Tema 68 – La poesía española a partir de 1940

Tema 68 – La poesía española a partir de 1940

1. Introducción.

2. Poetas en la península.

2.1. Previos a 1939.

Ínsula vs. Ricardo Gullón

2.2. Poesía española contemporánea

J. Marco

1939-1945.

Postismo / Cántico

Revistas.

D. Alonso: Arraigada vs. desarraigada

M. Mantero

Esteticismo.

Existencialismo.

Poesía Social.

Esencialismo.

Realismo.

Vigencia de la poesía anterior.

J. Mª Castellet: Poetas novísimos

3. Poetas en el exilio.

3.1. Poetas supervivientes.

3.2. Poetas noveles.

4. La poesía desde la Transición.

Clasicismo

Surrealismo

Experimentación vanguardista

Realismo humano

Poesía del silencio

Neobarroquista

Decadentismo esteticista

Neorromanticismo intimista

Erotismo

Nueva épica,

prosaísmo irónico o elegíaco

Poesía de la experiencia

==INTRODUCCIÓN==

Este tema se ocupa de la poesía española contemporánea, asunto difícil de clasificar mediante criterios generacionales puesto que da pie confusiones, pero de aplicar este criterio hablaríamos de tres grupos, la generación del ’35 (o del ’36), la generación del ’50 y la generación de los novísimos, también llamada generación de los ’70 (o del ’68), generación marginada, o incluso “poetas venecianos”.

Joaquín Marco, propone una clasificación diferente, menos confusa, entre los poetas que permanecieron en la península y los que se exiliaron y señala como fecha de ruptura en el cultivo de la poesía española el año 1939, a partir del cual se produce un evidente empobrecimiento que no se superará hasta décadas después.

José María Castellet propone una clasificación diferente, en la que entre 1939 y 1959 sólo distingue una forma de poesía, la de carácter social o realista, cuyo principal representante es Blas de Otero, ejemplo de variedad y evolución poética para Joaquín Marco, la cual es superada en la década de los ’60, de carácter experimental, y culminada en la década siguiente por los “novísimos”, generación que reconoce en su obra Nueve novísimos.

==POETAS EN LA PENÍNSULA===

===Previos a 1939===

Los autores aquí incluidos forman la “Generación del ‘36”, según críticos como Serís, Torre, Ferrán-Testa, Martín Martínez y las revistas Symposium e Ínsula, mientras Ricardo Gullón prefiere denominarlos “Generación escindida”.

Independientemente del apelativo que se les dé, la crítica coincide en la nómina que forma dicho grupo, se trata de Miguel Hernández, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo, Germán Bleiberg, Gabriel Celaya y Blas de Otero, caracterizados por cultivar una poesía de corte conservador con respecto al vanguardismo anterior, al otorgar mayor importancia a la palabra que a la imagen.

Miguel Hernández (1910-1942) Nacido en Orihuela, y con una breve trayectoria vital, cultivó una poesía religiosa de honda serenidad en su juventud (dentro de la tendencia neocatólica), evolucionando con el tiempo hacia la poesía de apasionado compromiso social en su madurez.

Formado por los Jesuitas y en lecturas de clásicos y modernos, facilitadas por el entorno de la tertulia de Ramón Sijé; tras un primer intento fallido por publicar en La Gaceta Literaria de Madrid, publicará al año siguiente (1932) Perito en lunas , colección de poesía de claras influencias gongorinas y calderonianas, que es muy bien recibida por la crítica. En este año conoce a la que será su esposa, Josefina Manresa.

Hasta 1936, en que publica El rayo que no cesa, de carácter más apasionado pero muy clásico, al estar escrito todo él en sonetos, muy influenciados por la poética de Quevedo, escribirá y publicará (respaldado por José Bergamín, entonces director de la revista Cruz y Raya) el auto sacramental Quien te ha visto y quien te ve , además de la Elegía a Ramón Sijé , fallecido en diciembre de 1935 y una serie de poemas para la Revista de Occidente en 1936.

La Guerra Civil le lleva a las trincheras, además de luchar, leerá sus poemas a los combatientes. Durante la contienda se casará, perderá un hijo y compondrá dos libros de poemas:

Viento del pueblo, que publicará en 1937, dedicado a Vicente Aleixandre, y El hombre acecha, que publicará en 1939.

Al final de la Guerra será condenado a muerte por sus actividades políticas durante la misma, y durante el tiempo de prisión hasta su fallecimiento, sigue componiendo. En la cárcel de Madrid, al recibir cartas de su esposa en las que le explica que su hijo sólo tiene para comer pan y cebolla, compondrá las Nanas de la cebolla; de Madrid pasará a la prisión de Palencia, de ésta al penal de Ocaña y finalmente será remitido a la de Alicante en 1941, donde morirá un año después, de tuberculosis.

Cancionero y romancero de ausencias , a modo de diario íntimo que recoge las obras compuestas en prisión, fue publicado póstumamente en 1958; obra de profundo dramatismo y sincera angustia, mezclada con gotas de esperanza, en ocasiones, pero siempre presagiando la muerte y lamentando la distancia con la esposa y el hijo y la falta de libertad.

Luis Rosales, poeta granadino de gran sencillez expresiva, inició su andadura literaria con el libro de sonetos Abril, publicado en 1935 y adscrito a la corriente clásica garcilasista y neocatólica, que recuerda en parte a Cántico de Jorge Guillén. Esta obra se organiza en tres partes denominadas “Vigilia del agua”, sobre el destino del hombre identificado con el destino amoroso, “Primavera del hombre”, construida con el verbo “mirar” como eje, y “Poemas en soledad”, de profundidad existencial.

Continuó cultivando la poesía religiosa, en este caso con reminiscencias medievales, en Retablo sacro de Nuestro Señor , de 1940, pero pronto evoluciona hacia motivos más personales como los recuerdos familiares y amorosos, tal como aparecen en La casa encendida (1949, su obra más destacada, según la crítica, en la que ya no aparecen los metros clásicos de sus primeras obras, al ser sustituidas por el poema largo, fragmentado en unidades de contenido, de carácter narrativo), y en Rimas (1951) con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía.

Otras obras destacadas son: El contenido del corazón (1969), poemas en prosa; Cómo el corte hace sangre (Rimas del último día); Segundo Abril (1972); Canciones , con el que, en 1973, obtuvo (ex æquo con A. Gallego Morell) el Premio Nacional de Literatura Miguel de Unamuno; Diario de una resurrección (1979); La carta entera (1980) y Un rostro en cada ola (1982), todos ellos compilados en 1983 bajo el título de Poesía reunida, en la que se puede apreciar el enfoque pesimista, irónico (a través de un humor ácido) y la profunda soledad que expresa en sus poemas, todo ello lo sitúa en las antípodas de los planteamientos de su primera obra. Formalmente estas obras destacan por el uso del versículo que les otorga cierto carácter narrativo de tipo ensayístico o discursivo.

Este autor gozó de gran predicamento en la década de los ’40, en la que destacó por su originalidad formal y expresiva con respecto al resto del panorama lírico, pero en décadas posteriores pasó desapercibido, hasta la recuperación que se ha producido en los últimos años, integrado en el grupo de autores de posguerra y como modelo a seguir en autores jóvenes, que le ha valido un premio Cervantes, si bien, puede que haya sido sobrevalorado puesto que, aunque no puede negarse su habilidad poética, debe reconocerse cierta monotonía en la creación de imágenes al recurrir a un bagaje personal muy limitado en ese sentido.

Leopoldo Panero (1909-1962) se iniciará en la vanguardia previa a la Guerra Civil, pero se adscribirá al grupo neocatólico. Su primera obra destacable es Versos al Guadarrama (1930-1939) publicada en 1945 en la revista Fantasía de Madrid, y tras ésta aparecerán Estancia vacía (1944), publicada en la revista Escorial, Escrito a cada instante (1949) y Canto personal (1953) en las que interioriza emociones y temas personales, abandonando la corriente neocatólica.

Dionisio Ridruejo (1912-1975) inicia su producción en 1935 con la obra Plural, intensamente barroca, en la producción de este autor, que pasará de posturas neocatólicas a más personales y finalmente de compromiso político-social, se adivina la evolución ideológica desde el falangismo (no en vano contribuyó a la creación del “Cara al sol”, himno falangista) hasta la social-democracia.

Durante los primeros años de posguerra edita Primer libro de amor (1939), Poesía en armas (1940 y 1944, en esta última incluyendo los “Cuadernos de Rusia”), Fábula de la doncella y el río (1943), Sonetos a la piedra (1943), En la soledad del tiempo (1944) y Elegías (1948), mayoritariamente influidas por Pedro Salinas y Gerardo Diego. Predomina en este autor una poesía intimista, de tema amoroso, si bien, nunca negó su adscripción al Régimen durante los primeros años y la creación de poemas de urgencia y de circunstancias.

Ya en la década siguiente Ridruejo se irá apartando de los moldes formalistas para dedicarse a otro tipo de poesía, como la que aparece en los poemas a su hija, recogidos en Los primeros días (1958), aunque también hay que señalar que su producción disminuye a partir de este momento, publicando sólo Cuaderno catalán (1965), Casi en prosa (1972), Cuadernillo de Lisboa (1974) y En breve (1975); en todas estas obras se aprecia el uso de estrofas breves, la adopción de un tono más narrativo y la expresión cargada de nostalgia y escepticismo, mucho más sencilla que en sus primeras obras.

Germán Bleiberg, también de la misma tendencia poética, comenzó publicando Sonetos amorosos (1936), de claro aire garcilasista, para seguir, tras la contienda, la línea personalista y más tarde la social comprometida.

Blas de Otero (1916-1979), uno de los más destacados representantes de la poesía de posguerra, se distingue de los señalados hasta ahora por representar la poesía desarraigada, pues pronto se aleja de los planteamientos neocatólicos iniciales (cultivados en Cántico espiritual, de 1942, Ángel fieramente humano , de 1950, y en Redoble de conciencia , de 1951), para dedicarse a una poesía en la que la divinidad es cantada como destinatario de reproches por la situación personal, social e incluso política, y se muestra una profunda angustia vital, síntoma desgarrador de desolación y vacío en la vida del ser humano, tal como ya cultiva en Ancia (1958), obra en que recopila y aumenta las dos primeras [De hecho su título procede de la primera sílaba de la primera obra y la última sílaba de la segunda]

Con el tiempo este desarraigo se volverá preocupación y compromiso social en obras como Pido la paz y la palabra (1955) y En castellano (1960), que serán publicados, junto a los dos anteriores bajo el título de Hacia la inmensa mayoría (1960), además de en Esto no es un libro (1963) y en Que trata de España (1964) En todas estas obras es evidente la solidaridad hacia los que sufren y la protesta ante el sufrimiento y la injusticia contra los seres humanos, los “compañeros”, no como actitud negativa, sino como acto de fe en el ser humano.

Junto a su obra poética hay que señalar una obra inclasificable, Historias fingidas y verdaderas (1970), redactada en prosa, meditativas unas, ensayísticas otras, algunas de carácter narrativo, descriptivo o lírico, que van más allá del poema en prosa.

La evolución artística y personal de Blas de Otero no es única, lo que lo convierte en representativo de su época es su personalismo, su léxico basado tanto en las fuentes cultas como en las populares, que gusta de los juegos lingüísticos y del collage como técnica creativa, empleando frases prestigiosas, fragmentos literarios y citas poéticas.

Los autores de este momento se debatirán entre la pureza poética y la revolución, que en ambos casos supone una rehumanización, apoyada por la revista Caballo verde para la poesía, donde se publicó el manifiesto a favor de la poesía impura, en el que se rechazaban los dogmatismos. En esta revista colaborarán tanto poetas consagrados como jóvenes, que seguirán el magisterio de Antonio Machado y Miguel de Unamuno, hasta entonces considerados poetas de segunda fila.

===De 1939 en adelante===

En opinión de Joaquín Marco, el año 1939 supone un importante cambio en el panorama literario español, a causa de la guerra, que supone un empobrecimiento general de la poesía, aunque no dejará de cultivarse.

Este crítico distingue dos períodos dentro de este apartado, el primero entre 1939 y 1945, marcado por la publicación en 1944, de las obras Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre, e Hijos de la ira , de Dámaso Alonso; y el segundo a partir de 1945 en que se inicia el postismo (fundado por Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, opuestos a la poesía realista que se cultiva en el momento, y cultivado por autores entonces noveles como Gloria Fuertes, Ángel Crespo y Fernando Arrabal, adscritos a la poesía “subterránea”) y se cultivan gran variedad de tendencias, gracias al desarrollo de las revistas literarias que comienzan a surgir.

El postismo tiene como manifestación primera el número único de la revista Postismo, publicado en 1945, que tiene como continuidad el también único número de la revista La Cerbatana .

El valor de esta tendencia reside en su voluntad de enlazar con las vanguardias de preguerra y en concreto de recuperar el surrealismo, de los que se consideran un movimiento posterior (de ahí su nombre); su máximo logro es abrir una brecha en la poesía conformista y “oficial” del momento, a través del humorismo y de la irreverencia iconoclasta, por lo que a sus iniciadores se les consideró “poetas malditos”.

Gloria Fuertes es una de las autoras de esta tendencia, su primera obra es Isla ignorada (1950), adscrita a la poesía de los años 50, en la que muestra una preocupación comunitaria, que bordea el testimonialismo y presenta preguntas muy directas a Dios, pero en su siguiente obra, Antologías y Poemas del suburbio (1954) se adentrará en la poesía postista a través del cultivo del humor y del patetismo mediante un lenguaje tanto prosaico como culto, que mantendrá en las obras publicadas en la década siguiente, entre las que pueden citarse Todo asusta (1958), Ni tiro, ni veneno, ni navaja (1966), Poeta de guardia (1968), Cómo atar los bigotes del tigre (1968) en incluso en alguna de sus obras posteriores como Sola en la sala (1973) y en Historia de Gloria(1980) Junto a estos títulos deben tenerse en cuenta también los dedicados a la poesía infantil.

Otro de los movimientos poéticos del momento se produce en torno a la revista u hoja de poesía Cántico, publicada en Córdoba entre 1947 y 1949 y continuada tras un lapso entre 1954 y 1957. Ésta fue dirigida por Ricardo Molina, Pablo García Baena y Juan Bernier que la convirtieron en la expresión de otra de las tendencias marginales o “malditas” de la poesía en su primera época pues pretendían seguir la estela dejada por el Postismo, añadiéndole amor, barroquismo y sensualidad; y en aglutinadora de diversidad de tendencias poéticas en la segunda de sus etapas.

Este grupo de poetas, denominado por la crítica “grupo cordobés”, pretenden continuar la labor de algunos de los miembros olvidados de la generación del ’27, como Luis Cernuda, a quien consideran maestro de la nueva poesía castellana.

Ricardo Molina (1917-1968) es el más destacable de los poetas mencionados dentro del “grupo cordobés”, autor de Elegías en Sandua (1948), Corimbo (1949), Elegía de Medina Azahara (1957), La Casa (1966) y A la luz de cada día (1967), quedando inéditos a su muerte Psalmos y Homenaje , que se publicarán en la Antología 1945-1967 de Mariano Roldán en 1976. El título de sus primeros libros de poemas nos da idea de su inclinación hacia la poesía intimista y de reflexión emotiva sobre la fugacidad de la vida, predominando en ellos los tonos apagados, el atardecer, el olvido y el recuerdo hecho lamento, lo cual no le lleva a renunciar a la vida sino a afirmarla con gran convicción, a gozar de la sensualidad y del erotismo directo.

Pablo García Baena se incluye también en este grupo poético, si bien ya había iniciado su andadura editorial con Rumor oculto (1946) y Mientras cantan los pájaros (1948), dentro de la corriente esteticista, pero pasará a cultivar la poesía “maldita” o marginal con Antiguo Muchacho (1950), Junio (1957) y Óleo (1958), caracterizados por un intenso hedonismo, sensualidad y barroquismo al que añade notas de misterio y lamento; tras estos textos no volverá a publicar hasta la década de los ’70 dentro de la poesía del grupo de los novísimos, obras como Almoneda (1971) y sobre todo Antes que el tiempo acabe (1978) Juan Bernier, el tercero de los citados con referencia a la revista Cántico , destaca por dedicarse a temas como el Sur, el deseo, el ser humano, la muerte, el ahondar y Dios, en libros de poemas como Aquí en la tierra (1948), Una voz cualquiera (1959), Poesía en seis tiempos (1977, donde recoge su producción anterior, clasificada en los seis ámbitos temáticos arriba citados) y En el pozo del yo (1982) Sus poemas oscilan entre el lamento y el goce, la emoción y el pensamiento, desde un punto de vista esteticista, que persigue la sonoridad del verso y la hermosura del mundo.

Entre las revistas más destacadas de esta época cabe mencionar Garcilaso (aparecida en 1943), que sigue la línea intimista, nacionalista y líricamente neoclásica propuesta por García Nieto, García Luengo y Pedro de Lorenzo, entre otros. También destacan Proel (surgida en Santander en 1944), en la que participan Vicente Gaos y José Hierro junto al poeta existencial y metafísico José Luis Hidalgo; Espadaña (aparecida en León en 1944) y clasificada por la crítica contemporánea como revista “tremendista”, estaba dirigida por Antonio García de Lama, Eugenio de Nora y Victoriano Crémer (Poeta existencialista cuyo tema principal es la preocupación metafísica por España; Premio Juan Boscán 1951 por Nuevos cantos de vida y esperanza), quienes lograron la colaboración de grandes autores españoles e hispanoamericanos como Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, César Vallejo y Pablo Neruda.

Dámaso Alonso, en su faceta de crítico literario, señala la existencia de una división importante en esta década, la de los poetas arraigados y la de desarraigados. Los primeros, afines al régimen, cultivan la poesía neocatólica, de carácter personal e intimista y se agrupan en torno a la revista “oficial” Garcilaso, por ello y por el uso de estructuras métricas tradicionales (entre las que destaca el soneto), reciben el apelativo de “neogarcilasistas”; mientras los segundos, poetas existenciales más que religiosos, preocupados por la situación que les rodea antes que por sus emociones y preludio de la generación o grupo siguiente, de poesía comprometida, se organizan en torno a las revistas Espadaña y Escorial.

Manuel Mantero en su antología titulada Poesía española contemporánea (1939-1965) señala la existencia de diferentes tendencias en esta etapa de la historia de la poesía española.

La primera de las tendencias es el esteticismo, cuyo punto de partida se halla en la revista Garcilaso y que se caracteriza por pretender ser la manifestación de la poesía del momento, retornar a 1936 y proponer a Garcilaso de la Vega (fallecido 400 años antes, en 1536) como maestro del grupo por su calidad literaria pero también por su peripecia vital, al haber sido militar y haber fallecido en un hecho bélico, que relacionan con la situación histórica que les toca vivir y entienden de forma gloriosa. Formalmente destacan por el uso de sonetos y décimas y el estilo por el amaneramiento; a parte de esto, no les unía el desarrollo de ningún tema común.

El existencialismo es la segunda de las tendencias, cuyo máximo representante es Dámaso Alonso (quien la denomina Poesía desarraigada) con la publicación en 1944 no sólo de Hijos de la ira (en la que se identifica angustia y protesta y clama por la vigencia de la justicia entre los hombres) sino también de Oscura noticia , en el que cultiva ya esta tendencia, muy de moda en Europa y que parece recoger las influencias existencialista que Miguel de Unamuno y Antonio Machado ofrecían antes de la Guerra Civil.

Hijos de la ira (1944) es un libro de carácter religioso (con matices) y de preocupación social, a través de una óptica realista, brutal, casi tremendista, pero con evidentes influencias surrealistas en la aparición de imágenes que rompen con la disposición racional del poema y que son el vehículo del inconformismo y la denuncia que se traduce en el ámbito social (no en el político); en esta obra opone D. Alonso el mundo bien hecho, planteado por la estética triunfalista del garcilasismo imperante en su momento, frente a lo que el autor considera como real y terrible, expresado a través de un léxico antirretórico, de gran fuerza expresiva, y del verso libre, alejado de los metros tradicionales. En Hombre de Dios (1955) se desarrolla la tendencia subjetivo existencialista, muestra la lucha entre el ser humano y Dios, a través de una retórica tremendista.

Seguidores de D. Alonso son los poetas Blas de Otero, José Hierro, Gabriel Celaya, Vicente Gaos, Carlos Bousoño, Rafael Morales, Eladio Cabañero, Julia Uceda y María Beneyto.

Gabriel Celaya, Rafael Gabriel Múgica Celaya, nombre real de este autor que fue poeta existencial antes de la Guerra Civil, con obras como Marea del Silencio (1935) y La soledad cerrada (1936), que en la posguerra destacará por su compromiso social, pero que sabiamente sabrá ir evolucionando al ritmo de las circunstancias históricas como demuestra en Campos semánticos , donde cultiva la poesía experimental.

De su primera etapa de poesía existencial son todavía Movimientos elementales (1947) y Tranquilamente hablando (1947), donde pretende dar una visión general del mundo, en la que se incluye desde lo más mundano a lo más trascendental, sin evadirse, pero afirmando que la existencia está por encima de cualquier limitación.

En los años ’50 cabe destacar obras como Las cartas boca arriba (1951), Lo demás es silencio (1952, poema semidramático), Paz y concierto (1953), Cantos íberos (1955), La resistencias del diamante (1957), Episodios Nacionales (1962), todas ellas de compromiso social e incluso político en las que se adivina una concepción utilista del arte, declarada en el conocido “La poesía es un arma cargada de futuro”, que alcanza rango de manifiesto estético y se convirtió en uno de los textos clave de la poesía de su década.

Pasada la premura de la poesía comprometida, Celaya se adentrará en el terreno de la poesía experimental con obras como la ya citada Campos semánticos, pero también con Función de uno, equis, ene (1973), El derecho y el revés (1973) y Buenos días, buenas noches (1976), además de dedicarse a teorizar sobre poesía y realizar ensayos sobre poetas concretos, incluyendo alguno de sus ensayos en Penúltimos poemas (1982), en la que cultiva lo que denomina “poesía órfica” Su sistema estético queda planteado desde los primeros poemas sobre las bases de la sencillez léxica, a veces cargada de emoción, pero sin caer en retoricismos. En líneas generales este autor se caracteriza por una constante búsqueda de lo auténtico, que queda patente incluso en sus progresivos cambios de nombre, pues comenzó firmando con su nombre civil (Rafael Múgica), pero pronto adoptó el de Juan de Leceta, que fue abandonado por el de Gabriel Celaya.

Independientemente de que lo consideremos autor destacado o no, se trata de uno de los nombres más interesantes de la poesía española contemporánea.

Tal como señala M. Mantero, la poesía social pretende la redención del humilde y la reforma de la sociedad, y para ello presenta tres vertientes:

Vertiente ético-estética, en la que lo humilde es fuente de belleza expresiva y objeto de ternura, como en Canción sobre el asfalto (1954) de Rafael Morales, en la que no aparece finalidad extrapoética alguna.

Vertiente ásperamente crítica con la situación social española, representada por autores como Blas de Otero (ya comentado), Eugenio de Nora y la poetisa Ángela Figuera cuyas primeras obras son de carácter intimista, pero que a partir de los años ’50 pasa a criticar duramente la clase media española, a la que pertenece, a través de obras como El grito inútil (1952) y Belleza cruel (1958)

Vertiente de poesía dirigida a las masas, que cultiva también Blas de Otero. Es posible que esta vertiente, junto con la anterior, sean un intento de poesía nacional combativa y desafiante frente a la sociedad española de su momento (en opinión de ManuelMantero), lo cual la abocaría al fracaso, pues la poesía, por definición, es la manifestación de la subjetividad del poeta, no de la objetividad del colectivo.

El esencialismo no es un movimiento poético sino una constante que aparece y desaparece en la lírica española contemporánea, según se interesen los autores por los grandes temas de la humanidad o prefieran centrarse en lo cotidiano y cercano al poeta. A lo largo de esta etapa uno de los grandes temas recurrentes es el de Dios, enfocado desde tres posibles ángulos, y relacionado con él el de la Muerte.

* Dios como objeto de oración, en acción de gracias como en José García Nieto; como concepto que relaciona al hombre con la muerte, con la infancia, con la esperanza y con el amor en R. Montesinos; como Providencia y armonía creadora, glorificador del cuerpo del ser humano a través de la resurrección, del cual el poeta es el emisario y sacerdote, en José María Valverde.

* Dios como lucha y duda metafísica, tal como queda plasmado en Arcángel de mi noche (1944) de Vicente Gaos, primer poeta joven que abordó este tema en el que 14 de 39 la figura de Dios se entiende por igual como misterio y como tortura y el poeta se revela contra éste y le grita. También José Luis Hidalgo, en Los muertos (1947), y Blas de Otero, en Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951), cultivaron esta vertiente.

* Dios como elemento cotidiano, como visitación que puede ser recíproca y que se expresa sin violencia, no como lucha, sino como conversación diaria, tal como aparece en Tema fundamental (1961) de Concha Lagos, Hombre nuevo (1961) de Mariano Roldán, Extraña juventud (1962) de Julia Uceda y Sonido de Dios (1962) de María Elvira Lacaci.

Otro de los temas esenciales que se cultivan en la poesía española contemporánea es el tema de España o el amor a España (que encontramos en Eugenio de Nora con España, pasión de vida [1953] y en Victoriano Crémer con Nuevos cantos de vida y esperanza [1952-55]), desde el imperativo histórico, desde la adaptación al paisaje, desde el misionalismo social, desde la crítica política (cultivada por autores como Gabriel Celaya, Ángel Crespo, Jesús López Pacheco, Carlos Sahagún y Ángela Figuera, autora de Belleza cruel (1958)) o desde la pasión religiosa, en la que se desarrolla la idea de España como divinidad, siendo su máximo representante Carlos Bousoño con Subida al amor (1945) En poesía contemporánea se produce también una tendencia de acercamiento a la realidad, denominada realismo, basada en las constantes de la literatura española de todos los tiempos:

Sobriedad, creación de la obra poética para la mayoría o para la colectividad, nunca para las minorías elitistas, la base narrativa que huye de la excesiva imaginación, para crear una nueva épica, y el tradicionalismo, esta vez basado en temas universales y/ o esenciales (Amor, muerte, Dios, infancia, paisaje, dolor, amistad, vida cotidiana, etc.)

La última poesía realista se decanta por el realismo estético y narrativo, en el que se combina lo individual y lo objetivo, como en Hombre nuevo (1961) de Mariano Roldán, El caballo (1952) de Lorenzo Gómis, Sonido de Dios (1962) de M. Elvira Lacaci, Una señal de amor (1958) y Recordatorio (1961) de Eladio Cabañero, La soledad de siempre (1958) y Tema fundamental (1961) de Concha Lagos, Extraña juventud (1962) de Julia Uceda, Las brasas (1960) de Francisco Brines, y Ciudad de entonces (1962) de Manuel Alcántara.

Junto a todas estas tendencias hay que señalar que también se mantiene vigente la poesía anterior, en la que destacarán autores como Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Jorge Guillén y Luis Cernuda.

Juan Ramón Jiménez cultivará en la década de los ’40, con La estación total (1946) y Animal de fondo (1949) la poesía realista desde una vertiente particular, calada de espiritualismo y de atención al paisaje español como símbolo.

Vicente Aleixandre publicará en 1944 Sombra del paraíso , en el que muestra un mundo incontaminado, un edén, pero las obras siguientes se acercarán a la poesía comprometida, de carácter individual en Historia del corazón (1954) y de carácter social o colectivo en En un vasto dominio (1962), pero sin abandonar el esencialismo, pues uno de los temas centrales es el de la vida y la muerte.

También Rafael Alberti crea obras esencialistas a partir de la Guerra Civil, en las que además plasma la añoranza y amor a la patria, como en Entre el clavel y la espada (1939-1040), o da una visión del mundo como en A la Pintura (1945-1952), se centra en el tema de la infancia y la tierra en Recuerdos de lo vivo lejano (1948-1956) o se dedica al mar, símbolo de su infancia y juventud en Ora marítima (1963) Gerardo Diego, también poeta del ’27, continúa con su poesía esencialista en Alondra de verdad (1941), Soria (1948) y Amor solo (1958), combinándola con el realismo basado en el paisaje, la historia, lo cotidiano y lo doméstico en Mi Santander, mi cuna, mi palabra (1961) Pedro Salinas influye en los poetas contemporáneos españoles a través de su estilo y personalidad, más que a través de su técnica. Sus últimas obras son El contemplado (1946), Todo más claro (1949) y Confianza (póstuma, en 1954) Jorge Guillén, desde su exilio mexicano, publica la cuarta edición de Cántico (la primera fue en 1928), con el título de Clamor y formada por tres partes: Maremagnum (1957), Que van a dar a la mar (1960) y A la altura de las circunstancias (1963), todas ellas dentro de la tendencia al esencialismo que ha caracterizado a su poesía siempre, pero cada vez más próximas a la visión realista-cotidiana, que le otorga cierto pesimismo.

Luis Cernuda encuentra su estilo en esta última etapa, con obras como Como quien espera el alba (entre 1941 y 1944), en el que trata temas esenciales como la noche, el amor, la muerte, el tiempo y la nostalgia de Andalucía, poesía íntima que no pretende ir más allá de lo personal y que por lo tanto, resulta antisocial.

José María Castellet es responsable de la edición de la antología poética titulada Nueve novísimos poetas españoles (1970), cuya polémica otorgó una inusitada repercusión de la poesía y de estos poetas en concreto, en los medios de comunicación del momento. En esta obra, Castellet pretendía describir las nuevas tendencias poéticas señalando en ella los siguientes rasgos:

– Contraposición u olvido voluntario de la influencia literaria española, sustituida (si lo es por alguna) por la extrajera: Thomas S. Elliot, Ezra Pound, Saint Jonh Perse, Yeats, W. Stevens, los surrealistas franceses y a algunos hispanoamericanos como OctavioPaz, Oliverio Girondo y Lezama Lima.

– Despreocupación ante las formas tradicionales, para practicar la libertad total, sin tomar como referencia ninguna preceptiva ni modelo estético fuera de la base rítmica verbal del castellano que emplean Pere Gimferrer y Guillermo Carnero.

– Aplicación de técnicas surrealistas como la escritura automática, las técnicas elípticas (sincopación, collage) para evitar el discurso lógico, romper la expresión silogística y crear una ilógica razonada (en Félix de Azúa, Vázquez Montalbán, José María Álvarez, Guillermo Carnero y Ana María Moix) o un campo alógico (en poemas de Martínez Sarrión, Pere Gimferrer, Vicente Molina-Foix y Leopoldo Panero), cuya lectura exige un esfuerzo visual más que racional.

Si para unos el collage es la incorporación anónima de versos de otros poetas como posible expresión nostálgica de la relación con la propia experiencia cultural, como en Pere Gimferrer, en otros, como José María Álvarez se realiza a través de citas que preceden a los poemas y que pretenden insertarlos en un contexto histórico determinado, en el cual, incluso las discontinuidades suponen una línea constante. Por otra parte M. Vázquez Montalbán hace un uso más “pop” de la técnica del collage pues se sirve de letras de canciones, frases publicitarias y fragmentos de discursos (entre otros), y Leopoldo Panero recurre a recortes de prensa y revistas.

– Introducción de elementos exóticos y artificiosidad que les vale el apelativo de “poetas de la coqueluche” a Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina-Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero, por parte de los autores consagrados, debido a su afán provocativo e insolente. Alguno de los autores más destacados en el uso del exotismo y la artificiosidad son Pere Gimferrer y Guillermo Carnero, mientras Félix de Azúa y Vicente Molina-Foix cultivan el orientalismo y recurren a la exaltación de ciudades lejanas y desconocidas, a nombres fonéticamente evocadores, a la descripción de fiestas y disfraces, al uso de mitos clásicos y de fábulas medievales que devuelve al lector a una literatura gótica o modernista, que huye de lo español y que se refugia en el cine norteamericano, la televisión, la publicidad y el cómic.

– La doble interpretación del fenómeno “camp” (pronto superado) origina tensiones internas en el grupo, pues por un lado consideran que este fenómeno les permite defender la existencia de una poesía nacida de la cultura popular (que supone la revalorización de materiales tradicionalmente considerados no poético, por parte de M. Vázquez Montalbán, José María Álvarez y Ana María Moix), mientras la mayoría considera que se trata de la aristocratización de los mitos populares, en una práctica

de snobismo positivo.

Otro de los rasgos que crea tensiones internas es la diferente toma de posturas entre los que defienden la experimentación sobre la estructura del lenguaje (Martínez Sarrión, Félix de Azúa, Vicente Molina-Foix) y los que pretenden la desmitificación del lenguaje cotidiano a través del uso cotidiano de tópicos, frases hechas o descuido consciente del lenguaje escrito, como cultivan Manuel Vázquez Montalbán, José María Álvarez, Ana María Moix y Leopoldo Panero. Al contrario que todos ellos, Pere Gimferrer y Guillermo Carnero otorgan al lenguaje un valor rítmico sobre el que desarrollan su lenguaje poético.

Pere Gimferrer es posiblemente el autor del grupo más elogiado por la crítica, a pesar de su escasa producción en lengua castellana, por su obra Arde el mar (1966) que es un canto a la adolescencia no vivida, a la que le precedió Mensaje del tetrarca (1963) y le siguió La muerte en Beverly Hills (1968) plenamente “camp” y centrado en el mundo del cine, siempre presente en su poesía.

Este autor se caracteriza por su vasto bagaje cultural así como por su frialdad expresiva, disfrazada por el barroquismo y el surrealismo a los que tiende claramente. Formalmente ha evolucionado desde lo tradicional hacia la libertad del poema en prosa en su último libro en castellano.

Guillermo Carnero se dio a conocer entre 1967 y 1970, siendo de sus primeras obras Dibujo de la muerte (I967) cuyo título sorprendió gratamente a la crítica. Más tarde publicó El sueño de Escipión (1971), Variaciones y figuras sobre un tema de La Bruyère (1974) y El azar objetivo (1975), que reunió bajo el título genérico de Ensayo de una teoría de la visión (1979), a partir del cual se dedicó a los estudios filológicos.

Manuel Vázquez Montalbán ha cultivado tanto la lírica como la narrativa, destacando más en esta última. Dentro de su producción poética cabe citar Una educación sentimental (1967), Movimientos sin éxito (1969), Coplas a la muerte de mi tía Daniela (1973), A la sombra de las muchachas sin flor (1973), Happy end (1974) y Praga (1982), en las cuales se encuentra siempre un trasfondo autobiográfico que pretende mostrar las circunstancias de su generación y que le entroncan con la poesía de la década de los ’60 (comprometida socialmente) si bien se distingue de ella por el uso de procedimientos expresivos como la atención a elementos de la cultura popular.

José María Álvarez es un poeta revolucionario y populista, que ha despreciado a sus compañeros de antología por su pobreza literaria y su reaccionarismo político, por ello resulta extraño que fuera incluido en la nómina de los novísimos. Se inició como poeta social pero pronto renegó de dicha tendencia, publicando en 1965 Libro de las nuevas herramientas , que más tarde editará modificado y realizará una selección de sus poemas en 87 poemas (1970), a la que le seguirá la primera edición de Museo de cera (1974), reeditada en 1978 como Museo de cera (manual de exploradores) Antonio Martínez Sarrión es un autor de rasgos surrealistas que incorpora influencias de otros autores y demuestra su amplia cultura en textos como Teatro de operaciones (1967), Pautas para conjurados (1970), Una tromba mortal para los balleneros (1975) y los cuadernos Ocho elegías con pie en versos antiguos (1972) y Canción triste para una parva de heterodoxos (1976) En Horizonte desde la rada (1983) parece situarse en un nuevo camino de exploración lírica a través de la acentuación del realismo y la recuperación del sentimentalismo y el humorismo burlesco y crítico.

Félix de Azúa comenzó con Cepo para nutria (1968), El velo en el rostro de Agamenón (1970), Edgar en Stepahne (1971) y Lengua de cal (1972) una producción lírica muy intensa que ha ido decayendo y distanciando en los últimos años, con obras como Pasar y siete canciones (1978) y Farra (1983), mientras Leopoldo María Panero ha cultivado una poesía a espaldas del mundo, cargada de escepticismo como se comprueba en Así se fundó Carnaby Street (1970), Teoría (1973), Narciso (1979), Last river Together (1980) y Dioscuros (1982), que persigue siempre la provocación y la automarginación. Por último Ana María Moix es la de menor producción poética de este grupo, pues tras publicar los breves Baladas para el dulce Jim (1969), Call me Stone (1969) y No time for flowers (1971) pasó a dedicarse a la prosa poemática y a veces narrativa; en cuanto a Vicente Molina-Foix, incluido también en la antología, ha relegado su faceta lírica a favor de la narrativa.

==Poetas en el exilio==

===Poetas supervivientes===

Dentro de la clasificación de Joaquín Marco entre poetas en la península y en el exilio, cabe distinguir un primer grupo de autores que ya habían publicado antes de exilarse (algunos de ellos con gran éxito, como Juan Ramón Jiménez, Jorgeue Guillén, Emilio Prados y Luis Cernuda), que aquí considero bajo el epígrafe de “poetas supervivientes” y un segundo grupo de poetas noveles o que Entre los poetas supervivientes destacan Juan Gil Albert, Arturo Serrano-Plaja, José Herrera Petere, Carlos Bousoño, José María Valente y León Felipe CaminoLeón Felipe, algunos de ellos más conocidos y publicados en el exilio que en nuestro país. En todos ellos destaca el tema de la preocupación por España, el recuerdo de la Guerra Civil y la recuperación del pasado.

El alicantino Juan Gil Albert, que publicó antes de la contienda Misteriosa presencia (1936), Candente horror (1936) y Los hombres ignorados (1939), siguió publicando en el exilio obras llenas de vitalismo y de añoranza del mediterráneo, formalmente muy próximas a la producción lírica de Luis Cernuda.

Arturo Serrano-Plaja, que publicó antes de la guerra Sombra indecisa (1932), Destierro infinito (1936) y El hombre y el trabajo (1938) y que ha logrado renombre como novelista, está en este apartado como autor de Versos de guerra y paz (1945), Pocas el Americano (1948) y Galope de la muerte (1968) en los que cultiva una poesía de compromiso ideológico que evoluciona hacia el existencialismo y la religiosidad, que reflejaría la peripecia vital de este autor a partir del exilio argentino (en Buenos Aires), en el que poco a poco renuncia al combate y se acerca a la reflexión.

A su regreso a España publicará La mano de Dios pasa por este perro (1965) José Herrera Petere pseudónimo de José Emilio Herrera Aguilera (Guadalajara 1909-Ginebra 1977) es autor de poesía en castellano y en francés, siguiendo una estética surrealista en sus inicios en tono a la revista La Gaceta literaria en 1931, pero que pronto evoluciona hacia el compromiso en Guerra viva (1938), publicada antes de la contienda civil, en la que participó de forma activa y como autor, componiendo romances y  canciones a favor de la causa republicana, que más tarde fueron recogidos en el Romancero General de la Guerra Civil y en el Romancero General de la Guerra de España . Ya en el exilio, primero en París y después en México (hasta 1947, momento en que se traslada a Ginebra), donde entró en contacto con otros exiliados españoles, se tornará combativo con respecto a la vida cotidiana, en una evidente manifestación de inseguridad frente a la nueva situación que le toca vivir.

Sus obras en el exilio mexicano son Romances amorosos del siglo de Oro (1942) y Rimado de Madrid (1946), mientras que sus poemas en Ginebra abandonarán el compromiso social y político para centrarse en la experiencia propia y cargarse de lirismo, si bien se trata de obras en publicadas en edición bilingüe (francés-español) Carlos Bousoño (Asturias 1923) poeta, crítico y profesor universitario en Estados Unidos desde 1947, había publicado antes de su “exilio” Subida al amor (1945) en que combina la poesía social con la metafísica o existencialista (poesía desarraigada), que siguió, aunque más cerca del misticismo con Primavera de la muerte (1946), reeditada, junto a la primera obra, bajo el título de Hacia otra luz (1950), pero siguió cultivando la poesía basada en la experiencia en títulos como Noche del sentido (1957), Invasión de la realidad (1962), Oda en la ceniza (1967, Premio de la Critica), Las monedas contra la losa (1973, Premio de la Crítica), Metáfora del desafuero (1988, Premio Nacional de Poesía) y El ojo de la aguja (1993) En todas estas obras ha evolucionado entre el realismo y el simbolismo, sin abandonar totalmente el enfoque existencial, pero comprometiéndose más en sus posturas.

José Ángel Valente (1929-Ginebra 2000) comenzó cultivando la poesía religiosa o neocatólica del grupo garcilasista en Hombre de Dios (1945), para luego decantarse por la poesía de confesión personal como en A modo de esperanza (1955, Premio Adonais), Poemas a Lázaro (1960), Años inciertos (1961) y La memoria y los signos (1966), en el exilio y cercana a la poesía joven del momento (generación de los ’50 y ‘60) aunque sin caer en la coloquialidad que caracteriza a esos autores.

En esta primera etapa de su producción destaca el tema de la muerte y la angustia existencial, desde un punto de vista cernudiano, alegórico, que le lleva a la búsqueda de la identidad individual y colectiva, en la que el amor es la salvación.

Su segunda etapa está representada por obras como Siete representaciones (1967), Breve son (1968) y El inocente (1970), a partir de la cual el lenguaje buscará la fragmentación, influenciado claramente por la mística hebrea y de San Juan de la Cruz, que se hace evidente en Treinta y siete fragmentos (1971) e Interior con figuras (1976), donde mezcla verso y prosa.

Toda su obra ha sido recogida en dos volúmenes, el primero bajo el título Punto cero (1953-1976) y el segundo Material memoria (1977-1992), a partir del cual su producción cae en la deconstrucción como se comprueba en Tres lecciones de tinieblas (1980), Mandorla (1982), El fulgor (1984) y No amanece el cantor (1992), donde los temas principales son el amor y el erotismo. Su obra póstuma Fragmentos de un libro futuro (2001) aúna cotidianidad y poesía trascendente.

León Felipe es el pseudónimo del zamorano Felipe Camino (1884-1968), el mayor de los poetas de la generación del ’27, autor de Versos y oraciones del caminante, publicado entre 1919 y 1929, como obra anterior a la Guerra Civil. Su producción lírica entre la influencia bíblica inicial y la de los mitos literarios, entre la religiosidad del neocatolicismo de la primera época y el compromiso social de obras como Drop a star , publicada en México en 1933, donde se había establecido.

Al estallar la Guerra Civil española regresa a la península para apoyar la República, pero en 1938 se ve obligado a huir y se establece de nuevo en México, donde publicará La insignia (poema de guerra) y Ofrenda, ambas leídas en público; otros poemas son El payaso de las bofetadas (1938), El pescador de caña (1938), El hacha (1939), Español del éxodo y del llanto (1939), El Gran Responsable (1940), El poema prometeico (1942), Ganarás la luz (1943, de carácter biográfico), España e hispanidad (1947), Llamadme publicano (1950), El ciervo (1954) y Oh, este viejo y solo violín (1968)

===Poetas noveles===

Los poetas Juan Rejano, Antonio Aparicio, Adolfo Sánchez Vázquez, Francisco Giner de los Ríos, Tomás Segovia y Luis Rius comenzaron a publicar una vez llegados al exilio y forman la segunda generación de exilados, a pesar de lo cual, continúan plasmando en sus textos el desarraigo de haberse de alejar de su tierra de origen. Por lo general estos autores fallecieron sin haber logrado el reconocimiento merecido en la península, por lo que su obra es prácticamente desconocida para nosotros.

Como rasgos comunes a estos autores deben señalarse la pérdida de personalidad poética, que cuesta de recuperar una vez en el exilio, y el tema común de la preocupación por España, a partir de los recuerdos en torno a la Guerra Civil y el anhelo por recuperar el pasado perdido, en tono de profunda nostalgia y evocación.

El poeta andaluz Juan Rejano (1903-1976 México, cuando preparaba su regreso a España), que inició su andadura literaria durante los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil en revistas andaluzas, fue durante mucho tiempo un desconocido para la literatura española, aunque publicó entre la década de los ’40 y los ’60 más de una docena de obras líricas, recuperadas en España, en una edición antológica titulada Poesías, de forma póstuma en 1977.

Una vez establecido en su exilio mexicano, este gran poeta cultivó durante un tiempo poesía dedicada a la preocupación por España, pero a medida que pasa el tiempo se decanta por la expresión de vivencias personales y temas universales, esto es, evoluciona hacia el esencialismo poético, generalmente en torno al amor y la gratitud a los amigos, donde se hallan los textos más esperanzados. Formalmente se decanta por los metros tradicionales. Sus obras más destacadas son Fidelidad del sueño (1943, volumen compuesto por Memoria en llamas y el propio Fidelidad del sueño ), Víspera heroica (1947), El oscuro límite (1948), Noche adentro (1949) y Constelación menor (1959)

El sevillano Antonio Aparicio (1918) publicó su primera obra lírica durante la Guerra Civil, tras la cual se exilió primero en Chile, más tarde en Londres y por último en Venezuela, antes de regresar a España. Su obra más destacada Fábula del pez y la estrella fue publicada en Buenos Aires en 1946, mientras que en Chile editó uno de sus dos panfletos, con el título de Cuando Europa moría , el segundo editado en París en 1952, con el título de El rayo baja la tierra. El resto de su producción ha sido editado de forma dispersa en revistas, antologías y libros colectivos. En cuanto a Fábula del pez y la estrella , hay que señalar su tendencia esencialista por tratar dos grandes temas, el amor y la muerte y su división en cinco partes, además de su intención evocadora, más dolorosa y más comprometida con el ser humano a medida que avanza el texto, de manera que en las últimas partes del mismo evoluciona hacia posturas más vitales.

El estudioso Francisco Giner de los Ríos destaca por la antología Las cien mejores poesías del destierro además de por su producción propia, en la que destaca sobre todo el tema de la preocupación por España, junto con grandes temas (dentro de la corriente esencialista) como el amor y la muerte, además de las experiencias personales en las que destaca la amistad con otros exiliados poetas y la alabanza a sus obras o su persona. Entre las obras de Giner de los Ríos cabe señalar La rama viva (1940), Pasión primera (1941), Romancerillo de la fe (1941), Los laureles de Daxaca (1948), Poemas mexicanos (1958), Llanto por Emilio Prados (1962) y Elegías y poemas españoles (1966)

El valenciano Tomás Segovia (nacido en 1927) ha vivido el exilio desde su infancia primero en Francia (1937), luego en Marruecos y por último en México, que considera su país de adopción, donde cultivó poesía meditativa y de experiencias amorosas personales que rozan lo erótico, como La luz provisional (1950), Apariciones (1957), Luz de aquí (1958), El sol y su eco (1960) y Anagnórisis (1967); Su obra Casa del nómada (1994) reune los libros Partición , Lapso (1986) y Orden del día . Otras de sus obras son Figuras y secuencias (1979), Cantata a solas (1985), Noticia natural (1992) y Fiel imagen (1996)

El filólogo Adolfo Sánchez Vázquez se caracteriza por la inclinación surrealista de su obra El pulso ardiendo (1942) y Luis Rius publica Canciones de Vela (1951), Canciones de ausencia (1954), Canciones de amor y de sombra (1965) y Canciones a Pilar Rioja (1968)

==La poesía desde la Transición==

1975 es una fecha de suficiente trascendencia política como para tomarla como referencia en el estudio de la evolución lírica española, si bien, no supuso un cambio estético con respecto a lo practicado hasta entonces sino la coexistencia de diferentes tendencias y generaciones (los novísimos, la poesía experimental, el regreso de alguno de los exilados) En general se cultiva una poesía muy personal, que dificulta la adscripción de los nuevos autores a grupos poéticos o tendencias concretas, siendo su característica más común la voluntad de distinguirse con respecto a los novísimos o grupo poético de los ’70 (o del ’68), si bien mantienen su interés por el lenguaje y creen, como ellos, en la autonomía del arte.

Las tendencias más destacadas que se cultivan a partir de la Transición son:

Clasicismo, de tono severo e intimista, que se sirve formalmente de los metros tradicionales, como el soneto, las liras y las décimas, pero también de lo más innovador, como el verso libre y la experimentación léxica y rítmica. Los autores adscritos a esta tendencia, como Luis Alberto de Cuenca, Jaime Siles, y Luis Antonio de Villena muestran una importante influencia de Cernuda, si bien, cada uno de ellos presenta caracteres propios.

Luis Alberto de Cuenca (Madrid 1950), uno de los máximos representantes de esta corriente y gran experto en mundo grecolatino, podría considerarse escritor de raigambre deliberadamente libresca en sus inicios, con Los retratos (1971) y continua con Elsinore (1972), Scholia (1978) y Museo (1978), que lleva a cabo una interesante labor de experimentación poética durante la década de los ’80, en que publica Necrofilia (1983) y La caja de plata (1985, Premio de la Crítica 1986), que pronto abandona para cultivar una poesía de signo urbano, desenfadada, llena de humor y elementos cotidianos, más vital, como queda patente en El otro sueño (1987), El hacha y la rosa (1993), Por fuertes y fronteras (1996), y El bosque y otros poemas (1997) Reunirá toda su obra poética, a excepción de su primer libro en Los mundos y los días. Poesía (1972-1998) Su último libro de poemas es Sin miedo ni esperanza (2002) Luis Antonio de Villena (Madrid 1951) armoniza en su lírica el culturalismo, las reflexiones estéticas, el erotismo, la influencia de Cernuda y las huellas del clásico Cátulo y las del griego moderno Kavafis. En sus obras se aprecia un deliberado alejamiento de la realidad a través del refinamiento estético sobre todo en sus dos primeros libros Sublime solarium (1971) y El viaje a Bizancio (1976 y 1978) en los que se aprecia cierto decadentismo e irracionalismo; en los dos textos siguientes, Hymnica (1979) y Huir del invierno (1981 Premio de la Crítica), La muerte únicamente (1984), Como a lugar extraño (1990) y Marginados (1993)  El volumen que recoge toda su producción hasta 1989 es La belleza impura. Poesía 1970-1989 (1995), si bien, tras este ha seguido publicando obras como Asuntos de delirio (1996), Celebración del libertino (1998. XIX premio de poesía Ciudad de Melilla) y Las herejías privadas (2001). En general, se caracteriza por buscar la belleza en los objetos (incluso el cuerpo humano) y en las palabras, si bien enfoca esta búsqueda con cierto escepticismo. La evolución literaria de esteautor le acerca cada vez más a planteamientos vitalistas y a la aparición de la experiencia personal en sus poemas, llegando incluso al autobiografismo, algo marginal, ácido e irónico.

Jaime Siles (Valencia 1951) Poeta que podría haber sido incluido en el grupo de los novísimos, pero que ha sido considerado dentro de los autores de la tendencia posterior, ha evolucionado desde el barroquismo (manifestación del clasicismo) hacia el minimalismo expresado en poemas breves y densos, cercanos a la poesía pura con cierto matiz reflexivo. Su primera obra Génesis de la luz (1969) ya combinaba el barroquismo con el surrealismo, mientras en Biografía sola (1971) se acercó a la poesía conceptual y abstracta, que cultivará también en las posteriores Canon (1973 Premio Ocnos) y Alegoría (1977), que recopiló en Poesía 1969-1980 (1983), posterior a esta obra de recopilación, publica Música de agua (1983 Premio de la Crítica), Poemas al revés (1987), Columnae (1987), Obra poética 1969-1989. La Realidad y el Lenguaje (1989 Premio Internacional Loewe de Poesía), Semáforos, Semáforos (1990), Himnos tardíos (1990), El Gliptodonte y oras canciones para niños malos (1990) y Poesía 1969-1990 (1992) Surrealismo formal, a través del cultivo del verso libre y el versículo como en Blanca Andreu, origen de un movimiento poético femenino interesante (Amalia Iglesias Un lugar para el fuego , Mercedes Escolano Marejada y Las bacantes , Luisa Castro Odisea definitiva y Los versos del eunuco ).

Esta autora coruñesa (1959) se inició en poesía con De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall (1980, Premio Adonais), al que siguió Báculo de Babel, que obtuvo en 1982 el Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo, y Capitán Elphistone, que apareció en 1988, estas tres obras fueron recopiladas bajo el título El sueño oscuro (1994). En su primera obra las palabras olvidan su significado original y se produce una esculturización del lenguaje, la producción de un “superlenguaje” en el que se basa toda su fuerza lírica, cuya solemnidad recuerda mucho a la de Saint-John Perse.

Báculo de Babel es una investigación profunda sobre las posibilidades de este nuevo lenguaje creado, mientras su tercera obra se acerca a un mundo de ficción que roza lo narrativo. Su más reciente poemario es La tierra transparente (Premio Laurea Mela 2001) Experimentación vanguardista, prolongada desde la generación de los ’70 pero menos audaz, cultivado por autores como Ángel Muñoz Petisme en Cosmética y terror (1984) y en otras tendencias a través de técnicas de creación como el collage y los experimentos visuales. Estrechamente relacionadas con esta tendencia se hallan la metapoesía de Guillermo Carnero, Jenaro Talens y Jorge Urrutia, que reflexionan sobre la misma poesía, y el sensismo en el que destacan Fernando Beltrán y Miguel Galanes, que se oponen al cultismo imperante en su momento a través de poesía urbana y enfoques éticos.

El semiólogo gaditano y teórico de la literatura Jenaro Talens es autor de En el umbral del hombre (1964), Los ámbitos (1965 finalista del Premio Adonais), Vísperas de la destrucción (1970), Ritual para un artificio (1971), El vuelo excede el ala (1973), El cuerpo fragmentario (1977, su obra preferida, a pesar de haberle granjeado fama de “raro” por ser, en opinión de la crítica, el libro más abstracto y difícil de su trayectoria), Reincidencias (1979) y Otra escena/ Profanación(es) (1980 Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana) recogidos en los volúmenes Cenizas de sentido 1962-1975 (1989) y El largo aprendizaje 1975-1991 (1991) Su producción más reciente contempla obras como Orfeo filmado en el campo de batalla (1994 Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana), Viaje al fin del invierno (1997 con el que logró el Premio Internacional de Poesía Loewe), Profundidad de campo (2001) y El espesor del mundo (2003, Premio de la Crítica de Andalucía) Toda su obra ha sido publicada en antología con el titulo de Cantos rodados (2002) por la editorial Cátedra en la colección Letras Hispánicas. La metapoesía de este autor supone una reflexión sobre la realidad y su posibilidad de objetivarla en el hecho literario, a través de una postura antiintimista y antiutilitaria.

El ovetense Fernando Beltrán (1956) es poeta de ritmo ágil y absorbente que conduce al lector suavemente hacia la reflexión en torno al individuo, la naturaleza y la sociedad. Su obra poética incluye, entre otros títulos Aquelarre en Madrid (1983), Ojos de Agua (1985), Cerrado por reformas (1988), Gran Vía (1990), El Gallo de Bagdad y otros poemas de guerra (1991), Amor ciego (1995), Bar adentro (1997), La semana fantástica (1996) y Trampas para perder (2003); toda su producción sido recogida en la antología El Hombre de la Calle (2001) Miguel Galanes pseudónimo de Miguel Jiménez de los Galanes, profesor de Lengua y Literatura española y autor de diversos ensayos literarios, ha publicado los siguientes libros de poesía, recogidos en tres trilogías, la primera de ellas La vida errante , que contiene Inconexiones (1979), Urgencias sin nombre (1981) y Condición de una música inestable (1984), la segunda de ellas titulada La vida inútil, integrada por los poemarios La demencia consciente (1987), Los restos de la  juerga (1991) y Trago largo o la vida inútil (1994), mientras la tercera trilogía, con el título de La vida de nadie , contiene Añil, su obra más reciente por ahora; Ópera ingenua para Isabel María (1983) fue publicada como poemario independiente.

Este autor, tomando como base la influencia de los clásicos universales y los autores modernos más destacados ha desarrollado una poesía de ruptura con ellos y sensista que le conduce hacia la reflexión en torno a la actitud crítica y creativa del hombre.

Realismo humano, o preocupación en torno al ser humano, su realidad y su problemática, se recupera como tema principal a finales de la década de los ’70, como influencia de la poesía social o comprometida que se cultivó en los años ’50, pero esta vez cultivada por autores como Jon Juaristi (con evidentes influencias de Blas de Otero, Miguel de Unamuno y Gabriel Aresti, poeta euskérico este último, además de por el entorno urbano bilbaíno) y Luis García Montero que cultiva el tan poco apreciado realismo crítico.

Jon Juaristi (Bilbao 1951) destaca como autor de Diario de un poeta recién cansado (1986), Suma de varia intención (1987), Arte de marear (1988), Los paisajes domésticos (1992), Agradecidas señas (1995), Tiempo desapacible (1996) y Poesía reunida (2000) Cultiva un deliberado prosaísmo culturalista que puede integrarse en la poesía de la experiencia o nueva sentimentalidad de las que es representante, pero el tono desencantado, amargo y urbano de su obra le adscribe también al planteamiento realista humano. Formalmente recurre a la intertextualidad, la ironía, el prosaísmo, el uso de léxico cotidiano y los juegos de palabras (paranomasias, calambures), alternando el estrofismo tradicional con el verso blanco o libre.

La Poesía del silencio, evoluciona desde la poesía pura de etapas anteriores y se caracteriza por ser la menos dada a confidencias personales, entre los autores más representativos de esta tendencia pueden señalarse Julia Castillo, Serafín Serosiaín, ambos inspirados en José Ángel Valente, en el que encuentran, a través de sus silencios y brevedad la esencia conceptual, Andrés Sánchez Robayna, Amparo Amorós, José Luis Jover y Álvaro Valverde.

Julia Castillo (Madrid 1956) Poetisa autora de Urgencias de un río interior (1974 Premio Adonais), Poemas de la imaginación barroca (1980), Selva (1983), Siete movimientos (1991) y Palimpsesto (1999), primera de las obras compuestas a raíz de su larga estancia en Oriente Medio.

El canario Andrés Sánchez Robayna (1952) recibió el Premio de la Crítica por La roca (1984), pero su producción se inició con Día de aire (1970), Clima (1978) y Tinta (1981), a las que siguieron Palmas sobre la losa fría (1989), Fuego blanco (1992), Sobre una piedra extrema (1995), Inscripciones (1999) y El libro, tras la duna (2002).

El Neobarroquismo o tendencia neobarroca es un retorno al culturalismo de los poetas de la generación de los novísimos, inspirados no sólo en el arte sino en todo tipo de manifestaciones culturales, siempre relacionado con el refinamiento por lo que se les denominó “poetas venecianos” al ser el origen de esta pose artística la admiración por la Oda a Venecia ante el mar de los teatros de Pere Gimferrer y la película Muerte en Venecia , de L. Visconti.

Entre los representantes de esta tendencia destacan Antonio Colinas, Julio Llamazares, Margarita Arroyo, Carlos Mestre, Pedro Antonio González Moreno Antonio Carvajal y Fernando de Villena.

Antonio Colinas (León 1946) es uno de los poetas más destacados de los últimos años, por su deslumbrante imaginería plástica, a veces relacionada con la irracionalidad y otras con la recreación verbalista, que en algunos casos le llevan hacia el realismo humano. Entiende la poesía como forma de conocimiento, como medio para sentir, interpretar y explorar la realidad y la experiencia humana, tanto la evidente como la metafísica o trascendente y para ello ha de ser “palabra nueva”, brillante, intensa, formalmente pura.

Sus libros de poemas son Poemas de la tierra y la sangre (1969), Preludios a una noche total (1969), Truenos y flautas en un templo (1972), Sepulcro en Tarquinia (1975, 1976,1982,1995, 1999 y 2005), Astrolabio (1979) y En lo oscuro (1971), recogidos en 1982 en su primera antología titulada Poesía 1967-1980 ; Noche más allá de la noche (1983, 2004) tras el cual volverá a la antología Poesía 1967-1981 , publicada esta vez en 1984, a la que le seguirán La viña salvaje (1985), Diapasón infinito (1986), Dieciocho poemas (1987), Material de lectura (1987), Jardín de Orfeo (1988), Blanco/ Negro (1990), Los silencios de fuego (1992) y La hora interior (1992), que se añadirán a las antologías anteriores en la edición de 1994, bajo el título de El río de sombra.

Poesía 1967-1990 .  

Pájaros en el muro / Birds in the wall (edición bilingüe 1995), será el siguiente poemario, al que le siguen Libro de la mansedumbre (1997) y Córdoba adolescente (1997), nuevamente incluidos en la antología, esta vez de 1999 El río de sombra. Treinta años de poesía 1967-1997, tras la cual edita Amor que enciende más amor (1999), Nueve poemas (2000), Junto al lago (2001) y Tiempo y abismo (2002) antes de revisar nuevamente la antología, ahora publicada como La hora interior. Antología poética 1967-2001 (2002); sus ultimas obras son Seis poemas (2003), Treinta y ocho poemas. Homenaje al grabador Antonio Manso (2003), En Ávila unas pocas palabras (2004) y En la luz respirada (2004)

Julio Llamazares (León 1955) poeta precoz, que en un principio perteneció al grupo poético “Barro”, sus obras fueron pronto publicadas en diversas revistas literarias y han sido recogidas en las antologías Las voces y los ecos y Poesía épica española, de manera que también puede adscribirse a esta corriente poética. Su primer poemario, La lentitud de los bueyes (1979) obtuvo el Premio Nacional de Poesía Universitaria en 1976 y su obra Memoria de la nieve (1982) logró el IV premio de Poesía Jorge Guillén, en lengua castellana, en el año 1982. Su producción poética se caracteriza por el intimismo y el uso del lenguaje preciso.

Antonio Carvajal (Granada 1943) Es uno de los más destacados representantes de la generación de los ’70 o novísimos, en parte por su destreza para la versificación. Desde su juventud se ha dedicado a la poesía, en la que combina sabiamente la tradición y la modernidad como en su primera obra Tigres en el jardín (1968) a la que siguieron casi una veintena, entre las que cabe destacar Serenata y navaja (1973), Casi un fantasma (1975), Siesta en el mirador (1979), Servidumbre de paso (1982), Después que me miraste (1984), Aldaba de noviembre (1985), De un capricho celeste (1988), Si tu quisieras, Granada (1988), Testimonio de invierno (1990), No señales mi soledad con hora (1991), Miradas sobre agua (1993), Alma región luciente (1997) y Una perdida estrella (1999).

Fernando de Villena (Granada 1956) cuya obra es una continua lucha contra el desgaste de la palabra a la vez que conecta con la tradición más renovadora de la literatura española (léase Generación del ’98, Modernismo, Romanticismo y Culteranismo) sin perder un ápice de la modernidad que le adscribió en sus inicios al “Grupo de Estética Cuántica”. Su obra poética nace influida por la belleza y perfección formal de los Siglos de Oro, a las que se fueron añadiendo rasgos contemporáneos.

Cada uno de sus 14 poemarios son distintos, aunque el denominador común es el culto a la palabra, el amor al pasado, el gusto por las imágenes nuevas y el color, la emoción ante la naturaleza y algunas obras del ser humano y sobre todo la búsqueda de la belleza y lo misterioso.

Los títulos son Pensil de rimas celestes (1980), Soledades tercera y cuarta (1981), En el orbe de un claro desengaño (1984), El libro de la esfinge (1985), La tristeza de Orfeo (1986), Acuarelas (1987), Los reales del infierno (1988), Vos o la muerte (1991), Poema de las estaciones (1992), Poesías 1980-1990 (1993), Personajes con alma (1995), Año cristiano (1995), Libro de música (1996), El fin de la tarde (1997), El Mediterráneo (1998), Belén de terracota (1999) y El Mediterráneo. Libros II, III y IV (2003)

Otros poetas de esta tendencia son Margarita Arroyo, que combina la elegía con la poesía litúrgica en Reducido a palabras (1983) y en El yelmo y sus adornos (1985) y Carlos Mestre, autor de La visita de Safo (1982) y Antífona de otoño en el valle del Bierzo (Premio Adonais 1985, publicado en 1986) Pedro Antonio González Moreno (Ciudad Real 1960) es autor de Señales de ceniza (1985), Pentagrama para escribir silencios (1986) y El desván sumergido (1997), en los que trata del cuerpo y la memoria, el tiempo y el olvido, los restos del amor y los restos de la ausencia.

Decadentismo esteticista que ha sido considerado un nuevo modernismo, junto al que ha surgido también el Neorromanticismo intimista, alejado del exotismo de otros tiempos. En ambas tendencias cabe destacar autores como:

Alejandro Duque Amusco (Sevilla 1949) que publicó su primer libro de poemas en 1976, con el título de Esencias de los días , al que siguieron Del agua, del fuego y otras purificaciones (1983) y Sueño en el fuego (1984) Abelardo Linares (Sevilla 1952) Uno de los representantes de la nueva poesía española, vinculada de forma muy estrecha a la lírica andaluza. Su obra contiene los títulos Mitos: Poesía reunida (1979), Sombras (1986) y Espejos (1991 Premio de la Crítica) José María Parreño (Madrid

1958) autor de El libro de las sombras (1985, Premio Leonor de poesía), ha reunido su obra poética en el volumen Fe de erratas (1990) y en Llanto bailable (2003)

El Erotismo es una de las tendencias más nuevas de la poesía en lengua española, siendo su

mayor representante Ana Roseti, junto a otras poetisas, en la obra Las diosas blancas ; junto a esta tendencia también destaca la Nueva épica, cultivada por Julio Llamazares (ya comentado), César Antonio Molina y Julio Martínez Mesanza.

César Antonio Molina (La Coruña 1952) tiene más de una veintena de libros publicados como poeta, ensayista y traductor, destacando de su obra poética Últimas horas en Lisca Blanca (1979) y La estancia saqueada (1983).

Julio Martínez Mesanza (Madrid 1955) ha sido considerado por la crítica el más destacado representante de la tendencia épica de la nueva poesía española, si bien ésta parece basarse en alusiones medievales de sus poemas (guerreros, espadas, damas, etc.), pasadas por el tamiz de la fantasía, que permite relacionar su producción con la de Saint-John Perse y Claudel pero sobre todo con Borges.

Otra tendencia de última hora es el prosaísmo irónico o elegíaco, del que son representantes Javier Salvago y Eloy Sánchez Rosillo, el primero (Sevilla 1950) guionista de radio y televisión, ha recibido varios premios por su obra poética caracterizada estéticamente por adscribirse a la Poesía de la Experiencia, dentro de lo dedicado a la vivencia diaria y cotidiana, desde un punto de vista prosaico, que ha hecho que algunos sectores de la crítica no la valoren demasiado mientras otros latenían en gran consideración. Su obra está muy influenciada por autores clásicos como Bécquer, Manuel Machado y Luis Cernuda, del que toma la preocupación por el paso del tiempo, a la que él añade escepticismo, ironía y humor que desmitifica posturas anteriores. Algunos de sus títulos sonCanciones del amor amargo (1977), La destrucción o el humor (1980), En la perfecta edad (1982 Premio Luis Cernuda), Variaciones y reincidencias (1985 Premio Rey Juan Carlos I, 1984), Volverlo a intentar (1989 Premio Nacional de la Crítica), Los mejores años (1991) y Ulises (1996) Eloy Sánchez Rosillo (Murcia 1948) se dio a conocer al ganar el Premio Adonais en 1977 con la obra Maneras de estar solo (1978), al que le siguieron tres libros más de poesía, titulados Páginas de un diario (1981), Elegías (1984) y Autorretratos (1989) a los que hay que añadir dos recopilaciones, Las cosas como fueron , de 1974 a 1988 (1992, revisada en 1995) y La vida (1996), donde reune su producción entre 1989 y 1995.

La Otra sentimentalidad, Poesía de la experiencia o Nueva sentimentalidad, es una tendencia cultivada por José Luis García Montero, Javier Egea y Álvaro Salvador (como iniciadores) quienes muestran su poética en el Manifiesto albertista (1982), que refleja su admiración hacia este autor.

Este movimiento se caracteriza por diluir lo individual en la experiencia colectiva, alejándose de la individualidad estilíticaestilística y temática cultivada por los novísimos, y por acercarse a planteamientos propios de Cernuda, Gil de Biedma, Machado, la generación del ’50 (poesía comprometida y social), el surrealismo, el barroco español y Juan Ramón Jiménez.

En su cultivo más urbano y realista, en el que se expresa el desencanto y el comprometido interés por lo cotidiano, sin olvidar el tono coloquial, esta tendencia es representada por Jaime Gil de Biedma, Brines, Andrés Trapiello, Justo Navarro, Felipe Reyes y Jon Juaristi.

José Luis García Montero (Granada 1958) autor de Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn (1980), Tristia (1982 En colaboración), El jardín extranjero (1983, Premio Adonais), Diario cómplice (1987), Las flores del frío (1991), Habitaciones separadas (1994) y Completamente viernes (1998) se vinculó con el grupo poético de “la otra sentimentalidad” que tomó el nombre de su primera obra La otra sentimentalidad (1983), movimiento que más tarde fue conocido como “poesía de la experiencia” y como “nueva sentimentalidad”.

El rasgo más característico de este autor es el narrativismo histórico- biográfico a través de la memoria, el recuerdo y el deseo, también se identifica este autor, en su producción poética, con el interés por la responsabilidad social y la preocupación moral en torno a lo más cotidiano del ser humano, por lo que se le ha relacionado también con el realismo humano. Formalmente emplea el lenguaje coloquial.

Álvaro Salvador (Granada 1950) ha publicado 9 libros de poesía, entre los que destaca Y… (1971), La mala crianza (1974, 1978), De la palabra y otras alucinaciones (1975), Los Cantos de Illíberis (1976), Las Cortezas del Fruto (1980), Tristia (en colaboración con Luis García Montero, 1982), El agua de noviembre (1985), La condición del personaje (1991), El Impostor (1996), Ahora, todavía (2001) y la antología Suena una música. Poesía 1971-1993 (1996) Jaime Gil de Biedma (Barcelona 1929-1990) miembro de una familia de la alta burguesía, de la que su compromiso social le hizo renegar, es autor de obras líricas estilísticamente próximas a las de César Vallejo, Antonio Machado y Luis Cernuda, que han influido profundamente en los autores contemporáneos y le han adscrito a la “escuela poética de Barcelona” en la generación de los ’50.

Su libro, Según sentencia del tiempo, se publicó en 1953, dentro de la tendencia de poesía intimista y fue el primero de una larga lista de obras entre las que destacan Compañeros de viaje (1959), que se adscribe a la poesía comprometida y se puede enmarcar dentro de la poesía de la experiencia, pues huye del surrealismo, buscando la racionalidad a través del lenguaje coloquial, que también aparece en Moralidades (1966), Poemas póstumos (1968) y la antología Las personas del verbo (1975 y 1982), mientras que en En favor de Venus (1965) practica la poesía amorosa, con tintes eróticos.

Andrés Trapiello (León 1953) ha publicado Junto al agua (1980), Las tradiciones (1982), La vida fácil (1985) y El mismo libro (1989), recopilados bajo el título de Las tradiciones (1991), para seguir publicando luego Acaso una verdad (Premio Nacional de la Crítica 1993), Poemas escogidos (1998), Rama desnuda (2001) y Un sueño en otro (2004) Justo Navarro (Granada 1953).