Tema 41 – Las fuentes y los orígenes de la literatura occidental.

Tema 41 – Las fuentes y los orígenes de la literatura occidental.

1. INTRODUCCIÓN:

En la Europa Oriental es verdaderamente difícil señalar el momento de separación entre la antigua literatura griega y la bizantina. En Occidente, sin embargo, el fenómeno es bastante más complejo. Se sigue escribiendo en lengua latina durante toda la Edad Media y el Renacimiento, haciéndolo, incluso, escritores de Europa Central y Occidental, nacidos en tierras que nunca habían sido romanizadas, pero que estaban unidas lingüísticamente por el cristianismo. Junto a ello, entre los siglos XI y XIII aparecen literaturas en lenguas vernáculas, que responden a la distinta evolución que el latín tiene en sus dominios. Entre el mundo de los escritores en lengua latina y el de los de lengua vernácula existieron innegables relaciones, puesto que la práctica totalidad de ellos se formaron en escuelas dependientes de la Iglesia y en universidades, de donde es posible rastrear el influjo de los clásicos y de la doctrina cristiana.

Si bien las primeras manifestaciones de las literaturas vernáculas occidentales se refirieron a temas populares e históricos, que se transmitieron de forma oral, mientras la literatura la tina continúa manifestándose de modo escrito, pronto se inicia una tendencia hacia la escritura romance. A este respecto, hay que admitir que ambos tipos de literaturas se influyen y cruzan mutuamente, fundiéndose así el acervo cultural grecolatino y cristiano de la Iglesia con la tradición histórica autóctona, injertada, en ocasiones, en raíces distintas de la latina, como la hebrea y la árabe.

Los autores, que utilizan el latín como lengua esencialmente eclesiástica, pero que escriben también literatura vernácula, están insertos en una sociedad que emplea el romance para que cada vez más amplias relaciones. A medida que el latín entra en regresión y se circunscribe a ámbitos progresivamente más limitados, el romance irrumpe en campos más extensos, desde la literatura a la historia, al derecho y a la ciencia, proceso que se desarrolla entre los siglos XI y XV.

Al llegar a mediados del siglo XIII, el proceso de fijación de la lengua romance encuentra la figura directora de un hombre que ha dejado una de las obras escritas más importantes de la historia de España, Alfonso X. Su preocupación y sus intervenciones conscientes en las decisiones lingüísticas hacen que la fijación de la lengua romance de León y Castilla se logre en muy breve tiempo y con no demasiado esfuerzo.

En la cultura medieval, el concepto de originalidad no es un bien tan preciado como lo ha sido posteriormente y, en general, la obra artística debe integrarse en los géneros y formas preexistentes, consagrados por la autoridad y la tradición. El autor considera su obra como una más de todas las manifestaciones posibles y reconoce y produce el orden colectivo, de carácter supraindividual, hasta llegar a Don Juan Manuel.

Durante todo el largo proceso de reducción de la utilización del latín y del incremento del uso de las lenguas romances, existe el reconocimiento del primero como lengua artística por naturaleza y, de este modo, se deriva progresivamente hacia el humanismo de la última etapa de la Edad Media, pasándose del latín utilitario del clérigo al latín poético que deriva constantemente hacia la lengua vernácula culta. El escritor de lengua romance busca en este latín, con un desarrollo artificioso de la expresión, el ejemplo para ennoblecer la obra. El modo más inmediato de establecer este influjo consiste en las traducciones (Biblia, filósofos antiguos, manuales de la técnica artística, obras de los Santos Padres griegos y latinos, etc.), en las que se pretende alcanzar el mismo grado expresivo del latín con el romance, adaptándose al tipo de obra que se traduce, la más común de las cuales es la Biblia.

2. DIFUSIÓN DEL LEGADO DE LA ANTIGÜEDAD

A la conservación de las fuente en el período medieval contribuyen diversos procesos, pero es innegable que la Iglesia es la principal conservadora del saber clásico y a la que se adjuntan algunos esfuerzos oficiales, como el de la Escuela de Toledo, cuyo cometido más relevante fue el de traducir las obras más importantes del mundo clásico, en casi su totalidad escritas en árabe o hebreo. Para ello, se empleó una metodología consistente en que, primero, un mozárabe o un judío traducía el texto en su lengua al latín vulgar o a una lengua romance y, después, la traducción era vertida al latín escolástico por un cristiano culto. El máximo esplendor de la Escuela se logró en tiempos de Alfonso X, quien actúa personalmente en ella seleccionando las obras a traducir al castellano e, incluso, escribiéndolas personalmente en la lengua romance que está empeñado en fijar. El cambio introducido por el rey es, pues, que las obras no solamente se viertan al latín, sino que también, e incluso exclusivamente, al castellano. En Toledo se traducen las obras conocidas de Aristóteles, a partir de versiones árabes, las de los grandes filósofos y pensadores religiosos islámicos y hebreos, como al-Kindi, al-Farabi o Avicena entre otros. Finalmente, son los judíos de Toledo los que realizan la primera traducción de la Biblia al castellano, bajo las directrices del rey.

En la Alta Edad Media la desaparición del Estado y de la vida pública trae consigo la práctica desaparición de todo tipo de escuelas y las únicas enseñanzas se imparten en los monasterios, sobre todo encaminadas a la copla y conservación de los escasos textos de que se dispone. La Iglesia mantiene escuelas monacales, catedralicias y parroquiales. En las dos primeras coexisten generalmente las enseñanzas para la información interna de monjes y clérigos y la externa de los pocos seglares que pueden acceder a la enseñanza.

Posteriormente, el incremento del comercio y de la industria determina un aumento demográfico, con el consiguiente incremento de la población urbana y, así, un mayor auge de las escuelas catedralicias respecto a las monacales. Estas escuelas, en el siglo XIII, son organizadas por los obispos y controladas por las órdenes mendicantes, principalmente franciscanas y dominicas. Sin embargo, aparece un elemento nuevo, la Universidad, fenómeno totalmente urbano, que sustrae toda una serie de potestades que, hasta el siglo XII, han sido del clero. La Universidad se gesta en los últimos años del siglo XII y los primeros del XIII, y son dos las causas fundamentales por las que los intelectuales se agrupan de forma metódica y sistemática para defender sus intereses de grupo, organizar su trabajo y auxiliarse mutuamente, constituyendo un gremio o corporación:

– De una parte, la defensa como grupo privilegiado frente al resto de la sociedad, por lo que los estudiantes se colocaban bajo el amparo de la Santa Sede y consiguen el privilegio del fuero (solamente pueden ser perseguidos por las autoridades eclesiásticas) y gozaban de beneficios eclesiásticos para sufragar los gastos de sus estudios.

– De otra, el interés por organizar su trabajo específico sin injerencias de personas ajenas a la institución, es decir, la autonomía.

Sin embargo, es evidente que el dominio de las fuentes no solamente procede del aprendizaje en las escuelas palatinas, los estudios generales o en las universidades, sino que el conocimiento de la literatura se adquiere también de los libros a los que ha podido acceder. En las escuelas monacales, catedralicias, estudios y universidades existen bibliotecas y escritorios para la difusión de las obras, donde se produce un activo intercambio de información literaria y en los que empiezan a coexistir los libros romances con los latinos. Mediante el estudio de estas bibliotecas y escritorios podemos conocer los principales factores que conducen a los escritores medievales a conservar y elevar al grado de magisterios a los textos de la antigüedad:

– La autoridad: Se basa en la validez de un conocimiento que se transmite por la tradición o se origina en la verdad revelada por Dios. La fórmula Magister dixit es un elemento positivo para la obra, porque se basa en la tradición y pone de manifiesto, al mismo tiempo, la erudición del escritor, con la reproducción de la cita (exemplum) o simplemente la mención de su autor (sententia).

– La reinterpretación de la mitología: Es evidente que la mitología clásica parece a priori muy poco aprovechable para los escritores cristianos medievales dada la concepción pagana que de ella se hace y el hecho de que las enseñanzas que de ella se pueden obtener seguramente han de contrariar la moral al uso. Sin embargo, mediante la atribución de un significado diferente al original, estos obstáculos son susceptibles de ser sobrepasados. El procedimiento se denomina evemerismo en honor a Evémero (300 a. C.), quien postula que los dioses no son más que recuerdos de personas benéficas para la sociedad a quienes sus descendientes han deificado como muestra de agradecimiento y glorificación. Esta idea se difundió a través de San Agustín y San Isidoro, pasando a los escritores del Medioevo despojada de todo ropaje religioso.

– El anacronismo: consideración de que los hechos de la antigüedad están enmarcados en los sucesos de su propia época sin adaptación a un medio y a un tiempo histórico distinto.

3. FUENTES CLÁSICAS DE LA EDAD MEDIA

En el Medievo, persisten los autores clásicos. El escritor culto de esta época conoce a los clásicos de igual modo que los escritores del Renacimiento; lo que sucede es que los leen con una intencionalidad muy distinta. Según Martín de Riquer y José Mª Valverde, “el medieval busca en los clásicos información documental del pasado, enseñanzas filosóficas y morales o ejemplos de retórica, al paso que el humanista busca belleza”.

Los autores favoritos, tanto por la frecuencia de su mención, como por el influjo de sus obras, son Ovidio y Virgilio, seguidos a mayor distancia por varios otros como Séneca, Horacio, Esopo, Terencio y Plauto, dependiendo del género cultivado y del público al que la obra vaya destinada. Con gran frecuencia, se considera a los autores clásicos como filósofos y pensadores, más que como poetas, fenómeno que ocurre particularmente con los griegos, más alejados por su lengua que los latinos y ya interpretados por éstos.

De Esopo se reúne una ingente colección de fábulas; Homero es considerado un sabio en todas las materias artísticas y en historia, particularmente en lo que se refiere a la materia troyana; Platón es tenido por filósofo vencedor de todas las pasiones, precursor de las virtudes cristianas y representa el ideal de fusión de la sabiduría con lo humano; Aristóteles se ve como un físico que apoya la tendencia naturalista, gran disputador literario y maestro en el adiestramiento de la razón, al igual que Sócrates, dotado de mayor ascetismo; Virgilio es considerado como la cúspide literaria, particularmente por los gramáticos y retóricos y sus obras permiten establecer la teoría medieval de los estilos, sin embargo, la admiración produce una deformación y es tenido también como sabio, profeta del cristianismo, maestro de la retórica y astrólogo; y Ovidio, es admirado e imitado por su fuente inacabable de relatos mitológicos considerados como una información enciclopédica y unificadora de los mitos paganos, que se encontrarán después en multitud de obras y autores.

4. LA BIBLIA

La Biblia se puede considerar como el primer libro que se escribió, así como el primero que se imprimió, el más traducido, el más vendido, el más defendido de todo el mundo.

Según los cánones de la Iglesia, la Biblia comprende 74 libros que se agrupan en los denominados Antiguo Testamento (libro sagrado del pueblo judío) y Nuevo Testamento (libro de los hechos de la vida y muerte de Jesucristo, no aceptado en su integridad por la religión hebrea).

El Antiguo Testamento, escrito en arameo y hebreo, se centra en la Alianza entre Dios y los hombres. Se trata casi del único documento de que disponemos de las antiguas letras hebreas y se constituye por la síntesis y la adición de distintas tradiciones orales y documentos muy diversos (genealogías, crónicas, mitos, historias locales, etc.). Un interés particular suscita el libro del Génesis, que contiene el relato de la Creación del Universo y del hombre, que, al ser tomado literalmente, ha suscitado multitud de controversias entre científicos y eclesiásticos, particularmente por lo que se refiere a las teorías evolucionistas. Por su elevado valor poético, también son libros destacables los Salmos de David y Salomón y el Cantar de los Cantares. Las traducciones más famosas del Antiguo Testamento son la griega de Los Setenta, la latina Vulgata, debida en gran parte a San Jerónimo (383-405), y la siria Peshittá

El Nuevo Testamento, escrito en griego y arameo, presenta en la actualidad la distribución del texto en capítulos y versículos que se realizó en el Renacimiento. Sus libros más difundidos son los cuatro Evangelios de San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan; los Hechos de los Apóstoles, que narran los primeros acontecimientos de la Iglesia, el descenso del Espíritu Santo, la predicación de Pedro, el martirio de Esteban y la conversión, apostolado y arresto de Pablo.

Versiones y traducciones de la Biblia: La traducción griega más famosa del Antiguo Testamento es la de Los Setenta, editada en Alejandría, alrededor del siglo III a.C. Si bien los cristianos aceptaron sin reservas este libro sagrado de los hebreos, éstos no aceptaron aquellos libros que aparecían solamente en la Biblia griega y no en la judía, considerándolos apócrifos y no canónicos, es decir, no revelados. Otras traducciones de prestigio son la latina, conocida como Vulgata, en gran parte debida a San Jerónimo, y la siria o Peshittá, datada en el siglo II. Estas tres traducciones son las que han tenido mayores efectos de difusión del cristianismo por Europa Occidental y Oriental.

Una segunda serie de traducciones famosas son la alemana de Lutero (1534), la inglesa Biblia del rey Jacobo (1611) y las traducciones forzadas por la Reforma en los países germánicos, escandinavos y eslavos. Una tercera serie está constituida por las modernas versiones, debidas a una mayor sensibilidad religiosa y a las nuevas exigencias del avance del conocimiento de los temas bíblicos; se pueden destacar en este campo la católica Biblia de Jerusalén (1955) y la protestante New English Bible (1970).

La estructura literaria y religiosa de la Biblia: La estructura literaria de la Biblia es muy compleja, lo cual es lógico dada la gran variedad de sus contenidos, la extensa duración del período que se relata, las diversas modalidades de fijación escrita, así como la enorme variabilidad de lenguas, culturas y, por consiguiente, literaturas que la integran. En sus partes más antiguas, se muestra deudora y afín a las literaturas del Antiguo Oriente; en las partes creadas después del exilio, es posible reconocer la herencia persa; y en el Nuevo Testamento se puede seguir el rastro de elementos culturales oscilantes entre el helenismo y el judaísmo esénico y rabínico.

Al margen de su mensaje religioso, la Biblia es un valioso documento sobre la antigua antropología hebrea, comprendidas la relación de los hombres con Dios, su noción del tiempo, del código de valores y la diferencia esencial con el hombre griego. Los temas bíblicos manifiestan, obviamente, preocupaciones religiosas y, tanto los hebreos, como los cristianos, consideran la obra inspirada en Dios, quien quiere que su verbo sea predicado bajo la forma de palabra humana y ésta, escrita y transmitida a través de los tiempos, se ha convertido en norma básica de fe de una comunidad. Sin embargo, incluso la estructura religiosa de la obra es cambiante, dinámica y evolutiva.

Estilo de la Biblia: El estilo de la Biblia es, obviamente, diverso. No existe ninguna duda de que la poesía bíblica alcanza las cotas más elevadas de todas las antiguas literaturas semíticas; se encuentra dominada por normas estilísticas y prosódicas muy precisas, su lenguaje es excelsamente poético y su temática rica y variada.

La Biblia, a través de su influjo sobre la sociedad a través de la catequesis y del culto, ha provisto de contenidos al arte, a la literatura, al folklore, a las costumbres y, por la necesidad de hacer traducciones a las nacientes lenguas vernáculas, ha sido el origen mismo de la literatura escrita por haber contribuido a fijar o conformar fuertemente la lengua literaria, privilegiando ciertas variedades dialectales regionales o favorecido la fusión de otras. De modo indirecto, la Biblia ha sido comentada por todos los géneros literarios antiguos y modernos de Occidente, habiéndose tomado de ellas temas, ideas, símbolos y lenguajes, desde Dante a Milton, de Racine a Eliot, de Calderón a Thomas Mann, de Víctor Hugo a Buber, de Cervantes a Borges.

5. LITERATURA GRIEGA

5.1. Poesía:

5.1.1. ÉPICA: La antigua literatura griega tiene sus orígenes en los cantos tribales de carácter religioso y agrícola, pero esta sociedad primaria evolucionó en el siglo XII a. C. a una sociedad guerrera en la que las armas y la valentía del individuo predominan sobre lo colectivo. En este momento en el que se pasa de cantar lo grupal a exaltar las hazañas de la elite guerrera, empieza a cobrar más importancia la figura del poeta, capaz de inmortalizar a dicha casta. Así, los poemas dejan de ser líricos para pasar a ser épicos, a caballo entre la historia y la leyenda. Sin embargo, esta época concluye con la invasión de los dorios, tras la cual los pueblos aqueos deben refugiarse en Jonia entre gente de otras culturas y donde a lo largo de tres siglos se regresará a la exaltación de lo colectivo, configurándose la epopeya, cantada ahora por rapsodas que trabajan donde son requeridos, desde palacios nobles hasta plazas populares. Con ello, la poesía se populariza y se dirige a un público más amplio, utilizando un lenguaje más coloquial, al tiempo que la lira y el canto se ven sustituidos por el cayado y la declamación. A diferencia del bardo, cantor de la gloria del rey, el rapsoda recita el pasado nacional, mezclando la mitología con la historia para transmitir, a la vez que recrea, el acervo colectivo.

Las obras literarias occidentales más antiguas de las que tenemos muestras conservadas pertenecen a la epopeya griega del siglo VIII a. C. y se concretan en dos poemas escritos en hexámetros: La Ilíada y La Odisea.

5.1.2. LÍRICA: Los primeros poetas líricos son cortesanos de entre los siglos VII y V a. C., que cantan para la nobleza y desarrollan la lírica coral, caracterizada por ser vehículo del arte y de los sentimientos del autor, pero, al mismo tiempo, de una enseñanza filosófica y moral necesaria para mantener encendida la conciencia de los aristócratas. A diferencia de la epopeya homérica, la lírica no se somete a demasiadas normas y cada autor emplea su propia técnica, abandonándose pronto el hexámetro para experimentar con nuevos ritmos adecuados a cada tipo de sentimiento. En la lírica se da una separación tajante entre el autor y el cantor, este último consistente en un coro profesional pagado por los propios nobles y que más tarde se integrará también en la tragedia.

Las máximas manifestaciones de la lírica coral se dan en el transcurso de los Juegos de Olimpia y Nemea, dedicados a Zeus, y los de Delfos, a Apolo, siendo su representante más genuino Píndaro, cuyas obras cantaban a los vencedores de las pruebas y ensalzaban sus virtudes.

5.2. Teatro:

Su origen se remonta a las celebraciones religiosas y populares, y, aunque se nutre de las antiguas leyendas épicas, expone también elementos de la vida cotidiana. Así, la tragedia nace de las fiestas báquicas realizadas en honor a Dionisos, dios del vino, mientras que la comedia tiene un origen rural, de donde su tono más burlesco y desenfadado. La mayor eclosión de ambos géneros se produce en el siglo de Pericles, siglo V a. C., que se considera la Época Clásica del teatro griego.

Al igual que la epopeya de la que se nutre, la tragedia se escribe en verso, cuyo ritmo, musicalidad y belleza debe conseguir la catarsis purificadora del espectador, a la vez que su finalidad didáctica concreta. Los autores más importantes de este género son:

Esquilo, creador de un teatro de grandeza y religiosidad, poético y lleno de fuerza moral, cuyos personajes se encuentran en manos de los dioses y sujetos a sus caprichos, al igual que los héroes homéricos. Entre sus obras destaca la triología conocida como La Orestíada (Agamenón, Coéforas, Euménides).

Sófocles, el más brillante por su cultura y elegancia. Gozó en vida de gran fama y predicamento como autor, hasta el punto de que tras su muerte fue venerado como un semidiós por los atenienses de la época. En él la mitología explícita de Esquilo es sustituida por la psicología y el sentido religioso, lo que ha provisto a sus personajes de una mayor pervivencia.

Eurípides, el más humano, aporta modernidad y revolución a la tragedia griega, colocando a los humanos y a los dioses en mismo plano, con similar problemática, movidos por iguales impulsos y provistos de las mismas virtudes y defectos.

En cuanto a la comedia, es un género que refleja el mundo cotidiano desde una perspectiva desenfadada y alegre. En ella destacan Aristófanes, que retrata en sus obras desde un punto de vista satírico y burlón todos los tipos de la sociedad ateniense de su época, otorgándole a cada uno de sus personajes un lenguaje propio; y Menandro, que deriva la comedia hacia las vertientes didáctica y moral, cultivando un teatro más sereno y reflexivo.

5.3. Prosa literaria

– Fábula: El hecho de consistir en una historia de trama sencilla, fácil de guardar en la memoria ha condicionado que la fábula se encuentre en el acervo cultural de cualquier pueblo y que se haya utilizado para la educación infantil desde la antigüedad más remota.

No existe ninguna duda acerca de que el fabulista de mayor renombre de toda la literatura fue Esopo, del cual se conservan 270 fábulas distribuidas en numerosas ediciones. Con certeza no sería Esopo el autor original de todas ellas, pero sí que le cabe a él el merito de reflejar, mediante ellas, un cuadro completo de la sociedad griega de su tiempo, susceptible de elevarse a la categoría arquetípica, puesto que son prácticamente intercambiables con los humanos actuales. Por citar solamente una, La raposa y las uvas.

Historia: En la época a la que nos remontamos no existía un método científico, ni un lenguaje propio en este campo, y las obras anteriores, donde se mezclan y confunden leyenda y realidad, buscaban, casi siempre, una finalidad estética. En el caso de los griegos, donde su historia pasada coincidía con la de los dioses y los héroes, las obras de este tipo pretendían la belleza y el arte.

Heródoto tiene el valor de ser autor del primer libro para ser leído y no recitado o cantado y merece ser considerado como el padre de la historia con sus Investigaciones, acerca de la historia de los persas, mezclado con datos de la propia experiencia.

Tucídides es el autor de la Historia de la guerra del Poloponeso, en la que se aprecian, sin embargo, claras diferencias de metodología y de finalidad, ya que se descarta casi por completo toda referencia legendaria y mitológica.

Jenofonte intenta, simplemente, ser testigo de un hecho histórico en el que él participó, como fue la frustrada intentona, por parte de una expedición de mercenarios griegos, de colocar a Ciro el Joven en el trono de Persia. Así lo hace en su obra La Anábasis, donde inaugura el recurso literario de utilizar la exposición en tercera persona para narrar peripecias personales.

– Filosofía: Aunque no se puede siquiera pretender mencionar los nombres de los grandes filósofos griegos, es necesario citar, por lo menos, a los dos que mayor influencia tuvieron en el pensamiento y la literatura occidentales.

Platón fue uno de los filósofos preferidos de los hombres del Renacimiento. Creó el procedimiento del diálogo filosófico como método, vía o camino para llegar a la verdad. Sus Diálogos más conocidos, El Banquete, Fedón, Fedro y La República constituyen reflexiones profundas y, en gran parte aún vigentes, sobre el amor, la ciencia, la belleza, la poesía, etc. también es reconocido por haber fundado La Academia, institución en la que se impartía una educación, programada en dos décadas de duración, para la formación de buenos gobernantes y de excelentes filósofos.

Aristóteles, discípulo del anterior, pero muy diferente de su maestro, tanto en talante como en pensamiento, de modo que su influencia, se dejó mostrar con mayor vehemencia en la Edad Media. Su legado es muy cuantioso y de gran calidad, dados su gran capacidad de trabajo y su preclaro intelecto. Sus obras Retórica y Poética se encuentran en la base de todo lo que se ha avanzado posteriormente en estos dos campos literarios.

5.4. Literatura alejandrina:

Conocida también con el nombre de literatura helenística, se desarrolló en el Mediterráneo Oriental en ciudades como Alejandría, Pérgamo, Antioquia o Siracusa tras la muerte de Alejandro Magno. Escrita en el griego de Atenas, coincide con el florecimiento de las artes y las ciencias en dichas regiones y tiene en Teócrito de Siracusa a su mayor representante. Es él el creador del Idilio como escena dialogada entre pastores en un ambiente poético y agradable, lo cual será proseguido por autores como Virgilio, Garcilaso o Góngora.

6. LITERATURA LATINA

En Roma se produce una continuidad de los géneros literarios existentes en Grecia que, con el contacto cultural con la naciente nación, adquieren nuevo vigor y fortaleza dentro de una perfecta continuación armónica y que, a través de la expansión del Imperio Romano, será la semilla de toda la cultura occidental.

6.1. Épica y lírica:

En la Época Republicana son dignos de mención Lucrecio, autor del poema épico-filosófico De rerum natura, escrito en hexámetros, y Catulo, capaz de expresar los sentimientos más nobles al lado de los más oscuros y deleznables. Sin embargo, la poesía latina adquiere su mayor impulso durante la Época Imperial, con autores como Virgilio, Horacio y Ovidio, todos ellos de gran influencia en la literatura europea posterior: Virgilio, poeta y filósofo, tiene su obra más importante en la Eneida, poema épico, religioso y patriótico, que relata el nacimiento del pueblo de Roma, descendiente de los dioses y héroes homéricos; Horacio, al igual que Virgilio, se convirtió en continuador de la lírica griega clásica y de sus Odas se han sacado numerosas sentencias y máximas, como la del carpe diem, que constituyó una verdadera doctrina en la Europa renacentista; y Ovidio, poeta con un dominio magistral del lenguaje y cultura fuera de o común en la época, incluso para los intelectuales, es el gran maestro del amor con títulos como Heroidas, Amores y, sobre todo, Ars amandi.

6.2. Teatro:

Con anterioridad a la influencia del teatro griego ya existía en la península itálica una corriente de teatro popular, creadora de arquetipos; son las llamadas farsas atelanas, con figuras fijas como Maccus, Bucco y Pappus, que improvisan a cada actuación. Sin embargo, con la llegada del influjo heleno, se instaura un tipo de teatro culto, bajo la forma de comedia o tragedia, de tema latino o griego, menos imaginativo y elucubrador, pero más vital y práctico, que cristaliza en la Época republicana con las figuras de Plauto y Terencio. Plauto es un gran conocedor de las tragedias y comedias griegas, de las que retoma los temas, creando con un lenguaje coloquial, expresivo y lleno de vivacidad un teatro divertido y brillante que refleja magistralmente las realidades cotidianas de su época. Por su parte, Terencio se inspira en Menandro y escribe un teatro reflexivo y didáctico, con una finalidad eminentemente moral, que sobrepasa con mucho el puro juguete escénico.

6.3. Relatos de ficción

Aparecen a partir del siglo I d. C. los primeros relatos de ficción europeos de entretenimiento y evasión, que no llegan al nivel de novelas pero que sientan ya sus bases presentando las peripecias complicadas hasta el infinito de dos enamorados que se encuentran inmersos en crueles sufrimientos y episodios increíbles, pero que, finalmente, gozan de un final feliz al más puro estilo de las novelas bizantinas, de las que son precursoras, al tiempo que también dan origen a las novelas de caballerías.

Entre sus autores podemos destacar a Petronio, árbitro de la elegancia y aristócrata del círculo íntimo del emperador Nerón hasta que éste ordena su suicidio, escribió el Satiricón, una ficción humorística llena de descripciones de los placeres licenciosos y que anticipa la picaresca con una historia en la que tres amigos vagan sin rumbo por toda Italia viéndose obligados a toda clase de engaños para poder sobrevivir; y a Apuleyo, que sigue con la tradición de las transformaciones con sus obras El asno de oro y Las metamorfosis, delicioso relato este último de tipo oriental que narra las sucesivas peripecias de un joven transformado en asno por arte de encantamiento.

7. CONCLUSIÓN

Las fuentes y los orígenes de la literatura occidental, en el caso de los países con lenguas romances se hallan inextricablemente unidas a las raíces griegas y latinas. Pero no hay dudas de que, en gran parte, los países con lenguas no neolatinas, son también países hondamente latinizados desde el punto de vista cultural. La Iglesia como continuadora del legado de la Antigüedad es la que toma el relevo durante gran parte del largo periodo conocido como Edad Media del impulso creativo del Imperio Romano tardío. Junto a este impulso que no cesará hasta bien entrada la modernidad, se produce un desarrollo de la cultura en las distintas lenguas nacionales. Junto al legado clásico por antonomasia, la Biblia es la obra que más ha influido en la literatura (y en el arte en general) de Occidente. La panoplia de géneros literarios, de temas, de personajes, de pensamiento que se desarrolla en el primer libro impreso de Occidente se reflejan en sus distintas literaturas. En España, estas bases fundamentales sobre las que durante mucho tiempo se asienta la literatura conocen injertos de otras procedencias. La presencia islámica en España dejó profundas huellas, y no solamente desde el punto de vista estrictamente lingüístico, sino incluso según algunos críticos, en el terreno religioso. La creación de la prosa castellana tiene mucho que ver con la cuentística oriental trasmitida por los musulmanes y con la colaboración de sus sabios en el proyecto cultural de Alfonso X. El simple repaso de las figuras y obras más señeras de la literatura griega y latina sugiere inmediatamente su extraordinaria fuerza hasta casi nuestros días.