Tema 1 – Lenguaje y comunicación

Tema 1 – Lenguaje y comunicación

TEMA 1.- LENGUAJE Y COMUNICACIÓN. COMPETENCIA LINGÜÍSTICA Y COMPETENCIA COMUNICATIVA.

INTRODUCCIÓN. USOS DEL TÉRMINO LENGUAJE.

Cuando se caracteriza al ser humano se le asigna la facultad del lenguaje. La palabra facultad se refiere a función del cerebro en un sentido neurofisiológico y a capacidad en un sentido psicológico.

Una segunda acepción habla del lenguaje como sistema de comunicación. La noción de sistema alude a una totalidad de partes interrelacionadas entre sí, en las que las leyes del todo organizan y condicionan las leyes de las partes; comunicación significa tener algo en común, precisamente lo que tienen en común un emisor y un receptor. En sentido primario comunicación sería la capacidad de usar un sistema relacional que comporta un conjunto de elementos que sirven para representar y remitir a algo que ellos mismos no son.

1.- LENGUAJE HUMANO Y NO HUMANO

Para entender las características propias del lenguaje humano se ha recurrido con frecuencia a los estudios comparados con los sistemas de comunicación animal, sin embargo aún no se ha delimitado qué es innato y qué es social en el lenguaje, entre otras cosas porque no se ha establecido una relación comunicativa entre el estudioso y la especie animal estudiada.

El estudio clásico de Hockett, Curso de Lingüística moderna, 1971, adelantó los rasgos comunes a todas las lenguas (lenguaje verbal humano), algunos de ellos comunes con sistemas de comunicación no humanos como el de las abejas o los gibones. Estas características son las siguientes:

1.1.- CARÁCTER VOCAL/AUDITIVO.

El ser humano posee un aparato fonador que es el responsable de las pautas de sonido que constituyen las señales que se emiten en el lenguaje. Este carácter vocal del lenguaje humano se basa en una onda sonora que imprime características propias a los sistemas vocales, ya que hace a estos evanescentes e imprecisos.

1.2.- RETROALIMENTACIÓN COMPLETA.

El hablante oye todo lo que dice y como consecuencia tiene la posibilidad de rectificar los mensajes erróneos.

1.3.- SEMANTICIDAD.

Los elementos del sistema tienen la capacidad de designar o denotar algo distinto de ellos mismos.

1.4.- DUALIDAD DE PAUTA.

Es una característica específica del lenguaje humano. Exige como requisito el carácter discreto de las unidades lingüísticas. Del continuo fónico los hablantes recortan segmentos que pertenecen a distintas clases.

Esta clase de sonidos (fonemas) son las que poseen el carácter discreto, constituyen un número pequeño en cada lengua y se combinan entre sí de acuerdo con reglas fijas que dan lugar a las unidades asociadas con significado (llamadas, según las escuelas, monemas o pleremas). Los monemas, a su vez poseen carácter discreto. En síntesis, la dualidad de pauta, alude a la organización básica de las lenguas en dos niveles o subsistemas: el fonológico y el morfológico. Esta organización no es otra que la descrita por Martinet como doble articulación: es decir, el hecho de que un enunciado pueda dividirse en fonemas y sonidos y en unidades mayores: lexemas y morfemas. El monema, según su terminología, está formado por un fonema o grupo de ellos que comportan un valor significativo en cuanto pueden diferenciar unidades superiores; mientras que el fonema, unidad mínima de la segunda articulación, es la más pequeña en que se divide un monema, comportando únicamente valor distintivo, pero no significativo. La primera articulación concierne al plano morfológico y la segunda al fonológico.

La doble articulación posibilita una enorme economía asociada con una gran eficiencia y rendimiento.

1.5.- ARBITRARIEDAD.

La arbitrariedad se opone a la iconicidad. Se dice de un signo que es icónico en la medida en que se parece a su denotación en contornos físicos. En la medida en que un signo o un sistema de signos no es icónico se dice que es arbitrario. La relación entre signo y realidad denotada se establece por “acuerdo” y esta relación se vuelve necesaria porque limita socialmente la libertad de creatividad.

La iconicidad no puede confundirse con la identidad. El parecido admite distintos grados hasta llegar al fenómeno de las onomatopeyas que participan de la arbitrariedad del sistema fónico de la lengua a la que pertenecen aunque en la base se trata de un esfuerzo de armonía imitativa.

1.6.- PREVARIACIÓN Y REFLEXIBILIDAD.

El carácter llamado reflexivo por Hockett,, no es otro que la función metalingüística de Jakobson. El lenguaje humano puede ser usado por los hablantes para hablar acerca del lenguaje.

En cuanto a la prevariación, no es otra que la suspensión de la coherencia o congruencia entre el mensaje y lo designado. Cuando la no congruencia se da de forma voluntaria y consciente, lo falso se considera como mentira; si es involuntario, se considera error.

2.- EL CONCEPTO DE COMUNICACIÓN.

Para que exista una verdadera comunicación han de darse necesariamente los siguientes factores: un emisor ha de emitir un mensaje, a través de un canal, en forma de una señal, o signo, que un receptor pueda percibir, descifrar e interpretar. Para ello es necesario que ambos compartan el mismo código en que se cifra el mensaje y que éste remita a un determinado referente. Para que se dé un bucle de retroalimentación, o feedback, el receptor ha de ser capaz de asumir las funciones de emisor y, al mismo tiempo, el anterior emisor puede pasar a receptor. De este modo la comunicación no presupone un sujeto activo frente a otro pasivo, pues mientras que el emisor emite, el receptor decodifica y es, a su vez, emisor potencial.

Ambos integrantes de la comunicación deben compartir en parte su sistema referencial: comunicar algo sobre lo que el receptor carece de información alguna implica que la interpretación del mismo no sea satisfactoria. Según la Teoría de la Información, un sistema de signos óptimo es aquél que consiga transmitir el máximo de información con el mínimo de unidades sígnicas. Cualquiera de los factores que dificultan la comunicación se llama ruido, mientras que todo aquel recurso destinado a subsanar el ruido se conoce como redundancia. El mejor sistema de comunicación por tanto será el que menos posibilidades tengan de ruido y el que mayor número de recursos tenga para redundar el mensaje.

3.- SISTEMAS SEMIOLÓGICOS.

Las unidades constituyentes de cualquier sistemas de comunicación se denominan signos y la disciplina que los estudia es la semiología, de la que se considera fundador a Saussure.

Saussure definió la semiología como la ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social, haciéndola depender de la sicología, porque el signo se localiza en la mente del emisor. Un concepto (significado) se asocia de modo arbitrario con una imagen acústica (significante). La arbitrariedad entre significante y significado se percibe como natural por el hablante, aunque los problemas de significación resultan mucho más complejos que los que surgen de la relación significante-significado. Saussere se centra en el lenguaje verbal y, por eso, la rama más importante de la semiología es la lingüística.

Por otro lado, Peirce concibió la semiótica desde un enfoque más logicista que sociológico, y estudia los distintos tipos de signos: los iconos, que guardan una relación de semejanza con el objeto designado (foto, mapa…); los indicios, que remiten al intérprete hacia algo que ellos mismos no son por su inmediata relación física (humo, fuego) y los símbolos que serían casi en su totalidad convencionales (el lenguaje verbal, en general representa el valor simbólico de los signos, mientras que las onomatopeyas representarían el aspecto icónico).

Hoy ambas disciplinas se funden a menudo en una y llegan a ser realmente sinónimas porque ambas tienen un objetivo común: el del estudio y la clasificación de los sistemas de comunicación y de sus unidades mínimas: los signos.

Un signo es toda aquella sustancia perceptible portadora de significado. Según Reznikov, el signo funciona como vehículo de un significado, como soporte de una información con respecto a un objeto determinado; la relación entre éste y su signo puede ser natural o arbitraria. Los signos se utilizan para percibir, conservar, transformar y retransmitir una información, funcionando como mediatizador entre el hombre y la realidad, hasta el punto de que llega a ser un instrumento capaz de crear una cultura. Umberto Eco llega a firmar que, de hecho, toda cultura se ha de estudiar como un fenómeno de comunicación, de modo que la semiología será la ciencia que estudie todos los procesos culturales en tanto procesos de comunicación.

De esta manera, el semiólogo italiano ha establecido una taxonomía no cerrada de diferentes semiologías: la animal, o zoosemiótica aborda la comunicación entre animales; la semiología olfativa oscila entre los signos naturales como índices –olor a fresco– y los códigos artificiales de los perfumes, por ejemplo; la táctil es un sistema de comunicación muy usado entre los humanos: el beso, el abrazo,…; la semiología gustativa ha sido abundantemente estudiada por el estructuralista Lévi-Strauss en comunidades primitivas, especialmente fundada en antinomias del tipo dulce/ amargo,…; la semiología del gesto, o kinésica, estudia los gestos corporales con valor significativo, así los movimientos rituales de los sacerdotes budistas o hinduistas, la danza, los guiños,…; la semiología del silbido ha sido muy frecuente entre pueblos primitivos y algunos de ellos se conservan como en La Gomera; la de los lenguajes formalizados, como los matemáticos, los lenguajes de programación informáticos, el de la lógica proposicional,… y, evidentemente la semiología lingüística. Como el mismo autor reconoce, esta tipología es provisional: muchas de las semiologías sufren intersecciones, como la gestual y la animal, y otras faltan: la cromática o los sistemas mixtos audiovisuales.

No tiene por qué haber sistema de un sólo tipo de signos: hay sistemas de comunicación mixtos, donde se mezclan signos de diferente naturaleza, como en las artes escénicas. Por otro lado, también es conveniente advertir que la comunicación no precisa de intencionalidad por parte del emisor: ya afirmó Roland Barthes que el hombre es un animal comunicativo porque no puede no comunicar ni dejar de descifrar.

Podemos clasificar los signos según su naturaleza:

· Naturales o índices: No creados por el hombre, pero sí interpretados por éste: así, la fiebre es índice de enfermedad, o el humo, del fuego

· Artificiales: Creados por el ser humano. Pueden subdividirse en:

o Lingüísticos: son los propios de la comunicación verbal humana. Parece en cierto modo demostrado que sin la ayuda de signos lingüísticos sería imposible diferenciar dos objetos o conceptos de forma clara y permanente. Dentro de los lingüísticos se distinguen:

§ Auxiliares.

§ Fundamentales.

o No lingüísticos:

§ Símbolos: son objetos materiales que representan ideas abstractas, funcionan por ejemplificación, alegoría o metáfora y por ello precisan de una convención previa para que sea entendido: así ocurre con la cruz como símbolo del cristianismo.

§ Iconos: no representan ideas abstractas, sino concretas, con la que guardan una relación de semejanza: así una calavera cruzada por tibias en un cartel ante un campo es un icono peligro de muerte; o un muñeco con faldas a la puerta de un servicio es icono de servicio de señoras…

§ Señales: las señales pueden compartir las propiedades de los símbolos o los iconos, pero se diferencian de éstos en que en ellas predominan la función conativa, es decir esperan un cambio en la actitud del receptor, como por ejemplo las señales de tráfico.

4.- FUNCIONES DEL LENGUAJE.

Se suele considerar a K. Bühler como el autor que comienza a solucionar el problema de para qué sirve el lenguaje. En su famoso triángulo se detecta por una parte la función apelativa o de llamada. El emisor actúa sobre el receptor para atraer su atención. No es privativa del lenguaje humano pero en éste suelen crearse formas especializadas como sería el vocativo o el imperativo.

En segundo lugar cabe mencionar la función expresiva, que tampoco es privativa del lenguaje humano. La representativa es exclusiva del lenguaje humano porque con ella no se alude a una relación significante-cosa, sino que por encima de esta relación el ser humano es capaz de una evocación mediata. A la función apelativa le asigna el valor de señal; a la expresiva el de síntoma y a la representativa la de símbolo.

Para Jakobson, a cada factor le corresponde una función, dependiendo de las intenciones comunicativas del emisor:

· Expresiva o emotiva: Es la orientada al emisor. Esta función permite inferir elementos de la subjetividad del hablante. A esta función se vinculan la entonación expresiva y un sinnúmero de elementos paralingüísticos como intensidad, ritmo, pausas del discurso… La modalidad exclamativa es asimismo propia de la función expresiva, así como toda una serie de recursos lingüísticos tales como los diminutivos, aumentativos y despectivos. Entraría también la adjetivación valorativa e incluso la propia selección del léxico.: Estoy alegre.

· Conativa o apelativa: la comunicación se centra en el receptor, esperando un cambio de actitud en éste. Son propios de esta función todos los recursos destinados a influir en el oyente. Su expresión gramatical propia es el vocativo, el imperativo y la modalidad interrogativa: ¡Ven!

· Referencial o representativa o denotativa o simbólica: está orientada al contexto, es decir, a la realidad extralingüística, al referente: Son las dos en punto. La función referencial es la función por la que se comunican contenidos objetivos o, lo que es lo mismo, independientes de la subjetividad del emisor, aunque no por ello han de estar en el mundo real. Es la función característica de la exposición del conocimiento y además es específica del lenguaje humano.

· Fática: es la función orientada al canal y se da en mensajes cuya única finalidad es establecer, prolongar o interrumpir la comunicación, o, simplemente, comprobar que el canal funciona. Las conversaciones sobre el tiempo, las fórmulas ritualizadas son propias de esta función que predominará en un mensaje cuando la información emitida por éste sea muy baja o nula.

· Poética: se da esta función cuando la expresión lingüística atrae la atención sobre su propia forma. Cualquier desviación o extrañamiento con respecto al uso normal pertenece a esta función, sea en el uso cotidiano o escrito. el lenguaje trata de llamar la atención sobre sí mismo. Sus recursos son numerosísimos, desde el puro juego verbal hasta las convenciones poéticas y no se limita a la literatura sino que encontramos ejemplos en muchas expresiones coloquiales. Es asimismo un recurso muy utilizado por la publicidad.

· Metalingüística: se centra en el código y se da cuando empleamos el lenguaje para referirnos al lenguaje. Esta función es exclusiva de las lenguas naturales. Ningún otro sistema de comunicación tiene la capacidad de referirse a sí mismo.

5.- LENGUAJE, LENGUA Y HABLA

Saussure definió el lenguaje como un fenómeno multiforme, físico, fisiológico y psíquico que representa la capacidad propia del hombre para comunicarse por medio de un sistema de signos vocálicos y consonánticos. Tal capacidad supone la existencia de una determinada función simbólica y de unos centros nerviosos genéticamente determinados. Antes que él Humboldt y Gabelentz señalaron una línea similar a la del francés, según veremos al abordar la competencia lingüística.

La Glosemática, por su parte, introdujo un concepto más logicista: para ellos todo lenguaje no es exclusivamente verbal: para que un lenguaje pueda definirse como tal ha de basarse en una axiomática semiótica abstracta, acrónica e ideal y anterior a todo sistema en cuanto lengua y habla. El lenguaje humano se diferencia de otros sistemas semióticos en que presenta un sistema de signos analizable, adelantando el concepto de doble articulación de Martinet.

Para Humboldt, la forma interior del lenguaje es la abstracción que abarca la forma gramatical y los detalles sistemáticos de todas las manifestaciones formales de una comunidad lingüística. En términos similares se expresan Gabelentz y Saussure: para aquél, sprach es la lengua particular de un pueblo, de modo que es interpersonal en una comunidad lingüística; es un sistema dinámico y sus límites sincrónicos dependen de la conciencia del hablante y del criterio del investigador. En definición de Saussure, lengua es el lenguaje actualizado como sistema de signos por una determinada comunidad, de ahí que sea lo social e instituido como un sistema de valores en cuanto supone haber clasificado la realidad de un modo particular.

Para la Escuela de Praga, la lengua es también social, abstracta y homogénea y se define como un sistema ideal de funciones. La Glosemática añade que lengua es el conjunto de relaciones finitas que se establece entre los miembros de un determinado universo semántico: estos miembros no están ligados a referencias materiales en cuanto éstas están ya asumidas en un determinado estado de significaciones. Martinet ahonda en esta última definición, afirmando que el ser humano analiza su experiencia mediante las unidades semánticas y fónicas de su lengua particular. La lingüística norteamericana ha equiparado en gran medida el concepto de lengua al de gramática: así Chomsky afirmó que la lengua es un conjunto ilimitado de oraciones de largura finita que se sirve de componentes también finitos; tal conjunto de oraciones se asocia a una serie de significaciones sociales.

En un último nivel de concreción, el habla supone la actualización de la lengua, limitada por el uso, la adecuación y la costumbre, es decir por la norma. Mientras que para Saussure el habla era asistemática e individual –hoy esto se niega: el habla individual es el idiolecto–, la Escuela de Praga afirma que el habla también puede ser sistemático y el sistema asistemático –así en los verbos irregulares–, además las determinantes contextuales que se dan en las diferentes manifestaciones formales de una unidad funcional pueden erigirse en leyes complementarias del sistema, por ejemplo, la concordancia de un sujeto colectivo en singular en español puede llegar a convertirse en una ley complementaria del sistema del nuestro idioma en casos como La mayoría de los diputados votaron en contra.

6.- COMPETENCIA LINGÜÍSTICA Y COMPETENCIA COMUNICATIVA.

El concepto de competencia hunde sus raíces en la idea de energeia de W. Von Humboldt, a la que define como el eternamente repetido esfuerzo del espíritu humano para hacer capaz al sonido articulado de expresar el pensamiento, y el sprachvermögen de G. von der Gabelentz, que corresponde a la facultad humana del lenguaje.

6.1.- COMPETENCIA LINGÜÍSTICA.

La idea de competencia tiene un punto de partida en las teorías lingüísticas de Noam Chomsky. Para él, la competencia es el sistema de reglas innato e interiorizado que constituye el saber lingüístico de los hablantes. La competencia es universal porque existe un conjunto de reglas comunes a todas las lenguas. Gracias a esta competencia los hablantes pueden producir y emitir un número infinito de oraciones hasta entonces inéditas.

A la competencia universal la acompaña, por un lado, la competencia particular, que atañe a las reglas específicas de cada lengua, y, por otro, la intuición del hablante, por la que éste puede enjuiciar la gramaticalidad de los enunciados que les son presentados. En este sentido, se llegó a equiparar, como hizo Weinrich, intuición con norma lingüística.

Eugenio Coseriu hizo equivalente la competencia particular a la intuición, en el sentido que le otorgaba Chomsky: no sólo es la gramática la que genera expresiones, sino, sobre todo, una intuición que permite al hablante percatarse de la diferencias opositivas que hacen funcionar una lengua. A pesar de algunas afirmaciones, no debe entenderse por la competence chomskiana la idea de lengua de Saussure, pues mientras que ésta es sistemática y estática, aquélla es dinámica y generativa.

Para Badura, la competencia lingüística se compone de un repertorio de signos lingüísticos, una serie de reglas semánticas y una capacidad de manejar y transformar relaciones sintácticas complejas.

Por otra parte, la competencia chomskiana es un sistema cognoscitivo y abstracto de conocimientos que se desarrolla en las primeras etapas de la infancia, de modo que también aquí se acerca a Humboldt a su concepto de cosmovisión de las lenguas, por el que cada lengua implica un modo distinto de estructurar la realidad y consecuentemente una cosmovisión también diferente.

Para Saussure la competencia lingüística compete a la lengua, considerando a esta como un saber dado históricamente. El habla sería la realización de ese saber.

Para Chomsky la lengua se correspondería con el concepto de competencia y el habla con el de actuación.

Por otro lado, Chomsky define la performance, o actuación, como la sucesión de actos de habla sometidos a las influencias y limitaciones de variables extralingüísticas derivadas del uso de la lengua. Sólo a través de la performance se infiere la competencia de un hablante específico.

La diferencia entre ambos autores tiene que ver con el contenido de la competencia y en cómo se da ese saber en los hablantes. Para Saussure el conocimiento de la lengua es inconsciente y consiste más bien en unidades estáticas delimitadas por relaciones paradigmáticas, para Chomsky el conocimiento es intuitivo y consiste en reglas “gramaticales” (no sólo morfosintácticas) de buena formación de oraciones.

Según Coseriu, “una teoría de la competencia lingüística que tenga una base objetiva ha de partir de dos comprobaciones: por una parte que la lengua es una actividad humana universal que los individuos, como representantes de tradiciones comunitarias del saber hablar, llevan a la práctica individualmente; y, por otra parte, que una actividad puede ser considerada como actividad, como el saber en que se basa esa actividad y como el producto de esa actividad”.

Como contenido del saber lingüístico en general, Coseriu distingue tres grados:

1. Saber hablar en general o saber elocucional. Tiene que ver con los principios de congruencia del pensamiento consigo mismo y con el conocimiento de las cosas. Todo hablante espera de los otros emisores un sentido y a la vez espera que los otros lo interpreten de una forma tolerante.

2. Saber idiomático o competencia lingüística particular. Incluye tanto lo dado, es decir, signos dotados de forma y contenido, como procedimientos para que, a partir de lo dado se realice la actividad lingüística.

3. Saber expresivo o competencia textual. Consiste en procedimientos con normas inherentes. Éstas se manifiestan porque el hablante asigna a los textos el juicio de lo apropiado según contexto o situación.

Con respecto a la semanticidad de estos tres saberes, al elocucional corresponde la designación; al idiomático, el significado y al expresivo el sentido, entendiendo que el texto se configura sobre lo idiomático, lo toma como materia, como significante y elabora un significado de orden superior que es el sentido.

6.2.- COMPETENCIA COMUNICATIVA.

Para Badura, la competencia comunicativa se infiere a través de la competencia lingüística. La competencia comunicativa se refiere a las capacidades de comunicación en un determinado contexto sintópico, sinfásico y sinstrático. Tal competencia se divide en dos componentes:

· Componente hermenéutico-analítico: la capacidad de comprender adecuadamente emisiones realizadas en una determinada situación comunicativa. Es este componente el que garantiza la transformación y elaboración de informaciones necesarias para desarrollar una comunicación satisfactoria con los interlocutores de una determinada situación comunicativa.

· Componente táctico-retórico: por el que se procura que los actos de habla estén dotados de una cierta efectividad comunicativa.

En una línea similar, Hymes define la competencia comunicativa como la capacidad de dominar situaciones de habla, de emplear adecuadamente subcódigos sociolingüísticos diferentes del código estándar de la norma particular. Para este autor, la competencia comunicativa supone una serie de saberes que él resume en su modelo SPEAKING, en el que define cuáles son los elementos que el hablante ha de tener en cuenta en su situación comunicativa:

1.S Situación

2.P Participantes

3.E Finalidades u objetivos, (Ends)

4.A Datos, secuencias de actos, (Acts)

5.K Tonalidades, (Keys)

6.I Códigos y canales, (Instrumentalities)

7.N Normas

8.G Géneros, (conversación, discurso…)

Steger completa en cierto modo a Hymes: para él la competencia lingüística se define como competencia social, en cuanto no es más que el conjunto de normas de conducta lingüística del que se derivan de los diferentes usos diastráticos y diafásicos. Este conjunto de normas, como es una convención social, dirige las estrategias de planificación lingüística en la producción y las expectativas en la comprensión. Hartig y Kurz añaden que la competencia social es igualmente dinámica y generativa porque cambia con la evolución de la sociedad al tiempo que adecua sus emisiones a las nuevas situaciones.

Habermas, por su parte, entiende que la distinción chomskiana de competencia y actuación no tiene en cuenta que las mismas estructuras generales de las posibles situaciones de actos de comunicación son producidas por actos de habla. Estas estructuras sirven para situar pragmáticamente expresiones generadas por la competencia y son clasificables como universales pragmáticos que responden al sistema de reglas que las generan.

Tales reglas transforman las frases, o unidades lingüísticas, en enunciaciones, o unidades pragmáticas del discurso, que además de un componente lingüístico tiene otro institucional y social que establece el verdadero sentido pragmático. Por tanto, una teoría de la competencia comunicativa habrá de estudiar las enunciaciones elementales abstraídas de las componentes variables de las situaciones concretas, cuyo estudio queda a cargo de la pragmática empírica.

6.3.- LOS ACTOS DE HABLA

Desde presupuestos distintos Austin y Searle inciden en la misma problemática hasta llegar a la clasificación de los actos de habla.

Los actos que materializan la posibilidad de hablar han recibido la denominación de “actos de habla”.

Estos actos son específicos de los signos, pues lógicamente sólo pueden realizarse con herramientas que constituyan algún tipo de lenguaje.

Se entiende por acto de habla la unidad básica de la comunicación lingüística, propia del ámbito de la pragmática, con la que se realiza una acción (orden, petición, aserción, promesa…).

Esta forma de concebir el lenguaje parte del filósofo británico J. L. Austin, quien en la década de los 40 expuso en sus clases sus investigaciones pragmáticas en torno a la lengua, recogidas luego en su obra póstuma de 1962. El término fue acuñado posteriormente por un discípulo suyo, el filósofo J. Searle, quien perfeccionó y consolidó dicha teoría.

Según Austin, al producir un acto de habla, se activan simultáneamente tres dimensiones:

· Un acto locutivo (el acto físico de emitir el enunciado, como decir, pronunciar, etc.). Este acto es, en sí mismo, una actividad compleja, que comprende, a su vez, tres tipos de actos diferentes:

1. acto fónico: el acto de emitir ciertos sonidos;

2. acto fático: el acto de emitir palabras en una secuencia gramatical estructurada;

3. acto rético: el acto de emitir las secuencias gramaticales con un sentido determinado.

· Un acto ilocutivo o intención (la realización de una función comunicativa, como afirmar, prometer, etc.).

· Un acto perlocutivo o efecto (la (re)acción que provoca dicha emisión en el interlocutor, como convencer, interesar, calmar, etc.).

De este modo, al emitir un enunciado como “te prometo que lo haré” estamos, por un lado, diciendo algo (acto locutivo); prometiendo una acción (acto ilocutivo) y provocando un efecto (convencer de la promesa al interlocutor).

Según esta teoría, los enunciados sirven no sólo para expresar proposiciones con las que describir, constatar, en suma, decir algo, sino también para realizar acciones lingüísticas muy diversas en contexto, por ejemplo, dar una orden o hacer una promesa. La realización de tales actos está sujeta a un conjunto de reglas convencionales, cuya infracción afectará directamente a los efectos comunicativos del acto. Searle propuso una tipología de dichas condiciones; éstas se refieren a las circunstancias y al papel de los participantes del acto de habla, a sus intenciones, así como a los efectos que pretenden provocar. Son las llamadas condiciones de felicidad. Así, por ejemplo, para prometer algo a alguien, hay que ser sincero, dirigirse a un destinatario interesado en la realización de esta promesa, no prometer algo imposible de cumplir o cuyo cumplimiento, por el contrario, resulta evidente, etc.

Searle agrupa los actos de habla en cinco categorías:

· los actos de habla asertivos dicen algo acerca de la realidad: “el teatro estaba lleno”;

· los directivos pretenden influir en la conducta del interlocutor: “no te olvides de cerrar con llave”;

· los compromisivos condicionan la ulterior conducta del hablante: “si tengo tiempo pasaré a saludarte”;

· en los expresivos el hablante manifiesta sus sentimientos o sus actitudes: “lo siento mucho, no quería molestarle”;

· y los declarativos modifican la realidad “queda rescindido este contrato”.

Teniendo en cuenta esta clasificación el número de funciones comunicativas del lenguaje sería muy pequeño. Sin embargo, en lenguas como el castellano se han especializado palabras, expresiones y otros recursos para representar las variedades de ilocución.

En una primera versión de su teoría, Searle establece una relación directa entre la forma lingüística de una expresión y la fuerza ilocutiva del acto de habla que se realiza al emitirla (siempre que ello se dé en las condiciones apropiadas); así, por ejemplo, con un imperativo se estaría dando órdenes, y con una interrogativa, solicitando información. Posteriormente, observa que en muchas ocasiones se da una discrepancia entre la forma lingüística y la fuerza ilocutiva: con una pregunta puede estar haciéndose una sugerencia, o dando un mandato. Ello le lleva a establecer el concepto de acto de habla indirecto, para referirse a los casos en que el significado literal no coincide con la fuerza ilocutiva o intención, como ocurre ante un enunciado del tipo “¿puedes cerrar la ventana?”, donde bajo la pregunta se esconde una intención de petición. Si se respondiera literalmente a este enunciado, la respuesta podría ser un “sí, puedo”. En cambio, al formularla, lo que esperamos es que el interlocutor cierre la ventana.

En la didáctica de las lenguas la teoría de los actos de habla ha servido de base para las propuestas de enseñanza comunicativa. Los programas nociofuncionales elaborados en esta metodología se construyen sobre las nociones y las funciones, conceptos que se inspiran en los actos de habla.

En síntesis, cuando el lenguaje se toma como actividad se distinguen tres planos: el perlocutivo que concierne a un ámbito más general que el de la comunicación intencionada; el ilocutivo que exige la presencia de pautas comunicativas intencionales aunque no necesariamente la utilización de lenguaje verbal; y el locutivo que exige no sólo intencionalidad sino carácter verbal.

De los tres tipos de actos el más debatido es el ilocutivo. Lo que parece evidente es que las lenguas no sólo tienen verbos ilocutivos sino que existen otros recursos, como la entonación o los morfemas. Existen ocasiones, incluso, en las que no hace falta que se marque la ilocución pues se capta sin marcar la intencionalidad subyacente.

Bibliografía básica de los actos de habla

Bertuccelli, M. (1993). Qué es la pragmática. Barcelona: Paidós, 1995.

Escandell Vidal, M. V. (1996). Introducción a la pragmática. Barcelona: Ariel Lingüística.

Slagter, P. (1979). Un Nivel Umbral. Estrasburgo: Consejo de Europa.

Bibliografía especializada

Austin, J. L. (1962). Cómo hacer cosas con palabras. Barcelona: Paidós.

Blum-Kulka, S. (1999). «Pragmática del discurso». En Van Dijk, T. El discurso como interacción social, vol. 2, Barcelona: Gedisa, pp. 67-100.

Kasper, G. & Blum-Kulka, S. (comps.) (1993). Interlanguage Pragmatics. Nueva York: Oxford University Press.

Searle, John (1969).  Actos de habla. Madrid: Cátedra, 1980.