Tema 55 – La literatura española en el siglo XVIII.

Tema 55 – La literatura española en el siglo XVIII.

1. LA EVOLUCIÓN DE LOS ESTILOS ARTÍSTICOS EN EL SIGLO XVIII

1.1. Cronología y periodización.

Como es habitual en los estudios de este tipo, resulta extraordinariamente difícil precisar los límites cronológicos de un siglo literario.

Por lo que respecta al comienzo, la literatura barroca de envergadura concluye entre los años 1660 y 1680 y la muerte de Calderón (1681) parece marcar un punto de inflexión, porque lo que le sucede a continuación se ha dado en denominar barroco decadente o degenerado. Otro dato interesante es la aparición súbita de Feijoo, en 1726, pero su revolución no se puede entender sin un ambiente cultural que la propicie. Por consiguiente, es dificultoso saber el momento en que se inicia la crisis de la cultura barroca y cuáles son las novedades que le suceden.

En relación con el final, el asunto es bastante más claro y evidente. La guerra de 1808-1812 contra los franceses significa el final de la Ilustración. La violencia que le sigue demuestra que pensadores como Jovellanos y los nuevos intelectuales y políticos ya han sobrepasado esta etapa, habiendo abierto la propia Constitución de Cádiz de 1812 nuevos caminos, incluso en la literatura, y a pesar de que perviven algunas formas, como la comedia clásica moratiniana, se inicia una nueva cultura y una nueva literatura.

La crítica ha considerado la literatura de los siglos XVI y XVII como el arquetipo de literatura nacional y de calidad, por lo que la del siglo XVIII siempre se ha visto como un producto degenerado del barroco o una mala imitación de la literatura francesa. Incluso cuando en la segunda mitad del siglo haya un innegable ascenso de la calidad, se dice que se trata de una restauración del gusto antiguo, especialmente en poesía.

Se inicia ya en este siglo una actitud de rebeldía contra la tradición, preferentemente clásica, que impregna la literatura europea desde mediados del siglo XV hasta comienzos del XIX; no es que se abandone el clasicismo, pero se plantea la validez cultural de la tradición, lo que provocará, más tarde, la rebelión cultural conocida como Romanticismo. En este contexto, resulta fácil que la crítica considere al neoclasicismo como una cortapisa a la libertad creadora y deje de valorar la aportación indudable que realizaron los escritores de la Ilustración.

Una tercera causa del menosprecio por la literatura de este tiempo se concreta en el cambio radical de valores que significa la Revolución francesa y en la escisión de los intelectuales en dos bandos (el conservador y el progresista) enfrentados. Ello crea, en ambos grupos, la necesidad de buscar y condenar, en el período inmediatamente anterior, los antecedentes que no concordaran con su pensamiento, fenómeno que determina que la época no sea juzgada desde el punto de vista literario, sino desde la perspectiva de apología o condena del ideario de los autores.

A partir de 1726 la cultura barroca deja de existir y es seguida por la de la Ilustración, verdadera cultura puente entre dos culturas hasta cierto punto opuestas: la clásica y la romántica. Al igual que sucede con la cultura del Barroco, en la de la Ilustración caben diversas tendencias y estilos. Hay que esperar hasta los días de Fernando VI (1746-1759) para que se manifiesten con cierto vigor las formas características del arte de la Ilustración: Rococó, Neoclasicismo y Prerromanticismo se superponen, pero también se suceden, hasta la década de 1830. El bucolismo rococó, muy cultivado en los primeros tiempo, junto a los poemas neoclásicos, queda olvidado, superado, en las ultimas décadas del siglo; en cambio, los elementos sentimentales y patéticos, prerrománticos, y la ideología liberal y revolucionaria van creciendo y dominando el arte ilustrado desde la década de 1780 en adelante. Sin olvidar que el arte popular (sobre todo en el teatro o en la poesía callejera) sigue usando recursos propios del Barroco, pero con asuntos y preocupaciones de la época.

El rococó se basa en el racionalismo, el sensualismo, la naturalidad y la sencillez, la utilidad unida a lo deleitable y, no obstante, un cierto elitismo y un afán renovador opuestos a lo popular. El término rococó español (que se inicia con la obra de Luzán y cuyo auge se establece entre 1765 y 1780) se aplica con la mayor propiedad al tono menor, frívolo y elegante de la poesía dieciochesca, cargada del espíritu del siglo. A este período no se le puede denominar neoclásico a no ser que inventemos un término distinto para la poética nueva de finales del siglo XVIII que se va a prolongar, por lo menos hasta la mitad del XIX.

Sin embargo, antes del Neoclasicismo en sentido estricto, hay que considerar el término Prerromanticismo, que se utiliza para significar que, entre 1780 y 1830, se encuentran esparcidos, entre diversos autores y obras, elementos que después serán características esenciales del Romanticismo. El Romanticismo no es asimismo un estilo, sino una cultura, y si en Cadalso se encuentran todos los rasgos esenciales del Romanticismo, ya existe en él una cultura romántica. Por ello, algunos investigadores (entre ellos Sebold) establecen que, entre 1773 y 1800, se produce el primer Romanticismo español, interrumpido después treinta años, para dar lugar al segundo Romanticismo entre 1830 y 1860.

En general se utiliza el término Neoclasicismo para caracterizar a la literatura reformista del siglo XVIII que, sin renunciar a los nuevos ideales, no quiere adoptar formas oratorias como las de la poesía filosófica, sino poéticas, por lo que se trata simplemente de una cuestión de formas y no de contenidos. Realmente el Neoclasicismo se diferencia solamente por la preocupación formal en aproximarse a los clásicos griegos o latinos, porque los principios clásicos, en general, rigen para todos los literatos del siglo.

No cabe ninguna duda de que la Ilustración, gracias al culto por la ciencia y por la técnica y a la reforma de los espíritus, se proponía el gran objetivo de hacer gozar a España de una nueva edad de oro. No lo consiguió, en parte, por la propia ingenuidad de sus creencias y planteamientos, y, en parte, porque los excesos de la Revolución francesa alarmaron a sus gobiernos y a los propios reformadores, pero las raíces ya habían arraigado, como lo demostrarán las Cortes de Cádiz, de 1812. El siglo XVIII fue el que postuló los ideales de libertad, justicia social y fraternidad y la época en la que España quiere emerger de su inmovilidad tradicional e incorporarse al mundo.

2. LITERATURA BARROCA DECADENTE.

En este apartado se incluyen libros religiosos de apologética y ascética. Destaca la prosa de Diego de Torres Villaroel que no es un autor ilustrado, aunque si critico, de cultura autodidacta, vida influenciada por la picaresca de los siglos XVI y XVII y por la obra de Quevedo y corpus literario que suele considerarse como antecedente de los Caprichos de Goya. Su Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del doctor D. Diego de Torres Villarroel (1743-1759) con seis trozos similares a la picaresca en lo biográfico, con un fondo ideológico pesimista y con una critica que se detiene ante las autoridades sociales y religiosas. Más satíricas son otras obras suyas como La barca de Aqueronte, El Correo del otro mundo, Los desahuciados del mundo y de la gloria y Visiones y visitas de Torres con dos Francisco de Quevedo por la corte. Fue el primer escritor español del que se sabe vivió profesionalmente de la literatura. Empezó a hacerse famoso en 1721, con sus Almanaques y pronósticos, en los que predecía el futuro. Fue un destacado autor de versos satíricos, entre los que destacan sus sonetos quevedianos.

Gabriel Álvarez de Toledo fue un seguidor de Quevedo en su vertiente ascético-moral, con sonetos como La muerte es la vida o endechas del tipo de A mi pensamiento y, en su vertiente más burlesca, como en La Burromaquia.

Eugenio Gerardo Lobo es un poeta festivo, como lo demuestran sus décimas Irónicas instrucciones para ser buen soldado, aunque no desdeña los sonetos (De augusta flor de lis muerte temprana, dedicado a la muerte de Luis I) e imita a la perfección a Góngora (Historia de Medoro y Zulima).

Otros autores a citar son José León y Mansilla (Soledad tercera), el Marqués de Lazán (Métrica histórica) y el jesuita Butrón (Vida de Santa Teresa de Jesús).

La Academia del Trípode (1738-1748) de Granada es seguidora de la obra gongorina. Su presidente, el Conde de Torrepalma, canta el diluvio en su Decaulion, mientras que el resto de sus componentes se dedica a versificar diversos temas como la pérdida de España, la batalla de Lepanto, etc. el mejor de sus académicos es al canónico Porcel con sus Fábulas de Adonis.

3. LITERATURA NEOCLÁSICA.

3.1. La prosa innovadora:

FEIJOO: Las dos obras fundamentales de Feijoo, Teatro crítico y Las cartas eruditas, son la muestra más insigne del ensayo del siglo XVIII. Feijoo es un reformista gallego de ideología erasmista, predecesor de Larra y de la Generación del 98, lo que queda perfectamente reflejado en su frase “el descuido de España me duele”. Toda la obra de Feijoo, muy dilatada en el tiempo (desde Teatro crítico universal, de 1726, a las Cartas eruditas y curiosas, de 1760), se centra en la duda y en la negación del principio de autoridad en la ciencia, por lo que se manifiesta también como prototipo del ilustrado español, ardiente defensor de la consigna atrévete a saber. En la tradicional polémica literaria, fue defensor del poeta inspirado, con genio, frente al poeta del arte, seguidor de los preceptos, por lo que ataca a Luzán en ensayos como La razón del gusto o El no sé qué.

Insiste en señalar el retraso cultural del país y la apatía del pueblo por escapar de la ignorancia, indicando que, mientras que en el extranjero prospera la ciencia experimental, en las universidades españolas se discute todavía sobre la naturaleza del ente.

Sus conocimientos fueron muchos, pero no de tipo enciclopedista, lo que lo llevó a criticar a pensadores como Rousseau y a Voltaire, mientras que se inspiraba en Vives, Bacon, Malebranche y Descartes. Al igual que la mayor parte de los ilustrados, no encuentra incompatibilidad entre ciencia y teología y, por consiguiente, sus críticas no cruzan la frontera de la religión ni de la fe.

De su estilo siempre se ha dicho que era pésimo, llegando a decir el padre Lista que a Feijoo habría que alzarle una estatua por sus ideas y, a su pie, quemar todas sus obras por el estilo. Su lenguaje está plagado de galicismos, de lo cual era consciente, hace un claro abuso de los conceptos abstractos terminados en –ad (“graciosidad, tenuidad”), de los latinismos, de los ponderativos y, particularmente, de los superlativos en –ísimo. Además, exhibe una preferencia por la frase disyuntiva. En las obras, feijonianas, se encuentra una gran variedad temática, un fuerte espíritu crítico y un objeto pedagógico.

La postura suya de combatir al vulgo tiene, además, significación literaria en sí misma. Aparte de los efectos prácticos de sus prédicas, lo que Feijoo logra es inventare a sí mismo. Como Guevara, Montaigne y más tarde Azorín, Feijoo crea un personaje literario único, se crea a sí mismo, fray Benito, el “desengañador de las Españas”.

Fray Benito Jerónimo Feijoo ha sido considerado como uno de los iniciadores del ensayo en España. Por su temática y por su propósito de combatir el atraso cultural de España, se ha dicho con frecuencia que la obra de Feijoo es precursora del ensayismo hispánico desarrollado por la generación del 98. Pedro Aullón resume así el significado de fray Benito en el proceso de formación del ensayo español: “La realización prosística feijoniana, entendida como categoría, ha de incluirse, pues, entre la serie de factores que decisivamente contribuyeron a la construcción de los modernos lenguajes ensayísticos, sustancialmente mediante la relación mimética y moralizadora discurso/ensayo, que habría de generalizarse cada vez más desde principios de siglo”.

LUZÁN: Ignacio Luzán (1702-1754) introduce el neoclasicismo en la literatura española con su Poética (1737) que se divide en cuatro libros que tratan del origen, los progresos y la esencia de la poesía, de su utilidad y deleite, de los poemas dramáticos y de los poemas épicos. Su intención es borrar la cultura barroca y el manierismo barroquista, para permitir que las reglas de la preceptiva clásica posibilitaran en España un siglo de oro, similar al francés. Para él, la poesía es objetiva y no subjetiva, puesto que no pertenece al poeta, sino al pueblo al que esta dirigida, dado que es “una imitación de la naturaleza para la utilidad o deleite de los hombres”, aunque, en ocasiones, solamente sea posible manifestar una sola de estas dos notas conceptuales. Toda manifestación poética debe ser universal y pedagógica en el fondo y servir como modelo de conducta, por lo que se debe rechazar la oscuridad conceptista o culterana y escribir de modo sencillo.

A pesar de pregonar el respeto de las unidades de acción, de tiempo y de lugar, exige una verosimilitud en el arte, lo que implica un teatro docente, con argumentos realistas y con una estructura simplificada. Es necesaria una poesía dramática construida más para pensar que para ver, muy distinta de la que el pueblo celebraba, procedente del Barroco, por lo cual la obra de Luzán fue objeto de una gran polémica.

3.2. La historia: El afán cientifista del XVIII determina que la historia sea investigada con mayor rigor, buscándose directamente la fuentes y verificaciones lo hasta entonces aceptado; por ello se rebuscaba en los archivos y bibliotecas, se publican documentos originales y se inician otras disciplinas relacionadas, utilizadas como auxiliares, como la arqueología, la numismática y la epigrafía. En el campo histórico destacan el Padre Flórez (Clave historial, España sagrada), padre Masdeu (Historia crítica de España y de la cultura española) y Antonio de Campmany (Memorias históricas sobre la marina, comercio y artes de la antigua ciudad de Barcelona).

3.3. La filología y la crítica literaria: En el XVIII, como fenómeno encuadrado en el marco de la preocupación por la interpretación de los textos antiguos, nace la filología como ciencia auxiliar de la historia. Aquí destaca Gregorio Mayans y Siscar (1699-1781), que divulga los grandes escritores de la edad de oro y es autor de la primera biografía de Cervantes. Así mismo, escribe una Retórica (1757) que contiene una de las antologías más antiguas de prosistas en lengua española. El padre Andrés destaca la importancia de los árabes en la cultura europea medieval. El padre Sarmiento, que inicia los estudios de calidad sobre la poesía medieval, y los hermanos Mohedano son otros nombres destacables de la crítica literaria.

3.4. La lingüística y la estética: Se funda la RAE, se debaten las distintas preceptivas y se intenta terminar con los vicios lingüísticos. Uno de los fundadores de la lingüística comparada es el jesuita Hervás y Panduro (1735-1809) con obras como Catalogo de las lenguas de las naciones conocidas. El cree en el origen divino de la palabra y en Babel como causa de su diversificación, pero niega que el hebreo sea el origen de todas las lenguas. Campmany compara el lenguaje antiguo con el de la época y el padre Sarmiento investiga el origen del lenguaje en las onomatopeyas, siendo considerado como precursor de la dialectología. En el campo de la estética la obra cumbre es La belleza ideal, de Esteban Arteaga, donde se postula que el arte no es mera copia o imitación de la naturaleza sino una interpretación de la misma según el prisma de la creatividad del artista.

3.5. La sátira y la novela: La sátira neoclásica tiene su máximo representante en Juan Pablo Forner (1756-1797), demoledor y agresivo con sus coetáneos (se prohibió la publicación de sus obras). Su estilo es retórico y sus argumentos no demasiado convincentes (desprecia la ciencia moderna por no ser española). Su obra más importante es Oración apologética.

Para la novela el XVIII no es una buena época. El género ha desaparecido en España en el primer tercio del siglo anterior y no volverá hasta la mitad del XIX con La gaviota de Fernán Caballero. Como la preceptiva neoclásica sigue al pie de la letra a Aristóteles y Horacio y ellos no hablan de novela. El genero simplemente no existe y lo máximo son obras mixtas como la Vida de Villarroel, mezcla de trama y biografía.

El padre Isla publica la Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes. Se trata de una obra con fin moralizante, por el matiz picaresco del protagonista en su lucha contra el hambre y didáctico, por su carácter de preceptiva oratoria, y, además, una crítica contra la invasión de galicismos y el seguimiento de las modas francesas. Condenada por la Inquisición, la obra no se publicó completa hasta finales del siglo XIX.

El Eusebio, de Pedro de Montengón, es un análogo español del Emilio de Rousseau y Las aventuras de Juan Luis, de Diego Rejón, un intento de resurgimiento de la novela picaresca. Pablo de Olavide también escribió siete novelas que no se llegaron a publicar hasta veinticinco años después de su muerte.

3.6. La tragedia: Surge en España la tragedia neoclásica por imitación de la tragedia clásica francesa y con la misma sujeción a la preceptiva, género que representa la transición entre la comedia española tradicional y la tragedia romántica. Su iniciador fue Nicolás Fernández de Moratín con obras como Lucrecia, Guzmán el Bueno y Hormesinda, única que llego a estrenarse sin éxito. Sin embargo, y bajo el influjo de Corneille y Racine, le sucede una pléyade de continuadores de tragedias históricas como Sancho Gracia de Cadalso y Numancia destruida de López de Ayala.

El dramaturgo neoclásico de mayor éxito fue Vicente García de la Huerta, cuya Raquel, fue considerada el arquetipo de la tragedia española.

3.7. El teatro popular: Como continuación de los pasos de Lope de Rueda o de los propios entremeses de Cervantes, Ramón de la Cruz (1731-1794) cultiva el sainete (obra corta en un solo acto en octosílabos) y la zarzuela (Briselda y Las segadoras de Vallecas) a pesar de haber empezado adaptando obras de Calderón y traduciendo a Racine, Moliere, Shakespeare y Goldoni. Sus temas populares, su resistencia a aceptar las modas extranjeras, la exaltación de lo castizo… fue muy del gusto del pueblo bajo.

Otro sainetista, en este caso fiel intérprete del costumbrismo andaluz, fue Juan Ignacio González del Castillo (La casa de la vecindad, El café de Cádiz) y dramaturgos populares de éxito, José Cañizares y Luciano Francisco Comella, iniciador del teatro por entregas, con obras históricas sobre Catalina II de Rusia, Federico II de Prusia, Luis XIV, etc.

3.8. La fábula: Tomas de Iriarte, más que el iniciador de la fábula en España, (antes que el estaban Arcipreste de Hita y Don Juan Manuel), lo fue de una preceptiva literaria a través de las fábulas, con obras que critican los vicios literarios, como la falta de arte o reglas (El burro flautista), los arcaísmos (El retrato de golilla), la erudición excesiva (La urraca y la mona), el uso indiscriminado de galicismos (Los dos loros y la cotorra) o bien, se procede contra otros escritores como Samaniego (El ratón y el hurón), Ramón de la Cruz (El asno y su amo), o la propia Academia Española (Los cuatro lisiados). Félix Maria de Samaniego es seguidor de la tarea de Fedro, Esopo y La Fontaine y en sus fábulas se critican los vicios como la pereza, la ambición, el orgullo. En estilo lenguaje y métrica es inferior a Iriarte, el desarrollo de las historias es lento y poco dinámico y la moraleja, en ciertas ocasiones, puede resultar hasta inmoral.

3.9. La poesía: En el ámbito de la poesía podemos destacar:

La Academia del buen gusto: Se trata de una tertulia que se reúne en el palacio de la condesa de Lemos, donde se escenifican comedias y se leen poemas de los académicos integrantes: Luzán, Valdeflores, Villarroel, etc. Algunos de los poetas asistententes son entusiastas del Neoclasicismo, mientras que otros veneran a Góngora, por haber pertenecido a la Academia del Trípode.

La tertulia de la fonda de San Sebastián: Diferente de la anterior por ser bohemia y carecer del carácter aristocrático, fue fundada por Moratín padre y estaba formada, entre otros, por los Moratines, Lope de Ayala, Tomás de Iriarte, Vagas Ponce y ciertos autores italianos, como Pizzi, Bernasconte, etc. En ella, se comentaban los temas predilectos de la nueva sensibilidad neoclásica, se admiraban las tragedias francesas de mayor renombre, los poemas italianos y franceses de los poetas del arte, etc.

La escuela salmantina: A través de los modelos del siglo XVI, los integrantes de esta escuela (Juan Meléndez Valdés, Juan Pablo Corner, José Iglesias de la Casa, etc.), fundada a semejanza de fray Luis de León por fray Diego González, retornan a los clásicos en los aspectos bucólicos y sensuales. En el primero de los casos, intentan encontrar una nueva arcadia y se autoimponen seudónimos pastoriles. En el segundo, como contrapunto del mundo idealizado del agro virgiliano, vuelven sus ojos a la ciudad y cantan los placeres sensuales amorosos, gastronómicos y de otros tipos. En 1776, cuando Jovellanos escribe la Epístola primera a sus amigos salmantinos, la escuela cambia de dirección y potencia la poesía filosófica, didáctica y verdaderamente académica. En esta segunda época, y ya entrado el siglo XIX, la escuela se prolonga con poetas como Quintana, Sánchez Barbero, Juan Nicasio Gallego, Nicolás Álvarez de Cienfuegos, etc.

La escuela sevillana: Fundada por Pablo de Olavide, pertenecen a ella, además del fundador, Jovellanos, fray Miguel Miras y otros muchos. Ya desde sus inicios, se caracteriza por el filosofismo que recomienda Jovellanos y por la influencia de poetas ingleses de tema religioso, como Young, o social, como Thomson. En su segunda época, los poetas pretenden seguir la tradición de la poesía hispalense, elevando a la categoría de modelos a Herrera, Rioja y Jáuregui.

4. LITERATURA PRERROMÁNTICA.

Más que un movimiento son ciertas concepciones, rasgos, temas, estilos, etc. que se pueden rastrear en diversos autores. El siglo XVIII concluye en Europa bajo el signo de la libertad y del sentimiento y ello conduce a la diversificación del Romanticismo, profundizador del carácter individual, subjetivo y personal, siguiendo las máximas de Protágoras (“el hombre es medida de todas las cosas”) y de Bufón (“el estilo es el hombre”). En el caso español, el Romanticismo significa casi una vuelta atrás, a la tradición interrumpida momentáneamente por el Neoclasicismo, y, en este itinerario, el prerromanticismo es una especie de transición caracterizada por la elevación de los sentimientos y de las emociones, la supervaloración de la filosofía positiva de la Ilustración, la adoración de la poesía inglesa, llena de sensibilidad, y la roussoniana veneración de la naturaleza, único ámbito donde puede desarrollarse el hombre libre, corrompido por la sociedad y el progreso. Es quizá en los poetas de la Escuela Sevillana donde se pueden reconocer más elementos prerrománticos, entre los cuales destacan Jovellanos y Cadalso.

5. JOVELLANOS:

Junto con Feijoo, comparte la cumbre intelectual y del ensayo en el XVIII. Lo que le define es la contradicción y la diversidad de interpretación. Concibe la problemática española como una cuestión cultural, solamente abordable mediante la reforma educativa vista desde la perspectiva de que ésta no debe ser el privilegio de una minoría, por lo que el tema pedagógico es constante en sus escritos.

En su obra Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y las diversiones pública y sobre su origen en España intenta hacer comprender al gobierno que las diversiones públicas guardan relación con el bien general y que, por ello, no deben ser dejadas al albedrío de los particulares o ser reguladas por reglamentos arbitrarios.

En otra serie de memorias, Jovellanos ilustra al gobierno sobre el estado lamentable del agro español que solamente podrá alcanzar solución mediante la instrucción de los propietarios y de los trabajadores agrícolas (enseñar a leer, escribir y contar), para que se corrija la larga serie de errores que mantienen las técnicas empleadas en el campo. Además de ello, denuncia que la situación se agrava por la falta de riego, de comunicaciones terrestres y fluviales y de puertos comerciales. Estos obstáculos solamente podrán ser eliminados mediante la obtención de medios técnicos y financieros procedentes del erario público y de los fondos provinciales y concejiles afectados. De entre éstas, se considera la mejor obra de Jovellanos, al tiempo que la más completa, ya que recoge aspectos económicos, pedagógicos y políticos, el Informe de la Sociedad Económica de Madrid al Real y Supremo Consejo de Castilla en el expediente de Ley Agraria, en el que intenta aplicar los principios económicos vigentes en Europa, el mercantilismo. Esta obra alcanzó un gran éxito, fue traducida y difundida por toda Europa, y su influencia pervivió hasta bien entrado el siglo XVIII, toda vez que está escrita con un lenguaje literario de belleza, elocuencia y riqueza de estilo.

En cambio, los escritos de tipo político son insignificantes, culminando su esfuerzo en esta vertiente de su obra con su Memoria en defensa de la Junta Central, en la que defiende la monarquía absoluta, siempre que el despotismo ilustrado de sus reyes sea capaz de regenerar el país, a través de reformas culturales y socioeconómicas pertinentes, y de limitar el poder de la Iglesia, enemiga siempre de toda innovación.

Para Menéndez Pelayo, Jovellanos ha sido el alma más hermosa de la España moderna, por su amplitud de miras, dominio de diversidad de temas, afán conciliador y ánimo comprometido en su función pedagógica-progresista.

6. CADALSO:

La literatura del siglo XVIII tiene en Cadalso una de sus figuras más interesantes como hombre y como escritor. Al igual que otros muchos de su siglo, Cadalso cultivó diversos géneros literarios, pero es en la prosa donde debemos encuadrarlo.

La novela del siglo XVIII fue, en principio, una novela de crítica, de ideas y de combate. Se intenta también en este género la educación y la moralización del lector, pero a ello se une el concepto dieciochesco de la sensibilidad. Al principio, la novela solo exhibe utilidad, más tarde utilidad y sensibilidad, y, después, se evoluciona hacia sensibilidad y sentimentalismo. Sin embargo, la novela de la época falla en sus dos aspectos más importantes: cantidad y calidad. Una vez mencionados ya Torres Villarroel y el padre Isla, solamente queda por tratar al mejor de los novelistas de la época: Cadalso.

Su obra fundamental, Cartas marruecas, es un conjunto de noventa cartas, sin datar y no coordinadas, están a cargo de tres corresponsales, tanto emisores como receptores de las mismas, lo que permite comparar puntos de vista; dos de ellos son marroquíes y musulmanes y el otro español y cristiano. La falta de sistematización obedece, según Cadalso, a que en el mundo no existe método y todo se halla mezclado, lo bueno con lo malo, lo importante con lo frívolo y, por consiguiente, que él desea escribir con idéntico desarreglo. No obstante, algunos criticos achacan este aspecto de la obra a que todavía no estaba completa ni organizada de modo definitivo cuando decidió publicarla.

Escribió Ocios de mi juventud, poesía de tipo bucólico, en las que expresa su amor por Mª Ignacia (Filis), que morirá prematuramente. La frialdad, incluso en los momentos más dramáticos, se hace patente en toda su obra. Su talento como poeta se nota en sus Canciones anacreónticas, será él quien impulse a los poetas salmantinos de la época a componer y estudiar el género anacreóntico.

En 1772 publica Los eruditos a la violeta, gran sátira contra los pseudointelectuales; está dividida en lecciones, una para cada día de la semana.

En Noches lúgubres, exponente de las tendencias sentimentales y prerrománticas de la época, donde se crea un mundo de fantasía y cuyo héroe denota un atormentado mundo interior, representa en un estilo, su técnica y sus temas una novedad y un paso adelante hacia el Romanticismo. Es una de las pocas veces que una obra española se coloca en la literatura de vanguardia de la época; es el triunfo del mundo emocional e imaginativo sobre el del intelecto, cuando en Europa empieza a presagiarse la crisis racionalista.

7. MORATIN.

En el teatro del XVIII, destacan con mucho las comedias de Leandro Fernández de Moratín, cuyas ideas literarias quedan expuestas en sus obras satíricas (Lección poética, La derrota de los pedantes, La comedia nueva o El café) y en sus escritos teóricos (Orígenes del teatro español, Discurso preliminar a la edición de sus comedias) que constituyen su verdadera Poética. Sus nuevas ideas se fundamentan en la contraposición al teatro postbarroco y en la continuación de la obra de los pioneros (su padre, Jovellanos e Iriarte). El propio autor es consciente de que sus comedias no triunfarían hasta que, como consecuencia de la Ilustración, no se alcanzara un nivel cultural suficiente en el país.

Moratín es un dramaturgo preceptista, ya que no solamente condena los excesos del barroco, sino que explica la creación dramática como una labor lenta, laboriosa y conducida por unas leyes inmutables de validez universal: Imitación en diálogo (escrito en prosa o verso) de un suceso ocurrido en un lugar y en pocas horas entre personas particulares, por medio del cual, y de la oportuna expresión de afectos y caracteres, resultan puestos en ridículo los vicios y errores comunes de la sociedad, y recomendadas, por consiguiente, la verdad y la virtud.

El realismo del que quiere dotar Moratín a sus comedias es tal, que cuida exquisitamente los aspectos extraliterarios, situados más allá del texto, porque considera que la finalidad de la obra es su representación escénica. Por ello, atiende con sumo cuidado a los decorados, los vestuarios, la mímica y la gesticulación, los movimientos de los actores y su idoneidad respecto al personaje que deben representar.

Su teatro tiene una base realista que pretende lograr la identificación entre el espectador y las situaciones y los personajes, pero con el filtro embellecedor del arte. Por consiguiente, los temas y personajes deben proceder de la clase media (como el público), los caracteres psicológicos están perfectamente individualizados, con escaso riesgo de producir arquetipos, el léxico de los personajes es el adecuado a su condición social (señores o criados) o individual (petimetre, aristócrata estafador…), con un predominio del lenguaje coloquial, un dialogo vivo y natural (la artificiosidad de la métrica se resuelve con el encabalgamiento) y un uso opcional de la prosa o del verso.

Por otro lado, la comedia moratiniana tiene una finalidad moralizadora y no solamente estética, debiendo cumplir un objetivo didáctico en beneficio de la ilustración y de la moral. El argumento, generalmente, trata de una conducta desviada que conduce al fracaso para, de este modo, poner en evidencia la bondad del modelo contrario, esté personificado o no en la escena.

De acuerdo con las leyes del decoro, sólo saca a escena personajes comunes: burgueses y sus criados. En razón de sus fines didácticos, critica sin ensañamiento las debilidades y vicios de la sociedad y trata de mostrar la vía de la razón y el buen sentido. Presenta personajes, situaciones y actos propios del costumbrismo.

Leandro Fernández de Moratín recoge eficazmente la vida social de su tiempo, las preocupaciones del ciudadano medio. Da cierta densidad psicológica a sus personajes. Evita la afectación en el lenguaje y consigue que cada criatura hable de forma coherente con su estado y condición. Maneja con habilidad la carpintería dramática y dispone los sucesos de manera consecuente.

Con estos elementos crea la moderna comedia española, en la que el público ya no espera las sorpresas de una intriga complicada, sino el devenir lógico de los acontecimientos y la evolución razonable de los caracteres.

Nuestro autor invitó a la burguesía a ser ella misma, sin pretender falsos títulos nobiliarios (El barón, 1787) ni fingir una religiosidad que no sentía (La mojigata, 1791), y recomendó una educación basada en la sinceridad y el afecto, que permitiera la expresión de los sentimientos y acabara con las bodas de conveniencia (El viejo y la niña, 1786, y El sí de las niñas, 1801).

8. CONCLUSIÓN

A pesar de la escasa consideración que la crítica ha tenido hacia este periodo, el siglo XVIII es, con mucho, uno de los más interesantes de la historia y de la cultura española. Ningún género logró emerger de la mediocridad literaria, pero la época vio el nacimiento o confirmación de uno de los más fructíferos, el ensayo, gracias a la labor de Feijoo y Jovellanos. La creación de grandes instituciones como la Real Academia Española o la Academia de la Historia, que todavía hoy perduran, nos manifiesta que fue el siglo de la cultura. Superando los prejuicios contra el periodo, la crítica actual está abriendo perspectivas nuevas, sugerentes investigaciones que, si bien no marcarán rumbos radicalmente nuevos, sí pondrán de relieve que la aridez creadora que corrientemente se le atribuye al siglo de la Ilustración, no está justificada.