Tema 60 – Modernismo y 98 como fenómeno histórico, social y estético.

Tema 60 – Modernismo y 98 como fenómeno histórico, social y estético.

1. El Modernismo (1888 – 1916)

• A finales del S. XIX son muy fuertes en Hispanoamérica los impulsos de renovación lírica. Hacia 1890 se llama despectivamente “modernistas” a escritores como Rubén Darío, y estos, con actitud provocadora, asumen tal denominación.

• “Azul”, de Darío, inicia este movimiento.

• Entre nosotros, la entrada del Modernismo se debe a la llegada a España en 1892 de este poeta, que seduce con su talento a multitud de jóvenes autores inconformistas y se convierte en maestro indiscutido para muchos, como Manuel y Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez.

• El Modernismo hispánico es en buena medida una síntesis de movimientos franceses de la 2ª mitad del S. XIX, tales como el Parnasianismo y el Simbolismo. De los parnasianos vienen los temas exóticos, los valores sensoriales y de los simbolistas el arte de la sugerencia y de la variada musicalidad.

• Por encima de todo, el Modernismo está presidido por la búsqueda de lo bello.

Es, como decía J.R.J., “el encuentro de nuevo con la belleza, sepultada durante el siglo XIX por un tono general de poesía burguesa”. Hay en los modernistas unas notas de aristocracia espiritual, de elegancia y de exquisitez opuestas a cierta “ramplonería” burguesa. De algún modo, los modernistas renuevan las posturas aisladas y orgullosas del romántico frente a la sociedad que le rodea.

• En métrica las estrofas más utilizadas son la silva y el cuarteto endecasílabo, además de los alejandrinos y los eneasílabos. El tipo de rima más frecuente es ABAB.

2. La Generación del 98

• A diferencia del reformismo literario propugnado por los modernistas, los escritores del G-98 optan por exigir una reforma político-cultural en contacto con la influencia que reciben del krausismo español.

• El concepto de G-98 fue acuñado por Azorín en unos artículos de 1913, pero incluía a escritores muy dispares.

• Para que una generación se considere como tal, hay que tener en cuenta una serie de factores :

1. Que los escritores pertenezcan a una formación intelectual semejante.

2. Que haya existido algún contacto entre ellos.

3. Que se dé algún acontecimiento general que aúna sus voluntades.

4. Que se produzcan rasgos comunes en el estilo, y por esta razón se origine el anquilosamiento de la etapa anterior.

En cualquier caso, sólo podemos aplicar el concepto de “generación” en esta etapa de primeros de siglo, al llamado “grupo de los tres” : Azorín, Baroja y Maetzu (todos nacidos entre 1872 – 1874). A ellos se unirían más adelante otros escritores como Unamuno, Machado y Valle Inclán.

• El desastre del 98 fue el acontecimiento general que les hizo escribir por los mismos derroteros (opositores : ampliad los temas y las preocupaciones literarias que se deriven del citado desastre).

• Aún así, diremos que los escritores del G-3 seguirán luego trayectorias literarias a veces convergentes y a veces divergentes.

• En la narrativa destaca un lenguaje que pretende ser claro y conciso, antiretoricista y antibarroquista. Se reaviva el vocabulario tradicional. (Ampliar).

• Temas : la preocupación por España, la historia, la tierra, la naturaleza, se concretan en los paisajes de Castilla (“Campos de Castilla”, de Machado) y lo popular del pensamiento campesino y de las clases poco pudientes. En lo religioso son excepticistas (“San Manuel bueno, martir”, Unamuno). Llegan al absurdo (“Niebla” de Unamuno o los “Esperpentos” de Valle-Inclán).

LECTURA ÚNICA :

Caracterización general del modernismo

Al hablar de la literatura española de finales del siglo XIX y principios del XX, los libros más antiguos y casi todos los recientes de carácter divulgativo mantienen la dicotomía Generación del 98 / Modernismo. Se trata de rotulaciones que han sobrevivido durante décadas, no tanto por su validez científica como por su indiscutible utilidad didáctica. Lo cierto es que cuando, en 1913*, Azorín ideó el concepto de generación del 98, hacía ya muchos años que se hablaba de modernismo. De hecho, ya en el Diccionario académico de 1899 se definía el modernismo como una “afición excesiva a las cosas modernas con menosprecio de las antiguas, especialmente en arte y literatura”. Por entonces, a la palabra se le daba un significado no coincidente con el que hoy sigue siendo más habitual fuera del ámbito de la investigación universitaria: corriente literaria, fundamentalmente poética (aunque no falten ejemplos narrativos), aparecida en Hispanoamérica a finales del siglo XIX, que se caracteriza por su interés más por la forma que por el contenido, utilizando para ello un estilo refinado y sensual, con abundancia de palabras excéntricas (neologismos, arcaísmos) y de recursos expresivos sonoros y coloristas (el azul es el color preferido), que terminaron resultando demasiado retóricos y artificiales para sus críticos, pero que, sin duda, renovaron la escritura realista dominante en la época. Estas palabras del prólogo de Prosas profanas (1896),del poeta modernista nicaragüense Rubén Darío, son una especie de programa literario modernista: “Veréis en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de países lejanos e imposibles; ¡qué queréis!, yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer”.

Si el lenguaje del realismo y el naturalismo decimonónicos se dirigía a un público mayoritario, el del modernismo apunta a una minoría selecta y exquisita, proclive al deslumbramiento producido por adjetivos atípicos y por otras rarezas y exotismos. Las páginas modernistas se poblaron, por un lado, de suntuosidades, lujos, jardines, lagos, pavos reales, nenúfares, flores de lis, piedras preciosas, mármoles, ocasos, ninfas y princesas residentes en lugares exóticos, y por otro de melancólicas inquietudes místicas, oníricas, sexuales y estéticas que pueden resumirse en la palabras hiperestesia y neurastenia. Todos estos elementos encarnan el ideal modernista de belleza. Uno de ellos, el cisne que ya había aparecido en los poemas de parnasianos y simbolistas, sería utilizado por los detractores del modernismo como blanco de dardos como el que, en su libro de 1910 Los senderos ocultos, lanzó el poeta mejicano Enrique González Martínez, autor de un soneto cuyo primer verso parecía certificar la defunción del modernismo: “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”.

Cronología del modernismo

En las historias de la literatura tradicionales, Bécquer y Rosalía de Castro eran considerados poetas románticos que escribían en un tiempo que ya había dejado atrás el romanticismo. Hoy, el papel que se les adjudica es el de avanzadillas del modernismo. Quizá ningún movimiento literario contemporáneo se desarrolle en un marco cronológico tan difuso como el del modernismo, que hay quien llega a encuadrar entre 1880 y nada menos que 1940. La Segunda Guerra Mundial, pues, representaría el punto final de la era moderna o modernista. Ésta da sus primeros pasos en América en los años setenta del siglo XIX con escritores como el cubano José Martí o el mejicano Manuel Gutiérrez Nájera, pero su recorrido como tal podríamos fijarlo en 1888 (Azul, de Rubén Darío, que utiliza ya en ese año la palabra modernismo, con el significado de modernidad); llega a España coincidiendo aproximadamente con la primera estancia de Rubén Darío en España, en 1892, el mismo año en que artistas catalanes bajo la inspiración de Santiago Rusiñol celebraban en Sitges la primera fiesta modernista; por entonces, Salvador Rueda, el poeta español que mejor conocía la nueva lírica hispanoamericana, ya había publicado aquí versos cercanos a la nueva orientación, también conocida por Valle-Inclán, que viajó a América en ese mismo año; la nueva tendencia está consolidada en 1896 (Prosas profanas, de Rubén Darío); gana su primera batalla literaria en

1898, al ser relevado Clarín por el joven Benavente en su puesto de director de la revista Madrid Cómico; se afirma en España con la segunda estancia en nuestro país de Rubén Darío, en 1899; llega a la cumbre entre 1903 y 1907, años de nacimiento de las dos revistas más importantes del modernismo, Helios y Renacimiento; y se bate en retirada hacia 1913, cuando Manuel

Machado, en La guerra literaria, afirmaba que “el modernismo no existe ya”.

En 1902 el debate sobre el modernismo había alcanzado la categoría de tema polémico. En ese año, la revista Gente Vieja, reducto de los escritores de cierta edad, planteaba una encuesta sobre el tema. Las respuestas permiten apreciar la desorientación existente a principios de siglo sobre lo que debía entenderse por modernismo. Esa misma desorientación revelan las siguientes palabras de otro poeta español muy próximo a la sensibilidad modernista, Manuel Machado, que en el primer número de la revista Juventud (1901) afirmaba: “Y por Modernismo se entiende… todo lo que no se entiende. Toda la evolución artística que de diez años, y aun más, a esta parte ha realizado Europa, y de la cual empezamos a tener vagamente noticia”. Por entonces, el modernismo ya era objeto de sátiras teatrales y poéticas y hasta de críticas académicas como la formulada por Emilio Ferrari en su discurso de recepción en la Real Academia Española, en el que se despachaba a gusto contra la nueva poesía y definía el modernismo como “la resurrección de todas las vejeces en el Josafat de la extravagancia”.

Modernismo y 98

A la altura de 1900, pues, el panorama literario español podía dibujarse, muy a gruesos trazos, de la siguiente forma:

a) Sobrevive la que en los libros tradicionales se ha llamado generación del 68, integrada básicamente por novelistas: Valera, Galdós, Clarín, Pardo Bazán, Pereda, Palacio Valdés, entre otros. Su modelo realista disfruta del favor del público y de los editores, así como del respeto de la crítica, pero no de las simpatías de los creadores más jóvenes. b) Se está dando a conocer lo que en esos mismos libros tradicionales se denomina generación del 98, con Baroja, Azorín y Maeztu a la

cabeza y Unamuno como figura un tanto extraterritorial. Al margen de su malestar político, en el fondo la rebeldía del grupo está animada por el deseo de desplazar a la gente vieja, cosa que empezará a suceder en 1902, cuando algunos de ellos publiquen obras de cierta repercusión. Hasta ese momento, los citados no pasarán de ser autores conocidos únicamente en un círculo de iniciados.

c) Ya se habían dado a conocer los autores que en los citados libros acostumbran a ser llamados modernistas.

Los escritores de los dos últimos bloques se sentían los representantes de la modernidad y tenían en común un deseo de renovación. Para las interpretaciones más recientes, tan modernistas son quienes oteaban la modernidad desde su atalaya reflexiva sobre el ser español (los antes llamados noventayochistas) como los que se instalaban en una plataforma más estrictamente literaria, desde la cual adornaban la realidad con un lenguaje rico y colorista (los en otro tiempo denominados modernistas). Ciertamente, las interferencias entre los escritores de los bloques b y c son abundantes. La evocación de Juan Ramón Jiménez en un texto publicado en La corriente infinita es clarificadora: dice haber oído, al llegar a Madrid, llamar modernistas a Rubén Darío, a Benavente, a Baroja, a Azorín y a Unamuno. Otra ilustración: en 1904 Pardo Bazán escribe sobre la nueva generación de narradores y ahí, por ejemplo, son modernistas Baroja, Azorín y Valle-Inclán. Era habitual, por otra parte, encontrar en la misma revista textos de escritores modernistas y noventayochistas. En definitiva, las fronteras entre uno y otro grupo eran entonces tan borrosas como hoy se lo parecen a la mayor parte de los críticos. En realidad, los testimonios antimodernistas de los escritores tradicionalmente considerados del 98 se dirigieron más contra los malos imitadores que contra los fundamentos de la nueva estética. Por ejemplo, para Azorín el modernismo era “una alharaca verbalista”, según escribía en su artículo “Romanticismo y modernismo” publicado en ABC el 3 de agosto de 1908. En el artículo “Arte y cosmopolitismo” publicado en La Nación de Argentina y reproducido en Contra esto y aquello (1912), Unamuno escribía: “Es dentro y no fuera donde hemos de buscar al hombre… Eternismo y no modernismo es lo que quiero; no modernismo, que será anticuado y grotesco de aquí a diez años, cuando la moda pase”. En fin, con su radicalismo habitual, Maeztu, autor de juveniles versos modernistas, habló en la revista Juventud de “la tontería modernista” de “los jóvenes de los lirios y de los nenúfares, las clepsidras y las walpurgis”. Todos ellos, sin embargo, mostraron su respeto por el maestro Rubén Darío, que consiguió atribuirse el papel de trasplantador al mundo hispánico de las nuevas corrientes literarias.

Interpretaciones del modernismo

En la tradición española el modernismo, pese a sus orígenes hispanoamericanos, ha estado siempre presente gracias a la adscripción de Rubén Darío a nuestra historia de la literatura. Su modernismo americano, en cualquier caso, es distinto de los españoles de, por ejemplo, Salvador Ru eda, Francisco Villaespesa, Eduardo Marquina y el últimamente revalorizado Manuel Machado, a su vez muy diferentes entre sí, hasta el punto de dificultar una consideración unitaria. En esa misma tradición historiográfica, generación del 98 y modernismo han recorrido caminos distintos, pero siempre paralelos. A ello contribuyó seguramente la difusión del concepto de generación, que había acuñado Julius Petersen en su libro Las generaciones literarias (1930) y que divulgó en España José Ortega y Gasset. Así, en 1935 Pedro Salinas publicó un artículo en el que defendió la aplicación de la idea al grupo del 98, aunque no pensando en dos corrientes literarias separadas: 98 y modernismo. Sí lo hacía tres años más tarde, cuando hablaba del modernismo como una opción literaria inicialmente de raíz americana que fue entendida por los escritores españoles como una actitud de rebeldía frente a lo antiguo. Otro poeta del 27, Luis Cernada, sostendría más tarde similar diferenciación entre 98 y modernismo. Esta interpretación, que podríamos considerar tradicional, se vio reforzada por la aparición, en 1951, de un libro de Guillermo Díaz-Plaja cuyo título sugería claramente la oposición que se intentaba demostrar: Modernismo frente a noventa y ocho.

Desde entonces, mucho ha ido cambiando la opinión de la crítica. Ya en 1934 Federico de Onís había escrito, en su introducción a una Antología de la poesía española e hispanoamericana, que el modernismo era “la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera”. Juan Ramón Jiménez, cuyos inicios como poeta tanto deben al modernismo, avaló el juicio en el periódico La Voz en 1935, avanzando una idea que desarrollaría en un curso sobre el modernismo dictado en 1953. Juan Ramón juzgaba un error “considerar el modernismo como una cuestión poética y no como lo que fue y sigue siendo: un movimiento jeneral teolójico, científico y literario”. Más aún: la llamada generación del 98 “no fue más que una hijuela del modernismo jeneral” Ricardo Gullón fue ampliando desde los años sesenta esta interpretación, hoy consolidada, de acuerdo con la cual modernista sería toda manifestación estética que pueda considerarse nueva a finales del siglo XIX y principios del XX. Ello obliga a rechazar el concepto de generación del 98 y hablar de modernismo igual que lo hacemos de romanticismo o barroco, por ejemplo: no como una escuela o corriente literaria, sino como un cuerpo de límites muy amplios. En España, en definitiva, la palabra modernismo debería emplearse en un sentido similar a aquel en que se utilizan otros conceptos extranjeros (aunque no podría identificarse con el término modernismo manejado fuera de nuestro país, que es el equivalente a vanguardia). Nuestro modernismo sería lo que en el ámbito anglosajón fueron el prerrafaelismo y el modern style, en el francés el simbolismo y el art nouveau, en el germánico el Jugendstile, en el italiano el decadentismo, etc. El modernismo literario hispánico vendría a ser un conglomerado de impresionismo, simbolismo, expresionismo y parnasianismo que, en definitiva, se nutre de la modernidad de fines del XIX, porque todos esos movimientos se oponen al realismo dominante en la segunda mitad del siglo, aunque también se alimenten parcialmente de él.