Tema 44 – El proceso de independencia de américa latina.

Tema 44 – El proceso de independencia de américa latina.

1. Introducción

2. EL MOVIMIENTO DE EMANCIPACIÓN LATINOAMERICANO EN SU CONTEXTO.

3. FACTORES QUE INTERVINIERON EN LA EMANCIPACIÓN.

3.1. FACTORES ESTRUCTURALES.

3.2. FACTORES COYUNTURALES.

4. CARACTERÍSTICAS DE LA EMANCIPACIÓN.

4.1. ASPECTOS SOCIOPOLÍTICOS.

5. FASES DEL PROCESO DE INDEPENDENCIA.

5.1. PRECEDENTES.

5.2. PRIMERA FASE (1808-1815).

5.3. SEGUNDA FASE (1816-1824).

5.4. TERCERA FASE (1868-1898).

6. OTROS ASPECTOS DE LA EMANCIPACIÓN LATINOAMERICANA

6.1. ACTITUD DE LAS POTENCIAS EXTRANJERAS.

6.2. CONSECUENCIAS DE LA EMANCIPACIÓN AMERICANA.

7. BIBLIOGRAFÍA

1 INTRODUCCIÓN

A lo largo del siglo XVIII se producirán en la América Hispánica una serie de movimientos esporádicos que culminarán, en el siglo siguiente, con la definitiva ruptura con España. Estas situaciones conflictivas, observadas aisladamente, tendrán un marcado carácter individual y local. Sin embargo, irán acumulando descontentos que se desencadenarán en un deseo de emanciparse, de separarse totalmente de la Corona española. Claramente se perciben dos momentos diferentes: uno en la primera mitad del siglo XVIII, en que tienen lugar las rebeliones de los comuneros del Paraguay y la de Juan Francisco de León contra la Compañía Guipuzcoana de Caracas. No serán las únicas, pero sí las que más repercusión tuvieron. El otro momento, tendrá lugar en la segunda mitad de la centuria (1765-1781). Los disturbios surgirán a causa de la implantación de las reformas administrativas y fiscales borbónicas. El levantamiento de Tupac-Amaru en el Perú tenía un marcado carácter indigenista e insinuaba la separación de España. Los protagonistas de estos movimientos emancipadores serán esencialmente los criollos, respaldados por los mestizos que unas veces clamarán por la propiedad de la tierra, otros lucharán contra los privilegios de ciertas instituciones o bien contra la presión fiscal de los Borbones. Un cierto número de estos criollos, pertenecientes a la clase aristocrática, viajarán por Europa y concretamente por Inglaterra, e irán concibiendo ideas separatistas. Todas las rebeliones fueron reprimidas por la fuerza, a cargo de los militares, por lo que los rebeldes serán considerados como héroes nacionales.

El movimiento independentista de América Latina es consecuencia de un amplio proceso previo, que arranca de dos supuestos básicos: el ciclo revolucionario general, iniciado en Inglaterra en el siglo XVII y del que constituyen jalones decisivos las revoluciones de la América anglosajona y de Francia; y la formación interna de una conciencia criolla emancipadora.

2 EL MOVIMIENTO DE EMANCIPACIÓN LATINOAMERICANO EN SU CONTEXTO

La independencia de América Latina se sitúa en el contexto de las revoluciones liberales occidentales de finales del siglo XVIII. La primera oleada del ciclo revolucionario se produjo con la independencia de América del Norte en 1776, seguida en Europa por la Revolución Francesa de 1789. La guerra española de la Independencia en 1808 contra la invasión napoleónica, será el primer escalón de todo un proceso que, en América Latina culminará con la total independencia del continente en el año 1824.

Como en todas las revoluciones anteriores y en las que vendrían posteriormente, el liberalismo ofrecerá las dos caras de su naturaleza. Por un lado, tendremos ocasión de ver su faceta más conservadora, y por otro lado también se presentará en su faceta más radical. Ambas caras se enfrentaron obteniendo la victoria la rama más conservadora. La consecuencia de esta victoria fue el hecho de que la realidad cotidiana no varió para la gran mayoría de la población. La riqueza y la tierra siguieron estando en manos de una minoría, con la novedad de que esta minoría, además de este poder económico, consiguió hacerse también con el poder político.

Por otro lado no podemos olvidar que los artífices y protagonistas del proceso emancipador fueron los criollos, descendientes de los primeros españoles que desde el siglo XV poblaron el continente. El hecho de que fuese este grupo -y no los pobladores autóctonos de América- el que llevó a cabo la emancipación, supuso para la historia de América la no-existencia de una ruptura cultural respecto a la civilización occidental. La emancipación americana, en este sentido, únicamente supuso la aparición de nuevas unidades políticas.

El siglo XVIII se inauguró en España, y por ende, en América, con la nueva política centralista de la nueva dinastía de los Borbones. En América, los cargos políticos y burocráticos importantes seguían siendo ocupados por españoles y no por criollos, aunque, estos últimos, eran dominantes tanto en número como en el terreno económico, social y cultural. El gobierno ilustrado de la metrópoli, especialmente en tiempos de Carlos III, favoreció el incremento de la producción y sobre todo del comercio. Las reformas de 1778-82 establecieron el libre comercio entre América y España. Las medidas de emergencia que en 1795 autorizaron la apertura comercial con colonias extranjeras y con países neutrales, acrecentaron las aspiraciones de independencia económica de los criollos.

Reformismo por un lado y centralismo por el otro fueron dos componentes que ayudaron positivamente al proceso emancipador. El venezolano Manuel Palacio Fajardo, contemporáneo del proceso, justifica las teorías emancipatorias: tiranía de las altas autoridades; injusta administración de justicia; monopolio económico; aislamiento de las colonias; desdén mantenido por la metrópoli hacia los criollos y su apartamiento de los cargos de administración y gobierno.

3 FACTORES QUE INTERVINIERON EN LA EMANCIPACIÓN

3.1. FACTORES ESTRUCTURALES

La colisión entre los principios de autoridad y libertad. El estatismo monárquico metropolitano origina la hostilidad de importantes minorías de intelectuales y comerciantes americanos cuyas teorías ponen en tela de juicio los supuestos autoritarios del poder en vigor. El populismo es una doctrina originaria de los teólogos y juristas españoles del siglo XVI; reconoce la autoridad religiosa y la civil, ambas subordinadas al orden eterno y tendentes a la consecución del bien común, la perfección individual y la salvación ultraterrena. Se asienta en tres postulados: la soberanía radica en la comunidad, la autoridad no puede ser despótica; el derecho del pueblo a la rebeldía y al tiranicidio. La obra de Francisco Suárez De legibus ac Deo legislatores (1612) es un exponente de esta teoría. El pactismo, por su parte, fue desarrollado por Du Plessys-Mornay en Vindiciae contra tyrannos (1579) donde establece la existencia de un doble pacto: el de Dios con el pueblo en el que se integra el rey, y el del rey con el pueblo. Este pacto es el que impide que la realeza imponga su criterio absoluto, y provee el “derecho a la resistencia popular en el caso de que se vea resquebrajada la unidad social del poder”. Son precedentes: De Dominio (1366) de John Wycliff; el Acuerdo del Pueblo (1647) suscrito por los extremistas puritanos y los Dos tratados del Gobierno Civil (1690) de John Locke. Y son consecuentes con sus presupuestos la “Declaración de Independencia de América Norte” y la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano” traducida e impresa en 1794 por el criollo bogotano Antonio de Nariño.

Expansión económica del capitalismo. Existe una gran avidez por parte de todas las naciones europeas, especialmente Inglaterra, por participar de las suculentas posibilidades del mercado americano.

Las corrientes revolucionarias difundirán a través de la literatura y de las sociedades secretas las aportaciones ideológicas del pensamiento ilustrado. Las corrientes cosmopolitistas llevan hasta Hispanoamérica las ideas ilustradas, dando lugar a una abundante literatura descriptiva, crítica y satírica: Lazarillo de ciegos caminantes (Concolorcorvo), Lima por dentro y por fuera (Simón Ayuaque), Sermones (fray Servando Teresa de Mier). En los círculos culturales criollos destaca la influencia ejercida por el pensamiento de Feijoo.

La independencia de EEUU, la cual constituye el primer caso de teoría libertaria llevada a la práctica con éxito. Toda una enriquecedora experiencia en manos de los vecinos del Norte.

Las iniciativas reformistas del Gobierno español activaron las aspiraciones independentistas de la “burguesía hispanoamericana”. La política fiscal de Carlos III (multiplicación de impuestos “per capita”, aumento de los impuestos antiguos y creación de otros nuevos) unida a la pérdida de libertades municipales que supone el centralismo de las Intendencias, encona el sentimiento criollo de marginación política. A través del reformismo borbónico las esferas gubernamentales españolas buscan revitalizar la estructura colonial en virtud de cuatro supuestos que a finales del siglo XVIII constituyen, objetivamente, un anacronismo: proteccionismo económico, paternalismo político, asimilación racial, difusión del catolicismo y la cultura. Por su parte, los criollos perciben claramente que la facultad para llevar a cabo las necesarias y reales reformas y lograr un desarrollo económico autónomo está apoyada fundamentalmente en la consecución del poder político. De esta actitud se hacen eco varias instituciones: Las Sociedades Económicas de Amigos del País, los Reales Tribunales de los Consulados de Comercio, los Cabildos.

3.2. FACTORES COYUNTURALES

La crisis del poder político en España. Con la invasión de Napoleón, la sublevación del pueblo y la entrega de la Soberanía Nacional a las Juntas de Defensa, -Juntas que también fueron constituidas en Latinoamérica- España tuvo que volver toda su atención sobre sí misma, dejando al continente americano las manos libres para llevar a cabo su lucha independentista sin apenas resistencia española que atajase la sublevación.

El fuerte deseo del grupo social de los criollos, que ya poseía el poder económico, de acceder ahora también la poder político. El desequilibrado reparto de la riqueza origina estratos sociales claramente diferenciados: a) Gran burguesía comercial, b) Aristocracia terrateniente y feudal, c) Alta burocracia administrativa, d) Alto clero urbano y altos mandos militares.

4 CARACTERÍSTICAS DE LA EMANCIPACIÓN

4.1. ASPECTOS SOCIOPOLITICOS

Dentro de este proceso de la independencia americana hay que distinguir dos tipos de movimientos paralelos pero diferentes:

Una revolución de carácter social. Ésta se llevó a cabo corno un enfrentamiento entre la élite dominante y la población campesina y marginada. Este tipo de movimientos tuvieron un carácter radical, y en general, lo único que consiguieron fue reforzar la unión de los poderosos -blancos criollos y blancos peninsulares- contra ellos. Un buen ejemplo de este tipo de revoluciones fueron los levantamientos populares mejicanos conocidos como “el grito de Dolores” acaudillado por el padre Hidalgo.

La revolución de los independentistas criollos contra los blancos peninsulares destinados en América.

En relación con ambos tipos de revoluciones las consecuencias que vivió el continente fueron:

El fomento de la movilidad social. Es decir, el paso de una sociedad estamental (basada en el estatus por nacimiento) a una sociedad de clases (basada en el estatus según el poder económico-político).

Formación de los ejércitos americanos (que tan penosas consecuencias han tenido para la política de estas naciones) y fuerte tradición de la carrera militar como forma de ascenso social, que permitía superar los prejuicios de clase y de casta.

5 FASES DEL PROCESO DE INDEPENDENCIA

PRECEDENTES INMEDIATOS

Francisco de Miranda, “El Precursor” intentó independizar Venezuela entre 1804-06 con el apoyo de los británicos. Aunque no lo consiguió supuso un importante precedente en el proceso que tendría lugar posteriormente.

En 1804 tuvo lugar el movimiento independentista por parte de la población negra de Haití (L’Ouverture y Dessalines). Este movimiento fue especialmente violento y provocó el recelo de las clases dirigentes ante cualquier tipo de revolución.

En 1806 tuvo lugar en Río de la Plata la deposición de un virrey español ante su incapacidad para defender la ciudad del ataque a que estaba siendo sometida por parte de los ingleses. En su lugar los criollos nombraron a un nuevo virrey criollo, que llevó a cabo con éxito dicha defensa. Tras la reconquista de Buenos Aires a los ingleses y la destitución del virrey Sobremonte, sustituido por Liniers, el estrato criollo del virreinato de la Plata cobra conciencia de su situación, hecho que se refleja en la organización de un ejército local y la propagación de las ideas populistas entre los núcleos urbanos cultos.

En 1808, a raíz de las abdicaciones de Bayona y del levantamiento del pueblo español el elemento criollo proclama su adhesión a Fernando VII y acata la autoridad de la Junta Suprema Central. Al mismo tiempo, los representantes americanos en las Cortes de Bayona formulan una serie de peticiones: igualdad entre americanos y españoles; libertad de agricultura, industria y comercio; supresión de monopolios y privilegios; abolición de la nota de infamia sobre mestizos y mulatos y del tributo de los indios, de su servicio personal y del trabajo forzoso con sus limitaciones legales; supresión de la ceremonia del pendón real; representación en las Cortes que fiscalice las cuentas de Indias; separación de las funciones administrativas y judiciales (virreyes y gobernadores); creación de tribunales de apelación que eviten el recurso al Consejo de Indias; abolición de la trata de esclavos. Al mismo tiempo se extiende por Latinoamérica el movimiento “Juntista” (de las Juntas Nacionales de Defensa). También en América se crearon Juntas de apoyo contra el invasor napoleónico y los miembros de estos gobiernos fueron elegidos por los Cabildos (Gobierno municipal de mayoría criolla) y no por la administración española. La consecuencia fue que estas Juntas criollas actuaron como un órgano decisivo de la emancipación. En 1810 ya existen Juntas en la mayoría de las grandes ciudades.

Hacia 1810 madura el ideal emancipador en las mentes de los proceres de la independencia. Surgen tensiones independentistas en Argentina, Uruguay, Méjico y Ecuador. Tras la disolución de la Junta Suprema Central, se organizan Juntas americanas. Estas organizan ejércitos, e inician -con carácter de soberanía-relaciones con Gran Bretaña y Estados Unidos. El esquema se repite: tras la convocatoria de varios congresos; promulgación de constituciones liberales, proclamación de la independencia y adopción del régimen republicano.

La primera fase será el enfrentamiento o “guerra civil” entre los sectores dirigentes criollos y los sectores dirigentes españoles. En estos primeros años el movimiento emancipador buscaba refugiarse en la legitimidad, y ello daba a pie a una situación tan contradictoria como la de que se hiciesen declaraciones de independencia, a la par que se hacían declaraciones de fidelidad a Fernando VIL

5.2. PRIMERA FASE (1808-1815)

De la revolución surgió inmediatamente la guerra. Perú permanece fiel a España, y actuará como el bastión americano de la contrarrevolución. España, por su parte, no podrá enviar tropas de apoyo a América por estar éstas siendo utilizadas en la lucha contra el invasor o entre el absolutismo y el liberalismo en la península.

La revolución se inició en Buenos Aires en 1810 y de ahí se extendió al continente. Con la disolución de la Junta Suprema de España los criollos (Saavedra. Belgrano) organizan un Cabildo abierto, disuelto cuando se designa una Junta, con el virrey como presidente. Se forma entonces una Junta de “patriotas”, presidida por Cornelio Saavedra (1760-1829). Únicamente representan peligro para la emancipación argentina los focos realistas de Montevideo y del Alto Perú, o Charcas. José Gervasio Artigas (1764-1850) organiza la sublevación uruguaya, sometiendo Montevideo a un largo asedio, interrumpido por acuerdo entre Elio (gobernador de Uruguay) y la Junta. Tras un nuevo asedio, el argentino Carlos María de Alvear (1789-1825) consigue la capitulación de Montevideo. La pugna por incorporar el Alto Perú al territorio emancipado argentino (1811-1815) finaliza con las fracasadas expediciones de Belgrano y de José Rondeau (derrotado en la batalla de Sipe-Sipe o Viluma). Las tensiones entre las distintas tendencias y la diferente forma de plantearse la lucha independentista en Buenos Aires y en las provincias da lugar a la organización de dos partidos: Federal (demócratas y republicanos) y Unitario (burguesía culta y liberal), algunas de cuyas principales figuras (Belgrano, Rivadavia, San Martín) ostentan tendencias monárquicas. Los fracasados intentos de invadir el Alto Perú provocan la caída de Saavedra y la disolución de la Junta. En su lugar, se constituye un Triunvirato (1811), que será derrocado por San Martín (1778-1850) en 1812. Se organiza un segundo Triunvirato que convoca elecciones para una Asamblea Constituyente en 1813: se restringe la es­clavitud y se suprimen la mita, las encomiendas y los títulos de nobleza. Se rechazan las peticiones de Artigas de independencia y federación. En 1814 se sustituye el Triunvirato por un Directorio Supremo que envía a Europa a Belgrano y Rivadavia para intentar un acercamiento a Fernando VII, pero fracasan. Tras la capitulación de Montevideo en 1815, Alvear se hace con el Directorio Supremo, solicitando el protectorado inglés. Es derrocado por una sublevación militar federalista. Disuelta la Asamblea y el Cabildo de Buenos Aires, en 1816 se abre el Congreso en Tucumán y se proclama la independencia argentina (9 julio).

En Montevideo, José Artigas, rechazando el protagonismo de Buenos Aires, organiza toda una revolución rural de contenido social. Este movimiento alcanzó una gran extensión, otorgándosele a Artigas el titulo de “Protector de los Pueblos Libres”. Los criollos no apoyaron este movimiento por tener exclusivo alcance social. Por su parte, la Junta de Buenos Aires también tuvo serios problemas por enfrentarse en el seno de la misma los unitarios y los centralistas. La misma situación tuvo lugar en Chile. En 1814, por fin, tuvo lugar la emancipación de Paraguay.

En México, al tener noticias de las abdicaciones de Bayona y de la insurrección española, el Ayuntamiento de la capital exige del virrey la organización de un Gobierno provisional y la formación de una Junta. En septiembre un grupo de españoles capitaneados por Gabriel de Yermo destituye al virrey, que es enviado a España. En diciembre de 1809 se descubre una conspiración antiespañola en Valladolid, que conlleva un nuevo cambio en el virreinato. El enésimo cambio el 13 de septiembre de 1810 provoca tres días después que el cura Miguel Hidalgo (1753-1811) lance el grito de Dolores, con el que se inicia la insurrección de Querétaro. Participan en ella los capitanes Ignacio Allende y Juan Aldama. y el corregidor Manuel Domínguez. El hecho de que esta insurrección se apoye básicamente en la masa indígena, cobrando un carácter social-racial, constituye un rasgo peculiar y propio con respecto al resto del movimiento emancipador latinoamericano. Hidalgo ocupa Celaya, Guanajuato y Valladolid, donde proclama la abolición del tributo y la esclavitud. Tras la propagación del movimiento hasta Coahuila, Nuevo León, Nuevo Santander y Texas se constituye en Guadalajara un gobierno insurgente con dos ministros que dicta la abolición de los impuestos indígenas. En 1811, apoyado por el ejército y la aristocracia, el virrey aplasta la rebelión. Hidalgo es fusilado en Chihuahua. No obstante el movimiento independentista se prolonga bajo la dirección del cura Morelos (1765-1815), a quien se unen los hermanos Bravo, Galeana y Vicente Guerrero. Se constituye la Suprema Junta Nacional Americana en Michoacán y en 1813, el nuevo virrey aplica la abolición del Santo Oficio. Tras convocar un congreso en Chilpaneinge, Morelos asume el mando supremo de las tropas insurgentes y proclama la independencia de Méjico. Mientras, al norte, Bernardo Gutiérrez de Lara declara Texas territorio independiente. En 1814 se promulgan en Apatzingan el Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana. Tras varios descalabros frente a los realistas en 1815 Morelos es hecho prisionero y fusilado. El movimiento independentista queda fraccionado en partidas de escasa importancia.

La zona norte de Sudamérica y el área caribeña se organizó en torno a Francisco Miranda (1750-1816) y Simón Bolívar (1783-1830). El primero nació en Caracas, hijo de un modesto comerciante canario. Desde 1771 sirve durante nueve años en el ejército real español. Estancia en Estados Unidos (1785-95) donde se relaciona con Washington, Lafayette. Desde Londres (1797) desarrolla actividades anticoloniales. Gran Bretaña rechaza un proyecto suyo para invadir Venezuela y Miranda se dirige a los Estados Unidos. Al fracasar dos intentos de invasión de Venezuela (1806), Miranda vuelve a Londres. Simón Bolívar, por su parte, es miembro de una familia aristocrática de origen vasco, huérfano a los nueve años, su educación queda a cargo de Simón Carreño Rodríguez, discípulo de Rousseau. Estancia en España y Francia. De nuevo en Venezuela (1807), Bolivar inicia actividades anticoloniales clandestinas. Constituida la Junta Suprema en Caracas, marcha a Londres, donde entra en contacto con Miranda. La composición étnica del virreinato de Nueva Granada (pardos -mestizos, mulatos y zambos-, indígenas, esclavos negros y criollos) y el dominio oligárquico de la aristocracia criolla mantuana, hacen de la colonia un fermento explosivo del imperio hispano. Al conocerse la disolución de la Junta Suprema de España (1810), se constituye en Caracas la Junta Suprema conservadora de los derechos de Fernando VII, que asume todo el poder. El bloqueo realista de la costa venezolana da lugar al envío de embajadores a Inglaterra y a Estados Unidos. El 2 de marzo de 1811 se produce la apertura del Congreso y la constitución de un Poder Ejecutivo presidido por Cristóbal de Mendoza (1772-1829). El 5 de julio se proclama la independencia venezolana. La Constitución es de carácter federal y democrático, da lugar a una Federación de siete estados, con capital en Valencia. Coro, Maracaibo y Guayana, que no secundan la revolución, se convierten en focos realistas. Un año después, ante el desembarco del realista Domingo de Monteverde, el Congreso se disuelve, suspendiendo la Constitución y entregando todo el poder a Miranda. Monteverde consigue la capitulación de los rebeldes y Miranda es detenido. Pero poco después se produce el Manifiesto de Bolívar en Cartagena, iniciándose la “segunda revolución” entre febrero-marzo de 1813. Con la llegada del “Agosto Triunfal” se produce la entrada de Bolívar en Caracas. El Ayuntamiento de Caracas confiere a Bolívar el título de “Libertador”. Comienza la segunda república venezolana. Pero se produce la insurrección de los llaneros y el control realista sobre Coro y Maracaibo. El desequilibrio económico y las sucesivas levas agravan la situación del gobierno independentista. La pérdida de Valencia obliga a Bolívar a refugiarse en Nueva Granada. En 1815 fueron enviadas tropas desde España al mando de Morillo, el cual, venció al ejercito de Bolívar, que huyó a las montañas. Del ejercito de patriotas sólo quedo un núcleo de resistencia en la desembocadura del río Orinoco.

Paralela a la revolución caraqueña de 1810, la sublevación colombiana estalla en varios puntos del país (Pamplona, Cartagena, Socorro), constituyendo la Junta Suprema del Nuevo Reino de Granada. Popayán y Pasto quedan en poder de los realistas. El 22 de diciembre de 1810 se forma en Bogotá el Supremo Congreso. El estado de Cundinamarca organiza un gobierno autónomo (1811). En el Congreso se constituye la Confederación de las Provincias Unidas de Nueva Granada. Comienza el conflicto entre federalistas y centralistas. En 1813 se proclama la independencia de Cundinamarca y la de Antioquía. Tras ocupar Bogotá, Bolívar obliga a Cundinamarca a adherirse a la Confederación (1814). El Congreso organiza un triunvirato ejecutivo presidido por Custodio García Rovira. Pero en 1815, la reacción realista de Morillo inicia la reconquista de Nueva Granada, logrando el restablecimiento del virreinato en 1816.

El final de esta fase coincide con la restauración en el trono de Fernando VII y el giro absolutista de su gobierno y el de todas las cortes europeas. Malos tiempos para las libertades coincidiendo con el Congreso de Viena. Pero el propio impulso emancipador y el apoyo inglés y norteamericano aceleraron la independencia.

5.3. SEGUNDA FASE (1816-1824)

La metrópoli logra restaurar el régimen colonial en 1816, salvo en Río de la Plata. A partir de 1821 se derrumba la soberanía española, cuya resistencia se prolonga hasta 1824 (Ayacucho) y en algunos lugares aislados (Chiloe y Caüao) hasta 1826.

Esta fase se corresponde con las grandes campañas militares. Tras la restauración en el trono español de Fernando VII, la lucha americana dejó de tener un carácter de guerra civil (enfrentamiento entre criollos y peninsulares) para adquirir un carácter de guerra colonial.

Los protagonistas de este periodo fueron José San Martín y Simón Bolívar. El carismático Bolívar se alzó como jefe de dimensiones nacionales en Venezuela. Cruzó los Andes con 3.000 hombres y venció a las tropas realistas en la zona colombiana. En mayo de 1816 Bolívar desembarca en la isla Margarita, iniciando la “tercera revolución” en el área caribeña. Es la definitiva. En 1819, Bolívar lleva a cabo una rápida campaña que derrumba la soberanía española. Se produce la formación de la República de Colombia (Nueva Granada, Venezuela y Quito). El 15 de febrero de 1819 en el Congreso de Angostura, Bolívar es elegido presidente de la República. Delegó este cargo para proseguir la lucha. El Congreso aprueba (diciembre) la Ley Fundamental de la República de Colombia, (unión de Venezuela, Nueva Granada y Quito). En 1820 se firma el Armisticio de Trujillo entre Bolívar y Morillo. La “Gran” Colombia subsiste hasta 1830. En 1821 el teniente general José Juñez proclama la independencia del “Haití español” (Santo Domingo) vinculándose a la Colombia de Bolívar. En 1826 en el Congreso de Panamá fracasa el proyecto de una unión sudamericana. La sublevación de Páez da lugar a la Convención de Valencia (1830) y a la disgregación de la Colombia bolivariana. Se inicia así la crisis del ideario bolivariano de una gran federación de Estados Latinoamericanos. Ecuador adopta una constitución centralista tras la Convención de Cochabamba y Venezuela quedará presidida por José Antonio Páez. Entre 1822 y 1843 se produce el dominio haitiano de Santo Domingo que no alcanza su independencia hasta 1844.

En el cono sur San Martín vio clara la necesidad de acabar con el enclave y ejército realista del Perú. En 1817, Artigas convoca las provincias fluviales en Paissandu y el Congreso de Tucumán permite la ocupación portuguesa de Uruguay (anexionado a Portugal en 1821 y posteriormente a Brasil, hasta 1825). En 1817-1818, con ayuda de patriotas chilenos (O’Higgins), San Martin cruza los Andes y tras las victorias de Chacabuco y Maipú consigue la independencia chilena (12 febrero 1818). En 1819 el Congreso de Tucumán se traslada a Buenos Aires, redactando una Constitución unitaria, centralista y autoritaria, que provoca una violenta sublevación federal, democrática y antimonárquica en 1820: disolución del Congreso y formación de un gobierno provincial. Tropas argentinas y chilenas al mando de San Martín invaden Perú. Para conseguir independizar todo el Perú, San Martín pidió ayuda a Bolívar, quien, desde el Norte, ya había realizado lo esencial de su campaña libertadora. En 1822 tuvo lugar en Guayaquil la entrevista entre Bolívar y San Martín. El primero prometió su ayuda al segundo a cambio de incorporar Perú a la Gran Colombia. San Martín aceptó el trato y dejó el final de la lucha en manos de “el libertador”. El General Sucre (1795-1830) consigue la independencia del Alto Perú, que pasa a denominarse Bolivia, definitivamente escindida del virreinato del Río de la Plata. La sublevación de los 33 Orientales da lugar a la proclamación de la independencia de la República autónoma del Uruguay en 1828.

En México los realistas se pusieron de acuerdo con los focos de resistencia de guerrilleros que estaban al mando de Guerrero, y tras unas negociaciones en las que se garantizaba a los rebeldes independencia respecto a la fe católica, igualdad de las razas y continuidad de la monarquía a través de algún familiar de Fernando VII, los dos bandos firmaron la paz y declararon la independencia del país. Iturbide, al mando del ejército realista entró en Méjico y se autoproclamó emperador. Terminaría siendo el primer dictador de la historia de Sudamérica. Los indígenas permanecieron al margen de todo beneficio. En 1824 se proclama una República Federal y Centroamérica se separa de Méjico. Veámoslo más detenidamente. A consecuencia de la revolución liberal de Riego en España, el ejército y el elemento criollo se incorporan al movimiento de emancipación mejicano. El virrey, el regente de la Audiencia Miguel Bataller, el canónigo Matías Monteagudo y el ex-inquisidor Tirado organizan el plan de la Profesa por el que pretenden acoger en territorio mexicano a Fernando VII. Le es concedido el mando militar a Agustín Iturbide (1783-1824) quien proclama el Plan de Iguala o de las Tres Garantías (febrero de 1821): independencia de México como monarquía consti­tucional ofrecida a Fernando VII o a otro miembro de la dinastía española; mantenimiento de la religión católica e igualitarismo racial. Tras la firma del tratado de Córdoba (agosto) entre el virrey e Iturbide el 28 de septiembre de 1821 se produce la proclamación de la independencia del Imperio Mexicano. En defecto de Fernando VII, sus hermanos y el príncipe de Lúea, el trono mexicano queda a designio de las Cortes mexicanas. Finalmente se organiza una Regencia constituida por cinco miembros y presidida por Iturbide. El 24 de febrero de 1822 se abre el Congreso con el enfrentamiento entre el partido iturbidista (ejército, clero, clases altas y masa popular) y el republicano (liberales avanzados). Al no reconocer España el tratado de Córdoba, el 18 de mayo se proclama Iturbide como Emperador, con el nombre de Agustín I. Su decisión de disolver el Congreso (octubre) y crear una Junta Nacional Instituyente provoca la sublevación del general Santa Arma (1794-1876), apoyado por las logias, el ejército y el partido republicano, en Veracruz, y la proclamación del plan de Casa Mata (alternativa republicana) en febrero de 1823. Privado del apoyo militar, Iturbide convoca el Congreso y dimite, siendo condenado al destierro en Italia. Una vez organizado el Gobierno provisional se reúne en noviembre el nuevo Congreso Constituyente. La caída del régimen conservador de Iturbide (único intento de organización monárquica en América Latina, a excepción del Brasil) da acceso al poder a los elementos republicanos, liberales, laicos y federalistas. América Central -excepto Chiapas y Soconusco- se separa de México. En octubre de 1824 México se declara República Federal. Su primer presidente será el general Guadalupe Victoria (1786-1843). Se inicia una etapa caracterizada por la abolición de la esclavitud, la intervención en Centroamérica, las conjuraciones españolistas y las reacciones antiespañolas, y finalmente la diversas rebeliones y revueltas militares que llevarán al poder a Santa Anna que suprime parte de las leyes liberales e inicia una etapa de reacción conservadora.

En América Central, la anexión mexicana de Guatemala en 1822 provoca la sublevación de Delgado y Arce. En junio de 1823 se produce la Declaración de la independencia de las Provincias Unidas (Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica) del Centro de América bajo la presidencia de Manuel Arce.

Las victorias de Carabobo, Junín y Ayacucho acabaron definitivamente con el poder colonial español en el continente. Tanto Perú como Solivia quedaron vinculadas al principio a lo que fue la Gran Colombia, aunque en 1828 se desvincularían.

Nos queda Brasil. Ante la invasión napoleónica (Tratado de Fontainebleau, Juan VI -regente por incapacidad mental de su madre María I- traslada a Río de Janeiro la corte y los organismos gubernamentales, otorgando al Brasil el título de Imperio y posteriormente el de “Reino Unido de Portugal y Brasil”. Pero en 1817 los criollos brasileños (“nativistas”) provocan en Pernambuco una sublevación de carácter republicano. Los acontecimientos revolucionarios portugueses hacen que Juan VI abandone Brasil dejando en calidad de regente a su hijo Don Pedro. Tras ser obligado por el ejército portugués a jurar la Constitución, Don Pedro es conminado a dirigirse a Portugal, pero se niega a abandonar el país y aconsejado por Andra y Silva (posteriormente ministro) convoca un Consejo representativo de las provincias que, a su vez, convoca una Asamblea Constituyente. El 13 de mayo de 1822 Don Pedro recibe el título de “defensor protector perpetuo del Brasil”. El 7 de septiembre se produce el Grito independentista de Ipiranga: Don Pedro es proclamado emperador constitucional del Brasil (12 octubre). Disuelve la Asamblea Constituyente: se elabora una constitución por la que el país se configura como monarquía hereditaria con un sistema legislativo bicameral y un senado vitalicio. En 1825 Juan VI reconoce la escisión brasileña. Un año después, Pedro I hereda la corona portuguesa, abdicándola en su hija María da Gloria, que es a su vez desposeída por Miguel, hermano de Pedro I. En 1831 se produce la amenaza de levantamiento militar de tendencia liberal que provoca la abdicación del emperador a favor de su hijo Pedro II. Pedro I abandona Brasil rumbo a Portugal, donde espera restablecer el trono a su hija. En estos años, Brasil se ha anexionado Uruguay, ha creado la provincia (después reino) Cisplatina y ha permitido su independencia en 1828.

5.4. TERCERA FASE (1868-1898)

El destino metropolitano español había sido decidido en medio de un cruel enfrentamiento múltiple de tipo social, librado también sobre el suelo peninsular. No podemos aquí analizar hasta qué punto habría aquella pérdida de influir sobre el desarrollo posterior de la vida española, siendo además ello, hoy, tema de debate crucial en la historiografía española. Pero sí debemos recordar que, incluso después de esa pérdida, a España le quedan unas posesiones (separadas tanto entre sí como de la Península) en principio susceptibles de cobrar un valor económico importante, especialmente Cuba. En 1825, pues, contaba España con Cuba, Puerto Rico, la parte oriental de Santo Domingo (en pugna con Haití), Filipinas, Carolinas y otras islas oceánicas, los enclaves africanos… ¿Habría podido España sacar partido de todo ello?

Su soberanía política sobre las Antillas, aparte de proporcionar satisfacción relativa a determinados sectores de la producción española (textil catalán, trigueros castellanos, harineros en ambos casos…), hace de España, en definitiva, una pantalla de humo que encubre, durante cierto tiempo, hacia donde camina la verdadera orientación económica de la parte española del Caribe. Si en Cuba, por ejemplo, España permitió que los intereses norteamericanos fueran afianzándose hasta hacer inevitable el trasvase de soberanías, también en los archipiélagos oceánicos llegaría, incluso, a facilitar la penetración del capital comercial —y en seguida financiero— de ingleses y alemanes.

No supone esto, sin embargo, que España se despreocupe (administrativamente hablando) de sus colonias. Hubo, bien es verdad, una resistencia feroz a las trans­formaciones, incluso en los sectores de la izquierda burguesa, que se entendió en la época, por sus críticos, como alejamiento de las preocupaciones patrióticas, una vez que la asimilación se impuso como modelo aceptable para la «solución» del problema colonial. Por otra parte, y al menos mientras mantuvieron viva la esperanza de recuperar las colonias perdidas, los gobiernos españoles (a pesar del notable declive naval de la España del XIX —y recordemos que, excepto en el caso ruso, las empresas de tipo colonial van a requerir una marina fuerte—) no eluden empresas de índole exterior, con frecuencia demasiado comprometidas para lo que podía soportar la realidad política del momento. Así, en los años sesenta, tras la intervención en el norte de África que se selló satisfactoriamente en Wad-Ras (1860), se fue a México con los franceses, y se intervino en Santo Domingo, amén de la entrada en escena de la escuadra del Pacífico, en 1863. Pronto, los problemas en Cuba —unidos al proyecto democrático-burgués en la metrópoli— devolverían a los gobiernos españoles a una realidad menos épica, más comprometida.

En la más espléndida de las colonias españolas, en la mayor productora mundial azúcar, Cuba, un pequeño hacendado, dedicado al cultivo de la caña en una zona con problemas, Oriente, lanzaba una proclama de emancipación, a la que pronto se sumaron esclavos yculíes. Era octubre de 1868, y Carlos Manuel de Céspedes iniciaba así la primera sublevación armada contra los españoles, después de toda una cadena de insurrecciones, conspiradores, conflictos de tipo racial y miedos de la aristocracia criolla a una revolución social como la producida en 1791 entre los esclavos de Haití. En conjunto, esta cadena de actitudes hacia la metrópoli había ido cuajando en una relativa y flexible adscripción de las oligarquías locales a la administración española, con tal de que ésta les asegurase el orden, y a pesar de que no fuese aquélla la más adecuada para garantizar la prosecución de sus negocios. Más bien ocurría —y ello había de hacer crisis alguna vez—todo lo contrario.

Uno de los más conspicuos republicanos del Sexenio democrático, Rafael María de Labra, hacía recaer—en 1871— las causas del primer levantamiento contra España en la fatal tradición colonial de la metrópoli, además de en la crueldad y «malgobierno» de que muchos de los funcionarios coloniales parecían hacer gala. A estas alturas, la emancipación de la fuerza de trabajo esclava se presentaba como medida más urgente. En la ley de junio de 1870 se habían adoptado tímidas disposiciones, que sólo habrían de entrar en vigor para Puerto Rico, y hasta una década después no iban a tener aplicación a la Gran Antilla.

Hasta este momento, y desde el punto de vista económico, la situación de Cuba se había revelado como excepcional. Y también lo fueron, en cierto modo, durante todo el XIX, sus circunstancias sociales y políticas. La plantación había entrado tarde en Cuba, y la mano de obra esclava situó su punto de despegue explosivo muy tarde, sólo en torno a la toma de La Habana por los ingleses, en 1762. Por una serie de avatares propios de las guerras de tipo colonial del XVIII. los propios representantes de España en la isla habían facilitado la apertura de brechas en el monopolio de comercialización del azúcar, al menos hasta 1815/1819, lo que había supuesto un buen principio de acuerdo con los hacendados locales. La producción azucarera iba a dispararse pronto, favorecida por la coyuntura y las condiciones naturales de la colonia, para descubrir en seguida que España, su metrópoli, no estaba preparada para drenar hacia fuera ese producto apreciado y especialmente sensible a la demanda, en momentos en que todavía la competencia de la remolacha no se hacía notar.

Descubrió también la azucarera Cuba que, además, su metrópoli no poseía ni el sistema crediticio suficiente como para respaldar la vida económica de la isla, ni la necesaria unificación monetaria, ni, mucho menos, la voluntad de emprender una industrialización que, combinando y dividiendo las tareas, extrajera de la colonia los productos brutos, para proceder a su elaboración industrial en la propia metrópoli. Como tampoco España se reservaría para sí, ni siquiera, el transporte bajo su pabellón de la producción insular con destino a la reexportación (como era principio básico del mercantilismo, todavía existente), la situación se iba a presentar pronto insostenible, para unos y para otros. Por qué tardaría tanto la comunidad criolla en deshacerse de la imposición metropolitana. Hay factores de tipo interior, hay factores metropolitanos (el esfuerzo de recuperación de las riendas coloniales y de desmantelamiento de la infraestructura de poder levantada, con esfuerzo, por los propios criollos en el período anterior) y hay, sobre todo, problemas de carácter internacional —rivalidad EE. UU./Gran Bretaña—, que vienen a permitir la importación de una cierta presencia neocolonial, por parte de los norteamericanos, sobre un contexto artificial de mercado reservado para determinados sectores de la industria y el campo metropolitanos.

Es sabido que el gran proceso de expansión territorial del estado federal nortea­mericano se produce en parte importante a partir del antiguo imperio español en América. Ya en 1819, la revuelta de las colonias le permitirá la anexión de Florida pero sobre todo será a partir de 1839, cuando la Unión pueda extenderse tanto hacia el golfo de México como hacia el Pacífico, entrando la cuestión de América Central (Cuba y el istmo) en plena efervescencia. Después de fracasar el intento de compra a España de la isla, en 1848, EE. UU. parece trazar una cuenta atrás en su intervención sobre las Antillas, aunque nunca llegue a producirse el despegue. Circunstancias de orden diverso (internacionales e internas) aplazan el desenlace.

Pero en el ínterin, Cuba no se beneficia en absoluto del reverdecer proteccionista de la época (que trató de hacer frente al avance arrollador del liberalismo en materia de economía, y halló en las colonias refugio seguro). Muy al contrario, la «perla de las Antillas» hubo de acostumbrarse a manejar sus precios a niveles altamente competitivos, luchando pronto contra la imposición del azúcar de remolacha protegido fuertemente en los países en vías de industrialización, y puesto que ni siquiera España funcionó entonces para ella como mercado preferencial. Antes bien, por el contrario, las Leyes Especiales a que la metrópoli sometió las relaciones comerciales con su colonia cubana obligaron a ésta a comprar muchos bienes de consumo a precios de monopolio, en tanto que la situación inversa no iba a poder darse, evidentemente.

En conjunto, puede decirse que las alarmas que afectaron a la perdurabilidad del imperio español, a lo largo del XIX, todavía no habían hallado su más crítico momento. Tras la frágil pervivencia conseguida en Oriente después del conflicto de las Carolinas (1885), la dominación de España en territorios tropicales iba a quedar barrida de un plumazo, imposible su prolongación por más tiempo, en la fecha crucial del 98.

A fines del siglo XIX el ideario político emancipador cubano gira en torno a tres núcleos, no siempre claramente definidos: Reformistas (José Antonio Saco), Autonomistas (Rafael Montoro). y Separatistas (José Martí). José Martí (1853-1895) nace en La Habana hijo de un sargento valenciano. A los quince años interviene en la “Revolución de Yara”. Es deportado a España (1871) donde estudia Derecho y Letras. De nuevo en Cuba (1878) sus actividades subversivas le obligan a huir a los Estados Unidos (1879). Tras el fracaso del Plan de Fernandina; Martí inicia la sublevación cu­bana (1895) cayendo en uno de los primeros combates (Dos Ríos).

El papel de USA es determinante. En un principio se aspira a evitar que cualquier potencia europea se apodere de la Isla. Más tarde se pasa a favorecer a los elementos indígenas inclinados hacia la anexión con Estados Unidos, al mismo tiempo que «sugiere la compra a España de Cuba por 120 millones de dólares (Manifiesto de Ostende). Finalizada la guerra de Secesión la política norteamericana es de abierto apoyo a la causa cubana separatista. Los políticos españoles de la Restauración, Maura, Abarzuza, Cánovas, redactan varios proyectos de autonomía cubana. Finalmente Segismundo Moret elabora la Constitución autónoma reservando la autoridad de un Gobernador General. El primer día de 1898 se forma el Primer Gobierno autónomo, presidido por José María Gálvez. La guerra hispano-norteamericana finaliza el 10 de diciembre por el Tratado de París. España renuncia a la Isla, que pasa a estar dirigido por un gobierno de intervención norteamericano. En mayo de 1902 se promulga la Constitución, de acuerdo con las denominadas bases Plat: reconocimiento de la intervención norteamericana como garantía de la independencia. El Presidente será Estrada Palma. En 1903 se produce el arrendamiento a EE.UU. de la base de Guantanamo y en 1909 cesa el Gobierno de intervención, mientras gobiernan los liberales. En 1912, una sublevación de indígenas de color provoca un nuevo desembarco norteamericano.

El proceso político es a grandes rasgos el siguiente: en 1868 tanto Cuba con el “Grito de Yara” como Puerto Rico con el “Grito de Lares” inician su proceso de independencia. En Cuba, la guerra iniciada contra España durará diez años, y estará abiertamente apoyada por EEUU, dados los intereses de esta nueva nación en la zona (anteriormente a la guerra, EEUU había intentado comprarle la isla de Cuba a España por la cantidad de 120.000 $). Ea guerra terminó en 1878 habiendo destruido mucha de la riqueza rural de la isla. Un nuevo aspirante al dominio de la tierra cubana aparece en el panorama tras la guerra: el inversor norteamericano, que además, dominaba todo el comercio de exportación. Eos americanos serán los creadores de las primeras centrales azucareras. De esta forma y sin haberse emancipado todavía de la tutela española, Cuba pasará a entrar en la órbita de influencia de la nueva metrópoli americana.

La segunda guerra de la independencia estalló en Cuba en 1895 (“grito de Baire”). Norteamérica, por su propio interés, declaró la guerra a España con la excusa de la acusación a la península de haber llevado a cabo la voladura del acorazado “Maine” en 1898. Ea guerra supuso una aplastante victoria americana y por la Paz de París, España se vio obligada a conceder la independencia a Cuba y ceder a EEUU, sus colonias de ultramar (Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guaní). Este hecho significará el fin definitivo del imperio español.

6 OTROS ASPECTOS DE LA EMANCIPACIÓN LATINOAMERICANA

6.1. ACTITUD DE LAS POTENCIAS EXTRANJERAS

Inglaterra: Eos intereses ingleses obviamente estuvieron enfocados a la liberalización del comercio con Eas Indias. Por su parte, los latinoamericanos también estaban interesados en la relación político-económica que ofrecía Gran Bretaña. Mientras España luchaba contra Napoleón e intentaba sintonizar con la onda del liberalismo, Inglaterra actuó como aliada suya. Durante este periodo los intereses ingleses se mostraron cautelosos en el tema americano. Pero cuando se restauró el Absolutismo monárquico en España, los ingleses que ahora estaban en el bando contrario, aprovecharon para actuar y apoyaron abiertamente la independencia de las colonias americanas.

Francia: El papel de esta nación es poco destacable, aunque tras la restauración se volcó a favor del Absolutismo y en contra de la independencia de las colonias.

Estados Unidos: Fue totalmente contrario a la intervención de la Santa Alianza en los asuntos americanos, en los cuales, cada vez más, él se va erigiendo como arbitro. Apoyó pues el proceso de independencia en su propio interés y lo hizo de diferentes maneras: enviando consejeros, modelos constitucionales…etc.

6.2. CONSECUENCIAS DE LA EMANCIPACIÓN AMERICANA

No se transformaron los fundamentos sociales y económicos del régimen colonial porque la revolución moderada no tocó los privilegios sociales que evocaban el feudalismo. En general, se abolió la Inquisición, el tributo indígena, las normas de casta, se reduce la esclavitud, se liberaliza el comercio y se ofrecen condiciones favorables para los inmigrantes.

La guerra dejó fuertes secuelas económicas y desde luego abrió un periodo de nueva dependencia económica, primero respecto a Europa y después respecto a Estados Unidos.

Otra importante consecuencia fue la disgregación política del subcontienente americano en diferentes piases independientes. La Gran Colombia se dividió en tres estados Colombia, Venezuela y Ecuador, y aparecieron también Panamá y la República Dominicana, tras una breve recuperación española. De Méjico salió la Confederación centroamericana que más tarde se fragmentará en Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Bolivia se había separado de Perú formando dos estados independientes. Paraguay y Uruguay se desprenden de Río de la Plata quedando entre Argentina y Brasil.

Todos estos nuevos países adolecerán de falta de unidad interna y serán frecuentes las luchas entre caudillos. A su vez, el papel de los militares será cada vez más importante en la vida política latinoamericana, hecho cuyas consecuencias ha habido que lamentar en tantas ocasiones.

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