Tema específico 58A – Realismo y Naturalismo en la novela del siglo XIX

Tema específico 58A – Realismo y Naturalismo en la novela del siglo XIX

1. Introducción

2. El Realismo en Europa

2.1. Francia (Stendhal, Balzac, Flaubert, El Naturalismo de Zola)

2.2. Inglaterra (Dickens) 2.3. Rusia (Gogol, Turgeniev, Dostoievski, Tolstoi)

3. El Realismo en España

4. El Naturalismo en España

5. Pedro Antonio de Alarcón

6. Juan Valera

7. José María de Pereda

8. Emilia Pardo Bazán

9. Leopoldo Alas “Clarín”

10. Vicente Blasco Ibáñez

11. El Realismo en Canarias · Benito Pérez Galdós · Ángel Guerra · Los hermanos Millares Cubas

12. Conclusión

13. Bibliografía

1. Introducción

Por Realismo entendemos el movimiento o sistema estético surgido en Francia y luego extendido a otros países europeos como Inglaterra, Rusia o España, y que se caracteriza por asignar como fin a las obras artísticas o literarias la imitación de la naturaleza. En el presente tema abordamos el desarrollo realista y naturalista, primeramente en toda Europa, para centrarnos luego en nuestro país y en los autores más representativos. Conviene destacar que no haremos prácticamente separación entre autores realistas y naturalistas, puesto que la obra de casi todos los estudiados oscila entre una y otra tendencias. Asimismo, preferimos sólo desarrollar sucintamente a Galdós, al que se le dedica íntegramente un tema, precisamente el siguiente, el 59, que se titula El Realismo en la novela de Benito Pérez Galdós. De este , 2 modo, nos centraremos en otros autores, especialmente en los españoles como Clarín, Pardo Bazán o Blasco Ibáñez, y daremos unas pinceladas más o menos extensas sobre los extranjeros más destacables: Stendhal, Tolstoi, Dickens, Dostoievski, Zola. Finalmente, repasaremos la literatura realista‐naturalista hecha en Canarias, en la que, naturalmente, es imposible no citar a Galdós, junto a otros autores como Ángel Guerra o los hermanos Millares Cubas.

2. El Realismo en Europa

Como hemos dicho, el Realismo consiste en reproducir fielmente la realidad a través de la escritura; pero habremos de puntualizar que tal imitación ”fiel” realizada por un escritor siempre estará mediatizada por el enfoque desde el cual se presenta, y así la fidelidad nunca podrá ser total, según señala Lázaro Carreter en su obra Estudios de poética. Pero dejando aparte estas consideraciones que, no obstante, deben tenerse en cuenta a la hora de abordar este tema, digamos que el Realismo, y más concretamente la novela del siglo XIX, no es más que la visión de la vida misma, por encima de cualquier tesis aparente. Los personajes de estas novelas luchan con la sociedad, pero nunca podrán evadirse de ella, y el mundo seguirá siendo un torbellino igualmente sucio, aburrido y fugitivo. Donde primero surgirá esta tendencia será en Francia, y luego se extenderá a Inglaterra, Rusia y España. A finales del siglo XVIII, sobre todo a partir de Werther , comienza a triunfar el principio dramático en la novela, y comienza una evolución que tiene su punto culminante en Madame Bobar y de Flaubert y en Ana Karenina de Tolstoi.

2.1. Francia

En pleno poderío romántico hubo dos escritores que comenzaron a describir la realidad con una dialéctica distinta, Stendhal y Balzac. El primero se opone al arrebato de la fantasía y crea una obra fría y cerebral, basada en el análisis y en la observación. Sus novelas principales son Rojo y Negro y La Cartuja de Parma. Destaca, sobre todo, por sus magníficas dotes de observación de carácter psicológico. Honorè de Balzac posee una precisión mucho más objetiva, por lo que inaugura la gran generación de novelistas realistas. Sus obra reúne un total de 137 novelas, de las que sólo publicó 27, además de otra copiosa serie de relatos menores agrupados en varios ciclos: Escenas de la vida parisiense, Escenas de la vida política, Escenas de la vida del campo, Estudios filosóficos… Balzac observa todo, tanto al individuo como a la sociedad. Cada estrato de la vida común tiene unas características que el novelista observa y describe. Pinta los tipos acentuando sus rasgos. La lucha por la vida, el poder o el dinero figuran en casi todas sus novelas, entre las que destacan Eugenia Grandet , relato en el que la avaricia de un hombre, Grandet, capaz de traicionar incluso a su hermano, queda compensada por la bondad de su hija Eugenia. Entre sus estudios filosóficos incluye La piel de Zapa, cuadro gráfico del hombre desesperado que encuentra a un viejo dispuesto a sacarle de su angustioso estado, que le ofrece un talismán: una piel con que realizar sus sueños. Gustave Flaubert tiene la misma preocupación por someterse al tema, eliminando lo lírico y personal del Romanticismo. Pero en él hay una gran preocupación estilística que no encontramos en Balzac, y que lo lleva a cuidar su expresión. Flaubert consigue el equilibrio entre la narración y la descripción. La acción de sus novelas está llevada con suma habilidad, a pesar de haber tratado temas tan distintos como Salambó, que narra la vuelta de los mercenarios cartagineses después de la primera guerra púnica, y Madame Bobary, que nos explica la desastrosa vida y muerte de una mujer que sueña , 3 demasiado. El empeño que el autor puso en esta obra –casi seis años tardó en escribirla‐ nos revela que está llena de secretas intenciones. Emma Bobary es un quijote femenino, aunque en su caso son novelas sentimentales y amorosas, y no de caballerías, las que deforman su imaginación; es una provinciana con la cabeza llena de viento, que ha leído poco y mal, pero lo suficiente para sentirse incomprendida, despreciando al burgués de su marido y lanzándose a amoríos. La obra es, en el fondo, una sátira amarga contra los sueños románticos. Y, al igual que Cervantes, Flaubert supo dotar a su personaje de una humanidad tal que la figura del personaje principal nos atrae irresistiblemente y queda muy por encima de la sátira con que el autor ridiculiza los gustos y las costumbres burguesas de la época. Con el paso del tiempo, las notas realistas se van acentuando hasta llegar a un punto en que es más importante mostrar que describir. Los hermanos Goncourt hacen que el realismo pesimista de Flaubert pase a un naturalismo del que Émile Zola será, posteriormente, el representante más importante. Este autor llevará a la exageración máxima los principios del Naturalismo, y se complacerá en reflejar exclusivamente lo feo, lo grotesco y monstruoso de la vida. Influido por la medicina experimental, pretende demostrar en sus relatos tesis científicas, como, por ejemplo, la ley de la herencia. Sus obras más célebres son La taberna y Germinal. Otro autor naturalista de cierta importancia en Francia es Maupassant, escritor triste y amargo pero, según algunos críticos, de mayor talento y estilo que Zola. Entre sus obras merecen mención Pedro y Juan y Bola de sebo.

2.2. Inglaterra

En la segunda mitad del siglo XIX, como en toda Europa, cambian los ambientes. Es el reinado de Victoria el periodo de consolidación y progresos políticos. Y, sin duda, el gran novelista de esta época es Charles Dickens, cuya infancia se ve marcada por la prisión que sufre su padre, por lo que tiene que ganarse la vida en una fábrica. Luego fue empleado y periodista, hasta que sus éxitos literarios le procuraron una sólida posición y enorme popularidad. De esta formación nutrió los ingredientes de sus novelas: juventud desamparada, oficios humildes, gentes pobres con quienes convive, barrios marginales… El realismo de Dickens no es, no obstante, sombrío, sino amable, sonriente y tierno. Sus mejores relatos se refieren a niños o gentes extravagantes o pintorescas. Entre sus obras más destacables citaremos David Copperfield, Cuento de Navidades y Oliver Twist.

2.3. Rusia

Prácticamente toda la producción novelística rusa del siglo XIX pertenece al realismo, y ofrece cuatro nombres de la literatura universal: Gogol, Turgeniev, Dostoievski y Tolstoi. Nicolas Gogol se inició en el Romanticismo y publicó una gran novela histórica, Taras Bulba. Pero muy pronto cambió de rumbo. Su cuento El abrigo, popularizado por el cine italiano, nos da el mundo del burócrata mediocre. Otra gran novela es Las almas muertas, que describe la terrible realidad campesina aplastada bajo el cielo de la estepa. De Turgeniev destaca su famosa novela Padres e hijos, que expone el ambiente de lucha de la sociedad de su tiempo. Con él se inicia, sin duda, la edad de oro de la narrativa rusa. Otras obras suyas son Mumu y Un rey Lear de la estepa, de obvia influencia shakespeareana. Fedor Dostoievski forma, junto a Tolstoi, la gran pareja de novelistas rusos del realismo. Entre los dos descubren el más importante principio de la psicología moderna: la ambivalencia de los , 4 sentimientos. El amor y el odio, la humildad y el orgullo, la miseria y la grandeza están inseparablemente unidos, porque todo impulso, toda excitación engendra su contrario. La vida de Dostoievski, tras ser condenado a muerte y serle conmutada la pena por su destierro a Siberia, transcurre llena de contrariedades y desengaños, lo que influirá mucho en su concepción de la novela. De esta manera, graba tipos miserables, desgraciados, excéntricos, anormales, siempre poseídos por extrañas pasiones o enfermedades. Sus novelas son abrumadoras y alucinantes, al mismo tiempo que grandiosas por la fuerza e intensidad de los temas y el profundo análisis psicológico con que retrata a los personajes. Tal es el caso de obras como Crimen y castigo, Humillados y ofendidos o Los hermanos Karamazov. León Tolstoi, aunque no le va a la zaga, no alcanza su fuerza patética. A pesar de ello, es también uno de los grandes de la literatura universal. En Ana Karenina, por ejemplo, hace un estupendo análisis de una contradictoria psicología femenina; en La sonata de Kreutzer manifiesta su reniego del arte por su posible uso inmoral. Estas obras quedan sin embargo, ensombrecidas por Guerra y paz, posiblemente la máxima novela europea después de El Quijote.

3. El Realismo en España

El auge de la vida literaria en el siglo XIX es conocido, tanto por el número de publicaciones como por su calidad. Entre todos los géneros, el que más se prodigó fue la novela. Otros géneros minoritarios como los folletines, la novela por entregas, la novela sentimental o la novela erótica se imponen rotundamente y se convierten en el instrumento literario más popular. Este realismo se inicia a mediados del siglo en todas las literaturas europeas. Progresivamente se había ido perdiendo el ideal romántico con el predominio del espíritu burgués: en realidad, la novela se acoplaba a las circunstancias, dominadas ahora por el positivismo y los progresos científicos y la burguesía como nueva clase pudiente. Eran demasiadas las cosas que habían cambiado y era preciso abandonar lo legendario y sentimental por lo cotidiano. En España, país que, por otra parte, tenía una larga tradición realista (la picaresca, Cervantes, el costumbrismo) se implanta tardíamente el realismo en la novela. Nuestro país fue siempre a la zaga del resto de Europa, pero superado este desfase no se encuentran tan a menudo en las literaturas extranjeras obras realistas de tanta calidad como las de Galdós, Clarín o Pardo Bazán. Y eso a pesar del lastre romántico, que es tan intenso que, en cierto modo, se prolonga en algunos aspectos de la obra de Galdós, Alarcón y Palacio Valdés. Respecto al desarrollo de la llamada novela realista –se considera fundamental la obra de Fernán Caballero‐, continúa luego una preponderancia de elementos narrativos de cierto sabor posromántico (Alarcón), y culmina con el apogeo de Galdós, Pereda, Valera, Pardo Bazán, Clarín, Palacio Valdés… e incluso hasta los inicios del siglo XX con Blasco Ibáñez.

4. El Naturalismo en España

En cuando al Naturalismo en nuestro país, los escritores de la llamada generación de 1868 (Pereda, Pardo Bazán, Valera, Alarcón, Galdós o Clarín) oscilarán entre el realismo y el naturalismo, que se desarrolla a partir de La desheredada (1881) de Galdós. La aparición de esta obra provocará escándalos y no pocas polémicas. El Naturalismo, como culminación del Realismo, es la tentativa de explicar al hombre por su fisiología y de interpretar el comportamiento humano como su producto. Su entrada en escena abre un debate de amplias resonancias que aborda Pardo Bazán en La cuestión palpitante, título con que publica una serie de artículos donde se estudian los precedentes del naturalismo y se exponen las ideas de Zola, , 5 cuyo talento se elogia. Sin embargo, rechaza enérgicamente el determinismo, en nombre de una concepción cristiana. El mismo Zola mostró su extrañeza de que alguien pudiera ser, como Pardo Bazán, a la vez, naturalista y católica, sentenciando que se trataba de un naturalismo puramente formal, artístico y literario. Parece, pues, que el naturalismo español, salvo en el caso de Blasco Ibáñez, se limita a recoger unas técnicas narrativas y descriptivas, así como ciertos temas. Debe hablarse, por tanto, más bien de una tendencia. Uno de los ejemplos de Naturalismo más nítido lo encontramos en Emilia Pardo Bazán, a partir de La tribuna (1883), y que llega a su máxima expresión con Los pazos de Ulloa y Madre naturaleza, donde presenta un crudo determinismo y la pintura sórdida del mundo rural gallego, para caer finalmente en un naturalismo más ramplón en obras como Insolación o Morriña. El naturalismo presente en la obra de Galdós –La desheredada, Fortunata y Jacinta‐ también muestra una interpretación muy peculiar del movimiento, entre otras razones por la importancia que concede al azar frente al determinismo. Pero es Clarín el autor considerado en un principio como el máximo representante del naturalismo en España, pero la crítica actual tiende a negar el carácter naturalista de La Regenta y Su único hijo, y a presentar sus artículos de crítica literaria como adictos, primero, a un naturalismo sui generis, y luego contrarios a él. Vicente Blasco Ibáñez, con su tendencia al patetismo y a los desenlaces trágicos de un efectismo deliberado, es llamado el Zola español. Se cierra con él el curso de la novela naturalista y de ambiente. Comparte con Zola una ideología revolucionaria, cierta preocupación por las taras hereditarias, una predilección por los ambientes sórdidos y la crudeza de ciertos temas.

5. Pedro Antonio de Alarcón

Convencionalmente se propone la fecha de 1875, con la publicación de El Escándalo, como la del inicio de la etapa realista de Alarcón. Hasta esa fecha sólo había escrito novelas breves, heroicas o festivas, pero a partir de este momento comienza su producción de novelas extensas, polémicas y de tesis. Su cambio de actitud se fraguó en su discurso de entrada en la Real Academia de la Lengua, Sobre la moral y el arte, con duras críticas hacia el naturalismo y los críticos, y que levantó ampollas y varias polémicas. Pardo Bazán, que por otra parte tanto admiraba a Alarcón, expresó su protesta, y Clarín no perdió ocasión de devolver los ataques que Alarcón había lanzado contra el naturalismo, a pesar de reconocer su valía como escritor realista. El sombrero de tres picos es considerada la obra maestra de Alarcón, pues ni antes ni después de ésta había creado ni creará nada comparable, de tanta madurez y de tanta plenitud. Su primera intención con esta obra ‐intuyendo la vena teatral del tema, como efectivamente ha demostrado su adaptación al ballet‐, fue ofrecérselo a Zorrilla, que no supo qué hacer con aquel bárbaro asunto: Zorrilla era esencialmente trágico y el asunto parecía más bien cómico. Por otra parte, la anécdota de dos adulterios y dos maridos burlados sólo podía ser tratada en España por obras de tipo calderoniano, y no por el tipo vodevil de Italia y Francia.

6. Juan Valera

Con Juan Valera llega la novela realista en su apogeo, aunque con un acento muy peculiar. Cultiva el ensayo, la poesía, el teatro y la novela, además de sus epístolas. Su producción más importante es la novela, de la que destacamos El pájaro verde, El bermejino prehistórico, Pepita Jiménez, Las ilusiones del doctor Faustino, Genio y figura y Juanita la larga. , 6 Pepita Jiménez fue su primera novela extensa, y su tema es de sobra conocido: el seminarista Luis de Vargas, lleno de hondas preocupaciones místicas, sucumbe, sin embargo, al amor y abandona el seminario por la joven y seductora viuda Pepita Jiménez. La obra está escrita en forma epistolar, tan adecuada a los gustos de Valera, podría desarrollarse en cualquier tiempo y lugar, aunque aparece ciertamente el fondo luminoso de Andalucía, más sugerido que descrito. Leyendo Pepita Jiménez y otras obras suyas, nos convencemos de la certeza de algunas de las acusaciones que se le han hecho: Valera no sabe hacer hablar a sus personajes, sino que todos hablan como él mismo, elegante y cultamente. Por último, en una época de tendenciosidad novelesca, Valera se declara antitendencioso, partidario del arte por el arte.

7. José María de Pereda

Prescindiendo de sus obras de teatro juveniles, Pereda inicia su labor literaria como periodista – al igual que Mesonero Romanos‐ con artículos de costumbres entre los que destacamos Tipos y paisajes, La Leva o El fin de una raza. Tras los artículos de costumbres, las novelas cortas y los cuentos, el autor entra de lleno en la novela extensa con El buey suelto, a la que le siguen Contigo, pan y cebolla, que da paso al tema regional, abandonando el ambiente urbano, retratando las costumbres y pasiones, el lenguaje, las virtudes y los defectos de las gentes cántabras, que se presentan de manera pintoresca. De este periodo son también El sabor de la tierruca y De tal palo tal astilla. En sus últimas novelas vuelve al tema del mar y de la montaña: Peñas arriba, Pachín González.

8. Emilia Pardo Bazán

Esta autora se inició en el género de la novela extensa con la obra Pascual López, sin apenas visos naturalistas, aparte de un excesivo detallismo. Sin embargo, con Viaje de novios sí que aparece el naturalismo, que llega a ser excesivo y exagerado. La trama es más bien romántica: la aventura de un hombre maduro y una joven inculta y rica. La cuestión palpitante, de la que ya hemos hablado anteriormente, junto con La tribuna, representa un naturalismo decidido, muy próximo a la manera zolesca. Pero será en 1886 cuando aparecerá la que suele considerarse la obra maestra de Pardo Bazán, Los Pazos de Ulloa, seguida de su segunda parte, La Madre naturaleza. Ambas obras componen una especie de breve ciclo narrativo, aunque pueden ser consideradas también independientes. En la primera, la autora presenta un ambiente de desmesurada violencia y barbarie: el desafortunado matrimonio de don Pedro, Marqués de Ulloa, con su prima Herminia, de la que tiene una niña. Pero este matrimonio resulta desafortunado porque el Marqués es un ser rudo y embrutecido, que tiene en los Pazos, conviviendo con él, como criada, a Sabel, antigua manceba con quien tuvo un hijo. El padre de Sabel permite y favorece la ruina de su amo, y muere asesinado por el Marqués al sufrir éste una derrota en las elecciones. La acción concluye con la muerte de Herminia. En Madre naturaleza, el conflicto viene del amor de Manuela (hija de Pedro y Herminia) y Perucho (hijo de Pedro y Sabel), que ignoran por completo su parentesco. Gabriel, el tío de la muchacha, descubre ese involuntario amor incestuoso y estalla la tragedia. Perucho se marcha, Manuela quiere profesar y Gabriel, que proyectaba casarse con su sobrina, culpa y acusa de todo a la naturaleza, a la que califica de madrastra, más que de madre. Ambas novelas vendrían a ser entonces como el relato de la degeneración de una progenie en los pazos gallegos. , 7 Otras novelas extensas de la escritora gallega son El saludo de las brujas, La piedra angular y Morriña.

9. Leopoldo Alas “Clarín”

Nació en Zamora en 1852 aunque es un escritor genuinamente asturiano, ya que vivió en Oviedo debido al trabajo de su padre. Representa la llamada escuela de narrativa asturiana. A los veinte años, licenciado ya en Derecho por la Universidad de Oviedo, va a Madrid y allí colabora en una revista satírica, El solfeo, donde utiliza por primera vez el pseudónimo de “Clarín”. De su estancia en Madrid cabe destacar dos aspectos: los progresos de su formación intelectual y su incapacidad de adaptarse a la vida madrileña; su añoranza de Asturias no le abandona. En 1878 obtiene el doctorado en Derecho, es catedrático un año en Zaragoza y en 1883 ya es Catedrático en Oviedo hasta su muerte en 1900. Asentado en su ambiente, comienza el periodo de su máxima actividad literaria, que se inicia con La Regenta (1884). Tenía por aquel entonces 32 años. Su vida literaria tiene tres aspectos: el artículo, el cuento y la novela. El Clarín articulista, que en su época fue más famoso que el Clarín novelista, ha perdido hoy valor. Azorín ha comparado muy inteligentemente el caso de Clarín con el de Stendhal, incomprendido por su generación y descubierto después. Como crítico es incansable denunciador de incorrecciones gramaticales. Demasiado obsesionado por lo que al lenguaje se refiere, abusa del gracejo y el desenfado en sus artículos, arbitrarios muchas veces, interesantes siempre por la gran personalidad de su autor y por su amenidad. Escribió también numerosos cuentos, la mayoría de ellos agrupados en libros como Pipá, Doña Berta o El Señor . En cuando a la extensión, los cuentos oscilan entre la novela corta ‐ Doña Berta‐ y los límites tradicionales para el género, de ocho a doce páginas (¡Adiós, Cordera!). Este último cuento, con el paso del tiempo, ha adquirido calidad de relato modélico, clásico en la pureza de su técnica, en la concentración emocional que supone expresar en muy pocas páginas la conmovedora aventura de los niños Pinín y Rosa, que juegan con la vaca Cordera en el prado hasta que es vendida para el sacrificio. Pero el cuento va mucho más allá, puesto que a la ingenuidad de los personajes van unidos otros aspectos de la sociedad de la época: el telégrafo, el tren, el matadero, el servicio militar… Por su parte, Doña Berta, el relato más poético del siglo XIX, según Baquero Goyanes, abre el camino a un género que otro gran narrador asturiano, Pérez de Ayala, denomina novelas poemáticas. Pero sus dos novelas más importantes, que pasamos a comentar a continuación, son La Regenta y Su único hijo. En 1884 aparece La Regenta en dos tomos de treinta largos capítulos, que pasa por ser la mejor novela del XIX. El libro, adelantado para su tiempo, era una bofetada en plena Restauración. Resentimientos personales de escritores y críticos y el reaccionismo ligeramente liberal del momento cerraron la comprensión a un libro incómodo. Clarín sólo recibió elogios privados de algunos amigos como Galdós, por ejemplo, que, por otra parte, no tuvieron la gallardía de defenderlo públicamente. La repulsa más grande surgió en Oviedo, que se sintió retratada en aquel espejo. Ante el escándalo local, el obispo Martínez Vigil llamó la atención en una pastoral para prevenir a los fieles de un libro malsano. Acusaba a Clarín de haber repartido el libro entre los alumnos como propaganda de ateísmo. La Regenta es, en esa ciudad, un personaje singular, una pieza que no encaja en el juego de la rutina provinciana. Insatisfecha por un matrimonio frustrado por la edad de su marido y por la falta de hijos, es un objeto no asimilado, tierra de nadie. La obra reúne en su asunto dos grandes temas novelescos del siglo XIX: el del adulterio a lo Madame Bobary y Ana Karenina, y el tema del sacerdote enamorado, muy tratado también en la época. Aparte de su discutible naturalismo y objetivismo, lo que realmente es La Regenta es una novela psicológica. El conflicto psicológico de Ana Ozores se plantea a , 8 lo largo de 28 capítulos. Hasta casi el final de la obra (cap. 29) no se consuma el adulterio de Ana con don Álvaro. Y es en el último (cap. 30) donde tiene lugar el duelo del marido con el seductor, la muerte del marido, la deshonra pública de Ana y la terrible escena última en la catedral, entre la viuda y su confesor, el Magistral. Su otra novela extensa es Su único hijo (1890), obra inspirada en el mismo tema que La Regenta. El asunto es complejo. En una triste y mísera ciudad provinciana, Bonifacio Reyes, marido de Emma Valcárcel, se hace amante de Serafina Gorgheggi, cantante de una compañía de ópera, en tanto que su mujer, en un ambiente de corrupción general, llaga asimismo a ser amante del barítono Mingheti. Cuando Bonifacio cree haberse redimido al ser padre de un niño en quien pone todas sus esperanzas, Serafina, en la iglesia donde va a celebrarse el bautizo, le descubre cruelmente que no es de él, sino del barítono. Bonifacio lo niega apasionadamente y, con esa encendida protesta de que ese es “su único hijo”, la obra termina. La prosa de ambas novelas sortea y evita los rastros de la retórica y de los tópicos románticos tan firmemente adheridos a la literatura española. En este sentido, se abandona menos que Galdós, y el conjunto de su prosa resulta, según algunos críticos como el mencionado Goyanes, más de su tiempo, y hace que Clarín sea el más europeo de nuestros narradores del siglo XIX.

10. Vicente Blasco Ibáñez

Estudió en Valencia la carrera de Derecho, que no ejerció, absorbido por el periodismo y la política. Esta última le ocasionó persecuciones, encarcelamientos y destierros. De temperamento aventurero y viajero –en Sudamérica en 1909 alcanzó gran popularidad‐, transportó a sus novelas sus ideas, su demagogia y su habilidad de buen periodista y observador. Su labor literaria es amplia e irregular. Comenzó en los tópicos románticos, imitando a Bécquer con títulos como Fantasía (Leyendas y tradiciones), donde abundan los tópicos románticos, decoración pseudomedieval al uso, amores apasionados, venganzas… Siguen luego varias colecciones de cuentos y novelas cortas: Cuentos valencianos, Cuentos grises, El condenado… En cuando a sus novelas largas, el propio autor las dividió en los siguientes: a. De ambiente valenciano: Flor de mayo, Cañas y barro. b. De carácter social y tendencioso: La catedral, La bodega. A partir de aquí, las restantes novelas, muy numerosas, caen de lleno en el siglo XX. c. Psicológicas: La maja desnuda, Sangre y arena. d. De tema americano: Los argonautas. e. Guerra mundial: Cuatro jinetes del Apocalipsis, Mare Nostrum. Asimismo, narró sus viajes en varios libros. El más ameno es La vuelta al mundo de un novelista.

11. El Realismo en Canarias

Es un tópico, cuando se habla de literatura realista hecha en Canarias en el siglo XIX, insistir en la escasez de producción narrativa frente al esplendor y abundancia de la poesía, aunque Jorge Rodríguez Padrón desmonta este tópico cuando dice que en las islas esto ha sido así sólo en apariencia, ya que existe una nómina extensa, no tanto de autores, como de obras magníficas (baste citar al Galdós o a Ángel Guerra). Benito Pérez Galdós aparece en escena en esta época, y aparecen publicadas sus Novelas españolas contemporáneas, que constituyen no sólo la cima de su arte sino también el corpus narrativo más grandioso de la literatura española posterior a Cervantes. , 9 Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1843 y murió en Madrid en 1920. Se dio a conocer como novelista con la publicación de La Fontana de Oro. El propio autor, al iniciar la edición de sus Obras completas clasificó éstas en los siguientes apartados: 1. “Episodios nacionales”; 2. “Novelas de la primera época”; 3. “Novelas españolas contemporáneas”; 4. “Teatro”. Los Episodios Nacionales son un conjunto de cuarenta y seis relatos agrupados en cinco series, y la fórmula que utiliza para la narración es la propia de la novela histórica, es decir, evocar sucesos y personas de la historia para entretejer con ellos personajes de ficción e intrigas imaginarias (Trafalgar, Zaragoza). De las novelas de la primera época deben destacarse Doña Perfecta, La familia de León Roch y Marianela, obras en las que se denuncia el clericalismo y se describen los males que provoca la intolerancia en los individuos y en la sociedad. A la etapa de novelas españolas contemporáneas pertenecen La desheredada, El abuelo, Misericordia –obra que, junto con Nazarín, la crítica ha situado en otra etapa que denomina “espiritualista”‐ y casi veinte títulos más. A partir de 1881, y animado por el auge de La desheredada, encontramos a un Galdós fiel a la doctrina naturalista, notándosele un claro influjo zolesco, aunque atemperado por algunos rasgos muy personales que dan a su novela perfiles inconfundibles. Tal es el caso de La de bringas, El doctor Centeno y su tetralogía dedicada a la ascensión del usurero Francisco Torquemada. El cuento literario fue abundantemente cultivado por todos los narradores, entre los que destacamos a los hermanos Millares, que contribuyen a ello publicando en 1894 un librito compuesto por diecinueve textos muy diferentes entre sí, cuya única conexión es la común referencia al ambiente de Las Palmas, aludida con el nombre de Atlántica. Bajo el título se lee Escenas y paisajes, indicación modesta, puesto que tras ella, además de apuntes breves donde predominan las descripciones, se encuentran relatos de relativa complejidad narrativa e incluso algún texto puramente lírico como el titulado “Adiós a la tierra canaria”, con el que se cierra el volumen. Casi todos los cuentos son bastante amargos, van de la melancolía que impregna las páginas de “El poema de un boticario” o las de “Cristobalito Molinos” al feroz contraste final de “El calvario”. Varios de los relatos presentan, bien como tema central, “Candelaria”, “La viuda de Juan Suárez”, bien como referencia marginal, “De la tierra”, la angustiosa situación social de la mujer. Otro autor que alcanza notoriedad en esta época es José Betancort, que popularizo el pseudónimo galdosiano de Ángel Guerra, y de cuya abundante producción narrativa destaca la novela corta La lapa, publicada en 1908. El título corresponde al apodo del protagonista, un mendigo ciego cuya lastimosa historia constituye el asunto del relato.

12. Conclusión

La producción literaria del siglo XIX, sobre todo la de la segunda mitad, y en especial la que ha dado en llamarse Realismo, y que se centra sobre todo en la narrativa, es de vital importancia para el estudio de la literatura universal, tanto antes como después del siglo XX. Autores como Galdós, Emilia Pardo Bazán o Clarín en España, y otros como Balzac, Tolstoi, Dickens o Dostoievski en el resto de Europa forman parte ya de la literatura que se estudia en cualquier lengua y son pilares básicos de la enseñanza de esta disciplina en toda Europa. En el desarrollo del tema nos ha parecido importante detenernos más profundamente en la obra de Clarín y de Pardo Bazán, por ser aceptados hoy por la crítica, junto a Galdós, como los estandartes de la literatura de este periodo, y hemos preferido, como ya apuntamos en la introducción, , 10 incluir a Galdós en el apartado de Canarias y tocarlo sólo sucintamente, ya que el siguiente tema aborda su producción en profundidad. Por último, de los autores extranjeros podría hablarse muchísimo más, dada su importancia, pero también hemos optado por centrarnos, como parece lógico, en los autores españoles.

13. Bibliografía

‐Lissorges, Y. Realismo y Naturalismo en España en la segunda mitad del siglo XIX. Barcelona, Anthropos, 1988. ‐Goyanes, Baquero. La novela naturalista española, Madrid, Gredos, 1972 ‐Carreter, F. L. Estudios de poética, Madrid, Taurus, 1976 ‐Arencibia, Y. La lengua de Galdós. Consejería de Cultura del Gobierno de Canarias ‐Nuez, Sebastián de la. “Algunos prosistas de fin de siglo en Gran Canaria”, Anuario de Estudios Atlánticos, nº 7, 1961 ‐VV.AA. Literatura canaria, desarrollo del currículo, Bachillerato, Colección Cultura Canaria, Consejería de Educación, Cultura y Deportes, Gobierno de Canarias, 1996