Tema 3. La comunicación humana y el lenguaje: lenguaje natural y lenguajes formales

Tema 3. La comunicación humana y el lenguaje: lenguaje natural y lenguajes formales

1. Comunicación y comunicación humana

De las innumerables definiciones de comunicación, la del American College Dictionary goza de bastante amplitud. Comunicar es “formular o intercambiar pensamientos, opiniones o información de palabra, por escrito o a través de signos”.

Cualquiera que sea la definición elegida precisará de observaciones clarificadoras que puntualicen:

a. Que la comunicación no es una faceta incidental de la vida, sino una función continua y esencial.

  1. Que, por tanto, no siempre es consciente, ni racional

c. Que, biológicamente hablando, el estudio del origen y evolución de la comunicación no se restringe a la capacidad de producir y entender palabras significativas. Hay comunicación animal y comunicación no verbal.

Leibniz sostenía que las mónadas que constituyen el universo no se comunican entre sí. Estas sustancias simples actúan sincronizadamente como relojes automáticos que marcan siempre la misma hora. Basta postular que cada mónada es un microcosmos, es decir, contiene toda la información del universo y que, por una suerte de armonía preestablecida, ejecuta su propia danza, impulsada por su dinamismo interno sin la menor referencia al entorno. De este modo, solucionaba Leibniz el problema cartesiano de la influencia recíproca o interacción entre alma y cuerpo, en cuyos términos se entendió clásicamente el problema de la comunicación de las sustancias.

Newton, en cambio, elevó el principio de acción y reacción a la categoría de axioma fundamental de la mecánica: “las acciones mutuas de dos cuerpos son siempre iguales y dirigidas en sentidos contrarios”. El esquema acción/reacción, estímulo/respuesta, dominante durante dos siglos, redujo el problema de la comunicación a su dimensión física y mecanicista más elemental. Comunicación venía a ser todo intercambio o interacción entre dos cuerpos. Cuando los cuerpos son organismos vivos, el proceso de interacción se hace más complejo, pero obedece a la misma categoría trascendental, como vio Kant, al subsumir el principio de acción y reacción bajo la categoría relacional de comunidad.

Estas contribuciones clásicas ponen las bases del tratamiento de la comunicación que actualmente llevan a cabo con gran precisión técnica la teoría de la información de Shannon y la Cibernética de Norbert Wiener:

Hemos decidido llamar a toda la materia referente al control y teoría de la comunicación, ya sea en la máquina o en el animal, con el nombre de Cibernética… El nuevo estudio de los autómatas, ya sean mecánicos o de carne, es una rama de la ingeniería de la comunicación y sus nociones cardinales son las de mensaje, cantidad de perturbación o “ruido” -un término tomado del ingeniero de teléfonos-, cantidad de información, técnica de la codificación y así otras más. En tal teoría tratamos de autómatas efectivamente acoplados al mundo externo, no meramente por su flujo de energía, su metabolismo, sino también por su flujo de impresiones, de mensajes que llegan y de las acciones de mensajes que salen (N. Wiener, Cibernética, pp. 41, 83-84)

La perspectiva interdisciplinar de la Cibernética trata de conciliar el dinamismo monadológico de Leibniz con el mecanicismo interactivo de Newton mediante el uso de la mecánica estadística de Gibbs. Gracias a esta síntesis se ha podido definir la comunicación como un sistema en el que hallan implicados tanto el emisor como el receptor. Aunque frecuentemente el esquema clásico de la comunicación de Shannon y Weaver suele referirse al importante campo de la comunicación oral, sus resultados pueden aplicarse con igual rigor a la música, la fotografía, al cine y a la televisión. El propio Weaver ensalza el valor general de la teoría matemática de la comunicación en los siguientes términos:

Es una teoría tan general que no se necesita fijar qué clase de símbolos se están considerando -si se trata de letras escritas o palabras, notas musicales, palabras habladas, música sinfónica, o cuadros. La teoría es suficientemente profunda como para que las relaciones encontradas se apliquen indiscriminadamente a estas y otras formas de comunicación. Esto significa, en efecto, que la teoría está lo suficiente e imaginativamente motivada como para entrar en el mismo núcleo del problema de la comunicación; y que las relaciones básicas planteadas se mantienen, en general, con independencia de la forma especial de comunicación de que se trate (Teoría matemática de la comunicación, p. 40)

Los elementos que conforman el sistema de comunicación pueden representarse simbólicamente de la siguiente manera:

En el caso paradigmático de la comunicación lingüística suele entenderse que el emisor actúa como la fuente de información que selecciona el mensaje deseado entre una serie de posibles mensajes. Puesto que el emisor es un hablante, los mensajes se entenderán en términos de intenciones y conceptos y las señales como sonidos articulados, que se transmiten en forma de ondas acústicas a través del canal que es el aire. La comunicación no es nunca directa y, por tanto, el mensaje ha de ser cifrado y después descifrado. El cifrado recibe el nombre de codificación, porque el emisor debe elegir el código más adecuado para el mensaje que quiere transmitir, código que no es arbitrario ni inventado sobre la marcha, sino que debe ser aceptado por los actores de la comunicación. Los idiomas naturales son códigos, pero existen otros muchos códigos de comunicación según la forma (acústica, eléctrica, óptica) que deban tomar las señales.

En el curso de la comunicación, el mensaje puede ir cambiando de forma, y tales cambios deben ser ejecutados por los distintos transmisores. En el lenguaje oral, se considera al cerebro (o a la mente) como la fuente de información emisora, el transmisor es el mecanismo de la voz que produce variaciones de presión sonora (señal) que se transmiten por el aire; pero si hablo por teléfono se requiere un nuevo transmisor que convierta la presión sonora de la voz en una corriente eléctrica variable.

El receptor puede considerarse como el mecanismo inverso del transmisor, pues transforma odecodifica la señal transmitida, convirtiéndola en un mensaje inteligible para el destinatario. Cuando la comunicación se produce cara a cara interviene siempre un mecanismo de retroalimentación o de feed-back: el emisor regula continuamente su mensaje según las señales de comprensión que manifieste el destinatario. Este proceso de autorregulación no siempre es directo e inmediato; en cualquier caso, controla también las interferencias posibles o ruidos que inciden sobre el canal y de otros factores que obstaculizan la comunicación, como defectos en el aparato fonador (codificación), deficiencias auditivas (decodificación), cerebrales o desconocimiento del código por parte del destinatario.

El esquema de Shannon y Weaver goza de tal generalidad que puede aplicarse a cualquier tipo de comunicación. Desde el punto de vista de la teoría matemática de la comunicación sólo interesan, sin embargo, tres niveles relevantes según el tipo de problemas técnicos que planteen. Warren Weaver los denomina respectivamente problema técnico de precisión, problema semántico de significado, problema de influencia o de efectividad.

Estos tres niveles pueden coordinarse fácilmente con las dimensiones del lenguaje distinguidas por Morris: sintaxis, semántica y pragmática.

Desde el punto de vista de la naturaleza de los sistemas de comunicación existen, por lo menos, cuatro planos diferentes de análisis, que han dado lugar a diferentes áreas de investigación:

· Plano intraorgánico: procesos que tienen lugar dentro de un organismo, como la recogida y elaboración de información biológica, psicológica, etc. En este sentido se habla de código genético, ARN-mensajero, etc. El esquema de Shannon puede usarse en este contexto para construir la imagen mentalista y espiritualista asociada a los procesos de reflexión.

· Plano interorgánico: procesos lingüísticos o psicológicos entre diferentes organismos. En el proceso lingüístico de comunicación se origina una situación concreta en la que intervienen un yo (emisor) y un tú (destinatario)

· Plano organizacional: procesos de comunicación institucionalizados, sistema de datos del mundo circundante de carácter más o menos interpersonal, etc. Lèvi-Strauss ofrece en suAntropología estructural una clasificación de tres tipos de intercambio o comunicación que se mantienen en este plano: 1) la comunicación de bienes materiales en y por el sistema económico; 2) la comunicación lingüística de mensajes en y por el sistema de la lengua; y 3) la comunicación parental o intercambio de mujeres en y por el sistema de parentesco

· Plano tecnológico: equipo, aparatos y programas establecidos para generar, almacenar, elaborar, transmitir, distribuir, etc., datos: la teoría de la información de Shannon y Weaver se mueve preferentemente en este plano, que traspasa e interfiere con los otros tres planos.

1.1 Funciones básicas de la comunicación

Dejando aparte los planos intraorgánico y tecnológico de la comunicación, cuyo carácter límite se pone de manifiesto porque, en el primero, emisor y destinatario se identifican sustancialmente y en el último, porque el destinatario sólo ocasionalmente puede convertirse en emisor (si está provisto de la tecnología adecuada), distinguimos dos funciones en la comunicación de todo organismo:

  1. Función adaptativa al medio circundante de objetos, y
  2. Función modificadora de la conducta de otros organismos.

En el plano interorgánico o intercomunicacional cada una de estas funciones se desdobla en otras dos, a saber:

I. Función informativa: los sistemas vivos sólo tienen cierta viabilidad en sus entornos en la medida en que disponen de medios adecuados para adquirir y procesar información sobre sí mismos y sobre aquellos (a).

II. Función integrativa: acumulativa o autoorganizativa de los mensajes de los entornos. Se necesita para mantener el equilibrio y la estabilidad. Los mecanismos de feed-backjuegan aquí un papel básico (a).

III. Funciones de mando e instrucción: características de las relaciones jerárquicas entre superior-subordinado y más patentes en las organizaciones formales (b).

IV. Funciones de influencia y persuasión: características de las relaciones interpersonales a cualquier nivel, pero también de la política, la publicidad o la oratoria (b).

En todas estas funciones comunicativas predomina la dimensión pragmática. Las señales utilizadas en la mayor parte de las situaciones de comunicación animal cumplen con todo rigor estas funciones generales. Por ejemplo, cuando un individuo de una manada de gacelas percibe un peligro, huye, no sin antes emitir una señal que pone al resto de los animales sobreaviso y huyen en la misma dirección.

Los aspectos pragmáticos se ponen más de manifiesto aún cuando se reparan en las cualidades que la teoría de la información exige a toda buena comunicación:

i. Efectividad: definida por el valor de los recursos que cada participante aporta al encuentro comunicativo y el compromiso relativo de uno respecto a la labor conjunta. Influye en la comunicación la habilidad “del emisor para comunicar”, pero también la receptividad del destinatario, las actitudes recíprocas de ambos agentes, el interés conferido al mensaje, elnivel de conocimiento del emisor y su posición en el nicho ecológico o en el sistema sociocultural.

ii. Economía: exigida por nuestra limitada capacidad para almacenar y procesar datos. La inversión de tiempo y energía deben ser adecuados a los objetivos del acto comunicativo. Para calcular la rentabilidad de un sistema de comunicación es preciso tomar en cuenta variables cuantitativas, tales como cantidad de información, velocidad de transmisión, etc.

iii. Eficacia: como determinante final de la viabilidad de sobrevivir del sistema de comunicación. Desde el punto de vista de la eficacia sólo interesa el resultado final, el éxito. Por tanto, un sistema eficaz no es necesariamente económico, ni efectivo o eficiente. Mientras la eficiencia combina eficacia con economía, la eficacia atiende casi exclusivamente al destinatario. En función del resultado deseado el emisor elige el código y selecciona el mensaje, el transmisor formatea el mensaje de la manera más adecuada y se activan al máximo los mecanismos de retroalimentación y control. Pero el éxito en el intercambio de mensajes puede conllevar mucho esfuerzo, sobre todo, cuando la disonancia cognoscitiva es muy grande y la comunicación pasa por la formación de un código común.

A modo de ejemplo, puede ensayarse el análisis del proceso educativo en términos de estas cualidades mínimas. La eficacia se consigue a base de muchas repeticiones, la rentabilidad es escasa y la efectividad debe correr la inmensa mayoría de las veces a cuenta del profesor-emisor. La razón estriba en que el proceso de comunicación educativo debe acometer la tarea supletoria de conformar un código común capaz de superar el particularismo asociado a los códigos individuales o grupales.

1.2 Características específicas de la comunicación humana.

Idealmente, la comunicación se perfecciona cuando se consigue una identidad de código entre emisor y destinatario; pero tal identidad sólo puede garantizarse plenamente cuando las señales que conforman el código son inequívocas, es decir, se corresponden unívocamente con los elementos cognoscitivos codificables y, sobre todo, cuando el conjunto de señales es completo. Inequivocidad y completud son, sin embargo, condiciones difícilmente alcanzables por los lenguajes naturales, siempre redundantes, ambiguos y abiertos a expansiones significativas insospechadas. De ahí que los códigos más perfectos desde este punto de vista sean los formalizados. Pero Gödel ha demostrado que ningún sistema formal lo suficientemente potente como para representar la aritmética elemental es completo. Esta limitación no pone veto a la racionalidad, pero sí al viejo sueño de Leibniz, incorporado por la cibernética, de construir a priori una characteristica universalis, una lingua franca o cósmica, cuyo rigor y exactitud sean tan perfectos que reduzcan la comunicación a una cuestión de cálculo. Por esta vía se llega en el límite, como ya vio Leibniz, a la incomunicación de las sustancias.

Dos cuestiones conectadas afloran a propósito de la posibilidad de construir una lengua universal en relación con la comunicación efectiva:

a. La necesidad de postular trascendentalmente una comunidad de comunicación ideal siempre que se utilicen argumentos racionales, que, aunque sólo sea hipotética y contrafácticamente, pretenden ser universales, en tanto no se realice de hecho la emancipación de la humanidad de sus condiciones de servidumbre, tal como se señala en la pragmática trascendental de Apel y Habermas.

b. El carácter precario, e incluso contradictorio, que la realización efectiva de una lingua cósmica conlleva, porque, como reflexiona el monje Adso a propósito del estrafalario Salvatore, tal lenguaje debería ser a la vez todos y ninguno:

-¡Pemitenciágite! ¡Vide cuando draco venturus est a rodegarla el alma tuya! ¡La mortz est super nos! ¡Ruega que vinga lo papa santo a lierar nos a malo de tutte las peccata! ¡Ah, ah, vos pladse ista nigrmancia …! ¡Et mesmo jois m’es dols y placer m’es dolors …! ¡Cave il diablo! Semper m’aguaita en algún canto para adentarme las tobillas …

… El fragmento anterior, donde recojo (tal como las recuerdo) las primeras palabras que le oí decir, dará, creo, una pálida idea de su modo de hablar. Cuando más tarde me enteré de su azarosa vida y de los diferentes sitios en que había vivido, sin echar raíces en ninguno, comprendí que Salvatore hablaba todas las lenguas, y ninguna. O sea, que se había inventado una lengua propia utilizando jirones de las lenguas con las que había estado en contacto … Y en cierta ocasión pensé que la suya no era la lengua adámica que había hablado la humanidad feliz, unida por una sola lengua, desde los orígenes del mundo hasta la Torre de Babel, ni tampoco la lengua babélica del primer día, cuando acababa de producirse la funesta división, sino precisamente la lengua de la confusión primitiva. Por lo demás, tampoco puedo decir que el habla de Salvatore fuese una lengua, porque toda lengua humana tiene reglas y cada término significa ad placitum una cosa, según una ley que no varía, porque el hombre no puede llamar al perro una vez perro y otra gato, ni pronunciar sonidos a los que el acuerdo de las gentes no haya atribuido un sentido definido, como sucedería si alguien pronunciase la palabra “blitiri”. Sin embargo, bien que mal, tanto yo como los otros comprendíamos lo que Salvatore quería decir. Signo de que no hablaba una lengua sino todas, y ninguna correctamente, escogiendo las palabras unas veces aquí y otras allá (Umberto Eco, El nombre de la Rosa, pp. 46-47)

Los rasgos atribuidos a la buena comunicación colocan a los lenguajes naturales humanos en algún punto intermedio entre los lenguajes animales y los lenguajes de máquina. Las divisorias que flanquean esta doble oposición (animal/humano, humano/máquina) han sido objeto, sin embargo, de múltiples controversias en los últimos tiempos: ¿Existen lenguajes animales propiamente dichos? Puede pensar una máquina? Sin entrar de momento en la difícil relación entre pensamiento, lenguaje y realidad, vamos a plantear la cuestión en términos de los códigos utilizados para traducir aquello que se quiere comunicar.

La línea divisoria en la evolución de la comunicación se halla entre el hombre y los restantes diez millones de especies de organismos. Las diferentes especies animales utilizan complejos sistemas de señales que les sirven para comunicarse intraespecíficamente. Etólogos y sociobiólogos suelen clasificar estos códigos según la importancia relativa de los canales sensoriales (químicos, visuales, acústicos, etc.) implicados en el proceso de comunicación.

Tomando como referencia nuestro sistema verbal, podemos definir los límites de la comunicación animal en términos de las propiedades que raramente o nunca se presentan. Así puede decirse que mientras los sistemas de comunicación animal son innatos, el lenguaje humano es adquirido. Esta primera diferencia no excluye, sin embargo, ni la posibilidad de aprendizaje de nuevos códigos ni la ampliación de señales por parte de los mamíferos superiores, con lo que la diferencia parece más de grado que de especie. Además, no puede olvidarse que los hombres están dotados de competencias innatas.

Una segunda diferencia, ligada con la anterior, reside en el hecho de que los lenguajes espontáneamente utilizados por los animales suelen poseer carácter mímico, mientras el habla humana posee siempre carácter articulado. Las señales integrantes de código mímico son ciertamente plurales, pero se reiteran de una manera fija y estereotipada por parte de todos los especímenes con posibilidades de pervivencia y perpetuación. El lenguaje articulado, propiamente humano, no sólo comporta numerosos fonemas debidos a las modificaciones de forma de las regiones faringobucales, sino la capacidad de combinar de forma innovadora esas capacidades innatas. Lo realmente único del lenguaje humano (incluido el de los sordomundos) es el gran número de palabras significativas aprendidas en un contexto cultural y el potencial para crear otras nuevas que designen cualquier número de objetos adicionales y de relaciones novedosas.

Una tercera diferencia hace alusión al carácter concreto y situacional de la comunicación animal frente al potencial simbólico y abstracto del lenguaje humano. Pavlov hablaba de segundo sistema de señalización para marcar esta diferencia; en el reflejo condicionado el sonido de la campanasignifica para el perro la presencia inminente del alimento. La palabra, en cambio, es una señal de señales que sustituye a los objetos, es un estímulo especial integrado en una estructura social de comunicaciones que da lugar al pensamiento. Porque la palabra no es sólo una señal compleja, sino un símbolo, que, como señala Cassirer, forma parte de una estructura sistemática enormemente compleja, que abarca desde la capacidad representacional hasta la proyección hacia el futuro. Gran parte de la educación humana se basa en condicionamientos donde las señales sustituyen a los objetos hasta alcanzar un nivel en el que van apareciendo palabras que no designan objetos concretos. El hombre aprende de este modo a pensar mediante la apropiación progresiva de señales socialmente codificado en su cultura.

Por último, suele destacarse la recursividad heurística asociada al lenguaje humano, frente a la mera recursividad mecánica que las conductas animales presentan. Como señala Chomsky, cualquier persona puede formar una frase que nadie haya empleado antes; más aún, tal creatividad aparece desde muy temprano como una característica diferenciadora de los especímenes humanos.

El hombre, a su vez, en las sociedades complejas actuales, ha incrementado su capacidad de comunicación gracias a los portentosos avances tecnológicos de la ingeniería electrónica. Eso ha posibilitado la construcción de sistemas de comunicación autorregulados, que interactúan y se comunican sin intervención humana, salvo en las fases iniciales y terminales del proceso. Aún siendo productos tecnológicos de la actividad humana, estos sofisticados sistemas de comunicación maquinal han alcanzado así un determinado grado de autonomía, que los diferencia de la comunicación específicamente humana. Suele decirse que son más perfectos, porque son sistemas cerrados, cuya combinatoria excluye las ambigüedades de la polisemia. Los signos que utilizan carecen de equivocidad y están diseñados artificialmente para cumplir cometidos específicos. De ahí que los contenidos semánticos que incluyen, los objetos a los que se refieren, tienen que estar de algún modo dados de antemano.

Frente a ello, el lenguaje humano no es perfecto, sino infecto. Los objetos del mundo se construyen a través de la actividad práctica humana in fieri, siempre abierta, y nunca cancelada definitivamente. De ahí su riqueza y su superioridad, que se manifiesta en el hecho de que hayan sido los hombres quienes han construido los lenguajes artificiales de las máquinas y no al revés.

1.3 Evolución histórica del concepto de “comunicación”

El problema filosófico de la comunicación salta, como tal, a la escena filosófica con la llegada del existencialismo y la filosofía dialógica, en virtud del enfrentamiento crítico de estos movimientos con la tesis moderna, tanto racionalista como empirista, del aislamiento o separación, consustancial al hombre, respecto del ser (el problema del solipsismo), lo que vuelve problemático todo contacto entre mi yo y el yo de los otros.

Sören Kierkegaard pone el énfasis en la exclusividad personal, no hay una apuesta posible por una comunicación eficiente. Kierkegaard parece que quiere un acceso directo a la divinidad. La grandeza humana (sobrehumana) no la encuentra en el estadio estético, ni en el ético, sino en el religioso. La comunicación con los otros, sus iguales, de la que no participa, le hubiera parecido un acto de claudicación. A fuerza de enfatizar en la indeterminación de la persona, de su irreductibilidad, en la equivalencia de la libertad y existencia persona, no se considera que nadie colabore con él en su propia construcción. Era una interioridad que quería ser exageradamente divina y aun sin el atajo de la mística, bloqueada en la soledad titánica, acompañada de temor, temblor, angustia y pecado.

Para Gabriel Marcel, el mundo auténtico de vida humana es la comunicación, es la posibilidad suprema. Desde mi aquí y mi ahora, con sus determinaciones y sus relaciones que me dan mi “yo soy”, el núcleo de referencia subjetiva de la existencia, se sigue avanzando en una escala de participación hacia la comunicación. Esta participación comunitaria se realiza siempre con otros. Participar es sentir la comunidad, comunicarse es conocer, y ser es la comunión en este orden progresivo, abierto y autoalimentado. Sentir ya es recibir mensajes participativos de otros que se sienten desde su ser abierto. Sintiendo y reconociendo se puede ser mas, abrirse a la comunión por el amor y el misterio. Si el otro oye mis palabras, pero no me oye a mí mismo, no hay comunicación: yo soy un extraño. Si el otro lo siento presente, me renueva interiormente, es una presencia reveladora de ser, y el ser es creación abierta, misteriosa. Hay que estar asentado en la esperanza y abierto al misterio. Una aureola de misterio custodia lo esencial. Entrar en él es la salvación. La comunicación se produce por una constante participación en el sentido de “tomar parte” y “dar parte” de ser, siempre abierta, siempre posible, siempre sin completar, siempre sin saberse del todo, pues tiene como límite la verdad innegable del misterio, en la que la persona se encuentra siempre empeñada desde la inmediatez de la existencia. La comunicación forma, con el “yo mismo” y mi “historia”, uno de los tres componentes de la existencia. Si la existencia tiene una posibilidad empírica de ser (yo soy igual que cualquier hombre), y una posibilidad libre, autogestionada, de ser (yo soy persona), la comunicación es también empírica y existencial.

El Dasein, el existente, no supera en Heidegger su realidad egoísta y cerrada, si bien es muy consciente de la presencia acompañante de los otros. La existencia auténtica, solipsista y aniquiladora, no incluye la comunicación, pero sirve para reflexionar y entender el ser en sí mismo. Los “inauténticos”, los impersonales, los del “se” (se sabe, se dice, se conoce), tal vez vivan en una incierta aparente comunicación, pero no entienden del ser. No puede haber comunicación en el límite de la nada. El empeño que pone en la apertura a la muerte como posibilidad suprema en la autenticidad, hacen inviable o difícil que el “estar-con-los-otros” sea un modo de comunicación con ellos, y no pasa de ser una preocupación: ayudar, defender, alimentar… El hombre de existencia auténtica es el hombre sin comunicación con los otros hombres.

En Sartre, el “ser-para-otro” o se apropia del otro (y lo convierte en “ser-para-sí: sadismo), o se convierte a sí mismo en “ser-para-sí” para el otro (haciéndose objeto de posesión para el masoquista: masoquismo). El sádico dice “te quiero objeto para mí”; y el masoquista dice: “yo quiero ser objeto para ti, como tú quieres”. No hay comunicación, si los dos a la vez no siguen siendo sujeto en el encuentro: la mirada cosifica al otro. En Sartre estaríamos ante una comunicación reduccionista, unilateral, igual que en Heidegger nos encontrábamos ante una comunicación ensimismante y angustiosa. La indiferencia hacia el prójimo consiste en mirar la mirada ajena y construir mi subjetividad sobre el derrumbe de la ajena. La mirada inmoviliza al otro, que es el infierno. El otro en Sartre acrece mi solipsismo, y cuando se le desea al otro es para reducirlo a objeto personal o que él me anonade. El camino de ida y vuelta al pleno acceso del otro no es posible, la comunicación no se cumple.

La comunicación entre personas en Max Scheler puede darse como comunidad psíquica y vivencial en que se percibe al otro; o como relación entre sujetos que se observan y razonan por analogía; y como vinculación interpersonal a la que corresponde la comprensión mutua. Esta vinculación interpersonal va desde la fusión afectiva, corporal, al amor espiritual, pasando por el sentimiento común, la simpatía que compadece y la filantropía que ama.

En Martín Buber lo más destacado es la importancia suprema, constitutiva, que da al diálogo comunicativo entre interlocutores vueltos mutuamente el uno hacia el otro, expresándose sin reservas y libres de toda voluntad de aparentar o parecer. La palabra segregada por este encuentro del yo y el tú es sustancial, nace de una hondura esencial y se abre a la presencia, al conocimiento y a Dios.

Para Ferdinand Ebner y D. von Hilebrand la comunicación es un salir de la soledad del yo hacia el tú por el habla, por el mero contacto, que permite percibir existencia mutas; por la unión de quienes buscan una convivencia y un conocimiento reales; y por la unificación propia del verdadero amor en que desaparece la resistencia mecánica del “yo-tú” para entrar en el nosotros.

La comunicación sólo es posible, según Mounier, desde la presencia disponible del yo hacia el otro y con el otro. La comunicación es la caridad ontológica; don de sí, es la experiencia fundamental de la persona, la cual no se anula, sino que se enriquece en ser, se crea en ella. Es el primer hecho personal y única realidad auténticamente comunicable. En la comunicación me realizo y me doy como persona, creo y me crean, crezco y rece la comunidad, pues la persona sólo existe proyectada hacia otra y recibiendo la proyección de ésta. La comunicación permite la salida de uno mismo y la experiencia del otro como persona. El límite creciente de la comunicación es la comunión total de las personas realizadas en el amor: amo, luego el ser es, y la vida mía se extiende y crece y vale la pena de ser vivida. Es una explosión de sí, para asumir al otro en su destino, y es comprender y ser comunitario.

En Jaspers la comunicación es limitada, imprevista, arriesgada, liberadora, posible. Se da sólo desde la conciencia existencia, no meramente empírica. Es la gran posibilidad que pone al otro ahí enfrente de mí, como espejo, en una situación límite, de igual a igual conmigo. Jaspers entiende que ahí se nos abre la puerta de la comunicación como posibilidad. La comunicación se realiza con el mundo material de la persona a la materia con fines de aprovechamiento o dominio; con las otras personas y con uno mismo; y la comunicación tiene lugar también entre las personas y el absoluto divino. Ello exige la fe, la apertura al misterio. Esta comunicación como posibilidad cierta, implica siempre en cada persona conocimiento, apertura y aceptación radicales y una tarea creadora constante. Para que la comunicación se realice debe salir de sí la persona, debe hacerse disponible para el otro, sin dejar de ser persona, situarse en su punto de vista, comprenderlo; debe instaurar la gratuidad, la generosidad sin esperanza de reciprocidad.

McLuhan analizó la comunicación en función de los medios de comunicación; para él lo fundamental en la comunicación humana no es el significado ni la información mismo, sino el medio de comunicación, o la estructura propia del medio, que impone las condiciones en que se lleva a cabo la información. Él ha hecho célebre la frase the médium is the message, que resume su tesis y que completa afirmando que the médium is the masaje (masaje, “manipulación”, realizar con las manos).

McLuhan distingue dos grandes épocas de la historia de la comunicación:

1. La primera de ellas, la época moderna, comienza con la imprenta, y da origen a lo que puede llamarse la galaxia Gutemberg, y dentro de ella, al hombre Gutemberg. Se trata del hombre tipográfico, lógico, racional, disciplinado, vacío de expresiones imaginativas, productivo, eficaz y mecánico.

2. La segunda época, la contemporánea, corresponde a la aparición de los nuevos mass-media, o medios de comunicación de masas, que a su entender abarcan desde la electricidad hasta los nuevos medios electrónicos. Se trata del hombre de la aldea global, propio de esta época, vuelve a un estadio de comunicación anterior, visual y simultánea, al que impuso la mera lectura individualizada (de comunicación abstracta de uno solo con lo ausente), y que se aproxima más al del estadio prelógico del hombre, o al hombre tribal, cuando la comunicación se llevaba a cabo con la palabra directa y simultánea de los interlocutores y sus gestos. Según McLuhan, la cultura del libro impreso habría privado al hombre de la experiencia de la comunicación comunitaria, hecha mediante todos los sentidos, que puede realizarse precisamente en la aldea global de las comunicaciones actuales.

2. El lenguaje

El lenguaje tiene tres grandes funciones: expresión, cognición y conación. En la expresión lo fundamental es la traducción de emociones y necesidades; en la cognición, la aprehensión de la realidad; y en la conación la acción sobre otro. Pero las tres están muy relacionadas. Aparte de estas funciones principales el lenguaje tiene otras, consideradas como secundarias, como la fática, la lúdica (o poética) y la metalingüística.

Piaget habla de un lenguaje egocéntrico, frente a uno socializado. En el primero es poco importante el receptor, se realiza para uno mismo y priman las funciones expresiva y cognitiva sobre la comunicativa. En el socializado resulta fundamental la transmisión de la información, se adapta al contexto y al interlocutor. Las órdenes, ruegos, amenazas, preguntas y respuestas son ejemplos de lenguaje socializado. Piaget mantenía que el lenguaje del niño es fundamentalmente egocéntrico y que, poco a poco, se va abriendo a los demás. En su opinión, el lenguaje egocéntrico ocupa al principio más del setenta y cinco por ciento del total, a los tres años se reduce al cincuenta y a los siete cae por debajo del veinticinco. Piaget interpretaba este hecho como un proceso de descentración que va implicando cada vez más reciprocidad en los intercambios.

Para Vygotski el lenguaje surge como comunicación con los demás y sólo después, cuando se ha dominado su control, puede servir para hablar con uno mismo. La oposición entre los dos autores tiene que ver con su idea de la relación entre lenguaje y pensamiento. Según Piaget, el pensamiento es anterior al lenguaje, por lo que primero pensamos, hablamos con nosotros, y posteriormente lo hacemos con los demás. En opinión de Vygotski, el lenguaje se desarrolla con fines comunicativos antes que el aspecto intelectual.

2.1 La adquisición del lenguaje

2.1.1 Conductismo e innatismo

Skinner defiende que el lenguaje se adquiere mediante refuerzos y condicionamiento. No podemos olvidar que el niño aprende en un determinado ambiente: un niño no hablaría y preguntaría indefinidamente si no obtuviera respuestas o se le castigase. Los niños emiten una serie de sonidos que no producen reacción por parte de quienes les rodean. En cambio, cuando dicen “papá” o “mamá”, pueden apreciar una respuesta muy gratificante, lo que hace que vuelvan a repetirlo, mientras van dejando de emitir aquellos sonidos que su familia no identifica como propios de su lengua. Esto es lo que hace que el niño termine empleando las palabras de un idioma y no de oro.

Para Chomsky, el lenguaje es innato, puesto que se despliega paulatianmente en el niño hasta que se fija. Chomsky considera que tenemos una estructura gramatical, de carácter mental, que condiciona el desarrollo del lenguaje. Es evidente que el equipamiento genético de los seres humanos posibilita la adquisición del lenguaje.

Chomsky argumenta que el sistema de refuerzos no explica nuestra capacidad innovadora: somos capaces de construir frases que no hemos oído y de comprender algunas absolutamente extrañas. Parece que son sólo reaccionamos frente a estímulos físicos concretos, como podrían ser las palabras, sino que el aprendizaje abarca unas estructuras abstractas en las que nos desenvolvemos con soltura. En su opinión, la teoría conductista no sirve para explicar esa capacidad de innovación. En cambio, si consideramos que todos los seres humanos nacen con la capacidad de aprender una lengua y que da igual qué lenguaje sea (puesto que la realización concreta tiene lugar en función del lugar de nacimiento), llegaremos a la conclusión de que poseemos unas estructuras mentales capaces de realizar una gramática generativa-transformacional. Estas estructuras no se encuentran en ningún animal, por lo que no son capaces de hablar, pero se encuentran en todos los hombres, lo que explica que encontremos lenguaje en todas las culturas.

3. Comunicación y lenguaje

3.1 El uso del lenguaje en la comunicación humana: las funciones del lenguaje

Aunque es cierto que los animales transmiten señales informativas, éstas se limitan a situaciones y condiciones específicas y son poco flexibles. Se trata de un sistema cerrado, a diferencia de la comunicación humana, la cual trasciende el esquema estímulo-respuesta y es un sistema abierto, en el que se combinan libremente los símbolos.

La comunicación humana no tiene un carácter exclusivamente lingüístico. Entre los sistemas de comunicación no verbal destacan el lenguaje proxémico (relación de espacio físico y acción humana: proximidad corporal de interlocutores, códigos táctiles, visuales u olfaltivos, tono de voz, etc.), el cinésico (uso y movimiento del cuerpo en la comunicación), el gestual, el objetual y la presentación personal del yo o máscara (vestido, peinado, adorno, etc.). Se ha estimado que en una conversación entre dos interlocutores sólo el 35% del mensaje se realiza en palabras, mientras que el 65% restante es comunicación no verbal. Ahora bien, el modo de comunicación más completo de que el hombre dispone es el lenguaje articulado.

La pragmática parte del supuesto de que la comunicación es la función primaria del lenguaje y, a partir de ahí, intenta especificar las sub-funciones principales que ésta cumple. En el interior de la filosofía clásica se distinguían tres funciones. La primera función es la representativa, que corresponde al aspecto lógico del lenguaje. Un segundo aspecto sería el afectivo o emocional, en el que el lenguaje es usado para expresar los afectos, pasiones y sentimientos. Finalmente, estaría el aspecto activo o existencial del lenguaje, por el que se expresan las voliciones. Tomás de Aquino destaca estas tres funciones del lenguaje y las pone en relación con los tres modos gramaticales del verbo: al modo indicativo le corresponden la función enunciativa, al optativo (que corresponde habitualmente al subjuntivo castellano), la expresiva o afectiva y al imperativo, la voluntativa o afectiva.

Bühler establece la existencia de tres funciones principales del lenguaje: la representativa, la directiva y la expresiva. Jakobson añadió la función fáctica (comunicación mediante frases hechas y fórmulas ritualizadas), función poética (uso del lenguaje desde el punto de vista del estilo, sonoridad, etc.) y la función metalingüística (uso del lenguaje para hablar del lenguaje).

Las diversas funciones del lenguaje han sido usadas como criterio para clasificar los tipos de discurso: 1) discurso declarativo: es el constituido por las oraciones que, debido a lo que significan, pueden corresponder o no a lo que ocurre, a cómo son las cosas y pueden, en consecuencia, ser verdaderas o falsas; 2) discurso prescriptivo: esta formado por aquellas oraciones que por lo que significan pueden ser cumplidas o incumplidas, según que se lleve o no a cabo lo que la oración dice; 3) discurso expresivo: consiste en oraciones que expresan, a causa de su significado, el estado psicológico del hablante o sus actitudes, y que por ello pueden ser sinceras o insinceras; 4) discurso realizativo: oraciones que, en virtud de lo que significan, enuncian el propio acto de habla que por medio de ellas se realiza.

3.2 Precondiciones de toda comunicación interpersonal

Los elementos que constituyen toda comunicación entre dos o más personas son:

a. Una relación estructurada por parámetros del tipo superior-subordinado, experto-novato, marido-mujer, etc. Esta relación supone en cada uno de los comunicantes un modelo conceptual de su relación con el otro, es decir, de la distancia estimada entre ellos.

b. Algún propósito o intención, al menos en uno de los comunicantes, en el sentido de que toda comunicación siempre tiene lugar al servicio de alguna necesidad del sistema psicológico.

c. Un conjunto de normas, comúnmente admitidas, psicológicas (buena voluntad, aquiescencia, etc.), sociológicas (roles sociales, recetas, guías, …) y antropológicas (culturales).

d. Un lenguaje entendido como la mutua aceptación de una moneda comunicativa o señal. Puede consistir en palabras, imágenes, sonidos musicales, gestos… en fin, algo que haya sido culturalmente uniformado o normalizado.

3.3 Tipos articulados de lenguaje humano

Entre los distintos tipos de lenguaje humano, los lingüistas privilegian la emisión vocal. Algunos estructuralistas justifican esta elección apelando a la idea platónica de articulación, como característica distintiva del lenguaje humano vocal primaria, secunda o derivadamente de la escritura alfabética. Ahora bien, dejando aparte que se puedan demostrar procesos articulatorios en los llamados lenguajes animales, lo cierto es que también hallamos procesos crecientes de articulación en otros tipos de lenguaje humano, desde la música hasta los gestos. Un análisis más detallado de algunos tipos de lenguaje humano proporciona una comprensión mayor del lenguaje.

a. En el plano gestual se pasa del primitivo lenguaje por gestos de la danza imitativa, ilustrada en primitivos por la etnología, a una danza más complicada, que llega a constituir un relato articulado en elementos significativos, legibles en la gesticulación del danzarín (hindú, camboyano o flamenco). Aquí comienzan a introducirse ya elementos no miméticos, de modo que los gestos del cuerpo y de las manos se estilizan en una significación sólo descifrable dentro de un contexto cultural limitado. Un lenguaje medio mimético, medio convencional, lo utilizaban los indígenas de América del Norte para comunicarse entre sí, dada la multiplicidad y diversidad de lenguas nativas en el territorio. Finalmente, la descomposición en gestos que corresponden a elementos no significativos la encontramos en el lenguaje de los sordomudos, calco tardío del alfabeto escrito.

b. En el plano gráfico, la pintura rupestre es ya una imitación globalmente significativa. Los pictogramas amerindios y los vitrales medievales presentan una mezcla de elementos expresivos y convencionales. Viene después la descomposición en unidades no significativas como los jeroglíficos egipcios, que mediante un grafismo expresan el objeto designado mediante una palabra monosilábica. El paso siguiente es el establecimiento de una correspondencia entre grafismo y fonema.

c. Para el plano vocal puede introducirse la distinción lingüísticamente elaborada entre primera articulación de monemas (simples o lexemas y complejos o morfemas) y la segunda articulación defonemas, finitos en número y dependientes del cálculo matemático de combinaciones, así como de limitaciones biológicas. En todo caso, cabe introducir el problema de la complejidad de este nivel hablado y de su dialéctica con la escritura.

3.4 Teorías acerca de la naturaleza del lenguaje

Como ha indicado Cassirer, los problemas y teorías acerca del origen del origen y naturaleza del lenguaje son tan antiguos como la historia de la filosofía. Una clasificación de los mismos debe ser forzosamente mutiladora de la riqueza de razonamientos. Abbagnano propone una, en suDiccionario de filosofía, que parece poseer las alternativas históricas reales y permite encuadrar incluso las posiciones más recientes de los lingüistas. Las posiciones son:

a. El lenguaje posee una naturaleza convencional. Defendida por Hermógenes el platónico, por Demócrito, los Sofistas, etc.; Aristóteles introduce una modulación moderada de la tesis, al introducir un tercer elemento, además del lenguaje y la realidad, a saber, el concepto formal o lógico. En el siglo XX, como continuación de la tradición nominalista y empirista reaparece la tesis en el segundo Carnap y en el segundo Wittgenstein. Entre los lingüistas estructuralistas, Martinet y Mounin subrayan la arbitrariedad claramente, y Sapir la introduce como rasgo de su definición.

b. El lenguaje tiene carácter natural. Tesis mantenida por Cratilo (Heráclito), que ha tenido numerosos seguidores. Tiene en común con la anterior la afirmación del carácter necesario de la relación entre el signo lingüístico y su objeto, pero se diferencian en el establecimiento y posibilidades de cambio de la asignación de nombres. Todos los naturalistas afirman que el lenguaje es apofántico, pero se diferencian entre sí al determinar el tipo de objetos que primariamente revelarían: I. La emotividad (teoría de la interjección de O. Jaspersen). II. Lo sensorialmente percibido (teoría onomatopéyica de Herder y mimética de Cassirer). III. Los pensamientos e ideas abstractas a través de metáforas (Teoría de Croce). IV. El lenguaje como imagen lógica del mundo o del ser (Estoicos, Fichte, primer Wittgenstein, Heidegger).

c. El lenguaje como instrumento, o sea, como producto de elecciones repetidas y repetibles. Es la tesis de Platón frente a las dos anteriores. Fue reproducida por Leibniz y defendida claramente por Humboldt, a través del cual la adoptará, en diversa medida, la lingüística contemporánea heredera de Saussure. Es en la tesis chomskiana de la gramática generativadonde esta tesis cobra su más profunda dimensión, al subrayar el aspecto creador del lenguaje a nivel de la utilización corriente. El sujeto hablante inventa y reinventa la lengua, instalándose en el plano de una combinatoria ilimitada, que recibiría de un código genético o gramática generativa universal.

d. El lenguaje como producto del azar, que propugna un estudio estadístico del lenguaje. Halla sus bases iniciales en las teorías de Shannon y Weaver.

3.5 Definición de lenguaje.

Como ha subrayado Saussure,

Tomado en su conjunto, el lenguaje es multiforme y heteróclito relacionado con dominios diferentes -el físico, el fisiológico, el psicológico- pertenece también al dominio individual y al dominio social, no se deja clasificar en categoría alguna de hechos humanos porque no se sabe cómo determinar su unidad.

Una definición completa del lenguaje debe tener en cuenta no sólo sus aspectos gramaticales, sino también su dimensión física, biológica, psicológica y social:

a. Componentes físicos: el lenguaje como conjunto de señales acústicas o gráficas (signos) se halla sometido a restricciones ópticas, acústicas, mecánicas y termodinámicas.

b. Componentes biológicos: ciertas especializaciones de la anatomía y fisiología periféricas explican algunos rasgos universales de los lenguajes naturales. Pero el hecho de que individuos con serias anomalías periféricas (ciegos, sordos, anartríticos) puedan adquirir el dominio del lenguaje, indica que en el estado actual el factor determinante de la conducta lingüística es la función cerebral. Por otro lado, las propiedades biológicas de la forma humana de conocimiento establecen límites estrictos al margen de la posibilidad de variación de los lenguajes naturales, si bien, dentro de ciertos límites, las posibilidades de variación siguen siendo grandes.

c. Componentes psicológicos: el rasgo de creatividad o de la capacidad de producir mensajes nuevos y entenderlos (recursividad heurística), aun cuando de ellos no haya existido experiencia previa, tanto a nivel sintáctico (Chomsky), como semántico. La regularidad de la aparición de los hitos del lenguaje y la semejanza de las estrategias de adquisición del lenguaje remiten a procesos madurativos del sistema nervioso, pero sobre todo a postular, una competencia o capacidad innata en el individuo sano de la especie humana, más que un proceso de aprendizaje causado por estímulos definidos. Esto explica la capacidad del niño de aprender cualquier tipo de lenguaje con la misma facilidad.

d. Componentes sociales: a nivel de adquisición de lenguaje, juegan el papel de mecanismos disparadores de la competencia lingüística. Su influencia no es causal, sino ambiental. Hay un fenómeno de resonancia. Más tarde, la instrucción cultural tenderá a someter las potencialidades a una disciplina y a inculcar especializaciones secundarias.

e. Componentes lingüísticos: la investigación reciente ha puesto de relieve la existencia de universales lingüísticos a nivel fonológico, morfosintácico y semántico, que postulan la existencia de una estructura profunda común a todos los lenguajes, de las que las estructuras particulares o superficiales son realizaciones concretas. Un lenguaje, a este nivel, puede definirse como un sistema de signos, cuyos elementos constitutivos pueden combinarse de unas formas pero no de otras, cada elemento puede ser sustituido sólo por ciertos otros, de modo que a partir de construcciones correctas pueden formarse otras por medio de determinadas transformaciones.

3.6 Análisis de la conversación

3.6.1 El principio de cooperación

Partiendo del hecho de que emisor y destinatario buscan facilitar el proceso de comunicación, Grice ha propuesto una serie de principios no normativos que se supone que son aceptados de modo tácito por quienes participan en el acto de comunicación. Existe un principio básico, del que se derivan unas máximas. Ese principio es denominado por Grice “principio de cooperación” y es formulado así:

Haga que su contribución a la conversación sea, en cada momento, la requerida por el propósito o la dirección -tácita o explícitamente aceptada- del intercambio en el que se halla inmerso (Studies in the Way of Words, p. 26)

Si alguien viola este principio entonces el destinatario debe sacar la conclusión de que bien el emisor no tiene intención real de comunicarse o bien de que está violando aparentemente el principio con el fin de introducir nueva información.

Este principio se desarrolla en las categorías de cantidad, cualidad, relación y modalidad. Cada una de ellas, a su vez, se subdivide en máximas más específicas. Se pueden resumir del siguiente modo:

Máxima de cantidad (se relaciona con la cantidad de información que debe darse). Comprende:

1. haga que su contribución a la conversación sea todo lo informativa que requiera el propósito del diálogo; pero

2. haga que su contribución no sea más informativa de lo necesario.

Máxima de cualidad: trate de que su contribución a la conversación sea verdadera:

1. no diga algo que crea falso;

2. no diga algo de lo que no tenga pruebas suficientes.

Máxima de relación: diga cosas relevantes, o más explícitamente, haga que su contribución a la conversación sea relevante con respecto a la dirección del intercambio.

Máxima de modo (se relaciona con el modo de decir las cosas más que con el tipo de cosas que hay que decir): “Sea claro”

1. evite expresarse de forma oscura;

2. evite ser ambiguo;

3. sea breve (o no sea innecesariamente prolijo);

4. sea ordenado

En su crítica a Grice, Sperber y Wilson proponen reducir todas las máximas a un solo principio, que denominan “principio de relevancia”. Estos autores parten de la idea de que cada individuo se encuentra situado en un “entorno cognitivo”, el cual se compone de los hechos y suposiciones que son para él “manifiestos”, es decir, aquellos que el individuo puede representar mentalmente. El entorno cognitivo de cada individuo es diferente (pues cada uno tiene diferente percepción y capacidad de memoria, etc.) pero podemos estar seguros de que los participantes en una conversación comparten sus entornos cognitivos: gracias a ello es posible la comunicación. Pues bien, el individuo escoge algunos de los hechos y suposiciones que constituyen su entorno cognitivo para procesarlos como información. ¿Cuál es el criterio de elección? Sperber y Wilson dicen que lo que hace que una información sea digna de ser procesada es una sola propiedad, larelevancia (o pertinencia).

Esta propiedad, que admite gradación, es puesta en relación por los autores con dos elementos. Un supuesto es más relevante, en primer lugar, cuanto más amplios sean sus efectos respecto a los supuestos o informaciones que ya se poseen. La información es relevante cuando sirve para reforzar un supuesto previo o cuando debilita o entra en contradicción con supuestos previos. Cuanta más multiplicación de estos efectos logre, más relevante será la información. Pero no basta con calcular el efecto; es necesario relacionarlo también con el esfuerzo que ha sido necesario para lograr dicho efecto. En la medida en que el esfuerzo requerido sea mayor, también mayor será la relevancia.

3.6.2 Lo dicho y lo implicado: las inferencias pragmáticas

Grice advierte que el discurso abarca tanto lo dicho como lo no dicho o implícito.

3.6.2.1 Las implicaturas conversacionales

Lo que comunicamos a los demás es, en parte, lo que decimos (el contenido proposicional de nuestras oraciones), pero también en gran parte lo que no decimos pero está implicado en lo que decimos. Para explicar este desnivel la pragmática introduce el término “implicatura”, con la que se designa el contenido implícito de lo que decimos.

Las implicaturas dependen en gran manera del contexto y están ligadas al principio de cooperación, ya que para poder inferir lo implícito hay que suponer que el hablante se ajusta a tal principio. Grice distingue dos tipos de implicaturas, las convencionales y las conversacionales.

Las implicaturas convencionales son aquellas que derivan directamente de los aspectos convencionales del significado de las palabras y no de factores contextuales.

Las implicaturas no convencionales se caracterizan por una conexión más estrecha con el contexto y el principio de cooperación. Cuando la implicatura se rige por los principios que regulan la conversación, se llama conversacional y, en caso contrario, no conversacional. Las implicaturas conversacionales, a su vez, se dividen en particulares y generalizadas. Mientras que las primeras dependen directamente del contexto de emisión, las segundas no.

Una implicatura conversacional es caracterizada por Grice en los siguientes términos: se puede decir de una persona que diciendo (o haciendo intención de decir) p ha implicado conversacionalmente que q (es decir, q es una implicatura de p) en el caso de que

1. se tenga algún motivo para suponer que está observando las máximas conversacionales o al menos el principio de cooperación;

  1. se presuma que al decir p se da cuenta o piensa que p;

3. el hablante piensa que tanto él como el destinatario sabe que este último puede figurarse que la suposición (2) es necesaria.

Grice precisa que la implicación conversacional debe poder ser explicitada en forma de razonamiento, aunque en ocasiones sea intuitiva. Este razonamiento presupone los siguientes datos: 1) el significado convencional de las palabras usadas; 2) el principio de cooperación y sus máximas; 3) el contexto de la oración; 4) ciertas partes de la información de fondo; 5) el conocimiento o suposición de que los elementos precedentes son conocidos tanto por hablante como por destinatario.

Las implicaturas particularizadas se producen por el hecho de decir algo en un determinado contexto. Si la proferencia se hubiera realizado en otro contexto, no conllevaría la implicación conversatoria particular.

Las implicaturas generalizadas tienen lugar independientemente de cuál sea el contexto en que se emiten.

Grice menciona cinco rasgos de las implicaturas conversacionales. El primero es que soncancelables generalmente añadiendo al enunciado en que aparecen una cláusula que las invalide de forma explícita. La segunda propiedad de las implicaturas es que (a excepción de las debidas a las máximas de modo) no son separables del contenido semántico de lo que se dice. Las implicaturas dependen de su contenido, no de su significado. Por esta razón permanecen cuando se sustituye algún término por un sinónimo. El tercer rasgo es que no son propiedades lógicamente deducibles o inferibles a partir de lo dicho; es decir, no dependen de lo que se dice, sino del hecho de decir lo que se dice. El cuarto rasgo distintivo de las implicaturas es que son no convencionales: no forman parte del significado convencional de las expresiones a las que se ligan. Finalmente, lo que se implica conversacionalmente tiene un cierto grado de indeterminación, ya que las maneras de conseguir restaurar la vigencia del principio de cooperación pueden ser varias y diversas.

4. La teoría de la pertinencia de Sperber y Wilson

El punto de partida de la teoría de la pertinencia de Sperber y Wilson es su concepción de la cognición humana como tendente a la maximización de la pertinencia, esto es, a la selección y el procesamiento de aquellos estímulos que tienen un mayor impacto sobre el organismo con un esfuerzo de procesamiento mínimo, lo que denominan el Primer Principio de Pertinencia o Principio Cognitivo de Pertinencia. Este impacto se mide en términos de efectos cognitivos que tiene una pieza de información nueva (un estímulo) sobre el conjunto de información que ya poseía el individuo. Sperber y Wilson tipifican tres tipos de efecto cognitivo: a) implicaciones contextuales (supuestos que el individuo deriva al combinar la nueva pieza de información con otras que ya poseía); b) reforzamientos o aumentos del grado de certeza que un individuo asigna a un supuesto; c) eliminaciones de supuestos que entran en contradicción con la nueva información. Un estímulo es tanto más pertinente cuantos más efectos cognitivos tiene para el individuo y cuanto menor es el esfuerzo que tiene que invertir para obtener dichos efectos.

A diferencia de otros estímulos, los que proceden de una intención comunicativa se distinguen por su carácter ostensivo, esto es, porque reclaman de forma abierta la atención de la audiencia y la dirigen hacia las intenciones del emisor. Dicho comportamiento modifica el entorno cognitivo de la audiencia y hace mutuamente manifiesta una intención doble por parte del emisor: la intención de informar de algo (intención informativa) y una intención, de segundo orden, de informar a la audiencia de su intención informativa (intención comunicativa).

Esta caracterización define la comunicación humana en términos de ostensión por parte del emisor -muestra de pruebas o evidencias- y reconocimiento inferencial de intenciones por parte del destinatario, y en realidad no precisa de la existencia de recurso convencional o de estímulo codificado alguno para tener éxito.

Para que dos organismos o, en general, dos dispositivos se comuniquen es imprescindible que posean un lenguaje en sentido cognitivo, es decir, un sistema interno de representación que les permita procesar y almacenar información, no un lenguaje externo -público- como las lenguas naturales. En este sentido, la originalidad de nuestra especie, dicen los autores, no es poseer un lenguaje, rasgo que compartimos con los animales y ordenadores, sino haber adaptado y desarrollado lenguajes que pueden usarse en la comunicación.

Al poner de manifiesto su intención comunicativa, el hablante comunica que hay un conjunto de supuestos {I} -su intención informativa- que quiere transmitir, y que este conjunto de supuestos es pertinente para el oyente, esto es, tendrá efectos cognitivos de, al menos, alguno de los tres tipos que veíamos más arriba. ¿Cómo llega el oyente a la intención informativa del hablante, a ese conjunto de supuestos {I}? Los recursos de la lengua le darán a lo sumo pistas para reconstruir dicha intención, pero de ningún modo podrá el oyente obtener el conjunto de supuestos que el hablante quería transmitir descodificándolos de la señal empleada (la locución). Sperber y Wilson afirman que lo que el oyente hace de hecho es seleccionar la primera interpretación que se le ocurre y combinarla con los supuestos que le son más accesibles en ese momento para así derivar efectos contextuales. El conjunto de supuestos así obtenidos son atribuidos al hablante a menos que dicho conjunto no sea razonablemente atribuible al hablante. Cuando la interpretación de una locución tiene una gama adecuada de efectos derivados con el mínimo esfuerzo justificable, estamos ante una locución óptimamente pertinente. Para Sperber y Wilson todo estímulo ostensivo comunica unapresunción de pertinencia óptima, y es la búsqueda de una interpretación que satisfaga dichas expectativas lo que caracteriza el proceso de interpretación de la locución. Es la idea clave en la teoría y queda recogida en el Principio Comunicativo de Pertinencia (o Segundo Principio de Pertinencia):

Principio Comunicativo de Pertinencia: todo acto de comunicación ostensiva comunica la presunción de su propia pertinencia óptima,

donde “presunción de pertinencia óptima” se define del siguiente modo:

a. El conjunto de supuestos {I} que el emisor desea hacer manifiesto es suficientemente relevante como para que al destinatario le merezca la pena procesar el estímulo ostensivo.

b. El estímulo ostensivo es el más relevante que el emisor podría haber utilizado para transmitir {I}.

Este único principio guía al oyente en la reconstrucción de la intención del hablante en todos aquellos aspectos en los que la gramática -el código- no facilita hipótesis suficientemente específicas sobre las mismas. En el nivel explícito esto ocurre en la asignación de referentes, la desambiguación, la recuperación de material elidido y la especificación de términos vagos. En el nivel implícito, la gramática no proporciona hipótesis alguna, por lo que el principio de pertinencia se encarga de seleccionar/construir los supuestos que permiten derivar los efectos contextuales de la locución.

4.1 El principio de la pertinencia y la interpretación de las locuciones

La información que codifica cualquier locución es compatible con un conjunto infinito de posibles pensamientos o “mensajes” que, a su vez, pueden entrar en interacción con un conjunto infinito de posibles supuestos, de los que el oyente podría derivar innumerables nuevos supuestos. Esto supone que además de realizar una operación automática de descodificación, el oyente tiene que llevar a cabo una serie de cálculos y decisiones con la ayuda de su capacidad de razonamiento, información no-lingüística que recibe del entorno o que selecciona de la memoria, y un principio o principios que le guían en la construcción de hipótesis sobre las intenciones del hablantes.

Estas decisiones, que son de diversos tipos, afectan a los dos niveles básicos de la comunicación intencional y abierta: el componente explícito y el componente implícito

a. El componente explícito. Para comprender una locución correctamente el oyente tendrá que decidir qué entidades no-lingüísticas se corresponden con las expresiones referenciales que aparecen en ella. Está, además, la referencia temporal del verbo que también tendrá que ser establecida para que podamos saber cuál es el mensaje transmitido. Además de referencialmente indeterminadas y léxica o sintácticamente ambiguas, las locuciones pueden ser incompletas y/ovagas semánticamente.

b. El componente implícito. La tarea de la interpretación del oyente no termina una vez ha obtenido una proposición completa que puede atribuir al hablante. Toda nueva proposición que se procesa ha de ser integrada con otros supuestos para que podamos hablar realmente de transmisión de información; al variar las circunstancias de la enunciación varían también las implicaciones que se derivan de una misma proposición.

Comprender una locución correctamente conlleva una toma de decisiones constantes, tanto a nivel explícito como implícito, y entraña un riesgo que suele hacerse patente sólo cuando algo ha ido mal en el intercambio: el oyente ha desambiguado la oración de un modo que no esperaba el hablante, ha asignado referentes personales, temporales o espaciales erróneos, ha derivado implicaciones que el hablante no quiere que le atribuya o ha pensado que hablaba en serio cuando en realidad bromeaba. La información que el oyente deriva ni es parte del sistema lingüístico ni se obtiene por un procedimiento de descodificación. La elección del contexto adecuado es determinante para dar con la interpretación correcta.

El contexto se define en la teoría de la pertinencia como “un subconjunto de los supuestos sobre el mundo con que cuenta un individuo”, en particular “el conjunto de premisas que se utiliza para interpretar una locución”. El contexto abarca información obtenida del entorno físico inmediato, de locuciones previas o de cualquier pieza de información que el individuo posea y que haga intervenir en el proceso. En cada momento, unos supuestos serán más accesibles que otros. La propia locución empleada determinará en parte la inmediatez de un supuesto. Y ello por la siguiente razón. Cada pieza léxica está asociada a una dirección conceptual o punto de acceso a la información almacenada en la memoria para esa pieza. Esta información es de tres tipos: a) lógica, b) léxica y c) enciclopédica. Esta última está organizada en proposiciones y esquemas de supuestos que permiten el acceso a otras proposiciones, en un proceso de expansión que podría en principio ser ilimitado.

5. Pensamiento y lenguaje

La relación entre las palabras y las cosas, esto es, el problema de la referencia, remite de inmediato a la mediación que suponen los procesos cognitivos del hombre, mediante los cuales organiza su experiencia sensorial. La teoría de la abstracción aristotélica juega aquí un papel fundamental y ha sido contrastada experimentalmente. La actividad de nombrar puede considerarse como la peculiaridad humana para hacer explícito un proceso que es bastante universal entre los animales superiores: la organización de los datos sensoriales. Esto supone una categorización de los estímulos o una etiquetación de la realidad, a la que siguen procesos de transformación y de diferenciación. Ello parece dar prioridad al pensamiento sobre el lenguaje. Pero, por otro lado, como decía Rousseau, “hay que enunciar proposiciones para tener ideas generales”, apreciación aparentemente confirmada por el aprendizaje escolar.

5.1 Principales alternativas teóricas

a) El pensamiento depende del lenguaje. Tesis defendida por Humboldt, Sapir, el sociolingüista Berstein. Subyace en las actividades de muchos analíticos del lenguaje. La tesis no se enuncia tan taxativamente, sino en los términos de una identidad entre pensamiento y lenguaje, según la cual el lenguaje sería reflejo y determinante del pensamiento socialmente configurado. El relativismo lingüístico de Worf es la expresión más reciente de esta tesis. Según él, la ausencia de isomorfismo entre los lenguajes amerindios y el inglés indicaba una diferencia básica de pensamiento adquirido culturalmente por el individuo en el proceso de adquisición del lenguaje. El lenguaje hopi, según Worf, tiene una cantidad mucho mayor de verbos que de nombres, a diferencia de los lenguajes europeos, y esto se traduce por ejemplo en una diferente concepción del tiempo y del movimiento:

El hopi concibe el tiempo y el movimiento en el reino objetivo en un sentido puramente operacional -una cuestión de complejidad y magnitud de las operaciones que conectan hechos-, de forma que el elemento de tiempo no se separa del elemento de espacio que entra a formar parte de la operación, cualquiera que sea aquél. Dos acontecimientos del pasado ocurrieron hace mucho “tiempo” (la lengua hopi no tiene ninguna palabra equivalente a nuestro “tiempo”) cuando entre ellos han ocurrido muchos movimientos periódicos físicos en forma tal que se haya recorrido mucha distancia, o que se haya acumulado una gran magnitud de manifestación física en cualquier forma … El hopi, con su preferencia por los verbos, en contraste con nuestra propia preferencia por los nombres, convierte perpetuamente nuestras proposiciones sobre las cosas, en proposiciones sobre los acontecimientos. Lo que ocurre en un pueblo distante si es actual (objetivo) y no es una conjetura (subjetivo) sólo puede conocerse “aquí” más tarde. Si no ocurre “en este lugar”, no ocurre tampoco “en este tiempo”; ocurre en “aquel” lugar y en “aquel” tiempo. Tanto el acontecimiento de “aquí”, como el de “allí” se encuentran en el reino objetivo, que en general corresponde a nuestro pasado, pero el acontecimiento de “allí” es el más lejano de lo objetivo, queriendo significar esto, desde nuestro punto de vista, que está mucho más lejos en el pasado, como también lo está en el espacio que el acontecimiento de “aquí” (Worf, B.L.,Lenguaje, Pensamiento y Realidad, pp. 79-80)

Según Cassirer entre pensamiento y lenguaje, entre los aspectos sensibles de las palabras y lo espiritual, propio del pensamiento, existe una inevitable reciprocidad en la que se determina y toma su propio sentido cada uno de estos dos órdenes. El mundo del pensamiento habría de quedar en la pura indeterminación si no contase con una forma de expresión en la que cristalizar. A su vez, el signo lingüístico únicamente puede llegar a ser tal en virtud de la penetración intencional que el mundo conceptual realiza en él:

El signo no es una mera envoltura eventual del pensamiento, sino su órgano esencial y necesario. No sirve sólo para la comunicación de un contenido de pensamiento conclusivamente dado, sino que es el instrumento en virtud del cual ese mismo contenido se constituye y define completamente (Cassirer, E., Filosofía de las formas simbólicas, vol. I., FCE, México, 1971, p. 27)

En el mismo sentido, Merleau-Ponty afirma:

No existe el pensamiento y el lenguaje por separado, sino que cada uno de los dos órdenes se desdobla en el examen y un ramal envía al otro. Existen las palabras sensatas que llamamos pensamiento y las palabras fallidas. Cuando no comprendemos es cuando decimos: esto no son más que palabras, y, por el contrario, que nuestros propios discursos son para nosotros puro pensamiento. Los pensamientos que tapizan la palabra y hacen de ella un sistema comprensible, los campos o dimensiones de pensamiento que los grandes autores y nuestro propio trabajo han establecido en nosotros, son conjuntos abiertos de significados disponibles que nosotros no reactivamos, son surcos del pensar que no trazamos de nuevo, sino que nosotros continuamos (Signos, Barcelona, Seix Barral, 1973, pp. 26-27)

b) El lenguaje es idéntico al pensamiento. Variante radical de (a), formulada por Max Müller desde supuestos metafísicos antievolucionistas y por Watson desde supuestos netamente contrarios. Para Müller esto prueba la carencia de pensamiento en los animales. Watson, consecuente con su negación de las conciencias, sólo puede admitir pensamiento explicitado en lenguaje.

Según M. Müller y Watson hay que identificar pensamiento y lenguaje, reduciendo el primero al segundo. El pensamiento es palabra, y la palabra el único pensamiento, de tal manera que no puede suponerse gratuitamente la existencia independiente de un puro pensamiento. Hablar sobre un pensamiento no es más que hablar, desde otro ángulo, de una cierta clase de compuestos verbales.

B. L. Whorf enfatizó el papel constitutivo y configurador del pensamiento que ejerce el lenguaje. Whorf considera al lenguaje como una actividad reorganizadora y clasificante que, al operar sobre la experiencia sensible, conduce irrevocablemente a una determinada categorización y ordenación del mundo:

En realidad, el pensar es extremadamente misterioso, y la mayor luz que hemos podido arrojar sobre esta actividad procede del estudio del lenguaje. Este estudio muestra que las formas de los pensamientos de una persona son controladas por inexorables leyes de modelos, de las que ella es inconsciente. Estos modelos son las sistematizaciones, imperceptiblemente intrincadas, de su propio lenguaje, como queda suficientemente demostrado por una ingenua comparación y contraste con otras lenguas, especialmente con aquéllas que pertenecean a una familia lingüística diferente. Su pensamiento se lleva a cabo en una lengua, ya sea ésta el inglés, sánscrito o chino. Y cada lengua es un vasto sistema de modelos, unos diferentes de otros, en los que se hallan culturamente ordenadas las formas y categorías mediante las que no sólo se comunica la personalidad sino también se analiza la naturaleza, se nota o se rechazan tipos de relación y fenómenos, se canalizan los razonamientos y se construye la casa de la conciencia (Whorf, B. L., Lenguaje, pensamiento y realidad, Barcelona, Barral, 1971, p. 183)

Es la estructura de un lenguaje la que determina la estructura de nuestra “realidad” y cada lengua analiza de una peculiar manera la realidad concreta a la que se enfrenta para ordenarla y encajarla según su propia retícula. La manera de razonar de cada hablante depende de la lengua que se emplea en el razonamiento. La lengua no es sólo un medio de expresión del pensamiento, sino el molde en el que se configura y concretiza dicho pensamiento.

c) El lenguaje depende del pensamiento. Tesis defendida por Piaget, en su forma extrema. El lenguaje pasa por unas fases de maduración, que son precedidas sistemáticamente por niveles superiores de comprensión. Esto implica, en epistemología genética, que el lenguaje del niño es fundamentalmente expresión de sus estados interiores, etc. Piaget ilustra las diferencias de pensamiento y de lógica que preceden a los sucesivos desarrollos del lenguaje en el siguiente texto:

Hay, pues, en el pensamiento egocéntrico y en la inteligencia comunicada dos maneras diferentes de razonar, e incluso dos lógicas, sin que esto resulte paradójico. Hay que entender aquí por lógica el conjunto de los hábitos que adopta el espíritu en la condición general de las operaciones, en la conducción de la partida de ajedrez, como dice Poincaré, por oposición a las reglas especiales que condicionan cada proposición, lo que viene a ser cada “movimiento” en la partida de ajedrez. La lógica egocéntrica y la lógica comunicable diferirán menos en las conclusiones que en su funcionamiento. He aquí esas diferencias: 1º) La lógica egocéntrica es más intuitiva, más “sincrética” que deductiva, es decir, que sus razonamientos no están explicitados. El juicio que va de un salto único desde las premisas a las conclusiones, saltando etapas. 2º) Insiste poco en la demostración … Sus visiones de conjunto se acompañan de un estado de creencia y de un sentimiento de seguridad mucho más rápidos que si los anillos de la demostración fuesen explícitos. 3º) Usa esquemas personales de analogía, recuerdos del razonamiento anterior sin que esta influencia se explicite. 4º) Los esquemas visuales desempeñan igualmente un gran papel, llegando hasta a ocupar el lugar de la demostración y sirviendo de soporte a la deducción. 5º) Los juicios de valor personales, finalmente, influyen mucho más en el pensamiento egocéntrico que en el pensamiento comunicable.

La inteligencia comunicada, en cambio es 1º) mucho más deductiva y trata de explicitar los lazos entre las proposiciones (pues, si … entonces, etc.). 2º) Insiste más en la prueba, e incluso organiza toda la exposición con vistas a ella … 3º) Tiende a eliminar los esquemas de analogía reemplazándolos por la deducción propiamente dicha. 4º) Elimina los esquemas visuales, porque son incomunicables y además no demostrativos. 5º) Elimina los juicios personales de valor para referirse a los juicios de valor colectivos, más cercanos al sentido común.

Si tal es la diferencia que puede encontrarse entre el pensamiento comunicado y lo que en el pensamiento del adulto y el adolescente queda de pensamiento egocéntrico, ¿con cuánta mayor razón no habrá que insistir en el carácter egocéntrico del pensamiento del niño? Si hemos insistido en distinguir este tipo de pensamiento, es sobre todo teniendo en cuenta al niño de 3 a 7 años, y en grado menor al de 7 a 11. En el de 3 a 7, los 5 rasgos enunciados llegan incluso a articularse en una especie de lógica particular. En el de 7 a 11 … se evidencia en la “inteligencia verbal” (Piaget, J., El lenguaje y el pensamiento en el niño, pp. 47-48)

Entre los defensores de esta tesis se encuentra Aristóteles, el cual establece la anterioridad del pensamiento, mientras que el lenguaje no es otra cosa que un signo convencional con el que nos referirmos a las cosas. Los conceptos se obtienen mediante abstracción, pero las palabras no guardan ninguna relación de semejanza con los conceptos, por lo que no pueden ser considerados ni jugar ningún papel decisivo para desencadenar el proceso cognoscitivo:

Las palabras habladas son símbolos o signos de las afecciones del alma; las palabras escritas son signos de las palabras habladas. Al igual que la escritura, tampoco el lenguaje es el mismo para todas las razas de los hombres. Pero las afecciones mentales en sí mismas, de las que las palabras son primariamente signos, son las mismas para toda la humanidad, como lo son también los objetos, de los que esas afecciones son representaciones, semejanzas, imágenes o copias (Aristóteles, De interpretatione, 16a)

Locke supone que entre el mundo del pensamiento y el del lenguaje existe una profunda diferencia, ya que éste no es otra cosa que un puro signos de las concepciones internas y expresión de las ideas que se encuentran alojadas en la inmanencia de la mente humana.

Dios, habiéndose propuesto que el hombre fuese una criatura social, le hizo no sólo con una inclinación y bajo la necesidad de tener buen trato con los de su propia especie, sino que lo proveyó del lenguaje para que éste fuera el gran instrumento y el vínculo común de la sociedad. El hombre, por lo tanto, tiene sus órganos de tal modo dispuestos naturalmente que está equipado para poder formar sonidos articulados, que llamamos palabras. Pero no bastó eso para producir el lenguaje, puesto que los loros y otros pájaros pueden ser enseñados a formar con distinción suficiente sonidos articulados, los cuales no son de ninguna manera lenguaje (Ensayo sobre el entendimiento humano, III, 1, 1)

Locke distingue entre dos aspectos de la racionalidad: el individual y el social. Por un lado, hallamos el campo racional estrictamente teórico e individual por el que el hombre se constituye como conciencia subjetiva. Pero, por otra parte, parece que el autor sintiera la necesidad de reconocer un órgano plenamente diferenciado de la conciencia, que abriera al hombre hacia el ámbito de la intersubjetividad. Por eso dirá que «además de los sonidos articulados fue necesario aún, por lo tanto, que el hombre pudiera ser capaz de usar esos sonidos como signos de concepciones internas, y de poderlos establecer como señales de las ideas alojadas en su mente, a fin de que pudieran ser conocidas por otros hombres (ibíd., III, 1, 1).

El lenguaje, como instrumento de la naturaleza social del hombre está instituido con el objeto de exteriorizar el mundo del pensamiento, el mundo subjetivo de las ideas de la mente. Éstas son lo primero, lo que ha de estar ya previamente dado, para que después sea expresado a través del lenguaje, en la palabra, que no es en esencia otra cosa que una señal sensible de la idea. Las expresiones lingüísticas no son conceptos corporeizados, ideas sensibilizadas, sino, simplemente, señales que sólo significan algo en cuanto que dependen de ideas.

Resulta, pues, que el uso de las palabras consiste en que sean las señales sensibles de las ideas; y las ideas que se significan con las palabras son su propia e inmediata significación (ibíd., III, 2, 1)

En el mismo sentido, Piaget admite una primacía de lo cognitivo frente a lo lingüístico: el lenguaje es un capítulo concreto dentro del conjunto de la actividad simbólica y nunca un factor decisivo y único para el desarrollo de las operaciones intelectuales; la función representativa es anterior al mismo lenguaje, aun cuando éste, una vez aparecido, pueda colaborar activamente en el cumplimiento y acabamiento de la función simbólica del pensamiento:

El lenguaje no basta para expresar el pensamiento, pues las estructuras que caracterizan a éste último hunden sus raíces en la acción y en mecanismos sensomotores más profundos que el hecho lingüístico. Pero es también evidente que cuanto más refinadas son las estructuras del pensamiento, tanto más necesario es el lenguaje para completar su elaboración. El lenguaje es, pues, una condición necesaria, pero no suficiente en la elaboración del pensamiento (Piaget, J., Seis estudios de psicología, Barcelona, Barral, 1975, pp. 123-124)

Lo esencial de esta actitud está en considerar que el lenguaje sólo constituye el lado externo y accidental del pensamiento: «La relación entre el pensamiento y su manifestación externa es, en este aspecto, similar a la relación existente entre el cuerpo humano y sus ropas. El cuerpo sigue siendo el mismo, con independencia del traje que lo recubra; un pensamiento sería también algo, con independencia de su ropaje verbal» (ibídem).

d) Vigotsky se opuso al carácter idealista de esta tesis, mostrando que el lenguaje infantil tiene una función serial (de acuerdo con los sociolingüistas), reconociendo, no obstante, fases de maduración interna de la comprensión anteriores al lenguaje. Es ciertos que los procesos de maduración son fundamentales para el desarrollo de la capacidad lingüística, pero no lo es menos que lo que posibilita la adquisición del lenguaje es el aprendizaje que el niño realiza en un determinado medio sociocultural, particularmente en el seno de la familia. El caso de los niñosferinos (como el salvaje de Aveyron, el niño del Libro de la selva, el niño gacela del Sahara, etc.) ilustra que el proceso de maduración no origina espontáneamente el lenguaje, sino que constituye una precondición para su desarrollo social.

6. La idea del lenguaje a través del estudio de sus funciones

6.1 La aproximación lingüística de Jakobson

Para Jakobson el lenguaje debe ser estudiado en la variación de sus funciones, que él extrae del análisis de los factores constitutivos del mismo, a saber, el mensaje, el remitente, el destinatario, el establecimiento de contactos entre ellos, el contexto del mensaje y el código, que permite descifrarlo. De aquí surgen seis funciones:

  1. Función expresiva
  2. Función conativa (= apelativa)
  3. Función denotativa, cognitiva o referencial

d. Función fática o de contacto, que asegura en todo momento el buen funcionamiento del contacto emisor-receptor. Sirve para establecer, prolongar o interrumpir la comunicación, para cerciorarse de que el canal de comunicación funciona, para llamar la atención del interlocutor o confirmar si su atención se mantiene. Está vinculada al canal de comunicación.

e. Función poética o literaria, mediante la cual el lenguaje alcanza dimensión estética. Está orientada al mensaje por el mensaje. El hablante selecciona las palabras sobre la base de la equivalencia, la semejanza o la desemejanza, la sinonimia y la antonimia, y luego las combina para construir una secuencia, basada en la contigüidad. La función poética, dice Jakobson, proyecta el principio de la equivalencia del eje de selección al eje de combinación.

f. Función metalingüística, mediante la cual se puede hablar del lenguaje mismo. Toma el lenguaje como objeto. Se utiliza cuando el hablante y el oyente quieren confirmar que están utilizando el mismo código, y entonces el discurso se centra en el código. Según Jakobson, todos los procesos de aprendizaje de una lengua, y especialmente el proceso de adquisición de la lengua materna por parte del niño, recurren a estas operaciones metalingüísticas.

6.2 La semiótica de Morris

Concibe el lenguaje como conjunto de signos cuya consideración global correspondería a la Semiótica. Pero hay tres términos en la relación triádica de la semiosis: signo, designatum, intérprete. De esta relación triádica pueden ser extraídas para las siguientes relaciones diádicas:

a. La relación semántica, según la cual los signos aparecen vinculados a sus objetos (significados o referencias). Estas relaciones pueden llamarse, según Morris, “dimensión semántica de la semiosis”. Designar y denotar son conceptos que pertenecen a esta dimensión. La principal distinción, dentro de este plano, tiene lugar entre significados y denotados, que se corresponde con la distinción de Frege entre sentido (Sinn) y referencia (Bedeutung).

b. La dimensión pragmática, en la que los signos aparecen relacionados con los sujetos que los utilizan. Expresar es un concepto pragmático. El contexto pragmático es, hasta cierto punto, el más fundamental, dados los supuestos biológicos de la Semiótica de Morris. Todo signo se considera como una entidad perteneciente a una conducta global de un organismo viviente que suele prefigurar un estímulo preparatorio del signo.

c. El contexto sintáctico, que aparece cuando los signos se relacionan con otros signos. La sintaxis es parte de la semiótica que considera este contexto. Pero la conexión de signos con signos no siempre es sintáctica. La distinción de Morris entre signos y símbolo tiene algo que ver con el concepto de sintaxis, en tanto que el símbolo se entiende como un signo que produce el intérprete y que actúa como sustituto de otro signo del que es sinónimo.

6.3 La aproximación de Karl Bühler

En su Teoría del lenguaje parte Bühler de la triple distinción psicológica entre efecto, impulso yconocimiento para distinguir las siguientes funciones, que varían, en cada caso particular, en proporciones diversas.

Bühler ofrece un análisis de las funciones del lenguaje a través de su famoso triángulo semántico, considerado como un diagrama u organon de las funciones de los signos (de las funciones semánticas).

El signo lingüístico (por ejemplo, el signo acústico) podría considerarse encerrado en un triángulo invertido, cuyo lado izquierdo mirase al sujeto emisor, el lado derecho al sujeto receptor, y el lado central a los objetos o relaciones. El primer lado nos manifiesta el signo en su condición de síntoma, es decir, nos pone en presencia de la función expresiva del lenguaje. El segundo lado del triángulo nos determina el signo como señal, es decir, nos manifiesta la función apelativa (Apel) del lenguaje; el concepto de dimensión perlocutiva de Austin se reduce a la función apelativa. El lado tercero nos conduce a la función representativa del lenguaje y en su contexto los signos serán ahora llamados símbolos.

Las tres dimensiones del lenguaje, según Bühler, son:

1. Dimensión expresiva o emotiva: toda expresión lingüística es síntoma de un estado subjetivo del emisor, del que habla consigo mismo, o del que habla con otros, transmitiendo algo. En efecto, toda elocución expresa sentimientos o actitudes subjetivas del emisor o hablante. Esta dimensión da lugar a la “coloración” emotiva del lenguaje, que no es accidental sino que siempre se encuentra presente en el lenguaje ordinario y cotidiano. Esa coloración puede ser controlada deliberadamente, aumentada o suprimida por el hablante; dependiendo de ello, la comunicación puede adquirir un tono neutral o frío, o tener matices de ardorosidad, neutralidad, etc.

2. Dimensión interpelativa, apelativa o deíctica: toda expresión lingüística es una señal para el receptor y oyente, y demanda algo de él. A partir de aquí, los conductistas han afirmado que lo esencial del lenguaje no es transmitir ideas, sino obtener una respuesta en el oyente, entendiendo por “respuesta” una forma de acción. Esta invitación a actuar no niega la dimensión representativa, sino que la presupone necesariamente, pues si al escuchar una oración (“dame un vaso de agua”) mi oyente realiza esa acción y no otra es porque ha captado su dimensión significativa, representativa; es decir, ha comprendido o entendido lo que le he dicho, como condición previa para que pueda -o no- hacerlo.

3. Dimensión representativa, referencial o simbólica: la expresión lingüística es símbolo que posee un contenido, el del pensamiento transmitido, pues el pensar es anterior al decir (o debería serlo…). Es la dimensión que más ha sido atendida por los filósofos del lenguaje.

6.4 Los actos de habla

La propuesta del segundo Wittgenstein de que el significado de una expresión se determina por el uso que los hablantes hacen de ella se convierte en el punto de partida del desarrollo de la concepción del significado que se conoce como la teoría de los actos de habla. La estrategia de Austin (su formulador) es considerar el lenguaje como un instrumento para hacer cosas. Lo que uno hace al proferir ciertas expresiones son actos de habla que pueden ser analizados en distintos actos. Para juzgar la conducta verbal debemos contar tanto con el significado de una expresión como con la fuerza ilocutiva que la proferencia posee. Distingue tres actos de habla:

1. Acto ilocucionario o locutivo: es el que se realiza por el hecho de decir algo. En efecto, en cualquier producción lingüística Austin distingue tres actos: a) acto fonético, que consiste en la producción de determinados sonidos; b) acto fático, que consiste en la producción de determinados vocablos con una determinada construcción gramatical y entonación y c) acto rético, que consiste en el uso de cierta construcción con un significado determinado, constituido por el sentido y la referencia de los componentes de la construcción utilizada.

2. Acto ilocutivo o ilocucionario: es el que se realiza al decir algo, como ordenar, prometer, etc. De un enunciado ilocucionario no puede decirse que sea verdadero o falso, sino que se trata de un acto conseguido o fallido. Para que un acto ilocucionario no resulte fallido se requieren varias condiciones de cumplimiento: 1) condiciones preparatorias: la persona que ejecuta el acto debe tener derecho o autoridad para realizarlo; 2) condiciones de sinceridad: la persona que ejecuta el acto debe creer lo que dice, porque, de lo contrario, incurrirá en la culpa que Austin llama abuso, aunque el acto no quedaría anulado; 3)condiciones esenciales: la persona que ejecuta el acto se compromete aciertas creencias o intenciones. Este compromiso no supone que deba creer que la proposición sea verdadera, sino que consiste en un comportamiento adecuado. Para Austin, por ejemplo, la violación de la ley del tercero excluso en un argumento constituye una inobservancia del compromiso del mismo tipo que la inobservancia de una promesa. Los valores que puede tener un acto ilocucionario son, según Austin, los siguientes: a) judicativos: clase de actos jurídicos que corresponde a verbos como condenar, decretar, evaluar, etc.; b) ejercitativos: consisten en el ejercicio de potestades, derechos o influencia y corresponden a verbos como ordenar, instar, aconsejar, prevenir; c) compromisivos: clase de actos que obligan al locutor a adoptar una determinada actitud o a efectuar una determinada acción. Comprenden verbos como prometer, apostar, jurar, etc.; d) comportativos: clase de actos que implican una reacción frente a la situación de los demás y corresponde a verbos como agradecer, pedir disculpas, felicitar, etc.; e) expositivos: se utilizan para poner de manifiesto el modo como nuestras expresiones encajan en un argumento o conversación y corresponden a verbos como conocer, suponer o postular.

3. Acto perlocucionario o perlocutivo: es el que se realiza por el hecho de decir algo, como hacer que alguien crea que algo es de determinada manera, persuadir a alguien a hacer algo, influir sobre sus sentimientos. El efecto perlocucionario de un enunciado es su acción sobre las creencias, actitudes o conducta del destinatario.

7. Lenguaje natural y lenguaje artificial

El uso cotidiano y común del lenguaje posee unos significados y unas estructuras poco definidas en los que abundan las insuficiencias, las reducciones, las ambigüedades y las segundas intenciones. Por eso, desde el punto de vista semántico son frecuentes los términos equívocos y las polisemias, es decir, las palabras que sirven para designar objetos distintos, otros se refieren a cualidades imprecisas o espurias (“difícil”, “ameno”, “aceptable”, …), los hay que designan objetos o realidades abstractos (“lujuria”, “templanza”, “justicia”, …) o sentimientos y estados afectivos imposibles de precisar (“melancolía”, “ansiedad”, …).

Desde la perspectiva sintáctica abundan las anfibologías, es decir, las oraciones con un doble significado (“el burro de Juan llevó todo el peso”), metáforas (“Carl Lewis es un gamo”), las suposiciones (“cuando el río suena agua lleva”) o las construcciones incorrectas o inexactas (“se venden camisas para señoras de seda”), etc.

Debido a estas características, el lenguaje natural puede presentar numerosas dificultades cuando se trata de expresar contenidos rigurosos y precisos; por tanto, en algunas tareas resulta conveniente utilizar un lenguaje artificial o convencional, en el que se fije de manera unívoca, esto es, sin ambigüedades, el significado de los términos y se indique exactamente el contenido de las proposiciones y lo expresado en ella.

Pero, conviene dejar claro que, en sentido estricto, todos los lenguajes humanos son convencionales o artificiales, puesto que no existe ninguna razón natural para que las palabras designen los objetos que significan, por ejemplo, para que el término “piedra” signifique el objeto piedra, o la voz “melocotón” el objeto melocotón. Pero los lenguajes llamados naturales se han formado a un ritmo lento, evolucionando a lo largo de la Historia desde idiomas anteriores o primitivos a otros posteriores o derivados, perdiendo y adquiriendo determinados vocablos y ciertas estructuras, de acuerdo con avatares y circunstancias históricas; por ejemplo, del latín derivaron el español, el francés, …; el español, a su vez, puede evolucionar de distinta manera en España, México, Puerto Rico, …

Los lenguajes artificiales o convencionales propiamente dichos, por su parte, se elaboran intencionalmente con miras a determinados fines o en virtud de una necesidades expresivas muy precisas. Desde este punto de vista, los lenguajes artificiales sólo resultan posibles gracias a la capacidad reflexiva de los lenguajes naturales, es decir, debido a la potencia que poseen los lenguajes naturales para examinar, analizar y precisar sus propios contenidos, estructuras y significados.

En general, estos lenguajes se caracterizan por su rigor y exactitud y, en este sentido, constituyen medios o instrumentos elaborados por los científicos, que permiten expresar de manera adecuada los objetos estudiados por sus ciencias.

Con respecto al lenguaje natural, el lenguaje formal presenta las siguientes ventajas:

1. Es posible dar a lo símbolos lógicos un significado absolutamente preciso, cosa que no tienen generalmente los términos del lenguaje ordinario. Los términos del lenguaje normal tienen muy a menudo los “bordes gastados”, es decir, los límites de su connotación y de su denotación son muy imprecisos. Por ello, para el análisis científico es a menudo ventajoso sustituirlos por símbolos especiales, perfectamente delimitados y precisos, tanto en su connotación como en su denotación.

2. El simbolismo especial permite separar y distinguir nociones diversas, que en el lenguaje normal están representadas por una misma expresión.

3. El simbolismo lógico nos permite concentrarnos fácilmente en lo esencial de un contexto dado. Al sustituir, por ejemplo, en el interior de una proposición los nombres por variables, se nos da a entender que lo esencial no está en el significado de esas palabras, sino en su función.

4. Precisamente por ello, los símbolos lógicos ponen de manifiesto claramente la forma lógica de las proposiciones. La simbolización lógica muestra rápidamente que proposiciones como “Sócrates es mortal” y “Algunos hombres son mortales”, aparentemente muy semejantes, son en realidad profundamente distintas desde el punto de vista de su estructura lógica.

5. Un simbolismo adecuado permite realizar una gran economía de tiempo y de trabajo. El simbolismo lógico tomará la forma de un cálculo, es decir, un sistema de signos artificiales sometidos a unas reglas de formación y transformación, que nos permiten realizar operaciones de manera puramente mecánica, con gran ahorro de tiempo.

7.1 Las categorías de un lenguaje formal

La diferencia fundamental entre un lenguaje natural y un lenguaje formal radica en su estructura. Un lenguaje formal (al que en lo sucesivo denominaremos cálculo) es un sistema de símbolos definidos con precisión, más unas reglas de formación de expresiones mediante la combinación de estos símbolos, y unas reglas de transformación de esas expresiones en otras expresiones del cálculo. Las expresiones bien formadas, esto es, las formadas de acuerdo con las reglas, se denominan fórmulas del cálculo. A un cálculo le atañen únicamente consideraciones sintácticas del tipo “qué es un signo del cálculo y qué no lo es”, “qué símbolos son primitivos y cuáles derivados”, etc. Los símbolos del cálculo en rigor carecen de significado, esto es no se refieren a nada, por lo que un cálculo en cuanto tal está semánticamente vacío. Por tanto, mientras el cálculo sea un puro cálculo, sus símbolos no son propiamente símbolos -pues no representan nada- sino meros grafismos.

La construcción de cálculos suele tener una finalidad determinada, que a menudo consiste en resolver problemas de alguna clase. En tal caso habremos de dar una interpretación a esos grafismos, con lo que se convierten en verdaderos símbolos y el cálculo en un lenguaje formalizado, al que desde entonces concernirán aspectos semánticos tanto como sintácticos. Así, por ejemplo, en el cálculo lógico de enunciados yo puedo utilizar marcas como ¬, Ù, Ú, ® y definirlos según una tabla de asignación de valores. Pero en la medida en que pretenda que las tablas de asignación de valores no sean arbitrarias, sino que la asignación de valores de verdad coincida con el uso en español de determinadas conjunciones como “no”, “y” o “si … entonces”, estoy interpretando tales grafías en términos de palabras de una lengua, y con ello las he convertido en símbolos (en este caso, símbolos de símbolos) y al cálculo en un lenguaje.

7.2 Metalenguaje del cálculo

Es necesario distinguir entre el lenguaje del cálculo y el lenguaje en el que se habla del lenguaje del cálculo. Esto nos retrotrae a la distinción entre lenguaje y metalenguaje. Lenguaje objeto es aquel en el que se habla del mundo, metalenguaje es el lenguaje en el que se habla del lenguaje objeto. Un cálculo hasta que no se interpreta no es propiamente un lenguaje. Una vez interpretado sí lo es: un lenguaje formal. Entonces las fórmulas del cálculo pertenecen al lenguaje del cálculo, pero son metalingüísticas con respecto a lo representado. A su vez, el propio cálculo ha de construirse apelando al lenguaje natural. Así, las reglas de formación y transformación no pertenecen al lenguaje del cálculo -no son fórmulas de éste- sino que son metalingüísticas respecto del cálculo (y metametalingüísticas con respecto al lenguaje objeto).

En la medida en que un cálculo tenga al menos una interpretación tendrá alguna finalidad práctica. Pero en cuanto cálculo, todo lenguaje formalizado habrá de cumplir algunos requisitos metateóricos. El primero y esencial es la consistencia: que no puedan demostrarse en el cálculo una fórmula y su negación. El segundo es la completud: que todas las fórmulas verdaderas construibles con los símbolos del cálculo sean demostrables en dicho cálculo. El tercero es la decidibilidad: que para cualquier expresión dada pueda decirse mediante un número finito de pasos si es o no una fórmula del cálculo. Mientras que el primer requisito es necesario, los otros dos son simplemente convenientes.

7.3 Usos de la formalización

Históricamente la simbolización ha sido muy posterior a la formalización, pues esta última se consiguió en la lógica con Aristóteles, mientras que la primera hubo de esperar a la mitad del siglo XIX con Boole. Formalizar es reemplazar en el discurso los términos con significado categoremático (sustantivos, adjetivos, verbos y adverbios) por variables carentes de tal significado (por ejemplo, reemplazar “Todos los hombres son mortales” por “Todos los X son Y”). Simbolizar es reemplazar los términos del lenguaje natural que aun quedan tras la formalización (los denominados sincategoremáticos, como determinadas preposiciones -las conectivas- y adjetivos -los cuantificadores-) por determinados signos. Evidentemente, con la sola formalización y simbolización de expresiones no tenemos aún un lenguaje formal, es menester dotar a ese lenguaje de la estructura calculística.

La finalidad a la hora de construir un cálculo es presentar los enunciados y argumentos del lenguaje natural de forma más perspicaz, de modo que sea mucho más fácil seguir los pasos de una argumentación, y así detectar algún fallo en la deducción o, por contra, comprobar adecuadamente su corrección final. Para este fin la formalización representa importantes ventajas, como eliminar los símbolos sinónimos y polisémicos. Cada símbolo ha de tener un único significado y tampoco puede haber dos símbolos que signifiquen lo mismo. Asimismo, el significado de los símbolos ha de ser insensible al contexto o, si se prefiere, en rigor, en un lenguaje formalizado siempre hay el mismo contexto.

De aquí se sigue que los lenguajes formales son mucho más simples y transparentes y, con ello, más rigurosos y más aptos para procedimientos de decisión; por contra, los lenguajes formales son mucho más pobres, y en ellos no caben usos o juegos de lenguaje propios de los lenguajes naturales, como contar chistes o hacer poesía.

8. Bibliografía

  • Beals, R. L. y Huijer, H., Introducción a la antropología, Madrid, Aguilar, 1973
  • Cassirer, E., Antropología filosófica, México, F.C.E., 1974
  • Chomsky, N., El lenguaje y el entendimiento humano, Barcelona, Seix Barral, 1980
  • Copi, I. M., Introducción a la lógica, Madrid, Alianza, 1980
  • Corredor, Cristina, Filosofía del lenguaje. Una aproximación a las teorías del significado del siglo XX, Madrid, Visor, 1999
  • Deaño, A., Introducción a la lógica formal, Madrid, Alianza, 1974
  • Gomila Benejam, A., “Evolución y lenguaje” en Broncano, F.(ed.): La mente humana, Madrid, Trotta/CSIC, 1995, pp. 273-299
  • Luria, A., Lenguaje y pensamiento, Barcelona, Fontanella, 1980
  • McLuhan, M., La galaxia Gutemberg, Madrid, Aguilar, 1969
  • Piaget, J., El lenguaje y el pensamiento en el niño, Barcelona, Fontanella
  • Pinker, S. El instinto del lenguaje, Madrid, Alianza, 1995
  • Richelle, M., La adquisición del lenguaje, Barcelona, Herder, 51989
  • Saussure, F., Curso de lingüística general, Madrid, Alianza, 1987
  • Vigotsky, L., Pensamiento y lenguaje, Buenos Aires, La Pléyade, 1973