todos sus caracteres, de tal modo que el desarrollo consistiría solamente en el despliegue o desenvolvimiento de lo ya existente en miniatura.

Contra los preformacionistas Christian Wolff defendió la teoría de la epigénesis, es decir, el desarrollo a partir de un material básico informe. Basándose tanto en observaciones microscópicas como en hechos experimentales, llegó a la conclusión de que el organismo no se halla “preformado” en el huevo, sino que sus estructuras van surgiendo a lo largo del desarrollo embrionario.

3.5 El siglo XVIII

Sin embargo, hubo que esperar hasta el siglo XVIII para que, en Francia, Benoit de Maillet intente aportar una explicación naturalista del origen del hombre. De Maillet fue el precursor de Buffon, el cual puso al alcance del gran público los conocimientos científicos de su tiempo y planteó una teoría sobre la formación y evolución deluniverso.

Maillet había observado en sus viajes la presencia de conchas y de peces fósiles en algunas rocas de las montañas. ¿Cómo interpretar esto? Maillet pensaba que la superficie del globo estuvo en otro tiempo recubierta completamente por el mar. En esos tiempo lejanos sólo podían existir seres acuáticos. Las aguas se redujeron bajo el efecto de la evaporación y a medida que emergieron los continentes, aquellos seres dieron lugar a todos los seres aéreos de nuestra naturaleza actual. La prueba esencial es que a cada tipo de animal terrestre corresponde un tipo de animal marino que probablemente fue su antepasado.

No hay ningún animal terrestre que ande, vuele o repte, del que el mar no contenga especies similares o próximas y cuyo paso de uno de estos elementos al otro no sea posible

De esta forma, los peces de la superficie engendraron los pájaros; los peces del fondo engendraron los mamíferos. En cuanto al hombre, deriva manifiestamente del tritón: nuestra piel se encuentra cubierta de pequeñas escamas que son el testimonio indiscutible de una ascendencia tritoniana. Incluso los bienhechores poderes terapéuticos del agua atestiguan nuestro origen marino.

Estas “terrestrizaciones” no están totalmente acabadas. A medida que descenderá el nivel de los mares, otras criaturas acuáticas se convertirán en terrestres. Maillet se pregunta si la “terrestrización” humana es definitiva e irreversible y si algunos niños no podrían habituarse a vivir en el mar como sus antepasados los tritones.

4. El problema de la formación de las especies en el siglo XVIII

4.1 Del reino del fijismo a la aparición de un transformismo parcial

A partir de Ray, y sobre todo de Linneo, tendía a imponerse una concepción fijista que veía en cada una de las especies una entidad inmutable. “Nunca – había dicho Ray – nace una especie de la semilla de otra especie”. Y en sus Fundamentos de Botánica, Linneo declaró que la naturaleza cuenta con tantas especies como fueron creadas desde el origen.

Este fijismo reinaría en Biología durante más de un siglo, y prestaría valiosísimos servicios al eliminar el transformismo ingenuo y grosero de las edades anteriores. En vez de ser un obstáculo para los progresos de la ciencia, correspondía a una exigencia cada vez mayor de los conocimientos y, sobre todo, a una necesidad de referencia ante la confusión formal.

Mas por fundado que fuera en su conjunto, el fijismo no podía evitar algunas dificultades reales, pues, por lo menos en el interior de una especie, los observadores atentos registraban variaciones que les parecían explicables.

Por ello, incluso los grandes teóricos del fijismo creyeron que tenían que reservar un lugar a ciertas excepciones. Muy ocasionalmente, pensaba Ray, pueden producirse “degeneraciones” de la especie, y algunas de ellas podían ser, por ejemplo, capaces de hacer derivar una col ordinaria de una coliflor.

En cuanto a Linneo, si bien atribuía a la sabiduría soberana del Todopoderoso las diferencias reales, “serias”, entre las plantas, estimaba, empero, que la Naturaleza puede producir ciertas diferencias accesorias, especie de monstruosidades destinadas a desaparecer, mientras que las especies originales durarán eternamente.

Desde 1742, fecha en la cual un estudiante le presentó una linaria que no logró determinar, Linneo concedió aún más campo a la variabilidad de las especies. Ni siquiera rechazará la “sorprendente” conclusión de que en el reino vegetal pueden surgir nuevas especies e incluso nuevos géneros permanentes, ya sea por variación brusca, ya por el juego de la hibridación, lo cual conmovía hasta cierto punto las bases mismas de la Botánica, al rebajar las “barreras naturales”.

Algunos decenios antes, J. Marchant había descubierto en su jardín dos especies de mercurial que no conocía y que diferían de la especie típica por la disposición y los bordes de las hojas; dado que esas nuevas formas, una vez aparecidas, se mantuvieron constantes, Marchant no dudó que había asistido al nacimiento de nuevas formas, y se consideró autorizado a proponer la siguiente hipótesis:

Por esta observación podría, pues, sospecharse que la Omnipotencia, habiendo creado una vez individuos de plantas como modelos de cada género, hechos con todas las estructuras y caracteres imaginables, esos modelos, digo, o cabezas de cada género, al perpetuarse, habrían producido, finalmente, unas variedades, entre las cuales, las que han permanecido constantes y permanentes han constituido especies que, con la sucesión del tiempo y de la misma manera, han dado origen a otras producciones diferentes, que han multiplicado tanto la Botánica en algunos géneros, pues consta que se conocen hoy en algunos géneros de plantas hasta cien, ciento cincuenta e incluso más de doscientas especies distintas y constantes pertenecientes a un sólo género de plantas (“Observations sur la nature des plantes”, Mém. de l’Ac. roy. des Sciences, 1719)

También, pues, Marchant adoptaba un transformismo parcial, limitado a la descendencia de un mismo género.

Una opinión bastante análoga se encuentra en Duchesne, el cual vio nacer una nueva especie de fresa a partir de la ordinaria. ¿Se trataba, en realidad, de una nueva especie? Y en tal caso, ¿cuantas variedades había en los demás géneros que debieran considerarse como especies? Consideró que todos los fresales conocidos procedían de una misma raíz original, y llegó a esbozar una génesis de esas especies, señalando que “el orden genealógico es el único que indica la naturaleza, el único que satisface plenamente el espíritu; todo otro orden es arbitrario y vacío de ideas”.

Adamson se pronunció claramente contra la fijeza absoluta de la especie; pretendía conocer cuatro producciones de especies nuevas, tres de las cuales, sobre todo, eran “muy notables, muy seguras y observadas por viejos botánicos acostumbrados a ver bien”. Según él, esos cambios más o menos duraderos procederían de la acción de las condiciones exteriores: cultivo, clima, etc.

4.2 El transformismo limitado de Buffon

Buffon parece que se adhirió a la concepción de la variabilidad limitada. Buffon veía claramente la oscuridad del problema, así como la obligación resultante de recurrir, para resolverlo, a una experimentación metódica en la que la hibridación desempeñaría un papel de elección:

¿Cómo podrá conocerse el grado de parentesco de animales de especie diferente si no es por los resultados de un unión intentada mil veces…? ¿A qué distancia del hombre situaremos los grandes monos que se le parecen tan perfectamente por la conformación del cuerpo? ¿Eran en otro tiempo todas las especies de animales lo que son hoy? ¿No habrá aumentado, o más bien disminuido en número? ¿No han sido destruidas las especies débiles por las más fuertes o por la tiranía del hombre…? ¿qué relaciones podemos establecer entre ese parentesco de especies y otro parentesco mejor conocido, como es el existente entre las diversas razas de una misma especie? (Des mulets.)

En su famoso capítulo sobre la degeneración de los animales, fue donde Buffon expuso más claramente sus opiniones transformistas. Considera en dicho capítulo la acción modificadora del medio, representado principalmente por el clima, que altera la forma exterior; el alimento, que afecta a la forma interior, y la domesticación, por último, para aquellas especies animales que el hombre ha reducido a cautividad.

Como ejemplo de esos efectos cita las variaciones en la talla del animal, en el color y en la calidad del pelaje, en el espesor de la piel, etc. Llega así a preguntarse sobre el cambio de las especies mismas, sobre “esa degeneración más antigua y completamente inmemorial que parece haberse producido en cada familia, o, si se prefiere, en cada uno de los géneros bajo los cuales pueden comprenderse las especies próximas y poco diferentes entre sí”.

Luego de haber comparado, desde este punto de vista, todos los animales cuadrúpedos y haberlos reducido cada uno a su género, concluirá que las doscientas especies cuya historia ha ofrecido pueden, en definitiva, “reducirse a un número bastante pequeño de familias y orígenes principales, de las cuales han surgido probablemente todas las demás”.

Parece, además, que algunos géneros y especies propios del Nuevo Mundo tienen con otras especies del Viejo relaciones lejanas que parecen indicar que hay “algo en común en su formación”.

Por si todo esto fuera poco, Buffon tomó en consideración la hipótesis del transformismo generalizado, es decir, la hipótesis según la cual todos los animales derivarían de un solo antepasado.

El asno y el caballo, ¿son de la misma familia como dicen los nomencladores? Si lo son en realidad, ¿no podrá decirse igualmente que el hombre y el mono tienen también un origen común? Y teniendo en cuenta la conformidad esencial de la naturaleza que se mantiene desde el hombre hasta los mamíferos, de los mamíferos a los pájaros, de los pájaros hasta los reptiles y de los reptiles hasta los peces, ¿no se podrán considerar todos los animales “como formando una misma familia” y suponer que todos “vienen de un mismo animal que en la sucesión de los tiempos ha producido, perfeccionándose y degenerándose, todas las razas de los demás animales…? No habría así ya límites para el poder de la Naturaleza, y no sería erróneo suponer que con el tiempo ha sabido obtener de un solo ser todos los demás seres organizados

¿Cómo debe interpretarse este texto?: Según unos críticos, Buffon declara su verdadera opinión cuando expone la tesis del transformismo generalizado, y si finge rechazarla es sencillamente por burla y fingimiento, para evitar la persecución de la iglesia. Según otros, en el momento en Buffon escribió esas líneas no había elaborado siquiera su transformismo restringido, y estaba mucho más preocupado por atacar a los nomencladores que por insinuar una opinión subversiva.

Buffon rechaza la idea de que la esencia de los seres vivos radica en los aspectos morfológicos, en las estructuras anatómicas y fisiológicas. En contraste, él defiende un criterio globalista que presta especial atención a elementos estructurales, etológicos y ecológicos.

La historia de un animal debe ser no la historia de un individuo, sino la de toda la especie de estos animales. Debe comprender su generación, el tiempo de preñez, el del parto, el número de pequeños, los cuidados de los padres y de las madres, su modo de educación, su instinto, los lugares en que habita, su alimento, la manera en que se lo procuran, sus costumbres, sus ardides, su caza. A continuación, los servicios que pueden prestarnos y todas las utilidades o comodidades que podemos sacar de ellos. (Oeuvres philosophiques, Jean Piveteau, PUF, Paris, 1954, p. 16)

Destacará la diversidad y complejidad de la naturaleza que, en consecuencia, exige el enfoque globalista para su estudio. La diversidad de la naturaleza es tal, sus producciones son tantas, la variedad de sus diseños tan sorprendente, que la mente del hombre sucumbe, si pretende reducir la naturaleza a los compartimentos taxonómicos de los clasificadores.

Parece que todo lo que puede ser es. La mano del Creador no parece haberse abierto para dar la existencia a cierto número determinado de especies, más bien parece que haya lanzado a la vez un mundo de seres relativos y no relativos, una infinidad de combinaciones armónicas y contrarias, una perpetuidad de destrucciones y renovaciones (Ibídem, p. 9)

Buffon concibe la naturaleza como un orden de procesos, como un sistema de leyes en el que Dios ya está ausente. Un sistema, en fin, en el que, frente al carácter estático y al finalismo de la concepción linneana, lo más destacable es la autonomía y el dinamismo. En Buffon el equilibrio de los fenómenos naturales no nos remite a la providencia divina, sino a las leyes de la naturaleza:

La naturaleza es un sistema de leyes establecidas por el Creador para la existencia de las cosas y para la sucesión de los seres […] una fuerza viva, inmensa, que lo abraza todo, que lo anima todo […] una obra perpetuamente viva, un obrero incesantemente activo […] el tiempo, el espacio y la materia son sus medios, el universo su objeto, el movimiento y la vida su fin […] Los resortes que emplea son fuerzas vivas […] Fuerzas que se equilibran, que se amalgaman, que se oponen sin poder aniquilarse. Unas penetran y transportan los cuerpos, otras los calientan y los animal. La atracción y la impulsión son los dos principales instrumentos de la acción de esta fuerza sobre los cuerpos inertes. El calor y las moléculas orgánicas vivas son los principios activos que pone en funcionamiento para la formación y el desarrollo de los seres organizados […] La naturaleza no se aparta jamás de las leyes que le han sido prescritas (“Sobre la naturaleza. Primera perspectiva” en Oeuvres philosophiques, p. 31)

Las moléculas orgánicas constituyen una especie de átomos de la materia viva que se van ensamblando en los órganos que les sirven de “molde interior”. Cuando se ha completado el crecimiento del ser vivo, supone Buffon que las moléculas orgánicas asimiladas sirven para el desarrollo de gérmenes de otros individuos semejantes que se segregarán del organismo adulto. En la reproducción sexual las moléculas que no se utilizan ya para el crecimiento se reúnen, procedentes de todo el cuerpo, en los órganos sexuales y forman el licor seminal. Eso explicará el parecido de los hijos con los padres, así como la herencia de los caracteres adquiridos. El licor seminal de ambos sexos contiene pequeños cuerpos organizados que se desarrollarán únicamente cuando se junten ambos licores. Se producirá entonces un cuerpo organizado, una especie de esbozo del animal con las partes esenciales, que iniciará su desarrollo.

En cualquier caso, la principal aportación de Buffon es su definición de especie:

Un individuo es un ser aparte, aislado, separado y que no tiene nada en común con los otros, excepto que se les parece o difiere de ellos. Todos los individuos parecidos que existen sobre la superficie de la Tierra son considerados como formando la especie de estos individuos. No obstante, no es ni el número ni la colección de individuos parecidos lo que hace la especie; es la sucesión constante y la renovación ininterrumpida de los individuos que la constituyen. Pues un ser que durara siempre no sería una especie, ni tampoco un millón de seres parecidos que también duraran siempre. La especie es, pues, una palabra cuyo referente no existe en la realidad más que considerando la naturaleza en la sucesión de los tiempos. Sólo comparando la naturaleza de hoy con la de otros tiempos, y los individuos actuales con los pasados, hemos llegado a una idea clara de lo que se llama “especie” […] No siendo la especie nada más que una sucesión constante de individuos parecidos y que se reproducen (Las épocas de la naturaleza, en o.c., p. 236)

4.3 Transformismo integral de Maupertuis

La generación opera por medio de “moléculas seminales” procedentes de uno y otro generador. Cuando esas moléculas se combinan convenientemente, el hijo se parece a sus padres, pero a veces ocurre que se combinan irregularmente y entonces aparece un ser singular, anormal.

¿No podría explicarse así el que de dos individuos se siguiera la multiplicación en especies diversas? Esas especies deberían su origen primero a ciertas producciones fortuitas, en las cuales las partes elementales no habrían seguido el orden que tenían en los animales padre y madre: cada grado de error habría dado origen a una nueva especie; y a fuerza de desviaciones repetidas, se habría producido la infinita diversidad de los animales que hoy vemos, la cual seguirá aumentando quizá con el tiempo, pero tal vez con aumento imperceptible durante siglos (Essai sur la formation des corps organisés)

En este texto, Maupertuis introduce el concepto de variación fortuita, concepto muy parecido al de mutación de los biólogos modernos.

Maupertuis insiste en la insuficiencia del mecanicismo para explicar el fenómeno de la vida y de la reproducción de ésta. Como alternativa sostiene la hipótesis vitalista de moléculas orgánicas, dotadas de un cierto grado de conciencia, aunque oscura, y, por tanto, de algo similar a la memoria, al deseo, a la aversión, etc., como elementos originarios de los seres vivos.

4.4 La zoonomía de Erasmus Darwin

Según Erasmus Darwin toda la vida orgánica proviene de un filamento orgánico primordial al que la gran causa primera dio la facultad de adquirir partes e inclinaciones nuevas “y de continuar así su perfeccionamiento por su propia actividad inherente y transmitir esos perfeccionamientos de generación en generación a su posteridad por los siglos de los siglos”.

Los progresivos cambios se deberían a causas exteriores muy diversas: clima, hábitos, régimen, enfermedades, … Los diversos órganos podrían haberse adquirido gradualmente como consecuencia de los continuos esfuerzos que hacen los animales para procurarse el alimento, y podrían haberse transmitido a sus descendientes con una estructura cada vez más apropiada al objeto buscado.

Aquí se reconoce ya la idea “lamarckiana” de las necesidades creadoras de órganos. Pero en la obra de Erasmus Darwin también se reconoce el germen de algunas nociones “darwinistas”: la coloración protectora, la selección sexual, etc.

Así pues, al terminar el siglo XVIII el transformismo está sólidamente constituido. Se basa por una parte en la observación positiva de los especialistas en Historia Natural y en la especulación de los filósofos, a medida que se emancipan de la tutela de la Teología en vistas a sustituir la doctrina de la creación independiente de las especies por una explicación racional del mundo vivo.

5. El lamarckismo

En 1809, Lamarck publicó su obra fundamental, Filosofía Zoológica, y en ella afirma que los seres vivientes poseen una tendencia a desarrollarse y a multiplicar sus órganos y sus formas, dando lugar a que éstos sean cada vez más perfectos. Según esta teoría, todas las especies vegetales y animales proceden de otras especies anteriores menos desarrolladas y más imperfectas.

En su Filosofía Zoológica expone la primera tentativa de elaboración de una teoría sistemática de la evolución de los organismos vivos, es decir, las tesis que lo convierten en uno de los primeros defensores del evolucionismo. Desde una perspectiva en conjunto deísta, según la cual la Naturaleza constituye una totalidad regulada por leyes establecidas por el Creador, pero que funcionan de modo riguroso y son cognoscibles por la ciencia, Lamarck cree que las especies animales se desarrollan una a partir de la otra, de las más simples a las más complejas. Por ello concibe la evolución de los órganos animales como una reacción y adaptación de los individuos al ambiente, y teoriza la transmisión hereditaria de los caracteres adquiridos favorables a la adaptación al ambiente.

Lamarck pensó siempre en los organismos en relación con su comportamiento en la naturaleza y con los desafíos planteados por los ambientes cambiantes. Rechazó las concepciones catastrofistas admitidas en su tiempo, considerando que «este medio cómodo de explicar las cosas no tiene otro fundamento que el imaginativo que lo ha creado y que no puede apoyarse en ninguna prueba». «¿Por qué suponer –decía– sin pruebas una o varias catástrofes universales, cuando la marcha de la Naturaleza basta para explicar los hechos que observamos en todas sus partes?».

Contra el fijismo aducía que, si las especies hubieran sido fijadas en la Creación y se mantuviesen estáticas desde siempre, no podrían sobrevivir a los cambios medioambientales. Por tanto, deberían adaptarse constantemente, aunque cambiaran poco en apariencia. Lamarck accedió a la hipótesis transformista al tratar de encontrar una respuesta al problema de la extinción de las especies. Al comparar las ostras fósiles de su colección con otros ejemplares modernos, llegó a la conclusión de que unas habían evolucionado hasta transformarse en las otras. En realidad, las antiguas especies no se habían extinguido, sino que sólo se habrían modificado hasta convertirse en las actuales. Más adelante consideró el desarrollo –evolución– de la vida como un proceso lento, suave y gradual, planteamiento que prefigura el gradualismo darwinista.

Lamarck recoge en su obra la idea aristotélica de la gran cadena de seres u ordenación lineal de los distintos grupos de organismos.

El tiempo y las circunstancias favorables constituyen los dos principales medios que emplea la naturaleza para dar la existencia a todas sus perfecciones. La causa de la progresión perfectiva que observamos en la naturaleza es la influencia que ejercen las “circunstancias de habitación” y “la de los hábitos contraídos”. La relación entre estos dos tipos de causas es antagónica, puesto que las influencias exteriores vienen a perturbar la tendencia espontánea de la naturaleza a la regularidad. Lamarck insiste en la variablidad de los seres vivos. Como causas de estas variaciones propone el tiempo y las circunstancias, los cuales influyen sobre los hábitos, modificándolos. Éstos, a su vez, modifican los actos, lo que determina, a la postre, un cambio de órganos.

Grandes cambios en las circunstancias producen en los animales grandes cambios en sus necesidades, y tales cambios en ellas las producen necesariamente en las aciones. Luego, si las nuevas necesidades llegan a ser constantes o muy durables, los animales adquieren entonces nuevos hábitos, que son tan durables como las necesidades que los han hecho nacer (Lamarck, Filosofía Zoológica, pp. 167-168)

Al decir que «las circunstancias influyen sobre la forma y organización de los animales», Lamarck no afirma que el medio actúe directamente sobre el organismo, sino que hace al organismo modificarse por sí mismo para adaptarse al medio. Aunque con frecuencia se piensa que la inducción de variaciones por influencia directa del medio ambiente fue postulada por Lamarck, en realidad se trata de una hipótesis de Geoffrey Saint-Hilaire que Lamarck siempre rechazó. La influencia indirecta del medio sobre el organismo que evoluciona fue establecida por Lamarck:

Ciertamente, si se tomasen estas expresiones al pie de la letra, se me atribuiría un error, porque cualesquiera que puedan ser las circunstancias, no operan directamente sobre la forma y sobre la organización de los animales ninguna modificación (o.c., p. 167)

Por otra parte están los hábitos. Los hábitos son lo que explica la reacción por medio de la cual el viviente cambia de forma para adaptarse a las nuevas situaciones en las que se encuentra sumido, de acuerdo con la ley de uso y desuso. La necesidad que tienen los seres de adaptarse a su medio les hace adoptar nuevos hábitos de comportamiento. Esos hábitos comportamentales determinan, a su vez, modificaciones morfológicas, porque un órgano se desarrolla, se atrofia, se desplaza o desaparece en proporción al uso que se haga de él. Es lo que Lamarck denomina “ley de uso y desuso” que implica que todo órgano que no se utiliza, se atrofia, mientras que el que se utiliza, se fortalece:

En todo animal que no traspasado el término de sus desarrollos, el uso frecuente y sostenido de un órgano cualquiera lo fortifica poco a poco, dándole una potencia proporcionada a la duración de este uso, mientras que el desuso constante de tal órgano le debilita y hasta le hace desaparecer (o.c., p. 175)

Es la función la que produce el órgano, lo transforma, lo fortalece o lo atrofia, según el pensamiento lamarckista. Y es el organismo el que evoluciona en su esfuerzo por adaptarse al medio en el que vive. La teoría de Lamarck se puede resumir en la siguiente frase: “Un cambio de las circunstancias induce un cambio de los hábitos; éste, a su vez, determina un cambio de los actos, lo que conduce finalmente a un cambio de los órganos. Junto a esta frase tenemos las siguientes dos “leyes” o “hipótesis”:

  1. la necesidad crea el órgano necesario; el uso lo robustece y aumenta. La falta de uso determina la atrofia y la desaparición del órgano inútil.
  2. el carácter adquirido por la acción del ambiente se transmite por la generación. El carácter adquirido es así pues hereditario

Para ilustrar su teoría el propio Lamarck propuso algunos ejemplos de variaciones animales, a saber: los topos, que pasan casi toda su vida bajo tierra y sin luz, apenas utilizan el sentido de la vista y, en consecuencia, casi la han perdido debido a que sus ojos son diminutos y están profundamente hundidos.

La jirafa se alimenta del follaje de los árboles, todo su cuerpo “tiende hacia arriba”, por lo que se le han alargado el cuello y las patas delanteras. Los patos, las ocas y los animales palmípedos, que tienen a vivir en lugares con abundancia de agua, han desarrollado en las patas una membrana interdigital que les facilita la natación.

El concepto de herencia constituye la clave de la teoría lamarckiana. No basta con que surjan variaciones en los individuos para que se produzcan modificaciones en las especies, es necesario, además, que estas variaciones individuales sean heredadas por sus descendientes. En este sentido, la evolución para este científico posee un carácter finalista, es decir, según él, en el proceso evolutivo van surgiendo cada vez especies mejor dotadas, más desarrolladas, más perfectas

5.1 Críticos y sucesores

La teoría de Lamarck ha sido muy controvertida siendo, aún hoy, fuente de polémica. Entre sus primeros críticos destaca Cuvier, el cual defendió el creacionismo como origen de las especies y, en consecuencia, el fijismo de éstas. Los animales se distribuían, según Cuvier, en cuatro planes principales de organización: vertebrado, molusco, articulado y radiado, que son independientes e irreductibles entre sí. Consecuentemente, había de combatir cualquier teoría que afirmase la unidad o continuidad de la escala animal, bien fuese en el tiempo, bien en el espacio.

Cuvier estableció que ha habido una sucesión de faunas independientes entre sí en el transcurso de los tiempos geológicos. Dichas faunas fueron distintas de la actual, y sus restos guardan relación con determinados grupos de estratos, no existiendo transiciones o formas intermedias entre unos y otros. Para explicar tales hechos postuló su teoría de las catástrofes, según la cual sucesivos cataclismos geológicos habrían ocasionado la extinción de la mayoría de las especies contemporáneas, siendo sustituidas por otros conjuntos de especies más avanzadas. De ahí surgió la idea de las creaciones sucesivas, que desarrollaron sus discípulos.

Lyell, frente al lamarckismo, afirmó la constancia de las especies. No admitió la doctrina de las creaciones sucesivas para explicar los cambios de flora y fauna, sino que los atribuyó a un efecto de perspectiva incompleta, considerando los conjuntos de seres vivos pretéritos análogos a los actuales.

Sin embargo, no todo fueron críticas a Lamarck. Entre sus defensores se encuentra Haeckel, quien estaba convencido de que los caracteres adquiridos son normalmente adaptativos. Haeckel defendía la teoría de la evolución progresiva, en la que el lamarckismo era la fuerza fundamental que producía caracteres y que debía ser probada por la selección en el nivel de competencia entre las especies. El concepto de variación por adición al crecimiento era fundamental en la aceptación por parte de Haeckel de la teoría de la recapitulación o ley biogenética.

Esta ley postulaba que la serie de fases por las que atraviesa un organismo durante su desarrollo embrionario es una repetición abreviada de la larga serie de formas por las que atravesaron sus antepasados en el curso de la evolución. En otras palabras, “la ontogenia es una recapitulación de la filogenia”. De este principio, así como de la teoría de la selección darwinista, dedujo: a) una concepción estrictamente mecanicista de la naturaleza, que rechazaba cualquier perspectiva teleológica y vitalista, y reemplazaba la teoría de la creación de la vida por la “generación espontánea”; b) una concepción monista, que rechazaba el dualismo espíritu-materia y veía en el hombre el resultado de la evolución de los vertebrados inferiores, considerándolo, por lo tanto, objeto de estudio de la Zoología; c) una concepción panteísta de aliento goethiano.

También de corte lamarckista es la teoría de Spencer, quien veía la adaptación como un proceso por el cual el organismo se ve impulsado a restablecer un equilibrio con el medio ambiente cambiante mediante la acción y reacción de una serie de fuerzas. Según él, negar que este proceso puede tener un efecto permanente a través de la herencia de los caracteres adquiridos supone negar el principio de la conservación de la energía o de la “persistencia de la fuerza”. Spencer sugirió que la herencia es controlada por “unidades fisiológicas” con una fuerza polarizadora desconocida capaz de responder a las condiciones externas. La existencia de unas condiciones nuevas produce en la especie variaciones útiles y variaciones al azar, de forma que operan tanto los mecanismos lamarckianos como los darwinianos. Unos producen un equilibrio “directo” y los otros un equilibrio “indirecto”, entre el organismo y su medio ambiente.

También Samuel Butler defendió el lamarckismo. Butler afirmaba que las acciones inteligentes pueden llegar a ser instintivas y, por tanto, heredadas. Sostuvo la idea de que el cuerpo puede comportares de forma inteligente sin necesidad del cerebro, a través de los efectos heredados del instinto. A partir de ahí elaboró la analogía entre la herencia y la memoria: el cuerpo recuerda sus actividades pasadas no sólo en forma de instintos, sino también de modificaciones físicas que ha provocado el comportamiento instintivo.

La analogía de la memoria llevó a Butler a una posición lamarckista. Butler afirmó que esa teoría explicaba todos los hechos de la herencia, incluyendo la herencia de los caracteres adquiridos y la recapitulación de la evolución pasada por el embrión en crecimiento, y suponían una solución válida de todos los problemas conceptuales planteados por el darwinismo.

6. El darwinismo

En 1831 el Almirantazgo Británico organizó una expedición científica a las cosas de América del Sur y a algunas islas del Pacífico; es la famosa expedición del Beagle en donde Darwin participó como naturalista. En este viaje Darwin realizó gran cantidad de observaciones y recolectó multitud de datos; entre las numerosas observaciones que fue realizando, varias series de hechos le llamaron especialmente la atención: el modo en que especies distintas, aunque parecidas, se reemplazan ocupando el mismo hábitat de una región a otra; el hallazgo, en las formaciones geológicas de la pampa argentina, de mamíferos fósiles comparables, pero no iguales a ciertos animales que la habitan actualmente; la semejanza de la fauna y flora de las islas con el continente más cercano a ellas; la existencia de especies diferentes, pero afines, en las distintas islas de un mismo archipiélago.

A la vuelta de su viaje, mientras intentaba poner orden en todos estos datos, leyó la obra de Malthus Primer ensayo sobre la población, en la cual se advierte que la población humana tiende a aumentar más deprisa –en progresión geométrica– que los recursos necesarios para la subsistencia que, en el mejor de los casos, lo hacen en progresión aritmética:

La capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor que la capacidad de la Tierra para producir alimentos para el hombre […] La población, si no encuentra obstáculos, aumenta en progresión geométrica. Los alimentos tan sólo aumentan en progresión aritmética. Basta con poseer las más elementales nociones de números para poder apreciar la inmensa diferencia a favor de la primera de estas dos fuerzas (Malthus, T.R., Primer ensayo sobre la población, Madrid, Alianza, 1966, p. 53)

Como consecuencia de ello, supone Malthus, se produce una “lucha por la existencia”. Los recursos son limitados y, en consecuencia, ha de producirse una lucha por la consecución de estos recursos; esta lucha es a muerte. Ahora bien, ¿quiénes y dotados con qué cualidades sobreviven al enfrentamiento de la población? Herbert Spencer respondió que quienes sobrevivían eran “lo selecto de su generación”, los más aptos. De este modo, la especie humana progresa, y Darwin aplicó este razonamiento a las especies animales para explicar su origen y diferenciación. De este modo nacía el Origen de las especies y, con él, la teoría evolucionista.

Lo que Darwin extrajo de la lectura de Malthus fue que el proceso de selección natural ejerce una presión que fuerza a algunos a “abandonar la partida” y a otros a “adaptarse” y a “sobreponerse”. Es decir: la lucha por la existencia en el mundo orgánico, dentro de un ambiente cambiante, engendra alteraciones orgánicas, en el curso de las cuales, sobreviven los más aptos, los cuales transmiten a sus descendientes esas características más favorables. En esto consiste básicamente la selección natural.

Sin embargo, estas ideas no fueron gestadas solamente por Darwin. En 1855 Wallace publicó un artículo (“On the law which has regulated the introduction of new species”) cuya principal conclusión era que las especies actuales coinciden, tanto en el espacio como en el tiempo, con especies preexistentes muy afines a ellas. Era lógico deducir que sólo el cambio en el transcurso del tiempo podía aclarar satisfactoriamente esta conexión entre los animales del presente y los del pasado. Mientras tanto, Wallace también había leído a Malthus y, en febrero de 1858, se le ocurrió la teoría de la selección natural. Wallace había elaborado sus ideas combinando la doctrina de Malthus con sus observaciones sobre la diversificación de las especies en variedades, y el resultado fue una teoría de la selección natural análoga a la de Darwin.

El trabajo de Wallace señala en primer lugar el valor universal de la lucha por la existencia en el mundo animal. En todas las especies el número de individuos tiende a aumentar rápidamente, pero a la larga permanece estacionario. El número de los que mueren debe ser inmenso, y como la existencia individual de cada animal depende de él mismo, los que mueren deben ser los más débiles, mientras que aquellos que sobreviven serán los más perfectos en salud y vigor. Y lo que ocurre entre los individuos de una especie se aplica asimismo a las variedades que existen dentro de esa especie. Si una variedad presenta mayores posibilidades de preservar su existencia que la forma originaria, aumentará el número de individuos y acabará por desplazarla.

Como reacción a la publicación de Wallace, Darwin publica El origen de las especies. En esta obra se manifiesta decididamente contrario a la tesis creacionista:

Aunque es mucho lo que permanece oscuro, y permanecerá durante largo tiempo, no puedo abrigar la menor duda, después del estudio más detenido y desapasionado juicio de que soy capaz, de que la opinión que la mayor parte de los naturalistas mantuvieron hasta hace poco, y que yo mantuve anteriormente, o sea, que cada especie ha sido creada independientemente, es errónea. Estoy completamente convencido, no sólo de que las especies no son inmutables, sino de que las que pertenecen a lo que se llama el mismo género son descendientes directos de alguna otra especie, generalmente extinguida, de la misma manera que las variedades reconocidas de una especie cualquiera son los descendientes de ésta. Además, estoy convencido de que la selección natural ha sido el más importante, sino el único medio de modificación (El origen de las especies, p. 57)

Darwin encontró cierta incompatibilidad entre la aceptación de la teoría de la selección natural y la admisión de la idea de la creación independiente de las especies. Por ello, se lamentó de tener que haber incluido al final de la obra una referencia explícita al Creador:

Así pues, el objeto más excelso que somos capaces de concebir, es decir, la producción de los animales superiores, resulta directamente de la guerra de la naturaleza, del hambre y de la muerte. Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diferentes facultades, fue originariamente alentada por el Creador en unas cuantas formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un comienzo tan sencillo, infinidad de formas cada vez más bellas y maravillosas (o.c., p. 604)

En la obra de Darwin ocupa un lugar importante la crítica de la noción de especie y, aunque tuvo muchas dudas sobre este concepto, en el momento de escribir El origen… tiene una certidumbre: un camino conduce del individuo a series de variedades más y más estables y distintas, que a su vez conducen a subespecies y, finalmente a especies, que no aparecen sino al término de numerosas variaciones acumuladas sin que las transiciones sean siempre perceptibles:

Ciertamente, no se ha trazado todavía una línea clara de demarcación entre especies y subespecies –o sea, las formas que en opinión de algunos naturalistas, se acercan mucho, aunque no llegan completamente, a la categoría de especies–, ni tampoco entre subespecies y variedades bien caracterizadas, o entre variedades ínfimas y diferencias individuales (o.c., p. 105)

Es por ello que Darwin concede tanta importancia a las diferencias individuales, pues esas diferencias iniciales, generalmente ínfimas, son los verdaderos puntos de partida del cambio que conduce a las futuras especies.

De acuerdo con las pautas evolucionistas, se presume que las especies proceden unas de otras, a través de los cambios que se han ido operando con el correr de los milenios. Ahora bien, no es de esto de lo que Darwin habla en su libro, lo que lleva a una imprecisión en la definición del objeto del libro. Si el libro lleva por título El origen de las especies, parece que de lo que se debería de hablar ahí es del origen existencial de las mismas; y, sin embargo, no es de esto de lo que se habla; no se inquiere cómo es que hay especies, sino que, presuponiendo que las hay, se investiga cómo son. Darwin tampoco resolvió el problema del origen de la forma actual de las especies, pues la solución que propone es la lucha por la vida a partir de variaciones espontáneas que favorecen la supervivencia de ciertos individuos y, gracias a la transmisión hereditaria de esos caracteres favorables, la formación progresiva de una nueva especie. Si es así, se ha objetado, son las variaciones individuales espontáneas los verdaderos orígenes de las especies, y son ellas, más que la lucha por la vida o la supervivencia del más apto, lo que habría que explicar de entrada.

La única justificación de Darwin se reduce a afirmar que un camino conduce del individuo a series de variedades más y más estables y distintas, las cuales, a su vez, conducen a subespecies y, finalmente, a especies. Éstas no aparecen sino al término de numerosas variaciones acumuladas, sin que las transiciones sean siempre perceptibles. En suma, el problema del origen absoluto de las especies no será planteado por Darwin, que apenas hace una alusión de pasada a él.

Pero, entonces, ¿de qué habla el libro?, ¿por qué es tan importante? En la obra de Darwin hay dos aspectos destacables: por un lado, la recopilación de un gran conjunto de datos paleontológicos y biológicos, de los cuales se infiere la idea de evolución; por otro, la formulación de la teoría de la selección natural para explicar el mecanismo del proceso evolutivo. Darwin estableció el principio de la selección natural por deducción, basándose en determinados hechos observables en la naturaleza: la variación en animales y plantas, la tendencia de todos los organismos a incrementar su número en progresión geométrica y la necesaria eliminación de gran número de individuos. De la combinación lógica de estos hechos se deduce la selección natural a través de la lucha por la existencia.

En principio, el número posible de descendientes de cualquier especie animal o vegetal sobrepasa siempre al de sus progenitores, existe una tendencia universal hacia el aumento numérico de individuos. Sin embargo, la cantidad de individuos de cada especie permanece constante en general, a pesar de dicha tendencia al aumento progresivo. Lo cual se debe a que los individuos “que sobran” son eliminados en la lucha por la existencia, tanto por competencia directa de unos organismos con otros, como por la acción restrictiva de los factores físicos ambientales.

Por otra parte, los individuos de cualquier especie no son todos absolutamente iguales: presentan variaciones, algunas de las cuales serán ventajosas en la lucha por la existencia, mientras que otras resultarán desfavorables. De aquí se desprende que en competencia mutua y con el medio, los individuos con variaciones favorables sobrevivirán en proporción más elevada que los afectados por variaciones desfavorables. Y, como a su juicio, casi todas las variaciones que se producen en los organismos son hereditarias, tales efectos se irían acumulando por selección natural en el transcurso de las generaciones. El motor de la evolución sería la selección natural que actúa constantemente para mantener la adaptación de los seres vivos a su ambiente:

Según el principio de la selección natural con divergencia de caracteres, no parece increíble que, tanto los animales como las plantas, se puedan haber desarrollado de alguna de tales formas inferiores e intermedias; y si admitimos esto, también tenemos que admitir que todos los seres orgánicos que en todo tiempo han vivido sobre la tierra descienden tal vez a partir de una sola forma primordial (o.c., p. 599)

La selección aparece como resultado lógico de tres hechos básicos de la vida: superpoblación, variabilidad y herencia. El primero, la superpoblación: los animales y las plantas tienden a producir más descendientes que los que pueden sobrevivir. La superpoblación entraña mortalidad. El segundo, variabilidad: en toda especie existe diversidad de estructura y función corporal. Hay diferencias en caracteres más o menos triviales, como el color de los ojos o del pelo, pero existen también diferencias importantes, hasta el punto de que podrían condicionar la supervivencia, como la agudeza visual en algunas especies. El tercero, la herencia: muchos caracteres del individuo pasan a su descendencia por transmisión genética. De hecho, se considera que la mayoría de los caracteres están supeditados a la genética en mayor o menor extensión. Estos tres factores interrelacionados dan como resultado la selección natural.

En su libro, Darwin aborda algunas dificultades de la teoría. La primera de ellas es la ausencia de la esperable perfección en todos los seres orgánicos. Sobre esta objeción, Darwin quiere dejar claro que la selección natural no impone necesariamente un progresivo perfeccionamiento en los seres vivientes.

Pero puede objetarse que si todos los seres orgánicos tienden a elevarse de este modo en la escala, ¿cómo es que por todo el mundo existen todavía multitud de formas inferiores, como es que en todas las clases grandes hay algunas formas muchísimo más desarrolladas que otras? ¿por qué las formas más desarrolladas no han suplantado ni exterminado por todas las partes a las inferiores?… Según nuestra teoría la persistencia de organismos inferiores no ofrece dificultad alguna, pues la selección natural, o la supervivencia de los más actos, no implica necesariamente desarrollo progresivo, sólo saca provecho de las variaciones a medida que surgen y son beneficiosas para cada ser en sus complejas relaciones vitales. Puede preguntarse: ¿qué ventaja –hasta donde nosotros podemos comprender– para un animálculo infusorio –para un gusano intestinal– o incluso para una lombriz de tierra, en tener una organización superior? (o.c., pp. 180-181)

Otra dificultad es la ausencia de formas transicionales entre las especies, ausencia que atribuye a la precariedad del registro fósil. Esta objeción es de tal gravedad que, a juicio de Darwin, puede suponer la aniquilación de su teoría:

Quien rechace esta opinión de la imperfección del archivo geológico, rechazará con razón toda la teoría, pues tal de se pregunte en vano dónde están los innumerables lazos de transición que enlazaron antiguamente las especies afines o representativas, que se encuentran en los pisos sucesivos de una misma gran formación (o.c., p. 458)

¿Por qué no hallamos estas transiciones graduales? Según Darwin y los neodarwinistas actuales, esto es debido a la imperfección del registro fósil. Éste contiene lagunas por la forma azarosa como acontece la fosilización, condenada a ser una crónica imperfecta de la historia de la vida. Por otra parte, Darwin dio por seguro que todos los miembros de una especie estarían en competencia unos con otros –competencia intraespecífica–, y las especies con las otras especies –competencia interespecífica–. Pero, en realidad, la competencia intraespecífica es mas bien infrecuente, y los animales desarrollan mecanismos para evitarla, como el marcar el territorio o la especialización dietética.

Las dificultades aumentan considerablemente si se intenta esclarecer lo que ha dado en llamarse “el enigma de los órganos complejos”, acudiendo en exclusiva a la teoría de la selección natural. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que una estructura tan compleja como el ojo pudiera haber surgido por acumulación causal de variaciones favorables? La respuesta de Darwin es que

Aunque la creencia de que un órgano tan perfecto como el ojo pudo haberse formado por selección natural es para hacer vacilar a cualquiera, sin embargo, en el caso de un órgano determinado, si tenemos noticia de una larga serie de gradaciones de complejidad, cada una de ellas buena para su poseedor, entonces, en condiciones variables de vida, no hay ninguna imposibilidad lógica de la adquisición, por selección natural, de cualquier grado de perfección concebible (o.c., p. 264)

La selección desempeñaría, pues, un papel muy importante en el proceso evolutivo, aunque obraría lentamente por acumulación de variaciones favorables, pequeñas y sucesivas. No obstante, Darwin admite que también intervienen otros factores en la modificación de las especies.

Esto se ha realizado principalmente por la selección natural de numerosas variaciones sucesivas, ligeras y favorables, auxiliado de modo importante por los efectos hereditarios del uso y desuso de las partes, y de un modo accesorio –es decir, con relación a las conformaciones de adaptación, pasadas o presentes- por la acción directa de las condiciones externas y por variaciones que, en nuestra ignorancia, nos parece que surgen espontáneamente (o.c., p. 594)

Por lo tanto, Darwin aceptaba como un complemento de su teoría las ideas lamarckianas del uso y desuso en el desarrollo de los órganos y la herencia de los caracteres adquiridos, y en grado menor, la influencia directa del medio ambiente.

En resumen, la teoría de Darwin era una teoría compuesta de los siguientes aspectos:

  1. Evolución. Ésta es la teoría de que el mundo no es constante, ni se ha creado recientemente, ni está en un perpetuo ciclo, sino que está cambiando continuamente, y de que los organismos se transforman en el tiempo.
  2. Origen común. Ésta es la teoría de que cada grupo de organismos desciende de un antepasado común, y de que todos los grupos de organismos, incluyendo los animales, las plantas y los microorganismos, se remontan a un único origen de la vida en la Tierra.

Finalmente, las diversas clases de hechos que se han considerado en este capítulo, me parece que proclaman tan claramente que las innumerables especies, géneros y familias, de que está poblada la tierra, descienden todos, cada uno dentro de su propia clase o grupo, de unos progenitores comunes, y que se han modificado todos en el transcurso de la descendencia, que yo adoptaría sin titubeos esta teoría, aun cuando no se apoyarse en otros hechos o argumentos (o.c., p.p. 571-572)

  1. Diversificación de las especies. Esta teoría explica el origen de la enorme diversidad orgánica. Postula que las especies se diversifican, ya sea por división en especies hijas o por “gemación”, es decir, por el asentamiento de poblaciones fundadoras geográficamente aisladas que evolucionan a nuevas especies.
  2. Gradualismo. Según esta teoría, el cambio evolutivo tiene lugar a través del cambio gradual de las poblaciones y no por la producción repentina (saltacionista) de nuevos individuos que representen un nuevo tipo.
  3. Selección natural. Según la cual, el cambio evolutivo se produce a través de la producción abundante de variación genética en cada generación. Los relativamente pocos individuos que sobreviven gracias a una combinación especialmente bien adaptada de caracteres heredables, dan lugar a la siguiente generación.
  4. El modelo: una fuente especial de la teoría darwiniana ha sido la observación de la selección artificial de las variedades domésticas, animales y vegetales. Pero era imposible transportar tal cual a la naturaleza salvaje este modelo de la ganadería y la agricultura sin postular un Selector, un dios que escoge las especies en función de criterios y de fines. Como científico, Darwin se negaba a tal antropomorfismo finalista.

6.1 ¿Cómo evolucionan las especies?

El principal argumento a favor de la evolución es la existencia del registro fósil. Sin embargo, éste es tremendamente incompleto, en el sentido de que el registro fósil rara vez muestra transiciones graduales entre diferentes estadios evolutivos de una misma especie; en vez de ello lo que nos encontramos son saltos. Darwin explicó los “saltos” del registro fósil diciendo que el registro era incompleto. Sostenía que, si una misma persona pudiera recoger fósiles que representaran de manera más completa el paso del tiempo, vería las formas de transición entre especies. Una explicación alternativa, planteada por Niles Eldredge y Stephen Jay Gould nos dice que las especies nuevas aparecen como resultado de acontecimientos relativamente súbitos y no como consecuencia de transiciones graduales lentas.

Según Darwin, las especies nuevas aparecen por la adición gradual de rasgos nuevos a una especie existente, de modo que, si se examina la población en un punto del tiempo, se verán todas las características de la especie antecesora, mientras que un examen de un momento posterior, quizá correspondiente a un millón de años después, mostrará una especie relacionada, pero diferente, que tiene rasgos nuevos. Y en cualquier momento intermedio habría estadios de transición, con las características nuevas desarrolladas aún de forma incompleta. La transición evolutiva, decía, afecta a toda la población de una especie. A esta teoría se le ha dado el nombre de “gradualismo filético”.

Esta idea de Darwin ha sido criticada por Gould en los siguientes términos:

Siempre ha habido problemas con el gradualismo, en particular, con la transición entre los diseños orgánicos principales: de los invertebrados a los vertebrados, por ejemplo, y de los peces sin mandíbulas a los provistos de ellas. Nadie ha resuelto nunca el viejo dilema de Mivart de “las etapas incipientes de estructuras inútiles”. Por ejemplo, la mandíbula es una maravillosa obra de ingeniería; los mismos huesos funcionaban igualmente bien para aguantar el arco branquial de un antecesor desprovisto de mandíbula. Pero ¿podemos realmente construir una serie gradual de formas intermedias que funcionen? ¿Para qué sirven una serie de huesos desligados de las branquias, pero todavía demasiado alejados para funcionar como una boca? ¿Se trasladaron hacia delante, milímetro a milímetro, hasta alcanzar finalmente una posición coordenada alrededor de la boca?

Darwin básicamente respondió que tenía que existir una serie gradual de intermediarios, y que nuestra incapacidad para especificar su función lo único que expresa es nuestra falta de imaginación. Darwin dijo: «Si se pudiera demostrar que existió cualquier órgano complejo sin posibilidades de haberse formado por numerosas modificaciones leves y sucesivas, mi teoría se derrumbaría totalmente».

Sin embargo, según la concepción de Gould (equilibrio discontinuo), el cambio anatómico sería completo en diez o cien generaciones, y esta fase de transición resultaría muy corta en comparación con la duración total de la especie. Ello explicaría por qué no se hallan fósiles de formas intermedias. En conjunto, la fosilización es un fenómeno raro. La inmensa mayoría de los restos animales son revueltos y dispersados antes de tener la oportunidad de quedar enterrados en depósitos que asegurarán su fosilización. Son muy pequeñas las probabilidades de que sea hallada una forma transicional de una especie en el registro geológico.

Según la teoría del equilibrio discontinuo, el origen de una especie nueva siempre se produce en un grupo reducido de individuos que se hallan geográficamente aislados de la población principal de la especie. La nueva especie surge allí y luego ocupa el territorio de la población principal de la especie, con lo que aparecerá en el registro fósil bajo su forma plenamente desarrollada. Según este modelo, por una parte, se acepta que el registro fósil sea incompleto, debido a que la fosilización es un acontecimiento raro, y nunca hay un registro completo de los cambios producidos de año en año. Y, por otra parte, se acepta también la existencia de “saltos” en el registro, porque se interpreta que éstos son un fiel reflejo del modo en que opera la evolución.

7. El mutacionismo y la posición actual

Según la teoría de Darwin, todas las especies existentes tienen un origen común; a partir de este origen común, y mediante un proceso gradual regido por la selección natural, las especies han ido evolucionando (apareciendo unas y desapareciendo otras) hasta la situación actual. En todo este proceso hay dos factores clave: la selección natural y la herencia. La teoría de Darwin necesita explicar cómo es posible que los caracteres adquiridos se transfieran de unos individuos a otros y cómo se realiza esta transmisión. Una vez explicado esto, es la selección natural la encargada de seleccionar aquellos caracteres que son favorables y de rechazar aquellos que no lo son.

Uno de los problemas del darwinismo es que era incapaz de explicar cómo se transmitían los caracteres adquiridos de una generación a otra. Fue G. H. Mendel quien, finalmente, logró dar una explicación de la transmisión de la herencia. Mendel, tras una larga serie de experimentos con guisantes, formuló las leyes de la herencia (hoy conocidas como leyes de Mendel). Estas leyes son tres:

Ley de la uniformidad de los mestizos de la primera generación filial. Si cruzamos dos razas puras con respecto a un determinado carácter –es decir, que difieren entre sí con respecto a ese carácter–, los descendientes de la primera generación son todos iguales con respecto a ese carácter. Si se cruzan, por ejemplo, dos razas puras de guisantes con flores rojas y blancas, respectivamente, el resultado será que todas las plantas de la generación filial tendrán todas sus flores de color rojo. Esto se explica porque el color rojo de las flores del guisante es dominante sobre el color blanco, en este caso (principio de la dominancia).

Ley de la disyunción de los alelos. Los genes alelos procedentes del padre y de la madre están juntos en los híbridos, pero se pueden separar en la generación siguiente. Esto significa que la descendencia obtenida por autofecundación de los híbridos no es uniforme, sino que en ella aparecen individuos que presentan el carácter dominante e individuos que ostentan el recesivo, en la proporción de tres a uno (principio de la segregación).

Ley de la herencia independiente de los caracteres. Cada uno de los caracteres hereditarios se transmite a los descendientes con absoluta independencia de los demás, como si éstos no existiesen. Para demostrarla, Mendel cruzó dos variedades de guisante que diferían en dos caracteres: forma de la semilla y color de los cotiledones. La descendencia resultante de la unión de estos gametos presentó las siguientes proporciones: semilla lisa y cotiledón amarillo 9:16, semilla rugosa y cotiledón amarillo 3:16, semilla lisa y cotiledón verde 3:16 y semilla rugosa y cotiledón verde 1:16. Lo que confirma que los factores que determinan cada carácter se transmiten de modo completamente independiente (principio de la recombinación).

Ahora bien, las leyes de la herencia sólo nos dicen cómo se transmiten los caracteres desde los padres hasta los descendientes; pero no nos dicen cómo cambian. Para explicar el cambio de estos caracteres y, por tanto, la posibilidad de que aparezcan caracteres nuevos es necesario un concepto nuevo. Este es el concepto de mutación. Por mutación se entiende cualquier cambio en el material genético, heredable y detectable, no atribuible a segregación o recombinación, que se transmite a las células o individuos mutantes. La mutación puede afectar a células somáticas, con lo que todas las células descendientes de éstas la llevarán, pero la mutación muere con el individuo; y puede ocurrir en una o más células germinales, que tienen capacidad de reproducir un organismo completo, con lo que es probable que algún descendiente lleve el gen mutado, perpetuándose la mutación. Es evidente que es este último tipo de mutación el que tiene que ver con la evolución.

El concepto de mutación, tal y como se lo entiende hoy, fue introducido por el holandés Hugo de Vries. De Vries sustituyó la noción de variación continua darwiniana por la de variación discontinua o mutación. Según dicha concepción, en los seres vivos se pueden distinguir dos clases de variaciones: unas llamadas modificaciones, debidas a factores medioambientales; y otras, denominadas mutaciones, que poseen un origen más complejo y que ocasionan perturbaciones genéticas. Las primeras no se transmiten y, por tanto, no desempeñan ningún papel en la evolución; las segundas, actuando sobre las células germinales, provocan cambios que se transmiten y originan las variaciones de las especies.

Según el neodarwinismo sintético –la teoría actualmente más extendida sobre la evolución– la selección no actúa sobre genes individuales cuando son creados por mutación, sino sobre un conjunto de genes que constituyen el fondo de varibilidad de la especie, constantemente reaprovisionado mediante mutación y recombinación genética.

Según Haldane la selección natural por sí sola puede producir cambios considerables en una población heterogénea, pero es la mutación la que proporciona el material sobre el que actúa la selección. Las diferencias entre especies son de la misma naturaleza que las diferencias entre variedades. Éstas se deben en general a unos pocos genes y aquéllas afectan normalmente a un número muy grande. Gracias a la selección natural se van acumulando las variaciones favorables hasta llegar a constituir diferencias de grado específico. Otras veces, la especie puede surgir bruscamente, pero siempre debe pasar ante el tribunal de la selección.

La teoría sintética, aun cuando procede de Darwin y utiliza las mismas expresiones darwinistas, ha cambiado, de hecho, el significado de casi todas las palabras, de tal manera que lo que resulta es considerablemente distinto de lo que Darwin propuso.

  1. “Variación debida al azar”. Darwin pensaba en la variación fenotípica. Con la misma expresión, los neodarwinistas significan variación genotípica o mutación.
  2. “Supervivencia del más apto”. Darwin argumentaba como si realmente tomase “supervivencia” en el sentido que un organismo vive durante un largo período, y la expresión “el más apto” para significar “el más capaz de llevar a cabo las transacciones ordinarias de la vida”, tales como correr, recoger alimento, etc. El significado que los neodarwinistas confieren a estos términos es, por completo, diferente. Sustituyen “supervivencia” por “reproducción”; y con “el más apto” significan “el más eficaz en contribuir con sus gametos a la siguiente generación”. Así, toda consideración de habilidad para llevar a cabo los asuntos ordinarios de la vida ha desaparecido en la teoría neodarwinista, siendo enteramente reemplazado por el concepto de eficacia para la reproducción.

El quid quaestionis de las teorías darwinistas es la selección natural o la “supervivencia del más apto”, la idea de que las especies pueden surgir por la diferente supervivencia de las criaturas en su lucha por la existencia. La apreciación no era original de Darwin, sino que la sugirió Malthus, para quien el crecimiento de las poblaciones orgánicas en proporción geométrica y el de los medios de subsistencia en proporción aritmética obliga a las especies a una lucha por la existencia, tanto entre individuos de la misma especie, como entre especies del mismo género. En esta lucha sobreviven solamente los más aptos, los que exhiben variaciones favorables. La preservación de las variaciones y diferencias individuales favorables es obra de la selección natural.

La selección natural escoge automáticamente las mutaciones y combinaciones de genes que favorecen a sus poseedores en la competición por la supervivencia, y durante el transcurso de unas generaciones las incluye en la constitución hereditaria de la especie. En consecuencia, los organismos van mejorando paulatinamente y quedan mejor reajustados a las condiciones de su vida (J.S. Huxley, Evolution in action, Harper, Nueva York, 1953, p. 31)

Si esto es así, al cabo de muchas generaciones, los caracteres con éxito aumentarán, mientras que los ineficaces desaparecerán y, con suficiente tiempo, la población se habrá modificado en respuesta a un medio ambiente cambiante. En esto radica la denominada selección natural que conduce, de este modo, a la formación de nuevas especies. La selección aparece, en síntesis, como resultado lógico de tres hechos básicos de la vida:

Superpoblación: los animales y las plantas tienden a producir más descendientes que los que pueden sobrevivir. La superpoblación entraña mortalidad.

Variabilidad: en toda especie existe diversidad de estructura y función corporal. Hay diferencias de caracteres más o menos triviales, como el color de los ojos o del pelo, pero existen también diferencias importantes, hasta el punto de que podrían condicionar la supervivencia, como la agudeza visual en algunas especies.

Herencia: muchos caracteres del individuo pasan a su descendencia por transmisión genética. De hecho, se considera que la mayoría de los caracteres están supeditados a la Genética en mayor o menor extensión.

Estos tres factores interrelacionados dan como resultado la selección natural. Ahora bien, la selección no es el único integrante del proceso evolutivo. Según la teoría sintética, la selección natural y la mutación son conjuntamente responsables del proceso que ha llevado los organismos primitivos a los organismos complejos de hoy día.

Las mutaciones ejercen un papel secundario, pero coadyuvante. Aparecen de manera aleatoria, independientemente de que sean ventajosas o no a sus poseedores, aunque su carácter azaroso está contrarrestado por la selección natural, que preserva y multiplica las mutaciones útiles y elimina las dañinas. Ambos elementos, selección y mutación, se concitan y coimplican en el fenómeno evolutivo, son ingredientes necesarios de la evolución, según la teoría sintética: sin mutaciones, la evolución no podría acaecer, puesto que no habría variantes que la selección pudiera escoger; pero, sin la selección, el proceso aleatorio de la mutación llevaría a la desorganización y a la extinción, puesto que, por ser aleatorias, la mayoría de las mutaciones son desfavorables. La selección natural se constituye, por tanto, como un proceso determinístico, capaz de engendrar el orden que se aprecia en la naturaleza, conservando y transmitiendo las mutaciones favorables. Como éstas son pocas y muy pequeñas, hace falta que transcurran enormes períodos de tiempo para que lleguen a producirse cambios notables en las especies.

7.1 La crisis del neodarwinismo

En los años 60, profesores del MIT demostraron, mediante cálculos estadísticos, que si los organismos vivos hubiesen elegido ciegamente entre el gran número de posibilidades existentes, a través de los mecanismos postulados por la teoría sintética, la probabilidad de existencia para la mayor parte de los seres vivos hoy sería nula; esto suponía –según estos científicos–, una refutación general al mecanismo evolutivo neodarwinista basado en el binomio azar-selección natural.

En respuesta a estos trabajos, Jacques Monod afirmó en El azar y la necesidad, que los seres vivientes son estructuras dotadas de propiedades particulares: invarianza reproductiva y teleonomía (son estructuras en apariencia finalistas). Sin embargo, Monod critica todas las explicaciones globales teleológicas y animistas que suponen una alianza entre el hombre y la Naturaleza, como también las reivindicaciones procedentes del cientificismo (religiones, antropocentrismo teilhardiano, materialismo dialéctico de los marxistas).

Para Monod, las propiedades de lo viviente deben explicarse a partir del azar que reina en el nivel microscópico, y ser compatibles con el segundo principio de la Termodinámica. El azar interviene igualmente a nivel del patrimonio genético y el ADN asume el papel del vínculo entre invarianza y teleonomía.

Monod confía en la selección natural de Darwin completada por el descubrimiento del ADN que, «sacado del reino del puro azar, entra en el de la necesidad, el de las más implacables certezas» (p. 119). El problema del origen de las especies se convierte en “el mayor problema” de “el origen del código genético y del mecanismo de su traducción”. Monod sostiene que sólo el azar está en el origen de toda novedad evolutiva y es, por tanto, el responsable de toda creación orgánica:

Sólo el azar está en el origen de toda novedad, de toda creación en la biosfera. El puro azar, el único azar, libertad absoluta pero ciega, en la raíz misma del prodigioso edificio de la evolución: esta noción central de la biología moderna no es ya hoy en día una hipótesis, entre otras posibles o al menos concebibles. Es la sola concebible, como única compatible con los hechos de observación y experiencia (p. 113)

El problema –y de ahí gran parte del impacto del libro de Monod– lleva directamente a la cuestión sobre el origen de la vida, es decir, del código genético. Cualquiera que sea éste, un tal estatus de azar despoja a la humanidad de toda significación trascendente. Sin embargo, la ética no se halla en peligro porque el mismo conocimiento científico descansa en imperativos morales que gozan del mismo rango que el de la objetividad. El afán de superación y de trascendencia humana se encarna, según Monod, en un socialismo humanista, que no es “socialismo científico marxista”, pero que deberá perseguir el ideal de la objetividad científica.

Otro aspecto del neodarwinismo que ha sido atacado es la doctrina de la selección natural. Las críticas contra ella provienen de la teoría neutralista de la evolución, defendida por Motoo Kimura. Según Kimura, la mayor parte de las variantes genéticas son neutras en sus efectos, no confieren ventaja ni desventaja al portador, y son capaces de derivar por las poblaciones sin el estorbo de la selección. Ésta posee, por tanto, un poder mucho menor que el que se atribuyen los neodarwinistas. Kimura no admite que la selección sea la fuerza omnipotente de la evolución.

Ambas teorías, neodarwinismo y neutralismo, están de acuerdo en la existencia de la selección negativa –forma de selección natural que actúa evitando que las mutaciones desventajosas aumenten su frecuencia–. Las dos están de acuerdo en que algunas mutaciones son desventajosas, y que la razón por la cual estas mutaciones no se encuentran en las poblaciones naturales es que la selección negativa las evita. La diferencia entre las dos teorías reside en cuál es la causa de los cambios evolutivos. El neodarwinismo afirma que la evolución está dirigida por selección natural positiva. Por el contrario, la teoría de la neutralidad de Kimura afirma que está dirigida por una deriva al azar:

En mi opinión, la mayoría de los genes mutantes que sólo se detectan por medio de las técnicas químicas de la genética molecular, son selectivamente neutros, es decir, no tienen adaptativamente ni más ni menos ventajas que los genes a los que sustituyen; a nivel molecular, la mayoría de los cambios evolutivos se deben a la “deriva genética” de genes mutantes selectivamente equivalentes (M. Kimura, “Teoría neutralista de la evolución molecular”, Libros de Investigación y Ciencia, Barcelona, Prensa Científica, 1979-1987, p. 232)

La teoría de la selección natural ha sido criticada también, desde un plano epistemológico, por Popper. Según Popper esta teoría es demasiado versátil. Su versatilidad se resuelve en la incapacidad de ser sometida a verificación empírica, porque, en principio, puede dar cuenta de muchas situaciones alternativas del mundo vivo. En otras palabras, Popper censura la ambigüedad de la teoría de la selección natural. A tenor de su formulación, sobrevirirán en esa lucha por la vida “los mejor dotados” o “lo más fuertes”. Pero los organismos vivos son tan complejos, y también el entorno en que se encuentran tan intrincado, que son muchos los aspectos en que pueden basarse la apreciación de que un ser está “más adaptado” o “mejor adaptado”. Esto significa que, para interpretar un mismo fenómeno, caben muy distintas opciones, lo cual es poco científico. Y si se objeta que no es cierto que para interpretar un fenómeno caben muchas opciones, sino que hay varias razones interrelacionadas que explican un fenómeno, habrá que justificar por qué se dan a veces interpretaciones contradictorias para fenómenos similares. Es más, la teoría es tautológica, no puede demostrarse su falsedad y, por tanto, de acuerdo con el falsacionismo popperiano, no es científica.

8. Teilhard de Chardin, una concepción providencialista

Según Teilhard de Chardin, el Universo se ha ido desarrollando en distintas etapas hasta formas las condiciones propicias para la aparición de los seres vivos. Surge así la esfera de la vida que, a su vez, configura la base o el soporte del espíritu, inteligencia o nous y, de este modo, nace el ser humano, que constituye la más perfecta expresión de la vida sobre la Tierra. Ahora bien, con el surgimiento del espíritu, de la inteligencia y del ser humano la evolución se orienta hacia su meta final, hacia “el Punto Omega”, que constituye el logro de la plena espiritualización del ser humano dentro de la obra de Dios.

La interpretación de Teilhard de Chardin supone una visión teleológica y providencialista del mundo, es decir, que tanto el proceso evolutivo como su punto de llegada estaban previstos y prediseñados por la omnisciencia divina; por consiguiente, la evolución no es más que la realización del proyecto divino que orienta la marcha de la naturaleza.

Se ha insistido frecuentemente en que la evolución, entendida de esta manera, no constituye una concepción científica, sino una teoría metafísica y teológica en la que se interpretan determinados datos físicos a la luz de la fe y de los contenidos religiosos. Mas, Teilhard de Chardin niega esta interpretación y afirma que su teoría se encuentra respaldada por las investigaciones paleontológicas y los hallazgos de las ciencias geológicas.

9. Fundamentos de la evolución

9.1 Lucha por la existencia

Darwin tomó este concepto del libro de Malthus. Este autor califica como ley natural «la tendencia constante de todos los seres vivos a multiplicarse más rápidamente de lo que permite la cantidad de alimento de que disponen». Como consecuencia de ello, los individuos de una especie luchan entre sí por la obtención de recursos limitados: alimento, pareja sexual, espacio o territorio, … Los más fuertes y adaptados sobreviven, transmitiendo sus características hereditarias a la descendencia, mientras que los menos aptos desaparecen en un periodo de tiempo más o menos largo. La lucha por la existencia también se da contra individuos de otras especies y contra el entorno ecológico).

9.2 Adaptación al medio

Todas las especies se esfuerzan por adaptarse al medio ambiente en el que viven, ya que ello incrementa sus posibilidades de sobrevivir y reproducirse. Aquéllas que consiguen una mejor adaptación aumentan sus probabilidades de perpetuarse con éxito, mientras que aquellas otras que no consiguen adaptarse disminuyen sus posibilidades de supervivencia y, por lo tanto, de reproducción.

9.3 Mutaciones genéticas

Se habla de mutación cuando se producen nuevas variantes hereditarias. El proceso tiene lugar en la replicación del ADN durante la transmisión hereditaria, al surgir alteraciones que convierten a las células hijas en diferentes de las parentales. En general, se habla de dos tipos de mutaciones: la génicas, que alteran uno o muy pocos nucleótidos de un gen, y las cromosómicas, que afectan al número o a la configuración de los cromosomas. Según sea su frecuencia, se dividen en recurrentes (cuando las mutaciones aparecen con una frecuencia determinada) y no recurrentes (si su aparición es excepcional). Estas últimas apenas influyen en la evolución, al contrario que las primeras ya que ellas sí pueden afectar a un número alto de individuos dentro de una población. Las mutaciones beneficiosas son favorables para la selección natural y se incrementan progresivamente de generación en generación. Las mutaciones pueden ser debidas al azar o provocadas por factores externos.

9.4 Selección natural

Es el mecanismo más importante de la evolución. Darwin constató que existen variaciones entre los individuos de una especie; unas que son útiles para los organismos porque aumentan sus probabilidades de sobrevivir y reproducirse; y otras que son perjudiciales, pues provocan el efecto contrario. Él mismo escribe: «esta conservación de las diferencias y variaciones favorables de los individuos y la destrucción de las que son perjudiciales es lo que yo he llamado selección natural». Darwin ignoraba, sin embargo, los mecanismos hereditarios. Hoy sabemos que la selección natural debe complementarse con las mutaciones genéticas para explicar el proceso evolutivo. Éste consiste, en síntesis, en lo siguiente:

Cuando una mutación aleatoria favorece la adaptación de un organismo al medio ambiente, se convierte en una característica ventajosa para la supervivencia de dicho organismo. Como es lógico, aumentan sus posibilidades reproductoras, con lo cual la mutación se transmite a los descendientes. Como éstos son favorecidos por la mutación con respecto a los otros miembros de la población que no la poseen, sobrevivirán y se perpetuarán con mayor facilidad, provocando así un desarrollo evolutivo dentro de esa población. A la vez, y como fruto de la lucha por la existencia, los individuos menos aptos irán desapareciendo al no gozar de las ventajas adaptativas de la mutación genética.

La selección natural puede ser estabilizadora (cuando favorece los valores medios de una población, penalizando los valores extremos) o direccional (cuando una población evoluciona sistemáticamente en una dirección determinada, dando lugar a grandes cambios genéticos).

9.5 Selección familiar

Uno de los más graves problemas de la teoría evolutiva era la explicación del comportamiento altruista en numerosas especies, puesto que parecía contradictorio con la lucha por la existencia de los individuos. Pero analizado convenientemente resulta que no es así. Puesto que cada individuo comparte el 50% de los genes con sus descendientes, la selección natural favorece las conductas altruistas en relación con los hijos, siempre que el peligro de dicha conducta represente menos de la mitad del beneficio que recibe por ella el descendiente.

Según R. Dawkins, el sujeto de la selección natural no es ni la especie ni el individuo, sino el gen. Por lo tanto, son los genes los que luchan por la existencia, mientras que los organismos no son más que sofisticadas máquinas de supervivencia fabricadas por los genes con el objeto de perpetuarse. De esa manera, un gen, en virtud de su capacidad replicadora a través de la herencia, se transmite de un cuerpo a otro durante un número elevado de generaciones, mientras los individuos concretos que lo han portado desaparecen. El altruismo sería, así, una forma encubierta de egoísmo. Puesto que los parientes comparten entre sí un número elevado de genes idénticos, la selección natural habría favorecido comportamientos altruistas en beneficio del parentesco, ya que se obtendrían más posibilidades de supervivencia para los genes con este tipo de conducta que con la contraria.

9.6 Especiación

La definición clásica de especie es: «el conjunto de organismos que pueden reproducirse entre sí, pero no con individuos pertenecientes a otros grupos». Hoy existen en la Tierra aproximadamente dos millones de especies. Todas ellas provienen, por evolución, de un antepasado común. ¿Cómo se produjo esta diferenciación tan extrema?

Según la tesis clásica del gradualismo, a través de un proceso en el que dos poblaciones pertenecientes a una especie común divergen entre ellas hasta convertirse en especies distintas. No es posible, pues, hablar de un momento concreto de separación, sino que se dan gradualmente procesos intermedios de divergencia hasta la escisión definitiva. Sin embargo, no todos los evolucionistas aceptan totalmente esta explicación.

Si las especies se caracterizan por su aislamiento reproductivo, preguntar por el origen de las especies es preguntar por los mecanismos de aislamiento reproductivo entre poblaciones. Se han propuestos dos teorías de especiación:

Teoría incidental: dos especies divergen genéticamente como consecuencia de la adaptación a sus respectivos entornos. Poco a poco irán aumentando las diferencias entre ellas hasta que sus acervos genéticos resulten tan diferentes que no sea posible la generación de híbridos.

Teoría selectiva: considera el aislamiento reproductivo como un producto directo de la selección. En el caso de que dos poblaciones estén ya genéticamente un tanto diferenciadas, los híbridos estarán menos adaptados que los no híbridos. La selección natural favorecerá directamente la evolución de mecanismos de aislamiento reproductivo, puesto que genes que restringen la hibridación tienen mayor eficacia que los que la favorecen o permiten.

10. El impacto filosófico y teológico

El darwinismo es una combinación de cinco teorías: 1) la evolución como modo de desenvolverse la vida en el tiempo; 2) el origen común de las especies; 3) la diversificación de estas especies por cambios genéticos y geográficos; 4) el gradualismo del cambio evolutivo; 5) la selección natural (el cambio evolutivo se produce a través de la producción abundante de variación genética en cada generación). Con estas cinco teorías, Darwin desafió algunas de las creencias básicas de su tiempo. Cuatro de ellas eran pilares del cristianismo: 1) la creencia en un mundo constante, 2) el carácter creado de este mundo, 3) su diseño por un Creador sabio y benigno, 4) la posición única del hombre en la creación; pero también había creencias de carácter puramente filosófico, y no teológico: el planteamiento filosófico esencialista, la causalidad mecanicista de los físicos y la creencia en causas finales o “teleología”.

Todas estas creencias han sido un pilar básico –durante siglos– del modo de vida occidental; y, aunque algunas de ellas ya habían sido sometidas a crítica, esta crítica se había considerado más como un ejercicio puramente intelectual que como algo que afectase a la realidad profunda de las cosas; la teoría de la evolución, por el contrario, atacaba todos los fundamentos del mundo occidental y, sobre todo, uno: el carácter privilegiado del hombre dentro de la creación. Es más, al afirmar que todas las especies existentes proceden, por evolución, de un tronco común, se atacaba directamente un dogma fundamental del cristianismo: Dios, según el Génesis, había creado al hombre a su imagen y semejanza. Desde Darwin, el hombre no es creado por Dios, sino fruto de la evolución, y no está hecho a imagen y semejanza de Dios, sino que es el último eslabón –hasta ahora– de una larga cadena; pero que sea el último eslabón no quiere decir que sea distinto, sino uno más.

En resumen, la teoría de Darwin viene a destruir una imagen de la naturaleza fundamentalmente estable y ordenada, querida por Dios, que sólo es inteligible en su funcionamiento y evolución si se parte de la noción omnipresente de finalidad, de una naturaleza en que la distinción de las especies es ontológica, una naturaleza cuya “vejez” no supera unos cuantos milenios, una naturaleza en que el hombre ocupa un lugar soberano y ontológicamente distinto, pues es el único ser vivo que tiene un alma supranatural… Nada de todo eso resiste el potencial revolucionario del pensamiento darwiniano, que subraya:

  • El papel del azar: la contingencia es universal. Si la selección natural deja triunfar al más apto, la superioridad de éste sólo tiene sentido en relación con un medio, con condiciones de vida, por sí mismas no necesarias y que pueden cambiar. Este cambio podría ser de tal índole que las formas de vida aparentemente más elementales o rudimentarias resulten más aptas para sobrevivir en el nuevo medio. La noción de “superioridad” no es absoluta.
  • El estallido de los cuadros temporales: el ser vivo se temporaliza; incluso la especie humana apareció en un momento determinado del proceso, y las leyes de la selección natural que hoy actúan han actuado siempre. No hay por un lado el tiempo del origen (la creación del mundo y las especies) y por otro lado el tiempo posterior de la naturaleza creada y la historia humana. Hacia el pasado, el tiempo se ahonda cada vez más vertiginosamente, pues se pasa de unos milenios a una edad del mundo vivo que hoy se calcula en más de tres mil millones de años. Pero también comienza a plantearse la cuestión relativa a un abismo temporal futuro, lo que suscita interrogantes todavía más excitantes sobre el porvenir del hombre: ¿qué será del hombre dentro de un millón, diez millones o cien millones de años, puesto que el fin de los tiempos no parece que vaya a producirse mañana?
  • La uniformación del tiempo biológico y el geológico coincide con la extensión ilimitada de la ciencia causal y mecanicista. Un acontecimiento es producido por una causa que es un acontecimiento anterior, y no por una suerte de atracción procedente de una finalidad o una situación futura.

La primera reacción de los teólogos fue de rechazo, por suponer que Darwin atacaba la doctrina de la singularidad del hombre como creación máxima de Dios. En el caso de los círculos protestantes se consideraba que atacaba también la extendida convicción de que la Biblia era una fuente de información sobre el mundo natural.

Algunos teólogos propusieron más tarde considerar el darwinismo como una concepción elevada del papel divino: el hombre sería algo singular, aunque parte de la Naturaleza y producto de un proceso evolutivo.

En el campo filosófico el darwinismo afectó principalmente al punto de vista dominante desde la época de Platón, el esencialismo, que afirma que los seres vivos están compuestos por un número limitado de esencias invariantes, del que las manifestaciones variables son meros reflejos incompletos.

Otra consecuencia fue el auge del materialismo. A este respecto son célebres las cartas entre Marx y Engels a propósito de la obra de Darwin.

Spencer intentó formular la teoría evolutiva en términos que englobaran todas las esferas de la existencia, más allá de la naturaleza orgánica, persiguiendo la reducción del conocimiento a una ley suprema. Mecanicismo, unicidad del Universo, teoría empirista del conocimiento, agnosticismo religioso son rasgos sintetizadores del pensamiento de Spencer. Este darwinismo social pretende fundamentar biológicamente las ciencias sociales. Desde una perspectiva conservadora trata de legitimar el liberalismo económico y el primitivo capitalismo industrial.

Spencer realiza una biologización de la ética e intenta establecer leyes naturales de las que inferir conclusiones morales o principios de conducta: los individuos mal adaptados sufren las condiciones de su existencia, mientras que los mejor adaptados se aprovechan de su superioridad. No hacen falta reformas sociales ni intervención del Estado, la selección social actúa por sí sola.

El rasgo principal del darwinismo social de derechas o de izquierdas es utilizar todo tipo de acotaciones más o menos emparentadas con la teoría de la evolución para ilustrar o justificar un comportamiento social y legitimar la acción política.

Otra corriente del darwinismo social se vinculó al racismo. Destacan Houston Stwart Chamberlain, Alfred Rosenberg o el mismo Hitler.

Haeckel englobó darwinismo y organicismo. El ser humano no podría escapar de los condicionamientos biológicos, y no respetar la selección natural conduciría a la decadencia de la humanidad. Propuso luchar contra la desviación social mediante la selección artificial.

En otra línea política se encuentra Kropotkin, que usa la obra de Darwin como fundamento de su ética libertaria: las especies que prosperan y perduran son las que recurren a la cooperación y a la ayuda mutua.

Nietzsche también utilizará conceptos como “derecho de los fuertes” y otros. Aunque la evolución no se cumple en la sociedad, dado que no son siempre los fuertes quienes triunfan, y ello se debe a la nefasta influencia del cristianismo, que considera iguales a los débiles y a los fuertes.

Bergson llegó al evolucionismo progresivamente y creó una versión relativamente original, rechazando el mecanicismo y admitiendo un finalismo parcial. El tiempo trae novedad y perfeccionamiento, permite que el universo evolucione. Las dos líneas básicas de la evolución son la de los insectos y la de los vertebrados, ésta última continúa su desarrollo hasta llegar al hombre. El hombre es el término y la finalidad de la evolución.

10.1 Etica y biología

Cabe hacerse una pregunta: la capacidad para crear y adecuarse a códigos morales, ¿es un rasgo distintivo de la naturaleza humana?. Hay tres teorías al respecto:

  1. La que considera que la ética es un producto de la evolución
  2. La que propone que la evolución ha de guiar el desarrollo futuro de las ideas éticas. Es el caso de Spencer, E. Wilson. Ambos incurrirían en la falacia naturalista, pueden explicarse conductas, pero no dictarse
  3. La que sugiere que las ideas éticas afectan al curso futuro de la evolución. Lo que afecta al hombre el mecanismo de la evolución se ha transferido al nivel social. El futuro de la evolución orgánica, y no sólo la cultural, dependerá en buena medida de la actuación del ser humano.
10.1.1 La evolución de la ética

Nuestras capacidades morales y nuestras ideas morales han evolucionado según un proceso que forma parte del proceso general de la evolución o, al menos, es análogo al proceso general de la evolución. En un sentido, esto es obviamente verdadero, pues nuestras ideas morales son hoy, efectivamente, distintas a muchas de las existentes, por ejemplo, en la península en el siglo XII de nuestra era. Ahora bien, en tanto que obvio, esto no explica nada. Estamos, en este caso, usando el término “evolucionado” como sinónimo de “desarrollado”.

Sin embargo, hay otro sentido mucho más interesante de esta expresión. Es aquel según el cual la capacidad moral humana es un producto de la evolución. Esto es lo que afirmaba Darwin en su obra Descent of Man. Los psicólogos modernos también explican nuestra capacidad moral desde un punto de vista evolutivo, aunque ligeramente distinto al de Darwin. Los psicólogos modernos no intentan ver si la selección natural ha sido el medio por el que las facultades morales se han desarrollado. En lugar de ello, han construido teorías que muestran cómo nuestras capacidades morales están constituidas a partir de otras facultades mentales como el amor y el miedo, en respuesta a los estímulos de la familia y del medio social más amplio.

Las teorías de filósofos anteriores a Darwin mostraban que el hombre desarrolla sus capacidades morales a partir de sentimientos y deseos de los que todos los seres humanos están naturalmente dotados. A esto Darwin añadió tres cosas:

  1. sugirió que los impulsos sociales iniciales que constituyen la base sobre la que se edifica la conciencia se encuentran también en los animales;
  2. sugirió que la selección natural probablemente ha constituido un factor causal importante en el desarrollo de los “instintos sociales”. Un individuo de instintos sociales fuertes es menos probable que sobreviva que un individuo egoísta atento a salvar su pellejo, y por ello es menos probable que deje descendencia que herede sus instintos. Pero debido a que su tipo de conducta contribuye más al bienestar del grupo, podría ser alabado por sus semejantes y el aprecio de sus cualidades haría que otros las emularan y estimularan esta emulación en sus crías. Un aumento de tales cualidades en un grupo por la fuerza del ejemplo daría al grupo mayor valor de supervivencia que el de grupos cuyos miembros actuaran sólo para su bienestar social;
  3. Darwin pensaba que las cualidades de la mente y de la conducta adquiridas por ejemplo, y por educación, se transmiten por herencia a los hijos.

Los dos primeros puntos parecen verdaderos; el tercero es, obviamente, falso.

10.1.2 Ética evolutiva

La tesis de que un estudio de la evolución puede enseñarnos lo que hay que considerar bueno no se encuentra en las obras de Darwin; sin embargo, sí que influyeron en otros autores. Los intentos del XIX de basar la ética en la evolución fueron criticados por T.H. Huxley. La idea fundamental de la ética evolutiva es que, lo mismo que las especies que surgen después en el tiempo están más perfeccionadas que las que surgieron antes, lo mismo se puede aplicar a las normas morales. A esta tesis, T.H. Huxley objeta lo siguiente:

Los defensores de lo que denominamos la “ética de la evolución”, si bien “evolución de la ética” expresaría mejor el tema de sus especulaciones, aducen un número de hechos más o menos interesantes y de argumentos más o menos sanos a favor del origen de los sentimientos morales, del mismo modo que de otros fenómenos naturales, por un proceso de evolución. Por mi parte, dudo poco de que se encuentren en el buen camino; pero como los sentimientos inmorales no han evolucionado menos, hay, hasta ahora, la misma sanción natural para los unos que para los otros … La evolución cósmica puede decirnos cómo pueden haberse producido las buenas y las malas tendencias del hombre; pero, en sí misma, no puede darnos ninguna razón mejor de las que teníamos de por qué lo que llamamos bien sea mejor que lo que llamamos mal.

Nadie cree que las cosas mejores precisamente por ser posteriores y que la resaca de la borrachera sea preferible a la juerga, por venir a la mañana siguiente. ¿Por qué, pues, hay que suponer que la dirección de la evolución pueda constituir una guía para la ética?

Una razón pudiera ser que “más evolucionado”, a diferencia de “posterior”, incluye la idea de superior, de más alto en una escala de valores. Pero, ¿qué criterio de evaluación se aplica, de hecho, al afirmar que un organismo es “superior” en la escala evolutiva a otro? A primera vista pudiera parecer que los resultados naturales del proceso de la evolución facilitan el criterio. Pues la selección natural se traduce en “la supervivencia del más apto” y es fácil suponer que “más apto” significa “mejor”. Así sería si pensáramos en lo que es más apto para sobrevivir. Pero en tal caso la supervivencia del más apto no significa más que la supervivencia del más capaz de sobrevivir, pero no del “mejor”. Es más, la supervivencia como tal no basta para captar nuestra simpatía. No vemos con ninguna simpatía los esfuerzos del virus de la gripe para sobrevivir y multiplicarse.

Una gran capacidad de una función no va necesariamente de la mano con un elevado valor ético. Los criterios de evaluación ética no dependen del desempeño de ninguna función específica. Decir que un hombre es bueno no es encomiarlo por los mismos criterios que se utilizan al decir que es un buen superviviente.

El jardinero que cultiva un trozo de tierra trabaja oponiéndose al estado de la naturaleza, eliminando malas hierbas que, en otro caso, ganarían en la lucha natural por la existencia. Huxley acepta que el hombre, y lo que el hombre hace, forma parte de la naturaleza. ¿Por qué, pues, la lucha entre el jardinero y las malas hierbas no debe considerarse una parte del proceso evolutivo general de selección natural? Justamente porque el proceso de selección natural no es un proceso de selección propiamente hablando. Darwin mismo insistió en que usaba el término “selección” en sentido metafórico, ya que no implica una selección consciente. El jardinero, a diferencia de las malas hierbas y otras plantas, posee un propósito: asegurar la supervivencia de las plantas que le gustan o necesita. Si cesa en sus esfuerzos, el proceso natural reanudará su curso y las malas hierbas invadirán el jardín. El jardinero selecciona ciertas variedades de plantas para que sobrevivan. En cambio, la selección natural deja sobrevivir las variedades que son más fuertes que sus competidoras.

En conclusión, según Huxley los principios de la ética se oponen completamente al principio de selección natural:

La práctica de lo que es éticamente mejor (de lo que llamaremos bondad o virtud) implica una conducta que, en todo respecto, se opone a lo que conduce al éxito en la lucha cósmica por la existencia … su influencia está dirigida no tanto por la supervivencia del más apto, como por el ajuste del mayor número posible para sobrevivir…

Comprendamos, de una vez por todas, que el progreso ético de la sociedad consiste, no en imitar el proceso cósmico, todavía menos en huirlo, sino en combatirlo (T.H. Huxley y J. Huxley: Evolution and Ethics)

Esta conclusión de T.H. Huxley ha sido combatida por C.H. Waddington y J. Huxley. Waddington se opone al veredicto de T.H. Huxley de que el perfeccionamiento ético esté en contra de la evolución:

Hemos de aceptar la dirección de la evolución como buena simplemente porque es buena según toda definición realista de tal concepto. Definimos los principios psicológicos como coacciones psicológicas actuales derivadas de la experiencia de la naturaleza de la sociedad; afirmamos que la naturaleza de la sociedad es tal que, en general, se desarrolla en cierta dirección; pues bien, los principios éticos que ayudan al movimiento en tal dirección son, de hecho, los adoptados por tal sociedad (Waddington, C.H. and others, Science and Ethics, London, Allen and Unwin, 1942, p. 18)

Por su parte, J. Huxley, nieto de T.H. Huxley, está en desacuerdo con la contradicción establecida por T.H. Huxley entre la dirección del progreso ético y el curso de la evolución natural.

T. H. Huxley opinó, hace cincuenta años, que hay una contradicción fundamental entre el proceso ético y el proceso cósmico:

Actualmente, creo que la contradicción puede resolverse, por una parte, extendiendo el concepto de evolución hacia atrás, hacia lo inorgánico y hacia delante hacia el dominio de lo humano, y, por otra parte, considerando la ética no como un cuerpo de principios fijados, sino como un producto de la evolución y en evolución él mismo (T. H. Huxley y J. Huxley, o.c.)

J. Huxley aplica el término “evolución” para cubrir tres fases del desarrollo: primera, la del mundo orgánico; segunda, la de las especies biológicas; y tercera, la de las sociedades humanas. Sólo en la segunda de estas fases el agente de la evolución es el proceso darwinista de la selección natural. La primera fase de la evolución fue seguida de la segunda cuando la sustancia se transformó en organismo autorreproductor, y la segunda fase fue seguida de la tercera cuando la sociedad se hizo autorreproductora. Sucedió así mediante el pensamiento y el lenguaje que permite que el producto de la experiencia se maneje en la tradición y educación.

Lo común a estos dos saltos evolutivos es que cada uno implica el surgimiento de un tipo de autorreproducción, y ello a pesar de que las causas de ambos saltos son diferentes. Por tanto, la conexión entre la evolución y los criterios de la ética nada tiene que ver con el proceso darwinista de selección natural.

¿Cómo se produce esta conexión? Las ideas éticas del hombre tienden a estar determinadas por factores psicológicos y sociológicos. Sin embargo, podemos aprender a luchar contra nuestros prejuicios y a encontrar criterios externos para la validez de nuestro sentido moral.

Si observamos el proceso de la evolución podemos observar dos cosas: 1) la dirección general de la evolución va desde lo menos a lo más complejo y, en consecuencia, está produciendo continuamente nuevas formas de existencia; 2) como este proceso de evolución incluye, en su última fase, las cosas que nosotros valoramos muy en alto, podemos decir que la dirección del proceso va desde lo que tiene poco o ningún valor a lo que tiene más valor. La conclusión de J. Huxley parece ser que, como el proceso de la evolución en su conjunto ha conducido a resultados en los que lo bueno predomina sobre lo malo, podemos inferir que, en su mayoría, los cambios dentro del proceso conducen preferentemente a resultados buenos y no a malos.

10.1.3 Evolución ética

Según J. Huxley, la ética puede ayudar a determinar el curso de la evolución en su fase actual, la tercera.

Sólo por la evolución social la materia del mundo puede realizar ahora posibilidades realmente nuevas. La interacción mecánica y la selección natural seguirán operando, pero se harán de una importancia secundaria. Para bien o para mal, el mecanismo de la evolución se ha transferido al nivel social o consciente…

Y a medida que el mecanismo de evolución cesa de ser ciego y automático y se hace consciente, la ética puede inyectarse en el proceso evolutivo. Antes del hombre el proceso era meramente amoral. Después de haberse elevado al nivel más alto de la vida se ha podido introducir en la evolución la fidelidad, el valor, la veracidad, la bondad, en una palabra, el propósito moral (o.c.)

10.1.4 La ética, atributo humano universal

La ética es un atributo humano universal. Los hombres tienen valores morales, es decir, aceptan normas con arreglo a las cuales pueden decidir si su conducta es buena o mala, recta o no, moral o inmoral. Los sistemas y normas morales varían de un individuo a otro, de una cultura a otra, pero en todas las culturas los hombres adultos forman juicios de valor moral.

El carácter universal de la capacidad ética surgiere que su fundamento está en la naturaleza humana misma y, por ello, que es un producto de la evolución biológica. Sin embargo, su carácter específico, es decir, el que se trate de un atributo exclusivo de la humanidad, sugiere que la capacidad ética ha aparecido muy recientemente en la evolución.

¿Hasta qué punto puede decirse que la ética es un atributo natural, determinado por la constitución genética de los seres humanos? Los puntos de vista difieren de unos autores a otros: para unos, los valores éticos son naturales, mientras que, según otros, los valores éticos o están establecidos por la sociedad humana con el fin de facilitar la convivencia social o se derivan de las creencias religiosas. Cuando se plantea la cuestión de si la ética está determinada por la naturaleza biológica humana, la cuestión a discutir puede ser una u otra de las dos siguientes: 1) ¿está la capacidad ética de los seres humanos determinada por su naturaleza biológica?, 2) ¿están los sistemas o códigos de normas éticas determinados por la naturaleza biológica humana?.

La noción de que los hombres sean “seres éticos por naturaleza” no es nueva: Aristóteles y otros filósofos mantenían que la capacidad ética es natural, está enraizada en la naturaleza humana; el hombre no es sólo homo sapiens, sino también homo moralis. Pero la evolución biológica añade una nueva dimensión al problema, nos provee con una nueva perspectiva desde la cual se puede considerar la cuestión. La evolución biológica es un proceso gradual: ¿cuándo y cómo surge la capacidad ética en la evolución y por qué se da en los seres humanos pero no en otros animales?

Parece que la cuestión de si la capacidad ética está determinada por la naturaleza biológica, es decir, de si la propia constitución genética de los seres humanos hace necesario que éstos emitan juicios morales, debe resolverse de manera afirmativa. Los hombres poseen capacidad ética como un atributo natural, son seres éticos, porque su naturaleza biológica determina con ellos la presencia de las tres condiciones necesarias y, juntamente, suficientes para que se dé en ellos el comportamiento ético. Tales condiciones son: a) la capacidad de prever las consecuencias de las acciones propias; b) la capacidad de formular juicios de valor, es decir, de evaluar las acciones (o los objetos) como buenos o malos, deseables o indeseables, y c) la capacidad de elegir entre modos alternativos de acción.

10.2 El problema de la teleología

Los objetos animados parecen tener una función. Los organismos que tienen características identificables con procesos adaptativos, algo frecuente en biología, suelen describirse con expresiones aparentemente teleológicas, pero eso presupone la existencia de un plan predeterminado de algún agente externo o creador divino.

La cuestión de por qué utilizan los biólogos un lenguaje teleológico ofrece respuestas variadas, pero siempre se afirma que la biología exige modelos finalistas, puestos que los biólogos, a diferencia de los físicos, se ocupan de objetos que se asemejan a modelos intencionales.

El filósofo o epistemólogo sigue mostrándose incómodo, puesto que las explicaciones teleológicas se asociaron en el pasado a la doctrina de las causas finales, y porque a menudo invocan implícitamente la presencia de propósitos u objetivos como factores causales de los procesos naturales.

E. Nagel ha propuesto considerar los enunciados teleológicos como abreviaturas o argumentos resumidos que no implican explicaciones realmente finalistas. Los enunciados aparentemente finalistas pueden adaptarse al modelo deductivo.

Señalaremos por último el problema de la ortogénesis, o progreso evolutivo orientado en dirección ascendente. Los biólogos hablan a menudo de “progreso evolutivo”, pero por ello no entienden habitualmente “dirección ascendente”. El cambio evolutivo no implica progreso, puesto que no pueden producirse cambios que, para una especie determinada, no supongan progreso.

10.3 La teoría de la evolución y la religión

10.3.1 La teoría de la evolución y las pruebas de la existencia de Dios

Las visiones predarwinianas del mundo se pueden caracterizar como un mapa global de las cosas, desde su cúspide hasta su base. A menudo se describe como una escalera; Dios se encuentra en la cúspide, con los seres humanos un peldaño o dos por debajo (dependiendo de si los ángeles forman parte o no del esquema). En la base de la escalera se encuentra la nada o tal vez el caos o tal vez la materia inerte e inmóvil. La escalera es como una gran cadena de seres que se puede representar según el siguiente esquema:

Según esta visión del mundo, todas las cosas encuentran su lugar en uno u otro nivel de la pirámide cósmica, incluso la vacía nada, el último fundamento. No toda la materia está ordenada, alguna se halla en estado de caos; sólo alguna materia ordenada se encuentra también diseñada; sólo algunas cosas diseñadas tienen también mentes y, naturalmente, sólo una mente es Dios. Dios, la primera mente, es la fuente y explicación de todas las cosas por debajo de él.

El mundo es un mundo ordenado; ahora bien, este orden no es un orden no es un mera regularidad, sino que más bien es un diseño, obedece a un telos. Ahora bien, si este orden tiene un fin, debe haber algún ser supremo que imponga este fin, y este ser supremo es Dios. Éste es el sentido de la quinta vía de Sto. Tomás. Según Sto. Tomás, todas las operaciones de los cuerpos naturales tienden hacia un fin, aún cuando carezcan en sí mismos de conocimiento. La regularidad con que alcanzan su fin muestra bien a las claras que no llegan a él por azar, y esta regularidad no puede ser más que intencional y querida. Puesto que carecen de conocimiento, es preciso que alguien conozca por ellos, y a esta inteligencia primera, ordenadora de la finalidad de las cosas, llamamos Dios. La idea es que vemos orden y propósito en todo lo que es. “Por lo tanto, existe un Ser Inteligente que dirige las cosas naturales a su finalidad y orden, y este Ser es Dios”. En esta prueba se presupone el axioma de que todo lo que está ordenado es racional.

La quinta vía se toma del gobierno del mundo. Vemos, en efecto, que cosas que carecen de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como se comprueba observando que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera para conseguir lo que más les conviene; por donde se comprende que no van a su fin obrando al acaso, sino intencionadamente. Ahora bien, lo que carece de conocimiento no tiende a un fin si no lo dirige alguien que entienda y conozca, a la manera como el arquero dirige la flecha. Luego existe un ser inteligente que dirige todas las cosas materiales a su fin, y a éste llamamos Dios.

Este argumento quedó invalidado a partir de Darwin (esto, por supuesto, no quiere decir que se haya demostrado que Dios no existe). Lo que nos enseña la teoría de la evolución mediante la selección natural es que podemos llegar a un orden mediante el azar; que podemos llegar a un orden sin que haya un ordenador. En efecto, la teoría de la evolución por medio de mutaciones y selección natural nos dice que las mutaciones se producen por azar, y es el azar el que determina qué mutaciones son ventajosas y cuáles perjudiciales para sus poseedores. Ahora bien, mediante este proceso azaroso “la naturaleza ha conseguido” estructuras tan ordenadas como un pájaro o un ser humano; por tanto, no es necesaria la intervención de Dios; o, al menos, no lo es en el sentido de la quinta vía de Sto. Tomás; de donde se sigue que la quinta vía no demuestra la existencia de Dios, pues hemos sido capaces de encontrar orden sin que Dios tenga que intervenir para nada.

Para mostrar que podemos conseguir orden simplemente mediante el azar, Dennett usa el siguiente ejemplo: supongamos un torneo de tenis en donde los partidos se deciden lanzando una moneda al aire. Quién sea el ganador de un partido es una cuestión totalmente azarosa (suponiendo que la moneda no está trucada, y que no se hace ningún otro tipo de trampa). Del mismo modo es algo totalmente dependiente del azar quién ganará el torneo. Pero podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que al final habrá un ganador. Por tanto, en este torneo, donde sólo interviene el azar, hay también un orden, aunque no hay un ordenador. Podría objetarse que aquí no se tienen en cuenta las cualidades tenísticas de los competidores, y que el ganador, que lo es simplemente por suerte, no tiene por qué ser el mejor tensita. Pero esto es, precisamente, lo que afirma la teoría de la evolución. Parece ser que el hombre es, hasta ahora, el ganador en este juego, pero ¿no lo es simplemente por azar? Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que si el medio hubiera sido otro (si hubiera salido otra moneda) el hombre no habría ganado. Parece ser que los datos acumulados apoyan esta conclusión y que, por tanto, el argumento de Tomás era erróneo, pues podemos conseguir orden sin ordenador.

10.4 Evolución y epistemología

En el siglo XX, sobre todo a raíz de la caída en descrédito de la filosofía del positivismo lógico han surgido dos enfoques nuevos de considerar la epistemología partiendo de un punto de vista evolucionista.

El primero de ellos intenta dar cuenta del cambio de teorías y del progreso en la ciencia utilizando la evolución de las especies orgánicas como una analogía de la que pueden obtenerse recursos explicativos iluminadores. Las teorías científicas (en el caso de Popper) o las disciplinas científicas integradas por diversas poblaciones conceptuales (en el caso de Toulmin) desempeñarían el papel de las especies orgánicas, mientras que la crítica racional y los intentos rigurosos de falsación (Popper) o la aceptación de la élite de la comunidad científica (Toulmin) ejercerían el mecanismo de selección. El conocimiento en general, y la ciencia en particular, ya no se conciben como un proceso simplemente acumulativo, en donde es solamente la mayor cantidad de potencial explicativo lo que explicaría el que prefiramos una teoría científica a otra; a partir de Popper es, más bien, el éxito en la lucha por la existencia. La labor de los científicos no es demostrar que nuestras teorías son verdaderas, sino intentar demostrar que son falsas. En este intento de falsación sólo sobreviven aquellas teorías que mejor pueden resistir a los intentos de crítica; estas teorías son las mejor adaptadas en la lucha por la existencia y, por tanto, son las mejores. El caso de Toulmin es muy parecido. Una teoría científica tiene éxito en tanto en cuanto hay científicos dispuestos a defenderla. Ahora bien, en un mundo en competencia, donde los científicos no sólo compiten por alcanzar el conocimiento, sino también por alcanzar recursos económicos que les permitan llevar a cabo sus proyectos de investigación, sólo sobrevivirán aquellas teorías científicas cuyos defensores estén más capacitados para conseguir tales recursos. En este sentido, las teorías que sobreviven no son, necesariamente, las que son “más verdaderas”, sino aquellas cuyos defensores mejor saben desenvolverse en un mundo en competencia.

El segundo enfoque (denominado bio-epistemología o, también, epistemología naturalizada) no trata de explicar el modo en que se produce el cambio de teorías o el desarrollo del conocimiento usando la analogía evolucionista. Lo que pretende es averiguar las bases evolutivas de las capacidades perceptivas y cognitivas de los humanos, entre otros seres vivos. Por mucho que su historia sea también la historia de la separación mediante la cultura del suelo natural sobre el que se asentó su origen, los seres humanos no son extraños a la naturaleza. Como cualquier otro ser vivo son el producto de un proceso evolutivo de adaptación al medio; es decir, son el resultado de la selección natural que el ambiente ha ejercido sobre ellos a partir de las variaciones azarosas de su dotación genética. Y para los epistemólogos evolucionistas sus capacidades y mecanismos cognitivos no pueden ser considerados como algo aparte de este hecho natural.

Somos, no sólo en nuestro fenotipo, sino hasta en nuestras actividades simples o complejas, el efecto (y para algunos su mero medio de perpetuación) de las órdenes expresadas mediante un código genético ínsito en las moléculas de ADN que forman nuestros cromosomas. En la visión del ser humano que intenta fijar la epistemología evolucionista de corte naturalista, el hecho de que éste sea un animal cultural no lo hace menos dependiente de la biología, porque la cultura sólo es posible sobre la base de sus peculiaridades como animal, esto es, del hecho singular de que el hombre ha dispuesto de su inteligencia como el mejor instrumento de adaptación al medio. La tradicional oposición naturaleza/cultura sería, por tanto, una dicotomía falaz cuando se la presenta como una interacción de instancias divergentes o contrapuestas; pues las capacidades cognitivas que posibilitan y generan la cultura se han formado evolutivamente, y si son las que son y no otras posibles es porque la naturaleza determinó que era con esas y no con otras con las que teníamos mejores oportunidades de supervivencia y reproducción.

¿Por qué nuestro subjetivo e innato espaciamiento de cualidades se acuerda tan bien con los agrupamientos funcionalmente relevantes de la naturaleza, al punto de hacer que nuestras inducciones tiendan a resultar correcta? […]

Un cierto estímulo para el aliento lo hay en Darwin. Si el innato espaciamiento de cualidades de la gente es un rasgo fundado en una combinación de genes, entonces el espaciamiento que condujo a las inducciones de mayor éxito habrá tendido a predominar a través de la selección natural. Las creaturas que marran inveteradamente en sus inducciones tienen una patética, si bien encomiable, tendencia a morir antes de reproducir su género (Quine, W.v.O., La relatividad ontológica y otros ensayos, Madrid, Tecnos, 1986, pp. 161-2)

Konrad Lorenz, por su parte, pretende investigar la emergencia de los mecanismos cognitivos complejos como producto de presiones y constricciones evolutivas. Al final del proyecto encontraremos una historia natural del conocimiento que muestre la profunda unidad de todos los sistemas vivos como sistemas que almacenan y procesan la información del medio para preservar su propia estructura.

Konrad Lorenz señala que las ciencias biológicas del siglo XX han abierto un nuevo camino para la epistemología: el conocimiento debe considerarse como un fenómeno biológico producto de la evolución de los organismos. En el marco de la adaptación de los organismos a su medio, encuentran acomodo, según Lorenz, los problemas tradicionales de la epistemología normativa.

La perspectiva biológica nos lleva, según Lorenz, a una expansión del espectro de sistemas cognitivos más allá del complejo de categorías que ocupa tradicionalmente a la epistemología, que, tal vez, hayan caído en el pecado del provincianismo. Los organismos dotados de sistema nervioso central deben ser objeto de reflexión epistemológica, puesto que presentan los mismos problemas que el sujeto culturalmente maduro, implícito en la epistemología tradicional, y lo que es más importante, avanzan algunas posibles soluciones.

Los filósofos que defienden una epistemología evolucionista comparten, a pesar de sus diferencias, las siguientes tesis:

  1. Todos los sistemas vivos son sistemas negantrópicos que violan localmente el segundo principio de la termodinámica: preservan su propia estructura transformando la energía del medio. Hay una continuidad ontológica entre todos los seres vivos que permite considerarlos como procesadores de información.
  2. Los mecanismos propiamente cognitivos son sistemas funcionales producidos por la presión de la selección natural. La selección natural ha operado desarrollando una gradación de mecanismos de complejidad creciente, desde los tropismos, hasta el aprendizaje cultural.
  3. Hay una relación entre el desarrollo individual del organismo y la evolución de la especie a partir de tipos anteriores de organismos. El desarrollo individual está sometido a constricciones que derivan de los estadios de organización anteriores que dejan huella en la forma de organización de los sistemas cognitivos.
  4. La teoría de la evolución contiene elementos intrínsecamente normativos, como son los de eficacia biológica y adaptación sobre los que descansa la parte normativa de los conceptos epistemológicos.
  5. Discusiones tradicionalmente epistemológicas, como la presencia de elementos cognitivos a priori son analizables ahora empíricamente: cada especie tendría sus propios elementos a priori.

Dentro de la epistemología naturalizada la línea más vigorosa es la epistemología evolucionista, que ve al conocimiento humano como un resultado de un proceso darwiniano de adaptación al medio. El conocimiento científico no queda excluido de esta tesis general, y por ello los epistemólogos evolucionistas tienen a pensar en las teorías científicas como el resultado de un prolongado (y sofisticado) proceso de evolución cuyo origen está en la evolución natural.

La naturalización de la razón supone una nueva concepción filosófica del conocimiento humano que tuvo sus orígenes en las propuestas de Quine. En opinión de quienes defienden la epistemología naturalizada, la epistemología tradicional sigue planteando preguntas que no pueden responderse. Se trata de preguntas como las siguientes:

  1. ¿Cuáles son las bases, o los fundamentos últimos, de nuestras creencias sobre el mundo externo?
  2. Si los sujetos que conocen no tienen un acceso directo o inmediato al mundo externo, ¿cuales son los criterios bajo los cuales se puede decidir que tienen conocimiento del mundo externo, o que tienen creencias debidamente justificadas?

La manera usual de plantear esta última pregunta desde la epistemología tradicional, así como la forma en la que ésta sugiere que debe responderse, supone que los criterios son absolutos, válidos para todo sujeto en cualquier contexto, en cualquier tiempo y en cualquier lugar. La epistemología naturalizada, en cambio, niega que haya criterios absolutos, intemporales y omniaplicables de cientificidad. No existen fundamentos últimos ni criterios absolutos respecto al conocimiento científico. También niega que pueda buscarse una fundamentación externa a la ciencia:

Si reconocer que las ciencias y sus métodos ofrecen el mejor conocimiento que tenemos acerca del mundo, entonces lo que tenemos que preguntarnos no es cuáles son las condiciones a priori que han permitido esto, sino dar una explicación a posterior de cómo eso ha sido posible y por qué las ciencias y sus métodos se han desarrollado de la manera en que lo han hecho (Martínez, S., Olivé, L., Epistemología evolucionista, México, Paidós, 1997)

Ello equivale a decir que la filosofía de la ciencia es una reflexión a posteriori sobre la ciencia, y que debe tener en cuenta el carácter histórico de ésta.

Pero la propuesta de Quine iba más lejos, pues afirmaba que la epistemología tradicional debía ser abandonada, sustituyéndola por la investigación científica en torno al conocimiento humano, y en particular por la psicología.

Otro de los filósofos que más ha defendido la naturalización de la filosofía de la ciencia es P. Kitcher. Retomando la oposición entre la concepción heredada y la concepción semántica, el proyecto de Kitcher consiste en lo siguiente:

En lugar de pensar en la ciencia como una secuencia de teorías, y en las teorías como conjuntos de enunciados, ofreceré una descripción multifacética del estado de la ciencia en un momento dado. Además, trataré el crecimiento de la ciencia como un proceso en el que entidades biológicas cognitivamente limitadas combinan sus esfuerzos dentro de un contexto social. Poner firmemente al sujeto que conoce en el trasfondo de la discusión de los problemas epistemológicos me parece la marca de fábrica de la epistemología naturalizada. (Kitcher, P., The Advancement of Sciencie, Nueva York, Oxford University Press, 1993)

La filosofía naturalizada de la ciencia insiste mucho en la importancia que tienen el sujeto cognoscente y el modo en que dicho conocimiento surge y se transforma. Kitcher distingue entre los estados cognitivos y las prácticas de dicho sujeto, tanto en su fase de aprendizaje como cuando actúa como profesional. La ciencia no la hacen seres lógicamente omniscientes, sino sistemas biológicos con cierto tipo de capacidades y limitaciones. Por ello, hay que preguntarse por las características de dichos sistemas cognitivos, por sus cambios de estado, por sus limitaciones y por sus metas e intereses a la hora de investigar. En cuanto a sus prácticas, son muy diversas según los individuos, pero aun así hay algo común: el consenso sobre esas prácticas. Kitcher subraya la existencia de una fuerte componente social en la actividad científica, que se manifiesta en las prácticas de los diversos científicos.

La epistemología evolucionista mantiene tesis del tipo siguiente:

La teoría evolucionista del conocimiento toma de las ciencias biológicas noticia de que no sólo los órganos sensoriales, el sistema nerviosos central y el cerebro han surgido evolutivamente, sino también por supuestos sus funciones: visión, percepción, memoria, el conocer, el pensar, el hablar.

A partir de estas tesis, se aplica la teoría de la evolución para explicar la aparición del conocimiento científico. Hay dos grandes tendencias. La primera, defendida por Popper, Campbell y Toulmin, recurre a la metáfora evolutiva para explicar el cambio de teorías y compara las especies con las teorías (Popper) o las disciplinas (Toulmin). La segunda, defendida por Lorenz, Ruse y Vollmer, no se preocupa tanto del cambio de teorías, sino de las bases biológicas y evolutivas del aparato sensorial y cognitivo de los seres humanos. Estos últimos autores defienden la epistemología evolucionista, que es la variante más fuerte de la epistemología naturalizada. De acuerdo con ella, el sistema cognitivo humano es un producto de la evolución natural, por lo que los procesos y las capacidades cognitivas han de ser consideradas, en último término, como un resultado de la adaptación al medio. Ello tiene una consecuencia muy importante, que consiste en relativizar la validez del conocimiento sensorial directo.

Una epistemología que supusiera la percepción visual como verídica no sería compatible con el modelo evolucionista, a menos que tal epistemología fuera también compatible con la evolución del ojo desde una serie de estadios previos menos adecuados, hasta llegar a un gránulo de pigmento sensible a la luz (Campbell, D.T., “Evolutionary Epistemology”, en P. Schilpp (ed.), The Philosophy of Karl Popper, La Salle, Illinois, Open Court, 1974, pp. 413-463)

El lenguaje observacional ya no sólo depende de las diversas teorías e instrumentos científicos que implementan el aparato sensorial humano, sino que está sujeto a una dependencia mucho más originaria, que suele ser descrita por la teoría de la evolución. La base empírica común a los seres humanos de la que hablaban los neopositivistas, caso de existir, será relativa al proceso evolutivo de la especie humana y, por tanto, una consecuencia de complicados procesos adaptativos. Después de esto, difícilmente puede buscarse un fundamento para la ciencia en este tipo de conocimiento, a no ser que aceptemos el carácter evolutivo e histórico del mismo. La epistemología evolucionista ataca la línea de flotación epistemológica del empirismo lógico, y suscita el debate sobre el relativismo. ¿Cómo afirmar, después de esto, que el mundo es como lo percibimos?, ¿no habrá innumerables percepciones distintas de la naturaleza, tantas como especies vivas se han adaptado a ella?

Según Vollmer,

No hay ninguna ley natural (y tampoco ninguna ley de la teoría evolucionista del conocimiento) que afirme que la inteligencia y el conocimiento hubieran de surgir […] Pero la teoría evolucionista del conocimiento afirma que, bajo las condiciones iniciales dadas, el conocimiento humano ha surgido según leyes naturales. Ningún milagro fue necesario, ninguna intervención divina, ninguna lesión de las leyes de la naturaleza (Vollmer, K., Was können wir wissen?, Stuttgart, 1985, vol. I, p. 79)

Esto, en términos del programa estructura de filosofía de la ciencia, quiere decir lo siguiente: la teoría darwiniana de la evolución (ed) es universalmente ED-teórica, y desde luego es ED-teórica para la epistemología. Si para conocer las leyes naturales que rigen los procesos evolutivos hemos de recurrir obligatoriamente, como es el caso, a un sistema cognitivo cuya constitución ha estado regida por esas mismas leyes naturales que queremos determinar, entonces los conceptos básicos de la teoría de la evolución son T-teóricos para la epistemología y, en la medida en que la ciencia depende también del sistema cognitivo de los seres humanos, lo son también para todas las teorías científicas. Ello implica un reduccionismo evolucionista, reduccionismo que algunos autores han intentado suavizar:

En cuanto naturales, todos los elementos que integran el sujeto cognoscente, incluida por tanto la denominada “razón”, o bien son producto directo de la evolución biológica, o bien están indirecta pero originariamente determinados por ella. Como se ha observado, la teoría evolucionista del conocimiento afirma que sólo la capacidad cognitiva es producto de la evolución biológica, no sus adquisiciones; éstas son producto (directo), no de la evolución biológica, sino de la cultural. Frente a la acelerada movilidad de la evolución cultural, la biológica es prácticamente “invariable”; las diferencias entre las teorías de Aristóteles y Newton, Euclides y Riemann, no son pues explicables mediante la evolución biológica, y en este sentido tampoco mediante la teoría evolucionista del conocimiento, pero sí todas estas teorías en lo que concierne a las comunes condiciones reales de posibilidad (Pacho, J., ¿Naturalizar la razón? Alcance y límites del naturalismo evolucionista, Madrid, Siglo XXI, 1995, pp. 94-95)

La epistemología evolucionista ha sufrido fuertes críticas. Así, Thagard, en un artículo titulado “En contra de la epistemología evolucionista”, describía a ésta así:

El modelo neodarwiniano de la evolución de las especies consiste en la teoría de Darwin de la selección natural sintetizada con la teoría de la genética del siglo XX. Los ingredientes centrales del modelo neodarwiniano son la variación, la selección y la transmisión. Las variaciones genéticas que ocurren en una población son el resultado de mutaciones y de combinaciones mixtas de material genético. Los individuos participan en una lucha por la existencia basada en la escasez de comida, territorio y posibilidades de apareamiento. Por ello, es más probable que los individuos con variaciones que les confieren cierto tipo de ventaja ecológica sobrevivan y se reproduzcan. Sus características valiosas se transmitirán genéticamente a sus descendientes.

La epistemología evolucionista presta atención al hecho de que la variación, la selección y la transmisión son también características del crecimiento del conocimiento científico. Los científicos generan teorías, hipótesis y conceptos; sólo algunas de estas “variaciones” se consideran como avances respecto a ideas ya existentes, y éstas son “seleccionadas”. Las teorías y los conceptos seleccionados se transmiten a otros científicos por medio de revistas especializadas, libros de texto y otros recursos pedagógicos. Las analogías entre el desarrollo del conocimiento y el desarrollo de las especies son ciertamente sorprendentes, pero sólo en un nivel superficial. Trataré de demostrar que la variación, la selección y la transmisión de las teorías científicas difiere significativamente de sus contrapartidas en la evolución de las especies (Thagard, P., “En contra de la teoría evolucionista” en Martínez y Olivé, o.c., pp. 285-286

A continuación Thagard considera la primera componente teórica de los modelos darwinianos, la variación, y afirma:

Las unidades de variación en las especies son los genes, y la variación se produce por errores en el proceso mediante el cual los genes se replican. Puesto que los cambios en los genes generalmente son independientes de las presiones ambientales en el individuo, suele decirse que la variación genética es fortuita […] A diferencia de la variación biológica, la variación conceptual depende de las condiciones ambientales […] las innovaciones científicas son diseñadas por sus creadores para resolver problemas reconocidos […] es también común que los científicos busquen nuevas hipótesis que corrijan los errores en ensayos previos […] Así, la generación de las unidades de la variación científica no tienen ninguna de las tres características de la ceguera que Campbell describe como distintiva de la variación evolucionista (o.c., pp. 286-287)

Con respecto al problema de la selección natural y de la selección de propuestas científicas, Thagard afirma:

Las diferencias entre la selección epistemológica y la biológica surgen del hecho de que la selección de teorías es llevada a cabo por agentes intencionales que trabajan con un conjunto de criterios, mientras que la selección natural es el resultado de tasas diferenciales de organismos que transmiten genes adaptativos. La naturaleza selecciona, pero no de acuerdo con determinados criterios generales. La naturaleza es totalmente pragmática, favorece cualquier formación que sirva a un ambiente determinado […] En contraste con lo anterior, la selección de teorías y conceptos ocurre en el contexto de una comunidad de científicos con fines definidos. Estos fines incluyen encontrar soluciones a problemas, explicar hechos, alcanzar la simplicidad, hacer predicciones precisas, etc. (o.c., pp. 289-290)

En resumen: en la evolución biológica no hay progreso, mientras que en la científica sí. Por tanto, la segunda componentes de los modelos dawinianos tampoco se adecua a las peculiaridades de la evolución de la ciencia.

Por último, compara la transmisión biológica y la epistemológica:

Un gen benéfico se replica en miembros específicos de una población, pero una teoría exitosa se distribuye inmediatamente a la mayoría de los miembros de la comunidad científica. La preservación se hace mediante publicaciones y pedagogía, y no por un proceso que se asemeje a la herencia. La diseminación de teorías exitosas es mucho más rápida que la diseminación de genes benéficos (o.c., p, 291)

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