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Tema 1 – Características generales del niño y la niña hasta los seis años. Principales factores que intervienen en su desarrollo. Etapas y momentos más significativos. El desarrollo infantil en el primer año de vida. El papel de los adultos.

Introducción

La Educación Infantil persigue aprovechar al máximo las posibilidades de desarrollo del niño, potenciándolas y afianzándolas a través de la acción educativa. Diremos pues que la intencionalidad de promoción y ampliación del desarrollo constituye un objetivo prioritario esta etapa.

Así pues, para poder ampliar y promocionar el desarrollo de los niños hasta los seis años se hace imprescindible conocer cuáles son las características generales de los mismos, así como identificar cuales son los principales factores que intervienen en dicho desarrollo, de forma que nuestra intervención sea adecuada a las características del niño/a teniendo siempre en cuenta los factores que están interviniendo en su desarrollo.

Del mismo modo, hemos de conocer cuáles son las etapas y momentos más significativos, de forma que podamos reconocerlos y estar atentos y dispuestos para favorecer, optimizar y potenciar al máximo sus posibilidades, al tiempo que podamos detectar indicios de sospecha ante posibles alteraciones en su desarrollo.

Dada la significatividad específica que tiene el primer año de vida en el proceso evolutivo de estas primeras edades, nos detendremos a analizar con especial detalle este primer año y terminaremos subrayando el papel de los adultos en estos primeros seis años, que como podremos ver va a ser crucial en todos los aspectos.

El estudio de este tema resulta imprescindible para cualquier maestro/a de Educación Infantil pues del conocimiento que tengamos sobre las características generales de nuestros alumnos/as va a depender en gran medida que realicemos una correcta intervención educativa.

1. Características generales del niño y la niña hasta los 6 años

En el momento del nacimiento, el ser humano es uno de los más desvalidos. Sus niveles de maduración son muy inferiores a los de cualquier otro mamífero. El recién nacido se enfrenta al mundo con sólo unos cuantos reflejos y con la particularidad de que desaparecen casi todos ellos durante el primer año de vida, excepto los que tienen una función de autopreservación. Sin embargo, en muy corto espacio de tiempo, va a ser capaz de pasar de una posición yaciente, pasiva, a una posición erecta y desarrollar una conducta activa de exploración de su mundo circuncidante. Desde no poder mover su cuerpo ni alcanzar ninguno de los objetos que se le ofrecen va a pasar, en muy pocos años, a ser capaz de moverse, agarrar, deambular y de conducirse con relativa independencia de los demás.

Diferenciaremos el estudio de las características del niño hasta los seis años en dos planos:

1.1 Características en el plano físico. Crecimiento

En la actualidad todos los autores coinciden en señalar que el desarrollo físico no es regular, sino rítmico. El crecimiento se produce por ciclos o fases, ordenados y predecibles, que se suceden de un modo paulatino, con alternancia de momentos de inflexión y de relativa tranquilidad o latencia.

En general, se suelen señalar cuatro periodos: dos de crecimiento rápido, desde el nacimiento hasta los dos años y desde la pubertad hasta los quince o dieciséis, y dos de crecimiento lento: desde los dos años a la pubertad y desde los quince o dieciséis hasta alcanzar la madurez. No obstante, hay que señalar también que el organismo no crece en su totalidad al mismo tiempo; sus distintas partes y sistemas crecen con ritmos distintos y en momentos diferentes.

Son muchos los indicadores que se utilizan para el estudio del desarrollo físico, la altura, el peso, la dentición, los músculos, la osificación, las proporciones de cuerpo… Nos detendremos brevemente en los más característicos: la altura, el peso y las proporciones del cuerpo.

El niño/a nace con una altura media de 50 cm. Y esta se incrementa, durante el primer año, en casi un 50 por ciento. El peso, al nacer, es de uno 3 Kg.; se duplica antes de los seis meses y se triplica al finalizar el primer año. Estos logros sorprendentes aún conservarán un incremento importante hasta los seis años, si bien, con un ritmo progresivamente más bajo, exceptuando el final del periodo que nos ocupa, hacia los 5 años, cuando se presenta una inflexión en la curva del desarrollo y que volverá a repetirse con la llegada de la pubertad. A los cinco años la altura del nacimiento se ha multiplicado por dos y el peso es, aproximadamente, cinco veces el que tenía el niño en el momento de nacer.

Por otra parte, las proporciones del cuerpo evolucionan también de manera muy importante, con ritmos y curvas diferentes. El cuerpo no crece en todas las direcciones al mismo tiempo ni con la misma intensidad, lo que da lugar a que el aspecto del niño cambie rápidamente. El recién nacido tiene, en proporción, las piernas demasiados cortas y sus brazos son demasiado largos. Poco a poco sus piernas crecen y llegan a estar rectas y proporcionadas con respecto al resto del cuerpo, incluso a los brazos que han ido creciendo algo más rápido, a los 6 años.

1.2. Características en el plano psicológico

Los distintos ámbitos a que aquí nos referiremos: motricidad, lenguaje, inteligencia, relaciones sociales, afectividad, están todos ellos presentes de manera simultánea en las experiencias y en el desarrollo del niño/a, y no hemos de olvidar que si analizamos las características generales de los niños y las niñas hasta los 6 años deteniéndonos en los distintos ámbitos que componen el plano psicológico es por facilitar tanto el análisis de las características como su propio estudio. Diferenciaremos dos periodos significativos: el primero, que abarcará desde los O a los 3 años y un segundo que abarcará desde los 3 a los 6 años.

Empezaremos analizando el primero de ellos que abarca de los 0 a los 3 años

Nacido con un conjunto de reflejos involuntarios (succión, prensión, andar automático…), el bebé va pasando a una actividad motora cada vez más voluntaria y va adquiriendo un control progresivo de su cuerpo, control que se inicia en los primeros meses y que en algunos aspectos no se completará hasta el inicio de la escolaridad obligatoria. El control postural sigue una secuencia típica en la que el control del cuello (en posición erguida, hacia los 4 meses), precede a la posición de estar sentado (sin ayuda, en torno a los 7—8 meses) a la que sigue el control suficiente para mantenerse de pie (sin apoyo, hacia los 14—15 meses). Estos progresos tienen un fuerte componente madurativo, pero algunos de ellos se dan además porque hay unas interacciones sociales a través de las cuales le llegan al niño modelos, incitaciones, motivación, apoyo y aliento que le permiten ir sacando provecho de las posibilidades que la maduración va abriendo en cualquier faceta: perceptiva, motora, lingüística…

Así. Por ejemplo, en lo que a los aspectos sensoriales se refiere, en el momento del nacimiento el bebé posee una rica variedad de posibilidades (ve, oye, huele, es sensible al gusto, al olor, a la temperatura) que luego se van afinando de manera progresiva. Aunque desde el principio los bebés muestran un cierto interés por los objetos de su entorno, a partir de los 3—4 meses ese interés va a ir siendo crecientemente activo como consecuencia de los avances en el control postural y de la coordinación sensorial cada vez más afinada. Las cualidades de los objetos serán descubiertas progresivamente a través de su acción sobre ellos y de su “experimentación”. De esta forma, gracias a las posibilidades que la maduración va abriendo y a los estímulos que encuentra, el pequeño va construyendo nociones como la de relación causa—efecto, la de vinculación medios—fin, la de existencia de objetos no inmediatamente presentes, la de espacio.. .

Mucho antes que nociones conceptuales, son nociones—en—acción, realidades que el niño va manejando en sus actividades crecientemente complejas antes de ser capaz de manejarlas en la esfera de lo simbólico. Es por ello por lo que se dice que la primera inteligencia del niño es de carácter sensoriomotor, y por lo que los estímulos más adecuados en el primer año y medio son los que incitan a la experimentación sensoriomotora (lo que el niño puede manipular, coger, examinar, chupar, girar, los que producen efectos interesantes cuando se hace algo sobre ellos…).

Gracias a esta mediación va a surgir una capacidad tan importante como el lenguaje, en el que se pasa ,en el curso del primer año, del ejercicio articulatorio que supone el balbuceo (de los 4 meses en adelante, aproximadamente), a las aproximaciones a los sonidos del lenguaje del entorno (hacia los 8—9 meses, más o menos), para desembocar, en las proximidades del primer cumpleaños, en las primeras palabras.

Luego, durante el segundo y el tercer año de vida, el lenguaje se desarrolla espectacularmente. El vocabulario se amplia y se van dominando las reglas de la gramática y la sintaxis, aunque tal dominio dista aún de ser perfecto. Gracias a estos progresos, el lenguaje es cada vez más útil y eficaz para cumplir con su función primordial de servir de vehículo para la comunicación interpersonal.

En estos primeros años, los compañeros son fuente de experiencias de intercambio y comunicación, aunque frecuentemente también motivo de pequeñas disputas alrededor de la posesión de objetos. De nuevo bajo la guía de sus educadores, el niño aprenderá en el contexto de las relaciones entre iguales algunas reglas elementales de la convivencia, la cooperación y los intercambios.

Como consecuencia de todas estas experiencias, junto con todo el bagaje correspondiente adquirido en la familia, los pequeños construyen su identidad, reconociendo su individualidad física y una variedad de rasgos (su nombre, sus pertenencias, su grupo sexual, etc.) que implican una clara diferenciación respecto de los demás.

En conjunto, a los 3 años el niño ha accedido a la autonomía motora, es ya capaz de realizar por sí mismo diversas actividades de alimentación y limpieza, domina las reglas básicas de la comunicación verbal, ha afianzado su inteligencia sensoriomotora y se ha internado en el ámbito de lo simbólico, ha establecido vínculos emocionales duraderos con sus educadores, ha adquirido bastantes hábitos y destrezas de interacción con sus iguales, y ha desarrollado y descubierto su propia identidad.

Hasta aquí hemos descrito como característicos de los niños hasta los 3 años gran cantidad de avances, y es a partir de esa edad y hasta los seis cuando la mayor parte de dichos avances se van a ir consolidando y ampliándose, siempre bajo el doble efecto de la progresión madurativa y la estimulación social. Durante el primer año de vida las adquisiciones que consigue son tan sorprendentes que posteriormente nos detendremos a analizar este periodo.

Así pues, vemos como a partir de los 3 años en el terreno de la motricidad, los progresos se dan en un doble sentido. Por un lado, sigue ganándose precisión en el control del propio cuerpo y sus movimientos, avanzándose poco a poco, en el dominio de la motricidad fina, cuyo control habrá de apoyarse en actividades cada vez más focalizadas en el ámbito gráfico que faciliten la expresión mediante técnicas y formas plásticas, así como el posterior acceso a la escritura convencional propiamente dicha. Por otro lado, y sobre la base siempre de su actividad y sus experiencias, el niño va construyendo una imagen de su propio cuerpo en la que tienen cabida el todo y las partes, el reposo y los movimientos. Todos estos avances se ven facilitados por una lateralización cada vez más definida que debe estar ya claramente establecida al final de este último tramo de la Educación Infantil.

Así ocurre también en el terreno del lenguaje, donde entre los 3 y los 6 años se dan avances de la mayor importancia. El vocabulario y la sintaxis van evolucionando, depurándose la gramática con la paulatina desaparición de algunas dificultades típicamente infantiles (por ejemplo, con los verbos irregulares). Simultáneamente, se producen importantes progresos en el papel que el lenguaje juega como instrumento de planificación y regulación de la propia conducta. Surgido inicialmente para el contacto social en la comunicación con los demás, el lenguaje se va convirtiendo cada vez más en herramienta de comunicación consigo mismo, manteniéndose, naturalmente, la función comunicativa social. A veces en voz alta, sobre todo al principio, y de manera luego crecientemente interiorizada, el niño a través del lenguaje organiza su acción, la ordena y planifica antes de lanzarse a ejecutarla.

Similares progresos se dan en el dominio intelectual. Sobre la base de unas capacidades cognitivas básicas (atención, memoria…) cada vez más desarrolladas, aunque aún con un largo camino evolutivo por recorrer, el niño va descubriendo (siempre a través de sus actividades y experiencias, siempre con la guía, apoyo

y aliento de quienes le educan) las características y propiedades del mundo que le rodea. El niño tiene aún dificultades para descentrarse de su propio punto de vista y adoptar el de los demás, encuentra aún difícil contemplar un mismo objeto o suceso desde distintos puntos de vista a la vez, pero va descubriendo poco a poco el orden, relaciones, clases y categorías, regularidades, secuencias, procesos de causa y efecto, se va formando una noción crecientemente correcta de lo que es el número, hace inferencias sencillas sobre la base de los conocimientos que ya posee, etc. Su pensamiento avanza hacia la lógica aunque con una progresión que no se hace sin vaivenes y que se consigue antes en unos dominios conceptuales que en otros. Por lo demás, sus conocimientos no se limitan a los objetos inmediatos y sus propiedades lógicas o espacio— temporales, sino que en ellos va teniendo cabida progresivamente el entorno, avanzando en la compresión de las realidades físicas y sociales que le rodean.

Todos estos progresos se basan en gran medida en los aprendizajes que el niño hace en y a través de la acción, tanto sobre el medio físico como sobre el social. Como en los años anteriores, el contexto más propicio para el aprendizaje infantil es el de la acción, la experimentación, el juego, el intercambio social con los adultos y los compañeros. La espontaneidad, el juego y la creatividad del niño son máximamente provechosos cuando se sitúan en un contexto educativo que aporte al niño experiencias organizadas al servicio de su progreso y desarrollo, y adaptadas a las posibilidades de cada uno.

Se producen también importantes avances en el dominio de las relaciones sociales de los niños, en cuya vida van adquiriendo importancia creciente las relaciones con los compañeros. En esas interacciones el niño/a aprende a relacionarse con los demás, a aguardar su turno y el momento de la satisfacción de sus deseos; en ellas el niño aprende la simpatía y la amistad, la cooperación y la empatía, pero aprende también la competición y la envidia, los celos y la rivalidad. Las relaciones sociales son a veces cooperadoras, a veces conflictivas, pero siempre ámbito de aprendizaje social y desarrollo interpersonal.

En el ámbito afectivo el niño de 6 años ha alcanzado un notable grado de autonomía que le posibilita desenvolverse con relativa facilidad en sus ambientes habituales y que, junto con su aprendizaje de las reglas de la relación social, le posibilita una mayor coordinación en el seno del grupo. Esta autonomía y los progresos en los ámbitos cognitivos— lingüísticos, permiten conocer paulatinamente realidades que ya no están exclusivamentecentradasensímismoyenlosobjetosdelentornomásinmediato, y que le permiten no sólo ampliar su campo de atención, sino también hacerlo más objetivo. Recíprocamente, la ampliación del medio exige la adquisición de nuevos instrumentos de comunicación y representación de la realidad, mayor precisión en la utilización de los que ya forman parte del repertorio del pequeño, y la formación de una autoimagen cada vez más ajustada en el contacto y la relación con los demás.

Hasta aquí hemos podido comprobar como en los primeros años de vida, el niño inicia la aproximación al mundo y realiza sus primeros aprendizajes; todo ello en un continuo proceso de desarrollo.

A continuación veremos cuáles son los principales factores que intervienen en dicho proceso.

2. Principales factores que intervienen en su desarrollo

Antes de analizar cuales son los principales factores que interviene en el desarrollo infantil vamos a definir que entendemos por desarrollo.

El desarrollo es una sucesión ordenada de cambios que implican, no sólo aumento cuantitativo, sino cualitativo. Como incremento cualitativo, el desarrollo parte de unas primeras capacidades generales e inespecíficas hasta llegar a la especialización de dichas capacidades.

El desarrollo definido como acabamos de señalar tiene una serie de características entre las que cabe destacar:

• El desarrollo tiene carácter integrativo.

• El desarrollo depende de la maduración y del aprendizaje, el aprendizaje sólo es eficaz cuando la maduración ha establecido su fundamento.

• El desarrollo tiene unos patrones similares en todos los individuos. Se produce de acuerdo con unas fases predecibles

• El nivel de desarrollo es directamente proporcional a la diversificación de las capacidades del individuo y a su complejidad

• Es un proceso que está sometido a la influencia de múltiples factores.

Como se sintetiza en la última característica señalada con respecto al concepto de desarrollo, el desarrollo psicológico es el resultado de las complejas interacciones que se establecen entre los aspectos biológicos de la persona y la estimulación física y social que ésta recibe en su vida cotidiana. De entre los aspectos biológicos, y en lo que se refiere sobre todo al desarrollo infantil, el calendario madurativo es uno de los rasgos más importantes. Pero como, salvo generalmente pequeñas modificaciones de ritmo de una personas a otras, ese calendario madurativo es compartido por todos los seres humanos, hay que buscar en la interacción de cada persona concreta con su entorno físico y social las raíces y las causas de la identidad psicológica individual y del perfil de desarrollo que cada uno presenta.

Por tanto, el desarrollo psicológico no solo es el resultado de un factor o de un tipo de factores que configuran la totalidad individual. Son múltiples los factores que intervienen, modifican y configuran el desarrollo y pueden ser de naturaleza interna o externa.

Entre los factores externos podemos encontrar la alimentación y la nutrición y las variables ambientales.

Entre los factores internos encontramos la herencia y la maduración del Sistema Nervioso.

Podemos identificar otro factor influyente en el desarrollo: la interacción del resto de factores. Hoy se reconoce la importancia de la interacción que existe entre la herencia y el medio ambiente que hace que el desarrollo psicológico de cada persona sea un fenómeno irrepetible que no ocurre de la misma manera en dos sujetos distintos.

El desarrollo psicológico no es un proceso de despliegue automático de potencialidades producido por la sola experiencia del niño con los objetos de su entorno. Es un proceso social y culturalmente asistido y mediado. Esta mediación sólo es efectiva si además refuerza el desarrollo inminente, es decir, si apoya el desarrollo del niño, lo potencia y estimula.

Son contenidos cerrados aquellos que no son alterables como consecuencia de la experiencia individual: características morfológicas, calendario madurativo…

Los contenidos abiertos tienen menos que ver con los contenidos concretos y más con las posibilidades de adquisición y desarrollo. Estas posibilidades existen porque existe lo establecido en la parte cerrada del código, estando ahí, no como contenidos, sino como potencialidades.

Laprimerainfancia,desdeelnacimientohastalos18—24meses,aproximadamente, ejemplifica bien hasta qué punto el calendario madurativo de nuestra especie condiciona lo que el niño es capaz de hacer y de aprender en cada momento, y a la vez no deja de abrir posibilidades a la influencia de la acción educadora, dando acceso a nuevas posibilidades de aprendizaje.

Podríamos resumir diciendo que los procesos psicológicos están posibilitados por aquellos genes que nos diferencian como miembros de la especie humana, estando delimitados por un calendario madurativo que hace que en determinados momentos ciertas adquisiciones sean posibles, estando igualmente determinados su forma concreta de manifestación por las interacciones y relaciones de la persona con su entorno.

El niño/a va construyendo su desarrollo en continua interacción con el medio, en un marco social que le permite además ir asimilando las reglas que determinan sus relaciones con los demás.

Veremos a continuación las etapas y momentos más significativas referidas a los distintos ámbitos de desarrollo, sin olvidar que atendemos a los diferentes ámbitos para facilitar la comprensión y el estudio de este periodo evolutivo y teniendo en todo momento presente que ningún ámbito es independiente en su proceso evolutivo pues una de las características fundamentales de dicho proceso es precisamente su carácter integrativo y global.

3. Etapas y momentos más significativos

Nos referiremos a algunos momentos especialmente significativos en cada uno de los ámbitos haciendo referencia a la edad promedio en la que se produce ese momento o en la que se sitúa la etapa, pero en ningún caso la edad ha de ser entendida de forma rígida o condicionante sino como ya hemos dicho, indicativa del promedio.

Debemos recordar que citamos estos momentos como significativos por ser considerados “claves” pues son al mismo tiempo base para que el desarrollo continúe.

3.1. Ambito Psicomotor

• De O a 6 meses: Control muscular de la cabeza y el cuello.

• El recién nacido puede girar la cabeza hacia ambos lados estando boca arriba.

• 1 mes: Eleva el mentón y gira la cabeza para apoyar sobre el otro lado de la cara.

• 3 meses: Levanta la cabeza entre 45 y 90 grados cuando está boca abajo.

• 4 meses: mantiene la cabeza alzada cuando está sentado

• 5 meses: Levanta la cabeza cuando está boca arriba

• A los 6 meses: Gira el cuerpo sobre sí mismo. Inicialmente es capaz de hacer el giro arriba—abajo. El giro inverso lo hará poco tiempo después.

• A los 7 meses ha alcanzado un tono muscular que le permite sentarse sin apoyo, los reflejos de caída se han enriquecido por lo que no es normal que si estos son adecuados, se golpee la cabeza al caer.

• A los 8 meses se realiza la coordinación contralateral de brazos y piernas.

• Entre los 9 ó 10 meses domina el gateo.

• Alrededor de los 10 meses es capaz de ponerse de pie, con ayuda de un adulto, y posteriormente sirviéndose de elementos del entorno como instrumentos de agarre.

• Alrededor de los 12 meses. Camina de forma insegura con la ayuda de las dos manos del adulto.

• Entre los 12 y los 15 meses logra caminar solo.

• A los 17 meses es capaz de correr de forma torpe.

• Hacia los 18 meses es capaz de subir escaleras

• A los 21 meses baja escaleras cogido de la mano.

• Alrededor de los 2 años es capaz de saltar.

• A partir de los 2 años, se da un afianzamiento de las proezas motoras y llegan acontecimientos importantes que tienen lugar entre los 3 y los 6 años como son:

1. El establecimiento de la preferencia lateral.

2. Aumento de la coordinación dinámica general.

3. Ajuste del tono muscular.

4. Mejor estructuración del espacio y del tiempo.

5. Representación del cuerpo.

6. Adquisición de habilidades motrices finas cada vez más precisas.

3.2. Desarrollo cognitivo

Una vez señalados los momentos más significativos en el desarrollo motor vamos a estudiar las etapas por las que pasa el desarrollo cognitivo durante los primeros 6 años, según Piaget.

3.2.1. Etapa sensorio-motora (o a 2 años)

• El ejercicio de los reflejos (primer mes de vida)

• Desarrollo de esquemas (reacciones circulares primarias) (1 a 4 meses)

• Descubrimiento de procedimientos (reacciones circulares secundarias) (4 a 8 meses)

• Conducta intencional (Coordinación de esquemas secundarios y su aplicación a nuevas situaciones) (8 a 12 meses)

• Novedad y exploración (reacciones circulares terciarias) (12 a 18 meses)

• Representación mental (invención de medios nuevos mediante combinaciones mentales) (18 a 24 meses)

3.2.2. Etapa preoperatoria (2 a 6 años)

• El pensamiento simbólico preconceptual (2—4 años). El niño desarrolla la capacidad para hacer que algo represente otra cosa que no se encuentra presente.

• El pensamiento intuitivo (4—6/7años). Usa representaciones en vez de acciones literales.

3.3. Desarrollo Afectivo

Veamos a continuación los momentos más significativos con respecto al desarrollo afectivo según Margarita Salvador (2001):

De O a 1 año: El niño expresa sus necesidades fisiológicas y de atención a través del llanto. Aparecen las primeras sonrisas ante estímulos diferentes, primero indiscriminadas y después controladas por el niño. Se comunica a través de gestos cada vez más diferenciados y compartidos por la madre, afianzando el vínculo de apego. Aparece alrededor de los 8 meses, la crisis de angustia ante la separación de la madre.

De 1 a 2 años: La necesidad y dependencia de la madre y la necesidad cada vez más apremiante de autonomía coexisten. Fuerte sentido de posesión. Conflicto entre iguales. Mayores deseos de relación con el adulto.

De 2 a 3 años: Control de esfínteres. Progresiva autonomía en la adquisición de hábitos de higiene y autonomía personal. Todo lo quiere hacer por sí mismo enfrentándose continuamente con la madre o cuidador.

De 3 a 4 años: Aún es muy individualista. Tiende a la independencia. Demanda atención y aprobación. Comienza a manifestar curiosidad sexual. Agresión como respuesta a la frustración. Agresión como imitación. Fuerte negativismo. No comprende a sus compañeros coetáneos. Atribuye a los demás sus deseos y necesidades. Egocentrismo. Comienza a asimilar las leyes que rigen la vida intersocial con una actitud progresivamente realista. Pregunta continuamente acerca de todo.

De 4 a 5 años: Empieza a manifestar cooperativismo con los demás niños. Aún es agresivo y egoísta, pero comienza a adoptar reglas de comportamiento. Hace pequeños servicios y quiere ayudar a los adultos. Puede aparecer el amigo íntimo del mismo sexo. Lo absurdo y exagerado le provoca grandes risas. Rivalidad constante sobre los objetos o sobre las personas. Intenta llamar la atención de los adultos con sus gracias. Imitación clara y manifiesta de cualquier modelo.

De 5 a 6 años: aprende y asume reglas de convivencia. Comienza el juego auténticamente cooperativo, aunque buscando su interés. Aparecen los compañeros inseparables del mismo sexo. Comienza a considerarse mayor y a comportarse con otros más pequeños con protección y adoptando comportamientos adultos. La imitación continua siendo muy grande sobre todo de los padres con el objetivo de recibir halagos. Curiosidad sexual.

3.4. Desarrollo Social

Aunque como hemos visto, el desarrollo afectivo señala en cada uno de sus momentos más significativos algunas conductas que pueden ser entendidas como sociales, dada la estrecha relación entre ambos ámbitos, vamos a ver a continuación con más detenimiento los momentos más significativos del desarrollo social según Gallego y Garrido 1994:

Desde el nacimiento hasta alrededor de los 2 años, el niño pasa de una indiferenciación generalizada para con cualquier persona de su entorno al establecimiento de una conducta de apego como resultado de una relación afectiva fundamentalmente madre—hijo, que va a tener una gran relevancia en la configuración de la personalidad del niño.

Al final del 2° año el niño se inicia en el reconocimiento o autoconocimiento de sí mismo, comenzando por la propia imagen, diferenciando el yo del no—yo, para descubrir al final de esta etapa la existencia de los otros con connotaciones sociales.

A partir de los 3 años y hasta los 6 el niño/a desarrolla una conducta de grupo, tras el descubrimiento de los otros, donde se va a desarrollar aspectos tan importantes como el juego asociativo, aparecerán los primeros conflictos sociales.

3.5. Desarrollo del lenguaje

Por último, pero no por ello menos importante, más bien al contrario, como ámbito en el que manifiestan no sólo las adquisiciones lingüísticas sino que se muestran a través de él los niveles de desarrollo en el ámbito social y las capacidades intelectuales veremos cuales son las etapas y momentos más significativos en la adquisición y desarrollo del lenguaje (Gallego y Gallardo 1994):

Vamos a destacar tres momentos significativos:

Período Prelingüístico: La comunicación con el adulto se realiza a través de gestos, sonrisas, llantos, etc.. Hacia el final del primer año de vida loa niños/as se inician en el desarrollo de la comprensión verbal antes de emitir sus primeras palabras (holofrases) que suelen registrarse entre los 10 y los 13 meses.

Periodo de la palabra—frase: Alrededor del año aparecen las primeras palabras aunque estas no sean el primer signo de expresión, y al inicio del segundo año el niño ha conseguido pasar de forma paulatina y progresiva de las emisiones fonéticas aisladas y sus gestos a las palabras. Estas primeras palabras son (gramaticalmente hablando) sustantivos y tienen el valor de una frase.

Período de las primeras frases: A finales del segundo año la combinación de palabras formando frases se convierte en una realidad. Hacia los 18 meses los niños/as se inician en el desarrollo sintáctico al empezar a juntar las palabras,

Aunque se produce un gran aumento de vocabulario y su dominio semántico es importante, aún no domina las estructuras sintácticas lo que le lleva a utilizar un lenguaje con la “palabras—clave” (lenguaje telegráfico infantil, Pardal 1993).

A partir de aquí los progresos son muy rápidos pasando en muy pocos meses de la frase corta a la frase completa.

Una vez que hemos repasado las características generales del niño/a hasta los seis años, habiendo identificado los principales factores que intervienen en su desarrollo y, tras habernos detenido a estudiar las etapas y momentos más significativos podemos afirmar que en todo este proceso de desarrollo cobra un valor especial el primer año de vida, en el que se asientan las bases de todo el proceso, por ello vamos, a continuación, a estudiar con mayor detenimiento

4. El desarrollo infantil en el primer año de vida

Muchos de los avances que hemos presentado como característicos de los 3 años, aparecen durante este primer año sólo de forma inicial o embrionaria.

Como venimos observando y argumentando a lo largo del tema, el desarrollo infantil está mediatizado por las personas que le rodean especialmente durante el primer año de vida.

Las dimensiones del desarrollo infantil no evolucionan de manera independiente sino de forma global, de manera que su desarrollo se produce interdependientemente y en función de los estímulos que recibe de su entorno más próximo.

Siendo conscientes de las interdependencias entre los distintos ámbitos de desarrollo infantil, para facilitar el estudio y con un criterio de orden vamos a ver el desarrollo durante el primer año de vida atendiendo a los rasgos más característicos de cada uno de los citados ámbitos.

4.1. Desarrollo Motor

Durante los primeros días los movimientos del recién nacido son desestructurados y exentos de coordinación, aunque poco a poco su esquema sensoriomoror se irá desarrollando como consecuencia de la progresiva maduración del SNC, llegando a conseguir un cierto dominio de los movimientos involuntarios. La característica básica de este ámbito durante el primer año es el paso de una actividad refleja a una actividad progresivamente más voluntaria.

Hacia el 4° mes, los niños/as tienen cierto dominio de su propio cuerpo en posición de sentado, son capaces de mantener la cabeza y muestran una importante evolución en su coordinación visomotora.

Alrededor de los 10 meses, los niños/as gatean perfectamente y tienen suficiente coordinación de brazos y piernas como para sentarse y levantarse llegando incluso a realizar desplazamientos laterales utilizando apoyos.

Entre los 12 y 14 meses el niño/a es capaz de empezar a andar.

Con los desplazamientos iniciales, primero, y con los primeros pasos al iniciar la marcha, después, el niño adquiere también la primera conquista del espacio pues estas posibilidades de desplazamiento le permiten ciertas exploraciones y facilitan extraordinariamente sus posibilidades de investigación y descubrimiento.

4.2. Desarrollo socioafectivo

El recién nacido es un ser indefenso que necesita del adulto para sobrevivir. Sus respuestas se reducen al llanto o sonrisa según su estado de bienestar, estableciendo sus principales vínculos afectivos con las personas que le rodean por los que muestra una preferencia absoluta. A través del llanto y la sonrisa, el niño/a, trata de satisfacer sus necesidades biológicas y afectivas reclamando la proximidad de las figuras de apego.

Hacia el segundo mes de vida aparece la sonrisa social, y aparece como respuesta a las interacciones afectivas que el niño recibe a través del contacto corporal.

Paulatinamente, el niño/a aumenta su caudal socioafectivo y establece claras diferencias entre las personas con las que mantiene un intercambio emocional y el resto. Hacia el 6° mes diferencia claramente entre las personas de su entorno cotidiano y rostros extraños. Comienzan a aparecer los juegos sociales en los que el niño/a asume ya un papel activo.

Podemos destacar como adquisiciones más significativas, desde el punto de vista social, en este primer año las que destacaron Toro y cols., 1 991:

• Aparición de la sonrisa social selectiva

• Imitación parcial de comportamientos del adulto

• Primeras reacciones ante su imagen en un espejo

4.3. Desarrollo cognitivo

En este periodo al referirnos al desarrollo del conocimiento hemos de hacerlo atendiendo al desarrollo sensorial y perceptivo:

Aunque inicialmente el niño no es capaz de establecer diferencias ente su “yo” y los otros, desde las primeras semanas de vida comienza a manifestar sus necesidades relacionales, las cuales se llevan a cabo, durante el primer año de vida, a través de los sentidos, siendo su actividad predominantemente sensorial y motriz.

Las conductas del recién nacido son automáticas, descoordinados y supeditadas a la actividad refleja. Estos reflejos se ponen de manifiesto ante la percepción de estímulos. A pocos días de su nacimiento es capaz de fijar la vista en los objetos que se le acerquen a su cara y es entre los seis meses y el año cuando la agudeza visual alcanza el nivel de la visión adulta (Palacios, 1 993).

Inicialmente la interrelación niño/objeto no se produce si el objeto desaparece, pero hacia el cuarto mes se produce una búsqueda con la mirada de los objetos que han desaparecido.

El rostro humano es el estímulo preferencial para el bebe. Es la cara un “objeto social” de primera importancia por ser no solo la parte del cuerpo que el niño/a ve con más frecuencia, sino porque sus propiedades perceptivas (forma, color, textura, sombras, movimiento…) hacen de ella un estímulo completo y complejo como pocos (Palacios 1 993).

A partir de los cinco meses los bebés conocen a las personas por sus rasgos distintivos. El primer rostro en identificar es el de la madre, disminuyendo la atención ojos—nariz—boca como elementos aislados y tomando relevancia el conjunto. Es entonces cuando los niños/as pueden reaccionar ante distintas expresiones faciales.

Otro de los sentidos de especial importancia en la percepción de abundante información es el del oído. Desde su nacimiento el bebé reacciona ante los sonidos, aunque muestra especial sensibilidad por el lenguaje humano especialmente si va dirigido y adaptado a ellos; así los procesos de interacción con el adulto se ven enormemente favorecidos desde los primeros días de vida.

El sentido del gusto está poco desarrollado en el recién nacido; los bebés se llevan continuamente a la boca los objetos que están a su alcance. De ellos percibe sensaciones gustativas, táctiles y olfativas.

El sentido del tacto es utilizado tempranamente por el niño/a. En principio, es la boca el órgano encargado de la exploración del mundo, a medida que su sistema motor se va desarrollando la percepción táctil se ve favorecida.

Recordamos que el desarrollo de la percepción está estrechamente ligado a la capacidad de movimiento, de tal manera que sus posibilidades de percepción sensorial se amplían considerablemente con su mayor autonomía motriz.

4.4. Desarrollo de la comunicación y el lenguaje

A continuación veremos el desarrollo de la comunicación y el lenguaje durante el primer año.

La primera manifestación comunicativa del niño/a se produce a través del llanto, en el momento de su nacimiento.

La intencionalidad del llanto se produce a partir del primer mes para informar de estados carenciales sobre los que quiere llamar la atención. Posteriormente, comienzan las emisiones de sonidos guturales, pequeños gritos y gorgojeos como una muestra evidente del paulatino desarrollo que va alcanzando su aparato fonador.

Los gritos y el llanto aparecen más diferenciados hacia el sexto mes, momento en el que se inicia el laleo caracterizado por la producción de sonidos placenteros con los que el niño/a va perfeccionando el movimiento de labios, lengua y respiración. Juega con su voz y se divierte escuchando los sonidos que emite y produce.

Hacia los ocho meses comienza una cierta entonación en la emisión de las duplicidades silábicas, las cuales concluyen a partir del primer año de vida en la emisión de las primeras palabras.

Resaltamos la conveniencia de abordar específicamente lo que debe constituir la intervención educativa en el primer año de vida debido a sus peculiaridades específicas. Por sus características el niño que todavía no ha cumplido su primer aniversario debe ser atendido en un contexto que cuide muy especialmente la relación diádica bebé— educador, que preste la atención debida a la calidad de los estímulos de todo tipo, y especialmente a los sociales, y que tenga en cuenta, tanto en la disposición del ambiente como en la organización de las rutinas, las necesidades específicas que los bebés presentan.

Como hemos venido comprobando hasta aquí, el niño nace siendo un ser totalmente indefenso y dependiente de los adultos de su grupo, pasemos pues a analizar.

5. El papel de los adultos

Lo que resulta crucial para el desarrollo psicológico del niño no son los estímulos físicos que le rodean, sino las actividades en que el adulto se implica con él a propósito ya sea de la relación entre ambos, ya sea de la relación con los objetos. Las personas que rodean al niño, en su casa o en el Centro de Educación Infantil, son importantes no sólo porque son para él estímulos preferidos desde el punto de vista emocional y porque están asociadas a la satisfacción de sus necesidades, sino también porque quienes cuidan al niño y le educan son los mediadores entre el mundo (natural, cultural) y el pequeño.

Los adultos debemos compaginar los retos que plantear al niño con los apoyos que le aportamos para que pueda responder a nuestras demandas. Estas, a su vez, deben guardar una estrecha relación tanto con las competencias que el niño ya posee, cuanto con aquellas otras a las que podrá acceder en un futuro muy próximo. La labor educativa actúa así promoviendo la autonomía y expandiendo las posibilidades de cada uno.

Conviene, sin embargo, señalar que los adultos estimulamos al niño no sólo cuan- do estamos con él, cuando le hablamos o le planteamos problemas. La labor edu- cativa se realiza también cuando se establecen normas y rutinas de vida cotidia- na, así como cuando se seleccionan los objetos de que va a estar rodeado el niño en su vida diaria, en la cuna, en el baño, en el suelo.. primordial en estos años es que esos objetos sean, por así decirlo sensibles a la acción del niño, es decir, permitan al niño reconocer perceptivamente los efectos de su acción sobre ellos, como las campanillas que suenan al tirar de una cuerda, el sonajero que el niños pasea ante sus ojos viendo como cambia de orientación con el movimiento, el pico de la sábana que se ablanda al ser chupado… Lo importante de los objetos es que puedan ser manejados por el niño y le permitan hacer cosas con ellos, sobre todo si producen para él efectos agradables (visuales, táctiles, sonoros…)

En el curso de todas estas interacciones y progresos, los adultos contribuimos muy activamente a fraguar la identidad y las características de personalidad de los niños. Al cuidar al niño/a, al jugar con él, al responder cuando reclama asisten- cia o la precisa, al darle y mostrarle afecto, y al hacerlo así de forma recurrente y continuada, los adultos nos hacemos acreedores al afecto y cariño por parte del niño. Cuando le planteamos pequeños problemas, le permitimos equivocar- se, le alentamos a intentarlo de nuevo, le animamos tras un nuevo fracaso al tiempo que le disminuimos la dificultad o le aumentamos los apoyos, felicitán- dole finalmente por el éxito en la tarea, como adultos le mostramos al niño que le queremos y que confiamos en él. En tales situaciones, el niño/a aprende a sentirse eficaz, competente y querido. En ese contexto de relaciones positivas y afectuosas, las exigencias del adulto o sus demandas de comportarse de otra forma en un momento determinado, pueden tener para el niño un valor retador y estimulante. Por el contrario, cuando las mismas exigencias o demandas se ha- cen en el contexto de una relación interpersonal fría y distante, marcada por la desconfianza del adulto respecto a las capacidades del niño, difícilmente le es a éste posible sacar de ahí una imagen positiva de sí mismo y de sus relaciones con el adulto de que se trate.

El grado de confianza que haya adquirido en sí mismo vendrá determinado por la medida en que los adultos hayamos sabido alejar al niño tanto de los sentimien- tos de incompetencia e inseguridad, como de los de omnipotencia y confianza desmesurada en sus posibilidades.

La planificación de actividades y situaciones por nuestra parte, como adultos, es también crucial para el desarrollo intelectual, pues esas actividades y situaciones son las que en última instancia definen el ámbito de las experiencias y los apren- dizajes del niño.

Las relaciones sociales del niño no son sólo relaciones con sus iguales. Son tam- bién relaciones con los adultos que para él son significativos, a los que tiende a imitar, cuyo afecto y buena consideración busca. De manera frecuentemente imperceptible, los adultos transmitimos al niño el concepto que de él tiene, la confianza que pone en sus capacidades de desarrollo y aprendizaje. Los adultos educamos el niño no solo a través de las actividades y situaciones que intencio- nadamente organizamos con fines educativos, sino que lo hacemos también en el curso de nuestras interacciones continuas, en las que le mostramos, de manera frecuentemente no intencionada, actitudes, valores, expectativas, afecto y consi- deración. El papel de los adultos en la forma en que las situaciones y experiencias de interacción social se plantean y resuelven es fundamental no solo como indica- dor de conducta sino como modelo de actuación y referente para la adquisición de habilidades sociales.

Las interacciones verbales que los adultos mantenemos con los niños no ocurren en el vacío, sino muy frecuentemente, a propósito de objetos con los que se juega y manipula. De este modo, la estimulación del lenguaje ocurre en el curso de las interacciones alrededor de los objetos y las situaciones que llenan la vida cotidia- na del niño y quienes le cuidan y educan. Es en esas interacciones donde también se forja y estimula la inteligencia sensoriomotora, como cuando el adulto le pide al niño que alcance un objeto al que sólo se puede acceder tirando de la alfombri- lla sobre la que el objeto se encuentra, o como cuando le pide que descubra un juguete que acaba de esconder bajo un cojín. Así, la palabras que el niño aprende se refieren a objetos (coche, pelota, muñeca, chupete…), acciones (busca, mira, coge, toma…), personas (mamá, papá, niño…).

El papel de los adultos con repecto a la imagen que el niño/a tiene de sí mis- mo es crucial. En la medida en que la valoración que hagamos los adultos del niño corresponda a sus posibilidades y capacidades, y no a criterios estándar o de deseabilidad social, en la medida en que en la relación con el niño los adultos seamos capaces de alternar el afecto y las exigencias, la aceptación de sus carac- terísticas personales y las demandas de ajuste a la convivencia con los demás y de toma de consideración de sus deseos y necesidades, en esa medida estaremos los adultos alimentando en el niño una autoestima equilibrada distante de los indeseables extremos señalados.

6. Síntesis

Tal y como empezamos señalando, la Educación Infantil persigue aprovechar al máximo las posibilidades de desarrollo del niño, potenciándolas y afianzándolas a través de la acción educativa. Partimos pues, de que uno de los objetivos prioritarios de la etapa es la intencionalidad de promoción y ampliación del desarrollo.

Hemos analizado cuales son las características generales de los niños/as hasta los 6 años, identificando cuales son los principales factores que intervienen en su desarrollo, de forma que nuestra intervención sea adecuada a las características del niño/a para poder ampliar y promocionar el desarrollo de los niños hasta los seis años teniendo siempre en cuenta los factores que está interviniendo en su desarrollo.

Del mismo modo, nos hemos detenido en las etapas y momentos más significativos, cuyo conocimiento nos permite reconocerlos y estar atentos y dispuestos para favorecer, optimizar y potenciar al máximo sus posibilidades, al tiempo que podamos detectar indicios de sospecha ante posibles alteraciones en su desarrollo.

Nos hemos detenido a analizar con especial detalle el primer año de vida dada la significatividad específica que tiene este en el proceso evolutivo de estas primeras edades, y finalmente hemos subrayado el papel de los adultos en estos primeros seis años, comprobando que ver va a ser crucial en todos los aspectos.

Confirmamos por tanto que el estudio de este tema resulta imprescindible para cualquier maestro/a de Educación Infantil pues del conocimiento que tengamos sobre las características generales de nuestros alumnos/as va a depender en gran medida que realicemos una correcta intervención educativa.

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