Tema 26 – El texto narrativo : tipos y técnicas.

Tema 26 – El texto narrativo : tipos y técnicas.

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0. INTRODUCCIÓN

La narración obedece a uno de los impulsos más elementales del hombre por arrancar de una de las funciones básicas del lenguaje, que es la de comunicar sucesos. A menudo, cuando a alguien, sobre todo si es un niño, se le pide una definición o una explicación, empieza su respuesta diciendo: “Es cuando…”. Este hecho tan familiar no hace sino mostrar que la narración es una forma tan íntimamente instaurada en nuestra manera de comprender el mundo, de acercarnos a lo que no conocemos y de dar cuenta de lo que ya sabemos que domina sobre otras formas más distantes u objetivas como pueden ser la definición o la explicación. Narramos para informar, para cotillear, para argumentar, para persuadir, para divertir, para crear intriga, para entretener…

El ser humano, como ser cultural y social, ha recurrido a la narración cuando ha necesitado explicar los orígenes de su grupo o cuando ha necesitado explicarse algo a sí mismo o a otros. Los mitos, las leyendas o los poemas épicos no son sino maneras de contarnos los orígenes del mundo, de intentar abordar lo incomprensible, de hacer perdurar lo que se considera grandes hazañas.

En la actualidad, la novela, el relato radiofónico, el cinematográfico, la serie de televisión y otros géneros similares son muestras de la pervivencia de la narración y de su capacidad para adaptarse a los diferentes medios o soportes de difusión, como la radio, el cine o la televisión. La importancia de la narración ha motivado que sea una de las formas más estudiadas al confluir en ella los intereses de lingüistas y teóricos de la literatura. Aunque buena parte de los estudios de la narración provienen del campo literario, no se puede reducir ésta a la narración literaria.

1. DEFINICIÓN Y CARACTERÍSTICAS DE LA NARRACIÓN

Todas las definiciones que se han dado de la narración coinciden en que se trata de un tipo de texto que cuenta una serie de sucesos referidos a personas, que es contado por alguien y que estos sucesos se distribuyen en un periodo de tiempo. Ahora bien, mientras que unas narraciones, especialmente las literarias, se basan en un mundo posible, de ficción, creado por el narrador dentro del cual cobran realidad los acontecimientos y personajes. en otras, las de sucesos cotidianos, las aparecidas en los medios de comunicación o las históricas se basan en el mundo real. Pero ambas coinciden en los elementos básicos que las configuran como relatos.

Definiremos el texto narrativo como el discurso cerrado en el cual, por encima de peculiaridades estilísticas o temáticas, se relata una sucesión de acontecimientos. El texto narrativo se caracteriza por la narración, pero puede dar cabida a otros elementos como la descripción, el ensayo, la glosa… Hablamos, pues, de un tipo de texto heterogéneo ya que un texto predominantemente narrativo incluye a menudo secuencias que no son propiamente narrativas, en el sentido de que, por lo menos aparentemente, no contribuyen a que la acción avance. Este sería el caso de las descripciones, casi obligatorias en todas narración, en cuanto que tenemos que caracterizar a personajes, circunstancias y situaciones espacio-temporales que se pondrán al servicio de la trama (de ahí que tradicionalmente vayan a la principio de la narración: cuando se plantea de quién se va a narrar y en que circunstancias le sucedieron los hechos), o también la presencia de la argumentación que es vital en la moralidad, aun de modo implícito, pero, además, pueden aparecer en franjas digresivas donde una voz, narrativa o no, reflexione acerca de hechos o sucesos que nos van a ayudar a entender le sentido o evaluación de lo narrado.

La presente exposición se organiza a partir de los elementos necesarios para que haya narración. Estos son los siguientes: los hechos narrados y su disposición en el relato, los personajes, el tiempo y el narrador.

2. LOS HECHOS NARRADOS

2.1. Trama y argumento

La esencia de la narración se asienta sobre la presentación de unos hechos pasados, de unos acontecimientos que constituyen el material básico de la misma. Desde este punto de vista hay que distinguir en el relato entre trama y argumento.

El argumento es el asunto de que se trata en una obra; la explicación sumaria del mismo. En cambio, la trama cuenta los acontecimientos vinculados entre sí que nos son comunicados a lo largo de la obra (la disposición interna, contextura, específicamente el enredo de una obra dramática o novelesca). El argumento es una serie de sucesos consignados en orden cronológico; la trama es una serie de sucesos dispuestos deliberadamente de modo que revele su significado dramático, temático y emocional. Desde este punto de vista, trama y argumento coincidirán cuando haya un tratamiento lineal del tiempo, que es la manera más sencilla para narrar y la que generalmente conviene cuando se empieza a escribir: el relato tiene un principio y se mueve en una sola dirección hasta el final.

Así pues, resumiendo, el argumento es lo que, a modo de sumario, se nos trasnmite cronológicamente mientras que la trama es el modo en que se plantea y desarrolla el argumento de ficción (sin necesidad de seguir un orden cronológico ya que cada autor es libre de plantear acontecimientos sin estar dentro de dicho orden).

Por lo general, en primer lugar nos llega la trama (todos los acontecimientos) a partir de un narrador y esta trama se convierte en argumento de la historia que se ofrece. Se produce esta conversión mediante:

clip_image003 El principio de selección que conlleva el de jerarquía, ya que pasan al argumento sólo los hechos relevantes; algunos de éstos funcionan como centros de convergencia o reguladores del resto.

clip_image003[1] En el paso de la trama al argumento se produce también una transformación cuantitativa y cualitativa del material narrativo. La más importante es la que afecta al orden de los acontecimientos. Con normalidad, todo relato presenta una estructura de fuga, es decir, tiende a prolongarse a través de dislocaciones del orden temporal y la morosidad que éstas introducen en el relato. En el argumento nos llega de forma cronológica, ordenando esas partes dislocadas.

2.2. La descripción de los acontecimientos

La descripción de los acontecimientos narrados ha dado lugar a varias teorías, aunque nosotros nos centraremos en la de Van Dijk que dice la superestructura del texto narrativo presenta una serie de categorías vacías que se llenan de contenido en función de los acontecimientos tratados. Explicamos a continuación cuáles son estas cateegorías:

Van Dijk parte de la idea de que, desde una perspectiva semántica, la narración se refiere ante todo a acciones de personas, de modo que las descripciones de circunstancias y objetos son secundarias. Pero además, existe una condición de tipo pragmático para la existencia de la narración: los sucesos narrados deben ser interesantes, lo que quiere decir que lo narrado se desvía en cierta medida de lo esperable o lo considerado normal. Tomando este rasgo como base, establece una primera categoría narrativa, la COMPLICACIÓN, que puede ser un suceso desestabilizador en el que pueden intervenir o no agentes humanos. La categoría correspondiente es la RESOLUCIÓN, que puede ser un éxito o un fracaso. Estas dos categorías constituyen un núcleo narrativo mínimo denominado SUCESO. Cada suceso se produce en unas determinadas circunstancias espacio-temporales determinadas que se especifican en el MARCO. El marco y el suceso forman un EPISODIO. Tanto el suceso como el episodio son categorías recursivas. La serie de episodios constituye la TRAMA del texto narrativo. La mayoría de los narradores introduce junto a la trama sus opiniones y valoraciones; esa categoría se denomina EVALUACIÓN, que, junto con la trama, configura la HISTORIA. La evaluación no pertenece a la trama, sino que es una reacción del narrador frente a ella. Algunos textos presentan también un ANUNCIO o EPÍLOGO, que son categorías de orden pragmático en las que el narrador declara sus intenciones o hace explícita su valoración (es la MORALEJA de la fábula).

En la descripción de textos narrativos concretos se comprueba que a menudo algunas de estas categorías, como el marco o la evaluación, quedan implícitas. Van Dijk señala también que las diversas circunstancias pragmáticas que influyen en la producción del texto (su carácter real o ficticio, oral o escrito, etc.) determinan una serie de limitaciones y peculiaridades en la configuración de esta superestructura. Realmente, todo en conjunto es lo que establece la estructura clásica en principio, nudo y desenlace.

Si atendemos a la estructura interna de la secuencia narrativa, podemos distinguir, siguiendo a J. M. Adam (1999), cinco constituyentes básicos:

1. Temporalidad: existe una sucesión de acontecimientos en un tiempo que transcurre, que avanza.

2. Unidad temática: esta unidad se garantiza por, al menos, un sujeto-actor, ya sea animado o inanimado, individual o colectivo, agente o paciente.

3. Transformación: los estados o predicados cambian, por ejemplo, de tristeza a alegría, de desgracia a felicidad, de plenitud a vacío, de pobreza a riqueza, etc.

4. Unidad de acción: existe un proceso integrador. A partir de una situación inicial se llega a una situación final a través del proceso de transformación.

5. Causalidad: hay “intriga”, que se crea a través de las relaciones causales entre los acontecimientos.

En cualquier caso, la estructura de la acción puede ser muy variada y depende tanto de la intención y originalidad del autor como del género concreto en el que se inscriba el relato.

Partiendo del esquema clásico, que organiza los episodios en planteamiento, nudo y desenlace, es frecuente que el autor introduzca alteraciones de distinto tipo que transforman la estructura. Así, a veces se prescinde de la presentación y comienza la narración directamente por el conflicto (comienzo in medias res), o incluso se puede iniciar el relato por el final de la historia (in extrema res). Ambas técnicas alteran el orden lineal de los acontecimientos y obligan a narrar, ya avanzado el relato, sucesos que cronológicamente son anteriores a los ya narrados. Hablaremos más adelante de estos saltos temporales. El autor puede prescindir también del desenlace, con lo que consigue un relato de final abierto y obliga así a los oyentes o lectores a imaginar libremente desenlaces diferentes y, por tanto, interpretaciones distintas del texto.

3. EL PERSONAJE

Los personajes son los elementos de la estructura narrativa que llevan a cabo las acciones contadas por el narrador. En la mayor parte de las ocasiones tienen carácter humano, lo que no debe llevarnos a identificar persona y personaje. En primer lugar, porque se pueden narrar acciones sucesivas realizadas por animales o cosas. En segundo lugar, porque, aunque se refiere a un hombre o a una mujer, el personaje es un elemento puramente textual, es decir, es un trasunto, una representación de seres humanos, pero siempre una representación subjetiva del autor. Aunque éste se base para crearlo en una persona real y aunque intente hacer de ella un reflejo absolutamente fiel, el personaje siempre será producto de una visión particular, individual y, por tanto, una ideación. Por este motivo, en una narración, más que determinar a qué persona concreta de la realidad se refiere, interesa comprender la función del personaje en el relato y su caracterización en el relato.

3.1. Clases de personajes según su función

Aunque ha habido intentos de fijar un repertorio de funciones generales válidas para cualquier tipo de relato, lo cierto es que los textos narrativos son tan variados estructuralmente que esos intentos han alcanzado sólo un éxito parcial: resultan útiles para géneros muy definidos.

· Greimas, por ejemplo, hablaba de actantes para referirse a la función desempeñada por un personaje, un objeto, un sentimiento o una abstracción de cualquier tipo, que actúa en la narración como fuerza impulsora de la acción. Siguiendo a este autor, se distinguen tres parejas de actantes: sujeto/objeto, destinador/destinatario, adyudante/oponente. Al sujeto son inherentes las funciones de deseo, búsqueda o necesidad; inicia la acción y trata de resolver los problemas. Al objeto se dirigen el deseo, la búsqueda o la necesidad, pues presenta unos valores sociales, éticos o de otro tipo (positivos o negativos). El destinador incita al sujeto a la acción y puede intervenir en la distribución del bien o del mal; el destinatario o receptor recibe los frutos de la actuación del sujeto y a menudo coincide con él. La pareja adyudante-oponente reúne las funciones de quienes colaboran con el sujeto o se le enfrentan. Sujeto y objeto se relacionan por el deseo, destinador y destinatario por la comunicación que establecen entre sí sobre el objeto y adyuvante-oponente se vinculan al sujeto favoreciendo u obstaculizando la consecución de su deseo.

· Habremos de conformarnos con clasificaciones más generales, como la que distingue entre personajes principales, que son aquéllos en relación con los cuales se desarrolla la acción narrativa y secundarios, menos significativos dentro de la trama general del relato, pero que adquieren cierta relevancia –a veces determinante– en algunos episodios particulares y, en narraciones de mayor extensión, personajes fugaces o comparsas, que aparecen en algún episodio con una función no fundamental, como acompañar a los anteriores o participar puntualmente en una situación, pero desaparecen en las restantes. Por otro lado, también puede ser útil la distinción, dentro de los primeros, entre protagonista, que es el que desempeña la función fundamental en un relato y determina la organización del mismo, y antagonista, el personaje que de alguna manera se opone al protagonista o está en conflicto con él a lo largo de la narración.

Independientemente de cualquier clasificación, lo fundamental será entender qué relación hay entre cada personaje y el tema o temas de la narración, cuál es su intervención dentro de la trama y qué significado tiene. Pero ello no puede hacerse sino dentro de cada relato.

3.2. Clases de personajes según su caracterización

Cada personaje presenta, además, una serie de rasgos característicos que el autor ha seleccionado teniendo en cuenta la función que desempeña en el relato y que aporta cuando incluye precisiones y datos sobre su aspecto físico, personalidad, origen, situación social, ideología, comportamiento, etc. Todo ello constituye la caracterización del personaje. El autor dispone de múltiples recursos para ofrecer tal información: las descripciones que realiza el narrador, los juicios que hace sobre su comportamiento, datos sobre su vida anterior, comentarios de otros personajes, acciones en las que interviene, diálogos que mantiene con otros… Con todos estos recursos y materiales, el autor “construye” al personaje a lo largo del relato.

Según la caracterización que el autor hace de ellos, E.M. Forster distingue dos especies fundamentales de personajes novelescos: los planos y los redondos.

Ø Los personajes planos o diseñados se definen linealmente sólo por un trazo, por un elemento básico que los acompaña durante toda la obra. Esta especie de personajes tiende forzosamente a la caricatura y presenta casi siempre una naturaleza cómica o humorística: el avaro, el viejo enamorado, el criado astuto… El personaje plano no altera su comportamiento en el curso de la novela y, por consiguiente, ningún acto ni reacción pueden sorprender al lector. El tipo no evoluciona, no experimenta las transformaciones íntimas que lo convertirían en personalidad individualizada y que, por tanto, disolverían sus dimensiones típicas.

Ø Al trazo único, propio de los personajes planos, corresponde la multiplicidad de rasgo peculiar de los personajes redondos o modelados, que ofrecen una complejidad muy acentuada. Representan las fluctuaciones y los conflictos psicológicos de los seres humanos, que no se pueden describir en pocas palabras, ya que su mundo interno es muy complejo y, a menudo, contradictorio, lo que hace que, muchas veces, el lector quede sorprendido de sus reacciones ante el lector. Pertenecen a esta categoría los grandes personajes de la narrativa universal como Madame Bovary, que se van haciendo según avanza la historia y, además, evolucionan a lo largo de la misma: se dice entonces que su caracterización es evolutiva.

0. EL TIEMPO Y EL ESPACIO DE LA NARRACIÓN

4.1. El tiempo narrativo

El punto de partida básico es, sin duda, la falta de correspondencia entre el tiempo de la historia y el tiempo del discurso. Es un hecho que en literatura tal correspondencia es utópica. La relación de ambos tiempos puede medirse, de acuerdo con G. Genette, desde tres ejes:

Œ Relaciones entre el orden temporal de sucesión de hechos en la historia y el orden en que están dispuestos en el relato. La primera constancia es que el discurso narrativo está repleto de anacronías, esto es, de discordancias entre el orden de sucesión en la historia y orden de sucesión en el relato. Toda narración ofrece una anacronía de orden general, puesto que la linealidad del lenguaje obliga a un orden sucesivo para hechos que quizá son simultáneos. Pero toda narración ofrece, a su vez, multitud de anacronías particulares o de detalle. Genette distingue dos grandes tipos:

a) La analepsis o anacronía hacia el pasado (retrospectiva), en la que hay una narración primera (presente) donde se inserta una segunda narración que es temporalmente anterior a ese presente. En este caso se introduce un acontecimiento que, según la lógica lineal de la historia, debiera haberse nombrado antes.

b) La prolepsis o anacronía hacia el futuro (prospectiva), en la que el narrador hace referencia a acontecimientos que en el momento de la acción aún han de suceder. En este caso se anticipan acontecimientos, que según la lógica lineal de la historia, deberían contarse después.

 Relaciones de duración: el ritmo o rapidez de los hechos de la historia frente al ritmo del discurso. Tampoco se da una coincidencia o isocronía entre la duración de la historia y la del discurso.

Ž La frecuencia es la modalidad temporal de la narración referida a las relaciones de frecuencia de hechos en la historia y frecuencia de enunciados narrativos de esos hechos. Se pueden reducir a cuatro formas virtuales:

a) Relato singulativo: Se cuenta una vez lo que ha pasado de una vez.

b) Relato anafórico: Se cuenta X veces lo que ha pasado X veces.

c) Relato repetitivo: Se cuenta X veces lo que ha pasado una vez.

d) Silepsis: Se narra en una sola vez lo que ha pasado X veces. La silepsis es el tipo más frecuente y supone la mediación de una subjetividad, la del narrador por lo general, que reelabora la historia, concentrándolo e imprimiéndole una visión particular.

Debemos tener en cuenta, además del tiempo interno de la narración, otros dos tipos.

Œ Referencia al tiempo vivido que alcanza a la subjetividad o experiencia de un personaje. Esta consideración es en literatura crucial, pues con frecuencia la temporalidad no es una cuestión de relación narración-historia, sino de representación del modo como los personajes viven los hechos.

 Tiempo externo, que se refiere a la época histórica en la que suceden los hechos relatados: la acción del Lazarillo, por ejemplo, transcurre en la primera mitad del siglo XVI. Por lo general, el autor aporta en el texto referencias temporales explícitas o implícitas que permiten localizar temporalmente la acción, aunque también puede suceder que desee dotar a su narración de un alcance o de una validez universal (en una fábula, por ejemplo), por lo que evitará las referencias a este tiempo externo.

4.2. El espacio narrativo

Entendemos por espacio narrativo la reelaboración que el autor hace del lugar donde acontece la historia. Y de la misma forma que en relación con el tiempo importa la duración y la sucesión de los acontecimientos, en relación con el espacio hay que considerar tanto las referencias al lugar donde se llevan a cabo las acciones como el desplazamiento que puede implicar el cambio de una acción a otra.

El lugar de la acción puede aparecer solamente mencionado o describirse con mayor detalle, lo que no determina la relevancia que adquiere dentro de la estructura y del significado global del relato: puede haber espacios narrativos largamente descritos que no constituyen más que un decorado externo de la acción y espacios simplemente mencionados que cobran un valor simbólico y resultan ser claves para el sentido del relato.

Asimismo, las descripciones de lugar suelen ser fundamentales para crear en la narración un determinado ambiente, que entendemos como el conjunto de circunstancias de todo tipo (espaciales, sociales, psicológicas o derivadas de la acción misma) que envuelven a los personajes y que los condicionan. Así, podemos hablar de narraciones de ambiente urbano o natural, realista o fantástico, popular, burgués o aristocrático, exótico, misterioso, terrorífico, etc.

Como el tiempo narrativo, también el espacio puede estar concebido en el relato de una manera subjetiva. El espacio objetivo aparece como un reflejo más o menos fiel del mundo real (o del mundo imaginado por el autor); pero en ocasiones la creación y descripción del espacio aparecen determinadas por la percepción que de él realiza el personaje desde su subjetividad y su estado de ánimo, con lo que se convierte más bien en un reflejo de la interioridad del personaje (espacio reflejo o subjetivo).

5. EL NARRADOR

El narrador es el elemento del relato del que dependen todos los demás en cuanto proceden de la manipulación a que los somete. Su existencia como personaje del relato es esencial para la convención que supone toda la narración, lo que se nos cuenta en el relato no es lo que dice el autor como ser del mundo, sino lo que dice el personaje de la propia narración encargado de ir relatando todo cuanto en ella ocurre. Se trata, como se ve, de considerar a la narración como un tipo determinado de comunicación en la que intervienen un emisor y un receptor. La narratología contemporánea distingue desde la perspectiva del emisor, al autor real, al autor implícito y al narrador; y desde la del receptor, al lector real, al lector implícito y al narratario:

Œ Autor real – Lector real. Tal autor en este nivel se comporta como “quien existe” y su relación es la de producción de una obra que da a leer a otra instancia empírica, que es la del lector real, histórico. Es un nivel externo a la inmanencia textual.

 Autor implícito – lector implícito. El autor implícito es la voz que desde dentro del discurso novelístico, de cuya estructura participa como sujeto inmanente de la enunciación, transmite mensajes para la recta interpretación de la historia, adelanta metanarrativamente peculiaridades del discurso, hace comentarios sobre los personajes, da informaciones complementarias generalmente de tipo erudito, e incluso transmite contenidos de evidente sesgo ideológico. El lector implícito instancia inmanente de la recepción del mensaje narrativo configurada a partir del conjunto de lagunas, vacíos y lugares de indeterminación que las diferentes técnicas empleadas en la elaboración del discurso van dejando, así como por aquellas otras determinaciones de la lectura posible del mismo que van imp!ícitas en procedimientos como la ironía, la metáfora, la parodia, la elipsis, etc.

Ž Narrador. Es la figura central de una teoría del relato y objeto de la principal “actividad” de las presentes en el pacto de comunicación narrativa. Narrar es administrar un tiempo, elegir una óptica, optar por una modalidad (diálogo, narración pura, descripción), realizar en suma un argumento entendido como la composición o construcción artística o intencionada de un discurso sobre las cosas. Por ello la narración y el narrador han sido reveladas como el principal problema del relato, el que condiciona la organización de la historia o material. La crítica francesa en la línea de G. Genette o T. Todorov, entre otros, ha sistematizado u ordenado metódicamente tales problemas discursivos en torno a tres grandes categorías que se corresponden con las inherentes a la actividad verbal discursiva:

A) El aspecto, focalización o manera en que la historia es percibida por el narrador. La aspectualidad recoge un viejo problema de la estructura narrativa también denominado punto de vista. G. Genette recoge una tipología de tres términos:

ð Focalización cero. Es lo que se conoce como narrador omnisciente, que dice más de lo que pueda saber ninguno de los personajes, es decir, lo sabe todo sobre el universo novelesco. Este conocimiento de la historia le permite controlar la narración a voluntad: puede interrumpir el relato a voluntad para insertar explicaciones de los hechos, referencias a acontecimientos pasados retéritos o futuros, e incluso juicios sobre los personajes.

ð Focalización interna. Se identifica con el llamado narrador interno, que no ve más que lo que sabe tal o cual personaje. Dependiendo de la jerarquía narrativa del personaje que cuenta la historia, se distinguen, en esencia, tres tipos de narrador interno: el narrador protagonista, si quien cuenta los acontecimientos es el mismo personaje que los ha protagonizado; el narrador-personaje secundario, si el personaje que narra la historia ha participado en los hechos, pero no es el protagonista de los mismos; y narrador-testigo, si está presente en los sucesos como espectador: forma parte de la historia, pero su intervención en los acontecimientos es escasa o nula.

ð Focalización externa. Es lo que se conoce como narrador objetivista, que ve menos de lo que sabe cualquiera de sus personajes y sólo asiste a sus actos. Intenta ocultarse, desaparecer casi de la narración, dando la impresión de que no conoce de la historia nada más que lo que se puede ver de ella en el momento en que se produce.

Relacionada con la participación del narrador en la historia está la persona narrativa que se utilice. El punto de vista externo exige la narración en tercera persona; en cambio, el uso de la primera persona gramatical sólo aparece cuando deje de narrar y pase a comentar o enjuiciar la acción o los personajes, y la segunda persona cuando se dirija al narratario o al lector, por lo que se convierte al propio narrador o al personaje mismo en destinatario de lo narrado.. En cambio, si el narrador es el personaje protagonista usará preferentemente la narración en primera persona. Cuando el narrador sea un personaje secundario, alternarán ambas, mientras que en el narrador testigo la primera persona sólo aparecerá esporádicamente.

B) La voz de la enunciación de la historia. La voz, que se ha identificado tradicionalmente con las llamadas personas narrativas, transmite la actitud del narrador frente a lo narrado, de donde surge lo que G. Genette llamara oposición entre narrador homodiegético (que participa en la historia que cuenta) y narrador heterodiegético (que narra desde fuera de los hechos y, por lo tanto, no participa en la historia). Si el narrador, además de participar en lo relatado, es el protagonista de los acontecimientos, se llama autodiegético.

En un relato confluyen a veces diversos niveles narrativos, ya que pueden intervenir tanto la voz de un narrador principal que inicia el acto de enunciación narrativa (extradiegético), como las del narrador-personaje que surge dentro (intradiegético) de ese relato primario y las de los narradores secundarios (metadiegéticos o hipodiegéticos), si los hay, o las de los personajes, que pueden transmitir información a través de monólogos y diálogos.

C) El modo o tipo de discurso utilizado por el narrador para hacernos conocer la historia. Si la focalización respondía a la pregunta ¿quién ve? y la voz a ¿quién habla?, la modalidad atiende al tipo de discurso utilizado por el narrador, a cómo se relatan los hechos, por lo que dentro de esta categoría entrarán dos cuestiones: los tipos de discurso verbal a través de los cuales se transmite lo acontecido y la frontera entre narración y descripción.

Entre los tipos de discurso cabe destacar los siguientes:

1Estilo directo: Tiene un verbum dicendi y una fragmentación oracional que se indica ortográficamente. En él la presencia del narrador queda muy al fondo: Él dijo: “¡volveré!”.

1Estilo indirecto: se reflejan de modo indirecto los discursos con el mismo verbum dicendi y con una subordinada: Él dijo que volvería.

1Estilo directo libre: se omite el verbum dicendi y/o algunas marcas ortográficas: “¡Volveré!”

1Estilo indirecto libre: se da cuenta de un voz dual ¡Él volvería!

1Referencia narrativa al acto de habla: No intentar reproducir lo emitido, sino que hace una representación del pensamiento, lo cual exige una omnisciencia narrativa: Pensó acerca de volver.

1Libre fluir de la conciencia: se muestran los pensamientos deshilvanados del personaje: Volveré. Mira qué sorpresa voy a dar. Volveré: sí.

La segunda gran frontera modal tiene que ver con la oposición que se da entre la

temporalidad de los hechos (narración) y la espacialidad de los objetos (descripción). La descripción es inherente a la actividad narrativa. Por “puro” o “narrativo” que se presente un relato, siempre habrá notaciones sobre objetos y personajes que los situarán en el espacio, delimitarán algún rasgo, describirán en suma sus propiedades.

Con G. Genette podríamos marcar que la descripción se define como modalidad desde el

momento en que todo lector identifica sin vacilar una descripción. Esta identificación suele corresponderse en cualquier caso con una cierta parada de la narración. Tal parada abriga fundamentalmente dos características: por un lado, la descripción trata de objetos y personajes contemplados en su especialidad; por otro, predominan los sustantivos y los adjetivos sobre los verbos de acuerdo con ese cierto estatismo que impone la descripción.

Aparte de su definición, un problema capital en toda descripción es el de su función dentro del relato. Obviamente cada relato introduce nuevas posibilidades, pero esto no impide que pueda

hablarse de unos papeles generales cumplidos por la descripción en la economía del relato:

ð Función demarcativa. Consiste en subrayar las divisiones del enunciado, actuar de frontera inicial o final de una acción, presagiar un desarrollo, etc.

ð Función dilatoria o retardataria. A menudo la intriga es espoleada por una retardación de la acción al incluirse descripciones.

ð Función decorativa o estética. La descripción clásica siempre tuvo un estatus de figura del ornamento del discurso, lo que permitía el lucimiento del virtuosismo del escritor.

ð Función simbólica o expresiva. En la novela la descripción fue siempre un índice o notación

que remitía a preciosas informaciones: traducían o justificaban la psicología de los personajes,

creaban el ambiente y la indicación necesaria para comprender y valorar mejor sus acciones…

Claro está que casi nunca se dan estas funciones aisladas. A menudo convergen todas.

6. CONCLUSIÓN

A partir de lo expuesto podemos concluir que la complejidad del texto narrativo permite acercarse a él desde múltiples perspectivas y disciplinas. Por otro lado, partiendo de la distinción de entre trama y argumento es pertinente analizar, por una parte, los elementos que configuran el relato (la acción, el tiempo…) y, por otra, aquellos otros que intervienen en el acto pragmático de la emisión y de la recepción. Precisamente desde esta perspectiva halla la narración su justificación como categoría distinta, en la que la existencia de un narrador, como instancia intermediaria entre el autor y la historia contada por él mismo, la dota de una serie de posibilidades expresivas e innovaciones técnicas que la diferencian de otras formas discursivas.

7. BIBLIOGRAFÍA

ADAM, J.M. (1985): El texto narrativo. Síntesis: Madrid (1999).

AGUIAR E SILVA, V.M. (1972): Teoría de la literatura. Gredos: Madrid (1999).

POZUELO YVANCOS, J. Mª (1988) Teoría del lenguaje literario. Cátedra: Madrid.

VAN DIJK, T. A. (1980): La ciencia del texto. Paidós Comunicación: Barcelona.