Tema 41 – Nacionalismo y liberalismo en la europa del siglo XIX.

Tema 41 – Nacionalismo y liberalismo en la europa del siglo XIX.

1. INTRODUCCIÓN

2. DEFINICIONES DE NACIONALISMO Y LIBERALISMO

2.1. DEFINICIÓN DE NACIONALISMO.

2.2. DEFINICIÓN DE LIBERALISMO.

3. ORIGEN Y CARACTERES DEL NACIONALISMO Y DEL LIBERALISMO.

3.1. GESTACIÓN Y NATURALEZA DEL LIBERALISMO.

3.1.1 EL LIBERALISMO POLÍTICO

3.1.2 EL LIBERALISMO ECONÓMICO

3.2. GESTACIÓN Y NATURALEZA DEL NACIONALISMO.

4. EVOLUCIÓN DEL NACIONALISMO Y DEL LIBERALISMO.

4.1 .EVOLUCIÓN DEL NACIONALISMO. 4.2. EVOLUCIÓN DEL LIBERALISMO.

4.2.1. EL LIBERALISMO CLÁSICO DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX.

4.2.2. LA RUPTURA DEL LIBERALISMO CLÁSICO.

5. LAS REVOLUCIONES LIBERALES

5.1. LAS REVOLUCIONES DE 1820.

5.2. LA OLEADA REVOLUCIONARIA DE 1830.

5.3. LA OLEADA REVOLUCIONARIA DE 1848.

5.4. BALANCE DE LAS OLEADAS REVOLUCIONARIAS.

6. LOS NACIONALISMOS DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX.

6.1. LA UNIDAD ITALIANA.

6.2. LA UNIDAD ALEMANA.

6.3. LOS NACIONALISMOS DE LA EUROPA ORIENTAL.

7. BIBLIOGRAFÍA

1 INTRODUCCIÓN

El nacionalismo y el liberalismo son dos principios ideológicos que en su origen nacieron como hijos de un mismo impulso renovador y libertario, -cuyo exponente europeo es la revolución francesa- que aparecen perfectamente complementados y enlazados en las posteriores oleadas revolucionarias del siglo XX: revoluciones de 1820, 1830 y 1848, y también en los procesos de unificación de Italia y Alemania.

No obstante, la distinta evolución de estos principios y el desarrollo de sus consignas implícitas, da lugar a que pronto se compruebe, que estas dos ideologías, no solo no trabajan por un mismo fin, sino que luchan por imponer realidades contrarias.

Vamos a seguir la trayectoria de estos movimientos desde su nacimiento, para ver como se fue dando esta separación y evolución que hemos comentado. Tras su definición analizaremos su origen y naturaleza, su clasificación y su proceso de instauración. Como habremos de ser sintéticos terminaremos con una bibliografía detallada por temas.

2 DEFINICIONES DE NACIONALISMO Y LIBERALISMO

2.1. DEFINICIÓN DE NACIONALISMO

El nacionalismo, entendido como conciencia de pertenencia a una misma comunidad cultural y como sentimiento de solidaridad entre los miembros que la componen, es algo muy antiguo, aunque es durante la Edad Moderna que se va consolidando de la mano del nacimiento de los nuevos Estados-nación. Una cohesión interna frente a una dominación externa o extranjera sería la manifestación más clara y elemental.

Refiriéndonos al nacionalismo que triunfa a finales del siglo XIX, Fierre Vilar lo definió como la doctrina y corriente política que considera a la nación como el hecho fundamental y la finalidad suprema de una colectividad humana, a cuyo interés deben supeditarse e incluso sacrificarse tanto los intereses individuales como los de clase.

2.2. DEFINICIÓN DE LIBERALISMO

Desde el punto de vista político, y a pesar de la ambigüedad que este término encierra, podemos definir el liberalismo como la ideología o doctrina que dio respaldo intelectual a las revoluciones liberales de finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX, constituyendo el núcleo teórico básico de los sistemas políticos establecidos desde entonces en las sociedades occidentales (a excepción de los estados con regímenes totalitarios). El término liberalismo tiene la misma raíz semántica que el término libertad, y en efecto, se refiere a la lucha por la libertad de según qué grupo en cada momento (libertad en el parlamento, del pueblo, de la burguesía, etc).

3 ORIGEN Y CARACTERES DEL NACIONALISMO Y DEL LIBERALISMO

Ambas doctrinas definen claramente sus contornos en la época de la Ilustración. El pensamiento ilustrado prerrevolucionario se encarga de propagar y proclamar las ecelencias de estas nuevas ideas. En sus orígenes, el nacionalismo va ligado a la ideología liberal. Mas adelante tomaran caminos opuestos.

3.1. GESTACIÓN Y NATURALEZA DEL LIBERALISMO

El origen de las ideas liberales se remonta -según la mayoría de los autores- al siglo XVII, época en que el Parlamento ingles luchó contra Carlos I por conquistar su libertad de acción frente al mismo. John Locke sistematizó estos planteamientos un año después de la “Gloriosa revolución” británica de 1688. Un siglo más tarde estas mismas ideas serán expuestas y apoyadas por los filósofos de la Ilustración. Históricamente el liberalismo tiene sus orígenes en las ideas de los ilustrados del siglo XVIII: se basa, por tanto, en las doctrinas del contrato social de Rousseau y del derecho natural, propugnadas por Locke y Monstesquieu.

Es una doctrina que, partiendo de la supremacía de la Razón y de la Naturaleza, afirma los derechos del hombre a la libertad y a la igualdad individuales. Dos principios básicos que aplicados al gobierno, a la religión, al trabajo, a la industria, a las relaciones sociales y a las relaciones internacionales, pretenden transformar la vida de los individuos y de las colectividades. Presenta dos aspectos fundamentales: el liberalismo político y el liberalismo económico.

3.1.1 EL LIBERALISMO POLÍTICO

intenta ajustar las relaciones entre gobernantes y gobernados a los principios racionales de libertad e igualdad individuales. Sabemos que la Revolución Francesa había realizado el primer intento y que los ejércitos napoleónicos habían extendido el modelo político francés a muchos países del Continente europeo. Tras la derrota de Napoleón el liberalismo político aparece en 1815 configurado como un sistema de ideas que se opone a los principios de la Restauración y, a partir de entonces, anima la serie de movimientos revolucionarios que aspiran a subvertir el orden restablecido en Viena. Característica del liberalismo político es su «constitucionalismo», por cuanto propugna la existencia de «constituciones» escritas en las que consten de forma expresa los principios que defiende y las garantías que han de salvaguardarlos. Muchos fueron los autores liberales que escribieron sobre la libertad y el gobierno -Constant, Mili y Tocqueville-. La mayoría de ellos eran miembros de la burguesía emprendedora y abogaban por una sociedad de hombres libres, con autodisciplina y respeto mutuo. Los principios políticos del liberalismo clásico fueron: 1) La soberanía nacional; 2) La autoridad del gobierno o del rey estará supeditada a una norma suprema llamada Constitución; 3) Esta Constitución debe garantizar una serie de derechos y libertades de los individuos; 4) Deberá existir la división de los tres poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) y los tres deberán controlarse entre sí; 5) El Parlamento representará a la nación y a él le corresponde el derecho de legislar; 6) La vida política y la opinión ciudadana se canalizarán a través de los diferentes partidos políticos; 7) La libertad de prensa es fundamental, tanto como sistema abierto de opinión, como vía de propaganda de los distintos partidos políticos y de las elecciones.

Ahora bien, tanto la división de poderes como el modo de elegir a los represen­tantes plantea en la práctica problemas que los liberales resuelven de maneras diferentes: el sufragio o voto puede ser restringido o censitario: el poder recae en los elementos del orden y de la estabilidad, es decir, en aquellos que, dotados de una propiedad estable, perciben rentas regularmente, y pagan impuestos; puede ser también universal, cuando no existen tales limitaciones. Los regímenes liberales pueden dividirse en más o menos moderados según el tipo de sufragio que defiendan. La división de poderes, teóricamente iguales, plantea el grave problema de las relaciones entre el monarca y la asamblea de representantes: unos liberales, a pesar de su deseo de limitar el poder del monarca defienden al predominio de la Corona sobre la asamblea; otros, por el contrario, defienden las prerrogativas de la asamblea. Algunos liberales, partidarios del sufragio censitario y deseosos de potenciar las prerrogativas regias sin renunciar por ello a los principios básicos del régimen liberal, distinguieron a partir de 1815 un cuarto poder basado en la teoría de la doble representación, según la cual la soberanía está representada conjuntamente por la Corona y por el parlamento: ambos, por tanto, participan del poder legislativo. El rey tiene el poder moderador que le permite resolver los conflictos entre el legislativo —el parlamento— y el ejecutivo —el Consejo de ministros—. A la Corona corresponde entonces resolver en favor de uno u otro poder. Lo hará sustituyendo al presidente del Consejo de ministros para nombrar a otro que sea aceptado por la Cámara si decide a favor de ésta, o disolviendo el parla­mento y convocando nuevas elecciones que den una mayoría favorable al gobierno, si decide el conflicto a favor de él. Es liberalismo doctrinario elaborado por Royer-Collard y Benjamín Constant practicado en países como Francia o España.

Entre las garantías que los liberales suelen hacer constar en la Constitución como salvaguardia del régimen frente a los marginados del mismo —los absolutistas, los privilegiados y las masas de los no propietarios— unas son de orden jurídico, como la exigencia del juramento de fidelidad a la Constitución, otras de orden político, como la responsabilidad del ejecutivo ante las Cámaras, y otras, finalmente, son de orden militar, como la creación de un ejército interior que recibe diversos nombres según los países: Guardias Nacionales. Milicias Nacionales.

3.1.2 EL LIBERALISMO ECONÓMICO

Tiene en los fisiócratas del siglo XVIII, en Adam Smith y David Ricardo, sus principales teóricos y traduce los principios liberales al campo de la actividad económica. Propugna el ordenamiento natural de la economía, libre de todo control del Estado; la propiedad privada, la iniciativa particular, la libre concurrencia a la libre circulación de mercancías, ya que ellos son factores que por sí bastan para producir la prosperidad económica y el progreso social.

La burguesía, hemos dicho, se halla estrechamente ligada a la ideología liberal. En efecto, el liberalismo traduce sus aspiraciones en el orden político y económico porque le permite detentar el poder con exclusión de los privilegiados y de las clases trabajadoras; crear un modelo económico que la beneficia de forma casi exclusiva en detrimento del trabajador. El Estado que propugna es, en definitiva, un simple guardián de la libertad política y económica, y su papel se limita a la protección de los intereses que ella defiende. Es comprensible, por tanto, que liberalismo y Restauración choquen de forma irreconciliable, y que la burguesía bajo regímenes más o menos progresistas protagonice la oposición. El movimiento liberal se pone en marcha desde los días mismos del Congreso de Viena.

Pero la primera manifestación del triunfo de este nuevo liberalismo es anterior y queda formulada en la declaración de independencia de los Estados Unidos de 1776. En ella se expresa claramente la función del gobierno como depositario de los derechos de los gobernados, y en el caso de que este los desatienda, se expresa el derecho del pueblo a reformarlo o abolirlo. La declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, hecha en 1789 en la Francia revolucionaria, se expresan igualmente las ideas liberales que tomarán cuerpo de ley en las constituciones de 1791, 1793 y 1795. Ambas revoluciones serán el punto de partida del desarrollo político del liberalismo durante el siglo XIX.

3.2. GESTACIÓN Y NATURALEZA DEL NACIONALISMO

En Francia, la nación la forma el conjunto de los ciudadanos, que consiguen la victoria de Valmy. La primera Constitución española, proclamada en 1812, dice textualmente: “La nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios” y “la soberanía reside esencialmente en la nación” (extractos de los artículos 1 y 2 respectivamente de la Constitución de 1812). Es evidente que el origen del nacionalismo es el surgimiento de la nación, o de la idea de nación. La idea de utilidad a la nación propia del nacionalismo de la revolución francesa explica la aversión de los aristócratas al primer nacionalismo, de claro corte liberal.

La idea de nación no se reduce ni a un significado esencialmente cuantitativo y geográfico, como la de pueblo, ni a una noción sentimental, como la de patria. Recubre una realidad sociológica dinámica: la existencia de comunidades culturales —y como consecuencia históricas—, llamadas ya sea nacionalidades, ya sea etnias, dotadas de una conciencia clara o difusa de su originalidad, y que tienden a consolidar sus lazos de solidaridad, a consagrar su especificidad y a gozar de su autonomía constituyéndose en sociedades políticas bajo la égida de un Estado particular para cada una de ellas. La transmutación de la nacionalidad, entidad sociocultural, en nación, entidad sociopolítica, pasa por la creación de órganos autónomos de gobierno, cuando no por la creación de un Estado nacional.

Otra expresión muy diferente, que también se denominó nacionalismo, fue la que se elaboró en Alemania de la mano de filósofos como Herder. Este, planteó la idea del derecho de los pueblos a vivir según su propia identidad y es el iniciador de las ideas de nación-pueblo o Volkstum y de genio popular o Volksgeist . El nacionalismo de los pueblos del mundo se exalta especialmente en aquellos pueblos sometidos, en que es cortado o aplastado.

La idea de nación y nacionalidad apareció en el siglo XIX como sentimiento confuso más que como doctrina con perfiles claros y precisos. Desde la Edad Media y, sobre todo, desde la Edad Moderna, la palabra «nación» era conocida, y designaba, según los casos, la unidad lingüística, la unidad geográfica o la unidad estatal; pero nunca hasta el siglo XIX adquirió, junto con las de «nacionalidad» y «nacionalismo» contenido con virtualidades suficientes para imprimir impulso decisivo y característico al proceso histórico.

En torno a 1830 la literatura política se ocupa cada vez con más frecuencia del término y se generalizan los esfuerzos por definir su contenido. Se hace, escribe G. Weil, de acuerdo con las preferencias o aspiraciones políticas de cada tratadista; y así, los liberales la presentan como sinónimo en cierto modo de libertad y soberanía popular; los conservadores como constitutivo del concepto de nacionalidad, lo tradicional y perenne de cada pueblo. Pero todos ellos admiten como contenido principal del concepto la idea de un conjunto de hombres a los que unen vínculos comunes de geografía, raza, lengua y cultura.

A ello contribuyeron poetas, filósofos, historiadores de la lengua y de la cultura: los escritores románticos venían exaltando la lengua como creación y expresión del genio de cada pueblo: el francés conde de Gobineau o el alemán Jahn, defienden los rasgos étnicos como principales diferenciadores de los pueblos; profesores universitarios como Herder, Fichte (Discursos a la nación alemana), Corres, Arndt, desde sus cátedras en Alemania, Mickewicz en Polonia, o Michelet en Francia justifican el nacionalismo desde la filosofía, la lengua o la historia.

El sentimiento nacionalista se avivó entre el pueblo como consecuencia de la Revolución Francesa y de la expansión napoleónica: las Asambleas Constituyente y Legislativa habían defendido un principio nuevo de derecho internacional basado en la libre determinación de los pueblos soberanos: Napoleón había difundido este principio, pero paradójicamente trató de imponer a esos pueblos su dominio. Ello provocó la reacción de éstos en defensa de sus peculiaridades, dando a las guerras antinapoleónicas carácter de guerras nacionales de liberación. Significaron una reacción de lo específico de cada pueblo frente a la voluntad uniformadora del Imperio. La derrota de Napoleón significó, en consecuencia, la afirmación del sentimiento nacionalista en toda Europa.

Nada extraña, pues, que en 1815 aparezca vigorosa la oposición al principio de la legitimidad dinástica y se generalice la resistencia al reordenamiento del mapa de Europa realizado por el Congreso de Viena, que no había tenido en cuenta el factor nacionalista. En el Congreso prevalecen los intereses de las grandes potencias. Muchos pueblos vieron sacrificada su independencia o su unidad. El nacionalismo cultural frustrado se convierte, de este modo, en nacionalismo político revolucionario en los episodios de 1830 y 1848. El nacionalismo es, así, revolucionario de igual modo que lo es el liberalismo: si éste defiende el principio de la soberanía nacional frente al poder absoluto del monarca, aquél propugna el principio nacionalista frente al derecho dinástico. Ambos movimientos suponen ruptura con la concepción del poder del Estado y con el orden político internacional establecido. Por esta razón, también las dos fuerzas —liberalismo y nacionalismo— se unen para combatir mediante la revolución el régimen restaurado.

El nacionalismo dio lugar en la primera mitad del siglo XIX a movimientos diversos en cada país: en unos, produjo un movimiento unitario y determinó la unificación de los Estados, como en Alemania e Italia; en otros, como en el Imperio Austríaco y Turco, originó movimientos disgregadores de la unidad política de los diferentes pueblos del imperio; en otros, el fenómeno nacionalista se tradujo en manifestaciones complejas, como en Gran Bretaña, donde aparece como uno de los factores de las revueltas irlandesas.

4 EVOLUCIÓN DEL NACIONALISMO Y DEL LIBERALISMO

4.1. EVOLUCIÓN DEL NACIONALISMO

Tuvieron lugar dos tipos de manifestaciones diferentes de nacionalismo durante la primera mitad del siglo XIX.

El nacionalismo centrífugo o separatista, el cual pretendió el reconocimiento de la entidad nacional a través de la separación de un elemento mayor y dominante. Estos son los casos de Bélgica, Austria y Polonia.

El centrípeto o unificador, que pretendió este reconocimiento a través de la unión de partes diversas dentro de una misma nación. Estos fueron los casos de Alemania e Italia.

Tanto los unos como los otros, tuvieron lugar estrechamente ligados a la ideología liberal durante esta primera mitad del siglo. Ahora bien, en la segunda mitad, dos grandes políticos conservadores supieron transformar el ímpetu nacionalista en algo con nuevas connotaciones: un sentimiento antiliberal. Estos políticos fueron Bismarck en Alemania y Disraeli en Inglaterra.

Las características de este nacionalismo fueron expresadas por J. Burkhardt. Para este autor la nación, es una entidad que aspira a ser grande, poderosa y con voluntad de desafiar a los demás pueblos.

En cada nación, el nacionalismo tomó tintes diferentes pero en todos los casos, éste, apelaba a los mas bajos instintos de las masas, a un orgullo anti-solidario y dominador. Este tipo de nacionalismo produjo dos efectos inmediatos: Impulsar más aún el afán de conquistas coloniales, como factor de prestigio nacionalista; y avivar el fuego de los pleitos históricos de los distintos pueblos europeos, agravando, en consecuencia, los pleitos entre los estados.

El ambiente de belicosidad aumentó considerablemente en Europa (este periodo -1880/1914- fue bautizado por los historiadores como la Paz armada) hasta desembocar en la Primera Guerra Mundial.

Tras la guerra, el nacionalismo adquirirá un carácter nuevo, de la mano de los nuevos movimientos como el fascista, el nacionalsocialista o el soviético. Estos movimientos, como ya sabemos, afectaron decisivamente al equilibrio europeo y mundial.

4.2. EVOLUCIÓN DEL LIBERALISMO

4.2.1. EL LIBERALISMO CLÁSICO DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX

Tras los grandes episodios revolucionarios de finales del XVIII y principios del XIX, siguió un periodo de restauración monárquica, conocido históricamente como la Restauración. El liberalismo, nacido al calor de las revoluciones, se vio obligado a seguir uno de estos dos caminos: Proseguir la lucha contra las estructuras del Antiguo Régimen bajo las duras condiciones de represión policial y ausencia de libertad; o buscar un camino intermedio, que pudiera sentar las bases de un sistema mas estable y eficiente, aprendiendo de los errores de la Revolución Francesa.

4.2.2. LA RUPTURA DEL LIBERALISMO CLÁSICO

Dos corrientes liberales se establecen tras la Restauración:

La corriente liberal radical, que entronca con el jacobinismo de la Revolución Francesa y propugna un gobierno popular basado en el régimen de mayorías. Son defensores del sufragio universal y constituyen el movimiento democrático.

La corriente liberal restrictiva, denominada liberal burguesa o doctrinaria. Fue la triunfadora a lo largo del siglo XIX, entroncaba con la tradición girondina, y en el mismo sentido, negaba la universalización de los derechos y defendía el sufragio censitario.

Por otro lado, el auge del nuevo nacionalismo chauvinista, provocó el desprestigio de las teorías políticas liberales del “laissez faire” contrarias al intervencionismo estatal. Todo este ambiente contrario a las ideas y prácticas del liberalismo provocaron la retirada del liberalismo puro, convirtiéndose así, a tenor de los tiempos, en un liberalismo proteccionista e imperialista. Según autores como Hobson y Naumann, se trataba de acomodar el liberalismo a las exigencias de la moderna sociedad industrial.

La decadencia del liberalismo clásico, la ruptura del movimiento liberal en tendencias divergentes y difícilmente reconciliables y -muy importante- el desarrollo de nuevas corrientes de pensamiento político (anarquismo y socialismo) fueron los aspectos que marcaron el cambio de coyuntura ideológica en el umbral del siglo XX.

5 LAS REVOLUCIONES LIBERALES

A partir de la Revolución Francesa, primera revolución liberal burguesa europea, y a pesar de su aparente fracaso, tiene lugar en el panorama mundial, una serie de movimientos libertarios, independentistas y ocasionalmente de unidad nacional organizados en tres grandes oleadas revolucionarias durante la primera mitad del XIX.

La clase motor de estos movimientos serán siempre las clases medias o clases burguesas. Su principal móvil en esta actitud vanguardista hacia el cambio, será la búsqueda del afianzamiento de su posición económica y política como clase social. Era frecuente el que estas estuviesen organizadas en sociedades secretas como núcleos políticos conspirativos que serían siempre la punta de lanza de las revoluciones. Para una ampliación del periodo, dada la necesaria síntesis expositiva, recomendamos la obra de L. Bergeron, L. Furte y R. Koselleck La época de las revoluciones europeas, 1780-1848, Madrid, siglo XXI, 1976., o la de Jacques Droz: Europa: Restauración y revolución, 1815-1848, que presenta con brevedad pero de forma muy clara los elementos en conflicto y analiza los resultados de los embates revolucionarios.

5.1. LAS REVOLUCIONES DE 1820

Fue la primera oleada revolucionaria y afectó fundamentalmente al área mediterránea. En España (1820) las consecuencias más importantes fueron, por un lado la reinstauración de la primera constitución del país (que más tarde seria anulada por el absolutismo de Fernando VII), y por otro lado la emancipación de las colonias sudamericanas, las cuales, una vez hubieron constituido sus propias Juntas de Gobierno como apoyo a la lucha independentista de España frente a Napoleón, se encontraron con que habían creado con esa excusa, las herramientas para luchar por su propia libertad.

En Grecia, en este mismo momento, se inicia la guerra contra los dominadores turco-otomanos, la cual acabaría en 1828 con la independencia del país.

También en Ñapóles y mas lejanamente en Rusia (movimiento decembrista) se vivirán consecuencias de esta primera oleada revolucionaria.

5.2. LA OLEADA REVOLUCIONARIA DE 1830

La segunda oleada fue más importante que la primera, y tuvo lugar entre 1829 y 1834. La revolución que le dio nombre tuvo lugar, una vez más, en Francia en 1830, y supuso la caída del absolutismo de Carlos X y la subida al trono de Luis Felipe de Orleans, bautizado por sus contemporáneos como “el rey burgués”.

También la revolución belga, que culminó con la independencia de Bélgica frente a Holanda, es consecuencia de esta segunda oleada, como también lo es, la frustrada revolución polaca, que no pudo acabar en independencia al ser aplastada por la gran Rusia zarista. Otros triunfos liberales parciales tuvieron lugar en Irlanda, Inglaterra, Suiza, España (muere Fernando VII y María Cristina encarga la formación de un gobierno liberal). Es también a raíz de esta oleada revolucionaria que se inician los procesos de unificación de Alemania e Italia.

5.3. LA OLEADA REVOLUCIONARIA DE 1848

Esta tercera oleada supuso el definitivo ascenso de la clase burguesa en el panorama socio-político-económico de Europa occidental. Fue tan amplio el alcance de esta tercera oleada, y tan definitivo el estatus que llegó a consagrar, al menos en Europa occidental, que fue llamada por sus contemporáneos “la primavera de los pueblos”. F. Ponteil (Las revoluciones de 1848, Madrid, ZYX, 1966)trazó un estudio en detalle de estos movimientos.

Este movimiento revolucionario fue el más amplio y el más definitivo. Se inició nuevamente en Francia, como un movimiento de protesta contra la monarquía del rey burgués Luis Felipe. La eliminación de la institución monárquica en Francia dio paso a una República democrática y social con dos fuerzas sociales en conflicto: la burguesía y los obreros socialistas. Esta República fue tornándose conservadora ante la fuerza del movimiento obrero y acabó por convertirse en una monarquía autoritaria en las manos de Luis Napoleón Bonaparte.

En Austria la fuerza de la insurrección popular logró hacer abdicar al emperador Fernando I y conseguir el triunfo del constitucionalismo. El emperador sucesor, Francisco I actuó con mano dura y represora, disolviendo la Asamblea constituyente y restituyendo el Absolutismo. En todos los estados del imperio austriaco (Checoslovaquia, Hungría e Italia) fueron aplastadas las insurrecciones.

En Irlanda, los movimientos revolucionarios emancipadores, tomaron forma de atentados terroristas promovidos por el grupo de liberación nacional “Joven Irlanda”.

En otros muchos países el descontento no llegó a expresarse en movimientos reales (España, Dinamarca y Rumania). En Suiza se logró la aprobación de una Constitución liberal en el año 1848.

En Italia, Mazzini logra expulsar temporalmente al Papa y proclamar la República romana, aunque en 1849 un ejercito mandado por el nuevo rey de Francia, Luis Napoleón Bonaparte repondrá al Papa en su puesto y dejará en Roma un ejercito francés que quedará vigilante hasta 1870.

En Alemania se logró en 1848 la celebración de la Asamblea de Frankfurt con representantes de la mayoría de los estados alemanes. Las distintas posturas entre la burguesía liberal nacional, que aspiraba a tibias reformas y otras posturas mas radicales, que querían establecer una república Federal de carácter democrático, entablan un combate, cuyo resultado final será La radicalización de la Asamblea, el miedo a las Cortes y la disolución, como consecuencia de lo anterior, de las Dietas por parte de todos los Príncipes y Monarcas alemanes, secundados por el Emperador.

5.4. BALANCE DE LAS OLEADAS REVOLUCIONARIAS

El balance revolucionario es distinto si hablarnos de Europa occidental o de Europa oriental. En el primer caso, como ya hemos comentado, supondrá el triunfo del liberalismo (con la paradójica excepción de Francia a partir de 1851), aunque este liberalismo no será más que la sombra del sueño liberal de principios del siglo XIX. Se instalará en la Europa occidental del momento, el llamado liberalismo doctrinario, en el que la nueva burguesía —gran triunfadora de todo este proceso- muy poderosa en este momento, pactará con la vieja aristocracia terrateniente, quedando ambas en la cúspide del poder. La forma de gobierno típica de este modelo liberal doctrinario es la Monarquía parlamentaria sustentada en tres pilares: El Monarca, con grandes prerrogativas de gobierno; El Consejo de Ministros; y, finalmente, El Parlamento, en el que solo están representadas las clases privilegiadas. Se instaura el sufragio censuario y se prohibe el libre juego de los partidos políticos y las huelgas. Solo se admiten dos partidos en litigio: el partido conservador y partido liberal.

En el caso de la Europa oriental, aunque el fracaso aparente pudiera inclinarnos hacia un balance negativo, la valoración global dista mucho de ser esa. Tras la inicial reacción antiliberal de los gobiernos, llegará, tan solo una década más tarde, la apertura gubernamental hacia la introducción de medidas liberalizadoras. Como ejemplo, en Austria la reorganización del Imperio se realizó atendiendo a un menor centralismo: en la forma dual del nuevo Imperio Austro-Húngaro.

6 LOS NACIONALISMOS DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX

6.1. LA UNIDAD ITALIANA

P. Guichonnet ofreció una breve, aunque completa visión del proceso en La unidad italiana (PUF, Col. Que sais-je?, París, 1970). Tras el fracaso de 1848 en Italia, los anhelos de unificación e independencia norteña frente a la dominación austríaca resurgen en 1859 de la mano de Víctor Manuel II rey del Piamonte y de su primer Ministro Cavour. Garibaldi consigue liberar Ñapóles del dominio borbónico. Otros ducados se le unen, y otros más se conquistan. La guerra contra Austria es inevitable. Por fin, aprovechando la derrota de Luis Napoleón Bonaparte en 1870, se consigue la ocupación de los Estados Pontificios y la conversión de Roma en la capital de Italia.

6.2. LA UNIDAD ALEMANA

Jacques Droz en La formación de la unidad alemana 1789-1871 (Vicens Vives, Barcelona, 1972) abarcó todo el periodo de este proceso. Será Bismarck quien, desde 1862, active el proceso unificador de Alemania desde una óptica autoritaria y prusiana. La anexión de algunos ducados iniciales por la coalición austroprusiana frente a Dinamarca, es seguida de una declaración de guerra a Austria -principal enemigo de la unificación alemana- y a derrotarla fulminantemente en 1866. En 1870, y aprovechando la controversia suscitada por la sucesión al trono español, vacante tras la Revolución Gloriosa de 1868, Bismarck, declarará la guerra a Francia. La victoria prusiana supondrá el éxito final del proceso unificador.

6.3. LOS NACIONALISMOS DE LA EUROPA ORIENTAL

La caída de los grandes imperios orientales, austríaco, ruso y turco, será el punto de partida para el surgimiento de multitud de estados independientes. El caso mas llamativo era la descomposición del Imperio Turco-Otomano, vigilado de cerca por los otros dos decadentes Imperios, atentos a los beneficios que pudiesen obtener de esta desintegración.

Esta es precisamente la naturaleza de la conflictividad de los Balcanes. Cada Imperio, ofrecía su ayuda interesada a los pueblos que pretendían independizarse de los otros Imperios. Todo esto avivaba el fuego de la belicosidad y a ello hay que sumar otros problemas que llevaban al enfrentamiento de todos estos pueblos entre sí. Los intereses creados en esta área-polvorín de Europa serán las cuestiones que actuarán de detonante de la Primera Guerra Mundial.

Lengua, raza y religión sirven también como bases para los movimientos nacionalistas que agitan el imperio otomano a fines de siglo, cuando comienza a desmantelarse bajo los asaltos de las potencias europeas. El panislamismo religioso de Djemal al-Din al-Afgani (muerto en 1897) llama a los creyentes a agruparse bajo la autoridad espiritual de un único califa y a restaurar la grandeza del Islam, empañada por la dominación turca; propone un renacimiento árabe y la división del imperio otomano en diez jedivatos autónomos.

El panislamismo político de Abd-Ul Hamid, por el contrario, actúa en el sentido de un reforzamiento del poder del «sultán rojo», que ordena en el nombre del Islam las matanzas colectivas de búlgaros (1876), armenios (1894-1896) y cretenses (1897).

El panturanismo también se inspira en teorías raciales. Es un movimiento nacido en el imperio ruso, en el que se propone reagrupar contra la opresión zarista a todos los elementos de una raza turania dispersa desde Finlandia a Manchuria (1895-1905). Introducido por Ahmed bey Agayeff en el imperio otomano, sirve como sustrato ideológico a una fracción del partido de los Jóvenes Turcos, a intelectuales y militares de los que algunos no son ni turcos ni musulmanes.

El panar-abismo, por fin, surge del despertar nacional árabe contra la dominación otomana. Mohammed Abduh y Mustafá Kamel (que no hay que confundir con el turco Mustafá Kemal, llamado Ataturk), son sus primeros grandes impulsores. J. Ancel publicó en 1927 en París el ya clásico Manuel historique de la question d’Orient. La Historia de los Balcanes fue elaborada por Jelavich y publicada por la Cambridge University Press en 1983.

7 BIBLIOGRAFÍA

El tema es tan amplio que no hemos podido más que esbozar algunas de las etapas fundamentales del proceso de instauración del liberalismo y de desarrollo del nacionalismo. Pasamos ahora a realizar un balance bibliográfica de cada una de las cuestiones apenas tratadas. Cuatro obras clásicas presiden esta miscelánea bibliográfica: G. weill: La Europa del siglo XIX y la idea de nacionalidad. México, U.T.E.HA., 1961; Guido DE RUGGIERO: Historia del liberalismo europeo. Madrid, Pegaso, 1944; TOUCHAR: Historia de las ideas políticas, Madrid, Tecnos, 1961; y RENOUVIN: Historia de las relaciones internacionales, Madrid, Aguilar, 1966. La Revolución Francesa es, sin duda, uno de los temas más estudiados de la historia universal. Sobre los orígenes se insiste desde varios ángulos, el de las ideas, el de la crisis económica, el de la crisis social: godechot: Los orígenes de la Revolución Francesa. Barcelona, Península, 1974. Constituye posiblemente el estudio más completo e innovador. labrousse: Fluctuaciones económicas e historia social. Madrid, Tecnos, 1973. Obra maestra de la historiografía por el rigor de sus métodos, constata la coincidencia del estallido revolucionario con el ápice de la gráfica de precios. lefebvre: Los orígenes de la Revolución. Causas profundas y causas ocasionales. La evolución de la Humanidad. México, U.T.E.H.A. BERTAUD: Les origines de la Révolution Francaise. París, P.U.F., 1971. D. mornet: Los orígenes intelectuales de la Revolución Francesa. Buenos Aires, Paidós, 1969. Entre los estudios de conjunto el más completo es el de SOBOUL: La Revolución Francesa. Madrid, Tecnos, 1975, que atiende preferentemente a la crisis de la sociedad. lefebvre: La Revolución Francesa y el Imperio. México, F.C.E., 1973. lefebvre: La Révolution Francaise. Peuples et Civilisations, París, P.U.F., 1951. godechot: Las revoluciones. Nueva Clío. Barcelona, Labor, 1969.

Nuevos planteamientos sociales pueden encontrarse en HAMPSON: Historia social de la Revolución Francesa. Madrid, Alianza Editorial, 1970. cobban: La interpretación social de la Revolución Francesa. Madrid, Narcea, 1971, quien pretende refutar las interpretaciones de los historiadores franceses.

Para el estudio de algunos aspectos es interesante la lectura de una serie de monografías de soboul, recogidas en La crisis del Antiguo Régimen y Las clases sociales en la Revolución Francesa. Madrid. Fundamentos, 1971. Y para los problemas y movimientos populares: George Rude: La multitud en la historia. Buenos Aires, Siglo XXI, 1971.

La Europa de los Congresos ha recibido un tratamiento de historia diplomática o de las relaciones internacionales. Pero no han faltado los estudios de pensamiento político y, más recientemente, de historia social. droz: Europa: Restauración y revolución. 1815-1848. Madrid, Siglo XXI, 1974. droz, genet y vidalenc: Restaurations et Révolutions. 1815-1871. París, P.U.F., 1953 (Clio). H. NICOLSON: Le Congrés de Vienne. 1812-1822. París, Hachette, 1947. J. VIDALENC: La Restauration. 1814-1830. París, P.U.F., 1973. G. de bertier de sauvigny: La Sainte-Alliance. París, Colin, 1972. J. pirenne: La Sainte-Alliance. Organisation europeénne de la paix mondiale. París, Ed. B., 1946. En los dos tomos de A. jardín Y A. D. tudeso: La France des notables. 1815-1848. Points, París, Ed. du Seuil, 1973, se atienden primero los aspectos políticos y luego los socioeconómicos. Para Francia y el modelo político francés, es básico el estudio de G. bertier de sauvigny: La Restauración. Madrid, Pegaso, 1980. De un clásico, se ha hecho una nueva edición: Harold nicolson: El Congreso de Viena. Madrid, Sarpe, 1985. Sus datos, apoyados en memorias y documentación de primera mano, pueden insertarse en enfoques más amplios, como el de L. bergeron: La época de las revoluciones europeas. Madrid, Siglo XXI, 1979; el de C. GRIMBERG: Revoluciones y luchas nacionales. Barcelona, Daimon, 1983, y sobre todo, E. J. hobsbawn: Las revoluciones burguesas. Madrid, Guadarrama, 1982, que examina la Restauración en medio del arco revolucionario que va de 1789 a las revoluciones del Romanticismo.

En tanto que disponemos de una extensa bibliografía para los movimientos de 1848, es por el momento escasa la dedicada a los de 1830. Instrumento de trabajo de gran valor es la colección de textos de berthier de sauvigny: La révolution de 1830 en France. París, Colín, 1970. En los tomos de JARDÍN Y TUDESO: La France des notables. 1815-1848, Éd. du Seuil, citados anteriormente, se atiende también el 30. En el trabajo de labrousse incluido en Fluctuaciones económicas e historia social. Madrid. Tecnos, 1973, se relaciona el proceso con las convulsiones de 1789 y 1848. El único proceso estudiado satisfactoriamente es el francés. Aportación valiosa es la miscelánea de colaboraciones, dirigida por John M. merriman: 1830 in France. Nueva York-Londres, New Viewpoints, 1975. Sobre la independencia belga, J. dhont: Histoire de la Belgique. París, P.U.F., 1979 («Que sais-je?») y los Documents de 1 ‘Histoire de la Belgique. Bruselas, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1978.

En Francia se fundó en 1904 una Sociedad de Historia de la Revolución de 1848, que ha publicado una revista, «Révolution de 1848». Además en 1948 se celebró, con motivo del centenario, un Congreso, cuyas actas han sido publicadas. Algunas obras sobre el tema: ROBERTSON: Révolution of 1848. A social history. Princeton Univ. Press, 1967. ponteil: La revolución de 1848. Madrid, ZYX, 1966. martin: La révolution de 1848. París, P.U.F., 1948. godechot: Les révolutions de 1848. París, A. Michel, 1971. Maurice AGULHON: 1848 ou l’apprentissage de la République. Points, París, Éd. du Seuil, 1973. Un aspecto concreto, sobre el que se había trabajado poco, la relación con el socialismo, ha sido atendido por Fernando CLAUDÍN: Marx, Engels y la revolución de 1848. Madrid, Siglo XXI, 1975. Para el 48 alemán, droz: La formación de la unidad alemana, 1789-1871. Barcelona, Vicens Vives, 1973. Una síntesis de enfoque renovador en Jean sigmann: 1848. Las revoluciones románticas y democráticas de Europa. Madrid, Siglo XXI, 1977. Ver también Peter JONES: The 1848 Révolutions. Harlow, Longmcros, 1981.

Sobre el segundo imperio: Alain PLESIS: De laféte impériale au mur des federes. 1852-1871. Points, París, Du Seuil, 1973. aubry: El Segundo Imperio. Barcelona, Carait, 1943. ARNAUD: La Deuxiéme République et le Second Empire. París, Hachette. marx: El 18 brumario de Luis Bonaparte. Barcelona, Ariel, 1971. Aunque cro­nológicamente encaja más bien en la revolución del 48, la crítica de Marx es útil para entender la evolución del régimen napoleónico hacia posturas autoritarias. L. girard: Questions politiques et constitutionnelles du Second Empire. París, C.D.U., 1965. LE clere y V. wright: Les Préfets du Second Empire. París, Colín, 1973. G. pradalie: Le Second Empire. París, P.U.F., 1979. Además son importantes las memorias de Darimon, Ollivier, Remusat, y las notas de Tocqueville. El desenlace puede estudiarse en la obra de Michael howard: The Franco-Prussian War. Londres, Methuen, 1981.

Para el estudio de la unificación de Italia disponemos de un conjunto de trabajos en la edición italiana de las cuestiones de Marzoratti: Nuove questioni di Storia del Risorgimento e dell’unitá d’Italia. Milán, Marzoratti, 1961. Para el tema en concreto de la unificación son especialmente valiosos los trabajos de bulfe-retti, maturi, volpe,

CURATO, VALSECCHIO, DEMARCO, ROMEO, PIERI, MORELLI. MARCELLI y LURAGHI. Más reciente es el de G. galasso (Dir.): Storia d’Italia. Turín, U.T.E.T., 1981-1982, tomos XIX al XXI. En lengua francesa disponemos de Philippe gut: L’unité italienne. París, Dossiers Clio, 1972; una breve síntesis de 96 páginas. Histoire de l’Italie moderne. París, Hachette, 1972. Vol. I. J. godechot: Le Risorgimento (1770-1870). Vol. II. Maurice vaussard: De l’unité au liberalisme (1870-1970). Serge BERGSTEIN-Pierre milza: L ‘Italie contemporaine, des nationalistes aux européens. París, Armand Colín, 1973.

La guerra de 1870 ha sido el capítulo más estudiado en las fases de la unificación de Alemania. Al trabajo de más amplio contenido cronológico de James JOLL en la historia de Cambridge, pueden añadirse los de aycoberry: L’unité allemande (1870-1871). París, P.U.F., 1972, y de welschinger, lord y Albert sorel sobre la guerra de 1870 y el de H. salomón sobre el incidente Hohenzollern. La figura de Bismarck llena el último tercio del siglo. La biografía de Erich eyck: Bismarck. Leben und Werk, Zürich, publicada en 1944, la más completa, ha sido criticada en parte por novotny. En español la mejor monografía, con textos y notas bibliográficas: Jacques droz: La formación de. la unidad alemana. 1789-1871. Barcelona, Vicens Vives, 1973. También puede consultarse la de A. J. P. taylor: La monarquía de los Habsburgo, 1808-1918. Barcelona, Argos-Vergara, 1983.

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