Tema 47 – La primera guerra mundial y las relaciones internacionales en el periodo de entreguerras. La crisis de 1929.

Tema 47 – La primera guerra mundial y las relaciones internacionales en el periodo de entreguerras. La crisis de 1929.

1. INTRODUCCIÓN

2. LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

2.1. LA GUERRA DE MOVIMIENTOS

2.2. LA GUERRA DE POSICIONES

2.3. GUERRA DE DESGASTE

2.4. 1917: UN AÑO DECISIVO.

2.5. LOS TRATADOS DE PAZ.

3. LAS RELACIONES INTERNACIONES EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS.

3.1. LA SOCIEDAD DE NACIONES

3.2. LA POSGUERRA

3.3. EL ESPÍRITU DE LOCARNO

3.4. DEL PACIFISMO AL BELICISMO

4. LA CRISIS DE 1929

4.1. LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA GUERRA EN EE.UU.

4.2. LA REGRESIÓN ECONÓMICA DE POSTGUERRA.

4.3. LOS NUEVOS RASGOS DE LA CRISIS DE 1929

4.4. EL PROCESO DE LA CRISIS

4.5. LA EXTENSIÓN DE LA CRISIS A EUROPA 7 AL RESTO DEL MUNDO

4.6. CONSECUENCIAS DE LA CRISIS.

5. BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN

La Gran Guerra es la gran guerra y la Gran Depresión es la gran depresión. Nunca hasta entonces se habían alcanzado cotas tales de dramatismo: destrucción y hundimiento. Por si fuera poco las relaciones internacionales en entreguerras son, como el propio título deja entrever un monumental desastre, porque al producirse en entreguerras no pudieron evitar la Segunda Guerra Mundial. El periodo comprendido entre 1914 y 1939 es tan denso que sólo podremos realizar una síntesis de los tres bloques en los que se divide el título del tema.

2 LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Entre las causas de la Gran Guerra hay que considerar el imperialismo en boga en estos años, la desenfrenada carrera de armamentos, las rivalidades navales de las grandísimas potencias como Alemania e Inglaterra, las dificultades dentro del Imperio Austríaco de importantes minorías nacionales, los diversos movimientos de unión étnica, (paneslavismo, pangermanismo,…), el sistema de alianzas que dividía de forma importante a las potencias, y rivalidades económicas por el control del comercio mundial… Múltiples causas que el asesinato del heredero a la Corona Austríaca Francisco Femando el 28 de Junio de 1914 por un estudiante bosnio llamado Gavrilo Princip, de la organización Mano Negra, no deja de ser una pura anécdota.

Austria reaccionará desproporcionadamente por cuanto exige a través de su fa­moso Ultimátum, participar en las investigaciones que se deriven y que policías austríacos entren en Serbia, entre otras exigencias. Ello suponía claramente una injerencia en los asuntos internos. Se produce la declaración de guerra a Servia por Austria el 30 de Junio.

El balance de la guerra fue tremendo: 10 millones de muertos, 20 de heridos. 12 millones de toneladas de buques hundidos y 400.000 millones de dólares en pérdidas materiales. La Primera Gran Guerra preparó, además, las condiciones que hicieron posible la revolución rusa y toda una serie de levantamientos socialistas en Centroeuropa. Indudablemente, ninguno de los países que entró en guerra esperaba ni un conflicto tan largo y sangriento, ni las implantaciones socialistas posteriores.

Las causas de la guerra son muy complejas. Ya hemos fijado el marco de las relaciones internacionales y del sistema de alianzas. También se ha mencionado el auge nacionalista en los Balcanes y el papel de Servia en apoyo de éstos, y, como consecuencia, el peligro de desintegración que se cernía sobre el Imperio Austro-Húngaro. El espíritu de revancha existente en Francia y mantenido desde la pérdida de la Alsacia y la Lorena, también jugó un papel importante en la extensión del conflicto. Por último, los conflictos coloniales, la negativa alemana de conceder créditos industriales a Rusia, la carrera de armamentos navales y la política rusa de expansión en los Balcanes, aunaron tal cantidad de elementos conflictivos, que ocasionaron la extensión mundial del conflicto.

Tras lo dicho, puede entenderse el proceso de expansión de los conflictos bélicos: cuarenta naciones participaron en la guerra, y los ejércitos operaron en frentes diversísimos, tanto en las colonias —aquí sin alcanzar las dimensiones que en Europa— , como en las metrópolis. Dentro de este panorama general, debe situarse el asesinato, en Sarajevo, del heredero al trono imperial austro-húngaro: el magnicidio no fue propiamente una causa de la guerra, sino el detonante que echó por tierra el débil equilibrio mantenido por las potencias desde la muerte de Bismarck.

El asesinato de Sarajevo dio a los austro-húngaros la ocasión que buscaban para aplastar a Servia y a todos los movimientos nacionalistas eslavos. Asegurado el apoyo del Reich en caso de intervención rusa, Viena declaró la guerra a Belgrado, esperando que la presión diplomática alemana detuviera al zar. No fue así, y Rusia entró en el conflicto bélico arrastrando a su aliada Francia. El proceso se completa tras la invasión alemana de Bélgica, país neutral, que ocasiona la entrada de Inglaterra, preocupada por el establecimiento germano a la otra orilla del canal.

Las primeras operaciones fueron tan rápidas, que el convencimiento de que la guerra duraría escasos meses se generalizó en todos los gobiernos; prueba de ello es que se movilizaron incluso los obreros de las industrias bélicas: pensaban que los stocks de material existentes serían suficientes.

2.1. LA GUERRA DE MOVIMIENTOS

El plan elaborado por el Estado Mayor germano era claro. No se podía luchar en dos frentes a la vez: el ruso y el francés; por lo tanto, se imponía lograr una rápida victoria en uno para atender con prontitud al opuesto. Se puso en práctica el plan Schlieffen: había que aniquilar al ejército francés. Con la vista en este objetivo, se juzgaba imprescindible atravesar las llanuras belgas con el grueso de las tropas, que después se dirigirían hacia el Sur y luego al Sudeste. El ejército galo quedaría así cercado en el Este.

El plan se puso en práctica y, tras aplastar la resistencia belga, los alemanes avanzaron con rapidez. Sin embargo, presionados por los rusos debieron retirar fuerzas del frente occidental: así se hizo imposible para las tropas germanas conseguir la amplitud de frente necesario, y el arco dirigido contra Francia no pudo cerrarse por la costa. Joffre, mariscal francés, lanzó entonces una fuerte ofensiva que detuvo al ejército enemigo en la batalla del Marne: sólo hacía 30 días que el Estado Mayor germano había decidido invadir Bélgica. La victoria gala no dio, con todo, la iniciativa al ejército francés, y las posiciones se estabilizaron en el frente occidental.

En el frente oriental, los rusos avanzaron con gran rapidez. Tan espectacular fue el avance, que el ejército del zar quedó dividido en dos partes. Hindenburg, general alemán, cedió terreno sin presentar batalla en terreno abierto. Cuando los rusos se acercaron a Konigsberg, los refuerzos del frente occidental habían llegado ya. La ofensiva germana no se hizo esperar, y el ejército ruso, dividido en dos, fue derrotado en dos batallas sucesivas (Tanneberg y lagos Mazurianos). A mediados de septiembre (la guerra había comenzado un mes antes), Rusia había perdido toda oportunidad de derrotar al Reich. A su vez, Alemania y Austria-Hungría no se atrevieron a invadir el inmenso territorio ruso. También aquí los frentes se estabilizaron.

Los estudiosos han llamado a este período del conflicto la guerra de movimientos; tras él hay que situar la llamada guerra de posiciones. Las estabilizaciones de los frentes dieron lugar a un replanteamiento de las tácticas.

2.2. LA GUERRA DE POSICIONES

El panorama habitual de la contienda, sobre todo en el Oeste, lo constituyeron desde entonces los parapetos, trincheras, fortificaciones, duelos artilleros… La estabilidad no significó, sin embargo, ausencia de acciones bélicas de gran importancia y que ocasionaron miles de víctimas. La ruptura, pensaban los altos estados mayores, era el único medio que permitiría volver a iniciar maniobras ofensivas.

Durante 1915 los intentos de ruptura fueron constantes. Comenzaron en la primavera en el frente oriental, donde, tras grandes esfuerzos, austríacos y alemanes recuperaron la Galitzia y conquistaron gran parte de Polonia, pero Rusia seguía resistiendo. En el frente occidental los alemanes podían haber conseguido la victoria debido a su superior producción de armamentos. Pero quisieron decidir a su favor la guerra en el Este. Por su parte, los aliados quisieron forzar una decisión ampliando el frente y llevando la guerra al aliado más débil de los germanos: el Imperio Otomano. La expedición inglesa a los Dardanelos fue derrotada, y las contraofensivas en el frente occidental contenidas. La calma del otoño fue aprovechada por los austro-húngaros para aniquilar Servia.

2.3. GUERRA DE DESGASTE

A partir de 1916 se inicia una guerra de desgaste. El objetivo consistía no en lograr la ruptura, sino en aprovecharse de la ofensiva para infligir al enemigo un número de pérdidas superiores a las atacantes. Los germanos practicaron esta táctica en dos tipos de frentes: en el continental y en el marítimo.

La batalla de Verdún fue concebida como de desgaste. Se trataba de conseguir que las pérdidas aliadas fueran tres veces superiores a las germanas. Francia quedaría agotada y pediría la paz. Como se ve, se trataba, más que de ganar terreno en una ruptura, de doblegar la voluntad del enemigo. Entre febrero y junio, las operaciones se sucedieron y los muertos se elevaron a medio millón. Los aliados respondieron con la misma táctica y entre junio y julio lanzaron la contraofensiva del Somme, con resultado similar al anterior: las posiciones se mantuvieron y las pérdidas de hombres y material fueron inmensas.

Los aliados eran partidarios de extender el conflicto al mayor número de frentes posibles, para debilitar así las posibilidades alemanas de concentrar tropas en el frente occidental, que sumaron a la superioridad de material, también la del número. Se trataba de desplegar una intensa actividad diplomática. Los aliados vencieron en esta carrera y consiguieron que Japón, en 1914, se lanzara a la conquista de las colonias alemanas del Pacífico; que Italia, en 1915, declarara la guerra a los imperios centrales; que en 1916, les siguieran Rumania y Portugal, y en 1917, Estados Unidos, Grecia, China y varios países latinoamericanos. Por su parte, los imperios centrales sólo consiguieron como aliados a Turquía y Bulgaria. Tras las sucesivas incorporaciones a la guerra, los conflictos se extendieron enormemente.

Los frentes aumentaron. Además de los de Occidente y Oriente (Francia y Rusia, respectivamente), se combatía en Grecia, en Turquía, en Servia, en Italia, en Suez, en Siria y en las colonias. Al final, ni una táctica ni otra dieron la victoria a uno de los campos. En realidad fue el temor de una ruptura del frente occidental, por parte de los aliados —debido a la creciente superioridad numérica y material de éstos desde la incorporación de Estados Unidos a la guerra y al agotamiento del ejército alemán—, lo que llevó a Hindenburg y a Ludendorff a proponer a su gobierno que pidiera el armisticio. Pero veamos cómo se llegó a esta situación.

2.4: 1917 UN AÑO DECISIVO

Por una parte, en Rusia estalla una revolución republicana primero y una socialista después. Lenin, en el poder, decide sacrificar territorios rusos antes que poner en peligro el triunfo de la revolución socialista, firma con Alemania la paz de Brest-Litovsk. Por primera vez durante todo el conflicto, las potencias centrales podrán concentrarse en el frente del Oeste. En Occidente también cambia el estado de las cosas. Los alemanes deciden llevar al mar la guerra de desgaste y advierten que hundirán con sus submarinos cualquier barco mercante que se acerque a las costas de sus enemigos. La nueva táctica, aunque ya se sabía que ocasionaría la entrada de Estados Unidos en el conflicto, ocasionaría tan graves pérdidas a los aliados, que serían derrotados antes que los norteamericanos hubiesen intervenido.

Libres del frente oriental, los germanos desencadenaron una gran ofensiva sobre Francia. París estuvo a punto de caer, pero la reacción aliada frenó el avance. Pronto llegaron los ejércitos americanos al continente y la situación quedó invertida: Alemania estaba ahora en inferioridad numérica y de material frente a sus enemigos. Los frentes de Italia y de Turquía cedieron en septiembre de 1918, y en octubre estalló una revolución en Praga que hundió al Imperio Austro-húngaro. En ese mes, austríacos y turcos pidieron la paz. Alemania, aislada aunque no vencida, tuvo que capitular.

Las exigencias fueron duras: el Kaiser se vio obligado a renunciar a su trono como condición previa al armisticio. Los levantamientos socialistas de la cuenca del Rhur y del norte de Alemania debilitaron aún más a los germanos. Se formó un gobierno socialista que firmó el armisticio a mediados de noviembre.

2.5. LOS TRATADOS DE PAZ

Las condiciones y estructuras de la renacida paz se organizan en una serie de tratados firmados junto a la capital francesa en 1919 y 1920, más otros convenios adicionales que se jalonan hasta 1923. La denominación de tratados es claramente inadecuada; no se trata de pactos bilaterales ni del resultado de conversaciones entre vencedores y vencidos, sino de decisiones unilaterales de los vencedores, que algunos han preferido denominar paz cartaginesa o dictados de paz.

La paz con Alemania se firmó en Versalles el 28 de junio de 1919. Los principales autores de sus cláusulas fueron Wilson, Clemenceau, Lloyd George y Orlando, aunque fue el segundo el más inflexible y decidido partidario de la humillación alemana. Los plenipotenciarios alemanes aceptaron lo inevitable, pero mostraron públicamente su disconformidad. Las cesiones territoriales exigidas eran cuantiosas: Alsacia y Lorena, a Francia; Eupen y Malmedy, a Bélgica; Schleswig del Norte, a Dinamarca; Alta Silesia, Posnania y el pasillo polaco, a Polonia; las ciudades de Danzig y Memel serían declaradas libres; Alemania renunciaba además a todo su imperio colonial. Las cláusulas militares señalaban que Francia ocuparía militarmente la orilla izquierda del Rin durante un plazo de quince años y establecería otras tantas cabezas de puente en Colonia, Coblenza y Maguncia; los alemanes desmilitarizarían su territorio por completo hasta una línea trazada 50 km al este del río y, además, debían suprimir el servicio militar obligatorio y formar un ejército de voluntarios reducido que no superase los 100.000 hombres; la flota sería entregada a Inglaterra y no podría ser repuesta. Con todo, las condiciones más duras eran las económicas: según los expertos (Keynes entre ellos) serían imposibles de cumplir. Las reparaciones de guerra abarcaban fabulosas cantidades en dinero y especie, y el modo de resarcirlas constituyó durante mucho tiempo el objeto principal de las relaciones de la naciente República de Weimar con los aliados.

La paz con Austria se firmó el 10 de septiembre en Saint-Germain. Las discusiones se prolongaron por las disputas entre Italia y Yugoslavia sobre la zona norte de la costa dálmata. El tratado declaraba la independencia de Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Yugoslavia; Italia adquiría el Tirol, el Trentino, Istria y Trieste; Austria quedaba reducida a un pequeño territorio de raza y lengua germanas (pero con prohibición expresa de fusionarse a Alemania) con un ejército que no podría superar los 30.000 hombres.

Por el tratado de Trianon (4 de junio) se había despojado a Hungría de todos sus territorios no magiares; su extensión se veía así reducida a la cuarta parte, y su población a la tercera. Eslovaquia y Rutenia pasaban a Checoslovaquia; Transilvania, a Rumania; Croacia, a Yugoslavia; el Banato se repartía entre las dos últimas naciones. El ejército magiar, por su parte, no podría sobrepasar los 35.000 hombres.

La paz con Bulgaria se firmó en Neuilly el 27 de noviembre. Los búlgaros tenían que renunciar a sus conquistas de la guerra mundial y a las adquiridas antes en la guerra de los Balcanes: la Dobrudja pasaba a Rumania; Macedonia, a Yugoslavia y Tracia, a Grecia. El ejército no podría pasar de 33.000 hombres.

El tema más laborioso (por las disputas respectivas entre Inglaterra y Francia e Italia y Grecia) fue la paz con Turquía, que no pudo llevarse a efecto hasta el tratado de Sévres, firmado el 30 de agosto de 1920. Arabia quedaba como reino independiente y Armenia como república. Mesopotamia, Palestina y TransJordania pasaban a depender de Inglaterra; Siria y Líbano, de Francia; el sur de Anatolia y el puerto de Adalía, de Italia; Esmirna, Tracia, Gallípoli y las islas egeas no italianas, de Grecia. Desaparecía prácticamente la Turquía europea, reducida a la ciudad de Constantinopla, y los estrechos entre el mar Negro y el Mediterráneo, serían neutralizados y abiertos a la libre navegación internacional.

Decididamente, los imperios habían sido desmembrados y Francia heredó la hegemonía militar y política sobre el continente tras la derrota de Alemania. Los Estados Unidos se desentendieron de Europa sumergida en una profunda crisis econó­mica que pronto conocería los desórdenes sociales más graves con los levantamientos socialistas revolucionarios, que acabaron llevando a los gobiernos sistemas autoritarios y fascistas.

LAS RELACIONES INTERNACIONES EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS

El juego político internacional en el período de entreguerras pasa por tres épocas claramente diferenciadas: en un primer momento se desarrolla el espíritu de Ver salles, es decir, el sistema de alianzas, que acabamos de ver, establecido como consecuencia de las paces de París que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial y el funcionamiento normal de la recién creada Sociedad de Naciones. En esta primera etapa se insertan también las modificaciones que al sistema de tratados de París introducen el Tratado de Lausanne (1923) y el sistema de alianzas que en Europa central y oriental se establece con ocasión de la Pequeña Entente.

La segunda etapa es de distensión internacional. De la mano de la recuperación económica y de la relativa seguridad derivada del espíritu de Locarno, el mundo vive los despreocupados y felices años veinte, si bien esta distensión es más ficticia que real. Con la gran depresión del 29 y el triunfo de los totalitarismos se inicia la tercera etapa, de clara tendencia belicista, en la que los revisionismos nazis y las aventuras expansionistas italianas y japonesas van enturbiando paulatinamente las relaciones internacionales hasta desembocar por fin en la nueva conflagración mundial.

3.1. LA SOCIEDAD DE NACIONES

La Primera Guerra Mundial había demostrado que los sistemas reguladores de la vida internacional, primero el de Congresos propuesto en Viena en 1815, luego el de bloques inspirado por Bismarck, no habían puesto fin a uno de los azotes de la humanidad, el enfrentamiento armado entre las naciones. Con la perfección técnica de las armas acuciaba encontrar un sistema arbitral. Algún diplomático pensó en el regreso al sistema de la Santa Alianza el orden internacional regulado por las grandes potencias, pero su ideología reaccionaria resultaba inaplicable en un siglo de democracia. En plena guerra, Woodrow Wilson se refirió en varias ocasiones a la necesidad de una organización internacional, con participación de todas las naciones, que garantizara la paz en el mundo. En su discurso al Senado el 22 de enero de 1917 alude a una «Liga para la paz», y el último de sus catorce puntos (discurso al Congreso de 8 de enero de 1918) prevé la formación de una «asociación general de naciones». Inspirándose en las idealistas formulaciones del presidente norteamericano, el Tratado de Versalles recoge en su articulado el Pacto de la Sociedad de Naciones, que entra en vigor el mismo día que el Tratado, el 10-1-1920.

La nueva institución se proponía el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. Aunque no prohibía el recurso a la guerra, los Estados miembros asumían ciertos compromisos de agotar primero todos los procedimientos pacíficos de solución de los conflictos (artículos 21 y siguientes). Dos artículos ofrecen una especial complejidad interpretativa: el 10, que intenta definir la agresión, y el 16, que establece sanciones económicas y militares contra el Estado agresor. Pruebas de la casuística que provocaron son los intentos de revisión a partir de 1923. Al no firmar el Pacto los Estados Unidos, por oposición del Congreso, queda la flota inglesa como único instrumento para llevar a cabo las sanciones económicas. Con su sede en Ginebra, la Sociedad de Naciones (S.D.N.) montó su estructura orgánica a través de los siguientes organismos: Asamblea general de todos los Estados miembros, que se reúnen anualmente; Consejo de nueve miembros (más tarde de 13), de los cuales cinco son permanentes, a la manera de un directorio similar al establecido en el Congreso de Viena de 1815; Secretario, que actúa de coordinador; Tribunal Internacional de Justicia, con sede en La Haya; Oficina Internacional de Trabajo (O.I.T.), con personalidad jurídica independiente, encargada de defender los intereses de los trabajadores por medio de convenios internacionales.

Aunque se proponía ser una organización universal, su primera limitación fue su falta de universalidad, y aunque el inspirador había sido el presidente norteamericano, su primera ausencia trascendente fue la de Norteamérica. Los aliados se opusieron al ingreso de Alemania hasta 1926, y la U.R.S.S. no fue admitida hasta 1934. La cadena de agresiones-sanciones en los años 30 produjo la retirada de sucesivas potencias: Alemania y Japón en 1933, Italia en 1937. La U.R.S.S. fue expulsada por su ataque a Finlandia en 1939. Efectivamente, nunca fue universal, ni consiguió evitar las anexiones y tendencias expansivas de los Estados totalitarios. Ni, sobre todo, pudo impedir la nueva conflagración mundial en 1939. Pero su balance no es negativo. No se limitó a ser una «Santa Alianza de vencedores», como la motejaron sus críticos. Solucionó algunos problemas internacionales con la aplicación de los mecanismos arbitrales de su articulado, constituyó una experiencia en la búsqueda de un nuevo orden mundial y algunas de sus instituciones han subsistido en la O.N.U. de la segunda postguerra.

3.2. LA POSGUERRA

Versalles no soluciona los complejos problemas que la guerra ha dejado como herencia; veinte años después, en 1939, se inicia otra contienda cuya capacidad de destrucción está potenciada por la modernización del aparato bélico. Las relaciones internacionales de estos veinte años de entreguerras ofrecen, por tanto, un particular interés para la historia de Europa. En conjunto la política internacional pasa por cuatro fases:

Primera fase (1919-1924): Tensiones derivadas de la aplicación de las cláusulas de los Tratados de Paz.

Segunda fase (1925-1929). Tratado de Locarno; años de concordia, con la incorporación de Alemania a la Sociedad de Naciones y programas de renuncia a la guerra.

Tercera fase (1929-1932): Está dominada por los recelos provocados por la insolidaridad durante la crisis económica.

Cuarta fase (1932-1939)’. Tensiones de los anos treinta, con la resurrección de los nacionalismos y la política exterior agresiva de los estados fascistas, que derivan en bruscos cambios de alianzas, denominados por Pabón «virajes hacia la guerra».

La situación y el trato a Alemania constituyen el problema central en el inicio de los años veinte. Se trata en primer lugar de la cuestión de las reparaciones, pero también de pleitos territoriales; Berlín no reconoce de iure las fronteras impuestas en Versalles, especialmente la pérdida del pasillo de Dantzig, que aisla por tierra las regiones de la Prusia oriental, ni el control francés de algunas comarcas del Rhin. La zona desmilitarizada entre Francia y Alemania no deja de suscitar tensiones. Cuando en marzo de 1920 el ultranacionalista Kapp promueve una huelga general en el Ruhr y para reprimirla Berlín envía tropas, sin permiso de los aliados, los franceses, alegando que se ha conculcado una estipulación del Tratado de paz, de acuerdo con los belgas ocupan las ciudades de Frankfúrt del Main, Darmstadt y Duisburg. Tras la retirada y algunos gestos de moderación de Briand, consciente de que la invasión ha aislado a Francia, Poincaré regresa a la política severa de exigir el cumplimiento literal del articulado de Versalles. El paso más grave es la ocupación del Ruhr por tropas francesas en enero de 1923, para obligar a Alemania al pago de las deudas de guerra. Esta ocupación señala uno de los momentos críticos de la Europa de entreguerras. Se trataba de una decisión osada, que se hizo de espaldas a los ingleses y con escaso apoyo en la opinión pública francesa, excepto el grupo ultraderechista de la Action Fran$aise. Los alemanes deciden la resistencia pasiva, paralizando minas y ferrocarriles; las finanzas de Berlín se convierten en caja de resistencia al subvencionar a los obreros en huelga. Para Alemania constituyó una sangría insostenible. La inflación adquiere una velocidad asombrosa, desconocida hasta el momento; los precios suben cada hora, en una espiral que ha suscitado numerosas anécdotas. Los billetes de Banco perdieron todo valor y en octubre hubo de crearse una nueva moneda, el Rentenmark. El objetivo francés de obligar a Alemania a pagar no podía cumplirse; la Hacienda germana, hundida, no se encontraba en condiciones de saldar sus deudas de guerra y la disminuida producción del Ruhr no significaba suficiente compensación. Alemanes y franceses se vieron obligados a cambiar de postura. E] canciller alemán, Gustav Stresemann, suspendió la onerosa resistencia pasiva; Poincaré, a finales de 1923, acepta la propuesta inglesa de respeto a la integridad de Alemania. Y a lo largo de 1924 crece el convencimiento de que es necesario encontrar un nuevo orden internacional, donde Alemania tenga su lugar.

3.3. EL ESPÍRITU DE LOCARNO

En febrero de 1925 Stresemann comunica que Alemania está dispuesta a firmar un tratado en el que se garantice el respeto a las fronteras dibujadas en Versalles; constituye un giro radical, puesto que, hasta ese momento, la repulsa del Tratado había constituido un clamor nacional. Entre otras cosas suponía la aceptación de la zona desmilitarizada y de la integración de Alsacia-Lorena en el territorio nacional de Francia, pero, ésta, reclamaba la admisión por Alemania del texto íntegro, con sus cláusulas económicas y morales. Por fin, en octubre se reúnen en Locarno los representantes de Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia y Bélgica. El Tratado de Lo­carno confirma el statu quo de Renania; se respetan por Alemania, Francia y Bélgica, con garantía de Inglaterra e Italia, las fronteras fijadas en Versalles y la zona desmilitarizada, y al mismo tiempo se promete la revisión de las deudas y la plena incorporación de Alemania a los organismos internacionales. Para Alemania suponía que no se repetiría una nueva ocupación del Ruhr; para Francia el respaldo británico en caso de una resurrección del militarismo germano.

En la denominada era Briand-Stresemann, en reconocimiento del protagonismo de los políticos francés y alemán, se vive un ambiente de paz, cuyo acontecimiento más destacado es la incorporación de los Estados Unidos, hasta entonces encerrados en sí mismos, a la cruzada pacifista. Grandes del mundo de los negocios en Norteamérica, como Carnegie y Ford, organizaciones como el Comité Levinson. que intenta poner fuera de la ley la guerra y una fuerte presión popular, inclinan a Washington a abandonar su aislamiento y apoyar los gestos de concordia con una posición activa en las relaciones internacionales. El secretario de Estado, Kellog, se convierte al credo pacifista; la concesión del Premio Nobel de la paz, primero a Briand y luego a Kellog, respalda moralmente las iniciativas diplomáticas. En agosto de 1928 quince naciones firman el denominado pacto Briand-Kellog, en el que se condena la guerra como medio de resolución de los conflictos internacionales y se asume el compromiso de renunciar a ella.

Empero, estos años de ilusiones se verán ensombrecidos por la crisis económica. En el ánimo de los franceses pesan nuevas reivindicaciones alemanas: el Sarre, el rechazo de la zona desmilitarizada, medidas de rearme. André Tardieu, nuevo jefe del ejecutivo en París, formula declaraciones amenazadoras. Amanece la década de los treinta en un clima enrarecido, olvidado el espíritu de concordia de Locarno.

3.4. DEL PACIFISMO AL BELICISMO

Con la crisis económica se ha roto la solidaridad; a partir del otoño de 1931 incidentes aislados demuestran la inoperancia de la Sociedad de Naciones. Los fracasos más resonantes son la crisis de Manchuria y el de la conferencia de desarme del año 1933.

La ocupación japonesa de Manchuria ha sido considerada como el primer eslabón de la política expansiva que desembocará en la guerra del 39. Para Japón la necesidad de espacios se había convertido en imperiosa ante el crecimiento constante de su población. Un acontecimiento insignificante, el sabotaje de algún grupo chino a la línea férrea sur-manchuriana, cuyo control correspondía a Tokio según el tratado de 1905, provoca la ocupación total de Manchuria y el nombramiento de un régimen títere. Las reclamaciones chinas y las recomendaciones de la Sociedad ginebrina no son escuchadas por el gobierno nipón. ¿Qué valor tendrían en lo sucesivo las resoluciones de la Sociedad de Naciones? Su único recurso, las sanciones, se reduce a medidas simbólicas de no aceptación de la moneda del nuevo estado de Manchukúo en los pagos internacionales. Era claro que los conflictos no dependerían en lo sucesivo de acuerdos colectivos sino de las decisiones de las grandes potencias.

En 1933 el organismo ginebrino convoca una conferencia de desarme, a la que asisten los Estados Unidos. Los rusos proponen la renuncia sin control a todo tipo de armamento, los americanos la reducción a un tercio del nivel existente, los ingleses la fijación de un nivel idéntico para las grandes potencias; los franceses, en el plan Herriot, la colocación del armamento pesado bajo control de la Sociedad de Naciones. No fue posible el acuerdo entre propuestas tan dispares. Tras el fracaso de la conferencia de desarme las naciones se consideran con el derecho moral a volcar su potencia en el rearme. En esos meses un acontecimiento más grave, el inicio del régimen nazi en Alemania, va a definir, con el rechazo total del Tratado de Versalles y la política hitleriana de expansionismo territorial, una fase nueva en las relaciones internacionales, fase de tensión creciente y de conflictos que anuncian un nuevo enfrentamiento armado entre las naciones.

4 LA CRISIS DE 1929

Al terminar la guerra, la necesidad de materias primas y productos alimenticios y manufacturados era enorme: hacía falta alimentar a millones de hombres hambrientos, vestir a millones de desmovilizados y a todos aquellos a los que el racionamiento había impedido renovar las reservas agotadas, reconstruir y equipar las fábricas destruidas, los transportes quebrantados, la marina mercante, reemplazar el material gastado.

Las industrias europeas que han trabajado con fines bélicos se convierten de nuevo en industrias pacíficas, y la consigna es incrementar la producción, pero de momento es necesario reclamar la ayuda de los únicos países que poseen los productos que se necesitan. Japón, Estados Unidos, Canadá, Brasil y Argentina deben abastecer no sólo a los países que ya en el curso de la guerra se acostumbraron a aprovisionarse de ultramar, sino también a Alemania y Europa central, que —excluidos por el bloqueo— son entonces los más desprovistos. Los precios, que habían experimentado una continua elevación durante la guerra a causa del volumen de la demanda, y que habían descendido al interrumpirse las fabricaciones de guerra, recuperan su ritmo ascendente con una rapidez que se explica, porque las necesidades parecen ilimitadas: los precios del petróleo y del trigo se cuadruplican, el de la seda aumenta casi en la misma proporción y el del algodón se eleva en un 50 por 100. Crecen, pues, las importaciones europeas, mientras que las exportaciones siguen siendo muy débiles, y el déficit se agrava cuando bruscamente (1919) los Estados Unidos y luego la Gran Bretaña dan por terminada la solidaridad establecida entre las Tesorerías aliadas, e interrumpen los anti­cipos que habían mantenido artificialmente la paridad de las monedas con el dólar. Los créditos privados y bancarios para facilitar las ventas en Europa no pueden compensar esta ruptura y estalla con violencia una crisis muy grave que afecta a todos los países.

El hundimiento de las divisas supone una reducción de la demanda, y como Europa ya no tiene medios para comprar, las exportaciones de cereales bajan a la mitad, seguidas por las del café, azúcar, cobre, plomo, cinc y seda japonesa. Esta disminución arrastra consigo la reducción de los fletes, el retraso de las construcciones navales y de las industrias siderúrgicas, la limitación en un 50 por 100 de la fundición inglesa y de una cuarta parte de la de Estados Unidos, y la crisis general en las industrias mecánicas, textiles, las minas de hulla, el petróleo y la construcción. La reducción de salarios es severa y el paro intensivo; los bancos interrumpen los créditos y muchos de ellos se ven en dificultades; el curso de los valores desciende verticalmente. En 1922 se producirá la recuperación, pero la crisis deja huellas duraderas, especialmente en Europa, donde la inflación motivó un verdadero caos monetario.

Las dificultades de Europa son debidas, en gran parte, a los cambios producidos durante la guerra en el reparto geográfico de la producción, y al considerable progreso realizado por las potencias de ultramar que han podido constituir una industria o desarrollar la que ya tenían, cerrando de este modo su propio mercado a Europa y compitiendo con ella en los demás.

4.1. LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA GUERRA EN EE.UU

Para los Estados Unidos la guerra fue una fuente de extraordinarios beneficios: durante las hostilidades fueron proveedores de la Entente, y luego de todos los exbeligerantes; la fuerte demanda les obligó a aumentar su producción en víveres y productos manufacturados. El excedente de su balanza comercial produjo un flujo de capitales que les permitió liquidar parte de sus deudas y convertirse en acreedores; pasan así a convertirse en potencia financiera: prestan a Europa —tres billones de fran­cos en 1919—, y suplen a los prestamistas europeos en la financiación de los países sudamericanos. Después de la crisis de 1920-22 (con sus paros obreros, quiebras y deflaciones brutales) la situación recupera rápidamente su normalidad, y la producción, favorecida por un régimen ultraproteccionista, se desarrolla prodigiosamente.

Las exportaciones americanas inundan los mercados mundiales y expulsan a los artículos europeos; progresan sin cesar en los Dominios británicos, en América del Sur, en Extremo Oriente e Indonesia, mientras que unas tarifas prohibitivas apartan celo­samente a todos los competidores del mercado interior. En efecto, todas estas exportaciones son sólo una pequeña parte de la producción estadounidense y representan unas ganancias a menudo mucho más importantes que las de Europa, donde los precios de coste son más elevados.

Los Estados Unidos se convierten así, junto con Gran Bretaña, en los banqueros del mundo. Cada año el excedente de la balanza comercial alcanza un promedio de 700 millones de dólares, que en gran parte pasa a alimentar las nuevas inversiones en el extranjero.

4.2. LA REGRESIÓN ECONÓMICA DE POSTGUERRA

El desplazamiento de los centros de producción y la modificación de su importancia relativa impidieron la reanudación del comercio mundial y provocaron una depresión crónica. El estancamiento de la economía europea y su defectuosa adaptación a las nuevas condiciones motivaron una contracción de mercados de materias primas, de los que Europa era el principal cliente.

Los países europeos, cuya capacidad de compra ha disminuido, se industrializan bajo protección aduanera, lo que lleva consigo el descenso de las exportaciones europeas, especialmente de tejidos y artículos manufacturados, mientras que los Estados Unidos suministran máquinas y material de transporte, tendiendo a sustituir a Europa en sus antiguos mercados.

Los esfuerzos para reorganizar la industria y el interés muy vivo que Francia y Gran Bretaña dedican a su imperio colonial, no .responde a sus esperanzas de recuperar las posiciones que Europa ocupaba en el mundo antes de 1914. Los países de la Europa capitalista se hallan —aunque desigualmente— en regresión con respecto al período anterior a la guerra. Pese al considerable aumento de las exportaciones americanas, el volumen total del comercio mundial de productos manufacturados (que de 1870 a 1913 se había triplicado) permanece casi estacionario, y la disminución corresponde, por tanto, a los países de Europa.

Otra de las manifestaciones más inquietantes de la desintegración de la economía mundial es la persistencia de la crisis agrícola, que es resultado de la superproducción. El aumento de las reservas, y la consecuente baja de los precios, pesan excesivamente sobre el comercio en general.

Sólo cuando se produce la guerra y la inflación, la clase campesina mejora temporalmente su suerte, pues se beneficia entonces de la elevación de precios de los géneros agrícolas y de la anulación de las deudas; pero en cuanto la moneda europea re­cupera su estabilidad, su situación se agrava de nuevo a causa del aumento del interés y de la baja de precios; antes de que la crisis de 1929 les reduzca a una situación lamentable, los agricultores reclaman la protección del Estado.

Lo que ocurre es que la protección aduanera favorece la industria en detrimento de la producción agrícola; en todas partes el agricultor, que vende sus productos a un precio mundial, compra los artículos manufacturados al precio interior, que las tarifas aduaneras mantienen elevado; por ello, el mejoramiento general del nivel de vida supone la disminución del consumo de cereales en favor de la carne, productos lácteos, hortalizas, aves y frutas, mientras que el auge de las fibras artificiales influye sensi­blemente en la menor demanda de algodón y seda.

Existe una contradicción en la capacidad productiva que continuamente crece y un mercado que sigue siendo limitado; y hay también una población numerosa y un régimen económico basado en el beneficio, que aspira a reducir sus precios de coste reemplazando progresivamente al hombre por máquinas, un régimen que tiene como base sólida la explotación de los países de ultramar en el preciso momento en que aquellos empiezan a reivindicar su independencia.

Estas contradicciones no se perfilan claramente aún en un período de dificultades que los europeos han considerado como una era de prosperidad, al compararlo con las catástrofes del decenio siguiente. Hacia la mitad de los años 20, los hombres de negocio y los hombres de Estado europeos dejaron de esperar el retorno automático «a la normalidad», es decir, a la continua expansión del tráfico comercial. Se intentó por todos los medios vivificar el comercio mundial, pero la atención de los gobiernos fue reclamada por los problemas de la circulación monetaria y no por la ampliación de los mercados interiores y exteriores. Por ello el malestar subsistió, y desde 1926-1927 empezaron a manifestarse los indicios de saturación del mercado mundial: la capacidad industrial había aumentado en un 50 por 100 desde 1913, otro tanto por lo menos la producción agrícola, y la oferta empezó a superar a la demanda. El sistema se hallaba a merced de una nueva crisis, que sería más grave aún que la de 1920.

Durante el siglo XIX las crisis eran ya conocidas, pero se las consideraba como enfermedades de crecimiento en el curso de las cuales se producía automáticamente el saludable equilibrio por la eliminación de las empresas menos sólidas, después de lo cual la expansión se recuperaba rápidamente. Los economistas habían señalado la existencia de ciclos en los que alternaban fases de prosperidad, durante las cuales los precios suben, el paro disminuye y aumentan los beneficios, y de depresión, que presentan las características inversas. Aun sin estar de acuerdo sobre la duración de los ciclos ni sus causas —para unos monetarias y para otros económicas o políticas—, admitían que a los movimientos de breve duración (de 4 a 8 años) se superponían movimientos muy extensos, de una duración media de 40 a 70 años. La crisis que estalla en 1929 será, pues, el fin normal de un período largo, y su excepcional virulencia, su complejidad y su duración se explicarían por el hecho de haber acumulado a su causa aquellas que provocaban la crisis de período más breve. En todo caso fue mucho más grave que todas las crisis mundiales anteriores.

4.3. LOS NUEVOS RASGOS DE LA CRISIS DE 1929

Esta crisis se distingue de aquéllas por diversos rasgos. Al terminar la crisis de 1920-1921, se lleva a cabo la reconstrucción y reorganización del mundo, y la producción mundial consigue superar el nivel de 1913, pero todo ello a costa de enormes dificultades. La crisis de 1929 no se halla precedida, como la anterior, por un alza de precios, de beneficios y de trabajo, pues se produce, al contrario, durante un período de baja de precios y en un mundo en el que la agricultura presenta graves síntomas de estancamiento y depresión, donde existe un número considerable de parados, tal vez diez millones en todo el mundo, y cuando los principales países de Europa son incapaces de alcanzar el índice de su comercio exterior de antes de la guerra. Por otra parte, esta crisis se distingue de las del siglo XIX por su carácter universal, hecho que se explica porque el sector capitalista, al que únicamente no había afectado la crisis hasta entonces, predomina ahora en los grandes países industriales y con él se tambalea, en consecuencia, todo el sistema. Mientras que en el siglo XIX la agricultura había sido relativamente poco perjudicada y la gran depresión del último cuarto de siglo había sido sobre todo una crisis europea, que afectó principalmente a la producción de cereales, la de 1929 es a la vez industrial y agrícola, y ningún país ni sector de la economía escapa a sus estragos. Invade también todos los sectores sociales.

En general, las crisis anteriores se habían centrado sobre los obreros y sus patronos, mientras que los campesinos, los funcionarios y los rentistas conservaban intactos sus ingresos o incluso los aumentaban a causa de la baja de los precios; el ahorro facilitaba, además, la rápida solución de la crisis. Pero en 1929 todas las categorías sociales se ven maltratadas, directa o indirectamente, a causa de la devaluación (pues todas las monedas sufren) y de las supresiones de las rentas y sueldos. No sólo los obreros son víctimas del paro, sino también los empleados administrativos, los pequeños industriales y comerciantes y los artesanos, que se ven obligados a liquidar sus negocios y a buscar empleos.

4.4. EL PROCESO DE LA CRISIS

La crisis estalla el 24 de octubre de 1929, el jueves negro, de la manera más inesperada y rápida, y empieza en el ámbito de la Bolsa. A partir de mayo, los precios del cobre, del hierro y del acero habían bajado; los beneficios de la industria del automóvil, decreciente desde el segundo trimestre, se habían reducido consi­derablemente durante el tercero, aunque las ventas hubieran progresado, y los ingresos netos de los ferrocarriles americanos se hallaban también en .regresión. Estos hechos, conocidos por el público, coinciden con la noticia de la quiebra del especulador inglés Hatry, lo que provoca la elevación de las tasas de descuento en Londres, la repatriación de parte de los capitales británicos y la venta de valores americanos por los especuladores ingleses. Bruscamente, el lunes, 21 de octubre de 1929, se realizan numerosas operaciones, y el jueves se produce un alud de órdenes de venta a cualquier precio que afecta a más de trece millones de títulos. La intervención de las bancas más importantes, que se dedican a comprar para reducir la baja, no basta para detener el pánico; el 29 de octubre se han vendido más de 16 millones de títulos y la baja se acentúa progresivamente. A mediados de noviembre el índice de las acciones industriales ha descendido de 469 a 220.

La crisis industrial que se anunciaba se agrava con el crack financiero y el pánico, que imposibilita cualquier tentativa de mejorar la situación. Descienden los índices de producción con mayor o menor rapidez según las industrias. El paro aumenta y arrastra consigo una considerable reducción de los ingresos globales de los obreros; en la primavera de 1931 empiezan a reducirse los salarios de un 10 a un 30 por 100, y el descuento se agrava todavía más durante el verano y el otoño.

4.5. LA EXTENSIÓN DE LA CRISIS A EUROPA F AL RESTO DEL MUNDO

Después del crack financiero de Nueva York, ya no es posible ofrecer más créditos a Europa; se prohibe inmediatamente la salida de dólares, que desde 1922 estaban siendo invertidos en el extranjero; pero la economía de la Europa central y oriental sólo se sostiene con estos créditos. Los Bancos se derrumban en todas partes; en Alemania, en Austria, en Rumania, en Yugoslavia y en Francia, aunque a veces los gobiernos los reorganizan, como en Francia y Checoslovaquia. El 24 de septiembre de 1931 sólo permanecen abiertas las bolsas de Nueva York, París y Praga. Hasta la primavera de 1932 no cede la ola de quiebras bancadas. Pero la catástrofe no termina en ello. En Inglaterra las considerables pérdidas resultantes del maremágnum afectan seriamente su divisa. Muchos extranjeros, inquietos, transforman sus libras en oro, en francos, florines o dólares, de manera que el Banco de Inglaterra no puede ya disponer de una reserva-oro suficiente; el 21 de septiembre el gobierno abandona la paridad-oro. En pocos días la libra pierde un 30 por 100 con relación a su antiguo valor oro, y esta caída arrastra cerca de 30 monedas satélites: países escandinavos, Dominios, Portugal Siam, Egipto, Bolivia, Japón, etc. Además, todos aquellos países que habían situado un importante contingente de sus reservas en divisas en libras esterlinas, sufren pérdidas considerables; el banco de Francia, 2.000 millones de francos; la banca de los Países Bajos, 30 millones de florines; la banca de Bélgica, 600 millones de francos belgas.

4.6. CONSECUENCIAS DE LA CRISIS

El desastre afecta a todos los Estados en 1930, y la extensión de la crisis demostró muy pronto que no se trataba de una de tantas enfermedades crónicas del sistema capitalista, sino que esta vez el mal estaba tan arraigado que incluso podía acabar con este mismo sistema. Uno de los resultados más tristes fue la aparición de las numerosas legiones de obreros en paro forzoso, gente que no podía dar de comer a su familia porque se le negaba el derecho al trabajo. Así que constituyeron los ejércitos menesterosos en los Estados Unidos (10 millones), Alemania (2,5 millones), Inglaterra (2,3 millones) y Francia (2 millones). Estas cifras tendieron a aumentar desde 1929 a 1933.

La crisis económica de 1929 decidió la suerte del librecambismo, por lo menos como fórmula ideológica vinculada al capitalismo nacionalista. No sólo el ejemplo de los planes quinquenales rusos era altamente sugestivo, sino que en la conciencia de los economistas se revalorizaron las teorías de los adversarios del liberalismo económico. Por otra parte, los gobiernos debieron hacer frente a la crisis eeneral acudiendo a determinadas medidas de emergencia, que ahondaron la tumba del librecambismo: erección de barreras aduaneras casi infranqueables; congelación de divisas; introducción de organismos de control de pagos internacionales; establecimiento del sistema de clearing o de acuerdos por compensación; fijación de los cupos o contingentes de materias a exportar e importar. El poder del Estado se hinchó a compás de la aplicación de tales medidas, y muchos teóricos acudieron solícitos a justificarlas eLaborando la teoría de la economía orgánica popular y de la autarquía económica. Cuando el 29 de febrero de 1932 Gran Bretaña renunció al librecambismo, pareció clausurarse un período histórico. Sin embargo, cabe hacer una distinción: el neomercantilismo fue un recurso heroico para evitar el desplome de la sociedad capitalista; la autarquía, una medida de combate con una sola finalidad: la guerra.

Como último término de la evolución de la economía moderna por el camino del neomercantilismo y la socialización, nos hallamos ante la voluntad planificadora del Estado. Sustituyendo al individuo en su plena libertad de acción, el Estado se irguió como director y dictador de la vida económica, por lo menos en los países más atrasados industrialmente o en aquellos sujetos a una desorganización tradicional en su ordenación capitalista.

La polémica suscitada alrededor de este hecho coincide con los apasionados debates que caracterizan la crisis del siglo XX. Pero no cabe la menor duda de que las candidas masas de todo el mundo quedaron profundamente emocionadas ante las gigantescas realizaciones soviéticas, o bien ante las no menos colosales alemanas. Despejando ambos fenómenos del factor de propaganda y de la fachada que oculta la triste realidad de ciertos episodios, es cierto que los logros de las economías planificadoras sorprendieron y maravillaron aun a los más encendidos adversarios de ambos regímenes.

El ejemplo de URSS fue seguido por Polonia, donde se propusieron restaurar la destrozada economía del oeste del país, tradicionalmente pobre por enfrentarse allí, durante un siglo, tres fronteras y tres concepciones de la vida; por Alemania, donde los nazis elaboraron el Plan Cuatrienal de Goring (1934-1938), que debía desembocar en la preparación efectiva de la fuerza combativa del país; por Italia, sujeta a rigurosas medidas de fiscalización estatal por el fascismo. El New Deal, política que los demócratas norteamericanos proclamaron desde su reconquista del poder en 1933, contenía muchos elementos de planificación, entre los cuales cabe destacar el de aprovechamiento integral de la energía hidráulica y el de la extensión de los beneficios de la industrialización moderna al pueblo. Keynes se convertirá en el formulador de la doctrina económica emergente: intervención del Estado en economía al servicio de garantizar una rentas mínimas.

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Excelente página diseñada como unidad didáctica sobre la I Guerra Mundial: http: / / clio.rediris.es / udidactica/ IGM/ index.htm

Completa monografía sobre la I Guerra Mundial en la página de monografias.com: http://www.monografias.com/trabajos5/primund/primund.shtmltfintro

La Primera Guerra Mundial (1914-1918): http://usuarios.lycos.es/guerral914/

Otra página sobre la Primera Guerra Mundial: http://members.tripod.com/~AVANCE98/Index.htm

Y otra más sobre la I Guerra Mundial:

http: / / joselito. wwwl .SOmegs .com/ guerl .htm

La I Guerra Mundial, en catalán: http://www.buxaweb.com/historia/temes/contemp/primeraguerramundial.htm

El período de entreguerras (1919-1939) en la página de Historia de las Relaciones Internacionales:

http:/ / www.historiasiglo20.org/EG/index.htm

Historia de las relaciones internacionales en el siglo XX:

http: / /usuarios.lycos.es / linkworld/ paginasapuntes/ relaciones.htm

La gran depresión de los años 30:

http: / / www.monografias.com/ trabajos// depre/ depre.shtml

El crack de 1929, en catalán: http://www.buxaweb.com/historia/ternes/contemp/cracl929.htm